La Clínica psicoanalítica y sus avatares

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viernes, 12 de agosto de 2016

Los sueños de la histeria



El encaje de bolillos de Dora; juntar y anudar hebras para (a) bordar el lugar del deseo


 I) Dora ever in my mind

 Freud empieza a trabajar con Dora cuando esta tiene 18 años.

 El tratamiento comienza en octubre de 1900 y termina el 31 de diciembre de ese mismo año.

 El título original es "Sueños e histeria, fragmento de un análisis" (S. Freud; "Fragmento de análisis de una caso de histeria [caso Dora]"; Tomo VII; Amorrortu Editores.)

 La escritura del caso Dora es llevada a cabo por Freud en paralelo a la de la "Psicopatología de la viva cotidiana".

 Freud, en la carta 141 a Fliess, hace una breve síntesis del caso que había escrito:

 "Se trata de una histeria con tussis nervosa y afonía, que puede reconducirse a las características propias de una <<chupadora>>; en los procesos psíquicos conflictivos, el papel principal lo desempeña la oposición entre una inclinación hacia el hombre y otra hacia la mujer".

 Los dos síntomas principales de Dora -la tos nerviosa y la afonía- se anclan, se localizan, en una zona privilegiada del cuerpo, investida erógenamente: el orificio de la boca.

 Un agujero, un orificio, es un vacío más un borde; es una nada limitada, circunscrita.

 En la sexualidad humana, pervertida por la incidencia sobre el organismo del significante, no se trata de toda la boca, sino del borde de los labios, del cerco de los dientes, exquisitamente sensible, constituido como borde erógeno a través de una operación de corte significante, sobre el trasfondo de un acto de apertura y cierre, rítmico, el del chupeteo. (Ya se trate del frotamiento de los labios entre sí o de la succión del pezón materno.)

 Freud califica a Dora como una chupadora debido a que en su infancia su líbido, su goce pulsional, se fijó de forma electiva en la zona oral: litoral del goce que bordea un agujero: el goce oral propiamente dicho: la succión o chupeteo y la masticación; al que se añade, como un plus, el goce vocativo, de la palabra.

 En un recuerdo de infancia, considerado esencial por Lacan, Dora está junto a su hermano; ella tiene el dedo gordo introducido en la boca, mientras tironea del lóbulo de la oreja de su hermano.

 En esta escena, se asocia, lo oral, lo que es del orden de la palabra, con lo auricular, la oreja del otro, aquello que pertenece a la dimensión de la audición, de la escucha. (El Otro-oyente.)

 Esta oralidad constituye el nódulo patógeno, el núcleo sintomático, alrededor del cual se disponen, concéntrica y longitudinalmente, según el conocido esquema freudiano, las cadenas del significante.

 Freud refiere el conflicto neurótico de Dora a la existencia de dos corrientes amorosas que se oponen entre sí: la inclinación hacia el hombre -la tendencia heterosexual-, encarnada por el ínclito, y, al final, tan denostado Sr. K.: el objeto de la identificación de Dora. (Desde el cual aborda a la Sra. K., su objeto de deseo.)

 La inclinación hacia la mujer -la tendencia homosexual o ginecofílica-, representada por la tan admirada y apreciada Sra. K.: el objeto de deseo de Dora.

 El punto de partida de Freud, su posicionamiento como terapeuta con respecto al historial patológico de una histeria, se puede calificar de fuerte.

 No sólo fuerte; también lúcido y valiente.

 Freud, en el encuentro inaugural con las histéricas, se apoya, haciendo palanca, en una hipótesis a la que podemos calificar de sólida (para no repetir lo de fuerte), al situar, desde el inicio, desde el punto cero del historial, la problemática de la histeria -la pregunta por el deseo-, en el marco del lazo social, de la trama vincular.

Lo que hace lazo social con el Otro y con el goce es un discurso, el de la histeria.



El discurso de la histeria 

 En el apartado I del historial, "El cuadro clínico", Freud, plantea lo siguiente:

 “Por la naturaleza de las cosas que constituyen el material del psicoanálisis, se infiere que en nuestros historiales clínicos debemos prestar tanta atención a las condiciones puramente humanas y sociales de los enfermos como a los datos somáticos y a los síntomas patológicos. Por sobre todo, nuestro interés se dirigirá a las relaciones familiares de los enfermos. Y ello no sólo en razón de los antecedentes hereditarios que es preciso investigar, sino de otros vínculos, como se verá".

