La Clínica psicoanalítica y sus avatares

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lunes, 23 de abril de 2018

El acceso al nombre propio. Sobre una novela de Stefan Zweig: "Miedo" (IV)

 I) El nombre propio

 Esta obra, "Miedo", de Stefan Zweig (Viena, 1881- Petrópolis, Brasil, 1942), podría parecer, si la reducimos a un adulterio y al chantaje posterior, una trama demasiado lineal ("Miedo", Novelas, Stefan Zweig, Acantilado, Barcelona, 2012).



Stefan Zweig: Escritor

 La historia comienza con un adulterio, con la infidelidad matrimonial de Irene -la esposa-, y continua con un chantaje, simulado, urdido por Friz -el marido-, con el sano objetivo de que su mujer retorne al santo redil, que recupere la cordura y los sanos principios.

 En este sentido, no nos aporta mucho. Somos espectadores atentos y curiosos de una intriga de la que no sabemos, aunque lo sospechamos, si el marido lo sabe o no lo sabe, si está al tanto o no de que su mujer le está poniendo los cuernos con un pianista.

 La que evidentemente no sabe si el otro lo sabe, aunque lo sospecha, es Irene, que trata de ocultar su infidelidad a la vez que algo la impulsa hacia la confesión (en el fondo, es un movimiento hacia la palabra), a contárselo todo a su marido -menos la verdad que es notoda-, con el fin de quitarse un peso de encima, de aplacar su sentimiento de culpa.

 Irene no solo tiene miedo a la chantajeadora, sobre todo teme a su marido, del que ignora cómo podrá reaccionar ante este desacato a la máxima autoridad familiar: el Pater familias.

 En lo que hay que fijarse no es tanto en el sentido de la trama argumental -lineal o circular-, sino en los cortes, los saltos, las soluciones en la continuidad que se producen en esa misma trama.

 Como psicoanalistas, por una especie de deformación profesional, no nos detenemos tanto en el tejido  intacto, íntegro, sino en sus desgarraduras, dehiscencias, rupturas, a las que llamamos sinthomas (que nos permiten localizar al sujeto real y su goce).


El sinthoma: las desgarraduras de lo real del goce en el tejido del significante

 En nuestro análisis apostamos por una di-sección, un corte, que siga una línea quebrada, en zigzag -los saltos del significante-, más que por una línea recta (el recto sentido).

 ¿Cuáles son estos cortes privilegiados que hemos elegido en esta novela? Aquellos que tienen que ver con el deseo. Uno, es un baile; el otro, un sueño bailable.

 En el baile y en el sueño, Irene, como Cristo en el monte de las Bienaventuranzas, se transfigura, se transforma en otra, renaciendo con un nuevo nombre propio y un goce otro.

 Algo de todo esto, que pasa por el amor, los pasos de un baile, los pasajes del sueño, nos permitirá aproximarnos al estatuto del nombre propio en su función de signo de un goce otro.


Los pasos y pasajes de un baile soñado

 Un baile, una canción, un poema, pueden tener un estatuto de nombre propio si se anudan con el goce, el cuerpo, la voz, lalengua.

 La pregunta es por el partenaire que elige el (al) sujeto como compañero de baile.

 Se trata de la pregunta por el Otro.

 ¿Cual es el nombre propio por el que uno es elegido en el tiempo de la angustia, en la medida de sus presentimientos?

 Una característica que quiero señalar, que nos puede ayudar a pensar esta cuestión del nombre propio, sería la de situar el nombre propio como un significante al que podemos denominar el Significante-del-nombre-propio.

 Lo escribimos de la misma forma que el Significante-del-Nombre-del-Padre. 

 En los dos casos se trata de un Nombre.

 Uno de ellos, el nombre propio, es el-nombre-que-nombra-al-Sujeto.

 En el otro caso, se trata del-nombre-que-nombra-al-Padre.

 Sujeto Otro, Sujeto y Padre, aquí tenemos a los dos partenaires fundamentales de lo que Lacan llama la dialéctica intersubjetiva.



Los nombres del sujeto y del Otro

 Una cuestión legítima es la que se plantea si existe una equivalencia entre el significante y el nombre (desde el punto de vista de la estructura).

 Desde el psicoanálisis, cuando se hace referencia al nombre propio, es evidente que no se trata del nombre civil, aquel que nos identifica, social y legalmente, en nuestra partida de nacimiento como "fulano de tal, hijo de zutano y de mengana".

 Existe una obligación legal que impone a los padres poner un nombre a su hijo.

 Más allá del imperativo legal el nombre se elige desde la tradición familiar, en relación con el nombre de los antepasados (el nombre del padre), por lo que siempre interviene, en ese acto aparentemente caprichoso y arbitrario de buscar un nombre, el deseo de los padres (que, antes de nacer el hijo, ya habían hablado entre ellos del nombre que les gustaría ponerle).

 Más allá de cuestiones culturales, modas, costumbres, tradiciones varias, lo importante es que un sujeto tenga un nombre.

 Qué nombre sea este en concreto es secundario con respecto al hecho decisivo de haber sido nombrado (en el sentido fuerte de haber sido marcado en el cuerpo con el trazo del significante).

 El nombre propio como tal no tiene significación. Esto implica que su función es de marca no de significante.

 Su única función, a diferencia del apodo, que es un nombre significativo, es establecer la marca de la identidad del sujeto (individual y familiar, en tanto le incluye en un linaje, en un orden genealógico).

 El nombre propio no se traduce. Chopin se dice y se escribe igual en todas las lenguas. 



La marca de Chopin

 Una cosa es que el nombre propio carezca de significación y no se traduzca; otra es su función de significante impar.

 Su función de significante (¿o de signo?) le otorga un carácter de marca.

 El nombre propio: la marca de la identidad del sujeto.

 El nombre propio: la marca del deseo de los padres (si lo hubo).

 El nombre propio es un significante impar (S1) que representa al sujeto (S) para otro significante (S2): el del deseo de los padres.

 El nombre propio: es la marca que remite a la posición del sujeto en el linaje familiar, en la genealogía

 Existe una sutil diferencia, casi imperceptible, pero decisiva, entre poner un nombre como imperativo legal, y nombrar a un sujeto desde el deseo. ¿O no es tan sutil?

 Se pone (deposita) un nombre desde la función instrumental del nombrar-para-algo.

 Se nombra desde la función de deseo del Nombre-del-Padre.

 El psicótico tiene un nombre; sus padres le han puesto (depositado) un nombre; no necesariamente desde su deseo, sino porque estaban obligados a ello.

 El futuro psicótico ha quedado inscrito en su partida de nacimiento como ciudadano, habiendo sido registrado en los libros impersonales y anónimos del Estado, en tal tomo, tal página, tal párrafo.

 Inscribir en el Registro Civil a un sujeto con su nombre propio es el acto de depositar un nombre sobre un organismo vivo.

 Nombre civil que le otorga ciudadanía, pero que no muerde en la carne, que no lo marca a sangre y fuego, con las letras indelebles del goce.

 Depositar un nombre  no es el acto de nombrar.

 La mera depositación del nombre propio, sin una marca que lo agarre al cuerpo, que lo sujete, puede conllevar, en un tiempo venidero, infausto, la deposición del nombre (¿se podría hablar de una deyección del nombre?). 

 Si poner un nombre se reduce a su transcripción en un acta, al acto administrativo por el que se da fe de su registro en un documento oficial ("Su hijo ha quedado registrado"), se volatilizará la dimensión radical del acto de nombrar, de efectuar un nombramiento, de inscribir a un sujeto en el discurso, a través de un nombre propio, en su función de marca de un deseo singular (idéntico al deseo del Otro).


Partida de nacimiento de Federico García Lorca: el nombre de la poesía

 En estas circunstancias, el nombre propio ya no será el significante del deseo de los padres, sino el signo ominoso de la renegación forclusiva de su deseo.

