La Clínica psicoanalítica y sus avatares

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado

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viernes, 27 de agosto de 2021

El caso del hombre de los sesos frescos (II): Introducción (2ª parte): Un caso de Ernst Kris reinterpretado por Jacques Lacan

 El caso del hombre de los sesos frescos

 Introducción (2ª parte): Un caso de Ernst Kris reinterpretado por Jacques Lacan

 Algo se ha aclarado, pero nada de su posición subjetiva ha cambiado. Seguimos en el terreno del plagio, es decir en el mundo de las ideas, caracterizado por la alternativa: tener / no tener ideas propias. El que no tiene ideas propias, si se acompaña de la pulsión conveniente -por ejemplo, la pulsión oral, incorporativa- se puede convertir en un plagiador-cleptómano. El que tiene ideas propias, y, además, son brillantes y valiosas, inmerso en el ambiente ultracompetitivo del American Way of Life, se puede convertir, si se pone a tiro, en la presa, en la víctima, de un plagiador, como quien dice un cazador de ideas (furtivo, ilegal).

 Es curioso, todo esto del plagio, que afecta a algo tan poco sustancial y vaporoso como las ideas, que, se las lleva el viento, que, circulan, loca y salvajemente por el mundo, sin que nadie pueda detener su marcha imparable, se relaciona con el derecho a la propiedad privada, que, desde Adam Smith, constituye el pilar fundamental del capitalismo (no es extraño que este problema del plagio, como síntoma, se plantee en los Estados Unidos, en la cuna del capitalismo más voraz y depredador). De hecho, toda la dialéctica en la que se basa el plagio, la del tener / no tener (porque donde unos tienen otros no tienen), se sustenta, real y filosóficamente, en el principio del derecho a la propiedad (poder usufructuar pacíficamente de los propios bienes, sin que nadie te los arrebate, aunque el resto del mundo no tenga ni para comer).

 Este paciente había robado, en su temprana juventud, golosinas y libros (por lo tanto, en su adolescencia era un cleptómano). En su edad adulta, su tendencia a la rapiña toma como objeto las ideas¡de los otros! (esta dimensión del Otro es esencial). Por eso, Kris, considera que se produjo un desplazamiento decisivo cuando su anhelo saqueador, depredador, pasó de las golosinas y los libros (algo más bien inocente e inocuo) a las ideas de los otros (algo de mayor gravedad y trascendencia, incluso penal).

 Kris se detiene, más bien se paraliza, en el yo; su objeto son los mecanismos de defensa; el yo es un compendio exhaustivo de mecanismos de defensa que, mejor, convendría no plagiar. Pero en una cura hay más objetos que el yo. El yo es uno de ellos que, lo más conveniente, sería ponerlo a un lado, en conserva, para que no nos moleste mucho. Ya se sabe que el moi es un foco mórbido de resistencias.

 Podemos hacer una lista, una serie, con los objetos variopintos que nos trae el hombre de los sesos frescos. Procedamos a su recopilación:

 Golosinas-Libros-IDEAS DE LOS OTROS-Tratados de investigación-SESOS FRESCOS-¿?

 Las ideas pueden ser frescas, en el sentido de estar vivitas y coleando, como pensamientos, en el cerebro de los bien pensantes (Pienso luego existo); o, estar en conserva, enlatadas, impresas como letras en un libro; en esta caso las llamamos significantes.

 En este asunto del plagio, el par principal es: IDEAS DE LOS OTROS / SESOS FRESCOS; entre estos dos términos hay una cierta incompatibilidad, por no decir que se dan de tortas.

 Ya hemos dicho que las ideas de los otros pueden estar inscriptas en un libro, conformando un texto escrito, en este caso las denominamos significantes, no tanto de los otros, como del Otro (Autre): los significantes en el lugar del Otro (el saber no sabido de los significantes en el inconsciente).

 En el par SIGNIFICANTES DEL OTRO / SESOS FRESCOS, a diferencia de las ideas, que son pesadas e inamovibles, hay concordancia, confluencia, conjunción, filia, rapport, en resumidas cuentas, feeling. Los significantes y los sesos frescos, aunque no se fríen en la misma sartén, tienen un buen maridaje en su plato más especial y suculento: sesos frescos cocinados al significante.

 En la primera serie de objetos, la más larga, la que abarca la historia del paciente y sus análisis, al final he puesto un signo de interrogación, que significa que hay un objeto fundamental que está ausente y que debería estar en este caso, aunque fuese a través de la interrogación y el señalamiento del analista: la mujer.

 Reescribamos la serie, ahora completa:

 Golosinas-Libros (significantes)-IDEAS DE LOS OTROS (plagio)-Tratados científicos (saber de la ciencia)-SESOS FRESCOS (objeto del deseo)-EL OTRO SEXO (una mujer).  

 Hemos repetido e insistido que, el plagio, los plagios, plagiar-ser plagiado, es un asunto netamente masculino, entre hombres, que compiten y se comparan entre sí, a partir de sus armas y dispositivos fálicos, fundamentalmente con las ideas, que son portadoras de un goce eminentemente fálico, que se escribe con el cuantificador del para todo:

  (varón) F (idea)à Φ idéico (goce fálico). 

 Las mujeres, o, mejor dicho, su goce, el femenino, suele mostrarse bastante desinteresado con respecto al combate, insistentemente narcisista, gonádico, viril, que compara entre sí, a ver quién la tiene más grande, las potencias-impotencias imaginarias, que se asocian a las ideas-falo (las ideas son falocéntricas y falocráticas).

 Las mujeres están en otra cosa. No en el más o en el menos, en el todo o nada, sino en el notodo, en aquel goce que se sustrae al goce fálico, que no pasa por la idea, sino por la marca (la letra) del goce en el cuerpo; goce, que, por definición, es imposible de ser plagiado, o, lo que es lo mismo, significantizado. En el caso del hombre de los sesos frescos las mujeres brillan por su ausencia.

