La Clínica psicoanalítica y sus avatares

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sábado, 9 de diciembre de 2017

La castración de Urano por su hijo Crono y la metáfora paterna (I)

 I) Zeus y Prometeo

 Para Zeus, a pesar de su ilusión de libertad, no hay más, no hay otra, que una elección forzada.

 La fuerza que le fuerza a esa elección forzada está fuera-dentro de él, en un lugar éxtimo. Por eso siempre va a elegir mal (¡o bien!, según cómo se mire).

 Es inevitable que Zeus elija el lote-@, el del goce suplementario. La elección está cantada.

 Lo que hemos denominado, con el fin de aclarar la escena sacrificial, el segundo lote o bote, el que le toca en la subasta a Zeus, que le provoca un rechinar de dientes y un retorcimiento general, al sentirse estafado (lo que se llama dar gato por liebre), es un paquetito bien curioso, armado por Prometeo con todo cariño y esmero. Solo le falta el lazo. Un auténtico regalazo para regalar los paladares divinos.

 Prometeo, como un auténtico bon vivant, maestro de ceremonias, siguiendo la receta de su madre, coge los huesos del gran buey, la parte in-comestible, in-masticable, in-digerible (in-in-in), haciendo con ellos un montoncito (no confundir con el monte de Venus).



Zeus en su trono

 Ese montoncito, si se lo mira bien, son escorias, detritus, sedimentos un poco nauseabundos, casi un montoncito de caca... ¡lo que el psicoanálisis marca con la letra @ y que está en el principio y el final del goce! (y que nunca cumple con las expectativas, por más bienintencionadas que estas sean).

 Ese montón de huesos, tan poco sugerente y atrayente, lo recubre con exquisita y apetitosa grasa.

 El montoncito de huesos, los mondadientes óseos, son el resto que queda después de cortar y dividir el cuerpo.

 En aritmética correspondería al resto residuo de una operación de división de dos números enteros.


El resto de una división corporal

 Hay un resto, un residuo, porque algo no pasa, se atraviesa, resiste, no se puede digerir, asimilar. Por eso afirmamos que este resto es realentrañable, que está cosido a las tripas del sujeto. 

 El síntoma, entendido como sympthome (thomé: escisión, hendidura, corte), es el residuo que obstruye las cañerías del ser (el lugar donde se depositan todas las impurezas): ¡Bendita sea tu impureza!

 El brillo de la grasa, que lo envuelve todo, es lo que le pierde a Zeus.

 Si el signo es lo que representa algo para alguien, Zeus, que está convencido que no es un cualquiera, que es alguien, no duda que ahí hay algo. Entonces, se estrella. Ni por un momento piensa que lo que Prometeo le está ofreciendo es un significante, que representa un sujeto tachado para otro significante; es decir, quizás... nada.

 Ese montoncito de huesos con su cubierta de grasa es el objeto @, causa del deseo, inscrito en el fantasma fundamental: $<>a

 Por su condición de causa, haciéndole todos los honores habidos y por haber, deseados y deseables, es inevitable, cuasi forzoso, que Zeus tronante lo elija.

 Para Zeus, la culpa la tiene Prometeo.

 Para el psicoanálisis, la causa la tiene la letra @.

 Es imposible que Zeus elija otra cosa, que se resista, si lo que está ahí en juego es la irresistible La Cosa (Als Ding).

 De hecho, el Gran Zeus, el Padre de todos los dioses, a pesar de su omnipotencia, de su condición no tachada, más que elegir, es elegido por esa basurilla, por ese montoncito de mierdecilla grasienta, a la que ni siquiera se le puede hincar el diente (por el peligro de que se rompan todos).

 Zeus, en su trono tronante, es puesto en la posición del Otro tachado (A), causado por el acto prometeico.

 Aquello que lo causa tiene toda la dignidad de La Cosa, las virtudes del @: unos huesos inmundos envueltos por una grasa inmunda: las inmundicias del mundo, las inmundodicias.



La edad de oro, Lucas Cranach (1530)

 Estamos en un tiempo mítico, en la Edad de Oro de la humanidad.

 En este tiempo prometeico (nuestro tiempo), habitado, entre otros, por un semidios, llamado Prometeo (nuestro nombre), Zeus reinaba con su su familia en el Cielo, en el Olimpo.

 Zeus, en su ambición, en su ansia de poder, había destronado a Cronos, su padre, y a la antigua raza de dioses de la que descendía Prometeo.

 La función eminente de Prometeo, en su doble condición semidivina y semihumana, es la de intermediario entre el cielo y la tierra. Por eso se ubica, en su condición de sujeto, justo en la zona topológica del sacrificio, donde lo inmortal se invagina sobre lo mortal, y a la inversa.

 La nueva saga de los Inmortales, una vez ocupado el poder, en posesión del cetro, del trono y del altar, necesita unos súbditos sobre los que reinar, sobre los que ejercer su vasallaje, su dominio. ¿Qué amo que se precie puede prescindir de unos súbditos a los que mandar, someter y ordenar?

 ¿Con qué fin? Con ninguno, simplemente por una razón de orden estructural: que no hay uno sin dos, que nadie manda sin que otro obedezca, que el amo, que vive del cuento y de sus batallitas (épico-sexuales), necesita mucho más del esclavo que a la inversa.


El delirio de libertad del Amo

 El amo solo es amo a partir de su reconocimiento como amo por el esclavo (que puede prescindir perfectamente del reconocimiento del amo).

 El esclavo, al saberse siervo, sometido, vasallo del Otro, está mucho más cerca de la verdad que el amo, con sus ínfulas de grandeza, con su delirio de autonomía, con su megalomanía.

 Los Inmortales -que desconocen su condición mortal, que reniegan de su sometimiento a la castración-, por su propio interés egoísta, dirigen su atención al linaje de los hombres que acaba de nacer, en tanto súbditos potenciales.

 Zeus necesita hacer una demostración de fuerza, de poder, para impresionar a esos alfeñiques sobre los que va a ejercer, sin restricciones, de una forma omnímoda, sus atributos de amo: el trueno, el rayo... semblantes imaginarios del falo. ¿A quién aplastará para demostrar su superioridad?

 Los dioses exigen a los hombres que les rindan homenaje (entiéndase, pleitesía) a cambio de su protección.

 Con este fin, se celebra en Mekone (Sición) -Grecia-, una asamblea conjunta de mortales e Inmortales para establecer y fijar los derechos y los deberes de los hombres (más bien, los deberes).

 ¿Se trata de redactar un Código sobre el que se fundará el Derecho? ¿Van a recibir los pobres hombrecitos las Tablas de la Ley? Conociendo cómo se las gasta el bueno de Zeus, en su función de Padrino, la cosa no pinta nada bien.

 Prometeo, como ilustre representante y abogado defensor de las criaturas humanas, se presenta en la asamblea, en el parlamento de los Inmortales, con objeto de velar para que los dioses no impongan excesivas cargas, gravámenes, a los mortales, en pago de la protección otorgada.

 Prometeo, desde la estructura, se ubica en el lugar del Otro. Esta posición tiene sus riesgos, al dejarlo a la intemperie, confrontado sin máscaras a las voraces mandíbulas de la Mantis Religiosa, al pico desgarrador del águila salvaje, al goce del Gran Otro zeusino, que le puede arrojar, a poco que se descuide, al abismo de su perdición.

 Si la muerte puede venir de las fauces de la Religión (entendida como religación), la salvación, a la contra, no se encontrará en el ateísmo (entendido como aotrismo), sino en el único y verdaderamente monoteísta ateísmo, el que afirma, en un acto de fe, que Dios es inconsciente.

 Hasta aquí, lo que sabemos, es que las intenciones de Zeus no son puras. Sobre todo, porque su objetivo último, su intención oculta, es acabar con Prometeo, darle el golpe de gracia y quitarse de en medio a un peligroso rival.

 El sacrificio es una mera excusa para dejar en ridículo a Prometeo y arruinar su prestigio entre los mortales.

 Este prestigio moral, basado en el convencimiento, en el logos discursivo, en la auctoritas simbólica (no en la potestas), es lo que más teme Zeus.

 Hay que recordar que Zeus es un parricida, que, para poder ejercer el poder sin trabas ni cortapisas, eludiendo la dimensión ética radical del dar cuenta de sus actos, se despoja de toda referencia paterna, vistiéndose con las galas del Amo.

 Al asesinar a su padre, al Dios-Crono, aniquila la legitimidad por origen de tal forma que no tenga que responder ante nadie de su legitimidad por ejercicio.

 Es interesante destacar que Zeus, él mismo parricida, desciende de un padre -Crono- también parricida.


La hoz de Crono

 II) La hoz de Crono

 Crono, el representante principal de la primera generación de titanes, descendientes divinos de Gea (la Tierra) y de Urano (el Cielo), gobernó durante la Edad Dorada, hasta ser derrocado por sus hijos, Zeus, Hades y Poseidón (referencias tomadas de Crono; Wikipedia; La enciclopedia libre).

 A Cronos se le representa con una guadaña, instrumento que usó como arma para castrar y derrocar a su padre, Urano.

 El nombre de Cronos (griego antiguo: Krónos; latín: Cronus), en su etimología, proviene de una raíz indoeuropea: (s) kercortar. De ella se deriva la acción característica de Cronos: cortar el cielo (Urano). El verbo cortar, en esta acepción, tiene un sentido cosmogónico: el acto de crear el cielo y la tierra. Se trata de una operación de corte, de separtición, que tiene efectos de creación.

 El reflejo indoiraní de la raíz ker es kar que significa: hacercrear.