 Registrar, poner un nombre en un acta, tiene como consecuencia que un sujeto adquiera un nombre civil, una carta de ciudadanía, pero no garantiza en absoluto que tenga un nombre propio 

 El nombre propio se llama propio porque el sujeto que lo porta tiene un derecho de propiedad sobre él: "Miguel es mi nombre".

 El psicótico tiene un nombre civil pero no ha sido bendecido con un nombre propio, al que pueda considerar parte inalienable, enajenable, de su patrimonio de sujeto (de su stock significante).

 Igual que se habla en la psicosis de forclusión del Nombre-del-Padre podría también hacerse referencia a la renegación del nombre propio.

 El psicótico puede vagabundear en el anonimato, perdido entre la muchedumbre, y, si alguien, que le ha reconocido, lo llama por su nombre propio, no responder a ese llamado, al no poder reconocerse en ese significante forcluido.

 Él sabe que es ese al que llaman, ya que conoce su nombre civil, pero no hay nada que lo ate, que lo anude, en la dimensión del goce, al nombre propio, cuya sola mención le provoca una inmensa extrañeza, sumiéndole en el abismo de la enajenación (incluso desencadenando ideas paranoides).

 La función del llamado, al haber quedado desconectada de la firma o rúbrica del del sujeto, se muestra inoperante.

 El psicótico nunca ha podido habitara-propiarse de su nombre propio, del que, lo más probable, haya sido ex-propiado, des-poseído.

 El nudo que posibilitaría anudarse, a-propiarse al nombre propio, es el constituido por el deseo del Otro, del que hace semblante el deseo de los padres.

 El sujeto-psicótico, más que poseído, a-propiado por (al) el nombre propio, padece de su des-posesión, de la des-apropiación de su nombre.

 La versión delirante de esta desapropiación puede ser el robo del pensamiento o el fenómeno del doble, en el que un otro que se hace pasar por él, que ha suplantado su identidad, lo despoja de su nombre, de su identidad, y de su imagen.

 II) Irene la amante amantísima

 Irene, la protagonista de nuestra novela, no tiene un nombre propio.

 Su mayor deseo es el deseo de tener un nombre propio.

 Esto solo se sostiene si se parte de la base de que un sujeto solo se puede a-propiar de su nombre propio a través de un acto.

 El nombre propio es un don de amor que solo se puede pagar con agradecimiento (lo inscribimos en el registro de la deuda simbólica).

 Si hay agradecimiento, reconocimiento de la deuda simbólica, el nombre propio se convertirá en una gracia; si no es así, nos perseguirá como una desgracia, como una maldición.

 Para Irene, buscar o aprovisionarse de un amante pianista, o de un pianista amante, es, en el fondo, una estrategia (que incluso se podría denominar política), para poder a-propiarse de un nombre propio (en este caso de su nombre irrenunciable de mujer).

 Sin olvidar nunca que, para los sujetos parlantes y escribientes, la posibilidad de usufructuar de un bien o de un don, como puede ser el nombre propio, pasa inevitablemente por la necesidad de un acto, que nace en un campo inter-subjetivo, transferencial, social, de goces dispares y disímiles.

 Todo esto que se plantea desde el psicoanálisis con respecto al nombre propio parece un disparate, algo absurdo, que atenta contra el sentido común, debido a que todos consideramos que nuestro nombre propio es un bien enajenable, que Irene se llama Irene, que su nombre propio es propiedad suya, por lo cual nadie se lo podrá arrebatar jamás.


El nombre propio está escrito en el cuerpo

 Pero lo que el psicoanálisis descubre, en contra del sentido común, es que Irene no es Irene, que, Irene, a pesar de su nombre propio no es idéntica a sí misma, al sufrir una división, una hendidura, una tachadura, causada por el significante.

 Irene, además de un nombre propio, tiene -¡o la tiene!- un inconsciente, debido a lo cual, no sabe lo que quiere, lo que le falta.

 Desde el psicoanálisis, no saber lo que uno quiere o querer lo que uno no quiere se denomina el deseo.

 Si uno no sabe lo que quiere o quiere lo que no sabe es porque el deseo es el deseo del Otro.

 Sin hacer una tournee por el desfiladero del significante, por aquello que causa el deseo del Otro, por ese objeto tan poco objetivo que es el @, no se puede acceder al propio deseo, ni a-propiarse del nombre propio.

 Una forma de conceptualizar el nombre propio es tomarlo como un objeto @, una letra enigmática, grabada debajo del cuero cabelludo.


La letra @ como rúbrica del nombre propio 

 En esta conceptualización, tomada por los pelos, se anudan cuatro elementos: un significante o letra: la del nombre propio; el @, como objeto de goce; la superficie del cuerpo: el cuero cabelludo; y, por último, un sujeto tachado (S), que no sabe que lleva su nombre propio grabado debajo del cuero cabelludo (en realidad, no sabe cuál es su nombre propio).

 El deseo no es algo ignoto, inefable, tiene una formalización precisa, el matema del fantasma:  $<>a.


 NOMBRE PROPIO -----------------------------------------> OBJETO @


 DESEO ---------------------------------------------------------->  $<>a: FANTASMA


 Irene tiene un nombre propio, ha sido bautizada con el nombre de pila de Irene. Esto es indudable.

 Pero es necesario dar un paso más: la así identificada en su identidad nominal (opuesta a identidad real) como Irene, ¿tiene un deseo sobre el que se sostiene su nombre propio?; ¿tiene un nombre propio causado?

 Es evidente que tiene un nombre, que ha adquirido una identidad nominal, pero, hasta nuevo aviso, hasta que su nominativo se ponga a prueba en la justa del deseo, se trata simplemente de su nombre civil.

 Irene, para tener derecho a un nombre, tendrá que mostrarle al Otro la carta (lettre) marcada en la que se escribe su goce (es la baza del muerto en el juego del Bridge).


La carta marcada del goce

 ¿Cuál es el nombre de guerra de Irene? ¿Cómo la llama el Otro en la cama, en la relación sexual imposible?

 Si Irene no es La mujer, que no existe, si es una mujer, ergo... ¿Cómo se llama?, ¿cuál es su nombre propio?

 Es un hecho; a partir del affaire del amante, Friz, empieza a tener mucho más en cuenta a Irene, aunque solo sea porque le fastidia, porque le pone de los nervios.

 Se puede afirmar que, gracias al amante, Irene se convierte en el sinthoma de Friz.

 Antes de lo del amante, Friz, se sentía de lo más contento con su mujer; todo iba a las mil maravillas, sobre ruedas.

 Con el amante, todo se tuerce, se estropea, se sale de madre.

 Ya no está ni contento ni satisfecho con su mujercita.

 Su esposa le ha puesto en evidencia, le ha dejado con el culo al aire, y Friz no se lo va a perdonar.

 A Friz se lo llevan los demonios; ¡rayos y truenos! De lo heim hemos pasado a lo unheim. Lo amable ha virado a lo desagradable, a aquello que deja mal sabor de boca, un regusto de amargura.

 Con la firma realizada en la casa del amante, Irene, sale del anonimato, abandona una situación de anomia en la que estaba sumida y hundida.

 Friz, muy a su pesar, se empieza a enterar que tiene una mujer.

 Y, no solo eso, también que las mujeres tienen deseos.

 Esto podría parecer increíble, pero en la clínica lo captamos a diario.

 Uno solo se despierta del más profundo de los sueños gracias al sinthoma, a lo que tiene el Otro de inasimilable y de extranjero.

 Todo esto, tan desagradable, tan poco terapéutico, es un efecto de empezar a tener un nombre-propio-para-el-Otro, de comenzar a deletrearlo.

 En el caso de Irene, nombre propio es igual a haberse inventado un sintoma: el amante-sinthoma.

 El amante es el sinthoma de Irene, y, de rebote, el de Friz.

 ¡Por fin comparten algo, aunque sea un sinthoma!

