La Clínica psicoanalítica y sus avatares

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domingo, 5 de junio de 2016

Pasaje al acto y acto de pasaje en la joven homosexual

 I) El encuentro desgraciado con el padre en la joven homosexual

 Es conveniente dar otra vuelta al tema del acting-out y del pasaje al acto en el caso de la joven homosexual. 

 Toda la historia de la joven homosexual es un continuo acting-out que culmina en la crisis que la precipita al pasaje al acto

 La conjetura es que el pasaje al acto, el intento de suicidio, se desencadena debido a que un acto de pasaje ha quedado obturado, bloqueado. 

 Hay una relación inversamente proporcional entre el acto de pasaje y el pasaje al acto: a más acto de pasaje menos pasaje al acto; a menos acto de pasaje más riesgo de pasaje al acto.


 Pasaje al acto  
↑ Acto de pasaje


 El encuentro de Sidonie y su dama con el padre es un encuentro desgraciado

 Es tan desgraciado que sucede una terrible desgracia: Sidonie intenta acabar con su vida. 

 El rechazo del padre des-gracia lo que debería haber sido a-graciado, si él hubiera podido mirar más allá de sus narices. (De la nariz de Cleopatra.) 

 Pero él ve lo que ve. 

 Y lo que ve no le gusta nada.

 ¿Qué es lo que ve? 

 Ve a su hija con una mujer de mala nota


"Si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, toda la faz de la tierra habría cambiado"; Blaise Pascal

 Uno rápidamente piensa que la obligación primera y principal de un padre es poner orden

 Para ello dispone de su auctoritas. (Autoridad.) 

 Pero la autoridad, si no se quiere deslizar al autoritarismo, a la arbitrariedad, deberá ser siempre una autoridad delegada, referida a una ley que legislará sobre el propio legislador, a la que éste tendrá necesariamente que someterse. 

 Y la autoridad del padre solo será reconocida por el hijo si se autoriza en la palabra; si es una autoridad ejercida desde la potestas (potestad) del símbolo, desde el poder del significante. 

 En el encuentro desgraciado el problema más grave es que la implicación personal del padre, su pasión de padre, su obsesión por reivindicarse como padre -con p minúscula-, le impide actuar como intermediario, embajador, mensajero, entre su hija y la dimensión de la ley

 El padre no quiere mirar hacia otro lado, sobre todo no quiere mirar más allá, por lo cual dirige su mirada furibunda hacia su hija y su dama.

 Es una mirada de rechazo, des-calificadora, que des-autoriza aquello que su hija le quiere mostrar. (La escenificación del deseo en el acting out.)

 ¿Qué es lo que le quiere mostrar?

 Que ella tiene un deseo causado. (Esto es una redundancia, ya que un deseo, por definición, si no está causado no es un deseo, es una demanda.)

 Tener un deseo causado es mostrar inequívocamente que uno no está en posición de amo, simulando, a través de su yo fuerte, que es dueño y señor de su deseo.

 Y para que no haya dudas sobre su deseo tachado, bastardo, ella se muestra atraída por un objeto de la peor reputación, degradado, de la más baja estofa, rebajado manifiestamente a su condición de objeto-desecho: la Dama: Leonie von Puttkamer.



Toulouse Lautrec: pinturas sobre burdeles 

 Se trata de un objeto descocado, cocottado, descottado. (Perteneciente a la serie cocotte.)

 Y, el padre, en consecuencia, se queda acocottado.

 Que es lo mismo que decir en blanco o in albis.

 O sea, que no entiende nada de nada; que no sabe de qué va la cosa; por donde van los tiros.

 Probablemente sea porque con su mujer hay muy poco o más bien nada que rascar.

 Es el típico hombre con (sin) recursos (como el padre de Dora) que a su mujer la tiene a dieta absoluta, a pan y agua.

 Su esposa también hace locuras, se suelta de sus ataduras, flirtea, para gran escándalo de su hija, con el fin de que su marido se caiga del guindo y se entere que tiene una mujer.

 Este hombre no sabe lo que hacer con su hija.

 Simplemente, le ruega a dios que cese el escándalo.

 Como él no es capaz de meterla en cintura o en vereda prueba con Freud a ver si tiene más éxito.