 Es evidente que todo lo que es del orden de la mascarada femenina puede ser plagiado, copiado, con autorización o sin autorización, sobre todo por identificación; el ej. prínceps es la moda o las modas; en cambio, el goce femenino es imposible de imitar, de plagiar, entre otras cosas, porque no deja copia, huella, porque se construye alrededor de un vacío: es el vacío irrepetible, causa de la repetición, de la vasija, del vaso femenino.

 Otro par, que se chinchan mucho entre sí, que se hacen la puñeta, que se buscan las vueltas, con gran enfado del hombre serio (serie) y sesudo (no gustador de sesos frescos), responsable pensador (que se piensa pensando), sobre todo si es científico e investigador, espécimen que se mueve a sus anchas en el templo universitario, en la religión del saber, en los ritos del discurso universitario, es el formado por: LAS IDEAS-LA MUJER.

 Ya se sabe que no es lo mismo echarse una cana al aire o tener una relación sexual imposible con una mujer que no existe (dice Lacan, entre paréntesis, que No existe una plena relación o entendimiento de lo sexual; también dice que Lo imposible es la relación sexual en el sentido de complementariedad, de hacer de dos uno).

 Todo esto no quiere decir que las mujeres sean menos inteligentes que los hombres, que tengan una especial dificultad para el pensamiento abstracto o las ideas puras; ¡en absoluto! Las mujeres son tan racionales como los varones. La cuestión pasa porque las mujeres tienden, por naturaleza, a vaciarse de las ideas, con toda su carga pensante de significación fálica (sobre todo, suelen prescindir, en su abordaje dialogado y dialogante del objeto, de esa traba que constituyen los pre-juicios, las ideas fijas, los pensamientos circulares).

 Todo este problema, tan intelectual y legalista, del plagio o no plagio, si se quiere abordar sesudamente, con la mente fresca, libre de pre-juicios, de aprioris, de pensamientos obsesivos (valga la redundancia), circulares, cargados de significación, hay que llevarlo por el buen camino, que es el del deseo, el objeto y el goce (masculino y femenino).

 Todo lo que pertenece al campo del plagio de las ideas, que se tienen o que no se tienen, es goce masculino, fálico. Todo lo que escapa a lo intelectual o intelectivo, al peso pensante, al goce del sentido (jouissense: imaginario-simbólico), que desemboca en ese objeto, en ese desecho que son los sesos frescos, la casquería, pasa, inevitablemente, por la cocina de la mujer, por el Otro sexo, por el goce femenino, notodo.

 Es curioso que todas las interpretaciones de Kris sobre el plagio de ideas (por lo menos las fundamentales, las que transcribe en su artículo) giran alrededor de parejas o duetos masculinos (en un sentido técnico se podría hablar de una pulsión homosexual, sostenida en una dialéctica imaginaria, dual, a´-a, cuyo pivote estaría sostenido por el falo imaginario, por la condición esencialmente narcisista de serlo): el padre y el abuelo del paciente; el analizante y su alter ego: su eminente colega, su amigo-enemigo, su colega-rival.

 El mismo paciente nos confirma que el plagio pertenece al género masculino. Después de su análisis con Melitta Schmideberg, en el que había resuelto otro tipo de robos, de un carácter cleptómano, considera que este asunto del plagio (al tratarse de una problemática fundamentalmente masculina, fálica… entre falos anda el juego), solo lo puede resolver con un psicoanalista varón (¿por qué?): tercer dúo masculino: el analizante de los sesos frescos-Kris el analista.

 Todo esto del plagio es un duelo de pistoleros, pistola o idea en ristre, algo así como Duelo en Kris corral.

 El mismo paciente se siente un poco agobiado por haber abandonado su primer análisis con M. Schmideberg, que había ido bien, y, haber decidido iniciar un segundo análisis con otro analista con el fin de resolver su síntoma principal: el temor al plagio que le producía una inhibición intelectual, que interfería con su carrera y le impedía alcanzar los estándares que le demandaba la competitiva sociedad americana. Incluso, le dice a Kris, que no quiere que esta decisión suya perjudique a su primera analista, de la que se siente muy agradecido. Todo esto son racionalizaciones que dejan velado el hecho principal: M. Schmideberg es una mujer-analista. ¿No saldría huyendo de su primer análisis por el miedo a la mujer?

 El problema de este paciente es que se tiene que cocinar y comer su objeto él solito, sin el acompañamiento de su analista. Lo lógico es que en un análisis, que es una especie de comida totémica, el objeto lo cocinen de forma conjunta el analizante y el analista, que, el paciente ponga la materia prima, en este caso los sesos frescos al significante, y, el analista, la salsa de la interpretación, de la transferencia (si es necesario acompañado de música de salsa). Es obvio que, después de esta preparación culinaria en equipo, el que va a degustar ese manjar de los sesos frescos es el paciente. Aquí, con todo este asunto tan insípido del plagio, se olvida que no solo de pan vive el hombre, que es necesario que el objeto sea uno de los platos fuertes, el plato principal, del menú del análisis. Como en el restaurante de Kris no se sirve la especialidad del objeto, el paciente se lo busca por su cuenta, fuera-out del análisis, en esos coquetos restaurantes neoyorquinos donde, todos los días, después del análisis, se zampa -¡él solito!- una exquisita y exótica ración de sesos frescos (su plato preferido). En el acting-out, el objeto-out, está fuera de la transferencia, pero llama a la transferencia, a que el Otro se posicione mejor frente al deseo. Es una llamada a Kris para que acompañe al paciente en todo el proceso de elaboración, cocción, horneado, sazonamiento, presentación, del objeto de los sesos frescos.  