 De todo esto se puede deducir, sin temor a equivocarse, que el sinthoma tiene una función de lazo social, de anudamiento.

 Una de las funciones del nombre propio -¡y del sinthoma!-, es que alguien sea reconocido por el Otro en la singularidad de su deseo.

 Irene, gracias a su amante, empieza a ser Irene.

 El nombre propio de Irene se deletrea así: A-m-a-n-t-e.

 El nombre propio, en su estatuto de marca o trazo del sujeto, hay que oponerlo a la anomia y al anonimato.

 Habría que decir no tanto "Por sus obras los conoceréis", como "Por su nombre propio los conoceréis".

 Uno ama a su nombre propio como a sí mismo.

 El nombre propio es un pedazo de su ser. 

 III) La rúbrica del nombre propio

 A partir de ese estatuto de marca, de trazo de escritura, del nombre propio, se puede establecer su conexión con la firma, que, como es evidente, es una especie de garabato, con el que se rasga el papel, signando lo más inconfundible y singular de un sujeto.




 Ser un niño, como nombre común, no es lo mismo que llamarse Pedro, como nombre propio.

 El sustantivo propio preserva lo más sustancial de un sujeto, la marca del goce.

 En el tatuaje se utiliza la piel para escribir algo en su superficie.

 Una de las infinitas formas de tatuajes puede consistir en grabar el nombre propio.

 La firma en el papel y el tatuaje en el cuerpo son dos modos de inscripción del nombre propio.

 Firma y tatuar es igual a marcar.

 El acto de la firma del nombre propio y su tatuaje tienen una incidencia sobre el goce del cuerpo.

 Firmas, rúbricas, tatuajes, son marcas de escritura, trazos o rasgos literales, transcritos sobre una superficie topológica (como la del cuerpo).

 La firma -en su valor legal-, y el tatuaje -en su valor estético-, fuera de la dimensión del acto discursivo (borromeano), son solo la inscripción del nombre de pila -civil- sobre una superficie neutra (no contaminada por el goce).

 No tienen un valor de trazo literal, ni, por consiguiente, un efecto de goce sobre el cuerpo.

 El nombre propio se puede concebir como una operación de tatuaje, comandada por el Otro, que imprime, con letras invisibles, el nombre de pila sobre la superficie topológica -tórica- del cuerpo.

 Esta impresión tatuada es marca que incide sobre lo real del goce.



El cuerpo tórico, agujereado, gozante.

 El tatuaje, en su verdad más carnal, más allá de la estética, es la inscripción del nombre propio (o de lo que hace semblante de nombre propio) sobre la superficie de la piel.

 Transcripción, inscripción, rúbrica, firma... son actos de escritura, tipográficos, que graban letras, imprimen marcas, trazos, rasgos, garabatos, sobre la superficie del cuerpo; dibujando en ella, con fragmentos de lalengua, el litoral de los goces.

 Firmar es tatuar, en el sentido de marcar el cuerpo.

 Firma tatuada, tatuaje firmado, espacios de escritura del nombre propio.


La firma indeleble del sujeto

 Firmar, rubricar, como operación de lenguaje, discursiva, es el acto de inscripción de la propia marca en el campo del Otro.

 Un tatuaje firmado o una firma tatuada remiten a actos de escritura ancestrales.


La escritura cuneiforme

 La firma se puede degradar hacia lo burocrático (la repetición enajenante de una acción), expresión eminente de la degradación del acto, que aplasta la verdad ab origine.

 Así mismo, el tatuaje se puede degradar hacia un mero valor estético, imaginario, perdiendo su función simbólica, al cortarse el cordón umbilical que lo podría anudar con el nombre propio.

 El cuerpo, su superficie topológica, lleva inscritos, las marcas, los trazos literales, de una especie de escritura cuneiforme que lo horada.

El punzón, el cuerpo (el Otro), y la marca de escritura

 Este es el sentido, en el ritual cristiano del bautismo, de la inmersión del hombre viejo en la pila bautismal, en el agua bendita (bien-dicha), que lo lava y lo purifica.

 El nacimiento de un hombre nuevo, perteneciente a un cuerpo nuevo (la ecclesia: la congregación, la asamblea, de los ciudadanos o de los fieles), a partir de un acto de nominación (el ritual del bautismo), de imposición del nombre de pila, es simbolizado por la unción del oleo sagrado sobre el cuerpo, que deja su marca indeleble, el signo de la cruz, la señal del bautismo (el sujeto muere en sí para poder nacer en el Otro).


La imposición de la marca del nombre propio: la señal de la cruz: la Trinidad

 Estrictamente, el tatuaje no es una firma, pero la rúbrica del nombre propio se tatúa sobre los tegumentos.

 Firmar y tatuar son actos de escritura, que, en tanto acontecimientos del cuerpo (como el sinthoma), debido a que el Otro es el cuerpo, tienen un efecto sobre el goce (de alteración, subversión o de perversión)

 Aunque sean el mismo, no es lo mismo un nombre civil que un nombre propio.

 Un nombre civil es un instrumento significante que sirve para establecer -¡y coagular!- nuestra identidad social.

 Un nombre propio, material-izado, real-izado en una firma, en una rúbrica, en su carácter de rasgo o de trazo de escritura, es signo de goce del cuerpo.


Trazos literales, rúbricas, marcas... la escritura del goce

 El nombre civil no indica como tal, o cual, o Pascual, nada sobre el nudo del nombre con el goce impropio (políticamente incorrecto).

 Su función es simplemente la de shiffter (el je del nombre propio) de la identidad social y civil del sujeto.

 El nombre propio, en tanto miembros de una cultura, seres hablantes que intercambian significantes, es una articulación fonemática que sirve para llamar-nos, para reconocer-nos, recíprocamente: "Me llamo y me llaman Juan".

 Dice, con todo énfasis, el actor Antonio Banderas en la película El Zorro: "Yo soy ese al que llaman el Zorro". Aquí, El Zorro, no es el nombre de un animal, es un apodo que tiene función de nombre propio, de reconocimiento.


El signo del Zorro

 Hay que recordar que El Zorro, en todos los sitios que actuaba con su afán justiciero, firmaba con una Z (su rúbrica inconfundible); marca literal que grababa con su espada en el cuerpo de sus víctimas.

 La Z rasgada, marca de un ideal de justicia, portadora de una amenaza, producía pavor y temor en los opresores, felicidad y esperanza en los oprimidos.


La Z, la rúbrica del nombre propio

 El nombre propio, más allá de su estatus de cívitas, centro organizador de la red de los significantes, trazo literal (la rúbrica), en su incidencia sobre el cuerpo, es nudo y marca del goce, de ahí su valor de destino en una existencia.

 Para demostrar este valor esencial de goce del nombre propio solo hay que observar la reacción de un sujeto si, algún otro, con el fin de ridiculizarlo, avergonzarlo o menoscabarlo en su prestigio, altera o degrada de cualquier forma su nombre propio.

 Aquí se pone en juego algo que va mucho más allá del valor de signo del nombre propio: "Lo que representa algo (la identidad del sujeto) para alguien".

 El sujeto vive, con profundo dolor y desgarro, ese ataque a su nombre propio como una desestimación radical de su verdad: "El nombre propio es el S1 que representa un sujeto (S) ante un S2".

 También desestimación y repudio, en esa desvalorización desgraciada del nombre propio, de su ser fundamental de goce (garante de la castración): "El nombre propio en su función de signo (marca) del goce". 

 Tratar de borrar la huella del nombre propio, la marca del ser, el trazo del goce, equivale a una intención mortífera de hacer desaparecer al sujeto, de borrarlo de la faz de la tierra, de la escena del mundo.

 De ahí la aguda humillación, postración y melancolía que sufre un sujeto innominado, mal dicho (dito) o ridiculizado en su nombre propio, en el nombre de su goce, y, su correspondiente y justificada violencia íntima.   

 Se parte de la base de que el nombre propio es inseparable de su firma, de su rúbrica.


