La Clínica psicoanalítica y sus avatares

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado    Si nos detenemos en el esquema óptico de Lacan, tomándolo como exponente de la estruc...

viernes, 31 de mayo de 2019

El psicoanálisis no es un priapismo

I) El psicoanálisis no es un priapismo, es un iletrismo

 El letrismo fue un movimiento poético de vanguardia. Su creador, el poeta rumano Isidore Isou, publicó un manifiesto en 1945, en el que trabajó desde 1942, en el cual propugnó un nuevo tipo de poesía atenta solo al valor sonoro de las palabras, no a su significado (Wikipedia; La enciclopedia libre).

Sopa de letras

 Isidore Isou, publica en 1942 el manifiesto de la poesía letrista.

 En el Apartado C. Innovación II: el Orden de las Letras, propone el siguiente principio:

TOMAR TODA LETRA COMO UN TODO; REVELANDO ANTE ESPECTADORES DESLUMBRADOS MARAVILLAS CREADAS CON LAS LETRAS (ESCOMBROS DE LA DESTRUCCIÓN);CREANDO UNA ARQUITECTURA DE RITMOS LÉTRICOS;
ACUMULANDO LETRAS FLUCTUANTES EN UN MARCO PRECISO;
ELABORANDO ESPLÉNDIDAMENTE EL CORTEJO ACOSTUMBRADO;
COAGULANDO LAS MIGAS DE LETRAS PARA HACER UNA VERDADERA COMIDA; RESUCITANDO LA MEZCLA EN UN ORDEN MÁS DENSO;
HACIENDO ENTENDIBLE Y TANGIBLE LO INCOMPRENSIBLE Y VAGO; CONCRETANDO EL SILENCIO; ESCRIBIENDO LA NADA.

 Al igual que existe la función de deseo del analista, Isidore Isou propugna el deseo letrista del poeta letrista: 

 Es el rol del poeta avanzar hacia recursos subversivos. La obligación del poeta es avanzar en las negras y onerosas profundidades de lo desconocido. El oficio del poeta es abrir otra puerta más del cuarto de tesoros para el hombre común. El mensaje del poeta tendrá nuevos signos. El orden de las letras se llamará: LETRISMO. (http://unsiglodearte.blogspot.com/2012/04/letrismo.html).

 Aunque no es el deseo del analista, no deja de compartir un borde común.

 En este Manifiesto se escucha un deseo de acceder a la diferencia absoluta a través de lo que se denomina el orden de las letras que, como es obvio, no puede ser otra cosa que una escritura.

 Escritura que intenta escribir la nada

 En el letrismo no se trata solo de signos literales, sino de su anudamiento, expresivo, sonoro, con signos corporales:

 No sería hasta los cincuenta y sesenta que la revolución de los medios 
audio-visuales retomó de nuevo a las vanguardias de principios de siglo; en
la posguerra hubo algunos intentos de continuación como el Letrismo
fundado por Isidore Isou y Maurice Lemaître.

 Su estrategia poética estaba basada, como en Doesburg, en un renacimiento
del alfabeto y su uso totalmente nuevo, situado en los límites de la poesía visual y sonora
y cuya característica más importante sería la <<hipergrafía>>, una profundización en la letra y el signo, y, a nivel sonoro, entre la grafía y el sonido, partía de las partículas más elementales: el punto, la línea, la superficie; después pasó a las cifras, los símbolos, las letras, las notas musicales, etc.

 Las transcripciones sonoras se basaban en ruidos humanos elementales: la
aspiración, el chasquido de los dedos, las palmadas, en resumen, un
lenguaje anterior a las palabras. Alguno de sus seguidores como François
Dufrêne y posteriormente Gil J. Wolman, abandonaron el Letrismo para
fundar un Ultra-letrismo, caracterizado por una pureza vocal: ronquidos,
aullidos, chillidos, la no presencia de la palabra o letra (...) el
llamado <<grito-ritmos>>. Wolman es considerado por Henri Chopin como el
creador de la nueva poesía sonora, el arte de la respiración, la desaparición
de las letras, el aliento, el ritmo, el grito. (DE LA POESÍA FONÉTICA A LA POESÍA SONORA
[vanguardias históricas de siglo XX]; Merz Mail).



El iletrismo o @-letrismo psicoanalítico

 El psicoanálisis, más que un letrismo, que un juego visual y sonoro con las letras, es un iletrismo.

 Es iletrista o @-letrista porque lo fundamental en su experiencia no es la sobreabundancia de letras, que se desbordan sobre lo corporal, sino la falta de una letra, la primera del alfabeto, la minúscula, que se constituye en el objeto del fantasma fundamental como soporte del deseo: $<>a.

