La Clínica psicoanalítica y sus avatares

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado    Si nos detenemos en el esquema óptico de Lacan, tomándolo como exponente de la estruc...

jueves, 30 de junio de 2016

Los vapores de la histeria


I) Cuando los vapores se suben a la cabeza



Los vapores de la histeria

 En la clínica, cuando el calor aprieta, los vapores, a veces, producen amnesias

 Una amnesia es un recuerdo, no una disociación de la conciencia. 

 Es el recordatorio de que todavía falta algo por decir; que esa palabra que falta no se puede quedar en el tintero. 

 Dora está a la espera de una palabra que sea fértil, que produzca algo, que, inevitablemente, la deje embarazada

 Para que Freud se entere, hace un síntoma con el que simula un embarazo

 Porque Dora, como toda -o notoda- buena histérica, es una simuladora

 ¿O acaso no sabían que las histéricas son unas grandes simuladoras?

 Dora, incluso, para simular mejor, para que no parezca que simula, es decir, para simular en segundo grado, para simular que no simula, se ilustra en una enciclopedia.

 Freud, a esa consulta de Dora, dirigida al Gran Libro del inconsciente, en tanto sede del saber, la adscribe a la curiosidad sexual. (A la que califica de insaciable.)

 Es curioso que, toda curiosidad, todo deseo de saber, sea eminentemente sexual.

 Y curiosidad sexual no es curiosidad genital. No es aprender anatomía.

 ¿Alguien concibe que la sexualidad se pueda aprender en un Tratado de Anatomía?

 Freud piensa que es imposible que Dora, para forjar su síntoma, no haya consultado una Enciclopedia o un Tratado de Anatomía.

 Se trata de los famosos Atlas de Anatomía con los que yo estudié en la carrera de Medicina.

 Por cierto, en mis años de discente, de aprendizaje, había dos grandes corrientes en la enseñanza de la anatomía: la escuela alemana y la francesa.

 Lo que las diferenciaba era que una abordaba la anatomía desde una perspectiva funcional, y, la otra, desde un punto de vista morfológico. (Lo diacrónico y lo sincrónico.)



La anatomía imaginaria -histérica- en la extracción de la piedra de la locura: El Bosco


 ¿A qué escuela de anatomía se remitiría Dora para construir su síntoma en transferencia?

 ¿Qué libro de texto consultó?

 Lo incontrovertible, señores de la medicina, sabios diversos y divertidos, es que el síntoma de Dora es un puro artificio, hecho con un poco de sangre menstrual (por consiguiente, con un poco o un mucho de su cuerpo, de su propia sangre carnal); un poco de dolor de tripa (apendicitis-like); y una curiosa y extraña cojera de su pierna derecha, secuela de un mal paso.

 Con estos ingredientes, más un poco de salmón ahumado, Dora, cocina su síntoma en la cocina del inconsciente, donde hay suficientes cacharros y artilugios para todo lo que sea menester.

 Demande usted, Sr. analizante, y el Chef analista se lo servirá a tiempo, como es debido, todo a su gusto, para su mayor satisfacción. (Bien calentito.)


El chef analista al que se le demanda "nada"

 Tropiezo sexual, cojera sexual, sexualidad que cojea, síntoma que, curiosamente, al estar preñado de toda la curiosidad sexual del mundo, es decir, de la falta de la sexualidad, embaraza a Dora.

 Cojerasíntoma o síntomacojera que no ha sido nunca descrita en los Tratados de Patología Médica, de la que el saber de los médicos, en tanto saber del amo, no tiene ni la más remota, o, dicho en castizo, para que (no) se entienda, "ni la más put.. o pajo.. idea".

 Sobre todo, síntoma fabricado, artificiosamente creado, hecho con todo el arte del mundo, con las propias ideas de Dora, con las suyas, esas ideas-significantes, pensamientos no pensados, imposibles, que el psicoanálisis revela, interroga, convierte en el eje de la dirección de la cura, en el núcleo de crecimiento de la transferencia.

 Este es el síntoma-collage de Dora, ese síntoma que, Lacan dixit, habla. ("Je, la verdad o la mentira, hablo".)

 Dora no simula, sinthomatéa o sinthomatiza, siempre con el afán de interrogar al Otro, de des-completarlo, de sinthomatizar la relación.

 Si Dora crea su síntoma a partir del saber de una Enciclopedia o de un Tratado científico es porque su síntoma está hecho de significantes, que muerden en el cuerpo, que lo embarazan, en el sentido de que lo convierten en una mujer-encinta. (Preñada por causa del Otro inolvidable.)


Dora preñada por una relación entre-significantes, sexualmente compleja

 El propio Freud capta que, en el síntoma de Dora, está en juego un saber que remite al discurso de la ciencia, localizable en Enciclopedias y Tratados, en enciclopedistas y tratadistas.

 Este saber muerto, desconectado de la verdad, no impide que, en otra escena (la de los sueños), ex-sista e in-sista otro saber, atópico, vivo, anudado a la verdad, que sólo puede remitir a la fuente oral del saber, es decir, al Otro del lenguaje.

 Se trata del saber de las palabras, de los significantes; sobre todo, de las palabras obscenas, malsonantes o disonantes; ante todo, de las palabras de doble sentido, que remiten al doble sentido de la existencia, a ese sentido o sinsentido que se nos escapa, se nos sustrae, como una maldición, que nos aboca al malentendido, que hace que el Otro no pueda ser, en su alteridad, Otredad, spaltüng, sino profundamente desconocido.

 II) La geografía del goce

 Freud no duda, la seductora, la que pervierte a Dora, la fuente de su saber sexual, de las palabras equívocas, que no dicen lo que dicen, que dicen lo que no dicen, que se des-dicen, que dicen más de lo que dicen, es la Sra. K, el Otro femenino de Dora, soporte de su pregunta, la Madonna-Virgen y Put... (intacta, y, a la vez, portadora de la mancha imborrable del goce y la sexualidad).

La Madonna sixtina, de Rafael Sanzio, en la Galería de Dresde

 Esto es lo que Freud (y)erra.

 El objeto del deseo de Dora es otra mujer.

 Freud está interesado, en su condición de hombre, en Dora como mujer.

 Dora, en su demanda de amor (y de odio), en su transferencia amorosa, no deja de lanzar a su analista este señuelo, a ver si pica: "Se trata de usted, Sr. Freud, a condición de que no se lo crea demasiado, porque, como se lo crea demasiado, me voy". (Como efectivamente sucede, para gran decepción de Freud.)

 La histérica ama al analista en tanto soporte de un saber sobre la causa.

 A esto, técnicamente, se le llama el Sujeto supuesto al Saber.

