La Clínica psicoanalítica y sus avatares

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jueves, 6 de abril de 2017

Veinticuatro horas en la vida de Fiódor Dostoievski (V): La demanda y el deseo


 I) La castración imaginaria y la feminidad

 ¿Por qué acaba Dostoievski sus días sometido a la autoridad, al despotismo, de los amos de esta tierra y del cielo?

 La respuesta tiene que ver con la cuestión de la castración en su relación con el Complejo de Edipo.

 Ya se ha señalado el predominio en Dostoievski de un Edipo al que es posible llamar dual en contraposición a una estructura edípica triangular: {padre-madre-niñofalo: triangular en su forma, cuaternaria en sus elementos.

 En Dostoievski lo que ocupa el primer plano en la relación con el padre es una castración coloreada con la tinte indeleble de lo imaginario.

 La sobre-representación de la dimensión de lo imaginario comporta una infra-representación de la ditmensión de lo simbólico.

 En la escena histórica de Dostoievski existe una sobre-actuación, una actuación excesiva, de lo imaginario, con respecto a la función del significante (la polifonía coral), que ha quedado capitidisminuida, microcefálica: Ha perdido la cabeza.

 Es evidente que lo que domina la escena sobre la escena en Dostoievski es un padre imaginario, que opaca, vela, al Padre Simbólico, al Padre de la Ley, a la Ley del Padre.


La play scene en Hamlet


 Es debido a este grave desequilibrio estructural que se produce una hipertrofia de la relación de la castración imaginaria asociada a una atrofia del vínculo discursivo, de la deuda o castración simbólicas (macrocefalia imaginaria versus microcefalia simbólica).

La consecuencia es que la Muerte, como Amo absoluto, no tercia (tertia: de tercero) en la relación del sujeto con los objetos de mundo.

 Dostoievski, por no poder someterse a la Ley, queda sometido, esclavizado, a pequeños amos, que, a pesar de su grandiosidad, no dejan de ser petits a, irrisorios en su arrogancia y desfachatez, que se presentan como lo que no son, como pura apariencia, como un soufflé hinchado y vacío.


El soufflé de lo imaginario


 Citemos a Freud para captar esta sobreactuación de la castración imaginaria, fuente inagotable de síntomas, en el Edipo de Dostoievski:

 "(...) Ahora bien, todo este desarrollo tropieza con un poderoso obstáculo. (...) 

 [El desarrollo que debería conducir -¡normalmente!- en el Edipo del varón a la identificación-padre]

 (...) En cierto momento el niño comprende que el intento de eliminar al padre como rival sería castigado por él mediante la castración. (...) 

 [La castración aparece con ese significado de daño físico, de mutilación corporal, de menoscabo a nivel de la imagen del yo, del i (a)].

 (...) Por angustia de castración, vale decir, en interés de la conservación de su virilidad, resigna entonces el deseo de poseer a la madre y de eliminar al padre. (...) 

 [Paráfrasis: Por angustia de castración imaginaria... en interés de la conservación de su narcisismo viril... resigna entonces el deseo más verdadero].

 (...) Y es este deseo, en la medida en que se conserva en lo inconsciente, el que forma la base del sentimiento de culpa (...)

 (...) Amenazada la virilidad por la castración, se vigorizará en tal caso la inclinación a buscar escapatoria por el lado de la feminidad, a ponerse más bien en el lugar de la madre y adoptar su papel de objeto de amor ante el padre. Sólo que la angustia de castración imposibilita también esta solución.". 

[No hay solución, no hay salida, en el plano de la castración imaginaria; solo hay atrapamiento, captura mortífera, por un falo des-cerebrado] ( Freud S.; Dostoievski y el parricidio; Obras completas; Amorrortu editores; tomo XXI; pág. 181).

 La castración imaginaria sitúa al sujeto en una posición de pasivización y de masoquismo (femenino y de autopunición) en la relación con el Otro:

 "(...) Hay una cierta diferencia psicológica, (...)

 [Entre el odio al padre y el enamoramiento de él. Es importante destacar que Freud no habla del amor al padre, sino del enamoramiento del padre. Si la posición de amor al padre se ancla en lo símbólico, la del enamoramiento está fijada a lo imaginario, al narcisismo]. 