 El paciente, después de cada sesión, antes de ir a su trabajo, se va a degustar sesos frescos. Es evidente que esto le produce un goce que es justo lo que falta en su análisis, que solo trata de ideas, intelectos, pensamientos mil, yoes fuertes o débiles y mecanismos de defensa.

 El acting-out es la indicación, la señalización, el SOS, el aviso, la llamada de atención, dirigida al analista, al Otro, para que cambie de posición en la transferencia, y, caiga en la cuenta o caiga del guindo, de que, en un análisis, no solo se trata de ideas (plagiables o no plagiables), que hay una cosa esencial que se llama los sesos o los goces frescos, los sexos frescos o calientes, que no se puede dejar de lado, esperando en la puerta de la consulta indefinidamente, sin poder entrar.

 El analizante le dice a Kris que goza con los sesos frescos para que su analista no se olvide del goce, para que le abra la puerta de su consulta al Sr. O Sra. Sesos Frescos, que está llamando y esperando en el rellano de la escalera para poder entrar en el análisis. El problema es que Kris le hace oídos sordos a los llamados cada vez más reiterados del goce de su analizante.

 Es lógico que este paciente, cuando iba a buscar el menú de los sesos frescos, colgado detrás del vidrio de la puerta de su restaurante favorito, después de relamerse los labios, preguntase por la cocinera; incluso, que no dudase en indicar al camarero que, por favor, felicitase a la cocinera, que, como siempre, los sesos frescos estaban de rechupete. Aquí tenemos otra vez a la mujer, a esa mujer tan olvidada en el psicoanálisis kristeano, que es la cocinera encargada de cocinar el goce en su cocina, en esta ocasión para mayor satisfacción del paciente, porque lo que le cocina es su objeto, los sesos frescos, su plato predilecto, ese que no se lo salta un gitano, ni siquiera un muerto.

 Ya, Lacan, en el Seminario 11, de Los cuatro conceptos del psicoanálisis, ilustra también el objeto[a] con algo que tiene que ver con la gastronomía, en este caso con una gastronomía muy especial, muy del cuerpo. Se trata de un restaurante chino. El menú está en chino. Nos suena todo a chino. La diligente y amable camarera que nos atiende es psicoanalista. Uno, para saber lo que desea, lee el menú; pero, como está escrito en chino, no entiende ni papa, ni jota. Entonces, le demanda a la camarera que se lo traduzca. Esta es una de las dimensiones del acto analítico: el desciframiento, la traducción, la interpretación del deseo a partir del orden o del menú del día significante (la lectura del inconsciente, la perelaboración significante, es la condición del deseo, no a la inversa).Todavía hay algo más, sobre todo más real. El comensal, después de la amable traducción bilingüe de la camarera, siente el intenso deseo de pellizcarla en su delicado pecho (más en concreto, en el pezón). Lógicamente, se reprime. Este apólogo oriental nos lleva a afirmar que, como Tiresias, con respecto al deseo del analista, este no debe ser solo un adivino, un oráculo, sino que también debe tener tetas, mamelles, objetos [a].

 Una pareja significante que casa bien es esta: EL CORTE SIGNIFICANTE-LOS SESOS FRESCOS.

 Es curioso pero aquí se desarrollan dos tratamientos en paralelo. El primero de ellos está dirigido por Kris, y tiene lugar por las mañanas. El segundo, acontece al mediodía, en esos coquetos restaurantes de esa calle tan conocida de New York, en que la especialidad son los sesos frescos. El primer tratamiento, el más kristiano, ortodoxo, se desarrolla bajo los auspicios de la psicología más moderna y, a la vez, más antigua, más avanzada y más retrógrada: la psicología del Yo (que se ha dejado en el camino su marbete de inconsciente). Al segundo tratamiento lo podemos denominar actinounesco, o chaplinesco, se caracteriza por su transferencia salvaje con un objeto muy especial que son los sesos frescos (además es mucho más divertido que el primero, que es un poco tostonazo). No hay analista presente para cocinar y degustar con el analizante los sesos frescos. Aunque no hay que descartar que haya psicoanalistas-como o like, como el amable camarero o la laboriosa cocinera. En este segundo tratamiento, del que Kris no se entera, el analizante se echa una canita al aire, o se suelta el pelo, se permite ser original, fuera de toda esa pesadez de los plagios, que, al final, ya no se sabe quién plagia o quién es el plagiado. El paciente se convierte en un cazador de sesos frescos, y, ya dice el refrán que “El que anda en silencio, cazar espera”.

 Un sujeto, en un análisis, si quiere algo, solo puede ser acceder al enigma de su deseo, hecho o acontecimiento que llama a un acto, fundamentalmente de desciframiento, de interpretación (el deseo es la interpretación del deseo), en el marco de la transferencia de palabra, cuyo eje está constituido por el Otro del significante.

 Es evidente que, para abordar el enigma del deseo, se necesita un objeto que llevarse a la boca; y, sobre todo, que sea un objeto de deseo en toda su verdad y dignidad, como la famosa La Cosa (Das Ding), el objeto real, imposible de plagiar, que exige necesariamente, para que se haga presente, la intervención de la operación de corte significante en su incidencia de goce sobre el cuerpo (el saber es un medio de goce, afirma Lacan).

 En este caso, este saber culinario, tan extremadamente personal e intransferible, probablemente anclado en la historia, en el tiempo de la infancia, en las experiencias constituyentes, en la memoria de las recetas del Otro prehistórico e inolvidable sobre los sesos frescos, cumple con los requisitos mínimamente exigibles para que un análisis se dirija al más allá del principio del placer, atravesando lo que es del orden del yo y sus mecanismos de defensa, esencialmente plagiables (alienantes y engañosos).

 Todo el quid de este tratamiento gira alrededor de la búsqueda desesperada de un objeto que no se pueda plagiar. Por definición, un objeto de deseo, un objeto [a], no es plagiable; en cambio, un objeto común, de carácter imaginario, narcisista, que circula en el circuito m-i´(a), es, por definición, plagiable, en el sentido de especularizable, pasible de obtener de él una imagen especular, una falsificación, una réplica, una copia, su doble.  

