La Clínica psicoanalítica y sus avatares

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martes, 8 de octubre de 2019

El conjunto abierto de las mujeres, los números irracionales y Escher

 I) La mujer y el número π 

 Vamos a tomar el número π, tan femenino él, en su forma y en sus formalidades sin igual, para ilustrar el conjunto abierto, infinito, de Las mujeres.

 Estos son los primeros decimales del número π:

 3.14159265358979323846264338327950288419 

 64062862089986280348253421170679821480 

 72535940812848111745028410270193852110...  

 Los puntos suspensivos, que preceden al símbolo del infinito, son indicativos de que esta serie no tiene fin.

 π es un número infinito al que siempre se le puede agregar un decimal (de) más, suplementario.

 Resulta interesante que el entero sea un 3.

 El número π es un 3 seguido de infinitos números decimales no-periódicos.

 Al no existir periodicidad no es posible formular una regla, proporción racional o algoritmo, que exprese formalmente el número π.

 Teóricamente solo se puede expresar matemáticamente en acto, sacando (¿de dónde?) los infinitos decimales, cosa imposible debido a la naturaleza del infinito potencial.

 El que el primer número antes de la coma sea un 3 nos permitirá relacionar el número π con el principio del tercero () excluido, que marca el pasaje entre la lógica machista y feminista.

 El principio del tercero excluido excluye al tres (3).

 El número tres, y esto no es numerología ni pitagorismo, tiene un carácter femenino.

 La feminidad más sublimada anuda al número π con el 3: 3 & π

 Lo que está excluido de la lógica machista -el tercero excluido- es el número 3-π, que es un número intensa y sutilmente femenino, tanto por su forma como por su contenido.

 La letra Π mayúscula es la decimosexta letra del alfabeto griego

 En su sistema de numeración corresponde al número ochenta (80).

 En matemáticas, Π se usa como símbolo del <<operador productorio>>:

 <<El productorio o productoria, también conocido como multiplicatorio, multiplicatoria o simplemente producto (por denotarse como una letra pi mayúscula), es una notación matemática que representa una multiplicación de una cantidad arbitraria (finita o infinita)>> (Wikipedia):

 Para todos los valores m < n


 En este sentido, como operación de Π, se podría considerar que La Mujer hace función de <<operador productorio>>.

 Por ejemplo, produce hijos o produce un hombre (es la mujer la que hace al hombre, no al revés).

 Se puede tomar también el número Π como expresión del conjunto abierto de Las mujeres.

 El número π, al ser infinito, no puede ser escrito de una vez y para siempre (como infinito actual).

 El número π, en sus infinitos decimales, no se puede clausurar sobre sí mismo, conformándose como un conjunto cerrado (esto se expresa coloquialmente con la expresión: <<no se pueden poner puertas al campo>>, en este caso al campo matemático).


<<No se pueden poner puertas al campo>>

 Una curiosidad matemática para poder captar el monstruo -¡matemático!- al que nos enfrentamos:

 <<Los primeros millones de dígitos de π y 1/π se pueden consultar en Proyecto Gutenberg (...). Uno de los récords más recientes fue alcanzado en diciembre de 2002 por Yasumasa Kanada de la Universidad de Tokio, fijando el número pi con 1 241 100 000 000 dígitos; se necesitaron unas 602 horas con un superordenador de 64 nodos Hitachi SR8000 con una memoria de un terabyte capaz de llevar a cabo dos billones de operaciones por segundo, más de seis veces el récord previo (206 mil millones de dígitos). Para ello se emplearon las siguientes fórmulas modificadas de Machin:

 K. Takano (1982).

  • F. C. W. Störmer (1986).

 Estas aproximaciones proporcionaron una cantidad tan ingente de dígitos que puede decirse que ya no es útil sino para comprobar el funcionamiento de los superordenadores. La limitación no está en la computación sino en la memoria necesaria para almacenar una cadena con una cantidad tan grande de números.>>. (Wikipedia).

 No existe un algoritmo que permita generalizar, formalizar completamente, anticipar, prever, con un carácter exhaustivo, la expresión matemática del número π

 Cada uno de sus decimales deberá ser calculado, escrito, vez por vez, uno a continuación del otro (gastando tinta y más tinta, papel y más papel).

 Por eso se utilizan superordenadores; pero ni con esas; <<ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio>>; da la impresión que hay una falta (manque) que permanece irreductible haga uno lo que haga.

 Ya que se trata de una serie de numeritos, en fila india, bien disciplinados, a pesar de que es imposible saber cuál es cada cual, quién es quién, antes de calcularlos
(porque no mantienen una relación legal con el anterior y el siguiente), debe haber un orden (que es una forma de legalidad).


El orden infinito

 Este orden numérico permite hablar de lugares.

 El primer decimal es el 1, que está en el primer lugar (); después está el 4, que está en el segundo lugar (); a continuación, el segundo 1, que está ocupando el tercer lugar () de esa cadena, totalmente irracional, pero ordenada, etc.

 Hay números y hay lugares.

 Decir que La mujer solo se puede abordar una por una es equivalente a afirmar que ellas son como ellos, los números decimales del número π (infinitos y no-periódicos), en su falta de racionalidad, en su carencia de proporción.

 Algo alude aquí a lo des-proporcionado, a lo des-medido que, más que a la mujer como individuo, tiene que ver con el carácter de su goce, el femenino. 

 Es imposible saber por anticipado, antes de calcularlo, qué número va a ocupar el lugar dos millones veinte y cuatro en la serie de los dígitos decimales del número π. 

 Uno deberá ir calculando, con sumo esfuerzo, si tiene tiempo, paciencia y ganas, uno por uno, uno detrás de otro (o de otra), hasta llegar -¡por fin!- a esa posición tan distante, tan alejada de uno mismo: 2.000. 024.

 Lo único que sabemos con certeza es que un número va a ocupar ese lugar (va a salir).

 Lo que no sabemos con antelación es cuál va a ser ese número.

 Se puede hacer el ejercicio de asimilar (guardando las distancias, con toda precaución) a cada una de las mujeres, La Mujer una por una, con cada uno de los infinitos decimales que forman la serie del número irracional π.

 O, mejor, se puede aproximar (siempre en el límite) el número π a una mujer, a toda ella, o a no-toda ella.

 Sería algo tan disparatado como esto: la primera () mujer es el uno (1); la segunda () en la serie es el cuatro (4); la tercera () es un segundo () uno (1) diferente al primer () uno (1) (a condición de que se escriba); hay repetición pero no hay reproducción.

 Es evidente que una cosa es una mujer y otra un número (aunque sea irracional), pero no por las razones  humanitarias y piadosas que se creen.

 Nadie duda que una mujer no sea un ser humano.

 Aunque hay gentes, doctrinarios fanáticos, martillos de herejes, que las consideran brujas, siervas de satanás, concubinas de todos los demonios del mundo.

 Por eso las conducen a las hogueras de la Santa Inquisición, para que expíen sus pecados, para purificarlas de su goce, maligno, satánico.

 Es una auténtica limpieza social como la que emprendieron los nazis contra los judíos.

 Se trata de eliminar, de hacer desaparecer, al disidente, al que es diferente, no-como-todos, no-todo.

 También hay un goce disidente, encarnado en un sínthoma, que todo convoca a suprimir, a borrar de la faz de la tierra.

 ¿Pero llegar a decir que una mujer es el número π no nos aparece como un exceso inadmisible, casi como una injuria?


¿La mujer se puede reducir a un número, aunque sea el π?

 Una cosa es que las mujeres al formar parte de una serie que no hace serie puedan ser numeradas, contadas, y otra cosa muy diferente es que sean un número.

 A nadie le calienta un número ni con forma de mujer.

 Ser un número es una posición bastante digna, incluso (o sobre todo) para una mujer, que a nadie le debe ofender, por más que pueda parecer impersonal, fría y deshumanizada.

 El problema no es ser un número; todos nosotros, hombres y mujeres, lo queramos o no, lo sepamos o no, lo somos (<<¡Que el número tres salga al escenario!>>).

 Desde el nacimiento hasta la muerte, cada uno de nosotros está regido por una número-logía (que suena a rúmoro-logía) inconsciente.

 Esto no es sin consecuencias para el destino de todos nosotros.

 El orden de lo números, el logos numérico, las cuentas, la contabilidad, la cuantificación, lo contable y lo incontable, preside nuestra existencia hasta la náusea, hasta decir basta (pero nunca basta, nunca es suficiente, siempre se puede adicionar uno-de-más, siempre se puede sumar un uno: n + 1).

 La demostración definitiva de que vivimos en un mundo numerístico reside en esa expresión fatalista o numerista, trágicamente numérica, oscura en su determinación, inapelablemente cabalística que, a través de sumas y de restas, de multiplicaciones y de divisiones, concluye en <<La cifra del destino>>.
  
 ¿Por qué esta cifra, destinada a cada cual, que le marca como un destino, no puede ser un número irracional?

 ¿Alguien tiene algo en contra de los números irracionales?

 ¿Por qué la cifra de mi destino no puede ser el número π, el número áureo, la √2, el número e, o cualquier otro monstruo numérico irracional?


La irracionalidad matemática, numérica, del destino

 ¿No explica lo irracional mejor que lo racional cualquier destino, a pesar de Hegel y su concepción de la historia?