 El objeto @, en su estatuto de objeto del deseo, perdido desde siempre, es causa de la división del sujeto (S), de su tachadura por el significante, de su condición parlante.

 Por eso, en la figura superior, eminentemente letrista, de carácter elipsoide, con apariencia de vinilo, se destaca un centro iletrista, un agujero tórico central, alrededor del cual se dispone, concéntricamente, a su buen saber y entender, el universo literario.

El disco de vinilo literario con su agujero central

 Se puede decir que todas las letras, los significantes perihélicos, giran alrededor del agujero central, el de la pulsión, el del goce.

Entre el perihelio y el afelio, entre el S1 y el S2, se constituye el sujeto vacío de la palabra (S)

Falta por escribir, en el centro de ese agujero iletrista, la letra a, el objeto que, al posibilitar el giro de la pulsión, le permitirá concluir su tournée, alcanzar su goal -su meta-, que es marcar (score) un tanto (score).

 El objetivo-objeto de la pulsión es marcar el cuerpo, produciendo un efecto de goce.


La burbuja de la vida

 La marca puede consistir simplemente en puntuar, en anotar (se) un punto.


Kandinsky: Línea y punto sobre el plano

 Lógicamente, este agujero, flanqueado por la letra a, es la puerta que se abre al goce, al goce-de-demás,  causa de perturbación, otronotodo.

 No es el goce de un objeto parcial, recortado del cuerpo que, en su condición de señuelo, de falso-@, aspira al todo, con el objetivo inconfesable de suturar la hiancia del ser, de taponar la abertura de la nasa.

 Parafraseando a Diótima, la sacerdotisa del Amor de El Banquete, que corrige a Sócrates sobre el lugar del amor, <<lo que no es letrismo no necesariamente es iletrismo>>, porque, entre uno y otro, está el @-letrismo, que es el verdadero asunto, el to pragma, el daemonium, de la praxis psicoanalítica.

 En la lógica de Diótima se descarta el Principio del tercero excluido.


El @-letrismo psicoanalítico

 Frente al priapismo de Guillermo de Aquitania nos encontramos con el agujero del toro que abraza al objeto @.


Pompeya, el fresco del Dios Priapo: cuando tener un hiper falo, descomunal, es una desgracia

 El objeto @ no es solo el objeto que falta, perdido desde siempre, desde el origen, sino que, como resto de la dialéctica subjetiva, es el objeto caído a las profundidades del infierno, al pozo del Averno.

 Es precisamente en su dimensión pocera (<<ersona que tiene por oficio limpiar pozos negros, cloacas y lugares similares>>) que el objeto @ adquiere un valor de goce.

 El @-resto no es solo el objeto perdido, sino el objeto caído, que no es lo mismo.

 El @, en su función de causa del deseo, es un objeto cojitranco, una tranca atravesada, el cual, en su ditmensión real, de goce, en un demasié, manifiesta una gran querencia por los pozos negros.


Frente al priapismo el objeto cojitranco psicoanalítico

 La verdad es que <<el goce es un asco>> debido a que, comúnmente, se goza de cosas asquerosas: restos, desechos, inmundicias, detritos.

 Todos los objetos del goce -detritos, desechos, restos, etc.-, van a parar a ese gran agujero negro, a esa cloaca ubicada en el centro de la galaxia Gutenberg.


Johannes Gutenberg, el inventor de las letritas en molde

 Por eso, en las cajas de cualquier imprenta, caracterizadas por su letrismo impenitente, no solo hay una letra que falta, que conlleva un obcecado iletrismo, sino una letra que ha caído, que no nos aboca al pasaje al acto (como a la joven homosexual de Freud), sino a algo homólogo, al @-letrismo (no confundir con el atletismo, se escriben diferente).

 El @-letrismo, el atletismo, es algo que evita el sedentarismo, el estar en posición sedente, de reposo; situación a la que pueden llevar tanto el letrismo, por saturación de saber, como el iletrismo, por supina ignorancia, por desidia culpable.

 El @-letrismo no nos permite estar en reposo al actuar como una especie de piedra en el zapato o de mosca cojonera, molesta y perturbadora, que nos incordia, picándonos una y otra vez (<<Pseudolynchia canariensis, la mosca cojonera, o mosca de las palomas es una especie de mosca picadora de la familia Hippoboscidae>>).

 Dice José Saramago que un escritor de verdad es una especie de mosca cojonera.

 Para el caso del psicoanalista, ídem de ídem.

 Lo que es verdaderamente cojonero, acojonante, incordiante, troumático, es lo real.


Lo real cojonero

  El psicoanalista no tiene que trabajar contra lo real (que es lo que hace la psiquiatría); tampoco a favor de lo real (que en absoluto necesita de estos favores bienintencionados; se las arregla muy bien él solito); sino con lo real.

