La Clínica psicoanalítica y sus avatares

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martes, 28 de agosto de 2018

"Nombre propio, Rúbrica, Cuerpo y Goce (Segunda parte)

 I) Firma, fantasma y deseo



"Miedo"; Novelas; Stefan Zweig; Acantilado; Barcelona, 2012.

  Continuamos con ese intento desesperado, dignamente histérico, discursivo por más señas, por parte de Irene, la protagonista de "Miedo" -novela de Stefan Zweig-, de grabar, estampar, acuñar su firma, la de su deseo, en el cuerpo del Otro.

 El amante es un pobre pianista, o un pianista pobre, según se quiera, que encarna la penia. 

 Penia -en griego Πενία-, en la mitología griega era la personificación -daimona- de la pobreza y la necesidad, siendo por tanto odiada y marginada por todos los hombres.

 Era compañera de Aporia (la dificultad), Amekhania (el desamparo) y Ptokhenia (la mendicidad), siendo lógicamente sus opuestas Pluto (la riqueza) y Euthenia (la prosperidad). [Wikipedia; La enciclopedia libre].​

El vínculo de Irene con su amante-pianista lo podemos formalizar, o, más bien, firmarescriturar, a través del matema del fantasma, de su rúbrica, a la que podemos considerar como el nombre-propio-del-deseo:

                         
 $ (barrado) ◊ objeto @ .................... nombre-propio-deseo 


 Por medio de este matema, que no es más que una articulación literal, el sujeto sostiene su deseo, y, más allá de su deseo, el goce.


 Fantasma ----------------------->> Goce



 El valor para Irene de su amante se lo da su condición de hacer éste de semblante del significante del deseo, del así llamado representante de la representación (vorstellungsrepräsentanz) del falo (Φ).


Lo importante son las manos

 Como tal amante, en su condición de persona o de personaje, no es que sea totalmente indiferente (debido a que hay algo de él que conecta con el deseo de Irene), sino que es absolutamente contingente, prescindible, sustituible por otro (como cualquier significante).

 Su valor de deseo, de goce, depende del lugar que ocupa en el discurso de Irene, que, si no estamos desencaminados, se trata del discurso de la histeria.

El discurso de la histeria

 El amante, el querido pianista, hace semblante del significante-amo, del S1, en el lugar del otro.

 Es evidente que este hombre, en su forma de ser, es lo más alejado de un amo. En todo caso, se le podría catalogar (en el catálogo de los amantes) de un petit maître.

 Esto nos confirma que lo importante es su función de representante (repräsentanz) de la representación (vorstellung) del sujeto del deseo, del sujeto de la falta: $.

 El pequeño pianista, en el discurso de Irene, se sitúa como S1 -significante amo-, en el lugar del otro, porque Irene le supone un saber, un S2, sobre su condición de mujer, de sujeto femenino tachado por el significante ($).

 Lo importante no es tanto si el pianista sabe algo o no sabe nada (no es una cuestión de saber sino de suposición de saber) en relación con la cuestión que le interesa verdadera y ardientemente a Irene, sobre lo que constituye su pregunta histérica: "¿Qué es una mujer?".

 Lo más probable es que el pianista, fallido como todos, no tenga ni la más remota idea sobre qué es ese bicho tan raro, singular, al que se da en llamar, por llamarlo de alguna forma, una mujer.


Una mujer: un bicho raro

  Es de todo punto obvio que nadie sabe lo que es una mujer. Consecuencia: la mujer es real.

 Lo importante no es el challenge del saber, el contest sapiencial.

 Lo decisivo es que Irene le Suponga al Sujeto-pianista un Saber (S2) sobre su condición de sujeto dividido  por el significante ($).

 Es el acto de suposición de saber (transferencial) por parte del discurso de Irene lo que le ubica al pianista como S1, como Sujeto supuesto al Saber (SsS).


El Sujeto supuesto al Saber

 Lo que Irene ama en el pianista no es el pianista, sino el saber que le supone al pianista sobre su condición de sujeto, sobre su deseo de mujer.

 Se trata de un amor al saber; o, lo que es lo mismo, de un amor de transferencia, debido a que, en la transferencia, el amor se dirige al Sujeto al que se le Supone el Saber sobre el deseo (lo-que-falta-por-decir.)

 Irene, en realidad, lo que busca en el otro es un saber sobre aquello con respecto a lo cual no hay saber, que agujerea el saber, que pone al desnudo, mostrando sus vergüenzas, la falta del saber: lo real del sexo; su goce propio.

 Precisamente, no hay significante de lo real del sexo, del goce femenino: A.

 Esta es la función eminente del amante, a lo que se reduce en su condición de amante, más allá de todas sus supuestas artes amatorias, donjuanescas: a dar soporte de saber a la pregunta por el deseo de Irene, a la x de la causa.

 Si el amante es un significante, el representante de la representación (Vorstellungsrepräsentanz) de la-falta-que-hace-desear, del , del objeto fálico, es evidente que carece de cualquier tipo de significado (aunque no carezca de significación en el circuito del deseo.)

 Por lo tanto, es mejor que no se lo crea mucho, aunque la posesión del falo, ese significante que se tiene-no se tiene, aunque sea bajo permanente amenaza, conduce necesariamente a esa ilusión-desilusión, a la única y auténtica bipolaridadexaltante-deprimente, que es la de falo-castración

 Si Irene está con él no es por él, por sus eximias cualidades eróticas, por sus acrobacias sexuales, sino porque no sabe lo que hacer para causar el deseo de Friz, su marido, debido a que padece una pertinaz y atroz sequía amatoria.

 No hay nada que se la levante (a excepción de unos oscuros delincuentes que remiten a un circuito homosexual del que las mujeres están excluidas.)

 Al amante, en el fantasma de Irene, lo podemos inscribir como el significante del deseo, de la falta fálica ():


 (Irene) ◊ -φ (amante) ........................ Deseo.


 El lugar del amante en el fantasma fundamental, que es una escritura lógica, un pathema mathemático, más allá de los fantasmas phantasías de Irene, de estirpe imaginaria, le sirve a ésta para poder sostener su deseo (totalmente ocluido o Frizcluido en su matrimonio).

 Si para la condición de sujeto dividido ($) de Irene, el amante es el significante (Φ) del objeto del deseo (), es evidente que el pianista tiene un valor fálico, en tanto y cuanto el falo es el significante del deseo:


 (Irene) ◊ Φ (amante) ........................... Objeto del deseo (-φ)


 Avanzamos un poco con la firma y la representamos con una rúbrica un poco más compleja y enrevesada:


 (Irene) ◊ [amante ............................. Deseo
                       


 El secreto del amante, lo que enardece a Irene, en sus visitas clandestinas y apresuradas al lugar del pecado, es el objeto , el resto caído de las alturas ideales, de las prestancias o prestaciones imaginarias del Φ dominador.

 Irene lo que desea es un deseo, es decir, nada, un significante, un amante que actúe como agente de la castración, que la prive del Φ (objeto simbólico), que la dé el don absoluto, la falta, el .


El falo de Rabanales

 El amante, que a nadie le quepa la más mínima duda, tiene un falo (Φ) entre las piernas.

 A pesar de ello, de ser un artefacto molesto y poco manejable, cuyas instrucciones de uso y disfrute demoran el proceso, este significante pedrestre, vulgar y zafio, no lo ocupa todo; todavía quedan lugares vacantes, que albergan promesas de otro goce.

 Es muy importante, para la credibilidad del argumento de la novela erótica entre los sexos, que el hombre porte un significante en la entrepierna que a la mujer le pueda servir como mojón de referencia para su goce propio (por eso ella tolera tan bien sus defecciones fálicas.)

 Esto, su función de guía, de piedra miliar, es lo que permitirá descender a los bajos fondos, al bies de las cosas, a su envés.

 A no confundir el con una faca rompedora (el falo imaginario)

 Eso, a la mujer, le suele interesar, sobre todo en el momento del goce post-orgásmico, en el que ese significante eréctil y prominente, avanzado, desfallece, se desvanece, hace cataplás: "Pim, pam, pum... ¡fuego!".

 Es el tiempo en que se vino abajo.

 ¿Todo se vino abajo? Notodo.

 Lo normal es que, alcanzado ese punto, ese umbral, en que el hombre ya no puede más, la mujer se compadezca, lo anime a levantarse, a volverse a poner enhiesto.

 De paso, ella, puede dar un paso-de-más, al haberse quedado libre de ataduras, de sujeciones, de servidumbres fálicas, para poder dedicarse a lo suyo.

 No solo se compadece y siente ternura por su impotencia; también, en esa coyuntura des-falleciente del cataplás fálico, se le abre una pequeña ventanita, otro camino, que le va a permitir no quedar atrapada en su ser fálico, tomando otros derroteros, dando un paso-más-allá, en pos de su goce propio -el femenino-, el otro goce, que, con respecto al del falo -el masculino-, es suplementario, heterogéneo.

 Aquí es necesario abordar con toda delicadeza asuntos de alcoba, muchos de ellos inconfesables.

 Ya se sabe que el psicoanálisis nació en la alcoba de Freud, en el lecho de las palabras, con ese eufemismo que llama a la cama el diván.


