I) Cuando los vapores se suben a la cabeza
Los vapores de la histeria |
En la clínica, cuando el calor aprieta, los vapores, a veces, producen amnesias.
Una amnesia es un recuerdo, no una disociación de la conciencia.
Es el recordatorio de que todavía falta algo por decir; que esa palabra que falta no se puede quedar en el tintero.
Dora está a la espera de una palabra que sea fértil, que produzca algo, que, inevitablemente, la deje embarazada.
Para que Freud se entere, hace un síntoma con el que simula un embarazo.
Porque Dora, como toda -o notoda- buena histérica, es una simuladora.
¿O acaso no sabían que las histéricas son unas grandes simuladoras?
Dora, incluso, para simular mejor, para que no parezca que simula, es decir, para simular en segundo grado, para simular que no simula, se ilustra en una enciclopedia.
Freud, a esa consulta de Dora, dirigida al Gran Libro del inconsciente, en tanto sede del saber, la adscribe a la curiosidad sexual. (A la que califica de insaciable.)
Es curioso que, toda curiosidad, todo deseo de saber, sea eminentemente sexual.
Y curiosidad sexual no es curiosidad genital. No es aprender anatomía.
¿Alguien concibe que la sexualidad se pueda aprender en un Tratado de Anatomía?
Freud piensa que es imposible que Dora, para forjar su síntoma, no haya consultado una Enciclopedia o un Tratado de Anatomía.
Se trata de los famosos Atlas de Anatomía con los que yo estudié en la carrera de Medicina.
Por cierto, en mis años de discente, de aprendizaje, había dos grandes corrientes en la enseñanza de la anatomía: la escuela alemana y la francesa.
Lo que las diferenciaba era que una abordaba la anatomía desde una perspectiva funcional, y, la otra, desde un punto de vista morfológico. (Lo diacrónico y lo sincrónico.)
La anatomía imaginaria -histérica- en la extracción de la piedra de la locura: El Bosco |
¿A qué escuela de anatomía se remitiría Dora para construir su síntoma en transferencia?
¿Qué libro de texto consultó?
Lo incontrovertible, señores de la medicina, sabios diversos y divertidos, es que el síntoma de Dora es un puro artificio, hecho con un poco de sangre menstrual (por consiguiente, con un poco o un mucho de su cuerpo, de su propia sangre carnal); un poco de dolor de tripa (apendicitis-like); y una curiosa y extraña cojera de su pierna derecha, secuela de un mal paso.
Con estos ingredientes, más un poco de salmón ahumado, Dora, cocina su síntoma en la cocina del inconsciente, donde hay suficientes cacharros y artilugios para todo lo que sea menester.
Demande usted, Sr. analizante, y el Chef analista se lo servirá a tiempo, como es debido, todo a su gusto, para su mayor satisfacción. (Bien calentito.)
El chef analista al que se le demanda "nada" |
Tropiezo sexual, cojera sexual, sexualidad que cojea, síntoma que, curiosamente, al estar preñado de toda la curiosidad sexual del mundo, es decir, de la falta de la sexualidad, embaraza a Dora.
Cojerasíntoma o síntomacojera que no ha sido nunca descrita en los Tratados de Patología Médica, de la que el saber de los médicos, en tanto saber del amo, no tiene ni la más remota, o, dicho en castizo, para que (no) se entienda, "ni la más put.. o pajo.. idea".
Sobre todo, síntoma fabricado, artificiosamente creado, hecho con todo el arte del mundo, con las propias ideas de Dora, con las suyas, esas ideas-significantes, pensamientos no pensados, imposibles, que el psicoanálisis revela, interroga, convierte en el eje de la dirección de la cura, en el núcleo de crecimiento de la transferencia.
Este es el síntoma-collage de Dora, ese síntoma que, Lacan dixit, habla. ("Je, la verdad o la mentira, hablo".)
Dora no simula, sinthomatéa o sinthomatiza, siempre con el afán de interrogar al Otro, de des-completarlo, de sinthomatizar la relación.
Si Dora crea su síntoma a partir del saber de una Enciclopedia o de un Tratado científico es porque su síntoma está hecho de significantes, que muerden en el cuerpo, que lo embarazan, en el sentido de que lo convierten en una mujer-encinta. (Preñada por causa del Otro inolvidable.)
Dora preñada por una relación entre-significantes, sexualmente compleja |
El propio Freud capta que, en el síntoma de Dora, está en juego un saber que remite al discurso de la ciencia, localizable en Enciclopedias y Tratados, en enciclopedistas y tratadistas.
Este saber muerto, desconectado de la verdad, no impide que, en otra escena (la de los sueños), ex-sista e in-sista otro saber, atópico, vivo, anudado a la verdad, que sólo puede remitir a la fuente oral del saber, es decir, al Otro del lenguaje.
Se trata del saber de las palabras, de los significantes; sobre todo, de las palabras obscenas, malsonantes o disonantes; ante todo, de las palabras de doble sentido, que remiten al doble sentido de la existencia, a ese sentido o sinsentido que se nos escapa, se nos sustrae, como una maldición, que nos aboca al malentendido, que hace que el Otro no pueda ser, en su alteridad, Otredad, spaltüng, sino profundamente desconocido.