 Una de las formas de trabajar con lo real es cuando el psicoanalista se hace secretario del alienado.

 Yo prefiero decir que se hace escriba de lo real, en el sentido de que permite que lo real se escriba, y, al escribirse, se inscriba, se escriture.

 Es una labor de lo más abnegada que, a pesar de ello, da frutos, y, con suerte y viento a favor, si uno se deja en casa las babuchas de la hamartía, hasta se puede revertir la forclusión (que no es irreversible ni irreparable).

 Es obvio que el psicoanalista con esta modalidad de trabajo en transferencia queda también expuesto a los picotazos y mordiscos de la mosca cojonera.

 No hay que hacer mucho para exponerse a esta afección cojonera; simplemente, plantar la oreja incauta, desprevenida, y disponerse a escuchar lo que sea menester; es decir, lo que nadie quiere oír, aquello que Freud denomina los asuntos sexuales.

 El psicoanalista, por su posición privilegiada, deberá poner a trabajar conjuntamente, borromeanamente, al <<letrismo+ iletrismo+ @-letrismo = sujección trinitaria>>.

 M. Foucault, en su discurso en el Colegio de Francia, sitúa muy bien, con propiedad, el letrismo y el iletrismo (que son dos modalidades discursivas: la que tiene consecuencias y la que no), pero pasa por alto la modalidad intermedia, el @-letrismo:

 El filósofo Michel Foucault decía, en su lección inaugural del Collège de France, 
que en toda sociedad hay dos grandes categorías discursivas: los discursos efímeros,
que "<<se dicen>> en el curso de los días y los intercambios y que desaparecen en el
mismo acto de ser pronunciados"; y los discursos "que han sido dichos, permanecen
dichos, y aún están por decirse". (El <<iletrismo>> o el mundo social desde la cultura; Bernard Lahire).


El @-letrismo es otro discurso, el del psicoanalista.


El @-letrismo ilustrado por el discurso del analista

 Hasta ahora, en este juego un poco de prestidigitador, hemos metido tres conejos en la chistera analítica: la letri, la iletri, y, por fin, el doble salto mortal, sin red, la @letri (hemos decidido, de forma arbitraria, feminizar estos términos, con el fin de otorgarles un toque de distinción, que los remita a la finesse del goce, a su refinamiento y discreción).


El salto mortal sin red de Pinito del Oro

 II) La vecina del 5º en la Rúe del Percebe

 Si cualquier discurso tiene cuatro términos, aquí, en nuestra guirnalda hecha con <<letri-iletri-@letri>>, nos falta el cuarto.

 Es muy fácil de solucionar. Cogemos el ascensor. Damos al cuarto piso. Y, visto y no visto, ya estamos en el cuarto. Nos hemos ahorrado un agotador ascenso por las escaleras. Con poco esfuerzo, hemos sido capaces de ascender en la escala social.


La imposible vecina del 

 Para llegar al cuarto solo hace falta la decisión de un acto.

 Hay que dar al botoncito justo, el que marca el cuatro ().

 Tenemos, bien a la vista, en la punta de nuestra narices que, aunque un discurso asemeje tener cuatro términos y cuatro lugares -S1S2S@-, en realidad tiene cinco. ¿Dónde está el quinto?

 Como la casa solo tiene cuatro pisos no podemos dar en el ascensor al botón del quinto (), nuestra tabla de salvación.

 Nos hemos encontrado con una especie de límite, con la marca de una imposibilidad:

 <<Es imposible alcanzar el quinto piso a causa de que falta el botón del >> (¿o acaso el problema es que en una casa de cuatro pisos no hay quinto que valga?).

 Por muchas veces que subamos en el ascensor con la aspiración de llegar al  siempre nos daremos de bruces con el mismo muro de la imposibilidad.

 Ese  quedará para los restos fuera de nuestro alcance.

 Por eso, Lacan define el modo temporal de lo imposible como <<lo-que-no-cesa-de-no-escribirse>>.

 Dice Johannes Kepler que <<la inmundicia puede engendrar caracoles>>.

 Nosotros decimos que el lenguaje engendra goces, oséase, inmundicias.

 A los caracoles zenonianos los dejamos tranquilos con su lento discurrir, sosegado, a la par que imposible.

 Los caracoles zenonianos marchan sobre las inmundicias a una velocidad imposible, inconmensurable, de  √2.

 ¿Avanzan o no avanzan? ¿Les podrá alcanzar Aquiles, el de los pies ligeros?

 Aquí nos topamos con otra paradoja de raíz imposible de cuadrar, como la del ascensor que solo puede subir hasta el , porque no hay 5º que valga, sabiendo que podría llegar al  (debido a que en la serie de los números naturales después del 4 viene el 5).

