La Clínica psicoanalítica y sus avatares

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domingo, 12 de julio de 2020

La monstruosidad del deseo en Escher (XIV... para concluir)

El belvedere neckeriano formando parte de un tejido de cubos
  
 ¿Alguien da más?
  
 Es posible juntar y conjuntar cubos, diseñar un tejido, fabricar un tapiz, un entramado o enramado borromeano de cubos de Necker, como única forma de resolver el misterio de su deseo (¿de quién?). 

 De esta operación conjunta, conjuntiva, nexual, por mor de textual o de sexual,proporciona una prueba fehaciente el cuadro "Belvedere" de Escher.

Mármol enramado

 Hay dos escenas: a la derecha, mirando hacia el este, el edificio del belvedere, con su bella vista, fuente de todos los engaños, los trampantojos; a la siniestra, enfilando hacia el oeste, la plataforma sobre la que se sostiene y alza el belvedere; observada desde lo alto, a vuelo de pájaro, se nos muestra como un gran tablero de ajedrez. 

 Una tela escocesa puede servir de metáfora textil de este tablero donde se despliegan todas las piezas, tácticas, estratégicas y políticas. 

Las grandes batallas ajedrecistas siempre se juegan en un tablero escocés (el lugar de lugares)

 Esta semejanza de la base del belvedere con un gigantesco tablero de ajedrez o con una tela escocesa nos viene como tela al dedo por ser el índice que apunta a la dimensión esencial del tejido

 En este caso se trataría de un tejido formado por pequeños cuadrados o cubos.

 El belvedere es un gran cubo neckeriano dispuesto como una pieza de ajedrez sobre un tablero donde se trenzan cuadraditos blancos y negros (¿Qué piezas elige usted? ¿Las blancas o las negras?).
El suelo del Belvedere

 O -¿por qué no?-, lo que se ve es lo que es, un embaldosado, una terraza. 

El embaldosado del belvedere, con sus cuadrados, triángulos, y, sobre todo, el losange (rombo) del cubo de Necker

 Ese floor del belvedere, auténtico terrazo, podría ser -¿por qué no?- un auténtico y genuino mosaico romano, hecho con piezas cúbicas, que provoca una trampantojeante y carcajeante ilusión de perspectiva.

Mosaico romano constituido al mismo tiempo como un auténtico e inauténtico tejido de cubos
 
 No habría que descartar que en todo este asunto hubiera un niño jugando alegremente con unos cubos.

 Este es el factor infantil que no deja de estar presente en cualquier síntoma; obviamente, en su conexión con la sexualidad infantil, esa que es perversamente polimorfa; o, mejor dicho, polimorfamente perversa (lo verdaderamente perverso es transformar los órganos del cuerpo en significantes). 

Los cubos de los juegos infantiles

 Es curioso pero los romanos también jugaban como los niños a acumular cubos (¡Son como niños!).

 Es obvio que en este juego de disponer cubos en montones, como fichas apiladas al azar, para que después se caigan, se derrumbe estrepitosamente la bella y erecta construcción, interviene un goce de lo más enigmático, real (lo segundo tiene que ver con lo primero: es enigmático porque es real; si no, sería directamente abusivo, imperativamente sadiano).

Mosaico romano que demuestra que esta gente tan emprendedora gozaban como auténticos niños con la acumulación de cubos

 Añadimos, acumulando interpretaciones, como si se tratara de levantar una montaña de cubos, que la base del belvedere, además de un tablero de ajedrez, una tela escocesa o unos cubos infantiles, podría ser (no-ser) también un mosaico romano.

El suelo del belvedere podría ser un bello mosaico romano

 ¿Qué es lo que haría un niño con uno o varios cubos de Necker?

 Inmediatamente se pondría a jugar con ellos, a lanzarlos por los aires, patearlos, hacerlos rodar, ponerlos unos encima de otros, aplastarlos, etc. 

De esta forma, dejarían de ser objetos para transformarse en significantes, en acosas, puros instrumentos de la nada, estrictamente articulatorios, nexuales.

 Los cubos de Necker, capturados por el goce del juego (o el juego del goce), se habrían cosificado

La cosificación significante, azarosa, contingente, de los cubos de Necker

  La misma operación de cosificación o significantización se produce al transformar los cubos de Necker en dados, objetos que responden a las leyes del azar (contingentes) y a las del propio juego (necesarias); siempre contando con la incidencia atravesada e incontable de lo real como imposible.

 El problema es que Galileito quiere resolverlo todo desde el saber de La Ciencia (con L mayúscula); no se da cuenta que la cuestión decisiva pasa por poder jugar con el cubo de Necker, siendo necesario, conditio sine qua non, transformarlo previamente en el cubo de goma de un niño o en el dado de un tahúr... ¡o en un cubilete!

Los cubiletes de Necker

 Hay que agitar enérgicamente los cubiletes de Necker en la coctelera del belvedere para que los dados, igual que humildes cubitos de hielo, adquieran el ritmo baraka de la salsa.