 Plagiable o no plagiable, no deja de ser un objeto imaginario, yoico, y, todo ese vaivén de la autoría, de los derechos de propiedad, del copyright, hace referencia a su carácter especularizable, y, a todo el juego de identificaciones imaginarias, especulares, transitivistas, que lo acompaña.

 En cambio, todo el afán del hombre de los sesos frescos es hacerse, buscarse, encontrar, un objeto que no sea plagiable, en el sentido de no-especularizable, que carezca de imagen en el espejo, que escape radicalmente al orden imaginario, transitivista (Yo es el otro), alienante (Yo o el otro), de las identificaciones especulares, hechas de sombras de sombras, de reflejos de reflejos, de copias de copias (hasta el infinito), de plagios de plagios (hasta la eternidad).

 Resulta que ese objeto no lo encuentra en su análisis porque Kris está obsesionado por un abordaje en superficie. No se trata de encontrarlo en un lugar opuesto a superficie, por ejemplo en profundidad, sino en algo que sea heterogéneo a esta dimensión euclidiana de la altura, de la superficie-profundidad, en concreto en una operación topológica, desarrollada a partir del corte del significante, que, en su incidencia sobre el cuerpo, más allá de los efectos de significación (principio de placer), produzca un efecto de goce (más allá del lust).

 La búsqueda del hombre de los sesos frescos no es la de la materia gris del otro, con el fin de plagiarla, de apropiársela, a través de un acto de canibalismo. Su acto, el de zamparse los sesos frescos, tiene como condición haber encontrado un objeto de goce, cortado de la anatomía corporal (valga la redundancia), que es pura casquería, resto, desecho, del organismo. Este objeto es decisivo porque, en el fantasma fundamental, tiene la función de causa -¡perdida!- del deseo.

 ¿Cuál es la línea que toma Kris en su análisis enmarcado en la Psicología del Yo? Kris interpreta que la inhibición intelectual del sujeto tiene que ver con su historia, sobre todo con la relación con su padre, personaje que no había dejado ninguna huella dentro de su área laboral, a diferencia de su abuelo, una especie de sabio, un científico notorio. Así pues, este paciente tenía una compulsión a encontrar un Gran Padre -Grandfather en inglés, Gran- père en francés- es decir, un Padre Ideal.

 En su primer análisis con Melitta Schmideberg se había puesto en evidencia la tendencia del paciente a tomar, a quitar, a robar; en su infancia robaba dulces y libros, y, más tarde, hubo un desplazamiento decisivo hacia las ideas, produciendo la inclinación al plagio, al robo de ideas.

 El paciente, después de la interpretación de Kris, que le señala que él no plagia, que, simplemente, tiene un temor al plagio que actúa como un mecanismo de defensa contra sus impulsos a robar las ideas de los otros; en la siguiente sesión guarda silencio durante un lapso amplio, un silencio, según Kris, lleno de una especial significación, que anuncia algo importante, y, acto seguido, empieza a hablar: “Todos los días, le dice a su analista, al mediodía, cuando salgo de aquí, antes del almuerzo, y antes de volver a mi oficina, me paseo por la calle x, una calle bien conocida por sus pequeños y atractivos restaurantes y miro los menús detrás de las vidrieras; es en ese, en uno de esos restaurantes, donde encuentro de costumbre mi plato favorito, sesos frescos”.

 Esto parece confirmar la interpretación bien fundada de Kris en el sentido de la atracción inconsciente del paciente hacia las ideas de los otros; aquí, los sesos frescos, simbolizarían las ideas de los otros, inscritas en su materia gris.

 Todo el afán del paciente es encontrar una idea que no sea plagiable. Lo que se descubre al final es que la única idea imposible de plagiar no es una idea sino un objeto; en concreto, el objeto [a], que tiene ese carácter tan especial de no tener una imagen en el espejo, siendo imposible de duplicar, de plagiar; es un objeto único, portador de un goce singular, detentador de una marca impar (sin par).

 No hay sesos frescos como los que el paciente se come en el restaurante x; hasta el punto de que, cada vez que repite su plato favorito, son otros sesos frescos, diferentes a los que se comió la vez anterior.

 

jueves, 26 de agosto de 2021

El caso del hombre de los sesos frescos (I): Introducción (1ª parte): Un caso de Ernst Kris reinterpretado por Jacques Lacan

 El caso del hombre de los sesos frescos

 Introducción (1ª parte): Un caso de Ernst Kris reinterpretado por Jacques Lacan

 Este es un caso de un paciente del psicoanalista vienés (de Viena, para más señas), Ernst Kris, lanzado a la fama, al estrellato (curiosamente, por haberse estrellado con su analizante), por la corrección tan sesuda (“que muestra buen juicio, prudencia y madurez en sus actos”) que realizó J. Lacan a una intervención hecha con muy poco seso (“falta de prudencia o madurez”), después de devanarse los sesos, por parte de este psicoanalista, con el paciente bautizado para la posteridad como “El caso del hombre los sesos frescos” (evidente metonimia en que la parte da nombre al todo). ¿Cómo aparece este significante de los sesos en la transferencia?

 A esta cura analítica se la podría caracterizar como “La dirección de la cura y el poder de los sesos”. Ya se sabe que no es el buen o el mal seso del analista lo que dirige una cura. En este psicoanálisis el poder del sexo es sustituido por el poder del seso (esperemos que estos sesos estén verdaderamente frescos).

 En primer lugar hay que decir lo que significa “sesos” (frescos o pasados): “Es el término usado para referirse a un cerebro de animal generalmente en un contexto culinario, puesto que, como la mayoría de órganos internos y demás casquería puede emplearse como alimento”.