 En el Rig-veda el corte con el que Indra golpea a Vritra es un acto de creación: (...) cortó (creó) la majestuosidad del cielo.

 En un mitema protoindoeuropeo reconstruido se manifiesta esta relación esencial entre la operación de corte y el acto de creación(s) kert wersmn diwosmediante un corte creó la majestuosidad del cielo (Die Musik nach dem Chaos; Janda, Michael; 2010)

 En la Canción de Ullikummi, Teshub emplea la hoz con la que el cielo y la tierra fueron separados una vez para acabar con el monstruo Ullikummi (Greek mythology: an introduction; Graf, Fritz; Marier, Thomas; 1966).

 En el mito del origen, un corte castrativo, utilizando una hozcreó una abertura o brecha entre el cielo y la tierra que dio lugar al comienzo del tiempo y de la historia humana (Janda; Op. cit.).

 Crono asesina a Urano, castrándole.



Urano

 La castración, en tanto operación de corte, siguiendo su etimología, tiene el sentido de creación.

 El origen mítico de la historia humana: En el principio era el corte (Lacan); la acción (Goethe); el verbo (el logos: San Juan); ¿o, como plantea el psicoanálisis, lo real del goce?

 La operación de corte, que crea una abertura, una hendidura, tiene un efecto de separación entre dos elementos (el cielo y la tierra), los cuales, a partir de ese momento, se conforman como un par de términos opuestos y correlativos.

 De esta forma se constituye la matriz significante fundamental (S1-S2), fons et origo del tiempo humano, entendido como tiempo lógico, en el que podrá advenir la verdad del sujeto: $.

 Hay que resaltar que, en las representaciones pictóricas, Crono es figurado con una hoz como instrumento de la castración, del corte creativo, generador, productivo, poiético (creaciónproducción).

 La hoz que blande Cronos -en su función de Otro- es el instrumento significante por excelencia, sobre el que se sostiene la poiesis: el acto creador, metafórico, del deseo.

 Crono ha sido refundido con el nombre de Chronos, que personifica el Tiempo en la antigüedad clásica.

 En el Renacimiento, la combinación de Crono y Chronos dio origen al Padre Tiempo, que blande una guadaña para cosechar.

 En la mitología griega, la que incita a Crono al parricidio es Gea (la Tierra), la esposa de Urano. Según una de las versiones, Urano (el Cielo), retenía en el seno de la Madre Tierra a los hijos que había engendrado (entre ellos, a Crono), no permitiéndoles nacer, ver la luz.

 El hecho a subrayar es que la castración tiene su origen en una mujer; en los manejos o tejemanejos de una noble Matrona como es Gea, que, en su altiva redondez, sabe lo suficiente sobre estas cuestiones en las que lo que se cocina es el goce con sus aromas sutiles y deliciosos (aunque es cierto que a veces huele a quemado o a fosfatina).

 Por lo tanto, no se ha efectuado la separación madre-hijo. Un-Padre, Urano, en vez de separar al hijo de la madre, a través de su intervención castrativa, lo retiene en el seno materno.

 Hay un llamado por parte de la Madre-Tierra a una operación de corte (creación) que incida sobre Urano, en posición del Otro no-barrado que impide la separación, que no interviene como agente de la castración.

 Gea fabrica lo que es antes que nada un puro artificio, una gran hoz de pedernal (piedra muy dura formada principalmente por sílice que, al romperse, forma unos bordes muy cortantes): un falo de piedra. 



Falo de piedra

 Sabemos que el significante petrifica -mata- porque posee la cualidad de la piedra.

 La hoz de pedernal, del significante, debido a su borde cortante, es un instrumento de escisión (spaltüng) que va a tener siempre efectos sobre el régimen de goce del cuerpo.

 III) Un análisis del fresco Cronos castrando a su padre Urano, de G. Vasari y C. Gherardi



Cronos castrando a su padre Urano (1564), de Giorgio Vasari y Cristofano Gherardi

 Cronos castrando a su padre Urano es una obra al fresco del pintor Giorgio Vasari, realizada en 1564, que se encuentra en la Sala di Cosimo, en el Palazzo Vecchio de Florencia, Italia (...) Este cuadro es una de las pocas representaciones de Urano con la apariencia de hombre, ya que por lo general se le representa como techo de bronce, bóveda celeste o sujetado por el titán Atlas (Wikipedia; La enciclopedia libre)

 Gea se alía con sus hijos para matar al padre. Crono es el único de los hijos que acepta la propuesta envenenada de la madre.

 Gea le entrega una hoz de pedernal a Crono (el instrumento de corte es recibido de la mujer).

 Le tienden una emboscada.

 En el fresco Cronos castrando a su padre Urano, la trampa es urdida a partir de un encuentro sexual al que Gea le convoca a Urano.

 Nos preguntamos: ¿el motivo de la trampa, de la celada, es el encuentro sexual, o éste es, en sí mismo, sin necesidad de otras disposiciones, La trampa, la red para atrapar a los incautos? ¿Puede haber mayor trampa para los sujetos parlantes, humanos y divinos, que la sexualidad? ¿No es acaso el sexo aquello que siempre, a causa del fatum discursivo (etimológicamente la palabra fatum deriva del verbo latino faor, que significa hablardecirlo dicho), o se sustrae, o nos pilla desprevenidos, o nos sorprende, o nos avergüenza o nos troumatiza?

 Evocamos aquí la fórmula humorística de Lacan: La relación sexual no existe. Gracias a su inexistencia tenemos y volvemos a tener relaciones sexuales, que siempre serán notodas (como la mujer).

¿Qué nos presenta el fresco? En primer lugar, hay que decir que es un cuadro muy concurrido, casi con overbooking, en el que, por un lado, en el centro de la escena, bajo una luz amarillenta, espectral, están los Inmortales, Urano, Gea y Crono, y, en el otro extremo, sumidos en la oscuridad, huyendo, protegiéndose de una enigmática catástrofe, los pobres mortales.

 El mensaje más contundente que nos transmite el cuadro es que lo que pasa en la Tierra (Gea) depende absolutamente de lo que sucede en el Cielo (Urano).

 Lo que acontece en el piso de abajo está determinado por lo que les ocurre a los vecinos del sexto.

 Dicho en terminología psicoanalítica: el destino de un sujeto se juega radicalmente en el lugar del Otro.

 Este es un principio ético que marca la dependencia absoluta del sujeto de la palabra del Otro.

 O, expresado con un aldabonazo poético, conciso y seco: Yo es Otro (Arthur Rimbaud: Yo es otro. Tanto peor para la madera que se descubre violín, ¡y mofa contra los inconscientes, que pontifican sobre lo que ignoran por completo!).

 Ambos están desnudos. Urano, tumbado en el suelo, en una situación de indefensión y entrega. Gea, en una posición superior, recostada en una especie de diván (el tálamo matrimonial), rodeada de otras mujeres. Los dos, frente a frente, separados por Crono, que blande una hoz sobre el cuerpo de su padre.

 Estamos en el momento posterior a la escena primaria, a la detumescencia en el hombre, de energeia en la mujer (del griego ἐνέργειαrealidad actuante). El hombre se ha venido abajo y la mujer arriba. El goce fálico ha implosionado y el goce femenino (notodo fálico) ha explosionado.

 Lo que hay que suponer es que Gea y Urano han tenido relaciones sexuales, coyunda, en esa especie de sofá real, del cual, en el epílogo del acto, en su posfacio, El Cielo se ha derrumbado, ha caído, ha sido desalojado, expulsado, sin contemplaciones (¡Vete de la cama! ¡Inútil!).

 Asistimos a la deflación de Urano -el Cielo- y a la inflación de Gea -la Tierra-, en el momento inmediatamente posterior al acto sexual.

 Nunca se podrá decir mejor que la situación de Urano es embarazosa.

 Gráfica, literalmente, se trata de un padre caído.

 Este es el centro del fresco, su mensaje capital: la caída del Padre, su derrumbe (es evidente que lo de menos es la caída física).

 Lo importante no es la posición espacial del padre, de Urano, como objeto material, cuerpo, sino su posición especial, su posición de sujeto en la estructura, en la que, como se puede ver, no ocupa, ante la madre y el hijo, un lugar relevante, preeminente, significativo.

 El pater Urano no cuenta, no se le tiene en cuenta, no rasca bola. Está ahí más bien como un figurón, un actor secundario, en el fondo prescindible. Por eso, está apartado; que no es lo mismo que ocupar un lugar a-parte, tercero, en función de mediador: el que está entre las partes: el primus inter pares (el emperador): el que, por su lugar de ek-sistencia, anuda borromeanamente a los otros dos.

 La madre es la que ocupa un lugar dominante, imponiéndose sobre el padre. Si se eleva es a costa de re-bajar al padre. Pero el lugar del padre en la estructura es insustituible. Por eso, su ausencia, consecuencia de su derrocamiento, de-posición, deja, como secuela, un agujero: P capitidisminuido; que no es forclusión, P0pero como si lo fuera.

 Lo que lleva a lo peor es la dejación de responsabilidad paterna, el pecado de omitir el símbolo.

 Urano es la encarnación de la caída del padre en su potencia simbólica, en su función significante.

 El nudo que se pone en acto en este fresco de Vasari es el que se juega entre la muerte, la castración, la impotencia, el deseo... del Padre (del que hace semblante Urano).


El padre: lo que anuda los tres registros: lo que nos hace sujetos

 No hay que confundirse, la cuestión no pasa por el parricidio, sea castrativo o no. Esta sería la vía de lo imaginario, la confrontación dual, agresiva, con el padre. Esta vía es la del infierno de los celos y de la ambivalencia, sin esperanza: Lasciate Ogni esperanza o voi ch´entrate: Abandona la esperanza si entras aquí (Dante).