Una auténtica coctelera de Necker danzando a ritmo de salsa

 Hablando de salsa, a continuación transcribimos la letra de una salsa de lo más salsera y sabrosona:

"Yo quiero esconderme nena bajo de tu saya para huir del mundo
Pretendo también suavizar el enredado de tus cabellos
Dale una transfusión de sangre a éste corazón que es tan vagabundo
Mas dejo de hacer mis dengos y prenderte velas para mis avelos
Mas dejo mi alucinamiento de hacer trabajos para mis afectos
Tú quieres ser exorcizada por agua bendita de mi mirada
Que bueno es ser fotografiado más por las retinas de tus ojos lindos
Me dejas hipnotizarte y acabar de vez tu agonía
Y ven a curar tu negro que llegó borracho de la bohemia (coro) (bis)
Yo quiero ser pacificado por el aguardiente de tu amor profundo
Que bueno es ser fotografiado más por las retinas de tus ojos lindos
Borrando la palabra pena en el diccionario de la vida mía
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Matando con una sonrisa de los labios tuyos mi melancolía
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Tu boca dice que tú no quieres, pero tus ojos dicen mentiras
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Mas dejo de hacer mis dengos prendiendo velas pa´mis letanías
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Es que yo quiero hipnotizarte con las notas de mis melodías
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Ay nena linda dime que sí y tu condena terminaría
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Yo quiero esconderme nena bajo de tu saya para huir del mundo
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Yo quiero ser pacificado por el aguardiente de tu amor profundo
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Da vergüenza ésta condición, quítame ésta melancolía
Y ven a curar tu negro que llegó borracho de la bohemia…" (Mi sueño; Willie Colon).

   
 Los dados-beldeverianos de Necker y los cubitos neckerianos de hielo-belvedere son primos hermanos, tal para cual, el uno no sin el otro, por lo que pueden sustituirse metafóricamente.

cubito de hielo neckeriano, en plan pilé o granizado

  También -¿por qué no?- ese suelo cuadriculado del belvedere puede ser un plano de perspectiva con su proyección al infinito.

Plano de perspectiva al infinito, con su punto de fuga y todo

 Y, sobre todo, lo que hay que captar ahí es un tejido de cubos de Necker visto a vuelo de pájaro. 

Teclado de ordenador infinito, visto a vuelo de pájaro

 Lógicamente, desde las alturas, lo que vemos es la cara superior de ese entramado de cubos de Necker.

Dos cubos de Necker machihembrados 

 Esa especie de ariete, de barra macho, que liga los cubos entre sí, está representada en el cuadro por la escalera divertida (the funny ladder).

Belvedere´s funny ladder

 Lo que más nos interesa es transformar esa cuadrícula en un tablero de ajedrez. 

 En un experimentus mentis einsteniano, Galileito, deberá transformar ese cubo de Necker en uno de ajedrez, es decir, en una pieza-significante (¡Menuda pieza!); por ejemplo, en una torre, un caballo o un humilde peón.

¡Menuda pieza!

 Ahí vemos al cubo de Necker transformado en la pieza-caballo, relinchando alegremente. 

 Ha pasado de ser una pieza estática a ser una pieza dotada de movimiento; al galope, al galope, al galope...

 En resumen, a ese cubo de Necker lo hemos sometido a una operación de aufhebung (levantamiento, abolición, supresión), alzándolo a su condición de pieza simbólica, incluida en un conjunto sincrónico, adscrito al pool de piezas del ajedrez (incluyendo el tablero), regido por las leyes de este juego ancestral cuyo objetivo es capturar al Rey (el Nombre-del-Padre).

 De esta forma y con estas maneras, tan discursivas, el cubo de Necker, objeto fundamentalmente imaginario, habiendo sido inscrito en el tejido del ajedrez, ha quedado dignificado (cosificado), transformado en pieza significante, que carece de cualquier significación per se; por ejemplo, cuando el jugador mueve el caballo del ajedrez no piensa en ningún momento que está poniendo a galopar a un equino chiquitito, impulsando mansamente a una anatomía caballar; simplemente se trata de un equus sometido a las leyes inmemoriales de la caballería. 

El caballo moviendo al caballo. ¡No hay tautología!

 El caballo del ajedrez en el que se ha convertido el cubo de Necker por mor del letrismo, desenfrenado, descabalgado, es una montura significante totalmente desprovista de significación, vacía, cuyo lugar en la estructura del lenguaje se lo otorgan, graciosamente, Su Majestad (El Rey) y su relación -diacrónica (catenaria) y sincrónica (estática)- con el resto de las monturas que participan en esta gesta, epos, liza, eminentemente caballeresca, regida por las leyes del significante (Los Diez Mandamientos).

 Si enuncio: "El caballo percherón aplastó a un cubo de Necker con el que tropezó en la calle", el significado del término caballo no depende de su percha, de que quede más o menos colgado en la frase, arrastrado por sus anchas crines, sino de su relación de contigüidad con los significantes que cabalgan con él en la frase, así como de su vínculo, opositivo y diferencial, con todo el resto de la caballería (pura sangre, de carreras, de tiro, de carga, etc.).

El caballo percherón

 Al cubo de Necker, aunque no sea un caballo, en su condición de significante -diacrónico y sincrónico-, le sucede lo mismo: queda despojado de su ser propio.


 El así denominado cubo de Necker -que se engaña al pensar que tiene una identidad intrínseca-, portador de una charte octroyée por el significante, gracias a su interconexión con todos los cubos habidos y por haber, presentes y / o ausentes, infinitos, que se trenzan, traman, anudan, en el llamado tapiz o tejido neckeriano, recibe, del Otro, su significación, su identificación, la marca significante  de su deseo.  