La cama de Freud

 Lo que a Irene le interesa del hombre no es su falo simbólico (Φ), el significante que obtura la falta, que la puede llenar, completar, de forma totalmente satisfactoria (aunque ésta pueda ser una aspiración del amante).

 A la mujer le puede atraer el falo simbólico por su posición en la entre-pierna, es decir, por su posición entre.

 Irene se interroga por el más allá del falo simbólico (Φ), por aquello que lo hace hablar, gozar.

 Ya hemos dicho que el falo del hombre -¡y el de la mujer!- es un artilugio parlante.

 Eso que causa su parlamento, su parlare, su bla-bla-bla, es un real; por azar, por contingencia, el objeto @.

 Su deseo apunta, como una flecha lanzada por el arco de la vida, al falo parlante, al cuerpo hablante (¡y gozante!)

 Lo que a Irene le apasiona verdaderamente no son los logros, los éxitos, sino las carencias del falo simbólico, sus defectos, sus actos fallidos, lo que no acierta a capturar y deja caer como resto, desvelando lo innombrable, mostrando lo vacante, lo incolmable, el respiradero del falo, esa rejilla a través de la cual el sujeto se asoma a ese exterior sin interior.

 Lo que no prende, y, por consiguiente, des-prende, suelta, el falo simbólico, en función de residuo, el desecho que despreciaron, por insignificante, los arquitectos de este mundo, es el objeto @, cuya medida es el de la falta castrativa.

 El -φ es la expresión, formalmente simbólica, de la imposibilidad -¡simbólica!- del falo simbólico (Φ) de decirlo todo, lo que conlleva la privación, en tanto falta real, irreductible, de un objeto simbólico, que abre la puerta a la posibilidad de generar, justo en el punto de todo este fracaso, abatimiento, desfallecimiento, un goce suplementario.

 Gracias a que el falo simbólico dice notodo se abre un hueco donde se podrá gozar de forma diferente a la de todos.


Las fórmulas de la sexuación

 ¿Qué es lo que causa el deseo de Irene? Un hombre que ... tenga un deseo, que pueda funcionar como deseo del Otro, causado por un objeto que opere como una x, de forma enigmática.

 No exactamente o no solo que la desee a ella, cosa que se puede confundir con el amor y sus demandas.

 Ella no persigue a un hombre de éxito, docto y sabio, sino a un hombre que fracase hasta el fondo, que no sepa lo que hay que hacer con una mujer, entre otras cosas porque no hay nada que hacer, o, mejor dicho, hay que hacer nada, simplemente hilar y trenzar significantes.


Desear a una mujer como es debido requiere hilar y trenzar significantes

 Por eso, Irene, se busca nada más y nada menos que a un fracasado, a un no-amo, a un pianista que no da la nota, que desafina que da gusto, el cual, por su sola existencia en el mundo, por su condición bufonesca, hazmerreír de los bienpensantes, de los que se la cogen con papel de fumar, se cisca en todos los ideales de la opulenta y exitosa burguesía.

 El no es el patrón de medida de la falta simbólica -reductible-, sino de la falta real -irreductible-, la que tiene que ver con la caída del objeto @ del cuerpo.

 Lo que el falo simbólico deja caer como falta no es un significante, sino un objeto, al que Lacan llama metonímico: el objeto de la falta; el .

 El -φ es el aparato de medida de lo real, de un goce que implica el extravío del falo, su caída.


La castración: el aparato de medida del goce

 El falo, en su aplastamiento, ha quedado  fuera de juego, haciendo mutis por el foro.

 El escenario está vacío.

 Todos esperan la entrada inminente de otros actores; la intervención decisiva, cortante, de los otros personajes.

Por ejemplo, el personaje o personne del goce, que no es nadie, el cual, simplemente, detrás de su máscara, le dice No (ne) al goce fálico, al de todos y al de ninguno (el goce anónimo).

La máscara del goce

 Eso que el falo del hombre no alcanza, deja vacío, fundamentalmente insatisfecho, es el reducto, la copa dispuesta para que una mujer apure el vino con cuerpo, para que calme sus ansias, su sed de un goce notodo.

 Irene es una burguesa insatisfecha a la que su marido no la pone.

 Paradójicamente, Irene, sufre más de un exceso de satisfacción, al estar todas sus necesidades plenamente colmadas, que de insatisfacción, por tener en su vida algún deseo insatisfecho (pertenece al linaje de todas las grandes y pequeñas histéricas que pueblan el mundo).

 Friz es un auténtico falo simbólico, hecho y derecho, crecidito, un hombre leguleyo, revestido con todo el saber del Derecho, Natural, Civil, y, si se presta, si es menester, Penal (este es el que más le gusta); incluso, Eclesiástico.

 Es un compendio universal del Derecho.

 El caso es que no hay caso, que, a Irene, mujer pizpireta, no la hace ni caso, al no dejar ningún resquicio, hendidura, por el que se pueda asomar -¡y asombrar!- el ojo travieso, el rabo juguetón, de lagartija, de un amante como dios manda.

 El amante, el pianista, tiene para Irene, un valor fálico (¡alto y claro!: de falta.)

 Esto no tiene nada que ver con el pene, con su tamaño, que es un valor imaginario, altamente imaginativo, narcisista, sino con el phi () como órgano del goce.

 El valor fálico remite al deseo, y, sobre todo, a ese goce ilocalizable, que, a veces, se escabulle, otras, nos asalta, inopinadamente, arteramente, desde el no-lugar.

 Este valor no se lo otorga el significante del Falo con mayúsculas, el Phi (Φ), en tanto El significante que responde a la falta del deseo, sino aquel objeto negativizado, que se sustrae al falo erecto, el cual, en el límite de la castración, cae, en una deflación detumescente, entregando su armas, enarbolando la bandera blanca, como la antonimia encarnada de la potencia: el : el objeto metonímico.

 En el acto sexual, el , el objeto de la castración, suele estar plásticamente representado por el derrumbe del falo, por su detumescencia, en la cúspide del orgasmo: "No da más de sí ".

 El falo es un pellejo, un odre, una badana, un bagazo, que tiene la propiedad de hincharse (tumescencia) y de deshincharse (detumecencia).

 Cuando se deshincha, se pone de manifiesto su condición de vesícula, su vacío constituyente, que se disimula en el tiempo de su hinchazón tumescente.

 Por este motivo, muchas mujeres se complacen en pinchar el globo de la virilidad fálica.

 Así, en una precisa carambola, las mujeres pincha-globos obtienen, de un solo golpe, un doble beneficio: arrumbar el goce fálico, y, gracias al vacío que deja su dejación, poder acceder a ese goce que está más allá del falo, que es notodo.

 Irene pincha el globo de Friz con la aguja puntiaguda de un pianista notodo, que está más perdido o loco que las maracas de Machín

 El goce fálico se ha encontrado con aquello que lo limita, con ese real que está del otro lado, en el pliegue o el repliegue de la castración.

 Igual que el último mohicano, el hombre, en el momento culmen, se ha visto desprovisto del significante supremo, del significante de todos los significantes.

 El falo ha enmudecido, se ha quedado sin palabras.

 El símbolo del sujeto se ha desvanecido, lo que provoca su tachadura, su división, su no-saber.

 Ya no se trata de efectos de significación, que, gravitando en torno a una ausencia, aportan el material simbólico que falta, sino de efectos de goce, que ponen en juego lo real del cuerpo.

 Aquí, con la detumescencia, el cataplás fálico, concluye el acto sexual (para el hombre), si éste se asimila a lo más limitado, restricto, restringido, del goce fálico.


El cataplás fálico

 Donde acaba el goce masculino, Uno (para el hombre y la mujer), a la altura del litoral, comienza el femenino, Otro (para el hombre y la mujer).

 Si el instrumento fálico ha quedado en default, ha depuesto sus armas, caído en combate, habiéndose alcanzado las últimas posiciones orgásmicas, aparentemente ya no hay más que hacer, solo bajar el telón, recoger los bártulos y volver a casa:

 "Señorita, yo y mi falo, ya no damos más de sí... si usted, además, no lo tiene, solo podemos poner punto final a esta extraordinaria aventura; hemos gozado con este instrumento como buenamente hemos podido, el cual, desgraciadamente, ha hecho <<cataplás>>; mírelo usted en su abatimiento; qué le vamos a hacer; resignación y paciencia; uno no lo puede todo; otra vez será...".

 Después de haber gozado todo (esta es la definición del goce fálico: ∀x Φ [ x ]), resulta que no se ha gozado del todo, que queda el notodo por gozar (¬∀x Φ [ x ]) , que no es una parte del todo, sino lo que está más allá del todo, del todofálico, del falo (Φ) y su castración ().

 Más allá del , del goce castrativo, del límite fálico, de la imposibilidad del todofálico, se puede ubicar un goce-en-más o de-más, un suplemento de goce, al que denominamos goce otro goce femenino.

 Lo que lo caracteriza es que es notodo fálico.

 Pasa por el cuerpo, pero notodo por el falo. 
   