 Lo imposible es que por mucho que uno coja el ascensor nunca podrá llegar al : el ascensor <<no-dejará-de-no-llegar-al-5º>> (eso si no le mandan al 5º coño):

"Quinto levanta,
tira de la manta,
quinto levanta,
tira del mantón.
¡qué viene el sargento!
¡qué viene el sargento!
¡qué viene el sargento!
con el cinturón." (Canción popular).
  

En nuestro ejemplo ascensional el  es lo imposible debido a que es lo que <<no-cesa-de-no-escribirse>>.

 La paradoja es que para que sea imposible de escribir hay que escribirlo primero: .

 La <<Paradoja de Anasagasti>> se basa en que al enunciar (y denunciar) que el  es el piso que <<no-deja-de-no-subirse>> (o que <<no-cesa-de-no-escribirse>>) no hay más tu tía que intentar subirlo o escribirlo (aunque sea para concluir que es imposible subirlo o escribirlo).

 A este topetazo, o castañazo, troumático, con lo real-imposible, en un encuentro fallidamente logrado, lo denominamos el acto.


El acto logrado es el acto fallido; lo fallido es un logro; Freud dixit. "El hombre siempre tropieza dos veces en la misma piedra": Repetición /Automatón; "El hombre nunca tropieza dos veces en la misma piedra": encuentro fallido con lo real /Tyché; porque nunca hay la misma piedra; lo imposible es lo que <<no-cesa-de-no-escribirse>> 

 El acto más característico, humano o inhumano, es el de ese hombre que vuelve a caer una y otra vez, interminablemente, por esa absurda escalera, auténtica paradoja, que no lleva a ningún lado, o que lleva a ningún lado (que no es lo mismo).

 Como esa escalera no conduce a ningún sitio, no desemboca en ningún fin útil, no es un instrumento aprovechable socialmente, concluyendo indefectiblemente su agotador periplo en una caída y en un chichón, ese acto (¡hay que llamarlo acto!) de subir y bajar continuamente una escalinata que solo sirve para precipitarse al vacío es un auténtico absurdo.

 Uno podría situar ahí la estupidez humana, el hecho de que el hombre, al fallarle el instinto, es el único animal que siempre tropieza dos veces, o veces, en la misma piedra (aquí sería la misma escalera).

 ¿Este hombre que cae una y otra vez, con repetida insistencia, es un ejemplo viviente del masoquismo existencial?

 ¿Qué placer le puede proporcionar pegarse todos esos auténticos trompazos que acompañan a su estúpida testarudez?

 Es evidente que placer, lo que se dice placer, del bueno, del que tiene que ver con el bien, ninguno.

 A pesar de ello, no ceja, no desiste, persevera en su daño, en su dolor, en su padecimiento buscado con ahínco.

 No es placer, es goce.

 La única justificación de que ese hombrecillo, que podría ser cualquiera, persista, con evidente satisfacción, en su intencionalidad dolosa de daño y menoscabo, bajo la especie de una caída al vacío, no puede ser otra que el goce (jouissance), la befriedigung (ahora en alemán) de una caída.

 ¿Qué es lo que cae?

 ¿Por qué caer es una fuente primordial de goce más allá del principio del placer, de tal forma que uno persigue, obviando y buscando los males, la repetición de una caída?

 Caer es un mal, un accidente penoso, un contratiempo, una patética desmesura, que incluye todos los epítetos, habidos y por haber, con los que se pueda adjetivar a ese acto.

 A pesar de todos los pesares, subvirtiendo cualquier aspiración a un bien supremo, la caída es inevitable.

 El goce que proporciona esa caída silenciosa y solitaria es evidente que no es un goce fálico, sino un goce que pone en juego el cuerpo, por consiguiente un goce-otro.

 Si nos fijamos en el recorrido de este curioso señor zancudo observamos que sus pasos trazan una circunferencia alrededor del pequeño abismo al que conduce esta inútil escalera.

 Las marcas de las huellas invisibles de este individuo, todo-pantalones, dibujan el borde de un agujero por el que, como es forzoso, no dejará de caer.

 ¿A dónde cae? A un agujero.

 ¿Por dónde cae? Por un agujero.

 ¿Quién cae? El zancudo todo-pantalones.

 Es evidente que su caída no es producida por la fuerza de atracción gravitacional.

 Su caída es debida a su identificación con el objeto que, como plantea Lacan en el Seminario de La Angustia, <<es una caída>>.

 <<Cae gracias a la caída de una caída>>.

 Versión escatológica: <<la caga gracias a la cagada de una cagada>>.

 <<Al caer no deja de cagarla o de cagarlo>>.

 Versión para incautos: <<al cagarla no deja de caer así como de gozar>>.

 El hombre trota escaleras, en su giro alrededor del agujero, se encuentra con el objeto al que acompaña en su gay caída.