Caballo frisón albino

 Al incluirlo en ese gran picadero-tablero de ajedrez, en esa equitativa equitación, lo dotamos de movimiento, capacidad de maniobra, posibilidad de entrar en relación con otros compañeros equinos, en el con-texto de una hermandad cúbica, de participativa partición.

 Además, lo introducimos en el tiempo, lo arrojamos a la existencia como ser-para-la-muerte, abolido bajo el significante irreductible del sujeto ($), traumático, que permitirá descifrar su condición real, gozosa, a la par divertida, juguetona, alegre (joyful = lleno de joy), y dolorosamente patética.

Los movimientos de la Instancia Paterna, edípica, simbólica

 Ahí tenemos, en el campo de batalla (sembrado de cubos), al cubo de Necker coronado, diseñando sus maniobras, trazando sus movimientos, dirigiendo sus desplazamientos en esa retícula mágica, divina.

El campo o la red cúbica

 Einstein plantea que, en su teoría de la relatividad, ha logrado adscribir a cada punto del espacio un reloj; se trata del tejido espacio-temporal. 

 A continuación, añade, con sentido del humor, que, a pesar de ello, no tiene dinero para comprar un reloj a su amante. 

Esto implica que una vez constituido el Universo espacio-tiempo, Einstein, no ha podido cerrarlo, clausurarlo, obturar su falta; a pesar de todo, o del todo, o de la teoría del todo, le falta dinero para comprar un reloj.

 El reloj es el objeto que falta... ¡al Otro!, que, por lo tanto, al des-completarlo, se convierte en causa de su deseo (objeto [a]).

 El dinero es el significante que falta -el falo [-φ]-, lo que impide significar al objeto (S[A]).

El Universo de la falta

 El Rey se mueve en el tiempo; cada uno de sus movimientos en el espacio consume una fracción de tiempo. 

 En ese tablero de ajedrez, en esa urdimbre tejida con cuadraditos blancos y negros, rige la ditmensión espacio-temporal.

 El tablero, considerado como una superficie plana, se proyecta en su perspectiva hacia el punto de fuga en el infinito donde se cruzan las paralelas.

El punto de fuga en el infinito

 Se ha acotado y cuadriculado esa planicie infinita, inmanejable, transformándola en un tablero de ajedrez, en una superficie. 

 Se ha elevado el cubo de Necker a la categoría del Rey del tablero, que, como el rayo de luz, se desplaza ágil y libremente, con soberana majestad, por el espacio-tiempo curvo (cuatridimensional). 

 Se ha roto la simetría entre cubos y cubitos, cubiletes y cocteleras, cuadros y cuadraditos, negros y blancos. 

 No se ha introducido un cuadrado que rompa la armonía universal del color; por ejemplo, el verde. 

 Se ha propuesto que El Universo (en sentido lógico, conjuntista) no se puede clausurar, que solo existe El Universo tachado

 Hay un cuadradito, un cubito, que, no es que sea distinto, sino que no está, que falta.

 Galileito observa y manipula un cubo de Necker.

 Cubo que tiene algo de inmanejable, resistente, indeformable, imposible. 

 Lo que no hay que obviar es que este pequeño científico tiene aposentadas sus posaderas sobre el tapiz cúbico, sobre el tablero de ajedrez cuadriculado, sobre ese entramado, red, de cubos entrelazados. 

Las posaderas de Galileito están bien posadas sobre una trama cúbica

 El plano caído en el suelo nos lo marca con toda claridad. 

 Galileito flota sobre un mar de cubos, neckerianos o no; that is the cuestión, to be or not to be.

La mar de cubos

 La clave está en la posición, en el lugar que ocupa ese cubo que Galileito sostiene en la mano, separado, desgajado, del resto de los cubos (que forman el terrazo), de toda la cubetería universal.

El cubo que falta al conjunto de los cubos

 Galileito sostiene entre sus manos la versión imposible, en tres dimensiones, de un cubo de Necker. 

 Si él está aposentado en ese banco, que, a su vez, reposa sobre ese tablero, tapiz, tejido infinito de cubos de Necker, adosados, anudados, unos junto a otros, sosteniendo un cubo cualquiera en sus manos, esto implica que, al conjunto de los cubos de Necker, le falta uno, justamente aquel que tiene en las manos ([-1]).

 No hay un universo lógico de todos los cubos de Necker

 El supuesto universo conjuntista de todos los cubos de Necker no es tal porque está agujereado. 

 Uno de sus elementos es el conjunto vacío: [∅];{}. 

 "No hay Otro del Otro", el Otro que le diga al Otro lo que es, suturando su falla, su división. 


 Esta escena nos indica que el Otro está tachado (A) a causa del acto de Neckerito que ha extraído un significante fundamental de su campo (el falo: Φ), al que des-completa, privándolo de un objeto simbólico fundamental (el objeto fálico: -φ).

El objeto que falta

 Es evidente que él tiene un objeto entre manos: un cubo de Necker

 En el gran tablero de ajedrez del belvedere, el entramado de los cubos de Necker forma un embaldosado infinito, que, aparentemente, lo cubre, lo abarca todo. 

 Caído en el suelo hay un plano de papel en el que se ha dibujado un cubo de Necker; verosímilmente, es el diseño gráfico sobre el que se ha construido la maqueta del belvedere (el cubo diabólico). 