 Freud recalca con ese "por sobre todo" que su interés, de cara al esclarecimiento del síntoma, apunta a lo que se puede denominar el discurso familiar. (Como semblante de la estructura, borromeana o no.)


Ida Bauer (Dora) y su hermano: la histeria y el discurso familiar

 Se trata de la estructura discursiva familiar -como hipótesis sólida y robusta- en sus ligaduras de deseo y de goce, en sus anudamientos y des-anudamientos significantes, en sus identificaciones y des-identificaciones, en sus equilibrios precarios y sus crisis, que se constituye como el terreno abonado donde nace y crece el síntoma.

 La filiación del síntoma analítico, en transferencia, su patria de origen, es el discurso del Otro en su función de transmisor, medio conductor, comunicador, no solo de la significación, sino del goce.

 II) El acto de Dora

 ¿Cuál es el acto de Dora?

 Primero, desde el psicoanálisis, no hay otro acto que el acto en transferencia.

 Esta afirmación tiene el valor de un axioma ético.

 Segundo, acto es acto significante, no sin el Otro, inscrito en el entretejido de los discursos (el parental, edípico y familiar.)

 Para abordar la pregunta por el sujeto y el goce, indisociable del acto, significante y en transferencia, hay que desechar cualquier noción de que el individuo (en el sentido de no-dividido) es el soporte, el hipokeimenon de dicho acto.

 El acto, a diferencia de una acción motora, se inserta en una urdimbre vincular, en un tejido de goces y de deseos, en una red inter e intra subjetiva, en una nexualidad libidinal, en un encadenamiento borromeano de nudos-tóricos RSI. (En el que dos se enlazan por un tercero, que ex-siste a ambos.)


La nexualidad edípica tejida con los goces y los deseos

 La significación de un acto que hace sínthoma-nexual no se puede captar en sí misma, como un signo, con una mirada objetivizante, sino en relación con un texto-textura significante, discursivo. (La transferencia discursiva.)

Desde aquí, desde el acto fallido-logrado, se va a abordar la noticia-mensaje-aviso de su inminente suicidio, del que la misma Dora, a través de una carta, dejada a la vista como por distracción, informa a sus padres de sus propósitos. (Es una carta de despedida, de lo más sentida.)

 Como todas las cartas, y esta en concreto más, es una carta-significante, en souffrance, detenida en la estafeta de correos, desviada, afectada por un imperceptible clinamen, a la espera de ser recogida por su destinatario.

 Este escrito-lettre (carta o letra) está escrito para que sus padres, de una vez por todas, se enteren que tienen una hija que se llama Dora, a la que le pasan cosas, que siente y que padece. (La cuestión del nombre propio está aquí en primer plano.)

 Una Dora que es una, y, a la vez, dos (la escisión significante) porque está habitada por deseos inconfesables, atravesada por síntomas, que, al igual que la carta, también están en souffrance, a la espera de... ser reconocidos. (Por un buen entendedor al que pocas palabras, las justas, bastan.)

 Y también -¿por qué no?-, Dora quiere vivir. (A condición de ex-sistir en y para el deseo del Otro.)

 A todo esto, no encuentra mejor expediente que informar al Otro-de-la-familia, encarnado en sus padres, que están sordos como una tapia, que se puede morir, que puede desaparecer, no estar, faltar, es decir, opta, a través de un acto significante, por la dirección del deseo, de la falta-en-ser. (Más que por la destrucción y la lisis del ser).

¿Cuáles son las condiciones para que un sujeto ex-sista? En primer lugar, que pueda soñar. Por eso, el eje del caso bascula alrededor de dos sueños, que llevan la firma irrepetible que signa la autoría del Inconsciente. (Con I mayúscula.)

 En el primer apartado del caso -El cuadro clínico-, Freud describe el círculo familiar de Dora, que incluye, además de la paciente, de 18 años, a sus padres y a un hermano un año y medio mayor que ella.

La trama discursiva de Dora (Seminario IV de J. Lacan)

 Freud, inmediatamente, se detiene en la descripción de la figura del padre, al que describe como la persona dominante de la familia: 

 "Junto a su inteligencia y sus rasgos de carácter se destacan las circunstancias de su vida, que proporcionaron el armazón en torno del cual se edificó la historia infantil y patológica de la paciente".

 ¿Cuáles son estas circunstancias vitales que influyeron de forma tan profunda y decisiva en Dora?

 La vida del padre está jalonada por una sucesión de graves enfermedades que padecía desde que Dora había cumplido seis años.