 Luego, hay que pasar del Padre Muerto, de la Gran Enciclopedia, que yace sobre el escritorio de Dora, a lo que Freud llama la geografía sexual simbólica, que ya no es un texto, un Tratado de Anatomía, una compilación de sus diversos saberes, sino una geografía del goce, el mapa de sus nombres, de los patios o pathos donde habita, el cuerpo marcado por los signos del goce,

 Se trata de los Banhof-Friedhof-Vorhof, un auténtico mapa del goce, en el que, su geografía, su territorio, toda su oro-grafía -montañas, barrancos, planicies, desiertos, etc.-, está escriturada, sobre la estepa del cuerpo, con las letras del goce, de lo real.

 Es lo que Lacan llama el corpus escrito; el cuerpo como trazado del litoral, escritura de lo literal del goce.


El corpus escrito del goce

 Y, además, está la pregunta de Dora, que no es otra que la pregunta por el Otro, por su deseo: ¿Qué quiere una mujer?

 La pregunta "¿cuánto falta?", repetida una y mil veces, una y múltiple, es presencia constante en este segundo sueño, en cuyo horizonte está el Padre Muerto, entendido como operación de operaciones.

 Sequens, parpadea en el horizonte el embarazo de (en) Dora.

 Freud capta que Dora es habitada y visitada por un deseo de embarazo.

 Hasta tal punto que fabrica un síntoma para quedarse embarazada.

 Se trata de una fantasía de embarazo, de un embarazo histérico.

 Pero el embarazo de Dora le embaraza a Freud con la barra de su división.

 Freud no se pregunta "¿Quién ha causado el embarazo de Dora?" porque da por supuesto que el causante fantasmático ha sido el siempre bienvenido, el hombre para todo uso, Sr. K.

 Dora, con su síntoma, reconoce que, en la escena del lago, deseaba dar un mal paso, entregándose sexualmente al Sr. K, cediendo a la irresistible (Freud dixit) tentación sexual que emana del hombre y de su órgano fálico.

 Esta es la satisfacción-¡fálica!-, que, según Freud, Dora, espera, anhela, del Sr. K. (Freud identificatio est.)

 Pero, Dora, rechaza con asco ese falo supuestamente irresistible.

 El deseo de Dora apunta al cuerpo de la mujer que encarnan la Madonna y la Sra. K.

 Un cuerpo que goza más allá del falo, que es menos restringido, menos parcial, más extenso,  desbordante, como consecuencia, más difícil y complejo.

 Está la cajita, donde tiene cabida el falo, como objeto parcial, y, a-de-más, el cuerpo blanquísimo de la Sra. K, donde se pierde la posibilidad de localizar el falo, de acotar el goce.

 El goce de la mujer pasa por el cuerpo de la otra mujer, que, la propia mujer, encuentra en su propio cuerpo, como cuerpo que se extraña, que se hace unheimlich.

 Su goce sexual, que experimenta en el encuentro con el hombre, una vez que se ha producido la de-tumescencia, la caída del falo, la deja sola -como Dora: ¡siempre sola!- frente a su propio goce, en una relación de equivalencia con su propia locura, porque se trata de un goce desamarrado del significante, notodo, anclado en los bajos fondos de lo real.

El goce de la mujer: Pablo Picasso; "Torso de una mujer"; Museo de Tel Aviv

 Freud no capta que el deseo de Dora no es el de embarazarse con los dones fálicos del hombre, en concreto, del Sr. K.; con sus joyas, joyeros, pene, dinero, regalos... y, en el más alto grado de lo fálico, el bien máximo, el hijo, como equivalente imaginario del falo, que, en el fantasma del hombre, le falta a la mujer.

 Ya se sabe, o nunca se sabe, o nunca se acaba de saber del todo, que, a la mujer, no le falta nada; por eso, a los hombres, pobrecitos de nos, la mujer, tomada una por una, nos angustia.

 Entonces, y con esto acabo, para luego continuar, Dora, a través de su embarazo, transforma su cuerpo en alhajero, en una caja en la que resguarda la joya más valiosa, la joya de las joyas: el vacío del ser, la falta real.




















































From: ji_anasagasti@hotmail.

sábado, 25 de junio de 2016

¡Pare usted de contar!

I) ¡Pare usted de contar!

 Se trata de la histérica; de su acto; de su transferencia; de su síntoma; de su discurso; de su verdad; de su goce... ¡Pare usted de contar!

 Eso es lo que les dicen algunos psiquiatras a las histéricas: "Habla usted mucho, sin parar, no entiendo ni jota".

 Entonces, consecuentemente, su primer impulso es acallarla, silenciar Eso que habla en ella, que la habla.


¡No pare usted de contar!
  
 La estrategia anti-psicoanalítica es des-valorizar su discurso.

 Contrasta con la operación freudiana, que valoriza el discurso de la histérica, escuchándolo sin prejuicios, suponiendo que es portador de una verdad inconfesable, inaudita, sorprendente, que late, palpita, gozosamente, entrelíneas.

 Se trata, para más señas, por si alguno no lo sabe o no lo quiere saber, de la verdad del sexo; que no tiene nada que ver con el ejercicio más o menos exitoso o fracasado -habitualmente esto último- de la genitalidad.

 Dice Lacan, con humor, que no hay relación sexual.

 Además, añade, lo que es el colmo, que La mujer no existe.

 Aclara, por si fuese necesario, que solo ex-siste la mujer tachada.

 ¿Entonces? ¿Cómo se hace? No hay solución, no hay escapatoria, hay que hablar. ¿Sobre qué? ¡Pero si está claro¡ ¡sobre lo que no hay!

 El psicoanálisis no plantea que no hay sexualidad, sino que la sexualidad es una cosa más bien rara (más mal que bien), inmanejable, in-educable, porque siempre se trata de una sexualidad que nos deja en un "¡hay!"; o en un "¡casi!, ¡por los pelos!". (Que es la definición de la suerte: lo que se agarra por los pelos, cuando pasa.)


Dora a los ocho años, y su hermano Otto a los nueve

¿Insatisfechos? No, todo lo contrario, insatisfactoriamente satisfechos, satisfactoriamente insatisfechos. O sea, negro sobre blanco, el deseo insatisfecho de la histérica.

 ¿Vacíos? No, todo lo contrario, llenos de un vacío, vacíos de un lleno. A este vacío, que nos llena, a condición de que se vacíe un lleno, Lacan lo llama el plus-de-gozar. (Por sus inmediaciones, ahí donde algo está agujereado, campa a sus antojos el objeto @.)

 ¿Cómo se encuentra uno con este gozar de más (ex-cesivo), que siempre sobra o falta (no hay término medio, proporción, media y extrema razón), fastidiosamente atravesado, nudo real, imposible de desatar?

 Por accidente, contingentemente, tropezando una y otra vez en la misma y distinta piedra, bañándose en el heracliteano río-Otro.

                                                               
                                          


II) El encuentro fallido y logrado con lo real del goce 

 Hay que acudir aquí a la dimensión del encuentro, azaroso, siempre fallido, traumático, por mor de real, del orden de la tyché aristotélica: "No busco, encuentro". (Pablo Picasso.)