 (...) consistente en que el odio al padre es resignado a consecuencia de la angustia frente a un peligro exterior (la castración); en cambio, el enamoramiento del padre es tratado como un peligro pulsional interior, que, empero, se remonta en el fondo también a idéntico peligro exterior". (Ibíd.; pág. 181).

 El odio al padre es reprimido a consecuencia de la amenaza de castración, vivida como un daño imaginario al narcisismo viril.

 La salida alternativa es la del Edipo invertido: ofrecerse como objeto de amor, en el lugar de la madre, al padre.

 Esta posición edípica del sujeto, que es calificada por Freud de homosexual (Freud se refiere a una homosexualidad latente en Dostoievski), se puede leer, desde la estructura, de la siguiente forma: ofrecer la propia castración imaginaria, como objeto de amor, a la demanda del padre.

Se trata de castrar-se para así poder eludir la castración en el Otro, parapetándose como damnificado frente al deseo de un Otro causado por el objeto @.

 Es una operación de camuflaje de la castración que utiliza, en su propio beneficio, como señuelos imaginarios, como engañosas señales de humo, las desgracias inevitables de la existencia, así como la miseria neurótica.

Engordando y alimentando el imaginario de la castración (la frustración en tanto falta imaginaria) se desconoce el dolor de existir y los infortunios de la vida cotidiana. ¿Pasa por aquí la operación de Dostoievski?

 Freud plantea que el enamoramiento del padre es percibido por el sujeto como un peligro pulsional interior. Esto significa que el amor al padre, en tanto tendencia pulsional, es un impulso que surge de las interioridades, de las tripas del propio sujeto.

 La raíz del peligro arraiga en la consistencia del cuerpo, en sus agujeros, en el empuje pulsional, en la sustancia del goce. 


El bucle del peligro pulsional interior


 Freud señala que este peligro pulsional interior, que emana de un deseo prohibido hacia el padre, se remonta también a la castración, concebida como un peligro exterior (el castigo y la amenaza provenientes del padre). ¿Cómo se explica esto?

 En el orden lógico de la dialéctica edípica lo que es primo es el odio al padre, el deseo de eliminarlo para poder ocupar su lugar junto a la madre.

 Este deseo de muerte del padre es reprimido ante el peligro que comporta como castigo la amenaza de castración promulgada por el poderoso progenitor.

 Entonces, el sujeto deberá buscar otra salida, dentro de las posibles jugadas que le permite la estructura edípica y sus reglas del juego (las Leyes del significante).

 La táctica está clara: si no puedes vencer a tu enemigo porque es mucho más fuerte y poderoso que tu, debido a que cuenta en su arsenal con el arma invencible de la castración, lo mejor que puedes hacer es aliarte con él, convertirte en su amigo. Este es el sentido del pasaje del Edipo positivo al invertido, del odio al padre al enamoramiento.

 Es lo que denomina Freud la:

 "(...) escapatoria por el lado de la feminidadponerse más bien en el lugar de la madre y adoptar su papel de objeto de amor ante el padre.".

 Dicho coloquialmente: al hacerme amigo de mi enemigo me protejo de sus arremetidas, de sus ataques, de su agresividad. Pero esta maniobra de distracción tiene un pequeño fallo que la hace impracticable, inviable.

Si para evitar la castración, el ataque fantasmático del padre a mi integridad corporal (¡imaginaria!), viril, narcisística, me sitúo, con el fin de ganarme sus favores, en el lugar de la mujer, de alguna forma quedaré privado del falo (me ubico en una posición que exige estar castrado):

 "(...) Uno comprende que sería preciso admitir la castración si quisiera ser amado por el padre como una mujer.".

 La consecuencia es que tanto el odio al padre como su enamoramiento, las dos posiciones del Edipo, la positiva y la negativa, caen bajo la represión.

 Estamos atrapados en un callejón sin salida. Es necesario introducir un elemento nuevo desde un afuera absoluto, sin reverso, que no sea ni exterior ni interior. Hay que encontrar (¡o inventar!) una alternativa tercera, impar, que sobrepase dialécticamente lo dual, que no sea del orden de la negación de la negación, que afirma lo que primeramente ha sido negado.


Banda de Möbius: el afuera absoluto, sin reverso


Frente a un Edipo de carácter diádico, que es una contradictio in terminis, in adjecto, el sujeto es llamado a participar, a introducirse, en una dis-posición disímil, inverosímil, a-simétrica, odd: en una estructura triádica, significante.