 ¿Cómo influye la condición de enfermo del padre con respecto al vínculo edípico con Dora?

 El significante enfermedad (¡del padre!), ¿qué significación adquiere en el contexto del discurso de la histeria?

 Con respecto a la primera pregunta, Freud, señala que las enfermedades del padre (tuberculosis; desprendimiento de retina; confusión y parálisis tabética a consecuencia de una infección sifilítica) no habían hecho más que acrecentar y reforzar los lazos de amor y ternura que anudan a la hija con el padre en el Edipo:

 "(…) La hija estaba apegada a él con particular ternura (…) Esta ternura se había acrecentado por las numerosas y graves enfermedades que el padre padeció desde que ella cumplió su sexto año de vida".

 El conflicto surge cuando este apego tierno al padre enfermo queda cuestionado por la irrupción del deseo, la sexualidad y el goce:

 "(…) la crítica que tempranamente había despertado en ella se escandalizaba tanto más por muchos de sus actos y peculiaridades".

 Hay un enigma que atraviesa todo el caso.

 Se trata de algo que afecta al padre de Dora, a su lugar, a su función, en la estructura.

 Aparentemente, Dora, se ha encontrado en su historia, por circunstancias contingentes, con dos figuras desdobladas del padre imaginario: un padre potente y un padre impotente.

 El semblante del padre potente (con toda la ambigüedad del significante potencia) es descrito así por Freud:

 "(…) En la época en que tomé a esta bajo tratamiento, el padre era un hombre que andaba por la segunda mitad de la cuarentena, de vivacidad y dotes nada comunes; un gran industrial, con una situación material muy holgada".



Anverso de una tarjeta postal de Ida Bauer: Dora


 Juntos, pero no revueltos, hallamos también, pegadito al otro, el semblante de un padre vivido desde el discurso de la histeria como impotente.

  Se trata del padre enfermo, luético, herido en su potencia sexual, genésica, simbólica.

 Se trata de un padre que, como todo progenitor, nunca está a la altura de la función paterna, del padre simbólico: el padre imaginario, aquel personaje de la novela familiar del neurótico.

 A lo que se añade, de forma decisiva, para explicar la queja histérica y su insatisfacción, que, entre los padres, no circula el acaloramiento necesario, el enrojecimiento de la pasión, aquello que pone la carne de gallina, el estremecimiento provocado por la causa del deseo.

 En resumen, por una parte está esa máscara ambigua del padre imaginario, el padre-amo del discurso de la histeria, el hombre acaudalado, en su apariencia de potencia, de dominio, que suscita la crítica y escandaliza a Dora.

 Su otra cara, su revés, su contrapartida, es el padre impotente, enfermo, deprimente, ese progenitor que, Dora, a través de un lapsus, describe como un hombre sin recursos:

 "(…) Cuando insistió otra vez en que la señora K. sólo amaba al papá porque era un <<ein vermögender Mann>> (un hombre de recursos, acaudalado), por ciertas circunstancias colaterales de su expresión (que omito aquí, como la mayoría de los aspectos puramente técnicos del trabajo del análisis) yo noté que tras esa frase se ocultaba su contraria: que el padre era <<ein unvermógender Mann>> (un hombre sin recursos). Esto sólo podía entenderse sexualmente, a saber: que el padre no tenía recursos como hombre, era impotente".


Los semblantes del padre se incardinan en el eje imaginario a-a´ (Seminario IV, J. Lacan)

 Si el padre-amo escandaliza, promoviendo, por parte de Dora, la crítica y la denuncia, el padre impotente, enfermo, suscita la ternura y la compasión, siendo la histérica convocada a su sostenimiento, a sus cuidados, en una posición de enfermera del doliente, que se inscribe en el marco de la demanda de amor.

 Esta misma posición, en la que la histérica responde a la demanda de amor del Otro, motivada por sus carencias, insuficiencias, impotencias, le atrapa en una relación de apego, dependencia y particular ternura con el padre.

 Este es el sentido de la crisis de Dora: su situación de captura, sin salida, en la relación idealizada con su objeto amado, el padre enfermo e impotente.

 Por eso, el primer sueño figura un incendio en la casa en el que toda su familia puede perecer. (Todos están atrapados en la demanda de amor.)

 El objetivo es escapar, encontrar una salida.

 El hermano de Dora, con el que mantiene una relación de identificación, permanece encerrado en su dormitorio por las noches.