 El ave zancuda de pantalones hasta la cintura si quiere gozar no puede no dejar de caer.

 O, también, puede dejarse caer, que no vencer o convencer.

 Dejarse caer no es dejar caer la verdad; al contrario, es sostenerla con toda la fuerza del mundo, con la fuerza y el peso de su gravedad, con el goce de su caída.

 Aquí, en la circunvalación gozosa de la hormiga patuda alrededor del agujero y su correspondiente, a la par que inevitable, por no decir fatal, c@ída, observamos en vivo la actuación de la causa del deseo, del objeto @, el resto de la dialéctica subjetiva -parlante-, que mueve todos sus pasos, comanda el conjunto de sus actos (historizados), arrastrándola una y otra vez hacia el precipicio, hacia el despeñadero del ser (también llamado las letrinas o letritas del ser).

 Lo que es indiscutible es que ese al que está identificado este hombre charlotinesco, más allá de ser causa de deseo, tiene función de plus de gozar, porque no hay ninguna otra cosa que pueda explicar sus vueltas y revueltas, despeñadas, accidentadas, traumatizadas, que el goce.

 El hombre no es el único animal que tropieza más de dos veces en la misma piedra, en primer lugar, porque no es la misma piedra, sino que, cada vez que tropieza, es la misma y diferente; además de que él mismo, como sujeto del tropiezo, del significante, cada vez que tropieza, es el mismo y diferente.

 Se trata de un tropiezo heracliteano con el mismo y distinto río (o con la misma y distinta escalera).

  


 Entonces, ¿al  se sube o no se sube?, ¿se escribe o no se escribe?

 La única respuesta válida es que a la vez se sube y no se sube; o, que al mismo tiempo, se escribe y no se escribe. 

 Es evidente que esto no puede ser, por no decir que es imposible, que es una flagrante contradicción, un impasse total.

 Por el Principio de no-contradicción no-A no pueden ser a la vez, simultáneamente, verdaderos o falsos; si es falso, no-A es verdadero, y a la inversa; la misma cosa, en su afirmación y negación, o es falsa o es verdadera.

 Este Principio afirma la imposibilidad de concebir dos juicios contrarios y verdaderos con relación al mismo objeto.

 No es posible que los juicios <<es P>> y <<no es P>> sean verdaderos a la vez, en el mismo tiempo y circunstancias. 



El Principio de no contradicción

 Este Principio es bivalente: solo tiene dos valores de verdad: V / F.

 No se puede subir y no subir al  piso en el mismo punto temporal y espacial.

 Si <<no poder subir al piso >> es verdadero, so pena de caer en una contradicción, no puede ser simultáneamente falso.

 ¿Podría haber dos pisos , uno posible y otro imposible?

 Por el Principio de no-contradicción, si <<no poder subir al  o al  (el 6º mandamiento)>> es verdadero, <<poder subir al 5º o al 6º (pecar contra el  mandamiento)>> es falso.

 A no ser que venga San Pablo, con su Ley a cuestas, y nos convierta a todos en desmesuradamente pecadores:

 <<¿Diremos entonces que la Ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo no hubiera conocido el pecado si no fuera por la Ley. En efecto, hubiera ignorado la codicia, si la Ley no dijera: No codiciarás. Pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le daba el precepto, provocó en mí toda suerte de codicia, porque sin la Ley, el pecado es cosa muerta (Carta a los Romanos)>>.

 Pero, claro, u oscuro, resulta que todo nuestro deseo está puesto en el hecho de subir al , allí donde vive la vecina del , la mujer deseada.

 Dado que hasta ahí no llega el ascensor (¿se puede decir <<hasta ahí>>?) la única forma de establecer contacto con ella, con la que vive en el , es a través del IX () Mandamiento; tenemos que desplazarnos sin falta al piso :

  -El IX Mandamiento-: 

 <<No desearás a la mujer de tu prójimo (Éx. 20,17)>>.

 <<El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5-28)>>.

 -El IX Mandamiento de la Rúe del Percebe-: <<No desearás a la vecina del 5º>>.

 La lógica clásica nos deja desasistidos, desamparados, ante lo imposible (en este caso, el de la diferencia sexual); sobre todo, al caer en la cuenta de que lo que atrae nuestro deseo, lo causa, es lo real (<<lo real es lo imposible>>).

 Precisamente, porque la vecina del 5º es imposible (un amor imposible), esto la convierte en una mujer real, de carne y hueso, a la que solo se puede abordar sexualmente si está acompañada por su deseo como tercero; es de cajón (¡o de cojón!) que no hay nada que nos excite más, que nos ponga cachondos, que su irrealizable realidad, su irreal real.

