La Clínica psicoanalítica y sus avatares

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martes, 7 de septiembre de 2021

El caso del hombre de los sesos frescos (III): El análisis de Ernst Kris

 

El caso del hombre de los sesos frescos: El análisis de Ernst Kris

 Abordaremos el artículo de Kris: “Psicología del yo e interpretación en la terapia psicoanalítica” (aparecido en The Psichoanalytic Quartely, XX, I, enero 1951, pág. 15-30; traducido por Michel Sauval), en el que aparece el caso bautizado como “El hombre de los sesos frescos”.

 El paciente es un joven intelectual de unos 30 años que ocupa una posición universitaria elevada. No logra alcanzar un rango mayor a falta de publicar sus importantes investigaciones. Esta queja, su inhibición para publicar, algo esencial para él, le lleva a retomar su análisis con Kris.

 A pesar de que su primer analista fue una mujer -Melitta Schmideberg- “Está convencido que, pasado un tiempo, es con un hombre con quien puede ahora hacer su análisis” (¿En qué se basa este convencimiento? Es cierto que su relación conflictiva con las ideas procede de la línea paterna: de su padre y de su abuelo).

 “Su primer análisis le había enseñado cómo el miedo y la culpabilidad le impedían ser productivo, y, en qué consistía su <<incesante necesidad de tomar y de robar que se habían manifestado en la pubertad>>. Actualmente es asaltado en forma permanente por la compulsión de tomar las ideas de los otros -lo más frecuente, las de un joven y brillante colega (un amigo íntimo) con quien se pasa, en un escritorio vecino al suyo, días enteros discutiendo.” (Dos elementos nos orientan hacia una posición predominantemente fálica: la elección de un analista varón para resolver su compulsión al plagio, y la presencia de este amigo-enemigo como objeto privilegiado del robo de ideas; pero, lo más significativo, es esa decisión de excluir lo femenino de este combate de ideas como si se tratase únicamente de un duelo entre hombres).  

 “(…) Un día me anuncia súbitamente, cuando todo está listo para la publicación efectiva de uno de sus trabajos, que acaba de descubrir en la biblioteca, una publicación ya antigua que desarrolla la misma tesis que la suya. Este texto no le era extraño ya que lo había ojeado poco tiempo antes. Se presenta tan extrañamente serio y excitado, que creo adecuado interrogarlo en detalle sobre ese texto que teme plagiar. Su examen minucioso demuestra entonces que dicho documento antiguo contiene referencias útiles para su propia tesis, pero de ningún modo atisbo alguno de la tesis misma. Nuestro paciente le había hecho decir al autor exactamente lo que él había querido decir. Una vez esto admitido, el problema del plagio adquiere entonces un nuevo giro: rápidamente se evidencia que el eminente colega se ha apoderado de modo reiterado de ideas del paciente, las ha arreglado a su gusto y demarcado sin hacer mención.  El paciente tiene la impresión de oír por primera vez una idea firme, indispensable, para la maestría en su propio tema, pero como sería la de su colega, le está vedado utilizarla.” (Se corrobora aquí la intervención de un mecanismo de raigambre imaginaria, consistente en la  rivalidad especular, [a´-a], yo-otro, por un objeto fundamentalmente narcisista: las ideas; este objeto tiene un valor fálico, de tal forma que, el que lo posea, detentará la condición de ser el falo del Otro; por ejemplo, el del Cátedro -el Padre Ideal-, o, el de la Cátedra: la Madre primordial.).

 La idea firme, indispensable para la maestría en su propio tema, que tiene la impresión de oír por primera vez, es el S1, el significante amo, el trazo unario del goce. Siempre que se lo escuche será la primera vez porque no hay segunda, debido a que es el trazo unario (uno), a la vez que único, irrepetible en su repetición, como marca de la pura diferencia. El problema es que, al inscribirse en el circuito o círculo imaginario, especular, y, no en la relación con la ley del deseo, de la palabra, el sujeto no está autorizado (¡por el Otro!) a apropiárselo, a usufructuarlo.

 El valor de goce, a diferencia del de uso y de cambio, depende de estos rasgos de la marca del goce en el cuerpo: indeleble; irrepetible; diferente a sí misma; sustantiva; no-especularizable.

 El plagio es una sanción superyoica que detesta las ideas que han perdido su anclaje en la ley.

 Una idea propia, legítima, usufructuable, es una idea que es portadora de la marca del significante otorgada por el Otro de la ley.

 La dirección de la cura en el hombre de los sesos frescos es la de reintroducirle en las vías de la ley, anudando sus producciones de deseo con el orden del significante.

 Ningún análisis de un mecanismo de defensa pude sustituir a esta operación de significantización, de corte significante, sobre lo real del goce, enclavado en el cuerpo (como los sesos frescos).    

 “De todos los factores determinantes de las inhibiciones de nuestro paciente en relación a su trabajo, la identificación al padre es el más importante. Contrariamente a su abuelo, sabio eminente, su padre fracasó en la labor de hacerse reconocer en su propia área. Los conflictos que lo habían anteriormente enfrentado con su padre resurgían en el trabajo que se tomaba para encontrar patrones o enfrentar ideas, tanto fuere para juzgarlas inadecuadas, como buenas para ser plagiadas…”.

 Más que de una identificación ambivalente al padre como otro-yo, habría que hablar de una falla en la identificación simbólica al significante del Nombre del Padre, en su función de significante de la ley en el lugar del Otro.

 Esto daría cuenta de sus dudas obsesivas permanentes sobre el plagio: plagio / no plagio; ser o no ser.

 “(…) La proyección de sus ideas sobre las imágenes paternas provenían de su deseo de tener un padre a la altura de las circunstancias (un <<abuelo>>,  abuelo = <<grand- pere>> = gran padre). El conflicto edípico surgió en el transcurso de un sueño, bajo la forma de una batalla donde los libros eran armas, y donde los libros derrotados eran tragados durante el combate. La interpretación consistió en que se trataba de un deseo de incorporar el pene paterno. Y esto reenvía a un momento preciso de su niñez cuando, teniendo 4 o 5 años, comenzó a acompañar a su padre a pescar. <<Quién consigue el pez más grande>> y todo un juego de comparaciones de ese orden le vino a la mente…”.