 Su única salida es a través de la puerta de la cocina, que la madre, de acuerdo con su neurosis de ama de casa, cierra a cal y canto todas las noches. (Para que no se escape el gato; en boca cerrada no entran moscas.)

 Dora lee su destino en los avatares de la historia de su hermano, que anticipan los que serán los suyos.

 Por ej., hasta determinada edad, Dora, desarrolla, a continuación de su hermano, todas las enfermedades infecciosas que había padecido este. (¡Para que digan que no existe el inconsciente!)

 Mutatis, mutandis, si el hermano está encerrado, capturado, en la demanda de amor de la madre, por ocupar el lugar de su falo faltante, Dora, a su vez, padece la misma clausura en la relación con el padre.

 El primer sueño manifiesta este cierre, al tiempo que esboza los caminos que, en el segundo sueño, permitirán una salida.

 Entremedias está la historia con los K., la escena del lago, y, en relación con la descompensación de la situación en que Dora encontraba su equilibrio, el pequeño episodio paranoide y la amenaza de suicidio.

 III) El cierre de la estructura familiar: un discurso cristalizado

Planteemos en primer lugar la cuestión del cierre, encerramiento, clausura, atrapamiento, en la relación con el Otro, que afecta tanto a Dora en la relación con su padre, como a su hermano en la relación con la madre.

Esto nos indica que no se trata de un hecho individual o dual, sino de un efecto de la estructura familiar, de su trenzado, su tejido, del discurso compartido, dominante, amo, que ordena los distintos lugares y las funciones respectivas de sus miembros.


La trenza de la estructura

 Utilizando términos aproximativos, tomados de otras disciplinas, se podría hablar de efectos sistémicos (terapia familiar) o sincrónicos (lingüística), que afectan a la trama discursiva familiar.

 En el historial hay tres signos clave de este en-cerramiento, de esta clausura, de la estructura familiar de los Bauer:

 a) El cierre nocturno, hasta se puede hablar de un cerrojazo, tapiamiento o encapsulamiento, del hermano en su dormitorio, con riesgo de muerte (si hay un incendio = si las papas queman), por causa de esa madre que, en vez de abrir (al deseo), cierra.

 Aquí, el padre, en vez de intervenir inter-dictivamente, separando al hijo de la madre, se limita a quejarse de su mujer, de sus manías incomprensibles, que ponen en grave riesgo al resto de la familia.

 b) El incendio del primer sueño que atrapa a toda la familia de Dora.

 c) El acoso sexual (término de moda) que sufre Dora por parte del Sr. K. después de la escena del lago, que la lleva, como medida de protección, a querer encerrarse en su habitación (pero no tiene la llave: ¿dónde está la llave?), y, al final, a huir precipitadamente de la casa del lago junto con el padre.

 ¿Cómo interpretar desde la estructura este atrapamiento claustrofóbico del sujeto con el Otro. (Padre, madre, Sr. K., etc.)

 Lacan, en determinado punto, señala que, en Dora, la situación triangular edípica (conformada por tres polos: paterno, materno, filial, y un cuarto elemento que es el falo en su función de comodín) no se ha realizado de forma completa y satisfactoria. (No se ha constituido la complejidad de lo complexual)

¿Por qué?

 Aparentemente, en una primera aproximación, el problema tiene que ver con el polo materno, con el lugar de la madre en la estructura familiar, con su posición en relación con el deseo del padre.

 La madre de Dora, a nivel de la estructura edípica, legal, significante, de deseo, es una figura totalmente borrada, ausente, desvalorizada, carente de una presencia significativa para los otros; como una especie de objeto decorativo, de esos que ella procuraba mantener brillantes, limpios de toda mancha.


La nexualidad edípica, significante, de deseo

 La sexualidad o nexualidad, ¿no es una mancha que ensucia?

 Esta madre pretendía mantener libre, limpio de manchalidad, todo su entorno inmediato.

 ¿Cómo describe Freud a la madre?

 "No conocí a la madre (…) tras la enfermedad de su marido y el consecuente distanciamiento, concentró todos sus intereses en la economía doméstica, y así ofrecía el cuadro de lo que puede llamarse la <<psicosis del ama de casa>>. Carente de comprensión para los intereses más vivaces de sus hijos, ocupaba todo el día en hacer limpiar y en mantener limpios, la vivienda, los muebles y los utensilios, a extremos que casi imposibilitaban su uso y su goce. (…) La relación entre madre e hija era desde hacía años muy inamistosa. La hija no hacía caso a la madre, la criticaba duramente y se había sustraído por completo a su influencia".