 El nudo gordiano, el que hay que cortar para transformarlo en borromeano, no es el que entrelaza el Cielo (Urano) y la Tierra (Gea), sino el que nos conduce a una elección forzada, a un o bien... o bien, entre el Cielo y el Infierno, entre el Deseo del Padre o su forclusión, previo pasaje por el purgatorio del ser.


El infierno dantesco: el infierno y la salvación están en el Otro

 Este fresco, en el que la Madre se muestra triunfante y el joven Crono es representado como un pequeño falo heroico, lo podríamos rebautizar como: La impotencia de Urano.

 La madre y el hijo -que ocupa el lugar del falo imaginario de la primera-, se han cargado al Padre, al tercero, que queda en una posición desairada, con las vergüenzas al aire, enculado o porculizado (por no decir con el culo al aire).

 El problema es que esta escena, plena de comicidad, repercute sobre algo muy serio: la dimensión de la Ley: el arco de bóveda de la estructura. Por eso, en la pintura, vemos que toda una bóveda, una cúpula, la del cielo, se ha hundido, ha colapsado.

La Ley: el arco de bóveda de la estructura 

  La distribución en el espacio y la postura de los personajes en la escena -Urano (padre), Gea (madre) y Crono (hijo)-, es bastante significativa. Hay tres personajes centrales, más un cuarto, representado por la hoz de pedernal, que es el significante, el instrumento fálico (Φ).

 Gea, satisfecha, observa la escena desde una posición elevada (que significa superioridad), orgullosa de su hijo, que está cumpliendo la misión encomendada por ella -¡matar al padre!- con fortaleza y decisión.

 Se trata de cometer un parricidio, es decir, quitarse de en medio a ese tercero tan molesto y perturbador que es el Padre. Si es posible, que no haya palabras, cortapisas significantes, de tal modo que la madre tenga libre acceso al hijo-falo y a la inversa. Lo que se va a perpetrar ahí, vía el asesinato del padre, es un acto incestuoso.

 Una definición sencilla es la que adjetiva como incestuoso cualquier acto o relación en la que no hay mediación simbólica, interdicción por parte del Otro del significante, del tercero de la Ley.

 Crono, bajo la mirada atenta y complaciente de la Madre, en su identificación óntica, onírica, al falo materno, mantiene su cuerpo erecto, en una posición de prestancia, de dominio, que exhibe su triunfo sobre el padre, que yace derrotado, caído a sus pies, abatido como un despojo.

 El triunfo del yo es la derrota del sujeto.

 La derrota del padre es la victoria del narcisismo.

 El éxito del designio materno conlleva la perdición del hijo.

 La pieza paterna, como un trofeo de guerra, es ofrecida al narcisismo materno, que, por fin, puede cantar victoria.

 Con respecto a lo que debe ser la cosa está desquiciada, por no decir desmadrada o desterrada.

 ¿Qué es lo que debe ser? Justo lo que no es.

 En el fresco, el que está excluido, arrumbado, yacente, sometido al poder del hijo, en una posición de debilidad extrema, barrunto absoluto de su impotencia, es el padre.

 De un lado están la madre y el hijo, del otro, el padre.

 La célula madre-hijo permanece compacta, unida, no fracturada, no escindida: son una sola pieza.

 Si algo caracteriza a ese padre caído, pura caricatura de padre, es el estar en una posición desairada, desvencijado y humillado.

 Nunca mejor dicho que el hijo le está tocando los cojones al padre con la complicidad y la complacencia de la madre.

 Lo que debe ser es que el padre separe al hijo de la madre. El padre debería estar entre el hijo y la madre. Aquí, es el hijo el que está entre el padre y la madre, separando a ambos progenitores, Este no es un Edipo invertido, sino dislocado o desquiciado.

 El padre, para poder ejercer su función de separación o de castración, deberá ser el Nombre-del-Padre, es decir, deberá ser lo que nadie puede ser, porque es imposibleun significante (el S1).

 Y nadie puede ser un significante porque en esta cuestión de los semblantes, del hacer de -... de padre... de mujer...-, la cosa, el asunto, el quid pro quo, va más de falta en ser que de ser.

 La paradoja consecuente es que el padre para hacer de padre, para poder transmitir al hijo el semblante de la función paterna, deberá reconocer que no es el Padre; que, en tanto que padre, está en una relación de falta en ser, no de ser, con la Función Paterna.

 La relación de falta en ser con la Función Paterna, con la Ley del Padre, es una posición de potencia.

 Es potente todo aquello que puede producir una separación. Justo lo antipódico de este pobre Urano que mueve a la compasión y a la pena, el cual, si por casualidad no fuese un dios, cosa que al verlo tan derrotado casi se nos olvida y nos conmueve de tal forma que no podemos menos que decir: ¡pobre hombre!

 ¡Vade retro Satanás!, lo que un padre no puede ser, en ningún caso, bajo ningún concepto, ni siquiera el de la angustia, es un pobre hombre.

 Solo en el ámbito de la relación con el símbolo, en la manufactura del texto-tejido significante, existe el pecado de pobreza o de huelga de brazos caídos. Únicamente aquí, en el universo tachado, universal, del discurso, es un pecado mortal, un delito de lesa humanidad, contra la condición humana, hurtarle al otro la palabra, escatimarle los significantes a los que tiene derecho.

 Y es más grave si uno se justifica diciendo que: lo siento, no dispongo de..., soy pobre, soy un pobre hombre...¡Hablad, hablad, malditos! Lo que no se perdona, como dice Lacan, es la ignorancia.

El Padre-Urano, a expensas, a merced, del Hijo-Crono, es una nota caída, un verso suelto, de esa partitura edípica desafinada.

 Es evidente, desde la propia representación, que, de ocupar un lugar tercero, nada de nada, niente de niente, en italiano, en román paladino.

 Urano, más que un tercero, que ni por asomo o casualidad, es un terceto inaudible, insonoro, chirriante, disarmónico. El pobre hombre no tiene nadie que le cante, un instrumento que le interprete, que le toque. Ha dejado de ser director de orquesta.


El Terceto no desafinado, schumanniano, frente a un Urano que no toca ni una nota 

 ¿Por qué desafina tanto Urano? Porque al no poder ser un cuarteto no puede ser ni siquiera un terceto, pasando a ser un dueto.

 El dueto está formado por la soprano alta, Gea, y el barítono bajo, Crono.

 Urano, más que de bajo, se ha dado de baja, se ha quedado sin voz o solo con un hilito, por lo cual, casi ni se le oye.

 Y el padre, si representa o supone algo, si ejerce su función, deberá ser escuchado.

 Primero que todo, por la madre, ya que el hijo aprehende el Nombre-del-Padre, en su fortaleza, primacía, hegemonía, en el discurso de la madre:

 Aquí, la pregunta clave, es por el caso que hace la madre a la palabra del padre.

 Es evidente que la derrota, caída, de Urano, es consecuencia, efecto, de la debacle de su palabra, de su extrema endeblez, aguda debilidad, resonante impotencia, debido a que a Gea no le hace ni fu ni fa, ni frío ni calor.

 Por lo cual, el hijo des-cree (unglauben) de que el padre pueda estar en posesión de ese instrumento fálico que le hará gozar a la madre en clave de fu o de fa, caliente... caliente... frío... frío... caliente... más caliente...

 Si el padre no lo tiene, si el padre está castrado del falo, la que lo tiene, ¡por coj...!, es la madre, que se convierte, por mor de las cosas, en dicha coyuntura, en la madre fálica, detentadora de la potencia simbólica del falo, de su poder, dueña y señora de su cetro (centro) emblemático (La Dama del amor cortés).

 Y su hijo, para su desgracia, captura, encierro, dolor, es el falo (en una dependencia absoluta de la madre).

 Es el caso de Gea, tan ufana ella, allí en la cumbre, tan dominadora en su trono, con ese aire de superioridad, de suficiencia, rodeada de su cohorte de mujeres.

 Todo se derrumba a su alrededor pero a ella no se le mueve un pelo. No hay duda, es La MadreLa mujer-Toda, aquella que no existe (pero no por ello menos eficaz), al no estar tachada por el significante.

 Y el padre no puede ejercer su función de castración, de separación, porque no posee el instrumento de corte, el falo de pedernal, que está localizado en los dominios, las dependencias, los aledaños de la madre y de su prolongación, el hijo-falo.

 Decíamos que esta escena mitológica a fuerza de ser real es un cuarteto fracasado, rebajado, venido a menos, que, por no poder sostenerse como 3 + 1, se degrada a 2.

 El cuarto del cuarteto, el 4 cardinal, es un instrumento -El Instrumento-, representado en la pintura por la hoz de pedernal, que blande con maestría, Crono, a punto, al borde, de castrar a su padre.

 La hoz de piedra es el instrumento de corte, la barra fálica, el signiphicante Phi mayúscula (Φ), del deseo, el cual, bien utilizado, por el agente paterno, en sus recias manos, tendrá el efecto de producir una hendidura salvífica en el cuerpo: la spaltüng del sujeto ($), su tachadura o abolición por el significante.

 Aquí, en este fresco de Vasari, todo está del revés, patas arriba, de tal forma que no hay forma, estructura bien con-formada, que no queda títere con cabeza (muere hasta el apuntador; mejor dicho, muere el apuntador, el escriba, el que da testimonio de...).

 El que debería castrar al hijo, y, de paso, a la madre, es el padre. Pero resulta que el que sufre los efectos de la castración es el llamado a castrar: el Padre-Urano. Es la fábula del cazador-cazado en la versión psicoanalítica del castrador-castrado.