 No es lo mismo la dialéctica imaginaria, competitiva y comparativa -quién consigue el pez más grande-, que afecta al falo imaginario, como objeto narcisista, inserto en la rivalidad y la lucha, en la agresividad especular, que una batalla, como la del sueño, entre el padre y él, en la que las armas son los libros, es decir, significantes, que pueden llegar a ocupar un lugar tercero, de ley, de mediación simbólica entre el padre y el hijo (la cuestión no afecta tanto al pene paterno como al significante del Nombre del Padre, del que es portador el padre). Tragar hace aquí referencia a una operación de incorporación o de introyección simbólica (la primera identificación freudiana con el padre), del orden del amor (ser como el padre), no a una devoración oral regresiva.

 Probablemente, el padre del padre, el Grand-pere, más que a un padre ideal, superior al padre, haga referencia al Significante del Nombre del Padre, cuya autoridad -que es la del significante- se impone y legisla sobre el padre y el hijo, a la vez que los anuda en un vínculo paterno-filial.

 El pene paterno en este sueño no es el pene real, sino un significante, el del falo. El significante fálico, en tanto significante del deseo, de la falta, es el significante que este sujeto busca (incluso, a través del procedimiento, un poco desviado, del plagio). Este significante, a diferencia de otros significantes, que se organizan en pares opositivos, al no tener par, al ser único, no es susceptible de plagio (no se puede doblar o copiar).

  “(…) Su inclinación a tomar, morder, robar, habían tomado toda suerte de giros y disfraces durante la fase de la lactancia y la adolescencia hasta que finalmente fue posible deslindar que era sobre las <<ideas>> que un desplazamiento decisivo se había operado. Sólo las ideas de los otros son interesantes, son las únicas que merecen tomarse: adueñárselas era solo cuestión de encontrar la forma adecuada…”.

 “(…) En este punto de mi interpretación esperaba la reacción de mi paciente. El paciente se callaba y la longitud de ese silencio tenía una significación especial. Entonces, presa de una iluminación súbita, profiere estas palabras: <<Todos los mediodías, cuando salgo de sesión, antes del almuerzo y antes de volver a mi oficina, me doy una vuelta por tal calle (una calle muy conocida por sus restaurantes, pequeños, pero donde se es bien atendido) y reviso los menús detrás de los vidrios en las entradas. Es en uno de esos restaurantes que habitualmente encuentro mi plato preferido: sesos frescos>>”.

  Aquí aparecen los tan famosos y controvertidos sesos frescos. Para Kris no hacen más que corroborar lo bien fundado de su interpretación: la atracción irresistible del paciente hacia las ideas de los otros, que le lleva a plagiarlas; esta atracción está simbolizada por su gusto en zamparse los sesos frescos, que representarían dichas ideas (aunque es evidente que no es lo mismo la sustancia gris de un semejante que los sesos, la casquería, de un animal).

 Este paciente sería algo así, exagerando un poco, como el Hannibal (Caníbal) Lecter de los sesos frescos. En vez de convertirse en el lector o reader del tejido gris del Otro (el tejido de los significantes) se los embucha por las bravas. Pero, claro, para que haya un sujeto-lector del inconsciente tiene que estar acompañado de un Otro-oyente.

 Para Lacan, esta confesión del paciente es la manifestación de un acting-out. En este sentido, es todo lo contrario a la confirmación de que la interpretación del analista ha acertado en el blanco. El acting-out corrobora que la interpretación ha errado totalmente el tiro. No solo eso, su función es la de mostrarle al analista, de forma bien mostrativa, que, si su tiro interpretativo ha salido parcialmente desviado eso es debido a que no está posicionado en el buen lugar como analista, que debe rectificar su posicionamiento transferencial (por lo menos, debería reevaluar su deseo de analista).

 Aquí, el acting-out, como tal acto, no es lo que el analizante le dice al analista sobre su comportamiento fuera del análisis; el acting-out es que, algo esencial a un análisis, en este caso, el deseo, el goce, no está siendo bien tratado en el análisis, adecuadamente considerado, incluso, directamente, ignorado, por lo que el deseo se encabrita, se agita, patalea, se enfurece, protesta, y, como signo de enfado, además de un aviso a navegantes, produce un acting-out: el acto de ir a comer todos los días sesos frescos.

 ¿Qué son los sesos frescos? Aquello de lo que se olvida Kris en todo este asunto del plagio, abordado en superficie, de forma plana y unilateral, desde la chata psicología del yo.

 En resumidas cuentas, el acting-out es un aviso dirigido al analista, en tanto Otro de la transferencia, para que rectifique su posición, y deje de ignorar lo más fresco y sustancial del deseo del sujeto: los sesos (el objeto del deseo).

 Es evidente que los sesos frescos son mostrados a Kris como causa del deseo del sujeto: su plato preferido. Es por este motivo que su función es la de objeto @: el objeto causa del deseo del sujeto en el fantasma fundamental: ($<>a); su condición de resto de goce, de desecho, de residuo -la casquería, el despojo, lo inservible-, caído del cuerpo, así nos lo confirma. Aquí, el @ de los sesos frescos es el objeto de la pulsión, del goce oral.

 Continuemos siguiendo a Kris en su línea, aunque esté bastante desviada de lo que constituye el fin de un análisis (que no es ni la adaptación ni la normalización).