 Por lo tanto, estamos dispuestos, preparados, ready-made (objeto encontrado), a pesar de la lógica clásica y de sus contradicciones, a hacer lo posible y lo imposible, incluso lo necesario y lo contingente, para subir al  piso (al que es imposible subir).

 Si es necesario habrá que estar dispuesto a <<irse al 5º pino>> o <<al  coño>>, o <<a donde Cristo perdió la alpargata>>.

 ¿Cómo acceder a lo que más nos toca, atrae, sulibella, a lo real del goce, lo imposible, si resulta que la lógica misma nos lo impide?

 Pues si la lógica-misma nos lo prohíbe habrá que acudir a una lógica-Otra.

 Aquí, en estas subidas y bajadas, no opera ninguna prohibición moral, ningún Mandamiento -<<No desearás a la vecina del >>-, sino una imposibilidad lógica, estructural.

 Por otra parte, nadie pondrá en duda que La mujer, tomada una por una, no solo es imposible, sino que, al ser notoda, tachada por el significante (A), no existe.

 Si La mujer es real, sequens, sequor, es un bicho raro, tiene un punto de locura, de radical descreimiento (no cree toda ella en el goce del falo).

 III) La lógica difusa

 Todo esto está muy bien, es muy sensato, sabios y lógicos del mundo, pero mi verdad es que yo (y subrayo el yo) deseo a la vecina del , y no voy a parar, me cueste lo que me cueste, hasta que la consiga.

 ¿Pero no sabe usted, señor testarudo y empecinado, que aquí se paga con la moneda contante y sonante de la castración?

 ¿Cómo me las arreglaré con esa vecina del , sombra de una sombra, suspiro de un suspiro, si la lógica aristotélica me la niega?

 Lo curioso es que nuestro amigo deberá abordar deseando (que es gerundio) a la vecina del , a través de una acción verbal, por lo mismo que no puede alcanzarla, por mor (consideración) de imposible.

 Si al término mor se le añade el prefijo @, nos encontramos con el @mor, pudiendo sustituir la expresión <<por mor de imposible>> (que hace borde con la impotencia) por esta otra: <<por @mor a lo imposible>>.

 Si la lógica clásica, aristotélica, con sus tres Principios, de identidadno-contradicción y el tercero excluido, nos deja sin recursos frente a lo imposible, ante lo real, podemos acudir, en nuestro auxilio, a una lógica no-clásica que, por ejemplo, no contemple la exclusión del tercero (el , el tres, tan esencial para la constitución del deseo).

 Si introducimos al tercero excluido es evidente que nos adentramos en el campo de la lógica psicoanalítica, del inconsciente, al compás del discurso del analista.


El discurso del analista: "Sana, sana, culito de rana, sino se cura hoy, se curará mañana"

 En el registro de la lógica clásica, por el Principio de no-contradicción, si la proposición <<es imposible que yo suba al 5º>> es verdadera, su negación, <<es posible que yo suba al 5º>> solo puede ser falsa, estando el tercero excluido.

 Pero, entre lo posible y lo imposible, se sitúa, en un lugar tercero, lo contingente, es decir, que, gracias al deseo, en la medida de mis presentimientos, se podrá producir lo real de un encuentro, el encuentro con lo real -accidental, azaroso, tychico-, en el descansillo de la escalera, con la vecina del , lo que me dará la oportunidad de ligar algunas palabras con ella, o, lo que es lo mismo, de hacerla el amor.

 La conclusión que no acepto es que no tenga nada que hacer, ninguna posibilidad o imposibilidad, con la vecina del  (que comparte su misma posibilidad o imposibilidad con el piso  donde vive o  no vive).

 Insisto en que si la lógica clásica no me sirve como manual de primeros auxilios, como boca a boca, para ligarme a la vecina del , como debe ser y está mandado, bajo la bendición apostólica del Santo Padre, como recurso in extremis me voy a dirigir a las lógicas no-clásicas a ver qué juego me dan.

 Si el método para poder ligarse a la vecina del  ha fallado, me atengo al método B.

 El plan B puede ser el de encomendarse a una lógica no-clásica, llamada difusa, la cual, al prescindir del Principio del tercero excluido, es plurivalente, en el sentido de que propone (¡y dios dispone!) un número infinito de valores de verdad.

 Es evidente que a la hora de ligar con la vecina del  (la mujer que no existe) es mucho más útil operar con una lógica difusa que con una binaria.

 Es obvio que una lógica difusa no cierra el campo del Otro, es más abarcativa, no solo con respecto al número de mujeres, sino, sobre todo, con relación a las múltiples facetas de una mujer, a sus deseos, a sus goces.

 La lógica binaria recubre el goce fálico.

 La lógica difusa levanta el velo que cubre el goce femenino.