 Entre los usados con este fin están los de cerdos, ganado vacuno, pollos, cabras, caballos, ardillas y monos (esto es simplemente un aperitivo para lo que vendrá después, lo más suculento).

 Es evidente que, en todo esto, existe una evidente perversión de la alimentación, en todo caso de los gustos, que aproxima la casquería a la coprofagia en lato sensu: “Inclinación morbosa a comer excrementos u otras inmundicias”. Se trata de la inmundicia, en el sentido material, como basura o porquería, así como en el ámbito de lo espiritual: “Estar sucio, manchado, contaminado por algo”.

 Aquí tenemos a 3 + 1 protagonistas:

 1°) El psicoanalista principal o psicoanalista en jefe: Ernst Kris.

 2°) El psicoanalista del psicoanalista, el super psicoanalista o psicoanalista al cuadrado: Jacques Lacan.

 3°) El analizante: el gourmet o degustador del menú diario de los sesos frescos: el caníbal intelectual, el plagiario potencial.

 4°) El + (1): los sesos frescos como delicatesen culinaria, como plato exquisito, sazonado con el irresistible objeto @, la esencia del goce.

 ¿Quién es Ernst Kris? Un psicoanalista serio, de prestigio, con mucho predicamento en su círculo de analistas neoyorquinos, fuertemente locales e internacionales.  

 A  Kris, tratando de dar el golpe de gracia, la puntilla, en un análisis que pretende ser rotundamente ejemplar de la Psicología del Yo, se le calientan los sesos y los cascos, se lo piensa tanto, obra tan sesudamente, se devana los sesos de tal forma que, al final, hace una intervención tan sumamente y sumariamente seria, correcta y formalita, que se olvida de toda la casquería, de las inmundicias, los restos, entre ellos los sesos frescos, donde se fríe el goce, y, el paciente, en un guiño de complicidad o de falta de complicidad con su psicoanalista se zampa demostrativamente una ración de sesos frescos al acting-out.

 Si el acto tiene que ver con el objeto, Kris, en su madurez yoica, se olvida de acto, objeto y deseo.

 Hagamos un pequeño recorrido por la biografía de Ernst Kris (datos tomados del trabajo titulado “El hombre de los sesos frescos”, de María Dolores Castán; publicado en NODVS XXI; septiembre del 2007).

 Ernst  Kris (1900-1957) fue un psicoanalista vienés e historiador del arte. Entró en contacto con Freud a través de su prometida, Marianne Rie, hija de Oskar Rie, amigo íntimo de la familia de Freud.

 Kris era un experto en antigüedades y Freud tenía una buena colección de ellas; Marianne Rey presentó a Kris a Freud en 1924 para tratar sobre su colección.

 Kris, además de psicoanalista, trabajó como historiador de arte, publicando numerosos escritos.

 Como psicoanalista hizo importantes contribuciones a la psicología del artista y a la interpretación psicoanalítica de los trabajos de arte.

 Tras la ocupación de Austria por las tropas alemanas, Kris, entre otros países, emigró en 1943 a Estados Unidos.

 Formó parte de la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York y fue profesor del Instituto Psicoanalítico de esta ciudad.

 En su prolongada colaboración con Heinz Hartman y Rudolp Loewenstein hizo su principal contribución al desarrollo de la Psicología del Ego.

 Junto a Anna Freud y a Marie Bonaparte editó la primera edición de las cartas de Freud a Wilhelm Fliess.

 En el artículo de 1951 que se titula “Ego psychology and interpretation in psychoanalitic  therapy”, publicado en la revista “The Psychoanalitic Quarterly”, en 1951, nos encontramos con el caso de un paciente de Ernst Kris al que se le ha denominado “El caso del hombre de los sesos frescos”.

 Lacan menciona este caso polémico en:

 1º) “El Seminario sobre Los Escritos Técnicos de Freud” (1954).

 2º) En 1956, en “El Seminario de La Psicosis” y en el Escrito sobre la “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la verneinung de Freud”.

 3º) En 1958, en el Escrito “La dirección de la cura y los principios de su poder”.

 4º) En 1963, en “El Seminario de la angustia”, Lacan, relaciona el problema de la interpretación del síntoma con el acting-out

 5º) Y, por último, en “El Seminario sobre la lógica del fantasma” (1966-1967).

 “El caso del hombre de los sesos frescos”, cuya nominación, la forja de su nombre, se parece a la del Hombre de las Ratas, que usufructúa el nombre de su propio síntoma (otro ejemplo de metonimia): el tormento de las ratas.

 Esto de la metonimia, que se repite, que insiste, nos da una pista sobre el estatuto de los sesos frescos; adivinanza: ¿se tratará de un objeto metonímico?

 El protagonista de nuestra historia, “El hombre de los sesos frescos”, es un joven de unos 30 años, un hombre de letras, una especie de intelectual, también idealista, en su sentido más estrecho, cuyas propias ideas le saben a poco, le dejan más frío que caliente, por lo que se dedica a buscar en los otros, en el intelecto de otros intelectuales, las ideas que a él le faltan.

 ¿Y qué es lo que le falta? Hacer hueco, sitio, en el cúmulo, en el maremágnum de sus ideas, a la idea del deseo, justo la mejor idea, la idea por antonomasia, la que no se puede plagiar, porque nadie la tiene, porque es única, unaria (el trazo unario): la idea que falta o la idea de la falta, aquella de la que no tengo ni la menor idea (aunque sí el dulce aroma de los sesos frescos).

 Está, por un lado, la idea o el significante de los sesos frescos -el significante que falta en el lugar del Otro-, y, por el otro, el objeto-sesos frescos, en su condición de objeto del deseo, el objeto [a] del fantasma. El canibalismo es este paciente es bidimensional: simbólico y real.