 “(…) Ahora es posible comparar los dos tipos de aproximación analítica. El lazo entre la agresividad oral y su inhibición para el trabajo ya había sido reconocida en el primer análisis: <<Un paciente que durante su pubertad robo de tiempo en tiempo, sobre todo golosinas y libros, conservó posteriormente cierta tendencia por el plagio. Desde entonces, ya que para él esa actividad del plagio estaba asociada con el robo, el esfuerzo científico al plagio pudo escapar a esas culposas impulsiones por el truchaje de una inhibición considerable de su actividad y de sus realizaciones intelectuales>> (Schmideberg Melitta, <<Intellektuelle Hemmung und Ess-storung; Ztschr. F. psa. Päd., VIII, 1934>>).”

 Kris toma el testigo de Melitta. Aunque no se da cuenta, él corre por otra calle, no habiendo una continuidad en la forma de abordaje del primer análisis con el segundo.

 El yo, aunque en la visión racionalista y moderada de Kris no lo parezca, es incompatible con el Ello; este es uno de los factores que dan cuenta, desde una determinada dirección de la cura, de la génesis del acting-out. Éste tiene el significado de la protesta ruidosa, hasta escandalosa (recuérdese el escándalo de la joven homosexual con la cocotte), de un Ello ninguneado en el análisis, que clama, grita, por sus derechos.

 “(…) En un segundo tiempo, mis interpretaciones pudieron culminar las primeras por su aspecto más concreto y por tomar en consideración muchos pequeños detalles del comportamiento, mediante lo cual fue posible ligar el presente al pasado y los síntomas de la adultez a los fantasmas de la infancia. No quita que el punto esencial fue <<la exploración por la superficie>>, habiendo sido el problema como cernir esa preocupación: <<tengo miedo de plagiar>>…”

 Esa exploración por la superficie, para intentar acceder al significado de la queja “tengo miedo de plagiar”, que se podría traducir por “tengo miedo de no tener ni una puñetera idea propia, original” (esto significa que tenga su origen en mí; todas las ideas, en su condición de significantes, tienen su origen en el lugar del Otro, en el inconsciente: “El sujeto recibe su mensaje del Otro de forma invertida”; “El poder discrecional del oyente”.   

 Kris, en vez de ir como hace Melitta, directamente, al fondo, a las profundidades del inconsciente, buscando la etiología inconsciente (Kris es más teólogo que etiólogo, persigue la causa más a nivel de las ideas más elevadas que de la sexualidad más rastrera y baja), lo más pulsional y reprimido en el paciente, hace un abordaje bastante más cauto que va de la superficie al fondo (primero tantea el terreno para no meter la pata).

 Gana terreno, despeja la tierra analítica de la vegetación, de las defensas, amplía el espacio en lo más superficial, en lo más cercano al yo del sujeto, en la parte inconsciente del moi, en los mecanismos de defensa, para, desde ahí, penetrar poco a poco hacia las profundidades del inconsciente: “(…) El procedimiento consiste en no apuntar al ello directamente o inmediatamente por medio de la interpretación…”.

 Insistimos, el trabajo de Kris es como el de un agrimensor, que, primero, delimita el terreno en el que se va a sembrar, lo mide minuciosamente; a continuación, lo prepara, arranca las malas yerbas, lo escarba, lo abona, de tal forma que, sobre él, pueda enraizar y crecer fructíferamente la interpretación del analista, electivamente dirigida al yo y a sus mecanismos de defensa (al niño caprichoso y díscolo que habita en cada uno de nosotros, con el fin de disciplinarlo y educarlo): “(…) Se trató más bien de determinar, en un período preparatorio, a lo largo del cual eran minuciosamente estudiados los diferentes aspectos del comportamiento (el nivel descriptivo), de los <<patterns>> típicos del comportamiento del presente y del pasado…”. (Es un trabajo de disección del yo, que lo abre en canal, que obvia la interrogación por el sentido del síntoma y por su goce; lo que Freud llama la fijación al síntoma).

 “(…) Señalamos su actitud de crítica o de admiración respecto de las ideas de los otros. Y luego, la relación de estas con las propias ideas e intuiciones del paciente. En este punto, la comparación entre la productividad del paciente mismo y la de los otros hubo de  perseguirse en todos sus detalles para comprender el rol que había desempeñado esta actitud de comparación en el desarrollo anterior del sujeto. Al final, la deformación consistente en imputar a los demás sus propias ideas pudo ser analizada y el mecanismo <<give and take> (dar y tomar) pudo volverse consciente…”.

 Es evidente que el paciente está con sus otros significativos (no con cualquier otro, sobre todo con aquellos que aparecen como sustitutos del padre) en una relación de transitivismo imaginario (yo es otro) y de rivalidad agresiva (yo o el otro), que gira alrededor de las ideas como objeto que tiene un estatuto imaginario, narcisista, detentador de un prestigio y brillo fálicos (el falo imaginario).

 Este mecanismo de give and take, en el que las ideas se intercambian entre el yo y el alter ego como en un juego de ping-pong, de tú-yo, toma y daca, te imputo mis ideas y luego te las robo, dar y tomar, donde las dan las toman, es lo que trata de hacerse consciente. Pero el problema no es ese, lo verdaderamente decisivo es si, más allá del juego imaginario -“plagiar-ser plagiado”- se puede acceder a un juego de otro orden, al juego de los significantes, regido por la ley del deseo, en el que el sujeto se podrá inscribir como deseante. En este juego ya no se trataría de un toma y daca continuo, de un rebote infinito, sino de nombrar al objeto (con el auxilio y la intercesión inestimables del Otro).  

 “(…) Este periodo descriptivo y exploratorio apunta, entonces, al descubrimiento de los mecanismos de defensa. No apunta a contenidos del ello. El recurso interpretativo más poderoso es evidentemente el lazo entre la defensa y la resistencia del paciente a la cura…” (¿No se trataría más bien de la resistencia del paciente a la locura?... ¡Hasta que puede hacer la locura gozosa de endiñarse una buena ración de sesos frescos!).