 En el lado femenino de las fórmulas de la sexuación,  La Mujer, tiene una relación con el Φ (ubicado en el lado masculino) y con el  S (A), situado en su propio casillero; es decir, a la vez, con el falo y con el goce que se sustrae al falo.

                                         
 La ---------------------------> Φ: goce fálico

 La ---------------------------> S (A): goce notodo


 Esta ambivalencia, en el sentido estructural, es lo que explica la reacción de pánico de Irene después del encuentro sexual con el amante.

 Al salir de su casa, de la casa del Otro (donde se ha encontrado con Lo-Otro), para retornar a la suya, Irene se ve invadida por un miedo atroz.

 Es la angustia de ser descubierta, señalada, por la mirada del Otro, pillada in fraganti, en un delito de lesa infidelidad.

 Es el momento de la vergüenza suprema, la que nos afecta desde lo real.

 Es tal su angustia que todo el momento romántico anterior se borra, se volatiliza, siendo atravesada por un miedo que hace que tiemble en su cuerpo desde la cabeza a los pies.

¿Cómo interpretar esta reacción de angustia masiva?

 Irene se ha encontrado con su amante en un encuentro sexual.

 Es evidente que, desde el punto de vista de la moralidad y las buenas costumbres, se trata de algo prohibido, una transgresión de la ley, un acto de infidelidad, que atenta contra los principios más firmes y finos de la ideología burguesa-capitalista, que ordena no dilapidar el patrimonio matrimonial en valores de baja cotización, no rentabilizables (por ejemplo, en un pianista de poca monta.)

 El tener un amante, o varios, estaba a la orden del día entre las mujeres de la burguesía vienesa; es una especie de divertimento o pasatiempo más, para matar el aburrimiento mortal que corroe sus vidas, sin mayor trascendencia, sin ninguna consecuencia (más que la de engañar al marido, al burlador burlado.)

 Peligro, ninguno.

 Si esto es así, si las relaciones sexuales se han degradado hasta convertirse en un simulacro, el miedo de Irene no se puede justificar por un sentimiento de culpa frente a un deseo reprimido, que rebota en una necesidad masoquista de auto-castigo (cliché psicoanalítico.)


"Muerte y vida", 1916, Gustav Klimt

 Vayamos a lo más serio, a las coordenadas del goce.

 Irene ha tenido un encuentro sexual con su amante en el que ha gozado del y con el falo.

 El que haya podido o no alcanzar un orgasmo fálico no es lo decisivo.

 En la dimensión fálica no solo está el falo que el hombre presume tener y la mujer ser (en la mascarada masculina o femenina).

 También está el goce.

 Irene, cuando sale del encuentro sexual, se separa del falo, es abandonada por el falo.

 No solo se aleja de su amante, sino que se distancia de las inmediaciones del falo, de su vecindad.

 Ahora, en el postcoito, a solas consigo misma, a la intemperie, sin el paraguas del falo, se ve sometida a todas las inclemencias del tiempo.

 El goce fálico, inseparable del acto sexual, de la copulación con el falo -el significante del deseo-, ha quedado atrás, más allá de la puerta de la alcoba, cerrado.

 Ahora, cuando abandona las interioridades del falo y sale al exterior, se trata de otro goce, de un goce otro, notodo fálico, al que ella deberá enfrentar en soledad.

 Más allá del umbral del falo, del límite establecido por este significante, Irene se confronta con su propio goce, con lo femenino.

 En ese punto, frente a ese goce enigmático, extrañamente-familiar (unheimlich), surge la angustia, y, como defensa, el miedo (la fobia, el pavor, la crisis de pánico, etc.).

 A Irene se le hace presente -más allá del espacio del amante-, en su inminencia, inmediatez, su propia condición carnal, ese goce del cuerpo, que, al haber quedado desprovista del recurso al significante, a ese falo (Φ) bajo el cual se guarecía (como el hombre se protege en el interior de una cueva de la tempestad desencadenada), la golpea, la asedia, la captura, desde un real sin nombre, abocándola al más absoluto de los desamparos (hilflosigkeit).

 Ahora, fuera de la cueva, en el escenario vienés, por el que flotan los ecos premonitorios de lo siniestro, queda expuesta a la furia de la tormenta desencadenada, a lo real de los elementos, a la fuerza desatada de la naturaleza, que, desde un exterior sin interior, la amenazan con su desaparición (afánisis)
.
 El miedo, el extremo temor, a ser descubierta, es la proyección imaginaria que re-cubre su angustia, la expresión de su radical desamparo frente al otro goce, frente al Otro sexo.

 Hay un circuito que va del significante del falo (Φ) al goce del @, pasando por el objeto de la castración ():  


 Φ------>> -φ------->> objeto @


 Lógicamente, no estamos hablando de cualquier deseo, de cualquier firma, dado que lo que está en juego es la pregunta por el deseo del Otro, rubricada por un signo de interrogación (el trazo del grafo del sujeto), en su anudamiento con el estatuto del Otro tachado (S [A]), causado por un objeto @.

 En el cuadro de las fórmulas de la sexuación tanto el S (A) como el objeto @ están de lado femenino.

 La mujer tiene una relación con el objeto del fantasma y con el Otro sexo; con el @ y con el A.

 El significante fálico (Φ), del deseo, a la vez que es el signo de la falta del Otro, la tapona, la ocluye .

 El sujeto, en el tiempo de la angustia, se podrá asomar a la pregunta por el deseo del Otro, al Che vuoi, a condición de que, gracias a la operación castrativa del lenguaje, el Φ se negativice: .



 Φ <<-- operación de castración -->>  <<--->> S ( A)



 La clave está en la firma, en aquella que es la más firme, la que se @-firma: el trazo literal, la rúbrica como marca del goce:


 $ ◊  letra @   --------------------------> la rúbrica del goce
           


 El es la letra del goce, la que proporciona su certeza moral, su real ético.
                   
 La letra @, cuyo estatuto formal y material remite tanto a la función de la causa como a la del plus de gozar, se anuda, en una relación lógica, a la castración (-φ), a esa hendidura, efecto del corte del significante, que constituye el corazón del A:


  [S (A)] @
           

  
 El fantasma, en una de sus escrituras, anuda el goce del objeto @ con la libra de carne (-φ); así como con el Otro tachado por causa del significante (A):
                                         

 $  -φ + @    
       S (A)


 II) El nombre propio en el discurso de la histeria


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Los cuatro discursos

 En el discurso de la histeria, al ínclito pianista se le puede ubicar en el lugar del otro, haciendo semblante del S1, del significante-amo, en función de Sujeto supuesto al Saber (SsS).

 Irene, a través de un acto de lenguaje, que es portador de una suposición dirigida al Otro, le atribuye al pianista un saber, un S2, sobre la x de su deseo, sobre su goce de mujer.

 Ella, más que encamarse con la persona del pianista, trata de establecer una coyunda con el saber.

 A causa de que sobre lo real no hay saber, el S2, aportado amablemente por el significante-amo (S1), por el amo (mago o imago) del significante, en función de SsS, se mostrará impotente para alcanzar el objeto @ (goce), ubicado en el lugar de la verdad del sujeto.


                                                               Transferencia
"¿Qué es una mujer?": $ (agente) -----------------> Sujeto supuesto Saber: S1 (otro)    
                   @ (verdad)                       <-----------------   Saber: S2 (producción)
                                                                Impotencia


 La estrategia del discurso histérico es clara: que una producción de saber (S2) advenga al lugar de un sujeto dividido por el significante ($), que se pregunta -¡ al estar atravesado por el síntoma!- por su deseo, por lo que le falta (... para ser feliz, como diría Kant).

 Para ello, se necesita desarrollar una política (incluso una poética) del amo en su relación con el deseo del sujeto.

 O, lo que es lo mismo, situar en el lugar del otro a un significante-amo (S1) al que se le supone el saber (S2) que falta sobre el deseo del sujeto ($).

 Aquí, la histérica o el histérico, se topan  con un pequeño o gran problema; mejor dicho, con un problema insoluble. ¿De qué se trata?

 Además del deseo, y su cohorte acompañante de saberes, está lo real del sexo, aquello de lo que no se sabe nada (que subvierte la suposición de saber al sujeto).

 Eso insoluble, en su condición de real, es un gran agujero en el saber (es un auténtico escándalo.)

 El amo se estrella, con toda su carga de saber, contra ese fuera de sentido, contra ese tope irrebasable, que es lo real del goce (sexual y no sexual.)

 Desde el síntoma histérico, que abole y tacha al sujeto ($), en su valor de pregunta -"¿Qué es ser una mujer?"-, se establece una transferencia de saber (SsS) con un significante-amo (S1) al que se le supone el saber (S2) que a ella (supuestamente) le falta sobre su deseo de mujer.

 En realidad, va a buscar afuera, en el otro, aquello, que, sin saberlo, lo tiene en ella misma, como un saber propio, suyo, que forma parte inseparable, como un bien precioso, de su patrimonio inconsciente.

 Se trata del saber no sabido que portan las palabras, los significantes reprimidos en el inconsciente,  vehiculizados por el discurso del sujeto (que es el discurso del Otro.)