El nombre propio es inseparable de su rúbrica

 Por lo tanto, al nombre propio, se lo conceptualiza como marca literal, trazo o rasgo de escritura.

 Un acto de escritura necesita de: un escribiente; un instrumento de escritura (la pluma); una superficie que permita inscribir, transcribir, los rasgos literales (tinta y papel).



Instrumentos y superficies de escritura

  La superficie de escritura puede ser un pergamino, un trozo de barro o de arcilla (escritura cuneiforme), o una hoja de papel. Incluso -¿por qué no?-, como lo comprobamos con los tatuajes, el cuerpo como superficie topológica.

 Todas estas superficies de escritura y de escrituración, de rúbrica y de rubricación, hacen semblante de la superficie topológica del cuerpo como lugar de inscripción de las marcas y de los trazos literales de lalengua gozosa.

 En un ritornello repetitivo y machacante, repetiremos y volveremos a repetir, hasta que se nos quede la musiquilla, hasta que nos zumben los oídos, que el nombre propio es inconcebible fuera de su firma, del acto de escritura que lo inscribe sobre la superficie topológica del cuerpo como rúbrica, garabato, trazo o rasgo literal; cuerpo, que, al ser marcado, queda afectado, tras-tornado, en su régimen de goce.


La firma del nombre propio sobre la superficie del cuerpo: el trazo literal que captura una partícula de goce

 Es evidente que cualquier sujeto, aún catalogado socialmente de analfabeto, que no sepa leer ni escribir, ni haya nunca firmado, es portador de la rúbrica, de la marca de su nombre propio, trazada sobre su superficie tegumentaria, que sigue la línea quebrada, el perfil accidentado y zigzageante de su litoral (literal) de goce.

 El poder firmar depende de una función instrumental: el aprendizaje de la escritura. En cambio, el nombre propio es un don simbólico que el sujeto recibe del Otro (independientemente de la cultura, la educación y el grado de instrucción del sujeto) 


El litoral-literal de la línea de goce, de intercambio del cuerpo

 Repetimos lo irrepetible: todo cuerpo humano es humano porque lleva el nombre propio, la firma del sujeto, su trazo singular e inconfundible, su epi-grama garabateado sobre su envoltura epi-dérmica (de hecho, un cuerpo es un saco agujereado, la piel seca y vacía de un toro).

 IV) El nombre propio y lo real

 El epigrama del que se trata, rasgo sutil, material e invisible, en su condición de cifra del goce, de sinthoma, pertenece al des-orden de lalengua, que habita la permanente vigilia, el desasosiego insomne de lo fuera-de-sentido, de ese real que nos golpea de forma inmisericorde en lo más profundo de nuestros sueños.


El garabato del goce

 El nombre propio es un epigrama insoluble, que, en su condición de real, hace nudo.


Nudo enredado y estirado

 Si el cuerpo, en su complacencia, se ofrece, al igual que en la histeria, como superficie de inscripción, de impresión, es porque el instrumento de escritura, el punzón o la pluma, que graba los rasgos literales en los tegumentos, es el lenguaje.

 Esta impresión literográfica, de una grafía singular, garabateada, rompe toda ortografía, al tiempo que captura una punta del goce en sus intrincados y enredados nudos.

 A esta especie de rúbricas, de garabatos del goce, que marcan, muerden en la carne, es a lo que se llama sinthomas o nombres propios.

 De hecho, un sujeto tiene un nombre propio gracias a que ha rubricado su sinthoma.

 La plantilla, el diseño, el tipo, el molde, de esta auténtica literografía corporal, de este tátau epigramático, que configura una geografía del goce, con sus litorales, elevaciones, depresiones, planicies, oquedades, mesetas, barrancos... es la de lalengua en su manifestación más deslenguada y lenguaraz, lenguajera, disparatada (que primero dispara y luego pregunta).

 En conclusión, el nombre propio es un diseño gráfico, un trazo garabateado, tatuado sobre el saco epidérmico de un sujeto humano.

 Lo importante, lo que hay que retener, es que este trozo de lalengua, al que llamamos, por convención, nombre propio, despojado de sentido, firmado y rubricado dos veces sobre el cuerpo, es marca del goce.

 En el ritual del bautismo o del tátau, el nombre propio, el nombre del goce, es el efecto de golpear dos veces en el cuerpo (la matriz mínima) con la plantilla de lalengua (o con el hisopo del agua bendita).

 Voy a reproducir una imagen de un nombre propio tatuado en la piel. A esta firma hay que considerarla como un semblante del nombre, no un verdadero nombre propio.

 El verdadero nombre propio se escribe pero no se representa; se graba pero no se expone.

 Sabemos que estamos ante un auténtico nombre propio por sus efectos de goce, sobre el cuerpo, sinthomáticos, de anudamiento borromeano.

 La representación imaginaria, sin el soporte de la escritura, con afán de exhibición, del tatuaje del nombre propio, que convoca a la mirada, produce un efecto obsceno, debido a que la percepción oculta la estructura.

 De hecho, el nombre propio, en su función de nombre-del-goce, de litoral, no tiene imagen, no es representable; en la biblioteca universal, borgiana, que acumula todo el saber, las plantillas, los diseños con los que se imprime cada uno de los nombres propios, una vez que han cumplido su misión, se destruyen, por lo que son irrecuperables, inimitables (por eso, cada nombre propio es un ejemplar único).


La biblioteca universal borgiana, babélica, y el agujero del nombre propio

 Si el nombre propio es representable por algo lo será por un agujero marcado.

 El tatuaje de un nombre propio, que se graba en la piel, en su carácter imaginario, permite afirmar con seguridad que eso no es un nombre propio; es un seudonombre propio igual que hay seudoagujeros.

 No hay que confundir nunca la rúbrica, la firma, el garabato, el trazo literal del nombre propio, con cualquier intento (siempre fracasado) de representarlo (por vías impuras).

 La diferencia radical entre la representación imaginaria de un seudonombre propio y la escritura de un verdadero nombre propio, en su condición de puro garabato gozoso y sinsentido, se puede captar en las dos imágenes siguientes.


El seudonombre propio

  En esta primera fotografía -imagen dentro de una imagen-, que consiste en la representación imaginaria de una rúbrica o garabato del nombre propio, al realizarse con fines de exhibición, de captura de la mirada, hace que la califiquemos de seudonombre propio.

 Al tatuaje del nombre propio en la piel (que se dirige al ojo) le falta el carácter fundamental de un verdadero nombre propio: su estatuto de escritura (que conlleva la escrituración, la marcación literal del goce).

 Es el trazo literal del nombre propio, la rúbrica, el garabato, lo que rubrica el goce.

 Este estallido de colores (en la siguiente imagen), de trazos dispersos y entremezclados, de melange (mezcla) a mille, es la escritura-escrituración, garabateada no se sabe dónde (en un papel destinado al cubo de basura, a la litter), de un verdadero nombre propio.


Un garabato de un niño

 Este es el garabato de un niño, ergo un nombre propio.

 Como es evidente, solo se soporta en el goce.

 ¿Dónde se localiza el goce? En ese mismo garabato inextricable: el garabato es el goce; el goce es el garabato; garabato = goce.

 Este garabato es un trazo literal totalmente heterodoxo, casi herético.

 En tanto firma, rúbrica, tiene la función de marca de un goce tan difuso, tan poco localizable, tan inaprensible, tan fuera de sentido, como el propio garabato.

 Este garabato no es un significante, es un fragmento, un trozo de lalengua.

 Su realidad, su consistencia, solo se la proporcionan su carácter literal, su colorido, mezclado y embarullado, la explosión resplandeciente, la expansión caótica, el rebasamiento y rebosamiento de un goce alegre y juguetón, absurdo y disparatado.

 Se trata de un auténtico litoral donde se intercambian, se mezclan, se confunden, copulan los colores.