 La madre, a través del hijo, utilizándolo como útil (no estoy hablando de tonto útil), como instrumento de castración, es la que castra al padre.

El efecto más inmediato es que la operación de castración se degrada de simbólica, lenguajera, discursiva, a imaginaria. La excelsitud, elevación, grandeza, del tres, se reduce trágicamente a la bajeza, hundimiento, pequeñez, del dos.


El cuarteto desvencijado

 Si es verdad que no hay dos sin tres, aquí, para desgracia del sujeto e irrisión del deseo, hay dos sin tres.

 Y resulta, siendo esto un hecho de estructura, que el tres, sobre todo si es el del significante, es decisivo para poder sostener el deseo (adieu cupiditas).

 La metáfora de la caída del deseo es la de ese padre, allí abatido, en la lejanía (no en la distancia), derrumbado, golpeado, como una especie de pelele, azotado por un rayo invisible, cazado en una celada urdida conjuntamente por la madre y el hijo.

 El padre no solo queda en una posición débil, sino como un padre engañado, pillado por esa maldita cola, que la madre no soporta que se la hinque, que se la meta.

 Frente al brillo del falo, su magnitud, que promete el Ser, ¿qué supone ese pequeño e insignificante instrumento del goce que es el pene pulsional, en su tumescencia-detumescencia, que, si acaso promete algo, es el no-ser, o, mejor, la falta-en-ser (Juanito dixit) ?

 El problema es que el instrumento de corte, el significante de la spaltüng, el que inscribe la marca del significante en el cuerpo de un sujeto (la tachadura), el así llamado y renombrado falo, con capacidad de herir, hendir y atravesar, está en posesión de la madre, que se lo ha entregado a su hijo, Crono, para que cumpla sus designios de acabar con el padre, de darle la puntilla.

 De hecho, es la Madre-Gea, la que ha fabricado la hoz de pedernal, Geo-lógica, en su interior, en el interior de la Tierra.

 En este mito, el falo de pedernal, la hoz del significante, con su borde cortante, es de filiación matrilineal, no patrilineal, y solo esto constituye ya una anomalía preñada de consecuencias.



La hoz de piedra

 Lo observamos en el fresco. El que porta la hoz de pedernal, con la que castra al padre, es el hijo, Crono.

 La que está tan fresca es Gea. El que está al fresco es Urano. El que está caliente es Crono, que no deja pasar ni un minuto.

 El padre, Urano, está despojado del instrumento fálico, del significante del deseo, y recibe pasivamente la castración por parte del hijo.

 Se puede afirmar que la que ha triunfado ha sido la Madre-Gea, que observa, complacida, su victoria sobre el Padre-Urano.

 El Hijo-Crono no es solo el instrumento de la Madre, sino el portador, el que usufructúa el instrumento materno... el Falo de la Madre.

 Crono, como prolongación del instrumento materno, del falo imaginario, fabricado en el interior de la Madre-Tierra, es el falo.

 De hecho, la Madre, observa a su falo actuar, por encomienda, por mandato, complacida y satisfecha.

 Se puede decir que, en ese momento, se trata de una Madre que está entera, no barrada, no borrada, por la barra del significante.

 Si la castración es la castración en la Madre, en ese momento, para el hijo, el acceso a la castración está cerrado, clausurado.

 La Madre-Gea está en el lugar de un Otro completo, no escindido por el borde cortante del significante.

 La picadura del significante, que aguijonea la carne, provoca una hendidura, que se sigue de un intenso picor, la quemazón del goce, el dolor de la carne, el plus de gozar, la plusvalía de la befriedigüng.

 En esta escena de la castración de Urano, lo que se representa, desde lo imaginario, es el fracaso de la metáfora paterna. ¿Por qué?

 La forma, con relación a un formalismo, de la operación de la metáfora paterna, consiste en la sustitución entre dos significantes que pertenecen respectivamente a la estirpe paterna y materna: el significante del Deseo de la Madre y el significante del Nombre-del-Padre.

 Esta sustitución entre significantes, separados por una barra, se produce en el segundo tiempo de la metáfora paterna.

 De hecho, se puede afirmar que la operación de la metáfora paterna, que desemboca en la significación del falo, se desarrolla en tres tiempos.

 En el mito de Crono, ¿se desarrollan, se cumplen, estos tres tiempos?

 1) El primer tiempo de la metáfora paterna en Cronos castrando a su padre Urano

 En el primer tiempo de la metáfora paterna, que es un tiempo lógico, no cronológico, están completamente solos, con el padre en el horizonte, la madre -el Otro primordial-, y el infans, -el sujeto potencial- (aunque subrepticiamente se desliza entre medias el molesto topillo fálico).



El topillo fálico

 Por lo cual, el sujeto hablante, como su propio nombre indica, nunca está solo (aunque pueda estar a solas).

 Aún en el caso extremo de que quiera, ¡y pueda!, situarse como objeto exclusivo, preferencial, del otro, solo será capaz de esta hazaña engañosa a través de la mediación del falo, el objeto-significante que le falta al partenaire ().

 Entonces, ni por estas logrará ser amado por sí mismo. Será, en última y definitiva instancia, deseado por lo que representa a nivel de la dialéctica fálica.

 Tarde o temprano llegará a la triste conclusión que no puede escapar de su condición de semblante. O se resigna a ser un semblante, apenas nada... nada apenas... quizás nada... nada quizás... o el chasco será todavía mayor.

 Ahí, entre medias, a medias atravesado, está el molesto y perturbador semblante de los semblantes: el falo real. ¡El objeto que siempre falta a la cuenta!

 La complejidad de la relación sexual es tal que uno entra en ella como semblante de semblante de semblante.

 En el caso del hombre es semblante de varón... del semblante del falo... para el semblante de la mujer... que es semblante del Otro sexo...

 Se necesitan al menos tres remitencias o relés del deseo para fallarle irremisiblemente al partenaire.

 Uno entra en el acto sexual -que no hay- por lana y sale trasquilado. Como dijo, en una frase célebre, un famoso torero, la relación sexual no es pecado, es imposible.

 Todo esto, sin haber considerado todavía que no es posible follarle ni fallarle al Otro sin palabras; que, de una forma o de otra, por delante o por detrás, incluso de lado, es imposible eludir la presencia del Otro, del tercero, de aquel que, más que permitirla (¡o prohibirla!), autoriza o desautoriza la relación. No es posible no tenerlo en cuenta porque no tenerlo en cuenta es el modo más radical de tenerlo en cuenta.

 Para que el sujeto haga su entrada en la relación sexual (que no hay que confundir con la relación genital), portadora, desde el principio hasta el final, de valencias lógicas, a las que se suma una fuerte investidura libidinal, es necesario contar con el Tres (no en el sentido de un ménage à trois, ordinal, sino del 3 cardinal, que da nombre al conjunto).

 En cualquier tálamo que se precie, siempre hay tres, siendo el tercero el Otro con mayúsculas.

 El secreto del psicoanálisis es que ese tercero, el 3 del terceto, es el nombre del padre.

 Entonces, hay y no hay relación sexual.

 No hay relación sexual o es imposible si se pretende que el resultado de la operación lógico-libidinal de la sexuación consista en el pasaje del 3 cardinal (simbólico) al 2 ordinal (imaginario).

 Es imposible, pese a quien pese, caiga quien caiga, y esto se comprueba todos los días, que el 3 se reduzca al 2. Más bien, la fórmula es: 3 ≠ 2. Esta es la verdadera fórmula del no hay, de la inexistencia de la relación sexual... ¡dual!

 El lamento del animal, que está triste después del coito, es por no haber sido capaz de alcanzar el 2, como es su más secreto anhelo, aquello que quiere, precisamente por causa de haber sido alcanzado, tocado, noqueado por el 3 (como es su más ardiente deseo).

 Después de este excursus o exsexus por el sistema de los sexos, retornemos a nuestro primer tiempo, por no decir primerizo, de la metáfora paterna.

 Es evidente que la madre tiene sus necesidades propias, sus pequeños o grandes deseos, que se manifiestan a través de las demandas que dirige al niño. Por ejemplo, le demanda que se deje alimentar.

 El niño, con respecto a su condición de sujeto, todavía no es nada, o, mejor dicho, todavía no sabe
 lo que es. Por lo tanto, lo representamos con una x, una variable, una incógnita.

 Se dice: ese niño es una incógnita. Lo que vaya a ser, en ese momento, dependerá de lo que venga después, de lo que habrá sido para lo que está llegando a ser (el futuro anterior del tiempo retroactivo).

 Si el sujeto es Otro, ya que depende absolutamente de lo que se juega en el campo del Otro, aquí, en este primer tiempo, no puede ser más que la x, la incógnita del Deseo del Otro. El sujeto no sabe en absoluto qué es lo que causa el deseo materno, lo que rige sus movimientos, sus presencias y ausencias, todo el juego del Fort-Da.

 Digamos, gráficamente, formalmente, que el niño es esa x, a significar, que está debajo de la barra del significante, recibiendo el fuego graneado, los parabienes y paramales, las acometidas, las idas y venidas, del Deseo de la Madre.

                           
                                      → Significante del Deseo de la Madre
                                     s   →          x: significado al sujeto


 Rebobinemos: el niño es la x, el objeto enigmático del Deseo de la Madre. En este sentido, es y no es el falo.

 Con más precisión: el niño ha detectado que, en su mundo, cuyo centro de gravitación es la madre, hay algo que polariza los movimientos de la madre, sus presencias y ausencias. Ese algo, que causa el deseo de la madre, que no es él, como no sabe lo que significa, lo simbolizamos con una x.