 Cuando uno no sabe lo que hacer, a quién encomendarse, porque no sabe qué mosca le ha picado al otro, se enfada, se irrita, vocifera que "¡esto no puede continuar así, de ninguna forma, bajo ningún concepto!". (Los palitos no encajan en los agujeritos.)

 Esto es el superyó, el yo inflado, hinchado.

 Se rompe la baraja.

 Cuando se trataba simplemente de jugar con el muerto, de cartearse con la función paterna, es decir, de cortar y seguir barajando, de repartir juego.

 Son las cartas que se reparten las que deciden la jugada, no uno mismo.

 Se trata de tener la mejor baza.

 Para ello es imprescindible estar muy atento al juego, que nada nos distraiga de los signos que verdaderamente nos conciernen.

 El padre de Sidonie tiene un mazo de cartas pero solo sabe utilizarlo como arma arrojadiza, como proyectil.

 Justo lo que el padre de Sidonie no puede hacer es ser la garantía ausente que permite seguir jugando, el Otro barrado (A) que se constituye en la ley de la partida.

 II) Un padre acocotado y una cocotte

 El objetivo, la estrategia, de esta simpática mujer, histérica con apariencia de homosexualidad, con una fachada irónica de homosexualidad femenina (¿alguien sabe lo que significa esto si ella lo único que no quiere hacer es acostarse con la dama para así poder poseer a la dama toda?), es acogotar al padre. ("Inmovilizar fuertemente a una persona teniéndola sujeta por el cogote, para derribarla o dominarla".)

 Si alguien no lo sabe o no lo tiene claro, como yo mismo, el cogote es “la parte superior y posterior del cuello, donde este se une con la cabeza”.

 El cogote es una parte inaccesible del cuerpo, imposible de aprehender desde la propia mirada, a la que solo puede acceder el otro, dejándonos acogotados.

 Además es una zona de unión y de separación inter-partes.

 En resumidas cuentas, su deseo es acocottar a su progenitor, acogotarloa-desearlo.

 Para ello utiliza a una cocotte, un objeto de mala fama, del que todo el mundo -¡en público!- habla mal, pero hacia el cual (¡y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra!), también todo el mundo, mejor dicho, uno por uno, siente una atracción irresistible y secreta.

 ¿Alguien ha confesado alguna vez que se ha ido con una cocotte?

 Directamente, nadie; pero si nos fijamos en la gran cantidad de acogottados o acocottados que hay por el mundo, a lo mejor…

 Otra vez, insistimos: ¿qué es una cocotte?

 Una mujer de mala nota; una mujer que no da la nota; que no alcanza las notas más altas; que no llega ni al aprobado raspado.

 Una mujer ttachada, con la doble t de cocotte.

 Una mujer que nadie la aprueba; que todo el mundo la reprueba; la suspenden; la ponen una mala nota; pero es una mujer que fascina.

 El que esté libre de cocotte (de pecado) que tire la primera piedra.

 En este caso, en contra del criterio evangélico, si se trata de la piedra del significante, que hiere y marca, conviene tirar la piedra y no esconder la mano.


Mujer desnuda ante el espejo, de Toulouse Lautrec

 Es aparentemente paradójico que lo que le interesa a Sidonie de su dama, más que nada, es lo que la sociedad rechaza; lo que no se aprueba, reprueba, por la vox pública; justamente esa nota de mala nota; esa marca de mala fama (que linda con la in-famia); esa condición deplorable y reprobable que la tacha.

 Para los ideales sociales esto es degeneración, degradación, perversión, en sentido lato.

 Para Sidonie son los rasgos, las marcas significantes que hacen apetecible, apetitoso, al objeto, convirtiéndolo en el atractor extraño de su deseo.

 Estos rasgos o marcas significantes, que horadan al objeto, atraen como un imán al deseo, lo imantan en la buena dirección, en un campo electromagnético cuyos vectores de fuerza giran alrededor del borde de un agujero.

Campo electromagnético alrededor del eje de un anillo

 Prefiero hablar de agujero del goce que de agujero de goce.

 El segundo, el agujero de goce, evoca algo del orden de una pérdida, de una sustracción; que el campo del goce, del cuerpo, está agujereado, horadado.