 La histérica nos muestra el camino de ese encuentro con lo imposible, solo hecho posible al sinthomatizar la sexualidad, al enfermar de una enfermedad parlante, con síntomas charlatanes, por causa de la sexualidad, haciendo de la sexualidad el Otro con el que verdaderamente tenemos relaciones.

 El secreto de la transferencia es que el Otro que nos hace parlar, parlotear, desvariar, es un Otro que está dominado, de cabo a rabo, por un pequeño objeto, simpático y juguetón, al que llamamos objeto @.




Frida Bauer: Dora para el psicoanálisis

 La maniobra de la transferencia es transformar la pasión del sujeto por el Otro en curiosidad por el objeto del que goza el Otro, a su pesar, a pesar de sus pesares, causa de sus pesares, de su mal-estar.

 Evidentemente, lo que interesa al psicoanálisis es lo que enferma al sujeto, aquello que no tiene solución, el síntoma como una real-atadura, un nudo-real, que se mete entre las piernas, nos traba, nos hace tropezar, incluso caer; ¿por qué no? ¡Fracasar!

 La verdad de la histérica no es la insatisfacción del deseo, sino lo que nadie se atreve a decir, lo que nadie quiere oír, que la sexualidad es un fracaso, el fracaso de todos, mejor dicho, del Todo.

 La decepción del goce (¡No es eso!) es estructural.


 Por eso Lacan inventa esa lógica del notodo.

 Siempre se goza del notodo, de la mujer notoda.

 Bueno, esto es una cierta dispersión que trata de decir, con palabra dispersas y vacilantes, lo que no se puede decir, lo que, desde pequeñitos, nos dijeron que "no está bien".

 ¿A quien no le han dicho, "Niño, cuando vengan las visitas, pórtate bien, estate bien calladito, no hables más de la cuenta, que ni se te note"?

 Este es todo el problema, que es necesario hablar más de la cuenta, decir justo lo que no hay que decir, hablar de más, cuando todo lo que queremos es justo decir lo justo, ni más ni menos, que no nos falten las palabras, no sea que se note que albergamos deseos inconfesables, impresentables.

 Nos portamos bien para contar con un Otro con garantías, que no nos falte, del que estemos bien seguros.

 Hay momentos en los que Dora se porta mal. Ahí es justo cuando está mejor.

 Freud se empeña en llevarla por el buen camino, el de los buenos deseos, los que, por contra-identificación, por recontra-transferencia, el Sr. Sigmund alberga hacia Dora.

 Freud cae en el lazo que le tiende Dora. No es otro que el del amor.

 En cambio, la Sra. K, que es más astuta, más mala, más psicoanalista, sabe, con su saber de mujer, que hay un goce que no pasa por el falo, que es el que verdaderamente anhela Dora, el que exploran en sus largas conversaciones, solo para mujeres. (¡Men; No Entry; Not aloud!

 Se trata de un saber inconfesable, sólo al alcance de las mujeres, espigado en textos prohibidos.


El goce notodo es equivalente al de leer un libro prohibido

        


jueves, 16 de junio de 2016

Las escupideras de la histeria

Freud y Fliess

 I) Estudios sobre la histeria

 El caso inaugural de Freud, en los Estudios sobre la histeria, es el de la Señorita Emmy Von N. (S. Freud y J. Breuer; Estudios sobre la Histeria; Tomo III; Amorrortu Editores.)

 Freud, con esta paciente, aplica por primera vez el método catártico.

 Él mismo confiesa que no está muy seguro de la forma de abordar un caso de histeria, de ahí sus dificultades, sus vacilaciones, sus dudas, sus incertidumbres.

 Lo verdaderamente interesante es que Freud, en ningún momento, nos oculta o disimula estas dificultades del tratamiento.

 Todo lo contrario, su firme decisión es exponerlas con toda fidelidad, en toda su crudeza.

 Esta posición de autenticidad, que, desde el punto de vista académico, magistral, universitario, del saber constituido, podría comportar una mancha, un borrón, en el prestigio de Freud, es justo lo que determina que todo el desarrollo de este caso no esté desconectado de la verdad.

 Dicho de una forma más rotunda y categórica: Freud, en el caso de Emmy Von N, se pega a la verdad, con el riesgo cierto de pegársela.

 Al no des-pegarse de la verdad podrá despegar hacia el cielo-infierno del psicoanálisis.

 No se trata de una verdad general, compartida por todos, consuetudinaria, sino de la verdad singular de Emmy como sujeto.

 Desde el psicoanálisis, el término sujeto, significa, hasta nuevo aviso, alguien que se confronta, por imposición de la estructura y de las contingencias de la existencia, a la pregunta por la causa del deseo. (¡A través de un síntoma!)

 Esta pregunta, del orden de lo necesario, se hace presente en el caso a través de una serie repetida de encuentros azarosos, accidentes, tropiezos (sustos, espantos, ratones, etc.), que remiten a la tyché, al choque o al encuentro fallido, traumático, con lo real.

 La dimensión esencial del encuentro, fallidamente-logrado, logradamente-fallido, es el eje central de este tratamiento.

 Freud se extravía, pierde una y otra vez el hilo conductor de la cura, desorientado por su afán de curar a la paciente, algo que se había convertido en su "misión". (Expresión textual de Freud.)


"Estudios sobre la Histeria"


 Me pregunto: ¿curarla de qué?

 ¿Se puede curar a alguien de la sexualidad, cuando se trata justa o injustamente de ese real que a uno le hace hablar, que está en el fondo, en el fundamento, de todos los lazos discursivos que hacen que un sujeto ex-sista?

 Entonces, si un psicoanálisis no cura la herida ex-sistencial, la spaltüng del sujeto, la barra que lo atraviesa, ¿para qué sirve?

 Precisamente para saber un poquito más, para no desconocer tanto (lo que se paga con síntomas y más síntomas) eso real que no tiene cura. (Que, por estructura, es incurable.)

 Lo real que-no-tiene-cura, la falta-en-ser, el nudo entre la castración y lo real del sexo, es lo que llamamos, desde el punto de vista estructural, el sínthoma.

 Cuando Freud sigue las huellas del síntoma-estructural, del síntoma-lenguajero, parlante, de aquello que- no-tiene-arreglo, con lo que no-hay-arreglo (pero, con lo que no hay más remedio que saber arreglárselas), es decir, para más señas, el goce, las cosas van bien, viento en popa a toda vela, aunque cualquier médico o psiquiatra nos diría que van mal.

 Todos estos animales que desencadenan tanto horror y asco a la paciente son animales-síntoma, que saltan, asaltan, a nuestra querida Emmy con ese fragmento de la verdad, del sexo, con esa porción de goce (el ratón y su trozo de queso), que, en su ditmensión de real, la despiertan súbitamente de sus dulces sueños, impidiéndole olvidarse que ella, como sujeto parlante, está causada en su deseo en el campo del Otro.