II) La geografía del goce
Freud no duda, la seductora, la que pervierte a Dora, la fuente de su saber sexual, de las palabras equívocas, que no dicen lo que dicen, que dicen lo que no dicen, que se des-dicen, que dicen más de lo que dicen, es la Sra. K, el Otro femenino de Dora, soporte de su pregunta, la Madonna-Virgen y Put... (intacta, y, a la vez, portadora de la mancha imborrable del goce y la sexualidad).
La Madonna sixtina, de Rafael Sanzio, en la Galería de Dresde |
Esto es lo que Freud (y)erra.
El objeto del deseo de Dora es otra mujer.
Freud está interesado, en su condición de hombre, en Dora como mujer.
Dora, en su demanda de amor (y de odio), en su transferencia amorosa, no deja de lanzar a su analista este señuelo, a ver si pica: "Se trata de usted, Sr. Freud, a condición de que no se lo crea demasiado, porque, como se lo crea demasiado, me voy". (Como efectivamente sucede, para gran decepción de Freud.)
La histérica ama al analista en tanto soporte de un saber sobre la causa.
A esto, técnicamente, se le llama el Sujeto supuesto al Saber.
Luego, hay que pasar del Padre Muerto, de la Gran Enciclopedia, que yace sobre el escritorio de Dora, a lo que Freud llama la geografía sexual simbólica, que ya no es un texto, un Tratado de Anatomía, una compilación de sus diversos saberes, sino una geografía del goce, el mapa de sus nombres, de los patios o pathos donde habita, el cuerpo marcado por los signos del goce,
Se trata de los Banhof-Friedhof-Vorhof, un auténtico mapa del goce, en el que, su geografía, su territorio, toda su oro-grafía -montañas, barrancos, planicies, desiertos, etc.-, está escriturada, sobre la estepa del cuerpo, con las letras del goce, de lo real.
Es lo que Lacan llama el corpus escrito; el cuerpo como trazado del litoral, escritura de lo literal del goce.
El corpus escrito del goce |
Y, además, está la pregunta de Dora, que no es otra que la pregunta por el Otro, por su deseo: ¿Qué quiere una mujer?
La pregunta "¿cuánto falta?", repetida una y mil veces, una y múltiple, es presencia constante en este segundo sueño, en cuyo horizonte está el Padre Muerto, entendido como operación de operaciones.
Sequens, parpadea en el horizonte el embarazo de (en) Dora.
Freud capta que Dora es habitada y visitada por un deseo de embarazo.
Hasta tal punto que fabrica un síntoma para quedarse embarazada.
Se trata de una fantasía de embarazo, de un embarazo histérico.
Pero el embarazo de Dora le embaraza a Freud con la barra de su división.
Freud no se pregunta "¿Quién ha causado el embarazo de Dora?" porque da por supuesto que el causante fantasmático ha sido el siempre bienvenido, el hombre para todo uso, Sr. K.
Dora, con su síntoma, reconoce que, en la escena del lago, deseaba dar un mal paso, entregándose sexualmente al Sr. K, cediendo a la irresistible (Freud dixit) tentación sexual que emana del hombre y de su órgano fálico.
Esta es la satisfacción-¡fálica!-, que, según Freud, Dora, espera, anhela, del Sr. K. (Freud identificatio est.)
Pero, Dora, rechaza con asco ese falo supuestamente irresistible.
El deseo de Dora apunta al cuerpo de la mujer que encarnan la Madonna y la Sra. K.
Un cuerpo que goza más allá del falo, que es menos restringido, menos parcial, más extenso, desbordante, como consecuencia, más difícil y complejo.
Está la cajita, donde tiene cabida el falo, como objeto parcial, y, a-de-más, el cuerpo blanquísimo de la Sra. K, donde se pierde la posibilidad de localizar el falo, de acotar el goce.
El goce de la mujer pasa por el cuerpo de la otra mujer, que, la propia mujer, encuentra en su propio cuerpo, como cuerpo que se extraña, que se hace unheimlich.
Su goce sexual, que experimenta en el encuentro con el hombre, una vez que se ha producido la de-tumescencia, la caída del falo, la deja sola -como Dora: ¡siempre sola!- frente a su propio goce, en una relación de equivalencia con su propia locura, porque se trata de un goce desamarrado del significante, notodo, anclado en los bajos fondos de lo real.
El goce de la mujer: Pablo Picasso; "Torso de una mujer"; Museo de Tel Aviv |
Freud no capta que el deseo de Dora no es el de embarazarse con los dones fálicos del hombre, en concreto, del Sr. K.; con sus joyas, joyeros, pene, dinero, regalos... y, en el más alto grado de lo fálico, el bien máximo, el hijo, como equivalente imaginario del falo, que, en el fantasma del hombre, le falta a la mujer.
Ya se sabe, o nunca se sabe, o nunca se acaba de saber del todo, que, a la mujer, no le falta nada; por eso, a los hombres, pobrecitos de nos, la mujer, tomada una por una, nos angustia.
Entonces, y con esto acabo, para luego continuar, Dora, a través de su embarazo, transforma su cuerpo en alhajero, en una caja en la que resguarda la joya más valiosa, la joya de las joyas: el vacío del ser, la falta real.
From: ji_anasagasti@hotmail.
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