 ¿Qué decir de la metonimia y del trazo unario, que convierten a este objeto, los sesos frescos, en único, y, por consiguiente, en algo imposible de plagiar?

 Con respecto a la idea-de-los-sesos-frescos, la idea-que-falta, se trata, como no podía ser menos, del objeto metonímico, del objeto que falta. Su marca patognomónica es el trazo unario: [-1].   

 El objeto que se come el paciente a la salida del análisis en un coqueto restaurante de barrio, su plato favorito, los sesos frescos, no es un objeto metonímico, es un objeto [a], cortado, caído, del cuerpo de un animal comestible (como el cerdo), que tiene ese carácter de resto, de desperdicio, de casquería (lo que se desecha, la inmundicia): el trozo de cerebro.

 ¿Cuál es la etimología de casquería?: “Podría provenir del verbo cascar (en latín quassicare), romper, quebrar, despedazar; por ser los trozos o partes del animal, que quedan después de ser despedazado para separar las partes más valiosas o apetitosas”. (http://www.diccionariocastellano.org/2021/01/casqueria.html).

 Describamos la riqueza objetal del mundo de la casquería: “Vísceras y otras partes comestibles de la res, cerdo u otros animales de consumo, no consideradas carne. Entrañas de un animal de consumo, incluidas partes consideradas despojos, como morro, orejas, manos o sangre. Despojos, vísceras, y partes comestibles que se extraen de los animales destinados a carne y que no están comprendidas dentro del término de la canal. En animales comestibles, todo lo que no es músculo. Casquería, asaduras, achuras o entresijos son términos empleados para aludir a las vísceras o entrañas de un animal del consumo. Productos típicos de la casquería, tales como el morro, oreja, manitas de cerdo, sangre, callos, hígado, lengua, corazón, sesos, riñones, papada, tuétano, ubres, pezuñas, carrillada, criadillas, mollejas, crestas de gallo, cabeza, gallinejas, asadura, bofes, estómago, tripa, lechecillas (páncreas), livianos (pulmones), zarajos, menudillos, rabo de toro, etc...” (Óp. Cit.)

 Continuemos con lo nuestro, con nuestra casquería propia, la del psicoanálisis.

 Este intelectual con aspiraciones de plagiador había tenido un análisis previo al de Kris con Melita Schmideberg, hija de Melanie Klein.

 El síntoma principal de este joven, que había quedado como residuo de su primer análisis, con

siste en una inhibición, causada por su temor (¡o por su tentación!) al plagio, que afecta a la publicación de sus trabajos de investigador universitario.

 Curiosamente, su síntoma, el impulso a plagiar -el plagio simbólico, que apunta a apropiarse de los significantes del Otro-, es lo único que le puede salvar del plagio imaginario, de su captura alienante por la imagen del otro (el yo ideal), porque, precisamente, un síntoma, y, sobre todo, trabajado a través de la interpretación en un análisis, es lo único que no se puede plagiar, porque es portador de la marca del goce del sujeto, y, de su hermana, la verdad.

 Un síntoma es lo más raro, extraño, extranjero, en el sentido de lo real, que posee un sujeto; por eso el psicoanalista lo cuida con mimo, como si fuese un bien precioso, una especie en peligro de extinción.

 La tendencia de un psicoanálisis es más la de alimentar el síntoma que la de provocar un estado de desnutrición sintomático.

 El problema, el error, casi de principiante de Kris, consiste en cargarse el síntoma del paciente, el encargado de guardar en su interior la carga de su deseo; ni corto ni perezoso le demuestra al paciente, con pruebas fehacientes e incontrovertibles, que él no es ningún plagiador; más o menos le transmite que se quede tranquilo, que es un buen chico, con sentimientos positivos, que, si alberga el temor de ser un plagiador, esto se debe a algún pecadillo de juventud (robaba golosinas y libros), lo cual, pronto, con los buenos consejos de Kris, superará.

 El tema es que su síntoma consiste en un deseo de plagiar el deseo del Otro (algo imposible de plagimaginizar, solo de significantizar) y, contra esto, no hay razones que valgan: o se acepta su deseo o se lo rechaza.

 Kris escoge la peor de las opciones posibles, la de cuestionar su síntoma, lo que acarrea, inevitablemente, el cuestionamiento de su deseo, lo que no va a dejar de tener consecuencias sumamente molestas en el análisis bajo la forma de un acting-out (que va a impedir que el psicoanalista se quede tan fresco).

 Como el síntoma no es una rueda de repuesto no se puede cambiar; la única alternativa es comprarse otro, porque, ¡oiga!, Mr. Kris, yo no puedo vivir sin un síntoma, que es mi partenaire, el partenaire-síntoma, al que estoy identificado (identificación al sínthoma); el analizante, sin dudarlo ni un momento, se va al store del inconsciente, y se compra un nuevo síntoma, más potente y con llantas de aleación: el deseo, de lo más pulsional, de sesos frescos (¡lo demás me trae al fresco!); es evidente que esta es una decisión de lo menos sensata, poco acorde con la madurez exigida a un intelectual, a un hombre demandado por sus ideas.

 El querer ser más que nada un plagiador, un robaideas, casa muy mal con los oropeles y las galas universitarias, con los ideales Sorbonarios; menos todavía querer sorberle el seso al colega.

 ¡Kris, Krash, cataplás, ruido de kristales rotos, Kris ha hecho añicos el objeto de deseo del paciente, el objeto-síntoma, el objeto-plagio, aquello que le otorga su ser de plagiador!

 Con los vidrios rotos, hechos añicos, caídos por el suelo, el hombre de los sesos frescos, alerta, despierto, espabilado, va a reconstruir un nuevo objeto de deseo, un (a) otro [a] causa del deseo: el objeto-sesos frescos. ¡Ya tenemos un nuevo jarrón de la abuela!        