 La pasión del niño es descubrir el valor de esa x con el fin de discernir el valor libidinal, de goce, que él mismo tiene para su madre.

 Tratará de situarse con relación a esa libidinal, atractora del forte desiderio (impulso o deseo) materno; por ejemplo, a través de una identificación con esa x enigmática, dotada de un valor fálico, será, para la madre, en el lugar de un señuelo, el significante de su deseo, el objeto que le falta (que, incomprensiblemente, no es un objeto, sino un significante).

 El llamado a resolver la ecuación fálica, la x-libidinal del goce materno, de su deseo, es el padre (esto es el Edipo estructural).

 El significante del Deseo de la Madre está por encima de la barra del significante.

 La x, el significado al sujeto del Deseo de la Madre, es un significado enigmático, que todavía no se ha realizado (está a la espera, a través de la intervención del Padre, de la resolución de la metáfora paterna).

 El niño no sabe qué es lo que causa el deseo de la madre, cual es el significado de su deseo, el del Otro, más allá de él mismo: ¿Qué es lo que le falta a mi madre que no soy yo? ¿Qué es lo que desea mi madre en mí más allá de mí?

 La estructura del primer tiempo, al estar compuesta de dos términos, es más bien dual: un primer significante, el del Deseo de la Madre (), sobre un significado enigmático (x).

 Es el tiempo en que Gea habla con Crono y le propone castrar al Padre. Inevitablemente, Crono, no podrá dejar de preguntarse: ¿Qué quiere mi madre?: Che Vuoi.

 Matar al padre, desde la estructura, es el intento desesperado, abocado al fracaso, de sostener una relación incestuosa con el otro, dejando las palabras fuera de la relación, para así ser lo que nadie puede ser: el falo.

 Al deseo de matar al padre, edípico, imaginario, hay que contraponerlo la Instancia del Padre Muerto, de ese padre que no sabía que estaba muerto (A), cuya tumba está vacía desde siempre: el Padre Simbólico = Ley.

La intervención decisiva del triángulo simbólico

 En la escena, Gea, está de lo más tranquila, imperturbable, con una sonrisa de distante satisfacción, sentada y asentada en su trono, firmemente aposentada en su asiento, sin que nada la perturbe, la altere, la cuestione.

 Impresiona como que su misterio, el de su deseo, permanece incólume, intocable, no tachado.

 Con ese padre-despojo (Urano), caído en una esquina del ser, no está urgida de exponerse y de exponer su deseo a la consideración deliberativa y castrativa del Otro con mayúsculas.  .

 A pesar de su desnudez o precisamente por ella, su aspecto es el de una mujer intachable, identificada absolutamente al misterio de su deseo, encarnado en el falo (que no hay que olvidar que es un significante, el del deseo).

 Ella, en (contodo su cuerpo, se iguala, identifica, al enigma, al signo de interrogación del falo: lo es sin tenerlo.

 Nada de ese padre demolido, despojado del instrumento fálico, del significante de la potencia simbólica y del deseo, le amenaza a Gea con el mensaje de la castración: que enuncia y anuncia la buona nuova del minus phi (): el significante de la falta significante en el Otro: S (A): que permite que lo real asome la puntita de la nariz por el agujerito (por una gujero = un-a-gujero).

 Gea mira los toros desde la barrera, se siente resguardada de los golpes del significante, observa, desde las alturas, la escena de la castración de Urano, imbuida de una cierta ataraxia, de un laissez faire, laissez passer.

 Se mantiene a la justa distancia como para que no la salpique la sangre de la carnicería que se va a desarrollar ante sus ojos.

 Mientras todos sigan tan distraídos con ese teatro bufo nadie va a pedirle cuentas a Gea de su goceTú, querida, ¿con qué gozas? ¿Qué es lo que te pierde, lo que hace que malgastes tus horas, entregada a los sinsabores de una desalada y desolada existencia?

 Su placidez y bonhomía se deben a la seguridad de que, desde el no-lugar de un padre reducido a la impotencia, a la miseria, privado de la potencia del significante, no va a venir a angustiarla y a desasosegarla la tan molesta y perturbadora castración (con sus ex-crecencias de goce).

 La castración es inquietante, generadora de angustia (angustia de castración), productora de insomnios diversos, de despertares fugaces, en primer lugar y sobre todo porque afecta con un signo negativo, expresivo de una carencia, al significante de los significantes, al falo; que, precisamente, ejerce la función fálica por eso y solo por eso, por ser portador de la marca de la falta, del trazo discontinuo.

 La negatividad lógica y epistemológica con que la castración afecta al saber, cuya punta viva toca lo real, confronta al sujeto con su finitud (con el tiempo y la muerte).

 Más allá de la castración significante, del -φ, la privación, en tanto falta real que afecta al falo simbólico, es encarnada por la mujer como que ni lo es ni lo tiene.

Todo lo contrario que Gea, la cual, en su reposo mayestático, lo es y lo tiene: directamente, en sí misma, lo es; indirectamente, si lo tiene, es a través de Crono, al que ella misma le ha cedido el falo, la hoz hecha con el más duro pedernal, irrompible e impenetrable.



El pedernal y el pedestal paterno

 Si no interviene el padre, si, Urano, al haberse dejado despojar de la hoz de pedernal, del instrumento de corte significante por la madre, no castra a Gea (el cuadro se llamaría La rendición de Gea), el enigma, la del significado del Deseo de la Madre, permanecerá, in aeternum, como algo impenetrable, constituyéndose en un punto de fijación, traumático, imposible de ser atravesado por el hijo (impotente para atravesar una mulier).

 El significante pedernal es la marca de un hecho no historizable, al estar fabricado con un material pétreo, donde se compacta un goce consistente, no per-forable (de pere y de poro foro), no a-extraíble (del objeto y de su extracción), que el sujeto no podrá habitar, constituir como su lugar de sujeto.

 Aunque, Crono, aparentemente, se las promete muy felices, esta escena anuncia su futura desgracia, su destino funesto: Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser nada... Edipo en Colono.

 Si el significante paterno, el Nombre-del-Padre, no atraviesa, con su borde cortante, la del significado del Deseo de la Madre, esta incógnita, esta variable fundamental, persistirá per semper como lo inalcanzable para el hijo, que lo pagará con la imposibilidad de separarse del Otro materno, con el sacrificio continuado de su condición de deseante en el altar de las demandas maternas.

 Esta misión que Crono ejecuta en nombre de Gea (nombrar-para) es el primer sacrificio que va a pagar para poder sostener su identificación al falo de la Madre (que aquí es Madre y Diosa).

 No hay parricidio que no tenga consecuencias.

 Ese padre, arrumbado en una esquina de la escena, en un callejón perdido de la historia, que es objeto de la castración por no ser capaz de estar a la altura de su función castrativa, legislativa, creadora, generadora de significantes -que marcarán con su sello indeleble la relación entre la madre y el hijo-, nos ilustra sobre un hecho de estructura: si la madre no es fallada, follada, hollada, bajo los significantes paternos, que la abolirán, dividirán, no hay posibilidad para el hijo de alcanzar y realizar el segundo tiempo de la operación de la metáfora paterna, debido a lo cual, el pasaje al Nombre-del-Padre, a la función discursiva, habrá quedado totalmente cegado, clausurado, obstaculizado. ¿Por qué?

 2) El segundo tiempo de la metáfora paterna en Crono castrando a su padre Urano

 El segundo tiempo de la operación de la metáfora paterna (lo podríamos denominar, con todas las prevenciones del mundo mundial, normativo) consiste en la intervención, la incidencia del significante del Nombre-del-Padre en ese nudo gordiano entre el significante del Deseo de la Madre y la enigmática, cerrada, clausurada, de su significado (debajo de la barra).


Segundo tiempo de la operación de la metáfora paterna 

 Basta fijarse en la pintura, en esa posición superior y victoriosa de la Madre-Gea con respecto a la caída y derrota absolutas del Padre-Urano, en esa imagen de la omnipotencia materna con relación a la impotencia paterna, para darse cuenta que lo que aquí ha sufrido una derrota sin paliativos, clamorosa, ha sido la posibilidad para el hijo de acceder al significante del Nombre-del-Padre, a la Ley, al Deseo del Padre.

 La omnipotencia imaginaria de la madre (madre imaginaria) confrontada a la impotencia imaginaria del padre (padre imaginario) es lo que impide, obstaculiza, el acceso del hijo a la potencia real del significante -discursiva-, que posibilitará significar la del Deseo de la Madre.

 Si el hijo no cuenta con el auxilio del padre, con los elementos significantes que le otorgarán la autoridad para significar el deseo de la Madre, nunca se podrá separar de ella, de su demanda, vivida como insaciable; siempre la pertenecerá, como una propiedad suya, fijado en una posición de dependencia imaginaria, de solidaridad perversa, identificado al falo imaginario materno, que, tenerlo lo tiene, mejor dicho, serlo lo es.

 Si el Nombre-del-Padre queda subsumido por ese padre caído, auténtica piltrafa, derrumbado en su impotencia, castrado por el hijo, se producirá una grave subducción, deflación, decremento, desvalorización de la función simbólica, de la potencia del significante-amo (S1), del acto discursivo.


El padre castrado

 Si el Deseo de la Madre, la de su significado, que debería ser dúctil, friable, temperable, queda asimilada a esa hoz de pedernal de una sola pieza, impenetrable, imposible de hendir, de fracturar, de perforar por su dureza extrema, su secreto, el del deseo, como la sonrisa de la Monna Lisa, permanecerá inaccesible, inmarcesible, inabarcable, resguardada detrás de unos labios sellados y de una mirada impasible.