 Vuelvo a la pregunta anterior: ¿Para qué sirve un análisis?

 Para nada práctico que no sea más que el sujeto no se olvide que no puede curarse del Otro.

 La histeria como modalidad del discurso es el paradigma de que lo que nos enferma es el Otro, las palabras.

 Esta relación tan extraña y extrañante con el Otro, vía los trou-matismes de la sexualidad, del goce, se le impone al sujeto en su síntoma.

 El síntoma histérico es tan difícil de abordar no por su disimulo, sino por su transparencia, por la verdad que manifiesta. (A quien tenga oídos para escucharla.)

 La histérica se desmaya ante el Amo-Charcot, prendada de su saber, enamorada de su impotencia.


¡Todo por el amo!


 Emmy Von N es una histérica en bruto, una piedra preciosa.

 La cuestión es poder extraer de esta roca granítica de la histeria el diamante de la verdad.

 Todo gira en ella, suspendido, alrededor del Otro.

 Al borde de la pregunta por el Otro, en un casi que no es todavía, al que no le acaba de llegar su momento, que siempre nos pilla insatisfechos, la histérica no deja de plantear su desafío: "¿Tiene usted un saber que me sirva para algo o va a volver otra vez con la retahíla de tener o no tener el falo?" "¡Oiga!, ¿con qué goza usted, si se puede saber?".

 Entonces, provoca nuestro deseo, nos encandila con sus formas, sus amables maneras, porque necesita -es cuestión de vida o muerte- nuestra palabra, nuestra interpretación, la transferencia amorosa.

 II) El topillo psicoanalítico

 En Emmy, hay una fórmula histérica, enigmática, repetida una y otra vez, con una aparente función de protección, que no se sabe a quién se dirige: "¡No hable! ¡No se mueva! ¡No me toque!".

 Freud, en una interpretación genial, constata que, a través de esta fórmula significante, se evoca la presencia del extraño.

 Este extraño, que no es el sino lo, es algo que, de preferencia, se entromete, inmiscuye, inmixiona, en su discurso

 El topo o topillo, toponímico, topográfico o topológico, constituye la clave del caso.

 ¿No es el extraño el objeto @?

 ¿No es el topillo el goce más caprichoso del mundo, que se ríe, de las predicciones, la regularidad, el automatismo, de cualquier ley, del dominio omnímodo del falo?


El topillo psicoanalítico

 El problema de la histérica, como en el sueño de la bella carnicera, es que no tiene con qué abordar a eso extraño.

 Solo cuenta con un poco de salmón ahumado, absolutamente insatisfactorio para lo que está en juego; además, el caviar está por las nubes.

 Lo paradójico es que su deseo es tener un deseo; para ello, se queda privada de lo que tiene al alcance de la mano. ¿Cómo no entenderlo?

 A la vez, lo interesante, es que toda la variedad de los síntomas de Emmy no hacen más que presentarnos una exhaustiva fenomenología de los modos y maneras de manifestación, de intrusión, del objeto extraño.

 Debido a eso no nos deberá extrañar que el afecto predominante en su caso no sea la angustia o el miedo, ni el terror, sino la sorpresa.

 Lo real, al irrumpir súbitamente, nos sorprende"¡Sorprendame, Herr Professor Freud!" "¡Sorpréndase!".

 La transferencia es la capacidad por parte del psicoanalista de aguantar la sorpresa.

 A Emmy no le faltan sorpresas, más bien le sobran.

 Levanta una piedra y aparece un sapo.

 Fantasea que abre una caja que ha mandado un Dr. con ratas blancas, y, ¡Oh! sorpresa, entre ellas aparece una rata muerta, r-o-i-d-a.

 Se va a dar un tranquilo paseo por el monte y la sorprende la niebla.

 No hay forma de que esté tranquila; siempre hay algo que la sorprende.

 Freud también se sorprende.

 Su teoría se basa en que la sexualidad es lo más sorprendente y sorpresivo para un sujeto (él lo llama traumático), y, resulta, que este factor tan poderoso, la pulsión sexual, está ausente totalmente de la vida de Emmy.

 Ni fu ni fa. Ni frío ni caliente. Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.

 Gracias a Dios que está ahí la represión para explicar lo que no tiene explicación.

 Emmy no sólo no se queja de la sexualidad, de su inherente insatisfacción, sino que vive en la abstinencia sexual.

 Posteriormente, Freud, nos enseñará que la sexualidad hay que localizarla en los síntomas.

 Para ello, es necesario, primero, interpretarlos.

 Freud está un poco desorientado en ese tiempo con respecto a esta cuestión de la sexualidad debido a que piensa que la cosa pasa por la genitalidad del individuo (no por el erotismo discursivo); por su satisfacción o insatisfacción actual (las neurosis actuales); cuando, en realidad, la acosa pasa por la sexualidad enigmática del Otro.

 Lo que plantea el psicoanálisis de original es que la sexualidad y el deseo adyacente se localizan en el campo del Otro, en el borde de los agujeros del cuerpo, erogenizados por el discurso del Otro.

 Y se localizan no como potencia sexual -fálica-, tampoco como impotencia genitora (la histérica es maestra a la hora de denunciar la potencia-impotencia del amo), sino como falla, división subjetiva. (La spaltüng del Ich.)

 No hay ningún saber que se le pueda aportar al sujeto histérico (masculino o femenino), ningún falo imaginario, capaz de remediar su división, su fractura radical. (La histérica se engaña haciéndole creer al hombre -que se hace ilusiones- que lo tiene.)

 Por eso, Freud, víctima también del deseo histérico, que le presenta su faz de insatisfacción, no su secreto goce, se desespera porque todo lo que le aporta a la paciente, su dedicación, su presencia, su saber, su amor..., al final de los finales se muestra impotente para remediar, ¿qué?, para satisfacer, ¿qué?

 Aquí la brújula es que no hay nada que satisfacer, nada que remediar, nada que solucionar.

 La acosa no tiene nada que ver con Freud. (Desde luego, menos todavía como hombre.)

 Tiene que ver con Freud en tanto inscrito en el discurso del analista, donde hace semblante del @ en el lugar del agente.






 La cuestión pasa por poder interrogar, en la transferencia, con el instrumento de la palabra, un objeto (no un sujeto), que hace irrupción en el campo del Otro, dividiéndolo, causando su deseo.

 Es el objeto que Lacan llama @. (Su invención, la de cualquier psicoanálisis, la de cualquiera...)

 Lo encontramos en esa carne fría, asquerosa, revestida de una grasa congelada, que le hacía comer su madre a la pobre Emmy cuando se portaba mal.

 También, en ese mal abominable que le podía transmitir su hermano. (¿La sífilis?)

 ¿O no sería, a través del hermano, esa otra mujer, perdida, abominable, que causó su deseo?

 Incluso, los esputos de su otro hermano, enfermo de tuberculosis, que arrojaba, volando, a la escupidera, al receptáculo de todos los desechos, de la basura inmunda. (The litter.)