 El que, en este caso, Kris, se quede en la superficie, y no tome en cuenta lo que es del orden del Ello, del goce pulsional, se convierte en el principal problema de este análisis y en el pecado original de esa corriente, fundamentalmente terapéutica y educadora, que se hace llamar la Psicología del Yo.

 “(…) El mecanismo de que se trata aquí y del que, por medio del análisis, el paciente devino consciente, la impulsión del ello, la impulsión a devorar -todo esto terminó por emerger a la conciencia, y fue luego, por escalones sucesivos de interpretación, que alcanzamos en forma natural el terreno analítico sobre el cual se había desarrollado su primer análisis…”.

 Si se alcanza de forma natural lo que es del orden del goce pulsional, que, supuestamente, está en la base del síntoma, ¿por qué el acting-out?, ¿por qué esa presencia intocada de los sesos frescos?

 Es un hecho que no es lo mismo postular la fijación a una determinada fase del desarrollo -en este caso, la etapa oral de la libido-, que poner en juego, en la transferencia, en el discurso del analista, el objeto @, como objeto causa del deseo del sujeto (del que el analista hace semblante). Aquí, Kris, en este análisis, deja el deseo en remojo, en barbecho, olvidado.

 “(…) Este tipo de aproximación ha sido, en cierta medida, sistematizado gracias al soporte y la guía que brinda la psicología del yo. Parece que ahora, muchos más analistas proceden del mismo modo al tiempo que son sensibles a estos desplazamientos en el acento, perciben efectivamente el beneficio terapéutico.”

 Este análisis de las defensas, al ser metódico, al ir de la superficie a la profundidad, del yo al Ello, se puede planificar, sistematizar; de hecho, Kris, habla de “la técnica de la <<planificación>>”. Hay otra modalidad de análisis, que no es metódica ni se basa en los principios de la lógica razonable y sistematizada, que Kris denomina “la técnica de la <<intuición>>”. Para Kris, aunque está técnica es secundaria, porque escapa a un planning, no es incompatible con la anterior, que es la fundamental, ya que, en cualquier análisis, intervienen el saber consciente, la razón esclarecida, y, aquello que es del orden de la inspiración, de la intuición, que emana de las ideas preconscientes: “(…) En efecto, se trata simplemente de determinar cómo operan las ideas preconscientes en la <<toma de posición>> del analista, y cómo las mismas influyen sobre sus reacciones, cuestión de la cual ningún analista puede escapar en su práctica…”.

 El caso es que, en la agenda de Kris, en su cuaderno de bitácora, está ausente la cuestión del deseo, y, por lo tanto, la de su objeto, el objeto @. Probablemente, la explicación más plausible sea que este objeto, tan poco maleable, tan díscolo, tan rebelde, tan inmanejable, escapa, por estructura, a cualquier abordaje psi basado en la planificación o en la intuición (ambas técnicas pertenecen al registro de lo imaginario). Si responde a algo, cuando así lo decide, cuando le da la gana, porque es una cosa que se presenta contingentemente, es, única y exclusivamente, al llamado del significante, a la ley del deseo.

 Lo que es prístino y clarividente es que un análisis que apunta a la superficie del yo (bilátera) es asintótico -a pesar de las ilusiones de Kris-, con otro análisis, o análisis-otro, que sitúa en su horizonte el acercamiento progresivo al núcleo traumático, al nódulo de lo real, al ombligo del sueño, a lo que Lacan llama La Cosa (Das Ding). Eso que está mucho más cerca del mal que del bien, de la compulsión demoníaca, de la repetición incoercible, del síntoma incurable, del masoquismo primordial… que de la reminiscencia, la función de síntesis, restauradora, reparadora, adaptativa, normalizante, del Yo-moi (que, en sí mismo, se estructura como una defensa frente al inconsciente).  

 En la psicología del yo, un poco macilenta y sosa, por exceso de planificación y de control, nos acercamos a una estructura obsesiva. 

 Los diferentes momentos o tiempos de la interpretación dependen de esa planificación, de una estrategia y de una táctica -ir de la superficie al fondo- qué es lo que determina la técnica.

 El problema es que en el psicoanálisis no se sostiene esa separación entre superficie y fondo. En él, toda superficie es profunda, y, a la inversa, toda profundidad es superficial. Estamos hablando de una estructura del sujeto que es moebiana, unilátera, en la que, continuamente, en cualquier punto del discurso, se pasa del arriba al abajo, sin atravesar ningún borde, ya que estas dos dimensiones del espacio se inscriben en la misma cara (la única que hay) de una banda de Moebius. El sujeto se estructura como un único borde continuo, en forma de ocho interior, de doble bucle, cuyos significantes se organizan alrededor de un agujero central y exterior, que es el agujero del deseo. El corte del significante ha producido esa cinta moebiana unilátera -que representa al sujeto tachado-, de la que ha desprendido el objeto @ (el disco bilátero). 

 Lo curioso es que, en el camino de la psicología del yo, tanto monta, monta tanto… el yo como el Ello; incluso, por su elevación y dominio, el yo es superior al oscuro e impredecible Ello; el yo es el fiel amigo y compañero del analizante y del analista que pertenece a la escuela del yo.

 El planning de una cura, su sesuda planificación, la agenda del psicoanalista norteamericano, todo muy organizado y serializado, va en contra de cualquier cosa que se asemeje a ese auténtico despojo, desagradable casquería, representada por los sesos fresco (el resto-@).

 Los patterns o modelos de conducta típicos son patrones de comportamiento que no son vividos como un síntoma sino como un ser (la estructura del carácter), que se repiten de una forma inconsciente, constituyéndose como respuestas estereotipadas frente a la demanda del Otro. Es una especie de blindaje defensivo, compacto y cerrado, que contiene todos los blasones de los escudos de armas. Las defensas y resistencias del paciente que, en su estabilidad y permanencia, se erigen en la síntesis yoica, forman las piezas bien ensambladas, sin fisuras, de esta auténtica coraza del carácter.