 La madre, como se suele decir, se llevará intacto el secreto de su deseo a la tumba (precisamente, por no haber querido saber nada de sus más secretos deseos).

 No habrá Dios que la eche mano, que la coja, que la pueda agarrar, ni padre que la interprete.

 Permanecerá encerrada en su deseo (autoinclusivo), en su identificación al falo (autoinclusiva), más allá del corte interpretativo, preservada de la castración simbólica -que la endosará un signo negativo-, y de la privación -que agujereará su ser-.

 Realmente, esa guadaña que porta Crono es La Madre Fálica.

 Aquí se ha producido una inversión de todos los valores de la estructura de la metáfora paterna. Se trata de una auténtica subversión o acción subversiva, un complot contra el padre, tramado por la madre y el hijo, tal para cual.

 Y el padre, sin enterarse, sin poder cazar las moscas al vuelo, aunque se trate de auténticos moscardones, de pedernales voladores, que planean a su alrededor, completamente ciego como para no verlos. Como se dice coloquialmente, el padre está a por uvas.

 Lo grave del padre no es tanto que esté ahí tirado, casi despanzurrado, asumiendo su impotencia como si fuese parte de su condición: Con esta mujer y con este hijo, ¿qué puede uno hacer? Con ellos no hay forma, hay que dejarlos por imposibles; me dedicaré a mis cosas y que dios nos coja confesados.

 Este padre, que dice estas cosas tan peregrinas, desafinadas, está totalmente confundido, errado. Ya decía Serrat que para acostarse con una mujer no hace falta rociarse de arriba abajo con agua bendita, mucho menos confesarse.

 A estos padres acobardados, es tal el pánico que, para poder acostarse con una mujer, no les basta con el hisopo, antes del acto se tienen que dar una ducha de agua bendita.

Y, si es necesario, llamar a un cura, in artículo mortis, confesar sus pecados, debilidades, imperfecciones, carencias, además de recibir los santos sacramentos, el viático, y dos o tres palmaditas en la espalda, para lo que se tercie y sea menester: ¡Que usted se la arregle como pueda, Sr. Urano!

 El padre, así, de esta guisa, va a acabar como un menesteroso, que mueve a la compasión, como un menestral y no como un ministro del Altísimo, que es lo que debería ser.

 Hace lo contrario que hay que hacer. A la mujer lo que le interesa, sin par, de forma desmedida, son los pecados del hombre, sus debilidades, aquello que lo causa en su deseo -el objeto @-, en absoluto su impotencia. Cuanto más pecador y sinvergüenza sea más le atraerá.

 Y si tiene muchos pecados, si son inconfesables, si no se pueden lavar con todo el agua bendita del mundo porque dejan en el cuerpo manchas indelebles, mejor que mejor, rien de rien (nada de nada).

 A una mujer, en su primer encuentro sexual, solo le interesaban los tatuajes del hombre. A la vez que la molestaban, le atraían.

 No hay que pedir perdón, ni arrodillarse ante el Altísimo, por desear follarse a una mujer. Sobre todo, la clave del gran seductor, del amante irresistible, es hacérselo saber, desnudarse de todas las faltas. Mostrar sin ningún pudor esa identificación sobresaliente al significante de la carencia. Esto es lo único que le permitirá a la mujer, en su tiempo, gozar de lo suyo, no de lo parcial sino de lo participativo, de la charitas, de la gracia del amor racional.

 Y es lo que Gea parece estar pidiendo a gritos en esa postura tan seductora, un hombre que se la folle, que la haga gozar, ver las estrellas, y, si es posible, pajaritos de colores, el así llamado orgasmo psicoanalítico, en su pausada y atenta palabrería.

 Los pacientes de un buen psicoanalista flipan en colores o en tecnicolor.

 El problema de Urano no es que haya resultado herido, habiendo sido abatido después de un valiente combate cuerpo a cuerpo con Gea. Su desgracia, más que su dificultad, es que ha renunciado al combate, a la lucha, que se ha entregado de buenas a primeras, sin presentar batalla, reconociéndose derrotado antes de entrar en el fragor de la disputatio (en la escolástica medieval, la disputatio era, junto con la lectio, uno de los métodos esenciales y omnipresentes en la enseñanza y en la investigación, y también una técnica de examen en las universidades, a partir del siglo XIII; La Wikipedia).

 Urano ha depuesto sus armas antes de utilizarlas en el duelo con Gea.

 Urano no se la juega. Prefiere la tranquilidad antes que los sobresaltos. Que las cosas no se salgan de madre. Que nada se desborde. Que las aguas sigan su cauce.

 Esta prudencia siempre es conveniente, pero, en asuntos de goce, en los que hay que intervenir sí o sí, no es en absoluto competente. Dejar el goce a su albur no es sin consecuencias. ¿Quién lo pagará?

 Perder, en la confrontación con una mujer, eso es lo obligado, lo que va a suceder siempre. Lo grave es haber renunciado a la lucha desde el principio.

 Se afirma que la carne es triste. Lo más ajustado es decir que la carne es goce. Si ese goce carnal no es tratado con las pócimas del significante, de la palabra, va a empezar a secretar tristeza, incluso humores melancólicos.

 Ese goce, que puede llegar a infectar la carne y el ánima, deberá ser vivificado por el espíritu. Deberá recibir, por lo menos, un abrazo tan prieto y tan caluroso como el que anuda a Amor y Psique. Psique, si no recibe los signos de amor, el abrazo apasionado de Amor, se pone mustia, se marchita y se entristece. Esto es lo que se suele denominar en la clínica la histeria melancolizada, que siempre tiene que ver con un desengaño amoroso, perdidamente simbólico.


Psique reanimada por el beso del Amor (Antonio Canova)

 Urano no es que haya sucumbido a una lucha heroica y valiente, asaetado por todo tipo de heridas de guerra, cuyas cicatrices serán sus condecoraciones, sus emblemas.

 Lo peor de todo, lo que no tiene disculpa ni perdón de Dios, es que se ha rendido sin combatir, sin oponer resistencia, blandiendo, desde el primer minuto, su bandera blanca. Además, para más inri, se ha dormido. Aunque uno pueda pensar que está aterrado en el suelo, en realidad se está echando una siestecita. Y, Crono, le quiere despertar, con esa auténtica cortadora que es la hoz de pedernal: ¡Papá! ¡Despierta!... ¿Acaso no ves que estoy ardiendo?

 El título del fresco debería haber sido El sueño de Urano (que no se entera que tiene una mujer y un hijo).

 El problema no es La castración de Urano (nombre también del fresco). El auténtico problema es la no-castración de Urano. Para poder entrar en relación con una mujer, para gozar de ella y hacerla gozar, el varón tiene que jugar la carta obligada de la castración, tiene que abrir la cerradura con la llave del -φ. Esta llave significante, la del deseo, abre aquello que, si no, quedaría clausurado como ser.

 Para saber todo lo que está subvertido en La castración de Urano con respecto a la metáfora paterna vamos a formalizar su segundo tiempo:

                            Significante del Nombre-del-Padre
                            Significante del Deseo de la Madre


 Aquí hay un cambio importante, una variación de posición, que hay que resaltar.

 Si, en el primer tiempo, el Deseo de la Madre está encima de la barra, en el lugar dominante, el del significante, y, la del significado-al-sujeto del Deseo de la Madre está debajo de la barra, ahora, la Madre, ha pasado al lugar del significado, debajo de la barra, en cambio, el Significante Paterno, ocupa el lugar de dominio, arriba de la barra, en el lugar del significante.


    Cadena del significante: S --------------> Lugar de dominio:la función del significante
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------          Flujo de los significados: s --------------> La constitución del significado depende de la                                                                                        articulación significante                                                                       

 Recordemos la fórmula del primer tiempo:


                                   Significante del Deseo de la Madre
                                          x del significado al sujeto


 Aplicándolo a nuestro caso clínico, el primer tiempo de La castración de Urano sería este:


                                                          Gea   
                                                          Crono


 O, mejor:


                                                                     Deseo de Gea                                
                                         significado enigmático para Crono del deseo de Gea


 La cosa, desde el principio, comienza mal, torcida, desviada, entre Crono y Gea.

 Los dos se alían para cargarse al padre. Se trata de un pacto perverso. Desconocen -¡o conocen demasiado bien!- el valor del padre y actúan en consecuencia.

 Piensan que el padre es prescindible, que uno puede muy bien vivir sin él; no se dan cuenta que es imprescindible, que no se puede vivir sin el padre.

 Sobre todo, lo que no captan, lo que interesadamente desconocen, no es que el padre sea como un dios, ni mucho menos, aunque se llame Urano, sino que el Padre es una Función, que, cuando está en funciones -no siempre ni del todo-, es el significante-anudador que permite al sujeto operar con la función de la palabra.

 Es una especie de función de la función función de funciones; en este sentido, la forclusión del Nombre-del-Padre sería una de-función.

 Sin ese significante-función con el que todo sujeto tiene una relación electiva, el aparato del lenguaje, en su función de nominación de lo real, cojea, trastabillea, pierde pie, tropieza sin remedio.

Entonces, cuidado con lo que hacemos con el padre, el modo y manera como lo tratamos, nuestros modales. No lo despreciemos, no lo ignoremos, ejercitémonos en su declinación, porque en los momentos decisivos, en que lo real aprieta con fuerza y nos salen sarpullidos, lo vamos a necesitar.

La fórmula para Crono es así:


                                                                          Deseo de Gea   
                                                                          Hoz de pedernal


  Si debajo de la barra estuviera una x, aquello que hace enigma con respecto al significado-del- significante-del-Deseo-de-la-Madre, y no una infranqueable-hoz-de-pedernal, la cosa iría bien, viento en popa.