Estructura triádica edípica


 Ante una castración imaginaria, cuello de botella, ojo de aguja, el sujeto es convocado al pasaje por la castración simbólica, por el universo significante, la ciudad de las leyes, el ágora de los discursos entrelazados.

 Aquí nos damos cuenta que, pensando en el tercero, nos hemos olvidado, como siempre, del cuarto, del falo, de la lettre purloined (con dos t).

 Los señuelos imaginarios nos han distraído de ese significante impar, inigualable, que es el arma más poderosa, invencible, de un sujeto llamado a constituirse como deseante.

 Este es justo el significante que nos falta, el que nos puede sacar del atolladero, resolver el impasse.

 Ahora, frente a cualquier posibilidad, hay que apostar por lo imposible, por lo real, por aquello que no implica ninguna ganancia, por una inversión a fondo perdido.

 Cogemos el cheque, lo firmamos y se lo entregamos en blanco al Otro, para que sea Él quien escriba la cantidad, el monto total, la cifra de nuestra deuda (que coincide con la de nuestro destino).

 Escribe Freud:

 "La angustia frente al padre es lo que vuelve inadmisible el odio frente a él; la castración es terrorífica, tanto en su condición de castigo como en la del precio del amor" (Ibíd.; pág. 181).

 Lo terrorífico, en sus resonancias fantasmáticas, que hacen eco al despedazamiento corporal del estadio del espejo, remite al estatuto imaginario de la castración.

 La castración imaginaria es la estrategia subjetiva que consiste en ofrecer al Otro, en sacrificio, el agujero-objeto del deseo, con el fin de responder a su demanda de amor.

 El sujeto inmola, en el altar de las ofrendas fálicas, lo más singular de su deseo, que, no por casualidad, coincide con un agujero (de ahí el interés del goce femenino).

 II) Demanda y deseo en el entrelazamiento de dos toros

 ¿Cómo se anudan la demanda (amor) y el deseo (goce)?


El entrelazamiento de dos cuerpos-tóricos


 La demanda del Otro tapona el agujero del deseo del Sujeto.

 La demanda del Sujeto tapona el agujero del deseo del Otro.

 El encadenamiento de las demandas del Sujeto y del Otro obtura el vacío central (el entre-vaciado) donde mora el objeto @: la causa material del deseo; el plus-de-gozar.

 Es evidente que estamos hablando de topología, de topologería psicoanalítica, en concreto, del entrelazamiento de dos toros.

 Ahora pasemos a la escritura, a la representación.

 En el instante de ver, de mirar la figura, ¿qué observamos?:
  •  Continuidad de los cuerpos frente a posibilidad de... discontinuidad.
  •  Encadenamiento de los cuerpos frente a posibilidad de... desencadenamiento.
  •  Consistencia de los cuerpos frente a posibilidad de... inconsistencia.
  •  Atrapamiento de los cuerpos frente a posibilidad de... libertad.
  •  Solidez compacta de los cuerpos frente posibilidad de... flujo líquido.
  •  Atemporalidad de los cuerpos frente a posibilidad de... temporalidad.
  •  Silencio de los cuerpos frente a posibilidad de... cuerpo parlante.
 Todos estos mandamientos se resumen en uno: Te atendrás al vel psicoanalítico, te regirás, en la encrucijada de los caminos de la existencia, por la disyunción, por la "o", la de de la elección del sujeto: O bien el agujero de la demanda (amor) o bien el agujero del deseo (el goce).

 Es evidente que en esta elección forzada, pero no caprichosa, uno no puede eludir el agujero.

 En la relación de amor, se encontrará con un-agujero.

 En la relación de deseo, se encontrará con otro-agujero.


un-agujero y un agujero-otro


 En la relación de amor, de la demanda, se encontrará con un-goce: el goce-Uno o fálico.

 En la relación de deseo, previo pasaje por la castración, se encontrará con otro-goce: el goce-otro, no-todo fálico (el goce femenino, del trenzado, del tejido, de la hilatura o filatura, precursor de la literatura).

 El agujero de la desgracia o de la gracia; de la pena o de la alegría. 

 Si nos fijamos detenidamente en la figura que representa el abrazo de dos toros podremos observar que en la piel del (de) toro, en su superficie de inscripción, están grabadas dos letras: la S mayúscula y la A mayúscula.