 ¿Cuál es el síntoma de este paciente, auténtico robaideas, depredador de las producciones intelectuales de los otros? Es algo que gira alrededor del valor de las ideas, de sus producciones intelectuales. Aquí, el término clave, es el de valor. ¿Qué es lo que otorga su valor a una idea? Para nuestro análisis podemos sustituir el término idea por el de significante, con el fin de poder apoyarnos, en nuestro análisis, en la lingüística. Para el hombre de los sesos frescos sus ideas no tienen ningún valor; solo son valiosas las ideas de los otros, de las que siente el deseo irreprimible de apropiárselas, de plagiarlas. Esto tiene el carácter de un robo porque no acude al otro para pedirle permiso para utilizar sus ideas. Lo que es fundamental captar es que las ideas de los otros, más allá de su valor intrínseco, de su inestimable significación, se han convertido, para él, en cosas, en el sentido de un objeto del deseo (en el pleno sentido de la palabra: algo que incluso se puede morder, desmenuzar, triturar, tragar y cagar).

 Que las ideas de los otros, o, de algunos otros escogidos, en su condición de significantes, se hayan transformado en un objeto de deseo, en la causa de su deseo de plagio, es algo que no hay que rectificar porque se corresponde con la verdad de la estructura: el deseo del sujeto es el deseo del Otro: el deseo del sujeto está causado por el objeto del deseo del Otro (al que formalizamos como objeto @).

 Esto quiere decir que, más allá de su condición de significantes, las ideas de los otros, en su valor de deseo (que sobrepasa su función de significación), vienen a parar al lugar del objeto causa de deseo, el objeto @ del fantasma.

 Este valor de deseo, incluso de goce, porque las ideas, como  los sesos frescos, son comestibles, son la fuente de una satisfacción corporal, rebasa absolutamente su valor útil (armar alrededor de ellas una tesis doctoral), y su valor de cambio (que circula en exposiciones, congresos, publicaciones, etc.).

 Por lo tanto, no se trata de analizar y de comparar objetivamente las ideas del paciente con las de sus colegas, para ver si plagia o no plagia, si son originales, propias, o de propiedad intelectual ajena, y, como consecuencia, vedadas para hacer uso de ellas. Todo este análisis en superficie deja escapar el fondo de la cuestión: el valor de causa de deseo y de goce de las ideas ajenas.

 Esta dimensión de real de las ideas de los otros, su función de objeto @, su valor de goce, es lo que Kris elude totalmente, provocando la rectificación del paciente, la mostración de la verdad de la estructura, dirigida al Otro, al buen entendedor, al otro-oyente, a través de un acting-out de lo más creativo, ingenioso y original. En su acting-out no tiene necesidad de plagiar a nadie, él se lo guisa y él se lo come, de la forma más artificiosa, poniendo en juego sus propias vísceras, todo el valor de goce de sus sesos frescos (despiertos y despejados), que se carcajea de lo intelectual.

 En esa famosa sesión, en la que se examina objetivamente toda la cuestión del plagio, que conduce a ese momento en que el analizante comunica su acting-out, en el sentido de que trae a colación sus sesos frescos, su casquería, sus vísceras, lo menos que se puede decir es que el paciente se ha posicionado muy correctamente con respecto a la verdad de la estructura.

 Él viene muy afectado y excitado, bastante raro, a su encuentro analítico con Kris. Dice que no va a poder publicar su próximo y decisivo trabajo porque está convencido que su tesis central, sin darse cuenta,  la ha plagiado a su eminente colega (este eminente colega es el Otro). Esto que dice no es más que la verdad de la estructura. Si las ideas son significantes, por definición, como una especie de axioma, estos últimos se encuentran ubicados, antes de que el sujeto llegue al mundo y aprenda a hablar, en el lugar del Otro (Autre = A). El corolario de esta ley es que, el sujeto, inevitablemente, necesariamente, deberá desplazarse, acudir, al lugar del Otro, donde está el tesoro de los significantes, el código del lenguaje, para hacerse, encontrarse, apropiarse, de sus propios significantes, aquellos con los que podrá constituirse como sujeto del deseo.

 Entonces, ¡bingo!, no hay otro camino, para ningún sujeto hablante, que le permita proceder a la recolección de sus propios significantes, aquellos significantes que le posibilitarán inscribirse como sujeto, que el que pasa por el campo del Otro, por los significantes del Otro. El sujeto solo podrá reencontrarse con sus huellas, con sus surcos, con sus marcas de sujeto, arando la tierra, el campo del Otro. El plagio de los significantes del Otro es, para un ser parlante, una necesidad establecida por la estructura, una ley absoluta, que ningún sujeto puede eludir (el sujeto nace a la palabra y al deseo en el campo del Otro). El sujeto, por estructura, por su sujeción a los significantes del Otro, es un plagiador impenitente, irredimible, incurable (piénsese en la función del oído).

 El verbo latino plagiare viene de plagium (apropiación de esclavos ajenos). Se asocia con la raíz indoeuropea plak-2 (golpear), que estaría presente en las palabras plectro, cataplexia y esplenoplexia (http://etimologias.dechile.net/?plagiar).

 Los esclavos ajenos, que son pertenencia del Otro, son los significantes, los S2, que, si nos los apropiamos, en sentido literal, si los plagiamos, van a trabajar como esclavos para nuestro goce. El significado “golpear” -plak, plak, plak…- casa muy bien con el efecto que el significante tiene sobre el cuerpo (ver “Pegan a un niño”). Ningún significante es inocuo. Su incidencia produce un dolor, un unlust, al que llamamos goce.

 Este momento, siempre inaugural, en que el sujeto se dirige al campo del Otro, en pos de los significantes que le faltan, está ilustrado por ese acto de ir a la biblioteca, después de tener manuscrita su tesis, a consultar ese tratado de su eminente colega (el que hace, para él, de semblante del Otro), que versa sobre el mismo tema que él investiga

 Por eso, lo que él dice es verdad, que su tesis la ha plagiado del Otro, que los significantes con los que ha armado su investigación, los ha tomado del campo del Otro (como esos esclavos de los que él se apropia que están trabajando, arando, cultivando, las tierras del Otro). Esto no quita ningún valor a su investigación, todo lo contrario, esto es lo que le da un valor de verdad, y lo que le permitirá usufructuarla y rubricarla con su firma.