 El problema no es ser un número, posición de la mayor elegancia, del más extremado refinamiento, sino <<ser solamente un número>>, consistir únicamente en una entidad numérica a pesar o precisamente por eso, de la consistencia que otorga (cuya otra cara es la inconsistencia).

 La cuestión es que nuestro ser y nuestra existencia se juegan no sin el número pero más allá del número.

 Es necesario que lo numérico esté agujereado. Aquí recuerdo la existencia capital del cero (0).

 Más allá del número está la cifra que, aunque parezca lo mismo, no es lo mismo.

 El número depende de la cuenta; la cifra, de la escritura.

 Entonces, está muy bien esto de los números, incluso el hecho de ser un número.

 No hay que caer en ninguna idealización del animal racional y de sus derechos humanos.

 El problema es que, además del número, contando con el número, siendo imposible descontar el número, hay algo más, el número no lo es todo.

 El número no es suficiente, no basta, a pesar de su vastedad.

 A eso que no es sin el número, pero que no es en absoluto número, de momento, hasta nuevo aviso, le vamos a dar el nombre de << el numerito>>.

 ¿Qué es un numerito?

 Un numerito es lo que no es un número, aunque alguien podría pensar que es un número pequeño o el diminutivo de número.

 Habría numerazos y numeritos.

 Con un numerazo a uno le podrían dejar fuera de combate.

 Con un numerito, a lo máximo que se puede llegar, es a hacer cosquillas.

 Pero todos los números, sean pequeños o grandes, por su lugar en la serie, son números.

 El 1 no es un numerito y el  no es un numerazo.

 Ambos son números, solo que con valores numéricos diferentes, con escrituras y funciones distintas, perteneciendo uno y otro a la categoría de <<los números>>.

 <<En matemáticas, un número natural es cualquiera de los números que se usan para contar los elementos de ciertos conjuntos,​ como también en operaciones elementales de cálculo>> (Wikipedia).

 Hay que buscar otro camino para no seguir haciendo numeritos, para <<no montar más números>>, con dos ya es suficiente, concretamente con el uno (1) y con el cero (0).

 Se puede decir, con una frase hecha, que <<Fulano montó un número>>.

 Si se quiere expresarlo de una forma más despreciativa hacia Fulano se puede utilizar el diminutivo con un sentido superlativo: <<Fulanito montó un numerito (diminutivo)>><<Fulanito la montó (superlativo)>>.

 En mis matemáticas, el superlativo es <<el número>>, el 1, y el diminutivo es <<el numerito>>, el 0.

 Entre el 1 y el 0 está lo real del goce, el infinito actual ().

 Frege define así el cero (0) y el uno (1):

 "(...) 0 es el número que pertenece al concepto no idéntico a sí mismo (El número de objetos que caen bajo este concepto es cero). Nótese que <<no idéntico a sí mismo>> proviene de la lógica pura, área donde se define la identidad y la negación. En lógica simbólica dicha definición se expresa: Ǝx(~ x= x). 

 1 es el número correspondiente al concepto <<idéntico a 0>>. Sólo hay un número que es idéntico a 0 el cual es el 0 mismo. <<Ser idéntico a sí mismo>> se expresaría: Ǝx(x=x)". (El concepto de número: La posición de Gottlob Frege; Carlos M. Márquez; Universidad Nacional).


Gottlob Frege

 Aquí, número o numerito, en el sentido de montarlo, se relaciona con estas otras expresiones: <<montar un número de circo>><<montar un espectáculo>>.

 Montar un numerito no tiene nada que ver con los números; va más bien de organizar un espectáculo, de montar un número, con un fin determinado, en el contexto de una coyuntura interpersonal crítica.

 <<Montando el número>> uno pretende descargar su ira sobre el otro, culpabilizándolo, angustiándolo.

 Alguien <<monta un numerito>> para llamar la atención, quejarse de algo, denunciar al otro, dejarle en evidencia, en ridículo, meterse con él, reivindicar algo, etc.

 El numerito o el numerazo tienen siempre esa connotación de espectáculo degradante, número circense, cómicas contorsiones, ridículos saltos mortales, acrobacias esperpénticas (o espermáticas).

 Es evidente que los números no tienen la capacidad de montar un número o un numerito.

 Aunque también es cierto que frecuentemente los números realizan grandes acrobacias, arabescos, desplazamientos imposibles, saltos mortales sin red, volteretas, etc. Lo que no hacen nunca es montar un número.

 Un número se puede montar, cabalgar, apoyar, sobre otro u otros números, pero eso es todo, de ahí no pasan.

 Las mujeres y los hombres montan números -numeritos y numerazos-, dan espectáculos, a veces para reír y otras para llorar.


Los números circenses que se montan entre el hombre y la mujer a causa de que el acto sexual no existe 

 Hay una reciprocidad entre el hombre y la mujer a la hora de montar numeritos, de montarse en <<el tinglado de la antigua farsa>> (Campúa).

 Un hombre, un Fulano hecho y derecho, poseído de sí mismo, incluso un poco creído, puede decir que <<Fulana me montó un numerito>>.

 Esto, para este fulano, funambulista de todos los circos, no significa otra cosa que Fulano mantuvo una agria discusión con Mengana <<por un quítame allá estas pajas>>. 

 Se trata, evidentemente, indiscutiblemente (no podía ser otra cosa), de un asunto amoroso; asunto, asuntillo o asuntazo, de donde parten todos los numeritos o numerazos, como no podía ser menos.

 El hecho de que el acto o la relación sexual no existe nos instala en el malentendido perenne, en la confusión de las lenguas o de los goces.


La confusión de las lenguas y de los goces por afán de construir Torres de Babel que siempre se derrumban

 Esto conduce, desgraciadamente, a todos los excesos, entre ellos a la manía de montar numeritos.

 Menganita, dice Fulanito o Menganito, ese estúpido y obtuso fulano, que no ve más allá de sus narices, o sea, de su órgano viril, de su mengano, se puso histérica, a llorar, a dar gritos, hasta se desmayó.

 O sea, Menganita <<le montó un numerito>> a Fulanito con el fin de ridiculizar su prominente mengano, el correspondiente a un amo, expresando, de forma airada, a los cuatro vientos, su insatisfacción, queja, malestar, frustración, rencor; además de provocarlo real y afectivamente para que reaccione, se exprese, salte, diga algo sobre lo que no se puede dejar de decir, sobre su verdad (lo más profundamente reprimido).


Fulanito y Menganita montaron un numerito a puros y duros garrotazos

 Es decir, Menganita, <<dio todo un espectáculo>>, <<lo dio todo>>, <<montó un número... circense>>, debido a que no se siente amada, querida, cuidada, correspondida, reconocida, por Fulanito.

 A esto se lo denomina <<una frustración amorosa>> de lo más frustrante que suele desembocar en todo tipo de números, numeritos o numerazos: como el uno (1), el cinco (5), el veinte (20), la pedrea (el menor premio que puede tocar en la lotería), y, ya puestos, hasta con recochineo, el Pi (π).

 Si hay numeritos, números, circo, espectáculo, contorsiones, retorsiones..., esto implica que no-todo es número, cifra, guarismo, notación algebraica.

 Están las dos cosas: El Número + el numerito = 1 + 0 = 1 + a.

 El numerito o el numerazo tienen que ver con la agresividad, las pasiones, las emociones, las satisfacciones e insatisfacciones, es decir, con todo aquello que, a través de una puesta en forma del cuerpo, hecho espectáculo, cuerpo circense o cisterciense (contorsiones, cabriolas, saltos, desmayos, volteretas, estigmas, disciplinas, abstinencias, privaciones, mortificaciones, etc.), es manifestación de goce (el goce del numerito o el numerito del goce).


El cuerpo y sus volteretas gozosas

 El numerito son palabras, números, significantes; lo que no impide que, jugando con el sentido o el sinsentido, sea también -¿por qué no?- pantomima, mimo, ballet, gimnasia, acrobacias, danza, volteretas, etc.

 Es evidente que la mujer no es un número, aunque, como cualquier quisque o quisquilla, pueda montar sus numeritos.

 Tampoco sería tratarla con poco respeto, como si fuese un deshonor, una indignidad, una ofensa grave, abordarla en su condición de número, en su ser numerable, cuantificable, que, si se mira bien, mejor dicho, si se calcula bien, es una posición noble, digna, bella, y éticamente respetable (ahí están los pitagóricos)

 Para los pitagóricos <<Todo es número>>.

 Consideran el número como el fundamento de todas las cosas.

 El universo es un todo armónico porque los números constituyen una unidad de elementos contrarios: pares e impares (Blog <<El Laberinto y el Hilo de Ariadna>>; Arturo de Porras Guardo).

 Si todo es número, la mujer, que forma parte del todo, también es número (silogismo pitagórico-existencialista).

 El problema es que la mujer, a diferencia del hombre, que sí que es un número, que todo él es número (numerable y numerado), no es solo, únicamente, número.

 La mujer es número y además es otra cosa que no es número, que no es numéricamente numerable; más bien, es innumerable (numéricamente no numerable).

 Por lo tanto, la mujer hace sus números, sus cuentas, las de la casa, las de lo real, pero no solo hace números, también teje, cose, hace calceta, encaje de bolillos, danza, canta, cuenta historias, tiene hijos, ama, etc. (trabaja y canta; canta y trabaja; canta mientras está trabajando).

 Esta cuestión tan cuestionable, en algún punto delirante, de la relación de las mujeres con las series numéricas o con los números irracionales puede conducir a un malentendido, a una confusión.