 En este tatuaje maorí, al igual que en el dibujo infantil, al borrarse toda representación icónica, el espacio vacante, el horror vacui es colonizado por la letra y por el goce otro.




Tatuaje maorí: la marca de la letra

 Aquí, con lalengua, operamos con garabatos y chismes.

 ¿Qué es un garabato? Se trata de un término de origen prerromano. En su primera acepción, puede significar dos cosas: "Trazo realizado con un instrumento manual de escritura, como un lápiz o una pluma, con el que no se quiere representar nada". Así mismo, "Letra, dibujo o signo gráfico mal trazado, como el que hacen los niños al aprender a escribir".

 Por lo tanto, el garabato es un trazo literal, un rasgo irregular, con el que no se quiere representa nada. Entonces, ¿para qué sirve? Su función es de marca (o de mapa). ¿De qué?

 En la segunda acepción, garabato significa: "Instrumento de hierro con punta en forma de semicírculo que sirve para tener colgado algo, o para asirlo o agarrarlo (también, garfio con el que se sujeta una pequeña cuerda)".

 La cosa se aclara, el garabato es un trazo literal, una marca sobre el cuerpo, con la cual se puede asir o agarrar el goce (pillarlo, aunque sea a traición).

 Anudado de forma indisoluble al garabato literal se encuentra -¡o nunca se encuentra!- el chisme del goce, que es algo de lo más chismoso, que nos indispone de forma permanente con nosotros mismos, pero, sobre todo, con el otro.

 Es evidente que no estamos chismorreando, sino diciendo las cosas como son, como nos afectan en lo más íntimo.

 Si es inevitable hacer referencia a esos chismes de lo más chismosos es porque, en su condición de objetos, de bagatelas, en su minusvalía (no confundir con la plusvalía), tienen que ver con el goce, precisamente con uno que no es el de todos, que es notodo.

 El goce es un chismorreo o chisporroteo. Es un chisme, un objeto inservible, inútil, que solo sirve para gozar.

 ¿Qué es gozar? Justamente, aquello que nadie sabe lo que es.

 Por eso, Lacan, en no se qué Seminario, en uno bastante avanzado, en el que avanza como el cangrejo (de culo) -creo que es ese de un discurso que no sea del semblante, o sea, que sea del goce-, afirma que el goce es el falo real, lo que siempre se atraviesa en una relación (la Otra cosa, eso innombrable que nos deja jodidos).

 El goce es eso que arruina los buenos momentos, el borrón sobre la hoja en blanco, la mancha que afea la maravillosa y celestial visión, la desgarradura en el tejido intacto, el defecto que atenta contra la integridad, aquello que todo ideal escupe y expulsa como un cuerpo extraño.

 Si tuviese que definir el goce con alguna cosa, sabiendo que es indefinible, lo haría con una tautología, con un error lógico: el goce es lo que sirve para gozar (este artilugio es una especie de juicio analítico kantiano).

 ¿Qué es lo que sirve para gozar? Lo repito otra vez, nadie lo sabe.

 De lo único que sabemos es del goce parlanchín, cotilla y chismoso, enredador y celestino, facedor de todos los entuertos, fuente de todas las discordias, desacuerdos y diferencias, calumniador y mentiroso, maleducado e impresentable.

 Yo diría que lo sirve para gozar es algo que no sirve para nada, que no tiene valor de uso ni de cambio, un objeto inservible, una especie de chisme inútil y chismorreante. Lo único que lo puede representar es un garabato, ese trazo que se me escapa del cuerpo, que se escribe solo.

 El objeto @ es una letra -la letra a-, un auténtico garabato, a la vez que un chisme, un auténtico chismoso, un objeto que, en su condición de resto, nos pone a chismorrear, a hablar. Por eso, el objeto @, en su estatuto de chisme, es objeto causa del deseo.

 Lacan afirma que el objeto @ es un objeto inaprensible por el falo, el significante del deseo, de la castración, de la falta.

 Al goce fálico, parlanchin, se le escapa el goce otro, porque su goce no es de este mundo, al ser un goce no fálico del todo o notodo fálico.

 Aquí, en este recoveco, en este hueco, delimitado por el goce fálico, las mujeres (que no forman un universo), se manejan muy bien con su goce propio, con su nombre propio, con su goce femenino, que, como es bien sabido, dado que son unas chismosas, gozan hablando de chismes, chismorreando (lo que al hombre le pone muy nervioso porque lo considera una pérdida de tiempo, una in-utilidad).

 Hay que decirlo otra vez, alto y claro, aunque sea algo que no se puede decir: del goce, en su estatuto de real, nadie sabe nada, ni poco ni mucho, ni pocos ni muchos. Es lo que se ha dado en llamar, de una forma paradójica, la forclusión generalizada. Esto significa que, del goce, ni pajolera o puñetera idea.

 Es curioso, eso que se atraviesa, de lo que no se sabe nada, no es un agujero (simbólico), aunque lo parezca, aunque nos agujeree y perfore, es un real, el del goce.

 Por eso, ahí donde el saber, cualquier saber, sobre todo el de la ciencia, fracasa, se goza, se sufre, se duele, se retuerce, se siente el cuerpo en su radical extrañeza.

 El goce, tan chismoso o tan chistoso como es él, en su condición de chisme, no hay por donde cogerlo o agarrarlo. Es un chisme sin ninguna agarradera, posible o imposible.

 Sabemos que se trata de él porque, aunque no se lo pueda agarrar ni por la cola, siempre que puede, que nos ponemos a tiro, nos agarra.

 Lo habitual es que nos pille y nos sorprenda de la forma más imprevista, cuando estamos más desprevenidos, por sorpresa, a traición.

 Por eso, tal como se las gasta, nadie es amigo del goce, hace buenas migas con él, parte el pan con él ("el que parte y reparte se lleva la mejor parte").

 En un análisis hay que ser un chismoso, ponerse a chismorrear; cuantos más chismes cuente uno mejor que mejor; es la mejor forma de aprovechar el tiempo.

 Hablar al pedo, chismorrear, es la manera más adecuada de poner a tiro el chisme del goce, ese trasto viejo, de ropavejero, que no sirve para nada, que destaca, sobre todo, por su in-conveniencia e in-adecuación.

 El goce siempre es in-conveniente, en el sentido de que siempre cae mal, se atraviesa o no viene a cuento.


Los chismes del goce: objetos a

 Si algo sabemos de los efectos del goce es que nos in-dispone a la vez que le in-dispone al otro con nosotros. Es la in-disposición recíproca, compartida, que nos aparea con el otro en un destino infausto.

 Si el goce genera certeza es porque nos in-dispone con un Otro muy poco dis-puesto, de ahí en más, una vez introducido en la relación ese tercero tan poco amable que es el @, a dar por supuesta nuestra in-condicionalidad, nuestra absoluta dis-posición y entrega, todos nuestros más sentidos votos de auténtica generosidad, de desinterés más gratuito, en beneficio de los ideales más elevados.

 Más bien nos catalogará, desengañado de nosotros mismos, de vuelta de todo, como unos auténticos chismosos siempre dis-puestos e in-dispuestos a chismorrear a mandíbula batiente, en beneficio de nuestros innombrables e inconfesables chismes, de nuestros innombrables e inconfesables goces (cuyo último reducto es ese fantasma inadmisible e inasimilable que nos desvela con sus cánticos de real) .

 Los chismes no son el chisme, pero todos los chismes-significante, todas las habladurías, el bla-bla-bla, giran, dan vueltas, alrededor del chisme-objeto, el chisme-real o el chisme-goce, el único y auténtico chisme, que está en el centro -en función de causa- de toda la red de chismes, de todo el tejido vano e inútil de chismorreos, cuyo único fin es el de in-disponernos con nadie, nosotros solitos, al provocar nuestro mal-estar en la cultura, pletórico de todos los chismes habidos y por haber.