 La primera corresponde a la inicial de Sujeto; la segunda, a la de Otro (Autre, en francés).

 Se trata, respectivamente, de los toros, de los cuerpo agujereados (doblemente), del Sujeto y del Otro.

 Si miramos con más detenimiento esos tatuajes, esas marcas de escritura, caemos en la cuenta que ni la S ni la A están tachadas, abolidas, por la barra de la castración.

 Están ahí, vivitas y coleando, retozando y saltando en su integridad, reflejándose e identificándose en su consistencia. ¿Qué implica esto?

 Una S y una A no-tachadas significa que ambos toros, el del Sujeto y el del Otro, no se vinculan por la castración, que su relación no pasa por la no-relación (pas = no), al no estar atravesada por el agujero central del deseo (el agujero axial del cuerpo-tórico)

Esta es la definición del Amor: el acoplamiento, el eslabonamiento, de dos demandas.

 En cambio, una S ($) y una A (A) tachadas, divididas, por la barra de la castración, del significante (Φ), significa que los cuerpo-tóricos del Sujeto y del Otro están referidos al agujero de la causa, a un goce singular, incomunicable, en losange con el objeto @ (el fantasma fundamental).

 Un significante tachado, inscrito sobre el cuerpo, es letra del goce

 El alma del toro del Otro -el agujero longitudinal de la demanda-, se enhebra en el agujero central del deseo, del toro del sujeto, y, recíprocamente, produciéndose el anillado de los dos cuerpos-tóricos, el abrazo de amor, en el que, engañosamente, a partir de su especularidad, dos hacen uno: hay relación sexual.

El revestimiento del amor



 Esta representación topológica en movimiento -diacrónica-, en la que un toro (el azul) reviste a otro (el rojo), que se constituye como su alma, muestra la identificación-padre operante en las crisis de letargo de Dostoievski:

 "Conocemos el sentido y el propósito de esos ataques de muerte. Significan una identificación con un muerto, una persona que efectivamente falleció o que todavía vive y cuya muerte se desea. Este último caso es el más significativo. El ataque tiene así el valor de una punición. Uno ha deseado la muerte de otro, y ahora uno mismo es ese otro y está muerto. En este punto la doctrina psicoanalítica introduce la tesis de que, en el caso de los muchachos, ese otro es por regla general el padre, y el ataque (que se denomina histérico) es entonces un autocastigo por haber deseado la muerte del padre odiado. (...) 

 (...) la situación psicológica es complicada y requiere elucidación. La relación del muchacho con el padre es, como nosotros decimos, ambivalente. Junto al odio, que querría eliminar al padre como rival, ha estado presente por lo común cierto grado de ternura. Ambas actitudes se conjugan en la identificación-padre; uno querría estar en el lugar del padre porque lo admira (le gustaría ser como él) y porque quiere eliminarlo." (Ibíd.; págs. 180 y 181). 

 En las crisis de letargo, síntoma de lo más elaborado, expresión de los vínculos de deseo más significativos en la historia del sujeto-Dostoievski, se articulan:
  •  La identificación-padre: que es un modo de identificación-significante, a un rasgo unario del padre, singular -su condición mortal-, que se sostiene en el amor del padre (genitivo objetivo y subjetivo).
  •  La angustia de castración: consecuencia de la posición del Edipo invertido, al tener que situarse en el lugar de la madre para poder ser el objeto de amor del padre (aquí nos encontramos con el abrazo cerrado de las dos demandas).
 Para entender el mecanismo de la formación del síntoma en las crisis de letargo hay que partir de lo que plantea Lacan: que el cuerpo del parletre tiene una conformación tórica.

 El cuerpo hablante se constituye alrededor de los agujeros de la pulsión: el borde de los labios, del esfinter anal, palpebral, etc.

 En las crisis de letargo -que simulan la muerte-, Dostoievski, al dormirse profundamente, procede a una sustracción del cuerpo, que hace presente el agujero (muerte = agujero).

 Se constituye de este modo el agujero central del toro (el del deseo), que, en el caso del síntoma de Dostoievski, lo vamos a llamar el agujero de la muerte.

 Este agujero del deseo, punto-de-anillado, va a ser atravesado por la demanda del toro paterno, que, a la vez que lo perfora, lo obtura (esta es la paradoja de la demanda: no hablo para expresar mi demanda de algo, sino que demando nada porque hablo) .