 El propio Freud, aunque reconoce que nunca había hablado con la madre, llega incluso a diagnosticarla de una neurosis obsesiva, incluyendo su manía de limpieza doméstica dentro de las obsesiones de aseo.

 No hay que obviar que toda esta información sobre la madre es proporcionada a Freud por el padre y por Dora. (Que, aparentemente, en este punto coincidían.)

 Freud, en vez de suspender cualquier juicio, toma esta información del padre y de Dora (juez y parte en este asunto), supuestamente objetiva, de una forma acrítica, como una verdad contrastada, olvidando la obligada neutralidad exigible a la escucha analítica, tomando partido inmediatamente en contra de la madre (el típico mecanismo tranquilizador de buscar un culpable allí donde no lo hay.)

 Freud debería haberse preguntado por qué la madre había quedado reducida a ese papel absolutamente subalterno, casi prescindible, degradado, no tanto en el marco familiar (que no es lo importante), como en el plano edípico, allí donde se ponen en acto los vínculos del deseo, donde se anudan y trenzan los significantes.
La triangulación edípica: la imparidad del significante

 Lo que importa resaltar aquí es la presencia de un cuarto signo de cierre o de atrapamiento, el que afecta a la madre de Dora, capturada en el círculo de lo doméstico, condenada al lugar único de ama de casa. (¿Qué decir de su condición de madre de Dora o de mujer de su esposo?)

 En síntesis, nos encontramos no con lo que se llama una auténtica familia (en sentido literal y figurado: "somos como una familia"), si el significante familia es uno de los nombres del vínculo, del lazo social ("la familia" es un nombre del padre, cuya función es anudar la estructura), sino con un conjunto de mónadas leibnizianas, en tanto sustancias indivisibles, universos cerrados, que giran en círculo, alrededor de sí mismas, que se auto-abastecen desde su neurosis, sin encontrar su lazo de unión y de separación con los otros, su Karat Berit, su alianza. (Berit: pacto, tratado solemne.)

 A la hora de la interpretación del caso, con respecto a sus avatares, la crisis de Dora, que es una crisis-encerramiento que implica a toda la familia, podemos seguir la indicación de Lacan de que en este caso la estructura triangular, edípica, no se ha constituido de forma lograda.

 Cada uno hace la guerra por su cuenta en un ¡sálvese quien pueda!

 Lacan refiere este fracaso en la edipización de la estructura, la falla en la triangulación que permitiría sostener el lugar del deseo, a la ausencia de la madre como objeto dotado de un valor libidinal (¡para el deseo del padre!), a su volatilización del discurso familiar.

 A esa madre que, como lo manifiesta el primer sueño, sólo está interesada en salvar su alhajero; como quien dice salvar los muebles; o, para el caso, salvar los bienes, por lo menos los de primera necesidad.

 De los otros, los que no sirven para nada, útiles para desear, para fallar al encuentro, para fracasar en la repetición, ¡que se pierdan en el fuego del infierno, donde se consumen todos los pecadores!

 El alhajero no hay que entenderlo aquí como un objeto narcisista, sino como el objeto de goce de la madre.

 Y el goce de la madre parece que está centrado exclusivamente en hacer limpiar y mantener limpios (limpios y libres de lodo y paja) la vivienda y todos sus objetos.

 En esa obsesión de auto-limpieza, el sujeto, sus deseos y necesidades, su goce singular, no parecen contar para nada, frente al brillo del alhajero.

 Pero, ¡cuidado!, no carguemos las tintas con la madre. Evitemos comprender demasiado pronto.

 No olvidemos que en la clínica psicoanalítica estamos confrontados a una estructura de lenguaje, discursiva, en la que el lugar que ocupa cada término depende del de los otros: cada uno de los significantes, en su relación de correspondencia sincrónica con el resto de los significantes, es lo que no son los otros.
Los lugares del discurso

 Existe la función madre, pero también, en una relación de reciprocidad, de oposición, de diferencia, la función padre, hijo, y la función fálica. (Que, de un momento a otro, empezarán a circular, en comandita, armónica o disarmónicamente, por los rieles de los sueños, por las vías del proceso primario.)

 Si tomamos el triángulo como la representación de la estructura edípica del sujeto, de su realidad psíquica, es obvio que esta figura geométrica es impensable sin la existencia de sus tres vértices (ninguno de los cuales tiene un privilegio con respecto a los otros), y de sus tres lados, que los vinculan entre sí.