 Los chismes no sirven para nada, pero nos permiten tocar lo real, ese chisme-goce o chisme-garabato, que no tiene agarraderas, imposible de sujetar, de soportar, de asir (nació sin asas), que es la única cosa que, sin tener cola, nos permite agarrar por la cola al universo-tachado de los chismes más chismosos.


Chismes imposibles: Escaleras lisiadas

 El chisme-goce no es la verdad, debido a que no es soportado por ninguna regla significante, pero es imposible acceder a la verdad, a la chismosa, chistosa, parlante y farfullante verdad, sino es a través de la escritura, del garabato-literal, la marca, el sello indeleble del goce del cuerpo, notodo.

 Una referencia a la etimología chismosa y cotilla de chisme: es un término que proviene del latín schisma y este del griego schísma, que significa escisión y separación.

 El significante chisme tiene dos acepciones. En la primera de ellas significa: "noticia verdadera o falsa, o comentario con que se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura de algunas".

 En la segunda acepción hace referencia a “baratija o trasto pequeño”; significación que se conecta, metonímicamente, con chisme de vecindad, en el sentido de “chisme que versa sobre algo de poca importancia”.

 El nombre propio (la rúbrica, el garabato infantil o el tatuaje maorí), al capturar, en su rasgo literal, en su garabato, algo del goce del cuerpo, tiene la función de nombre de todos los nombres (el nombre propio); marca de todas las marcas (la marca impropia); tatuaje de todos los tatuajes (el tátauaje: palabra de lalengua); huella de todas las huellas (la del ciervo en la roca; la nube en el cielo; la mujer en el hombre), delebles o indelebles, visibles o invisibles, sutiles o pesadas.

 El nombre propio se asemeja en su función a la del horror vacui en el arte.


El horror vacui en el arte: ¿dónde está el vacío?; ¿dónde está el nombre propio?; ¿dónde está el-nombre-del-goce?

 Lo que ocurre es que, en el psicoanálisis, el desideratum es ir más allá del horror vacui (que es una de las definiciones del síntoma) hacia el desiderio vacui.

 La función del deseo del psicoanalista es dirigir al analizante hacia el desiderio vacui, ese lugar inter-dicto en el que, juntos, en la transferencia, empezarán a con-tornear el borde -¡erógeno!- del agujero de la pulsión.

 Justo en ese punto-vacui, que es el de la castración, el analizante, en el tiempo de la angustia, se asomará, no sin horror, a la pregunta por el deseo del Otro.

 Lacan complica la cosa al ubicar en el centro del agujero del deseo -éxtimo- al objeto @, como plus de gozar.

 Si somos capaces de localizar el nombre propio no será en una partida de nacimiento ni en la exhibición de un tatuaje, sino en el lugar del discurso, en su proximidad al punto-vacui,  donde comparte emplazamiento, relación de vecindad, con el goce.

 Esta es la triada: rúbrica del nombre propio-desiderio vacui-marca del goce.

 La expresión latina horror vacui (literalmente, miedo al vacío) se emplea en la historia del arte para describir el relleno de todo espacio vacío en una obra de arte con algún tipo de diseño o imagen.

 Es una de las características del embaldosado matemático o de los densos campos de relleno en los diseños entrelazados celtas.

 También es característico de la estética del Barroco, especialmente del Rococó, así como de la decoración islámica y el lujo ostentoso del arte bizantino.


El desiderio vacui

Más que de un horror vacui habría que hablar de un deseo de explorar el vacío, con la condición de que ese vacío se localice en el campo del Otro, donde, al tachar, dividir, al Otro, causa su deseo por un objeto @ (pezón, escíbalo, mirada, voz y falo). 


La exploración del desiderio vacui en el campo del Otro

 De esta forma se establece un nudo entre la castración del Sujeto y la del Otro, espacio vacío, de intersección, en cuyo centro establece sus reales el objeto @.

 En el horror vacui -siguiendo esta línea de interpretación del nombre propio y de la rúbrica- lo que verdaderamente se pone en juego es un deseo de tapizar, de revestir el vacío, el vacuum, con rasgos literales, figuras geométricas, adornos de todo tipo, tomados del mundo humano, del reino animal y del vegetal.

 No es un intento de llenar el vacuum, sino de extender, sobre toda su superficie, interior-exterior, una malla, una red, un tejido, un tapiz, un entramado, que se entreteje, anuda, cose, con todo tipo de objetos que tiene un valor litero-litoral.

 Por lo tanto, tomándolo al pie de la letra, no existe como tal, en el campo del arte, el horror vacui, sino el deseo (desiderium) de tejer (texere), de tapizar, con una tela (textum), entretejida con rasgos literales, el interior-exterior de un vacío (vacuum), allí donde se localiza, en el campo del Otro, el objeto de goce (lust).


Decoración en el Palacio de la Alhambra (Granada) con un tejido de letras árabes

 Lo importante en el nombre propio es la rúbrica (la firma). Pero, ¿que rubrica la rúbrica? Rubrica el goce, en el sentido de que lo marca.

 ¿Qué afirma la firma? La firma, en su función de marca, afirma el goce (del cuerpo; otro; notodo fálico), ratificándolo, acentuándolo, subrayándolo, tachándolo, haciéndolo tónico y átono; sobre todo, alterándolo, desnaturalizándolo, pervirtiendolo.

¿Dónde se localiza la firma, la rúbrica del nombre propio? La firma es un trazo literal, uno entre los otros, que ha advenido a un lugar de privilegio, de S1, de marca del goce, a nivel de la tela, del textum que tapiza la superficie del vacuum

 Con respecto a esta marca, la del nombre propio, que nombra nuestro ser de goce, no privilegiamos el horror, sino el deseo (desiderio).

 No hay horror frente al vacuum.

 Es cuando se llena el vacío, se plenifica la falta, se tapona el agujero, que surge la angustia en su manifestación más siniestra: el horror plenus (lleno). 

 El problema surge cuando el vacuum castrativo -la falta- no interviene en una relación.


Letra árabe

  ¿Dónde se ubica la rúbrica del nombre propio? En la tela que tapiza el vacío del Otro.

 ¿Qué es el nombre propio? Uno entre los otros de los rasgos literales que tejen la trama que recubre la superficie de ese vacuum.


El interior del vacuum: un agujero negro

 Del conjunto de los rasgos literales que tapizan la superficie del vacío, ¿cuál es el que corresponde al nombre propio? El que porta la firma, la rúbrica del sujeto.

 V) La rúbrica de Miguel de Cervantes Saavedra


El nombre propio firmado y rubricado por un escritor

 Esta es la rúbrica que rubrica el nombre propio del gran Cervantes.

 Se compone de dos elementos heterogéneos: la transcripción significante de su nombre propio -Miguel de Cervantes Saavedra-, a lo que se añade una especie de florón, el adorno de la rúbrica, un rasgo literal rococó, un garabato bizantino.

 Este auténtico florón, que, con la elegancia de su trazo, embellece el nombre propio del autor del Quijote, se asemeja a un ocho tumbado o al signo del infinito.


El signo matemático del infinito

 Miguel de Cervantes Saavedra: es la transcripción escrita de los significantes que componen su nombre propio. Se trata de significantes sin ningún significado. El nombre propio no se traduce en ninguna lengua.

 La rúbrica, la marca singular, el trazo literal y liberal, garabateado de buenas a primeras, a tontas y a locas, es un conjunto de arabescos, adornos, líneas retorcidas y entrecruzadas, que conforman una especie de figura topológica (como una banda de Möbius o un lemniscata).

Lemniscata

 La firma de Cervantes está rubricada con una especie de lemniscata. ¿Qué propiedades tiene esta figura geométrica?:

 "La lemniscata fue descrita por primera vez en 1694 por Jakob Bernoulli como la modificación de una elipse; curva que se define como el lugar geométrico de los puntos tales que la suma de las 
distancias desde dos puntos focales es una constante. En contraposición, una lemniscata es el lugar geométrico de los puntos tales que el producto de estas distancias es constante.