 Frente a esa x que lo interroga, que lo desvela imperativamente desde el lugar del Otro, el sujeto no tendrá más remedio que dirigirse a la Instancia del Padre, a la función del Sujeto Supuesto Saber, para poder hallar su respuesta, dar su versión singular, entonar la nueva cantata significativa que dé cuenta y razón del deseo que se anuda al objeto fálico: He aquí cómo lo sé.

 El sujeto deberá ponerse a hablar necesariamente con su padre, entrar en interlocución con él, más allá de la madre.

 El problema es que Gea (la Tierra) ya ha fabricado en su interior terrenal, para su propio uso y disfrute, sin el auxilio del padre, la hoz de pedernal.

 Gea, desgraciadamente para el hijo, es un significante que se significa a sí mismo, al ser la poseedora del significante del deseo, el falo simbólico, la hoz de pedernal.

 El significante paterno, el Nombre-del-Padre, no la hace falta, no la divide, la castra, se muestra impotente para significar, de forma retroactiva, la x materna (el poder de significación está en manos de la madre, no del padre).

 La hoz de pedernal, en tanto que propiedad de la madre, más que un significante, que siempre es, por su condición faltante, enigmático, es un signo, clausurado sobre sí mismo en su absoluta opacidad.

La hoz de pedernal es una x irresoluble, complicadísima de plantear y de resolver, de hallar su valor (como una ecuación de  grado),

El enigma del deseo de la madre, al haber quedado clausurado en su significación, impenetrable, evitará el acceso del hijo a su solución.

La Madre, Gea, La Tierra, es impenetrable, inaccesible, porque es redonda, esférica, cerrada sobre sí misma (como un significante que se significa a sí mismo, que representa a un sujeto no dividido, no afectado por la falta en ser).

Se olvida que la tierra es una esfera achatada en los polos. No es una esfera perfectamente esférica. Su doble nariz achatada, achata, afea su figura, como un defecto que mancha, altera, ensombrece su prístina belleza. Pero justo esto, fealdad, mancha, alteración, defecto... es lo que ablanda, templa, el pedernal pétreo de la x, convirtiéndolo en penetrable, resoluble.



El firmamento

 El Padre, Urano, El Cielo, es lo que impide que la esfericidad de La Madre se clausure sobre sí misma. Por eso, todas las civilizaciones, incluida la nuestra, han mirado al Cielo. Porque la respuesta no está en el viento, como canta Bob Dylan, sino en el Padre-Cielo, en el firmamento, en el cielo estrellado e infinito (Me aterra el silencio eterno de esos espacios infinitos; Blaise Pascal).

 El Padre-Cielo, Urano, imprime una muesca, incisión, hendidura (splitt), sobre la lisa y plana redondez de La Tierra. Su cálida y acogedora tersura resulta transformada en una superficie accidentada.



La accidentada cara de la tierra

 Adiós al mito del Paraíso Terrenal, de la inocencia primera, que no conoce el pecado, la falta, la culpa. Todos somos unos desterrados que tenemos que ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Todos estamos sometidos a esa máxima: Ora et labora: con el significante y con el goce del cuerpo, productor de entropía, de calor que se disipa, esas gotas de sudor que se pierden, que se recuperan como enigmático plus de gozar.

 Cuando se dice que la relación sexual no existe o es imposible esto hace referencia a la relación que tiene su horizonte en la redondez de la esfera, en la proporción (rapport) divina, que de-testa la falta, abomina de los accidentes de lo real, de sus desniveles, quebraduras (grietas o hendiduras en un terreno), desfiladeros.

 Solo existe o es posible la relación sexual que tiene en cuenta la muesca, el uñetazo, uñada, arañazo, rasguño, hendidura, spaltüng en el cuerpo del Otro.

 La relación sexual está regulada por un corte, splitting. Es lógico que el núcleo de la sustancia gozante, corporal, se encuentre en esta hendidura irreductible.

 La hoz de pedernal es La respuesta a la Demanda de la Madre que Gea le entrega a Crono ya elaborada, cocinada, cerrada: Toda Madre quiere un Falo.

 Crono, ante esta respuesta absoluta -toda-, sin resto, completamente satisfactoria, solo puede o someterse o rebelarse. Elige someterse. Lo que conlleva la castración del padre.

 La hoz de pedernal, el falo de acero, de filiación matrilineal, no es la x que está debajo de la barra del signo linguístico, que llama a la intervención, a la mediación del significante paterno, del Nombre-del-Padre.

 Gea le convoca a su hijo a la participación en algo que ella ya ha decidido, urdido, gestado. No es la historia que esta por escribir, el inconsciente ético, en acto, del orden de lo no-realizado, sino el saber sin fallas, sin grietas, que se sabe a sí mismo.

 Lo primero que está torcido, dado la vuelta, en el primer tiempo de la metáfora paterna, es que la x del significado al sujeto del Deseo de la Madre ha sido desalojada de su lugar debajo de la barra.

 Bajo la barra está el padre caído, Urano, en su impotencia, en la coyuntura de padecer la castración por parte del hijo.

Encima de la barra no está el Deseo de Gea, que, en el ínterin, al haberse cerrado sobre sí misma la x enigmática del deseo del Otro -esfericizándose-, ha provocado la sustitución del Deseo de la Madre por su Demanda, por el empuje al goce.


La esfericidad de la demanda materna

 Ya no se trata de un significante materno que sostiene un deseo, una falta, sino de una demanda identificada a una voluntad de goce, que es, en última instancia, voluntad de muerte, reacción terapéutica negativa (Tánatos).

 En el lugar de la Madre ya no está el significante de la interrogación por su deseo, que convoca a la función paterna, sino la demanda en su estatuto de respuesta cerrada, bajo la forma de un imperativo, de un mandato (lo que se ha dado en llamar el superyo primitivo materno).

 Gea le ordena a Crono que castre al padre.

 Crono se somete al mandato, a la demanda de la madre.

 Crono no cuenta con los medios simbólicos, con el auxilio del significante, para poder interrogar y arribar a una respuesta con respecto al deseo de Gea: ¿Por qué quiere acabar con el padre? ¿Por qué le quiere castrar?

 Simplemente, actúa la demanda de la madre.

 El instrumento para castrar al padre le es proporcionado a Crono por La Madre-Tierra: la hoz de pedernal, parte de su cuerpo, carne de su carne, piedra de su piedra.

 Crono no es más que el ejecutor de una demanda que no se corta con su deseo.

 Su acto es un auténtico pasaje al acto, realizado bajo la atenta vigilancia de la mirada materna.

 La demanda tapa el deseo.

 Este es el primer tiempo en Crono:


        Demanda de Gea + Crono + (hoz de pedernal = instrumento materno = Falo materno)
                                        Urano = padre caído = padre impotente


 Insistimos, porque es decisivo: debajo de la barra del significante, de la castración, no está la de la interrogación por el Deseo de la Madre, el Che Vuoi, sino el padre castrado, impotente. El pobre Urano, en las últimas, para el arrastre.

 El padre es el único que está bajo los efectos de la castración (imaginaria) que proviene de una madre victoriosa, preservada de sus desdichas, a resguardo de los embates, de los vientos huracanados de lo real.

 Gea y Crono, tête á tête, están ambos encima de la barra, en estrecha solidaridad, mediada por la hoz de pedernal, por el falo imaginario, a salvo de la castración.

 El padre castrado, caído bajo los golpes de la barra-hoz de pedernal, en su condición patética, vela, cubre, tapa, la del significado al sujeto del Deseo de la Madre: Con este hombre, impotente en su deseo, ¿cómo voy a gozar? Te lo confieso a ti, hijo mío... le dice Gea a Crono.

 Esta primera posición -patológica- del primer tiempo de la operación de la metáfora paterna determina todo lo que vendrá después, la conformación respectiva del segundo y tercer tiempo.


Los tiempos de la metáfora paterna

 Sobre todo, porque sus dos efectos fundamentales son, en primer lugar, la denegación de la pregunta por el significado al sujeto de la (incógnitadel Deseo de la Madre motivada por la posición respectiva de impotencia y de omnipotencia del padre y de la madre.

 En segundo lugar, el rechazo inevitable de la Función Simbólica, Paterna, del Deseo del Padre, del Padre como portador y sostén del Significante del Nombre-del-Padre, de la Ley.

 El Falo está en posesión de la madre, al no haber incidido sobre ella el corte del significante, la castración paterna, la interdicción de la Ley.

 En cambio, el padre, está desprovisto del instrumento fálico, del significante del deseo: más que castrador, está castrado.

 En el segundo tiempo de la operación de la metáfora paterna las cosas están dislocadas, invertidas, debido al efecto perturbador de un elemento imaginario muy potente, que subvierte los lugares y las funciones.

 Si lo lógico, a partir de la lógica de la estructura, de sus leyes, que son las del lenguaje, es que sea el padre el que castre al hijo (¡con el instrumento de la palabra!), aquí, es el hijo el que castra al padre con un instrumento imaginario, con esa hoz de pedernal que ha recibido de la madre.

 La consecuencia es que, al que se le sustrae el falo, el que sufre la pérdida del objeto, es el padre y no el hijo (como debería ser para que pueda poner en juego su deseo en otra parte, con otra mujer, que, al mismo tiempo, sea y no sea la madre).

El hijo está ahí en una posición de superioridad y de dominio con respecto al padre, identificado al falo imaginario materno, que sostiene entre sus manos, utilizando esa hoz materna como si fuera suya.

El hijo es el hijo + falo imaginario.

La madre es la madre + falo simbólico.