El triángulo de la estructura

 La relación entre dos vértices se sostiene desde un tercer vértice que tiene una función nexual, de relé, de conector.

 A este vértice tercero le podemos llamar el Otro-vértice.

 Esto nos conduce a la estructura del anudamiento borromeano: dos anillos de cuerda (o dos triángulos) se entrelazan gracias a un tercero que ek-siste a ambos.


El nudo borromeo

 El que sostiene el triple anudamiento, el triskel, es el anillo (o el triángulo) real (el rojo, azul o verde: RSI.)

 La prueba es que al cortar uno se sueltan todos.

 ¿Cómo aplicar esto al caso Dora?

El tetraedro de la estructura

En el tetraedro de la estructura, el vértice cóncavo, materno, abrazador, acogedor de la demanda de amor, no se puede aislar de lo que sucede en el vértice convexo, paterno, agudo, cortante, interdictor.

 De la misma forma, ambos vértices parentales, constituyentes de la escena primaria, en su relación de convexidad-concavidad, no se pueden desconectar del vértice-hijo (el tercero en discordia) y del vértice-falo. (El significante cuaternario, el relé del deseo, el nexo sexual o nexual.)

 ¿Qué se escribe en las caras asimétricas de ese tetraedro irregular?

 ¿Qué real se transmite entre las partes?

 ¿Circula o no circula el tiempo del deseo en ese tetraedro pulsatil que se abre y se cierra, que inspira y espira, en un movimiento de sístole-diástole?

 ¿Ese tetraedro es un guijarro que se ríe al sol o es una escoria apagada de tristezas?

 ¿Es metáfora del deseo, del falonoser, o metonimia del faloser?

 Nuestra pregunta rectora va a ser: ¿qué es lo que pasa entre el padre y la madre de Dora (Pas: paso y no.)?

 ¿Pasa o no pasa la cosa?

 ¿Pasa o no pasa algo?

 Esto, este pasaje, transitable o intransitable, practicable o impracticable, es lo que va a repercutir decisivamente en el destino de Dora, en su condición de sujeto, amarrado a la estructura o suelto. ("Dejado de las manos de dios".)

 Lo que le pasa a Dora depende de lo que pasa o no pasa entre los padres.

 Dora es el sínthoma de los padres.

 Todo sínthoma es un ejercicio lenguajero, es una elucubración sobre lalengua.

 ¿Cada uno de los padres tiene su propio objeto @ o Dora es el comodín que suple su carencia?

 ¿El padre es la ley que dicta el goce de la madre-mujer?

 ¿La madre-mujer es el goce otro que se hace decir por el padre-hombre?

 ¿O goce y ley no se anudan en su dialéctica Autreificante?

 Lo gozante (la jouissanterie) va de la mano con la autreificación significante; el uno no es sin el otro y a la inversa-no-recíproca.

 Ambos están dirigidos por la batuta de l´amour. (El amor a la palabra.)

 De esto, el Sr. K., en su condición de amo, en sus ensueños de amante infalible, no se entera de la misa a la media.

 El tortazo de Dora le tendría que haber servido para despertarse, pero el buen hombre prefiere seguir durmiendo.

 En cambio, la Sra K. es una mujer con recursos.

 Se ha sabido ganar a ese hombre sin recursos que es el padre de Dora.

 ¿Cuál es su arma infalible?

 ¿Cómo goza la bien dispuesta Sra. K. más allá del falo, no sin el falo, ya que esta arma falible está por los suelos. (Freud reconoce, con dolor, la impotencia del padre, ese hombre de hormigón armado que está hecho de una pieza.)?


El ensemble deseante

 Los padres de Dora no se llevan bien, están distanciados, no se entienden, cada uno disputa sus propias batallitas, tácticamente inútiles, ajenas a cualquier estrategia y política sobre el deseo.

  En realidad, que entre los padres haya diferencias, es una respuesta que explica todo y a la vez nada, porque, en todo caso, lo que habría que valorar es su estatuto, si se trata de puras y duras pequeñas diferencias o identidades imaginarias, o, al contrario, allí donde se suele poner en juego algo del orden de lo real, gozoso (habitualmente, en el tálamo matrimonial), han sido capturados, ella y él, como pequeños pececillos incautos, en las redes de lo simbólico, donde boquean, se agitan y patalean.