 Suponemos, engañosamente, que debajo de ese lienzo de papel, que actúa como un velo, hay un cubo de Necker

 Pero, también, podría haber un vacío, el que ha dejado Galileito al extraer el cubo de Necker del conjunto de todos los cubos. 

 De hecho, lo que hay es un agujero, velado a la vista, reemplazado por el significante-gráfico del cubo de Necker.

  Aunque todos los significantes estén agujereados, ese, el falo, al ser el significante del agujero, lo tapona. 

 Pero... haberlo haylo.

 Ese lienzo, pergamino, rollo de papel, donde se inscribe el dibujo-significante del cubo de Necker, a la vez vela y significa el agujero simbólico (que se sostiene en una falta de derecho). 

 Es imprescindible buscar también el agujero real, el de la privación, generado por la falta irreductible de un objeto simbólico (falo simbólico)

 ¿Dónde está?

 Lo que tiene Galileito en la mano es un <<objeto cubo>>-Necker

 La maqueta construida a partir del dibujo es la transposición del cubo en dos dimensiones de Necker en un objeto tridimensional. 

 Es un objeto un tanto singular al que se le puede otorgar el estatuto de objeto @

 De hecho, si observamos su ubicación, es un objeto que podría haber caído perfectamente, como un resto, de las alturas inmarcesibles del saber belvederiano. 

 Lacan plantea, para orientarnos, que el objeto @, causa de la angustia (no sin objeto), es una caída

 Escher, al contraponer el cubo de Necker (3-d) al cubo-belvedere (4-d), este último en su doble estatuto de objeto imaginario (1-d) -la bella vista-, y objeto simbólico (2-d) -su diseño gráfico en el plano-, no deja de situarlo como algo que se puede tocar, palpar, sobar, manipular, con el fin de señalarnos que se trata de un objeto real.

 Decir real es ratificarlo como objeto de goce

 De hecho, eso de toquetearlo como una vulgar bola, remite, evoca, algo masturbatorio, a un goce de lo más turbatorio (que produce una turbación de co...?). 

 Esto significa que, en los cimientos de cualquier belvedere, bella vista, Ideal del Yo o Amor, está lo real del goce, generado por esa litter o letra -la [a]-, especie de resto o de residuo abominable, indigno, rechazado de la dialéctica subjetiva. 

El [a] y las pulsiones

 Lo que debemos captar es que Galileito ha extraído ese objeto absolutamente anómalo, no tanto por su forma como por su goce, de ese enlosado simbólico hecho con cubos y más cubos, trenzados entre sí en un estilo losangeano, neckeriano. 

 Ha desprendido, separado, del muro del lenguaje, el objeto @, constituyendo el fantasma fundamental: [$<>a)]

 Ese enlosado o embaldosado ajedrecístico, tejido con cubos de Necker, es el sujeto ($). 

 Y ese objeto imposible, inmanejable e inextensible, que sostiene Galileito en sus manos, es el objeto [a].

El sujeto y su relación con la demanda

 Efectivamente, se puede realizar una operación de corte sobre un objeto topológico con el fin de simplificarlo, de evidenciar sus propiedades; ese objeto puede ser el cross-cap (la mitra de Obispo). 

 El corte genera las dos piezas del fantasma fundamental: el sujeto dividido y el objeto causa del deseo.

Operación de corte en forma de ocho interior alrededor del punto-falo del cross-cap

 De facto, el belvedere es una especie de cross-cap, y, el momento del corte, aunque no se percibe, se puede conjeturar por sus efectos: 
  • El sujeto: el tejido moebiano de cubos de Necker
  • El objeto real: la letra [a], que, Galileito, ha extraído del cuerpo simbólico (esta operación de extracción evoca a la representada por El Bosco en "La extracción de la piedra de la locura").
La extracción de la piedra de la locura; El Bosco

 No hay mejor forma de describir al objeto de goce -real- que como una especie de extracción lenguajera de la piedra de la locura, ese artefacto o artilugio loco, enloquecedor, suplementador de una jouissance también enloquecida, extraída de lo más profundo de las meninges (las entendederas) con el gancho significante.

 Se había hablado de un agujero simbólico, ese que está cubierto pudorosamente por el lienzo decoroso, decorado, adornado, con el diagrama-significante del cubo de Necker.

El diagrama-significante del cubo de Necker: el agujero simbólico

 Más allá o más acá de la hiancia subjetiva está la falta real, irreductible a cualquier símbolo, cuyo estatuto es del orden de la privación, producida por el desprendimiento, la caída, la separación del cuerpo, del objeto [a]

 El [a] está representado por ese cubo de Necker -la piedra de la locura matemática- que habita como un sólido imperfecto el espacio real. 

Un cubo de Necker (sólido imperfecto) adosado a la hiancia de un cubo (sólido perfecto)

 Este sólido imperfecto, loco, real, puede ser tocado (con todos los tocamientos gozosos y pecaminosos), como lo está tocando Galileito, como se toca un instrumento (en todos los sentidos del término).

 De alguna forma, con ese instrumento neckeriano, con ese a-instrumento, Galileito, lo que quiere hacer es sacar los acordes, los ritmos, las resonancias, las vibraciones, del goce. 

 Sacarle los colores a un goce vergonzoso que no sea como el de todos en su disposición y conformación falocéntrica, consuetudinaria, reglada, establecida y aceptada. 