 Todavía me acuerdo cuando, en mi infancia, había escupideras en las escaleras de los edificios.

 Esos objetículos o adminículos son necesarios porque la gente tiene un cuerpo, que, por definición, es maleducado y, muchas veces, asqueroso.

 La gente esputa, escupe, no por falta de educación, sino por el empuje al goce.

 La escupidera es un objeto topológico, un útil, cuyo valor se puede sostener perfectamente desde la teoría del utilitarismo, como algo que contribuye al bienestar de la mayoría.

 Es necesario que en una sociedad que se precie haya escupideras, basureros, litters, de conformación fundamentalmente discursiva, donde uno pueda arrojar sus deyectos, como los gargajos, los lapos, los escupitajos, todas esas mucosidades que expulsa el cuerpo.


Escupidera de principios del siglo XX

 A propósito, a Diógenes le invitó a su casa un renombrado personaje.

 Le dijo que se comportarse bien, sobre todo que no escupiese.

 En un momento dado, Diógenes, hizo un gargajo, para esputar a continuación a la cara de este ilustre señor.

 Cuando este le pidió cuentas, el bueno de Diógenes dijo que no había encontrado otro lugar más sucio para escupir.

 Si uno no lo tiene, se lo busca.


Diógenes buscando a un hombre

 Continuo. Esas escupideras, que luego retiraron por higiene, estaban llenas de un agua asquerosa, amarillenta, en la que se mezclaban los esputos de los otros con restos de colillas; pero, claro, algún lugar tiene que haber para recoger los restos de la humanidad, esos desechos de los que nos avergonzamos.

 El inconsciente estructurado como un lenguaje tiene también una dimensión de escupidera, de litter de restos innobles.

 Nos hemos vueltos tan educados, tan a-sépticos, que nos la cogemos con papel de fumar. ¡Y así nos va!

 No es que estemos desabonados del inconsciente, es que nos hemos desabonado del goce, que, como es poco presentable, no huele del todo bien, ha sido sustituido por formas aceptadas y aceptables de gozar; por ejemplo, se infiel y no mires con quien.

 El caso de Emmy Von N., señora de lo más respetable, nos muestra que no hay acceso al goce que no pase por el objeto que he llamado asqueroso.

 Dicho en fino, se trata de lo que Lacan denomina el amor real de transferencia.


El cross-cap escupidera, con su agujerito y todo


 Una compañera psicoanalista comentó el caso de una chica que lo que rescató del primer encuentro sexual con su novio fueron las asquerosas babas que le mancharon.

 La clave es percatarse de que lo que mancha al sujeto, en el sentido de la causa, es indisociable de la mancha del Otro.

 No se entendería nada si no se capta que estas babas no son un objeto que pertenece al Otro, sino algo que está entre, al haber caído en el espacio vacío, de intersección, que vincula y separa al Sujeto con el Otro.

 El objeto @, como plantea Lacan, está entre el Sujeto y el Otro, adosado a su cuerpo como un aplique, en la lúnula que inter-secciona sus dos campos, sus dos cuerpos.

El objeto @ es lo que separa y vincula, en su función de gozne, al Sujeto con el Otro

 Esas babas, en su estatuto de @ (raíz de la privación), son el resto de un encuentro sexual, testimonio de aquel goce que cae del cuerpo. (Y que se recupera como plus de gozar.)

 No hay posibilidad de reconstruir el encuentro sexual con el Otro si no es a través de ese resto, de ese desecho, hecho del goce más innombrable y desconocido, absolutamente insatisfactorio desde la perspectiva de los ideales del yo.



La escupidera-cross cap, con su agujerito en el centro


















martes, 7 de junio de 2016

El desencadenamiento de la enfermedad en el Hombre de las Ratas


I) El deseo de los padres en el desencadenamiento de la neurosis obsesiva del Hombre de las Ratas 


El Hombre de las ratas

 Los dos últimos apartados del caso del Hombre de las Ratas, corresponden al desencadenamiento de la enfermedad y a su resolución (Sigmund Freud; "A propósito de un caso de neurosis obsesiva [El Hombre de las Ratas]"; 1909; Obras Completas; Vol. X; Amorrortu Editores.) 

 Es curioso que, para descubrir en un tratamiento aquello que ha actuado como desencadenamiento de la enfermedad, sea necesario recorrer un largo tramo del análisis.

 Es que el relato del desencadenamiento, su recuperación simbólica, no es sólo la constatación de un acontecimiento traumático ocurrido en el pasado; es también principio de solución, reconstrucción, a través de la perlaboración; es desencadenamiento-interpretación-solución

 Se tiene que constituir la transferencia analítica como transferencia de saber, más allá del amor de transferencia, para que se revele ese nudo de su historia que se relaciona con la elección matrimonial de sus padres.

 Ahí, en el punto más candente, crítico, angustiante, de su novela familiar, es donde se pone en acto, se representa, se inscribe, esa dimensión fundamental del goce. (El goce del Otro.) 

 Si el sujeto tiene una deuda es con ese goce que preside su nacimiento, que se constituye como la marca a descifrar de su condición de sujeto.

 Ahí es donde Freud se encuentra con esa construcción a la que denomina la novela familiar del neurótico, y, Lacan, el mito individual del neurótico

 Para Lacan, el síntoma central del Hombre de las Ratas, el gran delirio obsesivo, sólo se soluciona a partir del desciframiento, en el análisis, de ese mito individual-colectivo que ha capturado en sus redes la parte más inconfesable, la mitad no-dicha (por indecible), de la verdad del sujeto.

 Nunca mejor dicho que la verdad (lo mismo que el deseo, el acto, etc.) es en transferencia o si no no es.

 La lógica de la cura, la estructura del sujeto del vínculo, permite aplicar la operación -¡ética!- del anudamiento borromeano al caso del Hombre de las Ratas.

 Si no se produce en el acto analítico un anudamiento triple en el que dos se enlazan por un tercero, que ek-siste a ambos, el caso es sin salida, irresoluble.


Lo real es lo que ek-siste al dos

Todos los atolladeros de Freud en la dirección de la cura tienen que ver con la dificultad de introducir el tres: pasar de la transferencia natural (imaginaria), la que suma dos, a la potencia tercera de la transferencia (simbólica.)


El tres: la potencia tercera de la transferencia simbólica

 Lo que es del orden de la demanda es siempre reductible al dos. Por ejemplo, un mandato y el sometimiento o la rebelión frente a ese mandato.

 El caso del Hombre de las Ratas está plagado de ratas demandantes -¡a sus órdenes!- y de ratas en rebeldía.

 Porque hay un tipo de ratas la mar de obedientes, ya sea gracias al capitán cruel de turno o debido a los cantos de sirena de un flautista de Hámelin, que, en estos tiempos de la mal llamada declinación de la función paterna, se reproducen que es un gusto.