 El problema decisivo es si entre los padres circula o no la savia viva del deseo (lo que se llama el deseo del Otro); si tienen relaciones heterosexuales; si cada uno, en su condición sexuada, de hombre o de mujer, buscan el goce que les falta (ese excedente sobrante), inconmensurable, en el cuerpo del otro.

 En el fondo se trata de un intercambio a fondo perdido, en el que el padre es el número de oro, la cifra del goce, para el Uno-materno y viceversa.

 Esto es a lo que Dora está especialmente atenta.

 Dora está atrapada en esa relación de amor-ternura con un padre enfermo, desvalido, impotente.

 Este lazo entre la demanda-deseo del sujeto (Dora) y el deseo-demanda del Otro (el padre) se puede representar topológicamente por el abrazo de dos toros, anillados, eslabonados, en continuidad catenaria, a través de su agujero central. (El agujero del deseo, corriente de aire.)

 En el abrazo amoroso y fusional de dos toros, cada uno de los respectivos agujeros del deseo es taponado por la demanda del otro.

 Paradójicamente, aquello que les debería separar -¡el deseo!, es lo que les une.


El abrazo de Dora con su padre

 El agujero central del toro paterno, el del deseo, atravesado por la demanda de amor de Dora, ha sido perforado por las enfermedades del padre.

 La mayoría de los síntomas de Dora aparecen isocrónicamente como una respuesta a las enfermedades del padre, vividas como una demanda de amor desde su posición de impotencia.


Los dos agujeros de un toro: el de la demanda y el del deseo

 El problema es que la solidaridad entre el toro del padre y el de Dora (sus cuerpos libidinizados), el eslabonamiento entre sus agujeros (el de la demanda y el del deseo), no ha sido rota, fracturada, por la incidencia, la intrusión, la inmixión, de un tercer toro, el materno, cuyo agujero central, el del deseo (el joyero), sea más atractivo para el padre que el de Dora.

El triple toro anudado edípicamente

 El asunto candente, por incandescente, es que la madre no calienta al padre ni el padre a la madre.

 Esto es totalmente desaconsejable, si se admiten consejos, debido a que es lo que le aboca a Dora a quedar atrapada en la demanda de amor del padre, como el toro-cuerpo solidario, solícito, atento, amable, con las carencias del padre, con su impotencia, con su falta de recursos simbólicos.

El padre del primer sueño es el buen padre, el padre amable, que todas las noches despierta a Dora para que vaya a hacer pis y no moje la cama (nudo sintomático entre la enuresis y la masturbación.)

 Es el vatti de Juanito, el papi, pleno de consideración y de cuidados, que deja escapar, sin pelearlo, el joyero de la madre.

 Mientras tanto, el fuego, la muerte, acechan a toda la familia.

 Ahí saltan todas las alarmas frente a un padre que se ha rendido, poniendo los pies en polvorosa, arrojando las armas.

 Pero... todavía hay una esperanza. ¿Por qué no?

 A lo mejor queda un resquicio: el padre del segundo sueño.

 Es el Otro-padre, absolutamente extraño porque se ha extrañado de forma radical, hasta el punto que se ha muerto.

 Todavía más, es el padre muerto, que no es un estado del padre, sino una categoría del padre.

 Algo cercano a un concepto del padre o a la función paterna.

 Por lo tanto, se trata de un padre solidario con la estructura del inconsciente, Autreificado y Autreificante.

 ¿Dónde situar a ese padre, a ese gran padre muerto, mucho más presente que nunca en su total ausencia?


El padre muerto = el gran libro de Dora

 Es el gran libro que Dora lee con tranquilidad en el silencio de su habitación, en soledad, mientras el resto de la familia están enterrando al padre en el cementerio.

 Dora se desentiende de los ritos, deja a un lado el mito y se centra en lo real del padre, en la lectura de ese goce que se escribe sobre la superficie topológica del cuerpo.

 El padre muerto es el progenitor de los significantes del goce, del Uno del sexo (vorhof), del Uno de la muerte (friedhof) y del Uno de los transportes del goce. (Banhof.)

 Si el padre, como afirma Freud, es la figura central en la historia de Dora, y la madre no le calienta al padre, para que Dora no quede atrapada en la relación de amor con el padre es necesario introducir a la otra mujer (la mujer que desea el padre más allá de Dora), ésta, sí que sí, gracias a su cuerpo blanquísimo, calienta al padre y hace de cuña entre ellos. (Produce un efecto de separtición.)

 Ahí, Dora, introduce a la Sra. K.; le presenta al padre a esta mujer; cultiva la relación entre ellos; es su mejor cómplice (en esa alianza de deseos.)