 Este síntoma, el deseo controvertido de plagiar, por llamarlo por su nombre, constituye su queja principal, al manifestarse como una barrera intelectual poderosa debido a que el joven deposita todas sus esperanzas en la promoción profesional que sus publicaciones pueden favorecerle.

 Por todo esto, aquí interviene un deseo de triunfar, de tener éxito en la vida, y, algo que se atraviesa, una piedra en el camino, un palo entre las ruedas, lo más perturbador y trastornante de un síntoma enigmático, antihomoestático, antiadaptativo, que arruina su ideal de ser un hombre de pro (como el abuelo, el Great-Father, el Grand-Pere, el sabio de la familia).     

 Su queja se apoya en la convicción angustiante de ser un plagiador, es decir, aquel que no tiene ideas propias, que no puede tener otras que las que obtiene tomándolas, sin permiso, furtivamente, robándolas, de los otros, en su caso, significativamente, de un íntimo amigo suyo, a la vez rival, competidor, en estos asuntos catedraticios o catedralicios.  

 ¿Cuál es el punto crucial del análisis?

 El paciente está a punto de materializar su plan de trabajo que ya estaba preparado para su publicación; en ese momento tiene una sesión con Kris, y, le dice, muy afectado, que acaba de descubrir en la biblioteca un tratado de su colega, publicado hacía unos años, en el que se encuentra desarrollada la misma idea central que contiene su propio trabajo. El joven teme haber plagiado el texto que va a presentar: “Su primer análisis le había enseñado cómo el miedo y la culpabilidad le impedían ser productivo; y en qué consistía su <<incesante necesidad de tomar y de robar que se había manifestado en la pubertad>>. Actualmente es asaltado en forma permanente por la compulsión de tomar las ideas de los otros -lo más frecuente, las de un joven y brillante colega (un amigo íntimo) con quien se pasa, en un escritorio vecino al suyo, días enteros discutiendo. Un día me anuncia súbitamente, cuando todo está listo para la publicación efectiva de uno de sus trabajos, que acaba de descubrir, en la biblioteca, una publicación ya antigua que desarrolla la misma tesis que la suya. Este texto no le era extraño ya que lo había ojeado poco tiempo antes. Se presenta tan extrañamente serio y excitado, que creo adecuado interrogarlo en detalle sobre ese texto que teme plagiar... “(Aparecido en “The Psichoanalytic Quartely, XX, enero 1951, pág. 15-30”. Traducido por Michel Sauval a partir de la versión de Jacques Adam aparecida en “ORNICAR, Nº 46, julio / set. 1988, pág. 5-20”).  

 A Kris esto lo lleva a indagar, a interrogar al paciente, en la propia sesión, sobre las características, sobre el contenido literal de dicho tratado, con nombre y apellidos, supuestamente plagiado; ambos dialogan, discuten detenidamente sobre ese texto sospechoso, y, al final, el propio Kris llega a la conclusión, que transmite al analizante, de que en el tratado de su eminente colega, de su amigo-enemigo, no hay ninguna alusión a la tesis central de su investigación, por lo que descarta (n) todo posible plagio. ¡Albricias! ¡Happy end!: “(…) Se presenta tan extrañamente serio y excitado, que creo adecuado interrogarlo en detalle sobre ese texto que teme plagiar. Su examen minucioso demuestra entonces que dicho documento antiguo contiene referencias útiles para su propia tesis, pero de ningún modo atisbo alguno de la tesis misma. Nuestro paciente le había hecho decir al autor exactamente lo  que él había querido decir. Una vez esto admitido, el problema del plagio adquiere entonces un nuevo giro: rápidamente se evidencia que el eminente colega se ha apoderado de modo reiterado de ideas del paciente, las ha arreglado a su gusto y demarcado sin hacer mención. El paciente tiene la impresión de oír por primera vez una idea firme, indispensable, para la maestría en su propio tema, pero como sería la de su colega, le está vedado utilizarla.” (E. Kris, Óp. Cit.).    

 Kris, después de lo que él denomina un abordaje por la superficie, que se dirige, sobre todo, a la primera barrera defensiva, a los mecanismos de defensa del yo, le da todas las garantías de que él no ha plagiado, que es, él mismo, el que le hace decir al eminente compañero lo que él quiere decir (yo soy un plagiador). También, el propio Kris, repitiendo la jugada, le hace decir a su paciente lo que él mismo quiere decir: usted no es un plagiador. De esta forma, al demostrar la intencionalidad de su mecanismo de defensa, lo desmonta: “Usted se presenta como un plagiador con el fin de prevenirse de plagiar realmente; usted se reconoce como ladrón, no siendo en realidad ningún ladrón, para no meter la mano -¡u otra cosa!- donde no debe meterla”. 

 Esto no se queda ahí. El mismo Kris va más lejos en su intervención. A continuación del análisis minucioso del manuscrito del eminente colega se atreve a formular que, por más eminente y amigo que sea, era él el verdadero plagiador -¡detengan al ladrón!-, el que había tomado, sin permiso, en varias ocasiones, las ideas del paciente, las había adornado y repetido, presentándolas como propias y originales; se ha dado la vuelta a la tortilla; es el cuento del alguacil alguacilado o del plagiador plagiado.

 En realidad, ¿qué ha cambiado? Ha pasado de ser plagiador a ser plagiado. ¿Es mejor ser plagiado que plagiador? Lo que no hay que perder de vista es que todas estas deducciones, en absoluto inocentes, que saca Kris, han sido inducidas por el propio analizante (desde la astucia de su inconsciente).

 En esa sesión clave, el analizante, ha pasado de no tener ideas propias, de querer robárselas a los demás, de ser un plagiario, a tener ideas propias -¡y, además, buenas y originales!-, por lo tanto a no tener necesidad de choriceárselas a nadie, al contrario, acaba convirtiéndose en el oscuro objeto del deseo de todos los plagiadores habidos y por haber (que pululan como ratones de biblioteca, hambrientos y voraces, en las cátedras universitarias).