Algo que se aparte de la típica cancioncilla por todos conocida; más bien que evoque esa musiquilla alegre y repetitiva, un tanto sonámbula, que extraían los antiguos organilleros de su instrumento.

La música del goce

 A pesar de que no lo parezca ese organillo es un cubo de Necker musical. 

 Las canciones y melodías que saca de su caja de resonancia hacen vibrar el goce notodo-fálico representado por ese monito saltarín, alegre y juguetón.

 ¿Dónde está la falta real?

 La pista nos la da Quasimodito, que, por su posición, se puede decir, sin lugar a dudas, que está metido en un agujero

 A diferencia del agujero simbólico este es un agujero real. 

 No hace falta ser un genio para darse cuenta de ello; con una expresión muy gráfica se puede decir que Quasimodito está en el culo del mundo.

 Es como si estuviera asomando su acromegálica y aerofágica cabeza a través de un agujero excavado en los sótanos más inmundos del inframundo.

 El agujero real no es esa ventana enrejada, es el propio Quasimodito, que, en sí mismo, es la encarnación de lo más real de la falta -la relación sexual en tanto imposible-, ergo, el goce.

 Solo hay que mirarle a la cara para saber de qué goce estamos hablando.

Si esto, la faz de Quasimodo, no es el goce, ¿qué otra cosa podría ser?













martes, 7 de julio de 2020

La monstruosidad del deseo en Escher (XIII)


El belvedere revisitado
  
Cubos e hipercubos y más y más cubos, hasta ponernos como una cuba...

 Galileito trata de desentrañar el misterio del Belvedere.

 Es una especie de laberinto, como la biblioteca de "El Nombre de la Rosa".

La biblioteca laberíntica de "El Nombre de la Rosa", con su finis necker

 De hecho y de derecho, para darle ánimos y fortaleza en sus tribulaciones, lo vamos a rebautizar con el nombre de Galileito de la Rosa.

 Así encontrará inspiración para desentrañar este entuerto en el gran sabio Guillermo de Baskerville.

El gran Guillermo de Baskerville
 
 Lógicamente, se puede volver loco, porque este cubo neckeriano es un objeto imposible, sin agarraderas para la vista ni para el intelecto.

 Es lo que se llama una paradoja lógica y topológica.

 Es curioso, pero las paradojas no pecan de un defecto de lógica, sino de un exceso.

 Un sofisma es un razonamiento falso, defectuoso, con apariencia de verdadero, exquisitamente lógico.

 Tan lógico que nos lleva al huerto y al entuerto.

 Se puede definir el sofisma como una articulación significante agujereada.

 Desde nuestro lugar de psicoanalista no nos ponemos nerviosos frente a la paradoja lógico-matemática del cubo de Necker.

 No nos ponemos nerviosos porque hemos abandonado toda esperanza en la salvación a través del intelecto; ya solo nos encomendamos al significante.

 Nuestra guía es el discurso amo

 
 No hay que desesperarse; se trata de disparatar, de disparar primero, enunciar, asociar libremente, cada uno con lo suyo, con sus significantes, con lo primero que se le ocurra al divisar eso indivisable aunque no indivisible.

 Para ello nos vamos a encomendar devotamente a Santa Lógica, a pesar de que es evidente que esto no tiene ninguna lógica.

 Lo primero que podemos hacer es agujerear el cubo insertándolo unas asas tóricas.

Tres medios donut, en función de asas tóricas, agujereando un cubo

 Esta sencilla operación, a la que yo denomino la operación del pellizco, nos permite abrir, gracias al agujero del asa, una vía de penetración en la compactibilidad del cubo de Necker

 Se puede, aunque suene a contradicción, hacer una profesión de fe ateística; sobre todo, si se trata del ateísmo significante, ese que formula Lacan con su "Dios es inconsciente".

 Aunque el cubo maldito de Necker sea indivisable -imposible de ver-, es divisible, porque no hay que ser un hacha para darse cuenta que el cubo está atravesado por una línea de corte, una fractura central, que lo divide en dos cubos.

 La división del cubo de Necker tiene como resultado lógico un hendidura nada lógica. 

 Y, además, aquí, si utilizo mi intuición, veo que la cosa va del abrazo entre dos cubos.

 A este abrazo entre cubos, verdadero signo de ternura y buena disposición, lo denomino el amor cúbico.

El cubismo = amor entre cubos; G. Braque

 Eso tan raro, retorcido, que observamos en la maqueta del belvedere, no es más que la expresión de un abrazo apretado y cordial inter-cubos.

 En síntesis, para poder descifrar la matemática cúbica hay que contar con el amor; o, lo que es lo mismo, con el lazo social, aunque sea entre-cubos (nunca hay que despreciar el cubismo, el amor sexual entre cubos diversos).

Representación de un hipercubo amoroso

 Este abrazo lo podemos encontrar representado en un hipercubo que es la representación simultánea de un cubo en cuatro dimensiones: 

 "Punto (dimensión 0), segmento (dimensión 1), cuadrado (dimensión 2), cubo (dimensión 3), e hipercubo (dimensión 4): obtenidos al desplazar el anterior en una dirección perpendicular" (https://culturacientifica.com/2015/09/09/hipercubo-visualizando-la-cuarta-dimension/).

Hipercubo: el abrazo intercúbico

 Es evidente que el hipercubo representa un abrazo intercúbico.