 Solo se puede abordar a Las mujeres, a cada una, de una en una, debido a que no se constituyen como un todo.

 En nuestra metáfora numerológica sería equivalente a recorrer toda la serie infinita de los decimales del número irracional π.

 Tarea que puede ser atractiva pero que no deja de ser interminable, sobre todo si uno mira hacia delante en vez de hacia detrás.

 Todo o el todo pueden hacer creer, desde el fantasma masculino, engañosamente, que se puede ir de mujer en mujer, ágilmente, tranquilamente,como va la abeja o la mariposa, libando de flor en flor.

 A muchos hombres, por un temor insuperable a Las mujeres, les gustaría dedicarse a ese ejercicio de picoteo incoercible caracterizado por su pasmo y sus espasmos, por su fugacidad -<<si te he visto no me acuerdo>>-, de lo más efímero y caduco, con el que uno cree ponerse a resguardo de todo tipo de peligros (imaginarios y reales).

 Como el acto o la relación sexual no existe uno da un salto por la ventana -<<¡Adiós mi amorcito!- antes de percatarse de esa realidad tan real, tan desagradable, tan angustiante.

 Es como recorrer los decimales del número π, enumerándolos, uno a continuación del otro, de forma indefinida, en un trabajo ímprobo, estéril, hasta que uno se detenga por aburrimiento o por agotamiento.

 El caso es que, después de haber obtenido mecánicamente, automáticamente, toda la serie de decimales del pitolingo (hasta donde uno pueda), uno sigue siendo el mismo, inalterable, como si nada lo hubiera tocado; lo mismo que la serie, que también sigue siendo la misma, en su condición de intachable, detenida en el tiempo, de tal forma que otro operador matemático sería capaz de extraer los mismos números decimales.

 Esto de pasar de una a otra mujer, como si nada, picoteando aquí y allá, sin ser tocado ni modificado por ella, puede ser una conducta llena de cinismo, de desprecio mayúsculo por el otro reducido a lo más minúsculo.

 Es evidente que no es la regla, lo habitual, lo normal, esto de pasar de una mujer, de pasar de una mujer a otra y tiro porque me toca, sin ser tocado, alterado, transformado por esa mujer en concreto, particular y concreta (a veces, coqueta).

 Todo esto, el encuentro con una mujer, será trascendente, a condición de que en la relación con esa mujer concreta, que siempre es otra, uno no se borre, sea capaz de poner en juego su deseo, su verdad, comprometer su cuerpo, su goce (lo real).

 El que no quiere tener relación con una mujer, el que no quiere enterarse de lo que es una mujer, ese pasa, da pasos en falso, o mejor, salta, brinca, de una mujer a otra, con el fin de no percatarse de lo que pasa, de lo que acontece, de ese acontecimiento trascendente que es la mujer.

 Actúa como las sátiros que se dedican, a tontas y a locas, desenfrenadamente, estúpidamente, con un ánimo de lo más pueril y absurdo, a perseguir a las ninfas, todo con el objetivo de olvidarse de su existencia, de ese hecho irrebatible de que existe el tiempo y la muerte.


El número Pi expresa la relación entre la longitud y el diámetro de una circunferencia 

 Para que el número π, en su irracionalidad femenina, en el recorrido, uno por uno, por sus infinitos decimales, no periódicos (en absoluto racionales o proporcionales), se asemeje a lo que podría ser el modo de la relación con la-mujer-una-por-una, cada vez que alguien (matemático o no) saque (del bombo de la fortuna) un decimal de ese número tan poco o, tan disoluto, deberá dejar una marca en el número que extrae de la bolsa que a, recibiendo él mismo la marca procedente del decimal en que ha dejado su marca.

 Aquí se habrá puesto en acto una operación que pone en juego al sujeto, que no lo forcluye, que va más allá de las matemáticas, a la que podemos denominar como <<la operación del marcador-marcado>>.

 Es una especie de juego en el que el que marca siempre es marcado.

 El juego de tula o el pilla-pilla en el que el que la liga es ligado o el que pilla es pillado.


El que pilla es pillado, el que marca es marcado

 Es una burda simplificación pensar que el matemático, para resolver el enigma de número π, se dedicará únicamente a sacar decimales a troche y moche.

 Este es un trabajo de obrero explotado, de proletario, de currito o currante, de obsesivo nato o neto, que suele conducir al aburrimiento y al abatimiento.

 La relación entre el matemático y cada uno de los decimales del número irracional π es mucho más compleja.

 Hasta cierto punto, intervienen la subjetividad del matemático y la objetividad del número.

 Además, en contra de lo que se cree, las cifras no son inocuas (muchas veces las carga el diablo)

  La relación con π y su cohorte de decimales no es tan compleja como la relación con cada una de las mujeres no-todas, una por una, pero casi.

 Así como el matemático en sus operaciones matemáticas se dedica a extraer y a articular sintácticamente marcas, en la relación con una mujer interviene una estructura tripartita o trinitaria: la marcala marcación; y lo marcado.

 El abordaje de la mujer una por una no significa transitar por cada una de las mujeres (o por esa mujer que es otra de día en día, de mes en mes, de año en año) como el humo que se disipa rápidamente en el cielo, sino que en toda, o en una, o en no-toda relación con una mujer, es necesario poner en acto esa triple estructura de la marca, la marcación, y lo marcado.

 Que la mujer solo se pueda abordar una por una no es una licencia para la frivolidad, la falta de compromiso, dormirse en los laureles, el dolce far niente, sino para un compromiso todavía más fuerte con lo real, con lo que es del orden del goce, al modo de Heráclito, <<El oscuro de Éfeso>>:

 "ποταμοῖς τοῖς αὐτοῖς ἐμβαίνομεν τε καὶ οὐκ ἐμβαίνομεν, εἶμεν τε καὶ οὐκ εἶμεν τε.

  En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos].
Diels-Kranz, Die Fragmente der Vorsokratiker, 22 B12".


Heráclito de Éfeso

  Entrar a una mujer no es mecanizarla, mercantilizarla, reificarla, como una más, como una cualquiera, que podría ser cualquier otra, en su indiferencia e indiscriminación, sino tomársela en serio, no en serie, como verdaderamente y únicamente una.

 Solo un hombre que es capaz de comportase como un hombre se puede relacionar con una auténtica mujer.

 No se trata del hombre identificado a esa risa, revestido de esa guisa, al estilo de la comedia del falo imaginario, con sus hechuras de amo ridículas e impotentes, sino el hombre que saber hacer (savoir faire) con su deseo de sujeto y con su goce singular.

 En la relación del matemático con el número Pi, con sus infinitos decimales, desde la lógica de la serie, se puede describir una estructura en la que intervienen: un marcador -el matemático como operador que desarrolla una operación matemática-, y una marca -la serie infinita, irracional, de los decimales no-periódicos del Pi-.

 En esta relación estrictamente matemática entre un operador matemático, sujeto a una lógica algebraica, simbólica, y un objeto matemático puramente formal, no es necesario que intervenga un sujeto (que cuanto más se  borre, mejor para la abstracción y la precisión de los cálculos), ni tiene lugar un compromiso del goce, un acontecimiento del cuerpo.

 Otro caso distinto es el de la relación de un hombre, en su condición de sujeto, en su compromiso -¡o no!- de goce con La Mujer acontecimental, una por una.

 Aquí es donde, la mujer, sin dejar de ser número, de tener un cuerpo numérico, numeral o numerado, no es solamente, únicamente, holísticamente, un número, sino que hay algo más, otra cosa, a la que, por darle un nombre, la nombramos con el nombre de goce femenino, no-todo (A).


Los modos numéricos, de goce, litorales, del objeto Pi

 Si la mujer no es solo número, si su cuerpo no es todo numérico -fálicamente o-, es porque tiene otro cuerpo, un cuerpo otro, de mujer no-toda, que no se inscribe del todo, todo (a) él, totalmente, en la dialéctica fálica del ser / tener.

 Por eso, la relación esencial de la mujer con el pecado, con la serpiente atrabiliaria, tentadora, hablante, con medias palabras, impropias, venenosas.

 Este es el principal problema de la relación con una mujer, su no adscripción plena a un corpus simbólico regido por la primacía del falo, basada en la polaridad falo-castración.


La relación con el padre está también más allá de la dialéctica fálica, del principio del placer

 La relación con La Mujer como acontecimiento del cuerpo, gozoso, exige una triple marcación o estructura marcativa: la marcala marcación; y lo marcado.

 En la relación de un hombre con una mujer cuyo cuerpo no es todo numérico, o es no-todo numeral, interviene una marca que, obviamente, es significante (el hombre y la mujer deben hablar, conversar, conocerse, cubrirse con esa amplia sábana de los significantes).

 Hay marca de escritura sobre los cuerpos porque en la no-relación interviene una operación de marcación o de marcadura que es mutua, no-recíproca, asimétrica, dado que el hombre marca a la mujer con los significantes de su deseo, y la mujer, a su vez, con los del suyo.

 No hay identidad ni homología entre los deseos, entre los goces puestos en juego en la relación / no-relación sexual.

 Lo que es marcado -<<lo marcado>>- es el cuerpo, tanto el del hombre como el de la mujer.

 No hay un goce mutuo (maître), una mutualidad de los goces, con prestaciones recíprocas y equivalentes, dado que ambos, en el marco de la no-relación sexual, gozan a su modo, con su modo singular de goce.