 La relación de la demanda es recíproca: el padre también tiene su agujero de la muerte, que horada el centro de su ser, su cuerpo tórico, permitiendo el anillamiento de la demanda del hijo, que, como es de recibo, también ocluye el agujero del deseo del Otro.

 La solidaridad de dos demandas solícitas: la oclusión de los dos agujeros del deseo, el del Sujeto y el del Otro: ¡esto es el amor!: dos cuerpos que, al abrazarse, desembarazándose de todo lo que les separa, lo que les altera, transformándoles en Otros (unheimlich), se hacen un solo cuerpo.


1 + 1 = 1


 La identificación-padre vela el agujero de la causa, el topos de lo real del goce.

 Es de perogrullo que si el agujero del deseo está taponado por el objeto de la demanda (por el saber o por el sentido) no va a surgir la pregunta por el deseo: Che Vuoi: ¿Qué quiere el Otro?

 Y si no hay interrogación por el deseo del Otro no hay angustia... ¡de castración!

 El Sujeto-Dostoievski, en su cuerpo-tórico, ofrece su castración, el agujero de su deseo, no para interrogar el deseo del padre, sino para dejarse penetrar por su demanda.

 Es la posición femenina, en la que, el sujeto, se sitúa en el lugar de la madre, como objeto de amor del padre.

 Esta posición invertida exige la castración (¿imaginaria?) como precio del amor del padre.

 El verdadero agujero de la castración no es el agujero por el que se enhebra la demanda del Otro, en un intento de eludir la castración, sino el agujero central del toro -corriente de aire-, donde se localiza el objeto @, en su doble dimensión de causa del deseo y plus-de-gozar.

 Es justamente este agujero axial, éxtimo, a la vez interior y exterior, el que imposibilita el encadenamiento solidario y solícito de las dos demandas, de los dos cuerpos-tóricos, el del Sujeto y del Otro; el que obstaculiza la unificación de los partenaires, porque siempre queda un resto de goce sin satisfacer, un real que se atraviesa, irreductible al saber; una befriedigung-en-plus que es producida por las palabras, y, a la vez, se sustrae a ellas.

Lo que obstaculiza la unificación, tachando a los partenaires


Lo que Freud llama el peligro pulsional interior no proviene de este enamoramiento del padre que, más bien, es algo deseado, con el fin de eludir la castración: ¡Antes muerto que castrado! (con el ritmo de una canción)

 Entonces, ¿de dónde proviene este peligro pulsional? Solo hace falta mirar una vez más a la figura de los dos toros entrelazados para comprenderlo inmediatamente: el peligro procede de un real, del agujero del deseo, de la castración, del que, significativamente, no hay ningún rastro en esa imagen (se han borrado todas las huellas del lugar del crimen), aunque, como psicoanalistas, sabemos que el interfecto no puede más que estar ahí (¡y que la palabra lo puede revelar!).


La perspectiva del agujero, visto desde detrás


 Por eso es tan importante la angustia, en tanto afecto que no engaña, debido a su estatuto de señal del agujero-real que tampoco engaña, el del deseo (del Otro), el de la castración (del Otro).

 El peligro pulsional procede más que del amor (que nos salvaguarda del peligro), del punto del deseo en su condición enigmática, indisociable de la angustia; más que del interior del cuerpo, de la exterioridad radical del Otro (lo que podemos llamar, con un neologismo ad hoc, la Otredad).

 Ya sabemos que el deseo es un agujero al que se le suma la letra @ del goce suplementario.

 Esas crisis de letargo, paradójicas, son una solución que encuentra Dostoievski para poder anudarse con el Otro-paterno.

 La identificación-padre, a la que hace referencia Freud, es una identificación al Significante del Nombre-del-Padre.

 El amor, que es la otra cara de la muerte, hace de nexo, de partícula conectiva, entre el deseo-demanda del sujeto-Dostoievski y la demanda-deseo del Otro-paterno.

 Dos cuerpos tóricos se abrazan amorosamente gracias a un tejido que tiene cuatro agujeros. ¿Alguno de estos agujeros es causa de la angustia de castración?

 La Unidad imaginaria de dos cuerpos-tóricos encadenados, su continuidad, se constituye como una enmienda a la totalidad del No hay relación sexual,

 En la Carta Magna que legisla el encuentro -¡fallido!- entre los sexos hay un decreto-ley que enuncia la existencia de un goce suplementario, asimétrico, impar, que abole toda ilusión de reciprocidad, de complementariedad, de co-respondencia entre las demandas.