 Más bien habría que apreciarlo -con todo el aprecio del mundo- como varios cubos que se entrelazan amorosamente.

 Se trata del hiperabrazo de un hipercubo formado por varios cubos.

 Galileito no puede resolver el problema del cubo porque está operando con un solo cubo.

 Está jugando con el exponente uno (1), que, como se puede apreciar, deja las cosas como están, iguales a sí mismas.

La necesidad de potenciar el cubo de Necker con un exponente que no sea 1

 La base "cubo de Necker", elevada al exponente [1], da como resultado el mismo cubo, que queda intocado, no afectado en absoluto por ninguna potencia (sabiendo que toda potencia es simbólica) que sea capaz de multiplicarlo n veces por él mismo

 Debería elevar el cubo al cubo, al exponente [3], el summum de la potenciación del símbolo (paterna).

Cubos mil como resultado de elevar al cubo (potencias de exponente 3)

 No es solo un problema de un objeto imposible o de la imposibilidad de un objeto.

 La imposibilidad de resolver el problema se debe a que es imposible resolverlo con un solo cubo.

 Se necesitan muchos más cubos.

 Es necesario un cubo elevado a n (n 1).

 Lo mejor para todos, incluidos los cubos, sería multiplicar el cubo de Necker por [∞], de tal forma que, según sea menor o mayor que [0], el resultado será o [+∞] o [-∞].

(±) ∞ x Kubo =

 Ya sabemos, gracias a Freud, que el deseo es []; aunque es más adecuado decir que la cosa infinita es gracias (¡o desgracia!) al significante. 

 Cuanto más se repita la demanda, en el sentido de que se multiplique por [], más o menos (±) infinito se hace el deseo.

 Yo prefiero enunciar que el deseo se hace menos (-) infinito: [-].

  Así, cada cual, puede desear a su antojo, sabiendo que siempre contará con un deseo menos (-) infinito, que es el mejor de los deseos, el que siempre se va a hacer desear, dejar (algo) que desear, porque, inevitablemente, forzosamente, restará (en el doble sentido de resto y de resta sustracción).  

 Esto es lo que propone Lacan con el [i], el número imaginario, la √(−1), al que convierte en representante del sujeto.

 La gracia es que la multiplicación de un deseo por un deseo, del deseo del sujeto por el deseo del Otro, da como resultado la falta = [-1] = √(−1) x √(−1).

 Por eso, afirma Lacan, que nadie puede desear bien (¡o mal!), que lo único que no se puede es dejar de desear (porque el deseo es siempre el tropiezo de la demanda).   

El [-1] del deseo
  Hay que procurar asociar el cubo de Necker con otros cubos; esta asociación puede tomar la forma de una sociedad limitada, incluso laboral, pero lo que no deberá ser nunca es anónima.

 Es necesario un tejido o un mosaico de cubos neckerianos.

 Hay que añadir más cubos, más leña al fuego, más madera; como en el tren de los Hermanos Marx.

¡Más madera!

 Aquí, en vez de más madera, se trataría de más cubos, con la condición de que esos cubos no se acumulen de cualquier forma, sino que se entretejan, se entramen, formando un tejido, un mosaico.

 Además, la lógica de su enlace deberá ser borromeana; la única que preserva el agujero, el triskel central.

 Un nudo de trébol sostiene un seudoagujero.

Nudo de trébol

 Un tejido borromeano sostiene un verdadero agujero.

Un tejido de cubos
 Contamos con la representación de un tejido de cubos de Necker.

 Cada uno de ellos, individualmente, es un objeto imposible.

 Su abordaje nos sume en la más negra paradoja.

 Cuando los cubos se enlazan, entretejen, desaparece la imposibilidad individual (leída como impotencia), adviniendo lo imposible como potencia simbólica, fuerza de anudamiento.

 Hay una pauta que se repite, la de los rombos o losanges.

 Lo que da lugar al entretejido es la articulación entre los rombos, al modo de una tela trenzada con punto calado o crochet.

Punto calado o crochet

 Lo decisivo, debido a que constituye el fundamento del sujeto, es el trenzado, el anudamiento.

Trenzado entre losanges

 Solo el trenzado preserva el verdadero agujero.

 ¿Dónde encontramos ese mosaico, tejido, entramado, en el cuadro de Escher?

 En vez de mirar al infinito, a la bella vista, a los ideales más elevados que se despliegan en las alturas, hay que mirar al suelo, a la tierra, a lo real, a eso donde todos nos sostenemos; ahí donde está Quasimodito, con toda su fealdad, que no atrae a nadie, relegado, excluido, desterrado; está en el lugar del resto, del objeto de desecho, el residuo más inmundo, la piedra angular que han despreciado los arquitectos, los sabios de este mundo.

Ya hemos dicho que con una pieza aislada, aunque sea muy poderosa y esté magníficamente bien construida, no se puede hacer nada; seremos incapaces de resolver aquello de lo que se trata, el enigma del deseo.

 Galileito está muy ufano con su cubo de Necker entre las manos. 

 ¿Está ensoberbecido?

 ¿Su éxito le ha nublado el entendimiento?

 Hay que admitir que es un auténtico sabio, plenamente imbuido del discurso universitario (¡Más saber!, hasta que el cuerpo y las neuronas aguanten).