 La histérica le demanda al otro, en posición de amo del saber, que le suministre, que le aporte, el (los) significante (s) que a ella le falta (n) para ser una mujer, para poder gozar como una verdadera mujer (La Mujer.)

 Entre la histérica y su amo -el amo (r) de la histérica- se establece una relación de amor de transferencia, que es un amor al saber, a ese saber que ella (o él) le supone al amo sobre lo que a ella (o a él) le (s) falta.

 El saber aparece como un bien precioso, investido libidinalmente, amado, con todo su brillo y esplendor, por las promesas de goce que alberga (el alhajero de la madre de Dora.)

 El saber supuesto a la Sra. K sobre el goce de La Mujer es lo que hace que Dora se manifieste extasiada ante su "cuerpo blanquísimo"; adoración que se prolonga en la admiración plena a La Madonna de Rafael Sanzio, en la galería de Dresde, durante una interminable y ensoñadora "hora y media".


La Madonna de Rafael, supuesta al saber

 En el discurso de la histeria todo iría sobre ruedas, bien engrasado, si la cosa se redujera a estos tres elementos, signos o letritas: $ (el síntoma; la pregunta histérica); S1 (el significante-amo); S2 (el saber).

 Si todo pasase únicamente  por la relación con el saber, el sujeto quedaría representado por el significante (el vorstellungsrepräsentanz): "El S1 (significante amo) representa un $ (sujeto) para un S2 (el significante del saber)".

 En el discurso de la histeria se ama el saber, se privilegia la transferencia con el saber.

 El saber de la histérica, el suyo propio, se cede, diligente y amablemente, a un otro que se presta, que abraza la causa del saber, que se identifica con el saber sin saberlo, quedando convertido en un significante-amo para todo uso (Todo-terreno), para todo lo que sea menester o menesteroso.

 Este juego discursivo -eminentemente histérico- produce saber a toneladas, del que se goza con fruición.

 El pavo, antes de ir al matadero, es convenientemente cebado, por lo que, plenamente satisfecho de sí mismo, hincha su pecho con fruición. No sabe que la sombra del cuchillo es alargada; que las mujeres no perdonan.

  De forma paradójica, ese amo que trabaja como un esclavo para la histérica, en la producción del saber que a ella -¡supuestamente!- le falta, a pesar de sus desvelos, afanes, sin sabores, en el intento imposible y desesperado de satisfacerla (allí donde no hay nada que satisfacer), al final de los finales, tira la toalla, da la batalla por perdida, recibiendo, como premio de consolación, el galardón de la impotencia.

 El saber del amo (¡no el del inconsciente!), otra vez, de nuevo, ha mostrado su impotencia, su cortedad de miras, su impenitente miopía, para horadar, con su punta roma, ese lugar donde se esconde la verdad (allí de donde proceden los efluvios poco aromáticos del goce.)

 No pasa nada: "A Rey muerto, Rey puesto".

 El amo no es valorado por la histérica por sus excelencias o el tamaño de su instrumento, sino por suponerlo detentador de un saber que podría proveerla del significante que falta, el que encierra la clave, la cifra de su deseo; aquello que, más allá del amor con el que supuestamente nos ama, es lo que verdadera, pasional o pulsionalmente, le interesa.

 A todo esto, resulta que lo que comanda esta producción de saber por parte de los amos de este mundo es un $, el sujeto dividido del síntoma, el que padece la incertidumbre sobre su condición, la duda sobre su ser; en román paladino, el que no sabe lo que es y no tiene más remedió que preguntárselo... ¡al Otro!... al que supuestamente sabe o pone la cara de tal (¡para que se la partan!).


Anna O. y la estrategia -¡la tragedia!- del saber

 Pero no hay que olvidar que no solo está el saber, sino el no-saber, lo inconsciente, el saber no sabido, aquello que le falta al saber, que lo agujerea, que lo amputa de su verdad (¡o de su mentira!)

 La frase completa, que resume todos estos laberintos de la subjetividad, es: "Se goza de un saber al que se le supone saber el significante que a mí me falta sobre el enigma de mi condición deseante".

 Su contrapartida es: "Se goza de un saber que, por suponérselo saber el significante que a mi me falta, se muestra impotente para dar cuenta de mi condición deseante".

 No es lo mismo, ni tiene los mismos efectos sobre el sujeto, saber (discurso de la universidad) que suponer-que-se-sabe (discurso de la histeria 

 El discurso de la universidad, del saber, del amo moderno, cierra la pregunta, la forcluye; el discurso de la histeria, con suerte y viento a favor, si se encuentra con el discurso del psicoanalista, abre la pregunta.

 El problema es que no solo hay saber, que, también -¡mecachis!-, hay goce; por lo que, el saber supuesto al otro, ese saber que se ama en la transferencia, el S2 del que se goza en el lugar de la producción discursiva, se muestra impotente para responder de mi verdad, de lo real del sexo, del goce femenino.

 A no ser que el discurso del analista, y su función de deseo, pongan en la palestra, en el lugar del agente del discurso, al @, lo real del goce, en función de causa.

 Hay un real, ahí, entretejido con el saber, que, por su condición de inasimilable, de irreductible, no se deja capturar por el significante.

 El motivo por el que el saber (S2), en el lugar de la producción, se muestra impotente para dar cuenta de lo real del sexo (@) es estructural, no contingente.

 Lo real-imposible es "lo que no cesa de no escribirse".

 Está guardado por cien llaves.

 Por lo menos, por dos negaciones que se potencian entre sí

Los lugares del discurso

 Todo el asunto pasa por ese real (@) que se atraviesa en el lugar de la verdad, trabando toda la maquinaria del significante ($-S1-S2).

 Hay una cadena significante: S1-S2; un sujeto ($), que es representado, como faltante, en los intervalos, los cortes, de la cadena del significante; y un real que se sustrae a la representación significante, que no puede ser capturado por el saber: el @ (lo literal o litoral del goce).

 En el discurso de la histeria, el @, en su dimensión de real, en su función de goce, se ubica en el lugar de la verdad, escapando a su aprehensión por la cadena del significante, por el saber: S1-S2.


S1-S2
  @----------causa------------> $


 El @ es la causa secreta de la histeria, su primus movens (motor primario), aquello, inconfesable y bochornoso, objeto de asco, que escapa a la cadena del significante, del saber, y que, en el tras-fondo o en los bajos fondos, en su real-ización, actúa como causa material de la división del sujeto ($)

                                              
 síntoma -------amor---------->    amo   
 goce     <------impotencia----    saber


 El síntoma se dirige al lugar del amo para que produzca el saber que remedie, palíe, la división del sujeto.

 ¡Oh sorpresa!, el saber se muestra impotente para resolver (también en el sentido matemático) esta spaltüng en la que reside la verdad del sujeto.

 Su causa, la de esta tachadura, no se localiza en el saber, sino en el goce (@)

 Si el S1 representase un $ ante el S2, si todo se mantuviera en la ditmension del significante, no habría nada peliguado y trastornador.

Para lograrlo, si fuera posible, que no lo es, habría que desalojar al @ de su posición en el lugar de la verdad, lo que nunca es un buen negocio (la reacción terapéutica negativa y el pasaje al acto así lo prueban.)
                 

      $     ------amor---->  S1     } tutto significante
      ?                              S2      


  El problema surge cuando notodo es tutto significante, sino que hay algo, que no es tutto significante, que es nontutto significante (fálico); por ejemplo, La Mujer, la proporción (rapport) sexual, o el falo real.

 Aquí, en ese malentendido fundamental, que es el de los goces babélicos, en relación con esa astilla clavada, ese accidente inevitable, ese tropìezo insalvable, el amor y su inflación de saber, la sobrestimación sapiencial, se hacen cascarillas, pedacitos, volatilizándose en medio de gritos de dolor, que dejan escapar un ¡No es posible!; ¡No me lo creo!

  Ahora uno se topa con el nontutto significante:


 significante ($) ------------------------> significante (S1) } nontutto significante
       real           <-------imposible-------  significante (S2)             



 Lo real, donde nontutto es significante, es la mosca cojonera, el mosquito zumbón, que impide conciliar el sueño.

 También es un palabra que es mejor elidirla, como "nombrar la horca en casa del ahorcado".

 Todo el problema del tutto y el nontutto significante se queda en familia: el partenaire-Otro (A) tiene el mismo problema que el partenaire-sujeto ($), dado que, en lo que concierne a su representación por el significante, a su vorstellung subjetiva, ambos están divididos. 

 Resulta que tanto el sujeto como el Otro, el A y el $, tanto monta, monta tanto, a pesar de contar con los planos del edificio, se dan de cabezazos con el techo. No es un techo flotante, pero como si lo fuese. No hay forma de calcular las distancias. No existe la divina proporción ni la relación áurea. Ahí se ha deslizado subrepticiamente no tanto un error en los cálculos, como un elemento incalculable, que es ese real cojonero o zumbón, de trayectoria caótica.  

El mosquito realmente zumbón y caótico

 El A, en su representación por el saber de los significantes, tropieza con el mismo real irrepresentable (o impresentable) que el $. 

 A ambos les falta el significante de La Mujer no tachada. 