 Es evidente que este sujeto hace la transferencia con los significantes del Otro, los que bullen y hacen enjambre alrededor de la pregunta por su deseo; en absoluto, con sus propias ideas, que, como cualquier idea, hasta la más brillante, son insípidas, incoloras y transparentes.

 En lingüística, el valor de significación de un significante no depende de su condición de signo lingüístico, que pone en relación biunívoca un significado con un significante, sino de su relación de oposición recíproca, de correspondencia con los otros significantes. Un significante, en su valor, es lo que los otros no son. Su significación depende del lugar que ocupa en el tejido de los significantes, de su relación sincrónica, estática, diferencial y opositiva, con el resto de los significantes: “La lengua es un sistema en donde todos los términos son solidarios y donde el valor de cada uno no resulta más que de la presencia simultánea de los otros…”. (Saussure, El Curso de lingüística general, pg. 138).

 “(…) El significante lingüístico; en su esencia, de ningún modo es fónico, es incorpóreo, constituido, no por su sustancia material, sino únicamente por las diferencias que separan su imagen acústica de todas las demás. Este principio es tan esencial, que se aplica a todos los elementos materiales de la lengua, incluidos los fonemas”. (Saussure, El Curso de lingüística general, pg. 142).

 Siguiendo esta cuestión del valor -¿de una idea?- tal como lo plantea la lingüística, que lo aborda como un hecho diferencial, relativo, nos encontramos con que la desvalorización de sus propias ideas por parte del paciente, así como la sobrevaloración de las ideas de los otros, que es lo que lo conduce al plagio, no depende de las ideas en-sí, de su contenido, tampoco de que sean de su propia autoría o de la de los otros, sino de una operación significante en la que interviene el Otro. El valor de una idea se lo concede el Otro a través de lo que podemos denominar una operación de valorización, de sanción, de marcación significante. Esta operación se realiza de forma retroactiva, nachträglich, desde el lugar del Otro.

 Kris le trata de demostrar a su analizante que sus propias ideas son valiosas y originales hasta el punto de que son los otros los que le plagian a él. Le transmite que él se basta y se sobra con sus producciones, que no necesita solicitar el auxilio de los otros, y, mucho menos, plagiarles. Si él tiene el temor de plagiar no se debe a que para él solo las ideas de los otros tienen valor, y, en cambio, las suyas, ninguno, sino que ese temor al plagio actúa como un mecanismo de defensa, inhibitorio, frente a su deseo inconsciente y culpable de robar las ideas de los otros, como en su adolescencia robaba chucherías y libros. Detrás de esto está la la identificación con un padre desvalorizado intelectualmente frente a un abuelo-sabio que ocupa para él el lugar del Ideal del Yo (El Grand-Pere).

 La interpretación de Kris es que su temor a plagiar significa su deseo de plagiar (de sustraer las ideas de los otros, de comérselas, como en su sueño, en la pelea edípica con su padre, en la que los libros eran armas, y se tragaba los libros que eran derrotados durante el combate).

 Es a esta interpretación de Kris, que sitúa el plagio como un deseo reprimido de plagio, que el analizante responde con la mención de los sesos frescos, de su plato predilecto.

 Esto es lo que Lacan califica como un acting-out.

 El analizante, a través de su acting-out, le muestra a Kris que ha errado en su interpretación, porque su objeto de deseo está en otro lugar. No se trata de las ideas de los otros, sino del objeto del deseo del Otro (con O mayúscula), el objeto @, en este caso encarnado en unas vísceras, en los despojos del cuerpo, en la casquería o porquería, en los sesos frescos.

 Esta convicción del paciente: “Si tengo buenas ideas nunca podrán ser mías, solo de los otros”, además de enunciar una verdad, le remite a la deuda simbólica con el Otro, a la falta castrativa, significante.

 Los sesos frescos no son el símbolo de las ideas de los otros, sino aquel objeto, aquel goce, que ninguna idea-significante puede nombrar, significar, aquella cosa, constituida como resto,  como caída, que escapa indefectiblemente a la significantización.

 Su condición de ladrón de ideas es lo que le da el ser, porque, detrás de ella, está la falta constituyente, la carencia-en-ser. El que tiene todas las ideas, aquel que no le falta ninguna, ese que está en posición de ser el falo, no tiene ninguna necesidad de robar nada.

 Con esto del plagio, con esa convicción de que él ha plagiado su tesis, que su maravillosa idea, indispensable para sostener su investigación, la ha tomado de su eminente colega, a través de esta ficción, de este expediente, de este artificio retórico, lo que él analizante le está poniendo de manifiesto a Kris, a través de su discurso, es el valor de la falta. Kris no se da por enterado, no sanciona, desde el lugar del Otro, que él ocupa en la transferencia, ese valor de la falta (que aquí recibe el nombre de plagio), y, lo que le devuelve al paciente, por medio de la interpretación, es que a él no le falta nada: “Usted no es un plagiador”. Esta renegación de la falta, su no sanción simbólica, es lo que desencadena el acting-out, que vuelve a remachar en el mismo clavo.

 Los sesos frescos no son las ideas de los otros, que él se traga plagiariamente, sino el objeto de deseo, el @, que cae, se pierde, del campo del Otro. En este sentido, al tratarse de un objeto no-especularizable, es un objeto imposible de plagiar… ¡o de tragar!