 Lo que sucede aquí, y esto es lo decisivo, es que la marca, la marcación y la marcadura, en el cuerpo, en la carne, produce una transformación radical de su modo o régimen de goce, a causa de lo cual ninguno de los dos es el mismo, más bien es otro, después de haber pasado por la relación / no-relación sexual.

 El hombre marca a la mujer y, a la vez que la marca, es marcado, transformado, golpeado por su propia marca.

 Se convierte en un mutante del goce.

 La mujer marca al hombre y, a la vez que lo marca, es receptora, objeto, destinataria de su propia marca, que se vuelve contra sí misma.

 Se transforma en una mutante del goce.

 Dos mutantes cuya mutación ha sido causada por el Otro.

 En la relación, con respecto a la operación de marcación, cada uno de los intervinientes, de los inter-esados, es sujeto y objeto, en el sentido de agente y objeto de la marca.

 La mujer es una por una en el sentido de que no-es... toda.

 Por una parte, está La Mujer-Una.

 Esa mujer que se presenta como La Mujer-Toda, como Toda-Una-Mujer.

 Presume (lo que es solo una presunción) de no estar tachada, de ser capaz de todo.

 Promete (lo que es una osadía) lo imposible, lo real, todo-el-goce.

 Frente a ella, en oposición a ella, en otro lugar, está La Mujer-una, una-mujer, que se caracteriza, en su goce, por ser no-toda, y que se muestra causada por un objeto de deseo (por ejemplo, por un hombre, un padre, un hijo... u otra mujer).

 La Mujer-una es la que expresa en su condición su tachadura por el significante: S (A).


La Mujer-Una y una-mujer (La)

 En el cuadro de la sexuación, el hombre, desde el lado masculino, desde su fantasma, se dirige a la mujer,  en posición de objeto @: $<>a


 S------------------------------>> objeto @ 


 La Mujer-Una, no-tachada, se puede situar en el lado masculino, fálico, estando representada por el Falo simbólicoΦ.

 La Mujer que no es Una (todo-Φ), que es una mujer (La), se sitúa en una relación con el falo (Φ) que está más allá del falo ( Φ ), en su condición de no-todo fálica (S [A]), en su relación con el goce femenino como goce del cuerpo.


 La--------------->> Φ------------->> S (A)------->> goce femenino


 La Mujer-Una se ubica, curiosamente, en el lado masculino del cuadro de la sexuación.

 No es raro dado que su pretensión es situarse como Toda-fálica (A).

 Parafraseando la fórmula del juicio universal afirmativo es La-Mujer-para-Todo... ∀x (Todo) encontrará en ella su Φ (x)... el significante del deseo que le falta.

 Esto quiere decir que, en realidad, no le falta nada, que lo tiene todo, o, por lo menos, es lo que quiere aparentar (con la mascarada femenina), arrojando, lanzando, como un proyectil, la castración a los demás, pobres seres que no se enteran en absoluto de su valor como Mujer excepcional, sin igual, como La Mujer-Una.

 Lo que no existe no es una-mujer, sino La Mujer-Una, que aspira a la unificación de todos los goces, a hacer del goce un Todo, una totalidad, no algo roto, astillado, fragmentado.

 La Mujer-Una hace semblante del goce-Uno.

 En cambio, una mujer, sí que existe, aunque no como Totalidad, conjunto cerrado o serie, sino una por una.

 Una-mujer hace semblante no del goce-Uno, sino del goce-otro, del otro-goce, del goce femenino, no-todo.

 Si queremos homologar, patentar (en el sentido de hacer patente), correlacionar, la serie infinita, no-periódica, del numero π, con la no-serie, con lo que no hace serie, con La Mujer una por una, no se podrá asimilar cada una de las mujeres con las que un hombre entra en relación con cada uno de los infinitos decimales del número irracional, sino que a La Mujer tachada, no-toda, se la puede identificar con la estructura global del número irracional.

 Una-mujer, al no poder cerrarse, ni encerrarla, en un conjunto cerrado, al no constituirse como un universo, tiene algo de inagotable (no de insaciable que no es más que una mascarada de la infinitud).

 Lacan, escribe, trabajando las series matemáticas, a La Mujer-una con con la notación algebraica de un-Uno: 1: el-Uno-de-la-cuenta, el sucesor: n + 1.

 Cualquier número natural, al formar parte de una serie, tiene un sucesor, así como es el sucesor de otro número, a excepción del 1 <<que no es el sucesor de ningún número natural>> (tercer axioma de Peano). 

 El segundo axioma o postulado de Peano sobre el conjunto de los números naturales es el siguiente: <<Si a es un número natural, entonces a+1 también es un número natural (llamado el sucesor de a)>>.

 La no-serie femenina, la mujer asimilada al número irracional, al π, no es solo un número, su cuerpo no es únicamente numérico, forjado por infinitas cifras decimales (aunque esto no deja de ser verdad debido a que La Mujer no hace excepción a la castración).

 Una-mujer tiene un cuerpo en parte numérico y en buena parte no-numérico, al que podemos llamar real, en el sentido de marcado por un rasgo de escritura, que lo constituye en la servidumbre de un goce que no es amo, que no es todo-fálico, o que es no-todo-fálico, que produce un plus de gozar bajo la forma del enigmático goce femenino.

 La <<L>> sin tachar, de EL Hombre o de La Mujer en su estilización y rectitud, representa el Fi mayúscula -Φ-, ese significante que abarca el goce fálico, el goce-Uno, ese goce que es el de todos, además de ser como debe de ser, como dios manda.

 La <<U>> de Una-Mujer, en su concavidad, tiene la forma de un vaso, de una vasija, del goce femenino como recipiente.


Diferentes cuerpos de Una-Mujer

 Lacan, a partir de la matriz unaria de las series infinitas, que divergen y convergen hacia el @, el número de oro, que es un irracional, lo sitúa matemáticamente como aquel valor -¡de goce!- que se adiciona al Uno (portador de un valor fálico), sin poder ser nunca absorbido por éste:

 1 + @... (n +1) + @.

 ¿Qué es el número de oro, aquel número que establece la divina proporción del goce-otro, de aquello que no tiene proporción, que no se atiene a una expresión numérica racional?:

  <<El número áureo (también llamado número de oro, razón extrema y media,​ razón áurea, razón dorada, media áurea, proporción áurea y divina proporción​) es un número irracional,​ representado por la letra griega φ (phi) (en minúscula) o Φ (Phi) (en mayúscula) en honor al escultor griego Fidias>>. (Wikipedia).


El número áureo del goce 

 Este @, el objeto del deseo, aquello hacia lo que tiende, en el límite, la serie de los 1, de los trazos unarios, a lo que se aproximan constantemente como Aquiles a la tortuga (representación del goce femenino), pero que nunca (la) alcanzan, es homólogo al infinito potencial hacia el que converge la serie de los decimales no-periódicos del número irracional π:

 1 + @ 

 1 + ∞

 1 + π.

 Otra forma de escritura es introducir, como límite actual de la serie, a La Mujer en función de infinito actual:

 1 + (Una-mujer) = ∞ = infinito actual

 O, de la misma forma, pero con un matiz diferente:

 1 + (goce femenino no-todo) A


Las series numéricas, atravesadas por La Mujer, y por su goce

 El infinito, en tanto cantidad infinita, que se sitúa entre los dos extremos de la serie potencialmente infinita del número irracional π, corresponde al así denominado infinito actual.

 La letra A, escritura de un cuerpo que se abre al goce otro, al goce femenino, se pone en acto, en función de infinito actual, en cada encuentro sexual con una mujer, con su cuerpo no-todo (fálico-numérico-Uno).

 En cada uno -que siempre es otro- de los encuentros sexuales uno por uno con La Mujer no-toda, en tanto acontecimientos del goce, la letra a, en función de signo del otro goce, a la vez se sustrae y se adiciona al 1.

 Existe un cuerpo real que, matemáticamente, asépticamente, se puede afirmar que se adiciona (signo +) al cuerpo numérico; en cambio, existencialmente, esta misma sumación se vive como una parasitación sobre el cuerpo por parte de un goce que tiene un carácter perturbador, displacentero:

 1 + a 

 cuerpo numérico + cuerpo real 

 1 (goce fálico) + goce no-todo

 Por este motivo, Lacan, escribe en el cuadro de las fórmulas de la sexuación, la letra A, en tanto signo del goce no-todo fálico (Φ), que se adiciona al Falo masculino (Φ) en el lado femenino, en relación con la condición no-toda de La Mujer:

 Φ (goce fálico; goce del S1) + A (goce no-todo fálico)-------->> La

 El A se adiciona al 1 en su condición de sucesor de la serie, en su función de rasgo unario de la serie matemática, que marca con su trazo al conjunto de los números naturales:

 Φ = 1 

 (n + 1: sucesor) + A (infinito actual) 

 En el encuentro con La Mujer, no con La Mujer-Una, se ponen en juego ambos modos del infinito: el infinito potencial (n +1) y el infinito actual (A):

 1 + A 

 ¿Qué son el infinito actual y el potencial?:

 <<Son dos formas de comprender lo infinito. Por infinito actual, en matemática, se entiende un conjunto sin fin, acabado y ya realizado (por ejemplo, el conjunto de todos los números naturales). Por infinito potencial se entiende un conjunto sin fin susceptible de incremento ilimitado (o disminución ilimitada) haciéndose mayor (o menor) que cualquier magnitud establecida de antemano...>> (Diccionario de Filosofía, 1965).