 Los dos padecen la misma forclusión literal, la de la letra, el símbolo lógico de la cópula, de la relación (R) entre los sexos. 

 Tanto para el Sujeto como para el Otro, tal para cual, "La relación sexual es imposible"


 $ R @



 También se puede decir: "No hay relación sexual"

 Es el margen, el trecho, la distancia, el lapso, que a Aquiles-$ siempre le falta para alcanzar a la tortuga-@.


No hay relación sexual entre Aquiles y la tortuga

 En el discurso de la histeria, más que algo del orden de la impotencia, que convocaría a una potencia mayor, habría que hablar de un imposible estructural, causado por la forclusión del símbolo lógico de la Relación sexual, que cuartea, divide, al saber (S2), despojándolo de su bien más precioso y preciado, de ese @, que, al escabullirse furtivamente, se sitúa en el lugar de la verdad. 

 La distancia de la histérica con respecto a lo real del goce, a la maldición del sexo, se sostiene gracias al deseo insatisfecho ($) y a la  impotencia del amo (S1).

 Pero la clave de todo está en ese real que agujerea el saber, dividiendo tanto al $ como al A.

       Lo que agujerea al $ y al A

 Por sostener su deseo como insatisfecho -no en su estatuto de <<real-imposible>>- la histérica queda condenada a la búsqueda sin fin de un padre más potente, de un hombre que sea Verdaderamente amo, que se comporte como un Verdadero hombre, que sea capaz de sostener la relación con una Verdadera mujer (las tres V.) 

 A esto seguirán sucesivas y repetidas decepciones, derrumbes del deseo, quejas por la debilidad del amo, por su impotencia, por sus defecciones y caídas. 

 El punto final, que marca la parálisis, la caída del deseo, es la sombra ominosa de la melancolía.

 La histérica ubica en el lugar del otro a un amo (S1), al que le Supone un Saber (S2), con el fin de que pueda dar cuenta y razón de su división subjetiva ($), de la pregunta por su deseo de mujer: "¿Qué quiere una mujer?".

 Entre el síntoma histérico y el saber del amo se establece una relación de suposición de saber, de amor al saber; por eso, el discurso de la histeria, en el que se constituye el amor de transferencia, es el pórtico de la entrada en análisis.

 El A abolido, dividido, por la marca del significante, por su hendidura, es el que establece un enlace con el goce femenino. 

 En el cuadro de las fórmulas de la sexuación el A está en el lado femenino, así como el objeto @

                                                           nuevo amor
 "¿cómo goza La mujer?": @  ----------------->   $:la hendidura subjetiva         
       goce femenino: S2            <----------------    S1: significantes del goce: A
                                                           imposible


Si el amor se dirige al Sujeto ($) al que se le Supone el Saber (S2) -al SsS-, en cambio, lo que actúa como causa material del discurso es de otro orden; pertenece a la ditmensión de lo real, del goce, de la pulsión.

 Si el otro, al que se dirige la histérica, se identifica con el saber, haciendo semblante del otro-que-sabe, desconociendo que todo saber es supuesto, se transformará en un amo, cuyo destino desgraciado le conducirá a taponar la pregunta por la causa material, por el goce.

 Habrá una producción gozosa de un saber (S2), detentador de  la marca del amo (S1), de su potencia imaginaria, de un saber-sabido -infallable-, que, al errar la dimensión de lo real, del goce, no se ubicará en el lugar de la verdad, como el saber-no-sabido de los significantes.

 El objeto @, enclavado en los agujeros erógenos del cuerpo, es el objeto de la pulsión (oral; anal; escópica; vocativa), que, en la operación de constitución del fantasma fundamental, cae del sujeto moebiano ($), gracias al doble corte, en forma de ocho interior, alrededor del punto fálico, en el cross-cap.


El doble corte en el cross-cap, alrededor del punto-agujero

 En el trazado de la pulsión, en la flecha de la vida heracliteana, el objeto @ es lo que permite que el treiben (la deriva) pulsional haga su tour, su giro, alrededor del borde del agujero erógeno, alcanzando su goal, su meta gozosa.


El tour de la pulsión alrededor del objeto @

                                                                       
                                                         SsS
"¿qué desea una mujer?"  ------------------->             S1                 
          objeto @                      <------------------         -A  tachado
                                                     imposible


  Este cambio de discurso, en el que, en el lugar de la producción, en vez de un saber-amo (el todo saber o el saber todo del discurso universitario), se ubica un A tachado, un saber marcado por su incompletitud, que mantiene una relación de imposible (no de impotencia) con lo real del goce, localizado en el lugar de la verdad, solo se lleva a cabo a partir de la intervención en la transferencia del discurso del analista.


Discurso del analista

 La estrategia y la política de la histeria son claras.

 Se pueden catalogar como la estrategia y la política del significante.

 Dicho un poco en plan bruto: ¡Cuantos más significantes mejor!

 Surge aquí una remembranza de la talking-cure de la pionera Anna O.

 Es la política de los embajadores, de los lugartenientes de la representación; ¿de qué?... de la falta, del goce.

 Se trata de colocar significantes en los puestos claves para que asuman la función de representantes de la representación (lugartenientes o embajadores de la representación de la pulsión.)


"Los Embajadores" de la histeria

 Es la estrategia histérica del vorstellungsrepräsentanz.

 Su política no es una política palaciega, conspiradora, sino discursiva, la que otorga la primacía, el dominio, a la función de la palabra, al saber-no-sabido, al discurso del Otro.

 A las histéricas se les suele acusar de conspiradoras, manipuladoras, predispuestas a los tejemanejes de todo tipo.

 ¿Hay algo de verdad en esta imputación o es una muestra más de desprecio y de menoscabo de la dignidad como estructura discursiva de la histeria? (como modo de acceso al goce.)

 ¿Asistimos otra vez a una nueva caza de brujas, esta vez con los ropajes de la ciencia, del cientificismo más depurado y mistificante?

 De todo hay en la viña del señor.

 Efectivamente, se puede asumir esa condición de conspiradora, manipuladora, manejadora. Aunque es necesario añadir una pequeña apostilla. Si la política de la histeria es la del significante, la del bando y la bandería de la talking-cure, se puede afirmar, con rotundidad, que, si la histérica conspira lo hace con los significantes; si manipula, es porque toquetea (o coquetea con) los significantes; si es manejadora, es debido a que su anhelo más sentido es poder manejar todos los significantes del mundo habidos y por haber (por eso, son las inventoras del significante-amo).

 A esto, hasta nueva orden, lo llamamos, el deseo del Otro.


Ida Bauer (Dora) y su hermano Otto: la gran manipuladora de significantes

 La histérica es el sujeto que ha captado el valor del significante; que está avispada, al loro, de esa relación privilegiada que ek-siste entre el significante y el deseo.

 Es evidente que es una mala disposición contra-transferencial, que puede conducir a la hostilidad, el pensar que la histérica conspira, manipula, maneja, urde, contra nosotros, para cuestionarnos, reducirnos a la impotencia.

 Es cierto, que la histérica, con un poco de maldad, nos busca las vueltas, explora nuestros bordes, quiere saber de nuestra entretelas.

 Nosotros, psicoanalistas, en la transferencia, somos el lugar en que la histérica deposita los significantes con los que conspira, manipula, maneja, con fines fundamentalmente desiderativos, libidinales y sexuales.

 Si la histérica se siente acosada será por algún significante, que, al resultarle inasimilable, se convierte en traumático.

 Si la histérica es una bruja es porque se entrega a la irresistible brujería de los significantes.

 Manejar y ser manejada; rubricar y ser rubricada; marcar y ser marcada: la firma del deseo y el deseo de la firma.


La firma: la topología del deseo

 La histérica maneja y manipula significantes. Esto lo vemos claramente en la dis-posición del discurso de la histeria en la que el $ histérico, en posición de agente, de dominio, maneja y manipula, al mover con mucha elegancia y soltura, también con astucia, los hilos de la cadena del significante: S1-S2.

 Lo que posibilita esta manipulación de los significantes es la represión del @, del objeto causa -la causa material-, debajo de la barra donde está el $.

 Un síntoma característico de la histeria es que no le gusta que la manipulen, que la manejen; quiere ser ella la que tome la iniciativa; también en el acto sexual. 

 Ella puede tener varios amantes, con los que convive en armonía, a los que tiene contentos, a condición de que sea ella la que maneja los hilos. 

 No le gusta que nadie se salga del guión que ella maneja

 Es por esto que hay una filiación entre la histérica y la hilandera (la que hila, cose y teje significantes.)



La histerica y la hilandera

  El mayor problema en la cura con la histeria es pensar que "nos quiere manejar".

 Inevitablemente, esto nos pone a la defensiva, desarrollándose, a partir de ese momento, una justa entre amos, entre saberes, a ver quién se lleva el gato al agua.

 Olvidarse de que el verdadero Amo en una cura psicoanalítica es el significante, nos aboca a lo peor.

 No se trata de competir por el saber, sino de dejarse, noblemente, manejar, manipular, por los significantes.

 La cuestión decisiva es dejarse-ser para así poder-ser (o no-ser) en el Otro.