Freud, trazando palotes, hasta contar tres 

 Freud sostiene una línea interpretativa con este hombre obsesionado con las ratas. Pero esta interpretación no le permite saltar del dos al tres, eludiendo los engaños de la transferencia.

 Se puede definir la demanda como el intento de reducción de todo lo que no es saber (por ejemplo, el goce) a saber.

 Y, en esta operación sapiencial, religiosa, el obsesivo es un maestro, un auténtico creyente, que no necesita meter el dedo en las llagas de Cristo para tener fe . 

 II) El obsesivo duda del Otro

 Y luego está la duda, que todo lo corroe, que duda de todo.

 Es evidente que la duda es el mayor enemigo de ese acto que puede arrebatar a la angustia su certeza.

 Si la angustia no es sin objeto, el obsesivo, salvaguarda, gracias a la duda, ese objeto, que, ¡oh desgracia!, no está ni se le espera hasta nuevo aviso.

 Freud, en algunos momentos, queda fascinado por el sujeto que está ahí, a su disposición, para lo que usted quiera, y se extravía con respecto a la dimensión del objeto.

 Ese objeto que el sujeto no quiere ver ni en pintura. ¡Vade retro Satanàs!

 Freud sitúa el conflicto del Hombre de las Ratas como una lucha entre la rígida voluntad del padre y el amor a la Dama de todos sus anhelos.

 El polo paterno es el representante de todo lo que es del orden de la prohibición. (Que diverge del registro de la Ley.)

 Curiosamente, el padre, sería el encargado de prohibir aquello que no se puede prohibir, el sexo, porque, si lo abordamos como escritura, la del cuerpo, el encuentro de los sexos es imposible, es lo real que no-cesa-de-no-escribirse.

 Para prohibir el sexo no es necesario un padre. (Se las arregla muy bien él solito.)

 Un padre, un aparato paterno, es necesario para no fallar al sexo; o, lo que es equivalente, no fallar al goce.

 Por todo esto, es importante situar el eje del caso en eso tan sorprendente que sacude al sujeto de la punta a la raíz, ese "goce por él mismo ignorado" que Freud capta en esa expresión, extrañamente compuesta, de su rostro, cuando, a duras penas, faltándole las palabras, intenta narrar al Otro lo inenarrable del tormento de las ratas.


El recorrido imposible del Hombre de las Ratas

 Si en determinado caso clínico predominan los personajes imaginarios la única forma de deshacerse de ellos es hacerlos desaparecer o sustituirlos por otros.

 Si el padre del Hombre de las Ratas no concuerda con el ideal de padre se busca uno mejor y asunto concluido.

 Pero, entonces, ¡qué ironía!, ese padre mejor es el capitán cruel, el señor de las ratas, que, como es obvio, lleva a lo peor. (Al inquietante y sádico superyo.)

 Si en vez de personajes imaginarios, identidades, identificaciones, lo que se pone en acto en un análisis son posiciones discursivas, no es necesario matar a nadie.

 Se trata tan solo de interrogar el discurso en el que el sujeto está inscrito, sin proponer ideales, normas de conducta o principios morales. 

 Se trata de pasar de un discurso a otro: al discurso del psicoanálisis, que es el discurso del cambio de discurso.

 Por ejemplo, del discurso del amo al discurso de la histeria.

 Ejemplos no faltan en el Hombre de las Ratas de un cambio de discurso.

 El sujeto se enamora de una misteriosa mujer con la que se encuentra en la escalera.

 En su phantasía es la hija de Freud, que le quiere como yerno. 

 En un sueño, esta mujer que hace enigma, hija del psicoanálisis, en el lugar de sus bellos ojos, tiene unas piezas de estiércol, que ocupan sus cuencas vacías.

 La interpretación de Freud es que el sujeto, en su sueño, no se enamora de su hija por sus bellos oculos, sino por su dinero, el del padre, equivalente al estiércol. (A la mierda.)



El discurso del amo: todos desfilando 

 ¡Curioso!, la belleza recubre lo más degradado, rechazado, eso in-asimilable que no cotiza en el mercado de los bienes, en la bolsa de los valores, que no sufre alzas ni bajas, sino que se hinca en la carne.

 Toda una dimensión de la rata habita ese agujero.


El agujero topológico de la rata













domingo, 5 de junio de 2016

Pasaje al acto y acto de pasaje en la joven homosexual

 I) El encuentro desgraciado con el padre en la joven homosexual

 Es conveniente dar otra vuelta al tema del acting-out y del pasaje al acto en el caso de la joven homosexual. 

 Toda la historia de la joven homosexual es un continuo acting-out que culmina en la crisis que la precipita al pasaje al acto

 La conjetura es que el pasaje al acto, el intento de suicidio, se desencadena debido a que un acto de pasaje ha quedado obturado, bloqueado. 

 Hay una relación inversamente proporcional entre el acto de pasaje y el pasaje al acto: a más acto de pasaje menos pasaje al acto; a menos acto de pasaje más riesgo de pasaje al acto.


 Pasaje al acto  
↑ Acto de pasaje


 El encuentro de Sidonie y su dama con el padre es un encuentro desgraciado

 Es tan desgraciado que sucede una terrible desgracia: Sidonie intenta acabar con su vida. 

 El rechazo del padre des-gracia lo que debería haber sido a-graciado, si él hubiera podido mirar más allá de sus narices. (De la nariz de Cleopatra.) 

 Pero él ve lo que ve. 

 Y lo que ve no le gusta nada.

 ¿Qué es lo que ve? 

 Ve a su hija con una mujer de mala nota


"Si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, toda la faz de la tierra habría cambiado"; Blaise Pascal

 Uno rápidamente piensa que la obligación primera y principal de un padre es poner orden

 Para ello dispone de su auctoritas. (Autoridad.) 

 Pero la autoridad, si no se quiere deslizar al autoritarismo, a la arbitrariedad, deberá ser siempre una autoridad delegada, referida a una ley que legislará sobre el propio legislador, a la que éste tendrá necesariamente que someterse. 

 Y la autoridad del padre solo será reconocida por el hijo si se autoriza en la palabra; si es una autoridad ejercida desde la potestas (potestad) del símbolo, desde el poder del significante. 

 En el encuentro desgraciado el problema más grave es que la implicación personal del padre, su pasión de padre, su obsesión por reivindicarse como padre -con p minúscula-, le impide actuar como intermediario, embajador, mensajero, entre su hija y la dimensión de la ley

 El padre no quiere mirar hacia otro lado, sobre todo no quiere mirar más allá, por lo cual dirige su mirada furibunda hacia su hija y su dama.

 Es una mirada de rechazo, des-calificadora, que des-autoriza aquello que su hija le quiere mostrar. (La escenificación del deseo en el acting out.)

 ¿Qué es lo que le quiere mostrar?

 Que ella tiene un deseo causado. (Esto es una redundancia, ya que un deseo, por definición, si no está causado no es un deseo, es una demanda.)