 Se entra, en la perspectiva del encuentro con La Mujer, con el anhelo de alcanzar el infinito potencial, el goce-Uno.

 Se busca en La Mujer tachada a La Mujer que no existe, a La Mujer-Una, en su infinita potencialidad, en su potencia fálica (Φ), con el afán -imposible- de hacerse Uno con ella.

 Resulta que el tejido que trenza La Mujer, la tela que cose, tiene dehiscencias, aperturas, hiancias, soluciones de continuidad, desgarros...

 Al desgarro fundamental, que estructura la tela que nos cose, el tejido que nos trenza, lo formalizamos con la expresión algebraica: A 

 La promesa fálica de recibir el Falo Simbólico (Φ) del Otro, de La Mujer no-tachada, que se reviste con las vestiduras, los semblantes, las máscaras, del Significante de la falta, del deseo, actúa como cebo, señuelo, que aboca a una decepción si cabe todavía mayor.  

 El incauto del Otro se va a encontrar, quiera o no, con lo real de la mujer, con la mujer real, no-toda, con su goce femenino, con el A.

 El que peca de incauto, de mansedumbre, se va a topar, chocar, tropezar, con el infinito actual (A), que adquiere semblante de mujer no-toda, que se resiste al infinito potencial (n +1); además, por si esto no fuera poco, se le va a atravesar esa molesta china en el zapato, el falo real (@), que hace objeción al Falo Simbólico (Φ).


Infinito actual y potencial

 II) <<Como diría mi amigo, ¿son las mujeres especialmente irracionales?>>

 Para saber el valor de determinado decimal del número π, del número de oro, del @ -por ejemplo, el que ocupa el 5º lugar en la serie infinita-, es necesario calcularlo, se requiere de un acto matemático.

 Hasta el momento en que se calcula no es posible predecirlo, anticiparlo, debido a que la serie de los decimales de un número irracional, a diferencia de los de un número racional, es aleatoria, no pudiéndose encontrar ningún orden ni regularidad, ninguna repetición periódica de grupos de números.

 Al no haber regularidad se puede afirmar que la sucesión de los decimales de un número irracional no está determinada por una ley.

 Con Las mujeres, desgraciadamente, nos sucede un poco lo mismo que con esos decimales rebeldes y juguetones de los irracionales (o de las irracionales).

 Hay unos molestos decimales, irreductibles, que siempre nos separan de La Mujer.

 Por unas décimas, de más o de menos, nunca acabamos de aprobar la asignatura que tenemos pendiente con (de) <<Las mujeres>>.

 Siempre vamos a septiembre, por mucho que nos esforcemos, incluso, poniendo toda la carne en el asador, siempre nos quedamos cortos, siempre pecamos de insuficiencia (que no es lo mismo que la impotencia).


El número <<e>> siempre se nos lía alrededor de la cola. No hay forma de desatar sus nudos 

 Al no existir un regla, una ley, para todas las mujeres, que las constituya como una totalidad, como formando parte de una serie pautada, de un universo, en tanto elementos de un conjunto cerrado, finito, no es posible predecir, anticipar, calcular, cómo va a ser el encuentro con una mujer (que no guarda una relación de determinación necesaria con la mujer precedente y con la siguiente), hasta el momento, inédito, abierto a la sorpresa, cargado de incertidumbre, de ese encuentro con esa mujer.

 El pronombre demostrativo masculino ese añadido al femenino esa, al potenciar de forma incalculable lo que es del orden de la contingencia, nos aboca indefectiblemente al acto.

 Hay algo aquí, que se sostiene en la lógica del no-todo, que quiebra lo que es del orden de lo necesario, proyectándose hacia lo contingente, hacia lo que <<cesa-de-no-escribirse>> (por ejemplo, los decimales del número e, o de cualquier otro irracional).

 Del lado de la posición de la sexuación femenina nos encontramos con las dos formas del infinito -el actual y el potencial-, así como con las categorías de la lógica modal -existencial-, de lo contingente y lo imposible.

 Ya se ha planteado que el encuentro sexual con La Mujer, con el goce femenino, existe de forma contingente, como aquello que <<cesa-de-no-escribirse>>.

 Lo que se pone en acto en los entresijos, en las entretelas, de ese encuentro contingente, es la categoría lógica del no-todo o del no-para-todo¬∀x (Φx).

Al goce femenino, no-todo fálico (S [A]), lo identificamos con nuestro infinito actual, que es un infinito en acto, al que podemos representar de esta manera: : un ocho tumbado tachado, atravesado por un trazo.

 A Las Mujeres solo se las puede abordar una por una, como a los decimales de un irracional, porque se inscriben en un conjunto abierto, sin límites, sin excepción,en tanto tal abierto e infinito: ¬∃ x ¬ (Φx).

 Este carácter, el de la infinitud, que se sostiene en el infinito potencial, es una marca del goce femenino que se puede encontrar en las místicas como Santa Teresa; a él se añade la condición existencial de lo imposible, como aquello que <<no-cesa-de-no-escribirse>>.

 La relación con una mujer, no solo con una santa, no se obtura con la nasa fálica: a la serie infinita de los números naturales siempre se le puede añadir un número más.

 En el lado masculino de la sexuación, a partir del límite de la excepción (-∃ x ¬ [Φx]), que confirma la regla, el Para todos (∀x [Φx]), se puede situar el conjunto cerrado de todos los hombres, que forman una serie, un universal.

 El varón, en su goce fálico, dominante, totalizado, es un agujero con borde.

 La mujer, en su goce femenino, apátrida, excluido, exiliado, extraño, extranjero, es un agujero sin borde.


Un agujero negro

 Hay una pregunta de Lacan en el Seminario 22: <<¿Qué es un agujero si nada lo cierne?>>
 
 En la parte masculina, del todo fálico, predominan las categorías modales de lo necesario -<<lo-que-no-cesa-de-escribirse>-, y de lo posible -<<lo-que-cesa-de-escribirse>>-.

 Con respecto a lo infinito, bajo su versión actual o potencial, nada de nada, <<¡Vade retro Satanás!>>.

 En el encuentro sexual con La Mujer (no incluida en una serie), no es cuestión de La Mujer no-tachadasino de Una-Mujer (infinito actual o A), en el sentido de única (no de Una), no sobredeterminada por la mujer anterior y por la siguiente de la cadena mujeril (entre otras cosas porque Una-Mujer es lo que se suelta, salta, de la cadena de las mujeres que no existe).

 El infinito actual se desliza como una anguila inmortal a través de los espacios vacíos que saltan entre los decimales infinitos del número π.

 El goce femenino no-todo que, como la mujer no-toda fálica, tampoco hace serie con la serie de los goces, con los goces tomados en serie, seriamente o serialmente, al tener el estatuto de una escritura somatizada, en su condición de litoral o de literal del goce, sólo se puede leer en los saltos del cuerpo de La Mujer.

 Hasta que uno no entra en relación, en faena, en el cuerpo a cuerpo, con esa mujer que es una, diferente de la otra, de la de más allá, de aquella, no se puede saber

 Resulta que, después de haber tenido una relación con esa mujer, se sabe todavía menos que antes.

 Además, a pesar de que ya he tenido una relación con esa mujer, si vuelvo a tener otra relación, esa aparente segunda relación será como la primera, como si fuese la primera vez, y esa mujer seguirá siendo esa mujer.

 La ganancia que se puede obtener después de conocer a una mujer a la que nunca se conoce del todo no es en términos de saber // no-saber, sino en términos de otro-goce

 No de un goce-Uno, unificado, seriado, sustancializado, sino de un goce no-todo fálico, siempre enigmático, que va a dejar un resto (para la siguiente vez).

 Una-Mujer, al no formar serie, al ser una por una, inevitablemente es Otra (marcada en su cuerpo por la Otredad del goce femenino).

El amor se sostiene sobre el goce y el deseo. El gozne que abre y que cierra es el @ 

 De aquí la afirmación de Lacan de que La Mujer -¡Toda!-, no-tachada, no existe.

 Pero sí existe, a pesar de todo, o del todoLa Mujer-una, como elemento de un conjunto abierto, no-toda, tachada (A), hendida por el surco del significante en el cuerpo.

 Retornemos al número π, ese número tan mujeriego.

 En los decimales del número π se han hallado varias series del <<7777>>; y una serie que choca, que llama la atención, la del <<999999>>.

 Pero estas series están aisladas, no constituyen una regla, no se vuelven a repetir periódicamente con alguna forma de orden y de regularidad.

 Son excepciones exceptuadas que, como todo lo femenino, a diferencia de lo masculino, al no constituir una excepción a la regla (que siempre es una excepción de una regla, uno de sus casos), no confirman la regla.

 Es la regla la que crea su propia excepción; excepción que, a su vez, en contrapartida, en función de límite de la regla, la cierra, confirmándola.

 Estas excepciones, tan femeninas ellas, no regladas, no reguladas por una regla, no referidas a la regla como su límite, su borde, su cierre, en su pura contingencia demuestran que Las Mujeres funcionan sin reglas (que lo que les importa es el amor, el deseo y el goce).

 Sin reglas no es lo mismo que ir contra la reglas.