 Esta posición de sometimiento radical al yugo del discurso, al dogal del significante, comporta una dimensión ética esencial (a la que denominamos deseo.)

 Tanto es así, que el principal problema de la histeria es, paradójicamente, su posición de amo, a la que adviene por interpósita persona, a través de la identificación con el significante-amo (S1), al que ella ha cedido -¡provisionalmente!-, sus insignias, sus galones, sus atributos, de amo (a esto se le suele llamar el complejo de masculinidad.)

 El amo de la histérica suele ser un amo-interruptus, que nunca da la talla (por creer, en plena sintonía con la actualidad, que la talla es importante.)

 Por temor a ser pillado en un delito de lesa impotencia, se impotentiza más y más.

 La histérica no desea un hombre impotente, que ella maneje a su antojo, como la gallina clueca  del gallinero, sino un hombre que dé pruebas de su potencia, que no puede ser más que la del símbolo.

 Todo el resto pertenece al campo de la seducción, del señuelo, de la mascarada, tanto masculina como femenina.

 La conversión histérica solo puede consistir en un acto de pasaje desde su posición de amo del saber, de agente del significante, en la que ella, con su síntoma, maneja la hilatura, que cose al S1 con el S2, a otra posición, en la cual, después de haber caído en la cuenta de sus tejemanejes, se pueda captar como sujeto dividido ($), efecto y afecto de las manipulaciones y de los manejos del significante (la sobredeterminación significante.) 

 En resumen, que haga el pase del lugar de Amo del significante (S1) al del sujeto ($) sobredeterminado por el significante.

 A lo que se apunta es a un cambio de discurso que haga posible el tránsito del discurso de la histeria al del analista.

 En el discurso del analista, aquello que ocupa el lugar de agente, de amo del discurso, no es un sujeto ($) ni un significante (S1-S2), sino un objeto, la letra @

 En su función de letra (a), de escritura, es la marca de lo real de un goce, que, al sustraerse al saber, opera como la verdadera causa de la spaltüng del sujeto ($)


   
@ (real) -----------------------------------------------> $ (simbólico)


  Ese palote, ese trazo, que divide al sujeto, es la marca, en el sentido de rúbrica, de lo real.



Series de palotes: la marca de lo real

 La verdadera remodelación o conversión de la histeria, aquella que puede curarla de su insatisfacción, pasa por verse en el espejo del fantasma fundamental ($ ♢ a) como causada, dominada, sometida, dividida, abolida, por el objeto @.

 Ese es el punto en que, ¡por fin!, se habrá encontrado con un amo de verdad, como dios manda.

 Para la histérica es muy importante que, en algún lugar del mundo, a su alcance, a mano, haya saber.

 Por este motivo, las grandes histéricas, las primeras y únicas, son las inventoras del inconsciente (ergo el psicoanálisis.)

 No solo eso, las pioneras, también inventaron al psicoanalista: la función de la escucha, esa oreja avisada, que oye sin oír, en modo atención flotante.

 III) El puzzle del sujeto

 Resulta que hay un pequeño fallo o una pequeña falla a nivel del discurso, del saber, del sistema de los significantes.

 Todo proviene de su incompletitud (que es una categoría que afecta a los sistemas lógicos; por ejemplo, a la aritmética.)

 Sucede que notodo es saber, que el saber no lo abarca todo, sino casi todo.

 Hay algo tan real, como la vida misma, que no solo escapa al saber, por sus grietas y fisuras, sino que no es saber, que no se puede saber, que es imposible. 

 Es imposible saberlo todo.

 No hay universo del discurso.

 No hay Otro del Otro.

 Esta imposibilidad radical introduce un pequeño problema en todo lo que tiene que ver con las relaciones entre los sexos.

 Ocurre que la diferencia entre los sexos no se reduce a una diferencia significante entre dos polos opuestos y complementarios: varón-hembra.

 En esta coyuntura, se podría todavía confiar en la existencia de un tercer significante, o, más bien, de un símbolo lógico -el de la relación sexual-, que permitiera salvar las diferencias, la ausencia de relación, el malentendido estructural, suturando los bordes, poniendo arnica en las heridas producidas por los desencuentros.

 Lo que separa a los sexos, lo que hace que no haya relación sexual, no es la falta de un significante, sino la forclusión de la letra de la relación, su no-escritura, que introduce -¡en la relación!-, la lógica del notodo, la emergencia (como un geiser) de un elemento real, de un-goce, extraordinariamente extraño, perturbador, que se atraviesa en el horizonte sin igual de la fusión con el Uno.


El geiser de lo real

 A este elemento real, en la narrativa del encuentro-desencuentro sexual, le adjudicamos el papel de malo de la película, debido a que es el que introduce el unlust del goce, aquello que, por no ser un bien, impide que la historia tenga un happy end (termine bien.)

 En el puzzle del hay-no hay relación sexual, teniendo bien dispuestas todas las piezas significantes en el tablero de la estructura, resulta que hay una pieza-de-más, suplementaria, sobrante, que no es como las demás, aunque no deja de ser una buena pieza.

 Esa pieza-de-más, que no se puede encajar en ningún lugar, aunque el resto de las piezas se acoplen perfectamente, que parece haber saltado del dispositivo, es la pieza-del-goce.

 Es la pieza que aporta la plus-valía del juego.

 "¡Menuda pieza está hecha esa pieza!" 

 Es algo molesto y perturbador a causa de que, aunque estén todas las piezas, hay un exceso de piezas, ya que hay una que sobra, lo que impide completar el puzzle, que se convierte en un auténtico rompecabezas.

 Haga uno lo que haga, dado que esa pieza-real está ahí, siempre falta una pieza, concretamente, esa pieza; por lo cual, uno se vuelve loco, se desespera.

 Nunca se puede resolver el rompecabezas.


La pieza-real que no encaja en el rompecabezas

 Siempre se puede poner una pieza-significante más... otra... otra... otra... n + 1.

 Siempre falta la misma pieza, aunque esté allí, a la vista de todos, luminosa, en su brillante presencia, como un guijarro que ríe al sol (¿o se ríe de nosotros?)

 Esa pieza que no encaja ni para delante ni para atrás, ni del revés ni del derecho, ni cubriéndola con toda la vaselina del mundo, es la pieza-del-goce, a la que Lacan adjudica el estatuto de la escritura, la rúbrica de una letra, para más sorna, la primera del alfabeto: la a.


La letra a

 Frente a la estrategia de la histeria, que no es otra que la del amor de transferencia, la del Sujeto supuesto al Saber, que busca rodearse de significantes, colocando el saber en el lugar preeminente, de la producción, del goce, el discurso del psicoanálisis, a través de la función del deseo del analista, sigue otra política discursiva, que contraría el discurso de la histeria.

 El discurso del analista, en vez de situar al sujeto barrado ($), en su deseo insatisfecho, en el lugar del agente del discurso, lo que ubica allí, en ese lugar dominante, es la pieza-real -<<el objeto @>>-, la cual, hasta ese momento, ha quedado recubierta, oculta, por la queja histérica, por el demasiado poco.

 La histérica puede hablar de todo, de lo humano y de lo divino, pero hay algo secreto de lo que está muy poco dispuesta a hablar; por eso hay que esperar (si es necesario, hasta el infinito, como plantea Kant.)
.
 El deseo insatisfecho, el unlust de la histeria, ocluye su acceso al goce, al lust.

 El psicoanalista ni consiente ni sofoca con respecto a la demanda de amor de la histérica que se manifiesta como una sed insaciable de significantes, como demanda del significante que falta (aquel que proporcionaría la clave del deseo.)

 La demanda de la histeria (siempre a interpretar) se revela, en la transferencia analítica, como un amor al significante, al saber-no-sabido.

 El psicoanalista deja que la histérica hable, que despliegue su discurso, que diga todo lo que se le ocurra, sabiendo que es imposible decirlo todo, que, al menos, media verdad se le va a escapar de todas todas.

 El psicoanalista acepta la apuesta de la histérica por la asociación libre, por el discurso causado.

 Mientras tanto, él se arrebuja, se dispone a hacer de semblante del objeto maldito, del que nadie quiere saber nada, del que nadie sabe nada; la pieza-que-falta en el puzzle significante, en la sopa de letras; la pieza-de-más, que no encaja, que se atraviesa; la pieza-de-lo-real-del-goce: el objeto @.


La sopa de letras

 El psicoanalista no se debe identificar al saber (S2), sino sostener el Saber Supuesto al Inconsciente (SsS), con el punto de mira dirigido a la causa del discurso, al objeto-real, la letra @, que agujerea el saber.

 Deberá re-signarse a cargar sobre sus hombros, como sujeto, afectado por un semblante (que no hay que identificar con lo engañoso), el prestigio, el brillo, que le otorga la Suposición de Saber por parte de la histérica.

 Suposición de Saber que es asunto de ella, de su negociado, de sus negociaciones y negocios con el significante; por lo cual, para no errar el tiro, el psicoanalista no deberá creérselo mucho, lo que le llevaría a identificarse con el S1, en posición de amo del saber.