 Digamos que está en posición de saber, a punto de saber, pero se va a ver inmediatamente confrontado a algo que no será capaz de resolver individualmente.

 Debería, para tener éxito, elegir el fracaso, ser capaz de poner en acto aquello que tiene que ver con su incapacidad, insuficiencia, desfallecimiento, que linda con el abatimiento moral e intelectual.

 Esto abrirá perspectivas insospechadas tanto desde el punto de vista ético como epistemológico. 

 Lo que es conjunto, colectivo, social y lenguajero -¡como el deseo!-, solo se puede resolver a partir de una operación colectiva, social, conjunta, lenguajera... ¡transferencial!

 Este Galileito, tan ufano, puede anticipar su destino funesto en la locura, incluso en el embrutecimiento de Quasimodito

 Este semihombre, especie de animal acorralado, es un pobre Edipo que intentó, él solo, confrontarse al enigma del deseo, asomarse a las fauces de la Esfinge real, contando únicamente con las armas tan precarias de su inteligencia (o supuesta inteligencia), de su más que desfalleciente saber. 

Edipo, tan contento -¡y tan engañado!- con la seducción sapiencial de la Esfinge; Gustave Moreau

 Y, así acabó, con los ojos desorbitados, hecho una ruina.

 Es necesario que Galileito pueda colectivizar, socializar el saber, compartir la ciencia, para que deje de ser ciencia infusa y se convierta en ciencia difusa (como la lógica), inspirada, adquirida, gracias al auspicio y a los buenos augurios del Otro, el que verdaderamente sabe sobre lo que verdaderamente hay que saber.

 También deberá compartir, socializar, conjuntar, conjurar, la pregunta por el deseo, que solo se hace presente en el lazo social, en una relación activa y colectiva de transferencia.

 Deberá fabricar, construir, un tejido, que, borromeanamente, inscriba el saber no-sabido del Otro (lo que Lacan llama la inciencia) que versa, en sus versos sueltos, sobre la pregunta por el deseo (Che Vuoi?).

 Es evidente que un grano no hace granero ni ayuda al compañero. 

 Y un solo cubo, un cubo-S1, amo, aislado, no afectado por la lógica de la castración, del lenguaje, no forma un tejido

 Nosotros, en nuestra condición de psicoanalistas, para poder resolver el enigma del cubo de Necker, que se corresponde con el de la x del deseo (la pregunta por el deseo del Otro), necesitamos más madera, más cubos, cubos-S2 en abundancia, a tutiplen. 

 Necesitamos, igual que el que se muere de sed en medio del mar, un tejido, un texto, una trama nexual o sexual, la posibilidad de una trenza escrita.

 Podemos tomar cada cubo de Necker como una letra (lettre). 

Las dos escrituras de la letra @ 

 Si juntamos muchas letras tendremos un texto, una escritura, un iletrismo, que se rige por una lógica difusa, que no excluye al tercero excluido (el vacío central del deseo). 

 Es con relación a esa lógica colectiva, borromeana, que se podrá resolver, con suerte y viento a favor, el enigma del deseo.

 Por eso, Galileito, como Hansel y Gretel, deberá juntar aplicadamente no tanto (s) guijarros, sino letras, en su función de signos, marcas orientativas, puntos de referencia (que permitirán localizar en el cuerpo lo real del goce).

Los guijarros-letra que forman un texto, la scriptura del deseo

 Tendrá que fabricar un tapiz, un tejido de letras, un texto. 

 Para ello necesita un telar y materia prima: hilos-significantes.

El telar del inconsciente con su tejido de hilos comunicativos, expresivos, hablantes-


 Parece ser que no tiene nada de esto por el momento.

 Pero es evidente que tiene un inconsciente; con la cautela de que puede resultar abusivo y contradictorio afirmar que alguien tiene un inconsciente. 

 Más bien, uno no lo tiene, le falta; o lo tiene agarrado por los... (?).

 Entonces, Galileito, podrá operar con su inconsciente (considerando que el inconsciente es el operador de las operaciones). 

 Para ello, de momento, deberá olvidarse, abstraerse, de ese cubo diabólico que lo tiene tan distraído y ensimismado.

 Resulta que su inconsciente está hecho de letras, significantes, deseos. 

 Está tejido con abundantes y sabrosas letras.

 Se parece mucho a la riquísima sopa de letras de nuestra infancia.

Para empezar, una riquísima sopa de letras

 El verdadero inconsciente, formalista, letrista, significantivo, discursivo, es el que es suculento, sabrosón.

 Le vamos a dedicar una canción al inconsciente sabrosón:

"Por mi casa vive un hombre,
Le dicen el sabrosón
Le gusta reírse mucho
Cuando se toma un porrón


Él se pasa todo el día
En el barrio, bebiendo alcohol
Él se pasa todo el día
En el barrio, en su balcón


No se asusten, si él le dice
Ha llegado el sabrosón

Sabrosón, sabrosón
Le dicen el sabrosón
Sabrosón, sabrosón
Le llaman el sabrosón


Ya llegó el sabrosón, tomate un trago de éste porrón
Ya llegó el sabrosón, hasta el lunes se armó el fiestón
Ya llegó el sabrosón, con las mujeres es un león
Ya llegó el sabrosón, por que bailando es un campeón
Ya llegó el sabrosón, quisiera ser yo como vos