 El proscrito, el exiliado, el apátrida, el nómada, el extranjero, al igual que La Mujer, viven en el margen de la ley, en la frontera del universo de las reglas, en los confines de las masas, en una posición de extra-territorialidad con respecto a la ley, en absoluto dedicados a destruirla, a subvertir el orden Constitucional.

 No hay goce sin Constitución; pero no-todo el goce es Constitucional.

 En las mujeres hay una pulsión Constitucional que traspasa sus propios límites.

 Igual que es necesario sacar, hic et nunc, tal decimal del número π para saber cuál es, no hay más remedio que entrar en relación con una mujer para saber quién es, de qué va la cosa (La Cosa femenina, nunca mejor dicho).

 Las relaciones previas con otras mujeres, muchas o pocas, satisfactorias o no, no garantizan nada (ni el éxito ni el fracaso).

 No hay experiencia en asuntos de mujeres; sí que hay experiencias.

 Las experiencias sin experiencia nos sumen en la angustia.

 No hay un saber previo sobre Las Mujeres que permita acudir advertido, prevenido, al encuentro sexual-discursivo.

 Aquí estamos expuestos a lo real, a lo que es absolutamente contingente, estadísticamente aleatorio, azarosamente probabilístico.

 Esto no implica que sea arbitrario.

 Hay una historia, la ley opera, ek-siste el significante, hay algo que se llama la metáfora paterna, cuyo centro es el Nombre del Padre.

 No podemos desconocer en absoluto la estructura edípica, significante, discursiva.

 Para poder situarse como un out-law (fuera de la ley) con respecto al goce, cabalgando a pelo sobre un pura sangre, en una tierra inhóspita, sin ley, más allá de cualquier frontera, es necesaria la ley, la frontera, el límite.

 Se puede pasar del padre a condición de servirse de él.

 Lo imposible es <<lo-que-no-cesa-de-no-escribirse>>.

 Lo contingente es <<lo-que-cesa-de-no-escribirse>>.

 Aquello que no se escribe (la corriente subterránea del ser) y que, en un momento dado, en un félix (<<beneficiado por la fecundidad>>) encuentro, presidido por la conjunción de los astros, se escribe, puede ser tal decimal de un irracional, o tal mujer con la que nos hemos cruzado inesperadamente en la escalera.

 El encuentro félix con la vecina del se produce en la escalera, el lugar donde acontecen (de acontecimiento) los verdaderos encuentros.

 Una mujer, en su contingencia, <<cesará-de-no-escribirse>>, a condición de que por parte del concernido medie un acto significante, discursivo, el acto de sacar tal decimal o de conocer a tal mujer.

 Se puede establecer una homología, incluso un isomorfismo, entre la serie infinita de decimales sin ninguna regularidad del número irracional π, y el conjunto abierto de Las Mujeres.

 <<Un conjunto A en un espacio métrico M, se dice conjunto abierto, si para cualquier punto a del mismo, podemos hallar una bola abierta (a, r), la cual está contenida en A>>

 (http://webdelprofesor.ula.ve/ciencias/lico/web-topologia/abiertos.htm).

La definición topológica de un conjunto abierto

 Si La Mujer no-toda (M) es el conjunto A (que abarca el espacio métrico M), cualquier punto de ese conjunto A se puede representar como una bola abierta (con centro en a), que está incluida en A y alejada del límite, del borde.

 La homología, la correspondencia, entre el carrusel de decimales del π y la mujer no-toda, representada por una bola abierta, se basa en el concepto de infinito actual (). 



La mujer es una bola abierta partida por el ecuador con una semiesfera fálica y una semiesfera no-toda fálica

 El conjunto abierto de los infinitos decimales del número π se abre por su infinitud, porque no hay ningún número que, siendo el último, cierre la serie.

 Después de haber llegado al decimal cuatro trillones cinco millones cincuenta y uno se puede añadir un número más, sacar otro decimal, y así hasta que explote el superordenador por colapso de su memoria:

 Número Π: Conjunto abierto: [3.14159265358979323846264338327950288419... 

 El conjunto abierto-π tiene un principio: se abre paréntesis: [1, 4, 1...

 Pero no tiene un final, no se puede cerrar el paréntesis, no existe el número que clausure, finiquite, la serie.

 El 9, al final de esa larga tira o ristra, tan poco suculenta, de números, le pasa el testigo -¿de la falta?- al 6, el cual, a su vez, después de correr la carrera durante un corto tramo, le pasa el testigo al...

 Conclusión: no se puede cerrar el paréntesis.

 Lo que se abre por un lado -<<[>>- no se puede cerrar por el otro -<<]>>-.  

 El conjunto de Las Mujeres también es un conjunto abierto, infinito, porque cada mujer es una.

 No hay ninguna mujer (fuera de la mascarada femenina) que sea La Mujer, que sea la última mujer de la serie de las mujeres, que pueda finiquitar, con su paréntesis de cierre (]), el conjunto, que no tenga que recibir y entregar el testigo a otra mujer... a la Otra-mujer (la que siempre está más allá, inalcanzable, inabordable, real).

 Ninguna mujer es poseedora del paréntesis que permitiría clausurar el conjunto:

 A todas las mujeres les falta ese paréntesis, en su función de marca, de trazo de escritura (esto lo representamos con un signo menos que precede al trazo escrito del <<paréntesis>>): -]

 Todas (sabiendo que es una forma de hablar) Las Mujeres están tachadas: A.

 Con lo cual, a través de una simple conclusión, no hay Todas Las Mujeres.

 Solo existen esta, esa, aquella... mujer.

 Lo que pone de manifiesto que La Mujer está tachada es su condición de deseante, en el sentido de que está causada en su deseo por ese hombre, del que quiere tener un hijo que sea su hijo (¿el hijo de quién?: el hijo como metáfora de su amor hacia el padre).

 Por este motivo, en el cuadro de la sexuación, en el lado femenino, se sitúa la letra a, a la que apunta una flecha que procede del S tachado, ubicado en el lado masculino, fálico.

 La mujer o una parte de la mujer, un pedazo de su cuerpo, en su condición de objeto parcial, ocupará el lugar del objeto del fantasma del hombre: $<>a.

 π: Las mujeres: Conjunto abierto: {3-(El Nombre-del-Padre), (1)-

 una mujer... (4)-una mujer... (1)-una mujer... (5)-una mujer... (9)-

 una mujer... La Mujer (A)... ... No hay paréntesis de cierre 

 Lo que hay que puntualizar es que tanto los decimales infinitos de un número irracional como las mujeres tomadas una por una, en una serie infinita, dentro (?) de un conjunto abierto, son contingentes.

 Hemos definido la contingencia desde la lógica modal como <<lo-que-cesa-de-no-escribirse>>.

 Cuando calculamos un determinado decimal del numero π (por ejemplo, el de la serie), en ese momento (aquí el modo temporal, el tiempo presente, es algo esencial), algo que no se escribía hasta las 23 Hdel ocho de febrero de 1957 se escribe, <<cesa-de-no-escribirse>>.

 Ese número decimal (el 9), ¿estaba escrito en algún lugar, de forma latente, inconsciente, hasta que se lo saca a la luz con nuestros cálculos?

 Hasta que Leonhard Euler le dio su valor en el año 1734, hasta esa fecha, ¿donde existía el número π?

 ¿En la mente de Dios?

 ¿En el Olimpo de los números?

 ¿En la armonía de las esferas celestes?

 En el cerebro del hombre.

 ¿Estaba escrito en algún lugar a la espera de ser descubierto?

 No, ese modo de presentación, de hacerse presente, el número, al igual que la presencia real de la mujer, tiene que ver con su condición de contingentes: <<lo-que-cesa-de-no-escribirse>>.

 Se puede plantear, a partir de la relación de la contingencia con el acto de escritura (de la condición, del deseo, del goce singular, de la verdad) que, <<lo-que-no-se-escribe>>, inscribe, transcribe o escritura, no tiene existencia, no ha lugar, está forcluido.

 Se nos hace presente aquí el siguiente hecho: hay un anudamiento radical entre poder existir y ser-escrito, ser-nombrado, ser-escriturado, ser-inscrito, en el registro del significante, en el lugar del Otro (de la verdad, del deseo), en el inconsciente estructurado como un lenguaje.

 Un cuerpo, desprovisto de sus marcas de escritura, de los trazos del goce, queda abocado a la inexistencia, a la nadificación, a su disolución.

 Si uno no está escrito, si nadie lo (le) escribe, carecerá de existencia, hasta el momento en que alguien piadoso, caritativo, en un acto de bondad, de deseo, le escriba-inscriba.

 La criba que separa tajantemente lo humano de lo inhumano es que el sujeto se inscriba o no se inscriba.

 Este es el sentido verdadero y fuerte de <<lo-que-no-se-escribe>>, aquello que está forcluido en lo real, con respecto a <<lo-que-se-escribe>>, lo que es afirmado (bejahung) en un acto significante.

 La Mujer una por una y el decimal irracional solo <<cesan-de-no-escribirse>> cuando <<se-escriben>>.

 Esto nos introduce a la cuestión decisiva del acto analítico, del acto de palabra, en su dimensión ética, que no solo recupera del olvido aquello reprimido, todavía no dicho, pero inscrito en la pizarra mágica, sino que rescata de la forclusión aquello que, si no fuera porque interviene un acto discursivo, nunca tendría existencia real.