     S1                              >       Amo      
     S2                              >      Saber



 Que el psicoanalista haga de semblante de la causa perdida, de la letra @, de la pieza-rompecabezas, de la pieza o piedra real, gozosa, situándola (a su pesar) en el lugar dominante del discurso, es lo único que va a permitir la re-ubicación de todas las piezas, el cambio de discurso, que coloca las manecillas del reloj, que mide el tiempo de la histeria, a la hora del discurso del analista.


Los cuatro discursos

El discurso de la histeria está precedido, en la procesión discursiva, por el discurso del amo, del que procede, al mover la rueda de la fortuna en un cuarto de vuelta, colocando al significante-amo (S1) en el lugar del otro, en el banquillo de los acusados, y al deseo insatisfecho ($)  en el lugar del agente.

 El discurso del analista es el reverso del discurso del amo.

 La moraleja es evidente. Con el fin de que se pueda arribar en un psicoanálisis a buen puerto, atracando en el discurso del analista (marcado con una cruz en el cuaderno de bitácora), lo menos indicado es que el psicoanalista se sitúe en la transferencia en posición de amo (que haga de Padre, de Madre, de Consejero aúlico, que se mesa la barba sabiamente, de director espiritual, de agente político, etc.; es decir, de S1 puro y duro.)

 Para ir más allá del discurso de la histeria, así como para revertir la posición del discurso del amo, hay que re-ubicar al objeto @ en el lugar del agente.

 Hay que lanzar encima del tablero, dejándolo caer, con todo su peso de gravedad, en medio del mar de los significantes, la pieza-del-goce, la letra perdida, la ficha-@, que saldrá a flote en el único lugar que le corresponde, el del agente-causa del discurso; lo que cambiará, de forma inevitable, las reglas de la partida, subvirtiéndola radicalmente, movilizando todas las piezas.




El objeto @ cuando sale a flote 

 El objeto @, al caer sobre el tablero donde se está armando el puzzle, en pos de la figura del deseo, como piedra lanzada a un lago, hiende la lisa superficie.

 El @ se proyecta, en su caída, en una dehiscencia de  la trama del significante.

 Hay vecindad entre el agujero simbólico y lo real del objeto @.

La-pieza-suelta

 Ese @, ese desecho, el resto de la dialéctica del significante, puede ser situado, gracias al psicoanalista, en  en el lugar del agente del discurso, de aquello que mueve y conmueve toda la maquinaria del significante.

 Este corrimiento de tierras en un cuartillo, desaloja a la histérica, como sujeto fundamentalmente insatisfecho, que padece de la insatisfacción del deseo, del lugar del agente del discurso, desde el cual, interroga y enmienda la plana a todo el que pasa por ahí, que se pone a tiro, sobre todo si tiene aspiraciones de amo, toga o bonete, con el objetivo de que dé cuenta, desde su saber, si es capaz, de por qué ella se siente tan desgraciada en el amor, por qué puñetas todo funciona tan mal (la posición del alma bella.)

 Ella es el tribunal -juez y parte- que tiene la potestad de poner a todos los sapientes y a todos los saberes del mundo en el banquillo, para concluir que un saber vale lo mismo que otro, que todos son igual de impotentes, de obtusos, que, para saber, si se trata de eso, ella se basta y se sobra como la que más.

 La histérica, de alguna forma, permanece incólume, intocada, preservada de confrontarse a su goce más éxtimo, angustiante, gracias a los espejismos del saber, a su codicia.

 "Dime de lo que sabes y te diré de lo que careces".

 La histérica es una organizadora nata, en el sentido de que se dedica, en cuerpo y alma, a organizar la vida de los demás, de todo bicho viviente.

 Sabe que los otros necesitan de alguien que actúe como conductor de almas y forjador de espíritus; como amo (S1).

 Ella se sitúa en el lugar de la encrucijada de los saberes (S2), donde actúa como Reina Madre.

 Para las tareas más del día a día, que no requieren de su intervención inmediata, ejecutiva, se hace con un valido, con una especie de favorito, que puede ser a la vez su amante, que actúa como su representante plenipotenciario en tareas de gobierno.

 La histérica aposenta sus reales, su deseo insatisfecho, en el lugar del dominio (por eso se la acusa de ser dominante), desde donde pone a los otros a trabajar, a producir saber (S2), que se muestra, a causa de su falla, impotente para decir la última palabra de la verdad del deseo (trabada por el goce de lalengua; por su radical malentendido).

 Es evidente que mientras esa verdad, la del goce, marcada en su rúbrica con la letra a, no dé la cara, no salga de su escondrijo, permaneciendo agazapada bajo el deseo insatisfecho ($), el análisis se va a eternizar, infinitizar, en un ritornello (pequeño retorno o ritornillo) de significantes que excluyen el goce, reduciéndolo a un invitado de piedra:"mañana será... la próxima vez... pruebe de nuevo...".

 Frases sintomáticas de la histeria.

 En el discurso de la histeria, en el lugar de la verdad, debajo del deseo insatisfecho ($), se inscribe la letra @, el objeto del fantasma, causa material de la spaltüng del sujeto; ese resto real, irreductible al saber, horada  lo simbólico, dejando caer su tachadura sobre el sujeto ($) y el Otro (A), produciendo un plus, un exceso de goce.

 La histérica no tiene problemas con el saber del amo (S2), que la (lo) mantiene en su impotencia, sino con el exceso de goce (@), que no se deja manipular, manejar, dominar, por los significantes-amo (S1).

El exceso de goce

 El deseo insatisfecho de la histérica, su división, se afirma sobre una verdad enraizada en su suelo pélvico, en sus entrañas, entresijos, vacío, en ese goce del cuerpo nunca mejor encarnado que con la libra de carne, ese trozo de su ser que el sujeto entrega a la muerte para poder saldar la deuda simbólica. 

 El analista, en la transferencia, desde su función de deseo, no se deberá ubicar en el lugar del amo, el-que-sabe; aceptará la carga de la Suposición, el peso del amor de transferencia, que se dirige al Sujeto supuesto Saber (SsS).

 El analista se hará semblante del objeto @, al que situará en el lugar del agente del discurso.

 Esta intervención del agente doble posibilita que el $ dividido de la histérica, que ocupaba el lugar-amo, desde el que denunciaba la impotencia de todo saber, se sitúe en el banquillo de los acusados, donde, a su turno, será  interpelado por el @, la letra del goce, en su función de causa material.

La histérica y su falta (su partenaire inseparable), con su plena insatisfacción, que la separa de su goce singular, ha sido desalojada del lugar-amo, causa de la producción del saber, por ese pequeño objeto, resto miserable, caído del cuerpo, el @, del que hace semblante el analista.

 En el discurso del analista ya no es la histérica la que, desde su síntoma -el demasiado poco-, interroga al otro, al saber del amo, denunciando su impotencia.

 Es ella la que, en el lugar del otro, es interrogada, interpelada, cuestionada, en su deseo, en su división subjetiva, en su falla sintomática, por ese resto, pedazo de real, objeto de goce, que es el @ (en su función causal.)


La histérica en el banquillo de los acusados, como reo del goce

 En el discurso de la histeria es el otro del saber -<<el-que-sabe>>-, aquel sujeto que se oferta como amo (en el mercado de los saberes), el que se va a encargar, como supuesto responsable, de dar cuenta del dolor, del sufrimiento, de la insatisfacción, de la concernida, la aludida.

 Se dice que la histérica hace huelga de saber. Es evidente por qué. Si hay otro que sabe, huelga saber (en el sentido de que no hace falta.)

 El psicoanalista, para evitar esta huelga de saber, deberá des-alojarse, en el sentido de dejar vacío, del lugar del saber, situándose como A.

 El silencio, la interpretación, las construcciones en análisis, el corte de sesión, el manejo de la transferencia, podrán tener aquí su función ética y analítica.

 Ella, la histérica, se justifica o la justifica su dolor, lo mal que van las cosas, lo defectuosas que las hizo el Supremo Hacedor.

 Si todo lo malo es un síntoma que requiere de una reparación -¡por parte del otro!-, ella está exenta, preservada, de tener que dar pruebas de su deseo, testimonio de su goce.

Insistimos, hace huelga de palabras porque huelgan las palabras, que son el material conductor del goce.

 Es el otro, el mandado por la histérica para que justifique, desde su saber, produciéndolo a toneladas, trabajando para ella, el motivo por el que el mundo está tan mal hecho, y, sobre todo, por qué ningún hombre entiende a las mujeres; por qué el hombre es tan poco cuidadoso, tan desconsiderado, en su trato con la mujer, a la que no sabe justipreciar; en resumen, por qué "todos los hombres son iguales".

 Al final, aquél que se cree depositario del saber, cargado de razones, con suficiente bagaje sapiencial como para justificar la miseria de la vida cotidiana, será dejado caer, derribado por la histérica de su pedestal, reducido a la impotencia (que no es una impotencia de órgano, sino de saber o de saberes.)