 A lo mejor, lo que se le podría haber interpretado es que, si atribuía sus propias ideas a los otros, era por ser incapaz de percatarse, de reconocer, sus propias ideas, las suyas; dicho de otra forma, que no era capaz de escuchar sus propias ideas, de prestar oído a ese Otro que habla en él, que le habla (Donde pienso, no soy; donde soy, no pienso); esto implica, paradójicamente, el doloroso reconocimiento de que él mismo es incapaz de generar la menor idea propia (plagiable o no plagiable).  

 Como en todos los bailes de disfraces, una vez que caen las máscaras, y, los verdaderos rostros quedan al descubierto, resulta que sale a la luz que su eminente colega no era tan eminente, y, él, tan aparentemente roba gallinas (ladrón de poca monta), de su condición de plagiador de las ideas del otro no tenía ni la más mínima noción, ni la más remota idea (por lo tanto no podía plagiar). ¿Cómo es posible plagiar si no se sabe que se está plagiando, que es materialmente imposible plagiar porque nadie es dueño de sus ideas (las reclamaciones, al negociado del inconsciente)? 

 Conclusión: sin que él lo supiese, el plagiario era su compañero, el otro investigador, su amigo-enemigo, su rival en cuestiones intelectuales. La pregunta, que surge de inmediato, es: ¿cómo es qué él no se había dado cuenta? ¿Cuál era la venda que le tapaba los ojos? Respuesta: las defensas yoicas excesivas, hipertrofiadas, consecuencia de la debilidad de su yo (moi).

 Más allá de interpretar en superficie, ¿no debería Kris haber explorado más a fondo la relación entre su paciente y su eminente colega, su vecino de escritorio, con el que no paraba de hablar día tras día de lo humano y de lo divino?

 ¿De qué hablaban, mesa con mesa, los dos colegas, en sus largas jornadas de trabajo? ¿Sólo eran charlas intelectuales, sobre investigaciones, publicaciones, promociones, currículum vitae? Seguro que no. Además de ideas, de comparación entre ideas, a ver quién las tiene más grandes, como con los peces y los panes del padre, a lo mejor hablaban también de mujeres.

 Es curioso que en todo este asunto del plagio estén ausentes las mujeres. ¿Es que no hay mujeres investigadoras, intelectuales, creadoras, originales, dignas de ser plagiadas? Parece que lo de plagiarse es cosa de hombres: yo plagio, tú plagias, él plagia, nosotros plagiamos… ¿Es posible plagiar a una mujer?

 Aunque no sucede así en el caso del significante, del saber no sabido, es como que algo de la idea, del pensamiento -el objeto del plagio-, deja fuera, expulsa de su dominio, el de la razón pura, al goce de la mujer. Por eso hay hombres que dicen, con total desparpajo, que las mujeres nunca tienen buenas ideas (cuando las tienen, suelen ser malas). Otros dicen: ¿A dónde nos llevarán las mujeres con sus ideas? Se entiende que se trata de ideas disparatadas, locas, absurdas, extremistas, nada sensatas, en absoluto razonables e intelectuales. Desde aquí se entiende que nadie quiera plagiar, y, menos que nadie, una mente formada en el discurso universitario, las ideas (de unas) locas. Estas ideas locas, si nos llevan a algún lado, solo puede ser al desprestigio, al fracaso, a la sonrisa irónica, a la mirada de pena, en ningún caso a la promoción profesional, al reconocimiento intelectual, al éxito social, al ascenso de grado académico.

 Aunque no hay que olvidar, para mayor gloria de las mujeres, que las ideas locas (a las que llamamos significantes), incluso las propias mujeres locas (si uno no piensa que, cualquier mujer, por el hecho de ser mujer, está loca), también nos pueden llevar al goce, vía el objeto [a], bajo la forma contingente de unos buenos sesos frescos.

 Pero Kris no solo explora la planicie del yo; corrobora sus descubrimientos acudiendo a la historia del paciente, donde aparecen los personajes verdaderamente significativos de su historia, que, ¡oh sorpresa!, son todos de género masculino: ¡Entre hombres anda la cosa! ¿Qué lugar ocupa la mujer en la vida de este obsesivo, hiperestudioso e hiperresponsable, que se mueve como pez en el agua en el ámbito asexuado de las ideas, y, como un auténtico pato cojo en el campo del deseo, del significante, del goce, de las relaciones (o no relaciones) con el otro sexo (escrito: el Otro sexo: La Mujer que no existe)?

 Curiosamente, Kris, todo lo aborda desde el punto de vista del temor al plagio, el síntoma principal del paciente, aquello que le suscita su mayor queja, que determina una grave inhibición en su vida profesional, impidiéndole desarrollar todas sus potencialidades intelectuales, así como alcanzar el progreso que le correspondería en su carrera de acuerdo a sus capacidades y méritos.

 Kris le demuestra que, él, aunque cree ser un plagiario, en realidad no lo es; que, en la realidad de la buena, firme y segura, son los otros los que le plagian a él, por lo que su condición es de sujeto plagiado (igual a perjudicado, damnificado); si está convencido que es un auténtico plagiador es con el fin de prevenirse para no caer en el pecado (¡o en el delito!) de plagiar realmente, eso a lo que le conducen sus deseos inconscientes de robar las ideas de los otros (enraizados en una pulsión oral, canibalística, voraz y destructiva, que, ya, en su tiempo, le movió a robar golosinas y libros).

 En esa sesión, el paciente ha pasado de sujeto-plagiador a sujeto-plagiado, quedando claro (desde la psicología del yo) que sus temores de plagiar, que le provocan un inhibición intelectual, constituyen un mecanismo de defensa contra sus deseos de plagiar (robar, tomar, coger, arrebatar, sustraer, las ideas de las otros).