 Eso que no encaja de ninguna manera, ni por arriba ni por abajo, ni por delante ni por detrás, ni de un lado ni de otro, aunque se ensayen las mil y una posturas del Kamasutra, es un real rebelde a la Relación (en el sentido lógico), es un goce imposible de apaciguar, de suturar mediante el saber, absolutamente insatisfactorio, que no guarda proporción (rapport), des-medido, inconmensurable.


El real rebelde a la relación sexual y a sus setenta posturas


 Su letra, la del goce, fons et origo del malestar, del síntoma incurable, del dolor de existir, es la @ minúscula.

 Su número, el de lo real del goce, es el número de oro, irracional, con infinitos decimales, que se rige por la arritmia de su imposible repetición, por la disimetría que hace objeción a toda periodicidad, por lo incalculable de su sumatoria.



La irracionalidad del número de oro: las cuentas de la ek-sistencia



 El número de oro es el número de la ek-sistencia: el cinco de las notitas de Fiodor Dostoievski.

 Es el número que mide el borde del agujero de la castración, del deseo, al que la demanda siempre falla, en una vuelta de más.

 El afecto del @, dorado a fuerza de sacarle brillo, medida de la proporción sexual que no hay, de los goces erráticos y excesivos, de los restos extraviados, divididos, imposibles de inscribir en la contabilidad, es la angustia: lo que no engaña con respecto a la localización de la verdad (con toda la fuerza del género neutro).

En la cuenta de lo imaginario, dos toros, no atravesados por el agujero de la castración, hacen Uno.

Las demandas, a partir de la identificación, se superponen, se recubren.

 En la cuenta de lo simbólico, el encuentro de las demandas de dos toros, atravesados por el agujero de la castración, hacen tres.

 Siempre dejamos de contar esa vuelta incontable que damos de-más alrededor del agujero axial del toro, por el que se invaginan nuestros más incontables e inconfesables deseos.

 A pesar de que es el agujero lo que ha posibilitado el eslabonamiento de las demandas del Sujeto y del Otro, en el producto de la operación ha desaparecido todo rastro suyo. Aparentemente, es una operación sin resto, sin pérdida (la percepción oculta la estructura).

 En la figura de los dos toros deseosdemandados no hay ni rastro de la angustia de castración, del agujero del ser que ha llevado al encuentro de dos cuerpos sexuados.

 La demanda ha logrado taponar, por lo menos provisionalmente, el agujero del deseo (el locus del @).

 El acceso al deseo no pasa por ofrecerse como desecho, como inmundicia, para que goce el Otro. Esta malposición forcluye el deseo.

 Castrarse del propio deseo, para poder ser el falo, y que así no haya noticias de la falta en el Otro, no es el camino, no es la senda que nos va a conducir a nuestro destino. Esta desgracia del ser es más bien el billete que nos garantiza el extravío, el vagabundeo estéril.

 La operación de la castración es ofrecer el impropio agujero del deseo para que, más allá de la demanda, el Otro dé pruebas de que también desea, de que también está agujereado.

 La única prueba incontrovertible del deseo del Otro es la del objeto @: que el Otro también sufre el pathos del @, de la causa del deseo.

 La única castración no engañosa es que el Otro está castrado del objeto @, en el sentido de que le falta. Esta es la verdad del fantasma (de la que nadie -ni los psicoanalistas-, quiere saber nada).

 La castración es la castración de nada. Es encontrarse con el hecho de que no hay nada que castrar. Que la historia, más allá de nosotros mismos, ya con nuestros padres, incluso generaciones ha, empezó con un agujero, que es incorrecto llamar el agujero de la castración, porque no se constituye a partir de ninguna castración. No hay nada que quitar, que amputar, desde el principio fue el agujero y nada más que el agujero.

 El testimonio incontrovertible son las mujeres, que no tienen que castrarse de ningún molesto falo parásito para poder gozar sin trabas, pero no sin Ley. Precisamente, la garantía última del goce es la Ley. Porque se puede decir-lo se preserva su condición de in-decible, más allá de cualquier dicho.