 Si en el discurso de la histeria, la histérica o el histérico, desde su malestar, desde el sufrimiento de su síntoma, desde su deseo insatisfecho ($) -ubicado en el lugar del agente-, interroga a todos los saberes-amo (S1-S2), denunciando su impotencia, su parvedad o poquedad, lo que la aboca, de forma inevitable a la elusión, la elisión, la represión, de la causa material del goce: el @; en cambio, en el discurso del analista, al hacer éste de semblante del @, emplazándolo en el centro de la mesa, allí donde se juega la partida, como agente del discurso, esto determina, debido al giro de las letritas, el desplazamiento del sujeto dividido ($), desde su lugar de excepción, al lugar del otro (donde antes estaba el significante-amo), donde es interpelado por la causa material, por el resto-@.

 Ahora es ella la que sube a la palestra, empujada por el @, por su trieb gozoso, teniendo que abandonar su posición de queja y de denuncia, poniendo palabras a su malestar, a su dolor, causado por el mal-de-goce, que la corroe en sus intestinos, retorciéndola en sus entrañas, desasosegándola hasta la angustia, el único afecto que no engaña..
           

 @: causa // goce (agente)  --------imposible---------> $: dolor de la histeria (otro)  
            S2 (verdad)             <-------imposible-------------        S1 (producción)


  La histérica, denunciadora profesa y profesional de la impotencia de todos los saberes-amo (S1-S2), por su manifiesta incapacidad para solucionar su dolor de existir, su división subjetiva ($), teniendo ahora como partenaire en la cama no al amo, sino al @ (el agente doble), al estar confrontada necesariamente con la pregunta por la causa material, por el asunto de lo más peliagudo y tronchante del goce (porque es a nivel de los goces donde surgen los malestares, lo-que-no-anda), no tendrá más remedio que enseñar sus cartas (si las tiene), que hacer su apuesta (si es capaz), su jugada (si es su turno).

 Apelada, llamada, convocada, urgida, con-movida, por ese @ enigmático, en el lugar dominante -amo-, no tendrá más remedio que dar cuenta de aquella causa de la que no quiere saber nada, que la hace tilín-tilín, cosquillas, que la pone, haciéndola vibrar, aumentar su temperatura corporal, poniéndole la piel de gallina, cautivando y cultivando su goce más íntimo (o más éxtimo.)

 Ahora, la histérica, acosada, acoquinada, asediada, por el eleusino e iniciático @, no tendrá más escapatoria que volverse sobre si misma, invertir su posición, dirigirse al lugar del Otro, apelar al saber-no-sabido, al saber de los significantes, en el lugar de la verdad, poniéndose manos a las obra, a trabajar perelaborativamente con la palabra, produciendo sin descanso los significantes-amo (S1), del goce, aquellos que dan testimonio de lo que la hace gozar, padecer, resonar, como una música celestial, a nivel de todas y cada una de las cuerdas de su cuerpo.

 Ya no se trata, en su función de mecanismo de defensa, de sostener el deseo como insatisfecho, de impotentizar al saber del amo (S2), mostrando sus carencias, sus goteras, sino de dirigirse, desde los S1 del goce, al saber en el lugar de la verdad, asomándose a lo incalculable, lo indecidible, lo inédito; todo ello comandado por lo in-significante, por ese pequeño resto, esa caída, que es el @ (la letra que marca el goce del cuerpo.)

 Hemos dicho que la estrategia y la política de la histérica pasan por el saber, por esa fórmula fundamental que dice que "Un significante (S1) representa un sujeto ($) para otro significante (S2)".

 El quid de la cuestión es que en esta operación de representación de un sujeto tachado, inter-significante, se escapa algo, cae algo, se instaura una pérdida, una dejación o sustracción del goce, justo en ese tiempo que va del significante uno al dos, del significante-amo al significante del saber.

 Hay un objeto real que queda fuera de este circuito significante, que no es capturado por el saber, que cae como un resto, que se enclava, se fija, en el cuerpo, en su dimensión de plus de gozar, de goce suplementario, notodo.

 Este ob-jecto o ab-yecto es la clave de todo.


La representación del sujeto

 La cuestión es que este petit objecto -la letra @-, cuya sustancia es el goce, caído como resto de la operación significante de representación del sujeto, es aquello que, en su dimensión de Cosa (Chose) o de Causa (Cause), divide al sujeto, lo abole, instaurándolo como corte, hendidura, a nivel de la cadena del significante.

 Esto es lo que pone de manifiesto la fórmula del fantasma fundamental ($<>a), como soporte del deseo, que se lee así: "Sujeto tachado en su relación de corte con @".

 Lo que es evidente es que, en contra de la estrategia histérica, que pasa por mostrar, en su propia carne, con su sufrimiento, la falta que corroe al mundo, debido a la impotencia del amo y a la inanidad de su saber, que nunca es suficiente, que nunca es capaz; lo que descubre el psicoanálisis es que la falta es posterior, que la división del sujeto, su afánisis ek-sistencial, está motivada, no solo por su relación de hendidura, de corte, con la cadena del significante, sino con un objeto real -la letra @-, que adopta la forma de una caída, la sección de un apéndice, el jirón de carne, que se desprende del cuerpo, aportando ese goce suplementario que siempre le va a faltar a la existencia.

 Claro, en este cambio de discurso, de la histeria al analista, hay algo que comporta una castración.

 La histérica está bien aposentada en el lugar de la causa, de la agencia-amo del discurso, poniendo a trabajar a todos los saberes sabidos y por saber, para que, al tratar de dar cuenta de su propia consistencia, muestren todos su inconsistencia.

 Es evidente que con esto lo que queda disimulado, renegado, no es tanto la supuesta inconsistencia del saber del amo, como su incompletitud real, su falla constituyente, que no depende de su imaginada flaccidez, pérdida de fuelle, desinflamiento general, impotencia generandi, sino de que "La Mujer no existe".


Frida Kahlo: "La mujer es una por una"

 El problema es el de la forclusión generalizada: "No hay significante de La Mujer".

 Esto se acompaña de una forclusión generalizada del goce del Otro; ese goce completo y total, pleno, mítico.

 No existe La mujer no tachada, sino una mujer, una por una, cuyo goce es notodo.





 La histérica, que, en su discurso, en el que se siente bien cómoda, dominadora, es causa universal, la matriz-agujero que determina a todos, es decir, el falo, pasa a situarse, en el discurso del analista, en la posición de en-causada.

Sobre todo, en-causada por el objeto @, en el lugar-agente, causa material del discurso.

 La histérica pierde su condición de falo universal, autorizada a enmendar la plana a todos, a pedir cuentas a cualquiera.

 Desde ese lugar de encausada tiene que dar cuenta al Otro de aquello que causa su deseo y la hace gozar.

 La causa ya no es ella, es el @.

 Ella ya no es la Reina Madre, la regenta del Amo, es una mujer, como todas, dividida, que tiene que encomendarse al significante, apelar al saber, para poder saber cual es el trozo, el pedazo, de la tarta del goce que le ha correspondido en el reparto.

 Del astillamiento del goce producido por la representación del sujeto por el significante, con sus efectos de corte sobre el cuerpo, han quedado, indudablemente, esquirlas, trozos del cuerpo, pedazos de real, objetos @, como depósitos del goce suplementario, imposible de totalizar.

 Todas esas astillas, enclavadas en el cuerpo, que pinchan, cortan, aguzan, penetran, rasgan y hieren, actúan como causa material del discurso.

 En el origen no hay una totalidad, solo partes entre partes.

 El anhelo del todo, de la completud, es imaginado desde las astillas, los fragmentos, de goce, que nos hacen sentirnos vivos, habitantes de un cuerpo.

 El problema es que este problema, planteado con todo rigor, el problema por excelencia, la ecuación sin solución, sin esperanzas, lo padece el Otro al igual que el Sujeto.

 Ese Otro al que el sujeto le demanda que se comporte como un amo, dominador, dueño de sí y de su palabra, maestro, decidido en sus actos, no dubitativo, está tan abolido como uno mismo (tampoco pudo escapar a la tachadura por el significante.)  

El caso es que la cosa, desgraciadamente, no puede ser.

 Ese Otro que, inicialmente, es el sujeto de la demanda de amor incondicional, de una presencia y/o de una ausencia, resulta que también está sujeto a la dispersión y a la fragmentación por los significantes; igualmente, deberá ser atravesado y fracturado por la operación de representación por el significante; en su andadura, como todos, no podrá evitar la caída de un trozo infinitesimal de goce -el objeto @-, la libra de carne, con la que deberá saldar su deuda con la Instancia de la Muerte.

 Aunque ningún sujeto quiera saber nada de esto, por causa de la La Mujer (para el caso, Eva o, la serpiente, la tentadora), debido a que una mujer sufre la spaltüng entre su referencia al Phi mayúscula (Φ) y al A, el partenaire sexual está tan tachado, tan abolido, tan dividido, como uno mismo.



A ----------------------------------------> objeto @



 El Otro, al igual que el Sujeto, tal para cual, está causado en su deseo por el objeto @, que no es el objeto que está detrás del deseo, sino el que está antes, el resto caído, perdido desde siempre, la causa de lo que cojea, de lo que pone a trabajar a todas las miasmas del submundo. 




Bruegel el Viejo: "El triunfo de la muerte"