 Tener un deseo causado es mostrar inequívocamente que uno no está en posición de amo, simulando, a través de su yo fuerte, que es dueño y señor de su deseo.

 Y para que no haya dudas sobre su deseo tachado, bastardo, ella se muestra atraída por un objeto de la peor reputación, degradado, de la más baja estofa, rebajado manifiestamente a su condición de objeto-desecho: la Dama: Leonie von Puttkamer.



Toulouse Lautrec: pinturas sobre burdeles 

 Se trata de un objeto descocado, cocottado, descottado. (Perteneciente a la serie cocotte.)

 Y, el padre, en consecuencia, se queda acocottado.

 Que es lo mismo que decir en blanco o in albis.

 O sea, que no entiende nada de nada; que no sabe de qué va la cosa; por donde van los tiros.

 Probablemente sea porque con su mujer hay muy poco o más bien nada que rascar.

 Es el típico hombre con (sin) recursos (como el padre de Dora) que a su mujer la tiene a dieta absoluta, a pan y agua.

 Su esposa también hace locuras, se suelta de sus ataduras, flirtea, para gran escándalo de su hija, con el fin de que su marido se caiga del guindo y se entere que tiene una mujer.

 Este hombre no sabe lo que hacer con su hija.

 Simplemente, le ruega a dios que cese el escándalo.

 Como él no es capaz de meterla en cintura o en vereda prueba con Freud a ver si tiene más éxito.

 Cuando uno no sabe lo que hacer, a quién encomendarse, porque no sabe qué mosca le ha picado al otro, se enfada, se irrita, vocifera que "¡esto no puede continuar así, de ninguna forma, bajo ningún concepto!". (Los palitos no encajan en los agujeritos.)

 Esto es el superyó, el yo inflado, hinchado.

 Se rompe la baraja.

 Cuando se trataba simplemente de jugar con el muerto, de cartearse con la función paterna, es decir, de cortar y seguir barajando, de repartir juego.

 Son las cartas que se reparten las que deciden la jugada, no uno mismo.

 Se trata de tener la mejor baza.

 Para ello es imprescindible estar muy atento al juego, que nada nos distraiga de los signos que verdaderamente nos conciernen.

 El padre de Sidonie tiene un mazo de cartas pero solo sabe utilizarlo como arma arrojadiza, como proyectil.

 Justo lo que el padre de Sidonie no puede hacer es ser la garantía ausente que permite seguir jugando, el Otro barrado (A) que se constituye en la ley de la partida.

 II) Un padre acocotado y una cocotte

 El objetivo, la estrategia, de esta simpática mujer, histérica con apariencia de homosexualidad, con una fachada irónica de homosexualidad femenina (¿alguien sabe lo que significa esto si ella lo único que no quiere hacer es acostarse con la dama para así poder poseer a la dama toda?), es acogotar al padre. ("Inmovilizar fuertemente a una persona teniéndola sujeta por el cogote, para derribarla o dominarla".)

 Si alguien no lo sabe o no lo tiene claro, como yo mismo, el cogote es “la parte superior y posterior del cuello, donde este se une con la cabeza”.

 El cogote es una parte inaccesible del cuerpo, imposible de aprehender desde la propia mirada, a la que solo puede acceder el otro, dejándonos acogotados.

 Además es una zona de unión y de separación inter-partes.

 En resumidas cuentas, su deseo es acocottar a su progenitor, acogotarloa-desearlo.

 Para ello utiliza a una cocotte, un objeto de mala fama, del que todo el mundo -¡en público!- habla mal, pero hacia el cual (¡y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra!), también todo el mundo, mejor dicho, uno por uno, siente una atracción irresistible y secreta.

 ¿Alguien ha confesado alguna vez que se ha ido con una cocotte?

 Directamente, nadie; pero si nos fijamos en la gran cantidad de acogottados o acocottados que hay por el mundo, a lo mejor…

 Otra vez, insistimos: ¿qué es una cocotte?

 Una mujer de mala nota; una mujer que no da la nota; que no alcanza las notas más altas; que no llega ni al aprobado raspado.

 Una mujer ttachada, con la doble t de cocotte.

 Una mujer que nadie la aprueba; que todo el mundo la reprueba; la suspenden; la ponen una mala nota; pero es una mujer que fascina.

 El que esté libre de cocotte (de pecado) que tire la primera piedra.

 En este caso, en contra del criterio evangélico, si se trata de la piedra del significante, que hiere y marca, conviene tirar la piedra y no esconder la mano.


Mujer desnuda ante el espejo, de Toulouse Lautrec

 Es aparentemente paradójico que lo que le interesa a Sidonie de su dama, más que nada, es lo que la sociedad rechaza; lo que no se aprueba, reprueba, por la vox pública; justamente esa nota de mala nota; esa marca de mala fama (que linda con la in-famia); esa condición deplorable y reprobable que la tacha.

 Para los ideales sociales esto es degeneración, degradación, perversión, en sentido lato.

 Para Sidonie son los rasgos, las marcas significantes que hacen apetecible, apetitoso, al objeto, convirtiéndolo en el atractor extraño de su deseo.

 Estos rasgos o marcas significantes, que horadan al objeto, atraen como un imán al deseo, lo imantan en la buena dirección, en un campo electromagnético cuyos vectores de fuerza giran alrededor del borde de un agujero.

Campo electromagnético alrededor del eje de un anillo

 Prefiero hablar de agujero del goce que de agujero de goce.

 El segundo, el agujero de goce, evoca algo del orden de una pérdida, de una sustracción; que el campo del goce, del cuerpo, está agujereado, horadado.

 El primero, el agujero del goce, remite tanto a la pérdida como a la acumulación.

 Por un agujero se puede extraviar, evaporar el goce; al igual que depositar, almacenar, hasta el exceso, el excedente.

 Desde la clínica, al agujero del goce, mediante una expresión metafórica, lo voy a denominar la alcantarilla del goce.

 A través de una alcantarilla se eliminan los desechos, los restos del goce, a la vez que se depositan las inmundicias, las deposiciones.

 Por eso, las alcantarillas, de pascuas a ramos, se desbordan, inundándolo todo, con sus deyecciones y asquerosidades.

La alcantarilla del goce

 Muchas veces, cuando se quiere saber cómo gozan los parletrês, se analiza el agua infecta e insalubre de las cloacas, que permite obtener mucha información. (Por ejemplo, sobre el consumo de sustancias estupefacientes.)

 Leonie, para Sidonie, es una cloaca del goce.

 Ella, ahí, aunque parezca increíble, en la inmundicia, el fango, en el inframundo o demimonde, en aquello que no hace mundo, amputado del mundo, encuentra su satisfacción.

 Obviamente, se trata de una satisfacción (befriedigung) que está más allá del principio del placer, más cerca del dolor que del lust. (Por eso la llamamos goce.)