 El primero, el agujero del goce, remite tanto a la pérdida como a la acumulación.

 Por un agujero se puede extraviar, evaporar el goce; al igual que depositar, almacenar, hasta el exceso, el excedente.

 Desde la clínica, al agujero del goce, mediante una expresión metafórica, lo voy a denominar la alcantarilla del goce.

 A través de una alcantarilla se eliminan los desechos, los restos del goce, a la vez que se depositan las inmundicias, las deposiciones.

 Por eso, las alcantarillas, de pascuas a ramos, se desbordan, inundándolo todo, con sus deyecciones y asquerosidades.

La alcantarilla del goce

 Muchas veces, cuando se quiere saber cómo gozan los parletrês, se analiza el agua infecta e insalubre de las cloacas, que permite obtener mucha información. (Por ejemplo, sobre el consumo de sustancias estupefacientes.)

 Leonie, para Sidonie, es una cloaca del goce.

 Ella, ahí, aunque parezca increíble, en la inmundicia, el fango, en el inframundo o demimonde, en aquello que no hace mundo, amputado del mundo, encuentra su satisfacción.

 Obviamente, se trata de una satisfacción (befriedigung) que está más allá del principio del placer, más cerca del dolor que del lust. (Por eso la llamamos goce.)

 Freud, en el análisis interrumpido de la joven homosexual, debería haber hecho, como lo ordena el discurso del analista, semblante del objeto @; o, lo que es lo mismo, de cloaca del goce, para la mayor satisfacción y contento de la joven Sidonie Scillag.

El discurso del analista: el objeto @ en posición de agente, de causa

 Lo que pasa es que ese espacio del subsuelo está lleno de ratas, cucarachas y otros bicharracos infectos.

 A nadie le gusta merodear por esos arrabales, por esas zonas miserables y degradadas.

 A pesar de ello, aunque no se trate de los Jardines Reales del Palacio de Versalles, que rebosan de orden y de belleza, en un psicoanálisis, también hay Parques reales (como el Retiro), construidos para disfrute y solaz de los paseantes del inconsciente. (Los incautos que erran o yerran.)

 El que se trate del agujero del goce nos impide olvidarnos que un agujero, en su estatuto ontológico y topológico, es efecto de una operación de corte.


El agujero éxtimo, exterior y central, excavado en la superficie de un toro, como efecto del corte significante

 Para Sidonie -¡y para el psicoanálisis!-, esas manchas que ensucian y afean la transparencia y la pureza de los ideales de perfección, integridad y belleza, son la expresión de una mujer que desea, que ama locamente, casi de forma erotomaníaca, desde lo que le falta. (Por eso, Sidonie, se ubica en la posición masculina del amante fiel, frente a la amada infiel.)

 La estrategia del deseo de Sidonie es la de acocottar al padre, con el fin de que se espabile y se comporte como un verdadero padre. (No como el Rey de bastos de la baraja.)


¿Basta con que un padre sea un Rey de bastos? 

 Su conducta con la dama tiene la función de un acting-out porque a través de ella le muestra -¡bien visible!- su deseo al padre.

 No solo esto, también le señala al padre que debe estar causado en su deseo por un objeto más allá de ella. (Por ejemplo, la madre.)

 Es una simplificación abusiva considerar que Sidonie Csillag es una maestrita del deseo, que les va diciendo a todos cómo hay que desear.

 Ella no se sitúa en posición de amo del deseo, de S1.

 Para poder tener un deseo necesita introducir a un tercero en esos asuntos tan peliagudos y enrevesados de las relaciones sexuales que no existen, que nos incomodan y perturban. (La angustia, aquí, es el afecto princeps, en tanto señal del sujeto.)

 ¿Por qué este tercero no puede ser el padre?

 De hecho, lo debería ser, de acuerdo a la lógica de la estructura.

 La primera vez que lo intentó con él le falló.

 Ella esperaba recibir de él el significante del deseo, el falo (Φ).

 El problema no es su frustración y desengaño por el amor que el padre ha traicionado al embarazar a la madre en vez de a ella.