 Tanto los significantes que, inevitablemente, plagia, como el objeto del deseo, se los va a buscar, a agenciar, al campo del Otro; en el primer caso, en la biblioteca, el lugar donde se almacenan los saberes, ahí donde se puede encontrar con las producciones significantes de los otros. En el segundo caso, el del objeto del deseo, el de los sesos frescos, al raso, en esa exterioridad interior que es esa calle llena de coquetos restaurantes dispensadores de objetos @ a tutiplén, para relamerse los labios. ¿Qué de mojar la salsa con pan? Una delicia, un goce inaudito, inverosímil, excepcional, único, distinguido.

 Lo de ir a la biblioteca, ahí donde se guardan y aguardan los significantes que nombrarán el deseo, que rescatarán a la verdad olvidada, es un poco como en el caso de Dora, en ese sueño en el que, después de un largo viaje, inverosímil y fantástico, retorna a su hogar, que está vacío. Toda su familia está en el cementerio. El padre ha muerto. Ella, sube tranquilamente las escaleras, sin tropezar, entra en su habitación, se sienta en su escritorio, abre las tapas de una gruesa enciclopedia, y, tranquilamente, recorre sus páginas, sintiéndose libre de consultar, de curiosear, sobre todo aquello que nunca antes había podido preguntar. Esta Enciclopedia Magna, que abarca todos los saberes, solo que las hojas que corresponden a la entrada “sexualidad / deseo” están, sorprendentemente, en blanco, hasta el punto de que se puede decir sin exagerar que faltan; a pesar de todo, superando la decepción del primer momento (la denominada decepción fálica, debido a la falta del significante del deseo, lo que deja a esta Suma del Saber en un estado de castración), no hay mal que por bien no venga: ese espacio en blanco, ese vacío, le permitirá poner lo suyo, negro sobre blanco, en letras de molde, acerca de la verdad de su deseo, sobre su goce sexual. A todas estas, no hay que olvidar que el Padre Muerto, en su condición de Instancia simbólica, es el representante de la representación de la ley del significante (idéntica a la del deseo).

 Si, para Dora, el padre está muerto, y se ha instituido como Nombre del Padre, como Instancia de ley, para el hombre de los sesos frescos, como los famosos peces, está vivito y coleando, todavía sigue peleándose con él, compitiendo, comparándose, en las luchas y refriegas edípicas, a ver quien la tiene más grande y se hace con la pieza mayor, o sea, la madre, el objeto incestuoso.

 El campo de batalla padre-hijo, en el que compiten dos semejantes, dos iguales, en una relación de agresividad, celos y envidia, se traslada a todos los niveles, hasta el de las ideas, en el que la contienda se dirime sobre quien plagia a quien, quien le arrebata las ideas al otro, y, se presenta, delante del Otro materno, con las mejores ideas, con el falo más grande y mejor armado. Por eso, en su sueño, los libros son armas, es decir, falos dentados, objetos imaginarios que, como uno se descuide, te tragan. Es evidente que este padre, el de la identificación plagiada, es un otro imaginario, un rival en la competición por el falo, en absoluto un significante que transmite a su hijo el nombre de la ley, el nombre del padre, la metáfora de la castración, el deseo del Otro.

 El analizante, a través del plagio, de su deseo de robar las ideas de los otros, lo que le está manifestando a Kris es la falta: “Me faltan ideas, por eso se las tengo que plagiar a los otros”. Kris, en su interpretación, le demuestra que no le falta nada, que está bien provisto de ideas propias y originales, por lo que cierra lo que el paciente había traído, ocluye la falta, ese vacío sobre el que se edifica el deseo, por lo que, “Goodbye my lover”, ¡Adiós a mi deseo! Entonces, el paciente, que no cede ante su deseo, cuya con-dición sine qua non es la falta, insiste con un acting-out mostrativo y demostrativo de la falta: ese asunto tan raro de los sesos frescos, que, emerge, no como respuesta a la interpretación de Kris, sino como coda (Un signo musical y también una sección musical que lleva un movimiento o pieza a su fin; En lingüística, la consonante final de una sílaba).

 En el acting-out, en su función de coda, el analizante, a través de un acto (aparentemente fuera de la transferencia, pero en relación con la transferencia), le muestra, visiblemente, a su analista aquello que no se ha considerado y tratado en el análisis, en el acting-in analítico, de forma precisa y conveniente: el objeto del deseo.

 El analizante le muestra al analista en una escena narrada el objeto @: “Mire usted, Sr. Analista, aquí le muestro el objeto @, lo-que-falta, el nudo de la intriga analítica”. En este caso el @ toma la forma de lo que es, la casquería, los sesos frescos.

 ¿Cuál es el sentido de esa escena actuada que el paciente le muestra a Kris para que se avispe? El analizante vuelve a abrir el expediente de la falta, que su analista había cerrado y finiquitado con esa interpretación tan redonda y correcta. Lo que había sido desalojado de la escena, vuelve a subir a la escena, como el macho cabrío, para seguir perturbando, montando follón, haciendo barullo, poniendo lo que iba sobre ruedas patas arriba.

 Insisto, no se trata de otra cosa que de la falta, la castración.

 Es evidente que este sujeto desea los sesos frescos, por eso los consume a diario.

 Si desea los sesos frescos es porque con ellos, en su condición de sujeto, está en una relación de falta. Cualquier deseo se sostiene en una falta.

 ¿Qué son los sesos frescos? Ya lo hemos dicho, el objeto @, el objeto del deseo, del fantasma fundamental.

 Del lado del sujeto ($) está la falta de objeto (el deseo). Del lado del Otro (A) está el objeto-falta, el @.

 El objeto @, los sesos frescos, es el deseo del Otro, el objeto que cae, como resto de goce, desecho, residuo, del cuerpo del Otro, porque el Otro carece del significante que pueda significantizarlo, nombrarlo.

 Es solo a través del deseo del Otro, del objeto @, del objeto de la angustia, que el sujeto podrá inscribirse en el lugar del Otro en su condición de sujeto del deseo ($).

 Todas estas características y rasgos están presentes en los sesos frescos, otorgándole el estatuto del objeto @, del deseo del Otro, única vía para que el sujeto pueda acceder al Otro.

