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Los pastelillos de Lucy |
I) Los pastelillos quemados
Un ejemplo culinario sobre la estructura y la dirección de la cura en la histeria.
Se trata del caso de Lucy R. ( (S. Freud y J. Breuer; Estudios sobre la Histeria; Tomo III; Amorrortu Editores.)
Es un testimonio no digno de mejor causa, sino digno de Buñuel, sobre la degradación y miseria de la burguesía vienesa.
Freud se convierte aquí en adalid del amor; en el sentido de que el síntoma histérico se curaría con amor de objeto. Es evidente que esto no funciona.
El síntoma histérico no cede frente a esa apelación ambigua al amor.
El síntoma histérico apunta al deseo; concretamente, al deseo del Otro.
En este caso están los dos polos femeninos de la estructura histérica: el polo de la madre y el de la mujer.
Madre, con mayúsculas, hay por todos los lados; incluso en un exceso tal que sobresatura todo el medio de cultivo potencial del deseo.
Y Lucy R. lo que quiere es acceder al enigma de la mujer, a la pregunta por su deseo.
No se puede nacer a la condición de la mujer sin pagar un precio.
En este caso el precio a pagar son unos pastelillos quemados.
Aquí, a Freud, le falla su olfato de analista.
Los pastelillos abrasados |
La paciente no deja de indicárselo una y otra vez: "tenemos que seguir el olor de los pastelillos quemados; su aroma, sus efluvios, nos conducirán a la verdad".
El problema es que la verdad no huele bien; el olor que desprende no es muy salutífero; hasta se puede decir que apesta.
Y lo habitual es que uno quiera oler bien, a Pierre Cardin o Dulce Gabana. (Como quiera que se diga.)
El olor del amor es mucho más dulce y aromático.
La dificultad es que el síntoma no cumple nuestra expectativas.
Lo que nos señala es que no podemos taparnos la nariz ante lo real.
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El olor a humo |
II) El irresistible olor a humo
Ella se lo dice a Freud: "Mi querido Doctor, si no le gusta el olor de los pastelillos quemados, aquí le doy otro a ver si le gusta más. Deleitase con esta auténtica delicia, el olor a humo de cigarro".
Freud, que no quería darse por enterado, que quería ser amado, aquí ya no tiene escapatoria.
Hay que recordar que el amigo Sigmund era un fumador compulsivo de puros.
A Lucy R. no le interesa la persona de Freud, sino ese olor a humo que, como resto, deja el objeto de su deseo: ese puro que deberá apurar hasta el final, hasta que le queme los dedos.
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¡Cuidado con los pastelillos, los carga el diablo! |
La pregunta es: ¿por qué para una mujer es tan irresistible el olor a humo de cigarro?
Aunque parezca una petulancia, al hombre que responda a esta pregunta no se le resistirá ninguna mujer. (Que, como dice Lacan, hay que recordar que no existe.)
"A ver, el primero que haya encontrado la respuesta, que levante la mano. ¡Ud.!, salga al escenario y díganos lo que sabe sobre todo esto".
Y, efectivamente, sale al escenario y nos dice que.... (Continuará.)
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Frida Kahlo: el corazón de una mujer |
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