El padre es el padre - falo simbólico.

 Urano, en el lugar del Padre primordial, mítico, no ejerce su función de padre real, como agente de la operación de la castración simbólica, del corte significante sobre un cuerpo que permanecerá fijado en su identificación al falo imaginario: φ (Serlo) → -φ (No tenerlo)  (operación de la castración mediada por el significante).

 Más que castrador, es un padre castrado. Su caída, su impotencia, es la constatación de que no puede sostener el valor, el prestigio, el precio de su palabra... ¡frente a la madre! Su discurso cotiza a la baja en el mercado de los bienes (maternos).



Los atributos de Gea

 Urano está representado en una posición de impotencia cuyo grado se mide en referencia a la potencia simbólica que le correspondería en tanto lugarteniente (persona con autoridad y poder para sustituir a otro en algún cargo) o albacea (persona encargada de hacer cumplir la última voluntad de un difunto y de custodiar sus bienes hasta que se repartan entre los herederos) de la Ley del significante (que, según Lacan, es idéntica al deseo).

 Su caída como padre supone el colapso de la piedra angular de la estructura, su arco de bóveda, el tirante de la edificación simbólica: el Significante del Nombre-del-Padre.

 Esto se capta perfectamente en el fresco. La caída de Urano provoca el derrumbe de la bóveda celeste. El eje-macho que sostenía la cúpula del cielo se ha salido de su agujero-hembra. Lo real que ajustaba las piezas ya no ejerce su función. Es una catástrofe.


El derrumbe de la bóveda celeste sobre la tierra

 En el caso de Urano-Gea no se produce la sustitución del significante del Deseo de la Madre por el del Deseo del Padre (segundo tiempo de la metáfora paterna), que tendría un efecto de creación de sentido, de metaforización del falo materno (el objeto del deseo del Otro; causa de la falta del Otro):


                         Significante del Nombre-del-Padre    →   Urano
                         Significante del Deseo de la Madre           Gea


 A partir de la incidencia de la castración simbólica, de la Ley del Padre, se debería haber producido la separación -previa renuncia al falo- de la madre y el hijo, lo que comportaría la exclusión de este último de la escena primaria, de la sexualidad de los padres (que no es la suya).

 Pero aquí, la madre y el hijo, con el falo a cuestas, están más unidos que nunca, formando una Unidad, y el que aparece excluido, expulsado de la escena, es el padre.

 El objeto separador paterno se ha convertido en el objeto separado, fuera de juego, en default, a verlas venir.

 La madre y el hijo están en esta posición:

 Madre + Hijo (falo imaginario: φ) = Uno imaginario (de la unificación). 

 Madre + φ (hoz de pedernal) = A no dividido por el significante: Madre no castrada (por el padre de la Ley).


 Evidentemente, al no realizarse la sustitución significante en la que el significante del Nombre-del-Padre desaloja al significante del Deseo de la Madre de su lugar en la cadena del significante, no se constituye la metáfora paterna.

 El Deseo de la Madre no queda reprimido, en situación de latencia, debajo de la barra separadora del significante.

 La Madre, Gea, sigue arriba, y el Padre, Urano, es el que está debajo, down in the dumps (abajo en el vertedero), o down in the hole (abajo en el agujero).


La tachadura de la demanda total materna

 La Madre, Gea, está in the upper side (la parte elevada), con lo cual no se produce, debido a ese desnivel, el encuentro entre los significantes paterno y materno, entre el significante de la Ley del Otro y el del Deseo del Otro, entre los goces macho y hembra, fálico y femenino, todo notodo. Por esa rendija del desencuentro, del desnivel, se escapa la girl-phallus o el boy-phallus.

                                                        Gea   
                                                        Urano


 En la escena, la madre está sobre el padre, y no a la inversa.

 El padre, en vez de penetrar y agujerear a la madre, con el órgano fálico, es penetrado y agujereado, atravesado -en posición femenina-, por el instrumento de corte materno, la hoz de pedernal, en manos del boy-phallus.

 Al no ser desalojada la madre por el padre de su lugar preeminente en la cadena del significante continuará sustentando la primacía fálica, detentando la potestad y el poder omnímodos de la significación.

 El cachito que pierde el saber en el proceso de significación, ese resto-que cae, la parte de goce en exceso, es lo que impide que el universo de discurso se cierre sobre el sujeto, atrapándolo en sus redes infinitas.

 Basta que la madre desee al padre, que lo ame como se aman los sujetos humanos, con todas sus paradojas, malentendidos y desencuentros, para que el campo cerrado de las significaciones maternas, de su demanda, resulte agujereado.

 El objeto que perfora el ciclo materno, que se invagina sobre sí mismo, es el objecto @, el objeto del deseo, del fantasma fundamental.

 De la ek-sistencia del agujero en el campo del Otro solo puede dar testimonio fehaciente el goce (el objeto en su estatuto de real).

 El hijo-Crono ha quedado capturado bajo la sombra de las significaciones maternas, que lo encerrarán en un ser, no menos incómodo por ser fálico.

 La no intervención castrativa por parte del padre, tajante (de tajocortehendidura), rotunda, que ataja, zanja, dirime, sanciona, impide que el hijo acceda a la posición del deseo, a la carencia de ser.

 La Madre es la mujer sin tacha, no tachada en su deseo por la Ley del Padre, por el significante que éste aporta ex novo, desde cero.

 La mujer es la Madre tachada, causada en su deseo por un hombre.

 La del Deseo de la Madre, que remite a la significación fálica, a la pregunta por lo que le falta
, al ser desplazada debajo de la barra de la castración por el fuego graneado de los significantes paternos, recibirá, gracias a la inter-posición del Nombre-del-Padre, su significado metafórico.

 El segundo tiempo de la metáfora paterna dice que la Madre deberá ir a buscar la significación y la satisfacción de su deseo al lugar del Otro, a un Padre que tiene que dar pruebas de que está en posesión del instrumento fálico, del significante que le falta a la Madre, que se convertirá en el índice de la búsqueda de su goce.

 3) El tercer tiempo de la metáfora paterna en Crono castrando a su padre Urano

 El tercer tiempo, el concluyente, después de la sustitución en la cadena metonímica del significante del Deseo de la Madre por el significante del Nombre-del-Padre, es un efecto de creación de sentido, de metáfora.


La significación del falo

 El efecto de significación terminal de la metáfora paterna -que, si es logrado, preservará la en su dimensión de verdad-, concierne al significado del falo en tanto objeto del deseo materno.

 El niño sabe que, más allá de él, hay un objeto que causa el deseo de su madre, que, -¡oh sorpresa y desengaño!-, no es él. Lo que no sabe en absoluto es de qué deseo se trata.


El más allá del niño

 Inicialmente, con relación a las ausencias de la madre, el niño está confrontado a un puro agujero por el que puede desaparecer. Plantear ese agujero como una x, en su función de incógnita, ya es el resultado de una operación simbólica (por eso Lacan dice que el estatuto de la madre presente-ausente, en tanto agente de la frustración, es simbólico).

 Para que el objeto fálico, causa del deseo de la madre, sea metaforizado, deberá intervenir, desde un lugar tercero, la Función Paterna, la Ley del significante, el Nombre-del-Padre: la palabra.

 La posición de la madre, de respeto, de no hacer caso omiso la palabra del padre, de sometimiento a la Ley del Padre, de dependencia de los significantes paternos, es lo que dará paso a la significación fálica del objeto de su deseo como conditio sine qua non del acceso al goce.

 De este movimiento decisivo inter parens, de intercambio significante, depende la constitución del fantasma fundamental ($<> a) en su función de soporte del deseo.

 La posición de la madre con respecto al deseo y al goce dependerá de lo que acontezca en el lugar del Otro, de su lazo con los significantes del Otro.

 Este lazo de lenguaje determinará su tachadura, barramiento, spaltüng, bajo los significantes que la representan, que la marcan en el discurso del Otro.

 ¿Aceptará o no la madre la mediación paterna, su potestad en los asuntos del deseo, el peso y la autoridad de su palabra, de tal forma que su significante, el de su deseo, quede desalojado de su lugar en la cadena de las metonimias, siendo sustituido por el nombre del padre?

 En el caso de Gea es evidente que no sucede así. Su hoz de pedernal, el significante de su voluntad de goce, no acepta ser sustituido por el instrumento de corte significante del padre.

 Gea no se somete, no acepta la autoridad de Urano, su dominio, es ella la que, al detentar el poder de la significación, es dueña del deseo, identificado en su ser al falo, que no consiente en cedérselo al padre.

 El padre ha sufrido una caída, padeciendo la castración infligida por los significantes del deseo materno.

 El punto final de la operación metafórica no se produce en La castración de Urano:

                 
                                       NP     A   
                                                 φ


 No hay NP que, en su estatuto de número de oro, de objeto @, establezca la proporción áurea entre el Deseo del Otro (A), el Uno del significante, de la cuenta, y el falo (φ) como objeto de goce, que, al estar caído debajo de la barra del significante, se sustraerá al saber, constituyéndose como la verdad irreductible e irrenunciable del sujeto.

 El problema es que la caída del padre, de su significante, de su palabra, no es sin consecuencias. Mejor dicho, comporta consecuencias nefastas.

 En el fresco de Vasari observamos que la humanidad, ante el derrumbe de Urano, huye despavorida, en una situación de pánico absoluto.

 ¿Cuál es el motivo? Resulta que Urano-El Cielo, es el perno, el pasador, el vástago, que soporta la cúpula celeste. Si cae Urano, todo el armazón que sostiene el firmamento se colapsa. ¿Por qué? Con esto continuaremos.


Rubens