 Freud, en el análisis interrumpido de la joven homosexual, debería haber hecho, como lo ordena el discurso del analista, semblante del objeto @; o, lo que es lo mismo, de cloaca del goce, para la mayor satisfacción y contento de la joven Sidonie Scillag.

El discurso del analista: el objeto @ en posición de agente, de causa

 Lo que pasa es que ese espacio del subsuelo está lleno de ratas, cucarachas y otros bicharracos infectos.

 A nadie le gusta merodear por esos arrabales, por esas zonas miserables y degradadas.

 A pesar de ello, aunque no se trate de los Jardines Reales del Palacio de Versalles, que rebosan de orden y de belleza, en un psicoanálisis, también hay Parques reales (como el Retiro), construidos para disfrute y solaz de los paseantes del inconsciente. (Los incautos que erran o yerran.)

 El que se trate del agujero del goce nos impide olvidarnos que un agujero, en su estatuto ontológico y topológico, es efecto de una operación de corte.


El agujero éxtimo, exterior y central, excavado en la superficie de un toro, como efecto del corte significante

 Para Sidonie -¡y para el psicoanálisis!-, esas manchas que ensucian y afean la transparencia y la pureza de los ideales de perfección, integridad y belleza, son la expresión de una mujer que desea, que ama locamente, casi de forma erotomaníaca, desde lo que le falta. (Por eso, Sidonie, se ubica en la posición masculina del amante fiel, frente a la amada infiel.)

 La estrategia del deseo de Sidonie es la de acocottar al padre, con el fin de que se espabile y se comporte como un verdadero padre. (No como el Rey de bastos de la baraja.)


¿Basta con que un padre sea un Rey de bastos? 

 Su conducta con la dama tiene la función de un acting-out porque a través de ella le muestra -¡bien visible!- su deseo al padre.

 No solo esto, también le señala al padre que debe estar causado en su deseo por un objeto más allá de ella. (Por ejemplo, la madre.)

 Es una simplificación abusiva considerar que Sidonie Csillag es una maestrita del deseo, que les va diciendo a todos cómo hay que desear.

 Ella no se sitúa en posición de amo del deseo, de S1.

 Para poder tener un deseo necesita introducir a un tercero en esos asuntos tan peliagudos y enrevesados de las relaciones sexuales que no existen, que nos incomodan y perturban. (La angustia, aquí, es el afecto princeps, en tanto señal del sujeto.)

 ¿Por qué este tercero no puede ser el padre?

 De hecho, lo debería ser, de acuerdo a la lógica de la estructura.

 La primera vez que lo intentó con él le falló.

 Ella esperaba recibir de él el significante del deseo, el falo (Φ).

 El problema no es su frustración y desengaño por el amor que el padre ha traicionado al embarazar a la madre en vez de a ella.

 El quid de la cuestión es que el padre no le dio a ella lo que le correspondía, la marca significante, la función fálica, la f (x) de la falta, sin la cual nadie puede desear, sin la cual no es posible situarse, sin graves perjuicios, como objeto del deseo del Otro.

 Esta marca significante, esta función lógica, que es imprescindible para poder abordar desde el discurso el deseo del Otro, es evidente que solo la puede recibir de ese mismo Otro.

En este grafo queda claro que el sujeto solo puede situar y recibir el Phi del Otro

 El Otro de Sidonie es el padre.

 Por eso toda su conducta actinounesca se dirige de forma electiva al padre.

 A diferencia de los asuntos narcisísticos, que son individuales, locales y próximos; los asuntos del deseo son colectivos (dos pueden constituir una colección), singulares, universales y éxtimos. (Lejanos y próximos.)

 Por este motivo, todo este imbroglio del deseo, su cuestionamiento, se desplaza al campo del Otro, el lugar donde deberá decidirse, dirimirse, dictaminarse.

 Este desplazamiento separa radicalmente al Amo (el moi) del sujeto.

 Sidonie, a través de su acting-out, intenta que el padre se quede patidifuso, acogottado, alucinando en colores, cuando vea el resplandor del deseo que ella le muestra, lo más valioso que ha podido forjar para él.

 Acogottado significa que el padre se queda de una pieza, sin palabras, sabiendo que no sabe nada de eso que su hija, en la escena del acting-out, representa para él, con la colaboración estelar, como actriz invitada, de la insigne dama, perteneciente a lo más distinguido del demi-monde, Leonie von Puttkamer.

 Se trata de la spaltüng del padre ante el brillo enceguecedor de ese objeto único, inigualable, que es el @, la causa del deseo.

 Objeto destinado a caer, a constituirse, en su estatuto real, como resto irreductible de la dialéctica subjetiva.

 Pero resulta que algo falla.

 En vez de caer el objeto, cae ella, en su condición de sujeto. (Niederkommen lassen: dejarse caer.)

 Es que el padre se lo toma a pecho, demasiado en serio.

 Desconoce que lo que le está mostrando su hija tiene una estructura de ficción, de verdad.

 No quiere participar en la representación, en la performance del deseo.

 Rechaza el llamado de su hija a intervenir como actor invitado.

 No está dispuesto a actuar en un papel secundario; menos todavía a rebufo de esa Dama impresentable, acoconante. (El papel primus, en la escena de marras, de armas tomar, lo detenta el siempre velado objeto @; el secundus es el de padre, entendido como progenitor de los significantes.)


El objeto @, en el centro agujereado de la escena del acting-out

 Entonces, el padre, al borrarse de los títulos de crédito, provoca que todo lo que le muestra su hija quede des-acreditado.

 El deseo, al haber sido rechazado de la escena del Otro, el único escenario donde se puede sostener la fe del sujeto, desaparece en un fundido a negro. (Siempre acompañado del actor con más tablas, el @ de la causa, que, si no está en escena, habrá que buscarlo en el foso del apuntador.)

 ¿Qué lugar ocupa en la estructura Leonie von Puttkamer, la cocottísima de Sidonie?

 Es evidente que el lugar que ocupa es el del goce femenino.

 Por eso pertenece al demi-monde.

 ¿Dónde se puede encontrar ese goce tan refinado y particular?

 En el propio demi (mitad)-monde. (Mundo.)

 En aquella mitad que le falta al mundo para poder ser Un mundo, un Todo.

 En todo aquello que le impide al mundo unificarse, clausurarse sobre sí mismo.


Dos Cocottes - Ernst Ludwig Kirchner
 Sidonie quiere que su padre aprecie y agracie ese objeto para ella tan valioso. 

 Pero la mirada de desprecio del padre, que rechaza el objeto femenino, en tanto identificado con la falta, hace que la desgracia se abata sobre su hija. 

 Sidonie se ha quedado sin palabras. 

 El mundo la vomita de sus entrañas. 

 En ese momento, cae, se precipita, se proyecta fuera de la escena del mundo. 

 A esta caída del sujeto, en su condición radical de @, la llamamos un pasaje al acto

 ¿Pero el pasaje al acto no es el del padre, que, al no poder borrarse, al omitir su acto, aquel al que está llamado, la deja caer?