 Por eso, en relación con sus crisis de letargo, Fiódor, elabora una notitas, que va desperdigando por aquí y por allá, en las que, con toda la tranquilidad del mundo, indica a los concernidos o aludidos, que si alguien se lo encuentra profundamente dormido y no se despierta, que, por favor, espere cinco días hasta inhumarlo, porque no es lo que parece.

 Esto, de forma sorprendente, lo plantea sin el menor atisbo de angustia.

 Dostoievski, más que muerto, se ha dormido profunda y plácidamente en los brazos amorosos del Gran Otro (¿materno?).

 ¿Qué ruidito, toc-toc en la puerta, poco de real (peu: poco, algo), pasos (pas) en el corredor, lo despertarán del espesor del sueño?

 Si el padre no separa al hijo de la madre, ejerciendo la función de corte (castrativa) que le corresponde, el pequeño Fiódor podría retornar al seno materno.

 Según Freud, la fantasía angustiante de ser enterrado vivo se corresponde con el deseo inmemorial, ahora reprimido, de volver a cobijarse, a causa de las dificultades de la existencia, en ese lugar-refugio del que todos procedemos.

 Este fantasma, como lo afirma Freud, puede ser extremadamente deseable, y, a la vez, extremadamente siniestro. 

 Hacerse Uno con la Madre, en un ensueño delicioso, aunque solo sea durante cinco días, no deja de manifestar la falta de la falta, consecuencia desgraciada de la subducción de la Ley (este hundimiento de la función paterna es la falla en la que cae Fiódor Dostoievski a raíz del asesinato del padre).

 Lacan, en el Seminario X de la Angustia, incide en que el núcleo de la angustia no pasa por la castración imaginaria, en tanto modo alienante de responder a la demanda del Otro, entregándole (para lo que él guste) las propias carencias, padecimientos, fracasos desengaños y frustraciones. Ya se sabe, mal de muchos, consuelo de tontos.

 Esto es simplemente un engaño, con el que uno pretende embaucar al Otro en su demanda, haciéndole creer que tiene lo que a mí me falta.

 De esta forma, se erige, como sustituto del falo faltante, un Otro completo, no-causado (que es lo mismo que decir no-castrado).

 Se trata del Otro del amor, si se entiende que el amor es dar lo que uno no tiene a un otro que no lo es.

 Esta posición subjetiva -neurótica-, tiene más bien un sentido sacrificial, en el que uno se mutila, se castra, por amor, con el fin de garantizar la incondicionalidad del Otro, de sus deseos más singulares, más unheimlich, inaceptables e intolerables.

 La estrategia está clara: eludir la angustia de castración, cuya función de señal apunta a la falta en el Otro.

 La verdadera angustia de castración no pasa por ninguna clase de mutilaciones imaginarias, sino por poder asomarse a la pregunta fundamental por el deseo del Otro: Che Vuoi: ¿Qué quieres ? 



El Che Vuoi fundamental



 Este es el verdadero peligro pulsional interior al que hace referencia Freud.

 Este es el peligro al que intenta escapar Dostoievski quedándose profundamente dormido (con el fin de no enterarse).

 Dostoievski se duerme en los brazos y en los abrazos amorosos de la madre.

 En un momento dado de su historia, a los dieciocho años, las crisis de letargo dan paso a las crisis epileptoides.

 Para Freud, este cambio sintomático coincide en el tiempo con el asesinato de su padre a manos de sus mujiks.

 Freud califica este suceso como el más traumático y amedrentador de su existencia.

 Las crisis epilépticas no las refiere al impacto directo del trauma, sino al modo de reaccionar de Dostoievski a este suceso terrible.

 El eje de su neurosis pasaría por su reacción fantasmática al trauma: ¿cómo vive Dostoievski este acontecimiento decisivo?

 Lo que está en juego en la causación de su enfermedad epiléptica es un trauma, es decir, un real no subjetivado, un goce inasimilable que escapa al tamiz fantasmático, frente al cual, para afrontarlo, para nombrarlo, Dostoievski carece de los recursos simbólicos imprescindibles, del aparato lenguajero, de los medios significantes, que permitirían inscribirlo en el discurso.

 Las crisis epilépticas de Dostoievski son la manifestación crítica de su caída del discurso (o del desplome del propio discurso), allí donde Un-Padre no responde en oposición simbólica a su llamado, porque, en el lugar donde se espera su palabra, el parricidio, el P0, es la constatación de la forclusión del agujero.