La Clínica psicoanalítica y sus avatares

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martes, 5 de agosto de 2014

¿Tiene cura la neurosis obsesiva?

I) La imposible cura de la neurosis obsesiva





El Hombre de las Ratas  

 ¿Tiene cura la neurosis obsesiva? 

 Se trata de no fallar (le) con el obsesivo. 

 La cuestión se va a centrar fundamentalmente en la vida amorosa del obsesivo.

 En el caso del Hombre de las Ratas nos encontramos con esa figura paradigmática que es la Dama de sus pensamientos (Sigmund Freud; "A propósito de un caso de neurosis obsesiva [El Hombre de las Ratas]"; 1909; Obras Completas; Vol. X; Amorrortu Editores.) 

 Se trata de una figura idealizada que hay que preservar de toda mancha, de toda contaminación. 

 Curiosamente, junto con la figura paterna, es el objeto central de su fantasma: el tormento de las ratas.

  Además, en su historia, se desencadena ese conflicto insoluble, antinómico, debido a que consta de dos términos, que se oponen recíprocamente en una tensión imaginaria, dual: mujer rica-mujer pobre.

 ¿En qué se puede sostener la elección de una mujer? 

 ¿Qué es lo que dificulta el acceso de un sujeto a la mujer, al goce femenino, al Otro sexo? 

 Aquí, el obsesivo es ejemplar. 

 Es evidente que, esa cualidad de la mujeridad, de la riqueza-pobreza, hace referencia a un objeto muy concreto, el dinero, al que podemos calificar de objeto fálico. (Debido a que entra en el intercambio fálico de los bienes que circulan.) 

 Este objeto, en este caso representado por el dinero, opera según la lógica del tener (el falo)-ser (el falo) 

 Es manifiesto que, en el caso de mujer pobre-mujer rica, la lógica interviniente es del orden del tener-no tener el falo (Φ)= dinero.


Las ratas que manchan el espejo transparente

 La mujer rica, tiene dinero (el falo: ), por lo tanto no está castrada. (Pero sujeta a la amenaza de castración: -Φ.)

 La mujer pobre, no tiene dinero (el falo: -Φ), está castrada (en el fantasma del obsesivo esto se significa como: dañadadeteriorada herida); pero tiene la ventaja de que puede recibir del otro lo que le falta como un don de amor.

 Hemos entrado en el universo de la demanda.  

  En la perspectiva de tener-no tener el falo, castrado-no castrado, se halla el horizonte, siempre fugitivo, de ser el falo

 De forma homóloga, la dialéctica mujer pobre-mujer rica, se rige por el más allá de La-mujer-no-tachada. (Léase: Mujer-sin-tacha; sin-mácula; sin-falta; no deseante: La Madre, el Otro primordial.) 

 Detrás de la mujer idealizada, exaltada, en este caso La Dama, está La-Madre-no-castrada, detentadora del falo simbólico, del cetro real, del Significante de la Ley: Φ.

 La Dama está en la posición de ser el falo.

 Su presencia-ausencia no se inscribe en el registro del tener, sino en el del Ser. (Con mayúsculas.)

 La dialéctica tener-ser el falo se inscribe en el registro de la demanda de amor.

 Se trata de tener el falo, el objeto de la falta, metonímico, para poder serlo, en el afán imposible de hacer-se Uno con el Otro.




El goce de la rata
  
 El dinero, en tanto objeto fálico, sujeto a la lógica del tener, de la demanda, puede estar marcado tanto con un signo positivo como negativo.

 La mujer-rica -fálica-, es portadora de un signo positivo.

 De ella emana un brillo fálico, un reflejo narcisístico, una sombra de promesa, que, en su mascarada, la convertirá en un objeto sobrestimado sexualmente a los ojos del hombre.

  La mujer-pobre, castrada imaginariamente, virgen-puta, es marcada con un signo negativo, con el que se la idealizará, amará, en un anhelo por salvarla, rescatarla, restituyéndola lo que le falta, reconduciéndola por el buen camino. (En caso de que se hubiese extraviado.)