Ay, que mujer más buena, lo dijo el sabrosón
A todas las vuelvo locas, lo dijo el sabrosón
Muchachos les digo yo, lo dijo el sabrosón
Que en el baile soy el mejor, lo dijo el sabrosón
En ésta vida no hay como yo


Ya llegó el sabrosón, tomate un trago de éste porrón
Ya llegó el sabrosón, hasta el lunes se armó el fiestón
Ya llegó el sabrosón, con las mujeres es un león
Ya llegó el sabrosón, por que bailando es un campeón
Ya llegó el sabrosón, quisiera ser yo como vos


Sabrosón, sabrosón
Le dicen el sabrosón
Sabrosón, sabrosón
Le llaman el sabrosón


Ay, que mujer más buena, lo dijo el sabrosón
A todas las vuelvo locas, lo dijo el sabrosón
Muchachos les digo yo, lo dijo el sabrosón
Que en el baile soy el mejor, lo dijo el sabrosón
En ésta vida no hay como yo". 

(La Mona Jimenez; Letras de cancioneros.com).


El inconsciente no es arquetípico; al ser colectivo, conjunto, social, compartido (en su incomunicabilidad), se parece más a una especie de comida totémica, bien sazonada con todo tipo de significantes, de lo más suculentos, plena del aroma paterno.

 Galileito se tiene que dar cuenta que ese cubo de Necker que tiene en sus manos, que no es más que una letra, si quiere conseguir algo con él lo deberá poner en manos de su inconsciente, a su cargo, bajo el auspicio, el patronazgo, del Otro (Autre). 

 ¿Qué letra? 

 No lo sabemos porque su condición de letra depende de las otras letras del inconsciente, al inscribirse en una estructura sincrónica (simultánea), correlativa, diferencial y opositiva. 

 En este tipo de estructuras uno es lo que no son los otros; uno es el lugar marcado por la diferencia con los respectivos copartícipes, comparecientes entretejidos, entreverados.

 Con el cubo de Necker sucede lo mismo que con la letra: la con-dición de ese cubo neckeriano que manosea Galileito es inconsciente; se juega en la Otra escena con el resto de los representantes de la representación cúbicos; depende radicalmente de los otros cubos de Necker presentes y / o ausentes.

 Para solucionar el enigma del cubo de Necker, que no es otro que el del deseo, hay que llamar, convocar, a los otros cubos con los que, el primero, el que encarna la pregunta, está en una relación de simultaneidad (sincrónica) y de continuidad (diacrónica) dentro de la estructura del lenguaje (no necesariamente de palabra). 

 Aquí estamos, con este auténtico cubata charlatán, ante una estructura matemática, de lenguaje, que tiene una traducción topológica y una expresión formal a través de algoritmos. 

La pregunta por el deseo del cubo de Necker

 El asunto del cubo de Necker es que es un significante-topológico que porta la pregunta por el deseo del Otro, el genuino Che Vuoi?

 Hay que llamar a otros cubos de Necker en nuestro auxilio para que, con él, en comandita (sociedad regular colectiva) formen un tapiz, tejido, tela, trenza o texto. 

 Si responden, si se conforma ese tapiz, alfombra, tapete, entelado, es que entre ellos hay una relación borromeana. 

 Llamémoslos.

Tapiz borromeano de cubos

 Aquí tenemos un tejido hipercúbico, en cuatro dimensiones, con disposición borromeana, gracias a que todos los cubos han estado bien dispuestos a acudir al llamado del cubo de Necker en apuros.

Diferentes tapices cúbicos

 Los cubos de Necker pueden formar diferentes tejidos, conjuntos, tapices o tramas.

 Digamos, sin decirlo del todo, a la chita callando, que el desciframiento del goce neckeriano, ese goce encubado, enlatado, vendrá de la acumulación no sin estrategia, no sin política, de fuerzas y de efectivos. 

 Algo parecido a la táctica de guerra del Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial

La batalla de Stalingrado: la unión hace la fuerza

 La acumulación de fuerzas en un punto, sin temor a la pérdida de efectivos, desgasta de forma irreversible al ejército contrario, que deberá distribuir sus fuerzas en el espacio. 

Desplazamiento de una hiedra sobre una trama de cubos

 Se trata, para nuestro uso psicoanalítico, de la acumulación de significantes que conforman un discurso; o de letras del goce que trazan una escritura.

Cubo neckeriano repleto de letras

 Aunque no lo parezca, esto es un cubo neckeriano lleno de letras.

 Lo que tiene que hacer Galileito, convertido en Neckerito, es utilizar el cubo de Necker, que no sirve para nada, como un auténtico cubo de basura -a litter-, donde podrá ir acumulando todas las letras (letters) correspondientes a los restos y desechos, habidos y por haber, del goce.

La litter de lo más litteraria del goce

 Si no hace esto con las sobras, todo lo demás sobra; porque el destino de la lettre, la letter, la carta del goce, es el cubo de basura (litter), la literatura (lituraterre).

 El mundo es una litter inscrita en el tejido, en la red, del espacio-tiempo curvo, einsteniano.

El espacio-tiempo y su curvatura

 El universo es la litter que el objeto @, en su caída, excava en el tejido espacio-temporal, curvo, bajo la forma -que arranca la risa de los Dioses- de un vulgar cubo de basura neckeriano.

La auténtica y real sede del goce: la litteratura