 Sin el acto de escritura, contingente, temporal, causado por un deseo, ni La Mujer-una ni el decimal-uno habrían accedido a la existencia.

 La contingencia, <<lo-que-cesa-de-no-escribirse>>, es un caso claro y evidente de creación ex-nihilo, a partir de la nada del deseo.

 Se trata de un acto de creación sin antecedentes, cuyos prolegómenos son discursivos, en los que se amasa un pedazo de barro informe o se prende la luz sobre las tinieblas del Caos:

 <<1 En el principio creó Dios los cielos y la tierra.

 2 Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.>>

 –Génesis 1:1-2

 <<3 Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.

 4 Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.

 5 Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día.>>

 –Génesis 1:3-5

 Este acto de creación contingente fabrica un origen, construye un principio, traza el punto cero de las coordenadas espacio-temporales.

 El  Padre del origen es el que nombra las cosas.

 Ahora bien, es necesario volver a acercar el foco sobre esa mujer-decimal o ese decimal-mujer, debido a que, aunque ninguno de los dos, ni el decimal irracional ni La Mujer no-toda, se pueden anticipar, prever, calcular, hasta el momento en <<que-cesan-de-no-escribirse>> (forcluirse), en <<que-se-escriben>> (bejahung significante), gracias al acto contingente de escritura, que escritura, inscribe, afirma, aquel real del cual no había ningún registro simbólico (ni trazas de su existencia), no es lo mismo el encuentro de un matemático con un decimal no-periódico en su azarosa contingencia, aunque se trate del irregular y azaroso decimal de un irracional, que el encuentro con el goce de una mujer no-toda, como manifestación contingente, existencial, de un cuerpo que hace enigma, que se-escribe y / o no-se-escribe.

 Con un ordenador se pueden obtener mecánicamente los decimales del número π, ¡hasta donde aguante la memoria! que, como todo, tiene sus límites, sus imposibilidades (si no que se lo pregunten a K. Gödel).




 Es evidente que una mujer no se puede obtener -¡o ligar!- mecánicamente, a través de un mero cálculo matemático; esta sería la mejor forma de estrellarse, de perderla.

 Con la anotación, al margen, de que en ese goce no-todo fálico hay un real (aquí evitamos el artículo determinado y le enchufamos al real un artículo indeterminado para enfatizar su contingencia) que escapa a cualquier cálculo.

 Para enganchar a una mujer, aunque sea en un encuentro contingente, es necesario (¡qué contradicción!) que uno ponga en juego algo de su ser, de su goce, de su cuerpo, de su deseo.

 Con el noble fin de que la mujer con la que uno quiere estar (la vecina del ) <<cese-de-no-escribirse>> no se necesita acudir a la cita de rigurosa etiqueta, acompañado de un notario, con todos los papeles en regla; se requiere de algo mucho más sencillo y, al mismo tiempo, infinitamente más complejo, de un acto, contingente, el del deseo.

 Uno, para ganarse a esa mujer, para hacer méritos, se la tiene que jugar, en el sentido de que deberá manifestar, dar pruebas, testimonio, no de su condición de no-casado (que engaña a su mujer con otra), ni de cazado, sino de causado (que no es lo mismo) por esa mujer, a la que no está dispuesto a consagrar a los altares (como santa o como puta), sino como objeto de deseo (a).

 Todo ello, con suerte y viento a favor hará que, de forma contingente, esa mujer, a la que se le daba por perdida, <<cese-de-no-escribirse>>, transformándose no en una auténtica mujer, en La Mujer no-tachada (artículo determinado que la determina en su totalidad), sino en una mujer (artículo indeterminado que la abre aun goce no totalmente determinado por la determinación fálica).

 Si el deseo no se escribe no hay mujer que valga, ni la del 5º, , o la del ∞º.

 Para que se escriba el deseo, para que el deseo, en su absoluta y total contingencia, <<cese-de-no-escribirse>>, se necesita, valga la redundancia, un acto de deseo, de palabra.

 Que en el lado feminista no opere la excepción, que <<no exista al menos una mujer que diga no a la función fálica>>, impide que se constituya el Universal de La Mujer (lo que sería La Mujer-Toda, no-tachada, Todo-Mujer), el conjunto cerrado de Las Mujeres, clausurado sobre sí mismo.

 En el lado feminista, al faltar la excepción, al <<no existir al menos una>>, al no operar el principio lógico del tercero excluido, no hay constitución de una regla, de una ley, que abarque todos los casos, que se conforme como una casuística extensiva, exhaustiva, que, al incluir las excepciones, suprima las exclusiones, el goce en sus contingencias, sus malentendidos, aquello <<que-cesa-de-no-escribirse>>.

 Frente a lo necesario del lado machista -<<lo-que-no-cesa-de-escribirse>>- que se sustenta en el principio de identidad, de no-contradicción y del tercero excluido, en el lado feminista, sin haber sido derogados los dos primeros principios, en los que se basa la primacía del falo, al no haber excepción a la regla, al no operar el principio del tercero excluido, lo que domina es lo aleatorio, azaroso, contingente: el otro-goce en su vertiente más extra-ordinariamente u ordinalmente tíquica.

 La existencia de una excepción a la regla confirma la regla y, de esta forma, instaura un universo cerrado, en el que todos sus elementos son portadores, depositarios, de la marca de dicha regla, de su rasgo unario (el einziger zug).

 Este conjunto o universo cerrado contiene al mismo tiempo todos los casos que afirman la regla además de la excepción que, al refutar la regla, al <<decir-que-no>>, la afirma, la demuestra.

 Si yo digo que <<x siempre llega tarde a sus citas>> esto es lo que constituye la regla, la norma, la ley, que, al establecer una regularidad, comprende todos los casos en que x llega tarde a sus citas.

 Una regularidad no hace referencia a siempre, sino a casi siempre, frecuentemente.

 Es un concepto más bien estadístico o estocástico:

 <<Un proceso estocástico es aquel cuyo comportamiento es no determinista, en la medida que el subsiguiente estado del sistema está determinado tanto por las acciones predecibles del proceso como por elementos aleatorios>>. (Wikipedia, La enciclopedia libre).

 Si un buen día <<x llega puntual a su cita>> este hecho aparentemente es una excepción que refuta la regla (aunque la lógica nos dice que la confirma).

 La excepción, a la vez que refuta la regla, la demuestra, porque la excepción, en tanto que tal, no se opone  a la la regla, simplemente la contra-dice, al recibir su condición de excepción de la propia regla: <<excepción de la regla>>.

 La excepción, al contra-decir la regla, no deja de decirla, de una forma contradictoria (a través de una negación).

 Si no existiese una regla no habría excepción a la regla.

 El mundo tiene que estar puntuado por lo simbólico para que haya ley y excepción-de-la-ley.

 Lo que le da la posibilidad a x de llegar puntual a su cita, y que esto constituya una excepción a la regla, no es otra cosa que la regla, el hecho de que siempre o casi siempre llega tarde a sus citas.

 El siempre (la regla, la ley) se constituye gracias al no-siempre (la excepción).

 El todo no se constituye gracias al no-todo, sino a la parte, de tal forma que el todo es el conjunto de todas las partes, a la vez que la parte hace excepción al todo.

 El no-siempre, la negación que afirma el siempre, está al mismo tiempo dentro y fuera del círculo que abarca a todos los siempre.

 La parte esta a la vez dentro y fuera, incluida y excluida, del círculo que comprende <<todos-los-todos>>, <<la-totalidad-de-todo>>.

 La parte, que se sustrae a la totalidad, la cierra como un todo.
 
 Si <<x llega puntual a una cita>> tiene el carácter de una excepción a la regla es porque existe una regla que dice que <<x llega siempre tarde a sus citas>>.

 Para que haya una excepción a la regla debe operar la regla, de tal forma que <<la excepción confirma la regla>>.

 Insistimos, no es solo la excepción la que constituye la regla, sino que es ésta la que instaura la posibilidad de una excepción.

La regla confirma la excepción y la excepción confirma la regla

 Por lo tanto, la excepción se constituye en el interior del universo cerrado, clausurado, de la regla, con un signo negativo.

 En el lado machista hay un universal, opera el todos, porque existe la excepción a la función fálica, la existencia de <<al menos uno que dice no a la castración>> (el Urvater en el mito de Tótem y tabú).

 En el lado feminista, al no existir ninguna mujer que haga excepción a la función fálica, a la castración simbólica, no se constituye un conjunto cerrado, que abarque a todas Las Mujeres.

 En La Mujer, o con La Mujer, no opera una ley en su condición de universal; interviene una ley en su condición más particular, forjada, construida, para ese momento, para esa situación, para esa circunstancia para esa coyuntura, para esa coyunda...

 Aunque parezca paradójico, la ley de Las Mujeres es relativista, particularista (en el sentido de que solo se atiene a lo más particular, propio y singular, del deseo, del goce, de la verdad).

 Es una ley subversiva, transgresora, porque solo sirve para el hic et nunc.

 Uno (a) la aplica, la usa, después hace con ella un gurruño, y la tira a la basura.  

 El conjunto de Las Mujeres es abierto, en el sentido de que cada una de Las mujeres es un conjunto abierto que se abre a un goce infinito (infinito es aquí una notación matemática cuyo referente es el goce: ), debido a que hay una parte -<<no-todo>>- del goce de la mujer que escapa, se sustrae, a la función fálica.