 El quid de la cuestión es que el padre no le dio a ella lo que le correspondía, la marca significante, la función fálica, la f (x) de la falta, sin la cual nadie puede desear, sin la cual no es posible situarse, sin graves perjuicios, como objeto del deseo del Otro.

 Esta marca significante, esta función lógica, que es imprescindible para poder abordar desde el discurso el deseo del Otro, es evidente que solo la puede recibir de ese mismo Otro.

En este grafo queda claro que el sujeto solo puede situar y recibir el Phi del Otro

 El Otro de Sidonie es el padre.

 Por eso toda su conducta actinounesca se dirige de forma electiva al padre.

 A diferencia de los asuntos narcisísticos, que son individuales, locales y próximos; los asuntos del deseo son colectivos (dos pueden constituir una colección), singulares, universales y éxtimos. (Lejanos y próximos.)

 Por este motivo, todo este imbroglio del deseo, su cuestionamiento, se desplaza al campo del Otro, el lugar donde deberá decidirse, dirimirse, dictaminarse.

 Este desplazamiento separa radicalmente al Amo (el moi) del sujeto.

 Sidonie, a través de su acting-out, intenta que el padre se quede patidifuso, acogottado, alucinando en colores, cuando vea el resplandor del deseo que ella le muestra, lo más valioso que ha podido forjar para él.

 Acogottado significa que el padre se queda de una pieza, sin palabras, sabiendo que no sabe nada de eso que su hija, en la escena del acting-out, representa para él, con la colaboración estelar, como actriz invitada, de la insigne dama, perteneciente a lo más distinguido del demi-monde, Leonie von Puttkamer.

 Se trata de la spaltüng del padre ante el brillo enceguecedor de ese objeto único, inigualable, que es el @, la causa del deseo.

 Objeto destinado a caer, a constituirse, en su estatuto real, como resto irreductible de la dialéctica subjetiva.

 Pero resulta que algo falla.

 En vez de caer el objeto, cae ella, en su condición de sujeto. (Niederkommen lassen: dejarse caer.)

 Es que el padre se lo toma a pecho, demasiado en serio.

 Desconoce que lo que le está mostrando su hija tiene una estructura de ficción, de verdad.

 No quiere participar en la representación, en la performance del deseo.

 Rechaza el llamado de su hija a intervenir como actor invitado.

 No está dispuesto a actuar en un papel secundario; menos todavía a rebufo de esa Dama impresentable, acoconante. (El papel primus, en la escena de marras, de armas tomar, lo detenta el siempre velado objeto @; el secundus es el de padre, entendido como progenitor de los significantes.)


El objeto @, en el centro agujereado de la escena del acting-out

 Entonces, el padre, al borrarse de los títulos de crédito, provoca que todo lo que le muestra su hija quede des-acreditado.

 El deseo, al haber sido rechazado de la escena del Otro, el único escenario donde se puede sostener la fe del sujeto, desaparece en un fundido a negro. (Siempre acompañado del actor con más tablas, el @ de la causa, que, si no está en escena, habrá que buscarlo en el foso del apuntador.)

 ¿Qué lugar ocupa en la estructura Leonie von Puttkamer, la cocottísima de Sidonie?

 Es evidente que el lugar que ocupa es el del goce femenino.

 Por eso pertenece al demi-monde.

 ¿Dónde se puede encontrar ese goce tan refinado y particular?

 En el propio demi (mitad)-monde. (Mundo.)

 En aquella mitad que le falta al mundo para poder ser Un mundo, un Todo.

 En todo aquello que le impide al mundo unificarse, clausurarse sobre sí mismo.


Dos Cocottes - Ernst Ludwig Kirchner
 Sidonie quiere que su padre aprecie y agracie ese objeto para ella tan valioso. 

 Pero la mirada de desprecio del padre, que rechaza el objeto femenino, en tanto identificado con la falta, hace que la desgracia se abata sobre su hija. 

 Sidonie se ha quedado sin palabras. 

 El mundo la vomita de sus entrañas. 

 En ese momento, cae, se precipita, se proyecta fuera de la escena del mundo. 

 A esta caída del sujeto, en su condición radical de @, la llamamos un pasaje al acto

 ¿Pero el pasaje al acto no es el del padre, que, al no poder borrarse, al omitir su acto, aquel al que está llamado, la deja caer?

































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