Bernoulli al darle nombre explicó que se parecía a un ocho acostado o a un lazo. La palabra griega λημνίσκος (lemniscos) significa lazo.​O bien lemniscus, que en latín significa «cinta colgante».​ Fagnano halló el área limitada por esta curva, en 1750; la figura de la lemniscata la usó en la portada de su obra con la leyenda «Multifariam divisa atque dimensa. Deo veritatis gloria» (Dividida por división múltiple. Gloria al Dios verdadero)." (Wikipedia)

 Nos detendremos en este nombre propio siguiendo las líneas de su rúbrica (igual que la mántica de los dibujos trazados sobre el caparazón de la tortuga).


La mántica del nombre propio de la tortuga, escrito en su caparazón

 Llama la atención que el primer apellido -cerbantes (paterno)- empiece con una c minúscula; en cambio, el segundo apellido -Saavedra (materno)-, comienza con una S mayúscula.

 Aparentemente, lo que cervantes quiere subrayar con esa mayúscula es la importancia de la S del apellido materno.

 Es interesante observar que las dos rúbricas, las que enmarcan el nombre propio por arriba y por abajo, se asemejen en su trazo a una especie de S (¿la ese del sujeto?).

 La M de Miguel, ornamentada, decorada con un trazo curvo, es una especie de rúbrica, de letra artística, como la que se ponía al principio de cada uno de los capítulos en los códices antiguos.



Rúbrica: letra artística: "libre dels privilegis de Valencia" (Valencia, Siglo XIV)  

 El nombre propio está encuadrado por dos rúbricas que se parecen al signo del infinito (símbolo: ) o a una banda de Möbius.

 Esto nos da una pista sobre el motivo por el que Cervantes subraya, poniéndolo en mayúsculas, la S de Saavedra.

 Está relacionado con el acceso, a través del nombre propio, a su condición de deseante, a partir de las letras de su nombre, en concreto de esta humilde S, que difunde sus ondas, sus ecos, a las dos rúbricas que forman su cumbre y su base.

No se trata aquí de una S cualquiera, sino de la S tachada, abolida, que simboliza al sujeto dividido por el significante, afectado en su ser por la hendidura del deseo


La S  del sujeto del deseo: La banda de Möbius: Saavedra

 La banda de Möbius, que representa al sujeto del significante, se repite dos veces, arriba y abajo, como si se tratase de la operación del tátau (el método tradicional samoano de tatuar el cuerpo): marcar o golpear dos veces en el cuerpo, inscribiendo en la superficie de la piel los diseños o las plantillas del tatuaje (el S1 y el S2)


La banda de Möbius en el nombre de Cervantes

 En este caso, el diseño o la plantilla, doblemente repetida, alrededor del nombre propio, en su función de rúbrica o de trazo, es el de una figura topológica, la banda de Möbius, que representa al sujeto de la spaltüng significante, del corte, del deseo: S.


El sujeto del corte, rubricado y tatuado en el nombre propio

 Hay que fijarse en el segundo apellido -Saavedra-, con esa V escrita en mayúsculas, que, al prolongarse en un rizo, la acerca, de una forma invertida, a la M de Miguel.

 La V y la M son primas hermanas: la M se puede asimilar al vel lógico de la conjunción y la V al de la disyunción.

Sobre todo, hay que detenerse en la última a del nombre: Saavedra.

 Es evidente, por lo que señalaré a continuación, que esta a es el objeto @. ¿Por qué? En primer lugar, porque el nombre propio es el nombre del goce, el signo privilegiado de un goce otro, y, por otra parte, la letra @ es el objeto del goce. En consecuencia, es forzoso que exista una relación entre el nombre propio y el objeto @.

 La cuestión es la siguiente, "querido Sherlock": La última a de Saavedra se prolonga, a través de una especie de lazo, filigrana, losange, con otra letra, que podría perfectamente corresponder a la escritura de una S tachada, atravesada por una especie de barra flexible, cabo de cuerda, al que se anuda una banda de Möbius: la representación del sujeto del deseo en su sujeción a la cadena del significante.

 Es evidente que aquí la escritura del nombre propio -Miguel de Cervantes Saavedra- implica la formalización, la escrituración del matema del fantasma fundamental:  $<>a

 El nombre propio formaliza la relación de losange de un sujeto tachado por el significante con el objeto @.



El nombre propio y el objeto @

 Estrictamente, el nombre propio, en su mera transcripción significante, M-i-g-u-e-l-, fuera de toda firma o rúbrica que lo adorne con un rasgo literal, no se diferencia de cualquier otro nombre propio con idéntica transcripción fonemática: M-i-g-u-e-l.

 ¿Cómo se diferencian los dos M-i-g-u-e-l-e-s entre sí? Si no interviene la rúbrica, la firma, el rasgo literal, en nada.

 La rúbrica es la escritura del goce, la inscripción, en sus trazos (trozos) o rasgos literales, de la fórmula -siempre secreta y enigmática- del fantasma fundamental.

 Miguel solo se diferencia de Miguel,  porque Miguel Miguel, en su estatuto de nombres propios, no son el mismo Miguel (no existe tautología) 

 Como significante es obvio que no hay diferencia entre los dos Migueles que se conforman como uno y el mismo.

 La diferencia solo aparece desde la marca, aquello que, en el nombre propio, hace referencia al goce.

 El nombre propio en su función de nominación del goce.

 Está Miguel y está también el otro-Miguel, que no es ni Miguelito, ni Miguelón, ni Miguel el bajo o el listo, o el del barrio de Malasaña; es otro Miguel, tan Miguel como el primero, hasta el punto que se llaman igual, con el mismo derecho, título de propiedad, credenciales, para ser llamados Miguel ("Dos Migueles por el precio de uno"; "Dos Migueles de un tiro").

 Entonces, ¿cómo diferenciamos a los dos Migueles, a los que podemos llamar Miguel 1 y Miguel 2?

 Solo se los puede diferenciar por su escritura. Todo nombre propio lleva un trazo especial, la primera letra en mayúscula.

 Sabemos que Miguel es un nombre propio con respecto a miguel o miguelete, que es un nombre común, porque, no estando al principio de una frase, lleva una M mayúscula.

 Esta M mayúscula, en tanto rasgo absolutamente diferenciador entre uno y otro, es el trazo literal del goce, su rúbrica.

 Se puede diferenciar entre dos nombres propios si se les adjunta una cifra, como el 1 y el 2: Miguel 1 y Miguel 2 (como número cardinal, no ordinal). Aquí ya no hay riesgo de confusión. Una cifra escrita nos ha salvado de la peor de las confusiones.

 En lógica matemática una cifra equivale a una letra.

 En lógica simbólica, una cifra puede ser sustituida por una letra, de forma que, a través de una escritura matemática, del discurso de las matemáticas, operamos con letras como si estuviéramos operando con cifras (se trata de variables: xyz, etc.).

 También se puede diferenciar entre Miguel y Miguel si escribimos primero Miguel, y, a continuación, Miguel (separados por una coma): Miguel, Miguel. Gracias a la escritura no es posible la confusión, hay dos Miguel.

 Pero si a MiguelMiguel les ponemos a firmar, aunque los dos transcriban su nombre igual, con los mismos significantes, su rúbrica, su marca, su trazo o rasgo literal, es totalmente diferente. Al firmar cada uno demuestra que es de su padre y de su madre, que no hay dos Migueles iguales, porque no hay dos trazos iguales.


Un trazo puro del nombre propio

 Y, si sus rúbricas o garabatos, marcas literales, son diferentes, sus fantasmas fundamentales también lo son, así como sus goces propios y singulares. Cada uno de los Migueles, con respecto a sus satisfacciones inconfesables, absolutamente personales, sinthomáticas, son "De tal palo tal astilla".