Lógica de la sexuación
 A la vecina del  la vamos a llamar La-vecina-del-.

 Su partenaire es S (A).

 Es evidente que el vecino de los pisos inferiores, si se la quiere ligar, deberá, necesariamente, por lógica de la buena, la de la sexuación, revestirse con los ropajes del S (A).

 ¿Cómo se hace esto?

 La bivalencia, más que la ambivalencia, actuada con las mujeres, es condenarse, de cabeza, al fracaso amoroso; en cambio, lo trivalente, triádico, tripódico, trinitario, multivalente, difuso, aunque no garantiza el éxito en el amor, permite, aunque solo sea eso, acercarse a la mujer, approcharla (el gran problema del hombre es su fobia a La mujer).

 Un approche es un acercamiento al Otro-sexo mediado por una charla trinitaria.

 No una charla sobre lo Santísima Trinidad, sino una charla con la mujer mediada por lo trinitario, sostenida por lo tripódico, cuyo horizonte, en la perspectiva de un saber no cristalizado, de un goce enigmático, sea de lo más difuso (aquí difuso está tomado en el sentido de lo real).

 Como (in) consecuencia, abandonaremos la lógica clásica, dual, bivalente, que solo cuenta con dos valores de verdad (¡pobre!), y la sustituiremos por una lógica-Otra, difusa, polivalente, con infinitos valores de verdad (como [con] secuencia, [in] consecuente, [in] calculable).

 Es una lógica serial <<con-in-in>>; o, todo junto, o conjunto, <<coninin>> (a no confundir con el cunnus o el Phalus).

 Esta lógica polivalente, difusa hasta decir (v) basta, se caracteriza, entre otras cosas, por su sobredeterminación, que consiste en que uno está obligado a dejar de lado la ilusión de una causa única y de un saber unívoco, hiperdeterminado.

 El saber difuso es un saber hipodeterminado lleno de hipos, jipíos, impíos, montepíos, trapíos...

 Como la vecina del , a la que yo deseo, también está sobredeterminada como mujer, aunque no del todo, es mucho mejor abordarla -entrarla-, desde una lógica-Otra, sobredeterminada hasta lo difuso, hasta los restos.

 Es evidente que es un sinsentido o un contrasentido abordar a una mujer que no existe -la vecina del -, que vive o no vive en un piso imposible -el piso -, todo lo cual, muy a nuestro pesar, nos deja en una situación imposible, huérfana de cualquier garantía, condenados a  errar sin esperanza, al borde de la desesperación y la melancolía; dicho lo cual, como lo cortés no quita lo valiente, se puede afirmar que, en pago por lo más nuclear de todas nuestras desdichas, gracias a haber apostado por la pérdida, por el @, se nos concede la certeza de otro goce, en su más que caritativa función de real salvador.

 Lo que sucede es que la relación con una mujer (que siempre es otra), tomada en serio, con todas sus consecuencias, si hay algo que la caracteriza, que hace signo de su presencia como Otro-sexo, es lo imposible en su condición de real inasimilable.

 Imposible que, inmediatamente, nos va a remitir a lo real, y, de ahí, estamos a un solo paso, el del caracol inmundo (que se desplaza a una velocidad irracional de √2), de que nos alcance el goce (ese goce que tiene una verdadera querencia por el cuerpo, no por los pensamientos abstractos).

 El problema no es solo el caracol inmundo, sino la inmundicia del goce, que transforma el cuerpo en una cloaca, en una letrina (de letrismo), convirtiéndolo en el vertedero de todos los restos, los desechos, que, cuando la ocasión es propicia, intervienen como causa del deseo o como principio del goce (el @-letrina o @-letrismo).

 Se puede hacer una serie polivalente, difusa, con <<letrismo-letrina-@letrismo>>.

 Hay que percatarse que la letrina de los goces polivalentes hace de gozne entre el letrismo y el a-letrismo.

 Esto nos indica que no puede haber encuentro con una mujer sin encontrarse tychicamente, troumáticamente, azarosamente, con lo real goce.

 De una forma o de otra, por las buenas o las malas, la vecina del , esa que es mi objeto de deseo (esta es mi única guía), está perdida desde siempre (al haber sido nombrada: <<la vecina del quinto>>); perdida y extraviada desde que existen escaleras de servicio, y se entra por la puerta de atrás; o, para el caso más inédito, no existe (La mujer no existe); o, para más inri, a fuerza de ser real, de instituirse como el Otro sexo, es imposible (<<lo que no cesa de no escribirse>>); por lo tanto, mortales todos, abandonar toda esperanza con La Mujer no-tachada (<<Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate: Abandonar toda esperanza, quienes aquí entráis>>).