 Por eso se dice que el goce de la mujer es no-todo, porque todo él no se inscribe en la función fálica,  lenguajera.

 En el fondo, el problema es que en la relación con cualquier mujer, al no operar <<el principio del tercero excluido>>, siempre va a intervenir, como una traviesa, la mujer del (o del mandamiento), esa mujer que no existe.

 Incluso, en la relación con la vecina del que sí existe, interviene, como tercera que se @-traviesa, la otra vecina del que no existe.

 No hay forma de sacarse de encima a esa molesta vecina del que siempre empaña nuestros horizontes de felicidad, de realización unificante.

 El goce esperado siempre va a estar mordido por el goce inesperado; el goce previsto por el goce imprevisto; el goce necesario por el goce contingente; el goce todo por el goce no-todo; el goce de La Mujer que no existe por el goce de La mujer tachada, no-toda, que ek-siste en su deseo.

 La vecina del , la que no hace excepción a la regla, porque eksiste fuera de la regla, es la compañera inseparable de cualquier mujer, y su función, no muy agradable aunque necesaria, es la de des-completarla y hacerla una, no-toda.

 Para ver cómo se puede subir a ese piso imposible que es el , con el fin de contactar con esa mujer que no existe, que es la vecina del , no podemos acudir a los recursos habituales, como el ascensor o las escaleras.

 Tampoco aquí, el portero, a pesar de sus buenos oficios, nos va a ser de mucha ayuda.

 Vamos a acudir a un recurso desesperado, límite, a las figuras imposibles de Escher.

 III) Escher y el galleguismo

 
El que sube baja; el que baja sube

 Vamos a ver qué uso se puede hacer de estas representaciones tan paradójicas, bordeando con lo delirante, de Escher.

 Se ha llegado a hablar de representaciones oníricas, incluso de carácter pesadillesco.

 En la representación expuesta lo que mejor la caracteriza es el sinsentido, el absurdo, teniendo un cierto carácter de atmósfera kafkiana.

 En primer lugar, no sabemos si se trata del mismo hombre, tomado en una secuencia temporal, o de una serie de hombres, todos iguales, hasta el punto que parecen el mismo, que se dividen en dos grupos, unos que suben y otros que bajan.

 Cada uno de los hombres, sea que baje o que suba, forma un par, sincrónico y diacrónico, con su opuesto.

 Cada hombrecito con su opuesto, con su compi de fatigas ascensionales y descensionales, cada oveja con su pareja, uno a otro, baja / sube, forman un par significante.

 Incluso se puede afirmar que los dos grupos, el de los hombres que suben y el de los hombres que bajan, se constituyen como conjuntos cerrados.

 Entre ellos no hay relación, intercambio, comunicación, <<Junta de Andalucía>> (como decía un paciente antiguo).

 De ahí la extrañeza de su marcha autista.

 Es evidente que esta escalera escheriana es una escalera paradójica o gallega.

 Una escalera que no se sabe si sube o si baja es evidentemente una escalera que recuerda al chiste del gallego: <<El gallego es aquel que cuando uno se lo encuentra en una escalera  y se le pregunta nunca se sabe si sube o si baja>>.


La topología gallega

 El gallego es un hombre prevenido que vale por dos, por uno que sube hay otro que baja.

 Todo esto lo que pone de manifiesto es que lo de subir o bajar no es una cuestión que dependa de la Ley de la Gravedad, de las Leyes de la dinámica newtoniana, sino de las leyes del discurso.

 Es porque uno se cruza con un gallego en una escalera y le pregunta si sube o si baja, si va o si viene, y, el gallego, como buen gallego, responde que ni una cosa ni la otra, ni sí ni no, sino todo lo contrario, que uno en ese momento es incapaz de saber si el ínclito y perspicaz gallego sube o baja (porque, como hombre prudente que es, eso dependerá de cómo vengan dadas las cartas en el lugar del Otro).

 Por lo tanto, el gallego, así como el amigo Escher, son seguidores de la lógica difusa, polivalente, escheriana, que no se adhiere al principio del tercero excluido (también llamado principio del placer), de tal forma que estando uno subiendo por una escalera podría estar bajando, y a la inversa.

 Este Escher, si nos fijamos en el cuadro, caeremos en la cuenta que es un auténtico gallego que ha aprendido que el lenguaje se usa fundamentalmente para mentir.

 No solo para mentir, también para gozar, porque esa incesante ascensión que no va a ningún sitio, y ese trabajoso descenso, que tampoco va a ningún sitio, solo se pueden situar en el más allá del principio del placer

 ¿Qué es lo que vemos en el cuadro?

 Una escalera imposible como la que lleva al , donde vive la vecina del , esa pibita que me vuelve loco porque, gracias a que habla por los codos, no-existe.

 Para descifrar el cuadro de Escher hay que apelar a la lógica, al chiste, y a la condición del protagonista (el sujeto sube y baja).

 Nada se entendería si uno no capta que todos esos extraños personajes, todos iguales, hasta el punto que parecen el mismo, ataviados con indumentarias medievales, son gallegos.

 Y lo que caracteriza a un buen gallego es su discurso, al que podemos denominar gallego (valga la redundancia), o galleguista.

 No es que sea un gallego gallito, sino que es fundamentalmente ambiguo, impreciso, que no se decanta, no concreta, no especifica lo que hay que especificar.

 ¿Por qué?

 Porque su discurso pende, en el sentido de que está pendiente, a la espera, de las intenciones del interlocutor.

 Ya se sabe que no hay ninguna pregunta que sea inocente; si me encuentro con alguien en la escalera y me pregunta <<¿a dónde vas?>>, esa pregunta está cargada de sentido.

 Por lo tanto, el discurso gallego no se sabe si baja o si sube porque pende (de-pende), porque se sitúa en la pendiente, en el plano inclinado del deseo del Otro, del Che Vuoi.

 El discurso galleguista-escheriano es <<depende de>>: <<¿bajo o subo?; depende de... el deseo del Otro>>.

 Teniendo en cuenta además, para más inri, para más escarnio, que el gallego está subiendo la escalera para encontrarse con la vecina del , o está bajando del después de haber estado gozosamente o no tanto con la vecina del .

 En ambos casos, una situación comprometida, sobre todo si en el Otro en vez de con su deseo se encuentra con un tronante Superyo.

 Por eso, admirado y temido Superyo, efecto de la forclusión del Nombre del Padre, como no me fío de usted, de momento no le digo si subo o si bajo.

 De hecho, puede ser que baje, puede ser que suba, puede ser que suba o que baje, que baje y que suba, porque todas estas posibilidades, contingencias o imposibilidades, son posibilidades discursivas.

 La principal potencialidad del discurso es disimularme, ocultarme, enmascararme, como sujeto de la enunciación (¡del deseo!).

 Entonces, opresivo Superyo, si usted me encuentra en la escalera y me pregunta adónde voy, como soy gallego y mi discurso es galleguista, no le digo ni que subo ni que bajo, sino todo lo contrario, porque solo subo o bajo atraído por la vecina del 5º, de acuerdo a la ley de mi deseo, de mi palabra, que es la única que me ampara en la relación con mis verdaderos y únicos deseos (¡no necesidades!).

 Vamos a analizar con detenimiento esta representación y su lógica (que puede ser un sofisma).

 Hay algo que nos engaña la vista.

 La percepción oculta la estructura.

 Nos encontramos con (en) una escalera.

 Como todas las escaleras del mundo se puede subir y bajar por ella.

 Dicho y hecho: hay unos hombres que suben y otros que bajan.

 Resulta que los hombres que suben, suben y suben, de forma continuada, en una ascensión constante, permanente, persistente, aunque en (la) realidad no suben nada; todo el rato que suben están bajando, ya que siempre retornan al origen, al punto de partida (del que nunca han salido).

 Se trata de un alegato contra el progreso, el señuelo de los imbéciles.

 La historia nunca avanza y si lo hace adopta la marcha del cangrejo, siempre hacia atrás, con el culo por delante y la cabeza detrás.


La marcha atrás de la historia-cangrejo

 Se trata de una marcha no antihoraria, sino antihegeliana.

 Todos estos hombrecillos giran en círculo, sudando la gota gorda, transpirando goce por todos los poros, alrededor de un agujero, bordeándolo.

 Es la plasmación del mito de Sísifo.

 La condena del hombre, siempre obligado a empezar de nuevo, a ganarse el pan con el sudor de su frente. 


Lo que sube siempre baja

 Los hombrecillos bajan por la misma escalera que los otros suben; pero el que baja sube, y el que sube baja.

 La estructura de esta escalera corresponde a la de una cinta moebiana en la que exterior e interior se continuan.

 No hay interior ni exterior, como no hay, en contra de las apariencias, arriba y abajo; todo está en el mismo y único plano en esta superficie unilátera.

Banda de Moebius en piedra (Jacques Tocut)
 La paradoja está en volver al mismo punto de partida subiendo y bajando en cada uno de los puntos de la trayectoria.

 A pesar de que no paran de bajar y de subir, en lo real no bajan ni suben nada, siempre están en el mismo y distinto punto, sin avanzar ni un milímetro.

 Es por eso que aquí, sísificamente o galleguistamente, se trata ante todo y sobre todo de lo real, de aquello <<que vuelve siempre al mismo lugar>> (¡de donde nunca debió salir!).

 Se trata de una figura imposible, como la mujer y el puñetero π.


Leonhard Euler