 Porque aquí también cuentan los apellidos: no es Miguel a secas, es Miguel de Cervantes Saavedra, hijo de un padre y de una madre, de un Cervantes y de una Saavedra, y aquí ya no puede haber confusión. Es una cuestión de sangre, de mestizaje de los goces.

 El goce de Miguel 1 no tiene nada que ver con el de Miguel 2. Son dos goces inconmensurables, al ser imposible establecer una proporción entre ellos, una medida común, por lo cual entre Miguel 1 y Miguel 2 no hay relación sexual.

 Esto permite, facilita y posibilita, un amplio abanico de relaciones entre ellos, entre los dos Migueles, pero siempre teniendo en cuenta que, dado que sus goces son inconmensurables, nunca podrán hacerse Uno; su rúbrica, su marca literal, les separará para siempre.


El nombre propio Miguel en trazos literales arábigos

 Y esta condición de Otro del otro-Miguel, su heteridad, alteridad, Otredad, no se la da ninguna articulación significante, ningún efecto de significación, sino la firma, la rúbrica, el rasgo literal, el tatuaje de su nombre propio.

 Es el garabato lo que lo convierte en algo único, excepcional, inigualable, inconfundible, absolutamente singular, al capturar, en su función de marca, una pizca, un pellizco, un plus de goce del cuerpo (enigmático, extraño, extranjero a la vez que familiar, éxtimo).


¿A que esta firma es inconfundible?

 ¿Cuál es el origen etimológico del nombre propio Miguel?:

 "Miguel es un nombre de pila de varón. Proviene del hebreo מיכאל (MYJ'L) o מִיכָאֵל (Mija'ael) y significa ‘¿Quién como Dios?’: mi ke 'Ael, מִי כְּ אֵל (refiriéndose a Elohim, proveniente a su vez del dios ugarítico El). Nótese que al juntar las tres palabras en una sola cambia la pronunciación.

 Es el nombre del Arcángel Miguel, por lo cual suele aparecer en la forma Miguel Ángel. Este arcángel es para los hebreos el primero de los ángeles, siendo el arcángel por excelencia debido a su victoria frente a los ángeles rebeldes.". 
(Wikipedia)

 Es interesante que el nombre Miguel proceda no de un nombre común, sino de una articulación significante en la que se expresa lo incomparable, lo inconmensurable de Dios, del Otro: "¿Quién como Dios?" 

 La respuesta es que no hay nadie ni nada como Dios, que se atenga a la misma mesura que Él, en su condición de Otro absoluto.

 En "mi ke ´Ael" se articulan tres significantes, una trinidad que se hace uno en el nombre propio Miguel:


"Quién como Dios (mi ke ´Ael)"------------>> Miguel

 Eso inconmensurable, que se nombra a través del nombre propio, del nombre-de-Dios ("MYJ´L"), es el goce otro.

 El garabato que rubrica el nombre propio es un rasgo literal que captura un pellizco... casi nada... algo... del goce del cuerpo.

 Ahora nos encontramos, a través de la etimología del nombre propio Miguel, con que el nombre-del-goce es el nombre-de-Dios, el nombre-del-Otro, de Él.

 El nombre propio Miguel, el nombre civil, no es el nombre propio.

 Miguel, el resultado de condensar los tres significantes de Elohim, no es el nombre propio.

 El nombre propio Miguel es lo que hace semblante del nombre propio מִי כְּ אֵל, que, como es evidente, es una escritura, tiene el estatuto de tres trazos literales.

 Miguel (Mija´ael) es la transcripción significante, como nombre de pila, en su función social de establecimiento de la identificación y de la identidad, del verdadero nombre propio -מִי כְּ אֵל-, que carece de transcripción significante, al constituirse como letra, rúbrica, firma, inscrita como marca del goce sobre la superficie topológica del cuerpo.

 Nuestro nombre propio, en su referencia a lo inconmensurable del Otro, a su goce propio, lo llevamos escrito, grabado con letras de fuego, en lo más profundo de nuestros tegumentos, de nuestra condición carnal.


La firma que rubrica el texto

 VI) El horror vacui y el discurso burgués

 Vamos a hacer una última referencia, tomando de nuevo, como eje, el horror vacui.

 Es curioso, pero este término, horror vacui, en su significado de llenar un vacío, que no haya ningún espacio en blanco, libre, sin objetos, se asocia al crítico e investigador italiano, Mario Praz, quien lo usó para describir la atmósfera agobiante y desordenada del diseño de interiores en la época victoriana.

 Este horror vacui que describe la estética del alma victoriana nos permite conectar con la estética vienesa del fin de siècle, la que rige las vidas de Irene y de Friz, irreductiblemente burguesa.

 Más que con la estética, el horror vacui nos remite a una ética.

 ¿Cuál es la ética que rige la existencia de los protagonistas de "Miedo", Friz e Irene, en la novela de Stefan Zweig?

 Mi hipótesis es que se trata del horror o del terror vacui. De ahí el título de la novela: "Miedo"... pánico... terror... horror..., frente a cualquier movimiento del otro, que, apartándose de lo admitido, de lo establecido, de lo convencional, se haga presente causado por un deseo desconocido (por una x enigmática).

 Tanto Irene como Friz, que viven en una especie de discurso victoriano o vienés (discurso muelle), en una burbuja de cortesía, elegancia, buenos modales e hipocresía desbocada -tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando-, están horrorizados, a dúo, el uno frente al otro, sumidos en el horror pánico frente a lo real de la existencia.

 Este pánico existencial, angustia vital, miedo a lo unheimlich, a lo extrañamente familiar, provoca que, cada uno de ellos, se recluya en su concha de caracol ("Caracol, col, col, saca tus cuernos al sol...").

 Su miedo, su terror, su horror, es frente al Otro, sobre todo frente a lo Otro del Otro, es decir, para más señas, frente al deseo o el goce del Otro, que son primos hermanos, como para Lacan la verdad es medio hermana o prima hermana del goce.


Las interioridades de la burguesía: el unglauben frente al horror vacui: el orden, la medida y la templanza

 Tanto Irene como Friz -Isabel y Fernando- se inscriben en el discurso victoriano o vienés, profundamente burgués y amo, acomodaticio, como una forma privilegiada de apartar, desconocer, no ver, no saber nada de nada -¡Vade retro, Satanás!- de ese vacuum o vacui, que, en su existencia vacía y apagada, es fuente de error, errancia y horror.

 Su mecanismo de defensa es el unglauben (descreimiento) que impregna, con sus vapores fatuos, toda su vida, extendiendo sobre ella un pesado manto de desconocimiento, que, en su frívolo entretenimiento, les sume en el más profundo sueño de Morfeo.

 Estos no-incautos -¡pobrecitos ellos!- que suscitan la conmiseración y la pena, más que la rabia y el horror, no  han encontrado un anestésico más potente frente a la amenaza de lo real, ante el horror vacui, que olvidarse de que están vivos y que se van a morir.

 "¿De la castración? ¿Qué me cuenta usted, señor mío? Nosotros no tenemos nada que ver con esas cosas tan raras. Hable con mi representante".

 Irene se busca un amante para combatir el mal de siècle -el horror vacui-, pero con eso solo consigue comprobar y confirmar la inanidad y el vacío de su vida.

 En Friz, el horror vacui está más disimulado, embellecido y adornado por su posición de amo; aunque su sombra amenazante, el fantasma ominoso de lo que él ha renunciado a ser, por su enemistad radical con la verdad, no deja de inquietarle en todos los momentos de su vida.

 Friz e Irene, esa linda pareja, el florón y el florero de todas las fiestas de sociedad, tan entretenidamente aburridas y vacías, no sabiendo cómo acceder al vacuum sobre el que se sostiene toda existencia, el del desiderio, se ven proyectados hacia lo peor, al horror vacui, del que tratan de escapar a galope tendido hacia un infinito metafísico, espoleado por el unglauben.


Decoración de un dormitorio victoriano: el horror vacui en la relación entre los sexos