Dante y Virgilio en el Infierno; Eugène Delacroix (1822)

 Además, por si no había ya suficientes desgracias, en el lugar en el que debería estar el piso  -el que alberga a la vecina del 5º-, no es que no haya nada, sino que hay un agujero marcado, hay un no-hay (un agujero no es nada, ahí está toda la topología para demostrarlo, es un vacío con un borde).

 Este agujero, erógeno para más señas, tiene el estatuto lógico de lo imposible, lo que se demuestra fehacientemente y discursivamente con el primer Teorema de Kurt Gödel.

 Uno siempre tiene el temor de caer en ese agujero, o, tanto monta monta tanto, abrir la puerta del ascensor para subir al , que el ascensor no esté, y proyectarse por el hueco, con los perjuicios consiguientes.  



La caída desde el  por el hueco del ascensor

 Este accidente, caer por el hueco del ascensor, es un grave perjuicio para el que se postula como amante, que empezaría con muy mal pie su intento, imposible, ahora fracasado, por esta contingencia ascensoril, de ligarse a la vecina del , esa mujer imposible que, aunque no exista, no deja de ser plenamente real (y, solo por este motivo, causa de nuestro deseo, el de subir al ).

{Nota al margen: uno mira en la serie de los números -1º, 2º, 3º, 4º... 6º, nº- y resulta que, en el lugar donde debería estar el , lo que hay es un espacio vacío, una hiancia -el agujero del ascensor-, en la serie}.

{Otra nota al margen: en el lugar donde debería estar el  no se puede decir que no haya nada; la ausencia del , su forclusión, ha dejado un espacio en blanco, representado en su escritura con tres puntos suspensivos: ...}.

 No solo está el agujero del ascensor, que produce un efecto castrativo, sino que, por su hueco, ha caído la letra a, como producto, resto del saber; en tanto real, extranjero y hostil.

 El productor de este producto de goce, de este desecho, en minus y en plus, es el saber inconsciente, el S2 en el lugar del Otro (A).

 Debajo del hueco del  está el goce de la vecina del .

 Esto lo podemos formalizar así:

                  ... 6º... nº       
                        @

                        {   }                               Piso 5º    
                       goce                         vecina del 5º        
                       
                        ∅   
                         a

                 


 Paradójicamente, o no tanto, teniendo en cuenta el hueco del ascensor y su ascenso imposible, que se resume en el el hecho de que el piso  no-cesa-de-no-escribirse (siempre lo tenemos in mente), es, gracias al accidente, a la contingencia azarosa, a lo que cesa-de-no-escribirse, lo que nos permite acceder al goce, siempre enigmático, de la vecina del  (su goce femenino o notodo).

 ¿Qué es lo que busca el varón del , o del , para el caso es indistinto, en la vecina del 5º, esa que se presume, en su probable improbabilidad, en su incierta certeza, en su posible imposibilidad, como inalcanzable, a no ser que se la pille en el acto contingente de un coup de dés (tirada de dados)?


Un coup de dés

 Es evidente que ambos vecinos, 3º , persiguen un goce que no puede ser el otro, que es uno, derivado de su posición sexuada.

 Dado que son varoncitos y que en la entrepierna se les menea un pequeño instrumento que crece y decrece, el goce a obtener es indiscutiblemente fálico.


"Una tirada de dados jamás abolirá el azar"; S. Mallarmé

 Como no hay homología ni homonimia entre pene y falo, debido a que, el primero, es un pellejito colgante y vacilante, y, el otro, un aparato significante de lo más prominente, marcado con un signo negativo, lo que el hombre, no analizado, no puede dejar de buscar en la mujer es lo que no tiene, lo que le falta, oséase, el falo ().

 Al falo lo definimos no por lo que es, sino por lo que no es.

 Por consiguiente, el varón busca en la mujer el falo, que no es más (¡ni menos!) que la falta (¿de qué?).

 De esta forma, en el mismo movimiento en que se encuentra con el falo (φ),  extravía a la mujer que, si se la pudiera caracterizar por noalgo, es por ser notoda fálica

 El vecino del , al buscar en la mujer del  el falo que le falta, deja escapar ese goce notodo, impropiamente femenino, que se des-cuenta de las cuentas, de los cuentos de la función fálica; que se cuenta más allá de dichas cuentas, de dichos cuentos (donde decimos cuenta hay que entenderlo en su doble sentido de narración y de contabilidad).

 El goce femenino se cuenta, se narra, más allá de las batallitas fálicas, de sus triunfos y derrotas, potencias e impotencias, al ser in-contable, inenarrable, medible pero no cuantificable.

 El hombre busca el falo en la mujer con el fin de completarla, hacerla toda, imaginarla como La Mujer (no-tachada).

 También, en un análisis, puede buscar La Mujer en esa mujer.

 Pero, ¿qué busca la mujer?