El lecho de las palabras

  Esta lógica fálica se puede representar por una sucesión infinita de signos positivos y negativos que se alternan por encima de la barra de la castración.

 Por debajo de la barra circula el objeto fálico, metonímico, marcado con un signo negativo, causa de la falta-en-ser.

 Es el hurón o la sortija que se desplaza de mano en mano en el juego psicoanalítico.

 En el espacio vacío entre los más-menos significantes (+ -) asoma su hocico por un instante indeterminable el a-topillo del deseo.

 En la lógica de la sexuación, elaborada por Lacan, hay un lado masculino, fálico, y un lado femenino, notodo fálico.


Las fórmulas de la sexuación

 El lado masculino parte de  la existencia de la excepción a la Ley de la castración: Existe al menos uno que dice no a la castración.

 Lo masculino, se constituye como un universo, un conjunto cerrado: Para todo x phi de x.

 En cambio, en el lado femenino, no hay excepción: No existe x que diga no a phi de x.

 No hay un universal de las mujeres, un para todas.

 La mujer (no-tachada) no existe.

 Las mujeres se constituyen como un conjunto abierto, lo que obliga a abordarlas una por una. (No hay nadie que tenga experiencia con las mujeres.)

 El goce femenino se constituye como notodo: No para todo x phi de x.

 El goce de la fémina no es todo fálico; o es notodo fálico.

 Existe un goce femenino, otro, del cuerpo, más allá del falo.

 El cuadro de la sexuación, en el lado femenino, está atravesado por una flecha que se dirige desde La mujer tachada al S (A).

 II) Lucrecia y Judith

 Para trabajar esta cuestión de la elección amorosa en el obsesivo, voy a tomar algunas referencias, recogidas del libro de Michel Leiris titulado la Edad de hombre. (Maestros del Siglo XX; Ed. Laetoli; 2004.)

 Esta obra es la primera parte de un proyecto autobiográfico, comenzado en 1939.

 En el recuerdo de Leiris, como en el caso del Hombre de las Ratas, también aparece la oposición, así como la solidaridad, entre dos figuras de mujer: Lucrecia y Judith.

 Es llamativa esta escisión del objeto femenino, a la que podemos calificar de fantasmática.

 Se proyectará algo de luz sobre esta enigmática disociación si se piensa que lo que está en el trasfondo es la bi-partición de un falo muy particular, el de la Madre, que la constituye como Madre fálica. (No-castrada.)

 En Leiris, en sus remembranzas, se encuentra una serie fantasmática, regida por dos figuras de mujer: Lucrecia y Judith.

 La primera de ellas, Lucrecia, que, después de ser violada por Sexto Tarquinio, se suicida delante de su padre y de su marido, es la figura de la mujer herida o dañada. (El equivalente de la mujer-pobre del Hombre de las Ratas.)

  En cambio, Judith, que asesina a Holofernes, después de haberse acostado con él, cortándole la cabeza, expuesta como objeto de horror sobre las murallas de Betulia, es el prototipo de la mujer fatal, seductora, que no se detiene ante nada, cuando está en juego la realización de su deseo, el logro de su goce (la mujer-rica)

  A través de los fantasmas de Leiris, siguiendo las huellas de estas dos mujeres, nos acercamos a lo que Freud sitúa como la escisión del objeto femenino en la elección amorosa del varón (S. Freud; "Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa"; Obras Completas; Tomo XI; Amorrortu Editores.)

 Escisión de la mujer entre la Madre y la Prostituta, entre el objeto de amor y el objeto del deseo.

 La mujer a la que se ama, pero que no calienta; la mujer que calienta, que atrae sexualmente, a condición de que no se la ame, que aparezca como un objeto degradado, como una puta.

 Lucrecia, el objeto de amor, es la Madre, la Santa.

 Judith, el objeto sexual, es la Puta; pero, como señala Freud, es también la Madre, la que se acuesta con el padre. 



Artemisia Gentileschi: "Judith decapita a Holofernes"