 Y como la Sra. K. está casada con el Sr. K, también hace su entrada en el escenario este buen señor, que solo es admitido en la representación doreana por ser el consorte de la buena señora.

 Ya tenemos aquí constituido el cuarteto de los tiempos dorados que va a reemplazar al antiguo triángulo roto.

 A falta del tres, pasando por el dos, contamos hasta (con) cuatro: el padre, la Sra. y el Sr. K, y Dora.

 ¿Será suficiente? No nos olvidemos del falo, el significante del deseo, que es un misterio.


Para que no haya dudas, se entiende hasta en inglés

 Insistimos, la madre no calienta al padre y viceversa.

 En la entrevista que tienen el padre de Dora y Freud, el primero se presenta limpio de polvo y paja, inocente de todo, hombre desdichado que sólo pretende disfrutar de las migajas de felicidad que caen de la mesa del gran banquete.

 Toda la responsabilidad por el mal que sufre es por la inaguantable de su mujer y la neurótica de su hija.

 El padre se excluye de la escena del goce cuando todo el afán de Dora es incluirlo para que ponga a prueba el instrumento fàlico, que deberá transmitirle para que pueda acceder al deseo.

 Lo que Dora solo podrá aprender en el duro aprendizaje del análisis, en la prueba de la transferencia, que nos confronta a lo real, es que el falo es patrimonio del Otro, del que nos convertiremos para siempre en deudores.

 Después de la escena del lago, que conlleva la ruptura del equilibrio, el resquebrajamiento del cuarteto musical, se produce una reacción en cadena: la insistencia por parte de Dora de que el padre rompa la relación con la Sra. K. (a quien antes directamente veneraba, dice el padre); las ideas de suicidio; las acusaciones tanto a su padre como al Sr. K. de haber urdido un pacto innoble para beneficiarse mutuamente.

 Es el momento de la petit paranoia de Dora que sustituye a su petit histeria, y que, como toda producción de un sujeto, tiene su fondo-superficie de verdad.

El exterior sin interior de la verdad

 Lo que pasa es que la verdad no se ajusta a los cánones de la estética trascendental, a la buena forma,  a las educadas maneras, a la imagen satisfactoria y exaltante.

 La verdad es más bien algo poco agraciado y desgarbado, cojitranca, que no hay quien se la abanque ni a trancas ni a barrancas, por mucho que uno se empeñe. ( "A trancas y barrancas": en su sentido más literal sería como decir que para conseguir llegar a un lugar se han tenido que atravesar puertas atrancadas y sortear barrancos, y que a pesar de esos obstáculos se alcanzó el fin deseado.)


Esa verdad que es una tranca a la que uno accede a trancas y barrancas

 Es decir, con la verdad uno carga siempre con su peso, a trancas, permanentemente cometiendo traspiés, accidentándose por las barrancas, por los desfiladeros del significante.

Atravesando la barranca de la verdad. Barranca de Candameña; Chiuaua

 La verdad es la fea y la tontita, la que nadie saca a bailar, pero, a pesar de ello, es el espíritu de la fiesta, la alegría de la huerta, la sal de la vida.

 En un análisis se trata de bailar con la más fea. Y el analista es el maestro de ceremonias. Para ello, debe evitar toda ceremonia e ir al grano, sin más preámbulos, evitando toda disquisición filosófica.


El Sr. @ domiciliado en el triskel

 Para ello contamos con el objeto antifilosófico, no-sustancial, el renombrado, no por ello más conocido, Mr. @, la causa del deseo por excelencia. (No confundir nunca con Mr. K.; son letras distintas.)

 Freud se despista, se cree que Mr. @ es Mr. K, y Dora le recuerda con su marcha que ha errado con el principio de contradicción. (K ≠ @.)

 El padre trata de salvar su relación con la Sra. K., no encontrando nada mejor que hacer referencia en la entrevista con Freud a su mujer:

 "(…) La pobre señora (la Sra. K.) es muy desdichada con su marido de quien, por lo demás, no tengo muy buena opinión; ella misma ha sufrido mucho de los nervios y tiene en mí su único apoyo. Dado mi estado de salud, no me hace falta asegurarle que tras esta relación no se esconde nada ilícito. Somos dos pobres seres que nos consolamos el uno al otro, como podemos, en una amistosa simpatía. Bien sabe usted que no encuentro eso en mi propia mujer (…) Procure usted ahora ponerla en buen camino".