 Kris se interesa en la objetividad, olvidándose de la objetalidad. En su acting-out, el paciente se olvida de la objetividad (si plagia o no plagia las ideas de los otros), para mostrar la objetalidad: los sesos frescos, el objeto causa del deseo del Otro (A).

 Los sesos frescos, aparte de excitar los jugos gástricos del sujeto deseante (el sujeto barrado), tienen el carácter de todo lo que corresponde al ámbito de la casquería. Se trata de partes no aprovechables (aparentemente) del cuerpo troceado del animal, lo que se llama los despojos, aquello que se aparta, se separa, terminando por tirarlo al cubo de la basura (la litter). Por eso tienen el carácter de lo inservible, de los desechos, de lo que se desprecia, no se utiliza (por su origen, aspecto, tacto, consistencia, color). Por ejemplo, las criadillas, que son los testículos del cerdo. Muchas personas no están bien dispuestas a zamparse unos testículos por muy del cerdo que sean. Piénsese también en la sangre cocida, en el bofe, las mollejas, en las lenguas, en los rabitos, en las patas y en las manos, etc. Todo de lo más apetitoso, aunque, claro, tomarse una oreja o un morro, de principio, por más suculento que se presente, no suena como algo muy apetecible. De la cabeza del cerdo se extrae: el seso, la carrillada, morro, lengua, orejas y trozos de carne de oído.

 Al hombre de los sesos frescos se sabe (es casi una certeza) que le faltan los sesos frescos porque los desea. Si, los desea, es porque le faltan, y, si le faltan, es porque se constituyen como objeto @, el objeto perdido, separado, cortado del cuerpo, por la incidencia páthica de la escisión significante, que cae como un resto, desecho, despojo, lo que implica una sustracción o castración de goce (y, gracias a ella, la posibilidad de gozar en concordancia y conformidad con la ley).

 Lo animal de los sesos frescos, su extracción como despojo, después de trocear el cuerpo de un cerdo (y el cuerpo de un hablanteser), alude a la dimensión pulsional, a lo real del goce. Es evidente que, estéticamente, este objeto, los sesos frescos, es algo que, en su condición de real, suscita asco y repugnancia. Pero nadie puede negar que es un manjar exquisito; nadie, después de haberlo consumido, puede desmentir su exquisito valor de goce.

 Entonces, los sesos frescos, es la parte, el trozo de carne, el resto, el desecho, que el sujeto pierde, negativiza, se sustrae, por su acceso al deseo. Para constituirse como deseante el sujeto tiene que pagar, y el precio es la castración, la falta, causada por la pérdida irrecuperable de la libra de carne o de los sesos frescos.

 Entonces, todo este asunto del acting-out pasa por la mostración de la falta al Otro, en tanto esta falta no ha sido bien considerada, tratada, valorada, en la transferencia analítica. Una determinada forma de dirigir la cura elude el pasaje por la dimensión radical de la falta, se abstiene -a veces doctamente- del atravesamiento de los desfiladeros de la angustia, única ruta de acceso al deseo.

 En la sesión que estamos considerando, él paciente trae al análisis su falta, si se puede decir, alusivamente, indirectamente. Le comunica a Kris algo que, paradójicamente, pero no tanto, le hace feliz, hace que exclame un ¡Aleluya!: “He caído en la cuenta que, inconscientemente, pensando que lo mío era mío y solo mío, se lo había sustraído, plagiado a otro. Esto solo puede ser debido al hecho de que <<me faltan las ideas>>. Esto solo puede estar determinado no porque yo solo considere valiosas las ideas de los otros, sino gracias a su <<falta>>, que es lo que le otorga su valor, su precio, su cotización. Es la falta lo que está en causa, lo que valoriza el objeto, constituyéndolo como objeto del deseo, no a la inversa”.

 La interpretación de Kris es que él no plagia nada. El paciente lo escucha como que a él no le falta nada. ¡Mi gozo en un pozo! ¡Adiós a la falta, a la castración, se evaporó el deseo! Esto cierra todas las vías. Le mete al sujeto en un callejón sin salida, en una situación de atrapamiento, sin punto de fuga, sin horizonte, encerrado entre cuatro paredes, sin abertura al exterior. Es ahí cuando se pone a golpear la puerta, a pedir auxilio, para que alguien acuda, abra las ventanas y las puertas, y ventile esa atmósfera tan viciada. Golpear las puertas, abrir las ventanas, gritar muy fuerte para que acuda el Otro, que se había ausentado, a esto, técnicamente, se lo llama acting-out. El acting-out es una escena actuada, representada en tiempo real, que, al ser volcada, vaciada, en la vasija del discurso, tiene el valor de un llamado al Otro para que responda desde el deseo, no desde el saber.

 La escena de los sesos frescos, en la que él es el actor principal, al ser relatada en el análisis, tiene el valor de un acting-out. Es un llamado al analista para que, en la transferencia, no se olvide, no reprima, no se resista (esto es la contratransferencia), a la admisión, a la afirmación, de la falta castrativa, dado que es el arco de bóveda, el muro de carga del deseo. Si se desploma el arco de bóveda se derrumba el deseo.

 Lo que hace el paciente, una vez más, esta vez a través de su acting-out, de su golpeo en la puerta cerrada del analista, es insistir, si cabe con más fuerza, en la cuestión de la falta, como algo irrenunciable, como condición, causa, del deseo. Trata de reintroducir, un poco a la fuerza, forzando las cosas, aquello que ha sido expulsado (ausstoßung) de la transferencia analítica, del discurso del psicoanálisis. Lo que no puede entrar por la puerta entrará por el tejado.

 El paciente le muestra el “Él no sabía” (A) del inconsciente, el deseo del Otro (el objeto @), y el goce-otro (más allá del goce fálico), todo de una tacada, en el mismo paquete, para que Kris se entretenga con algo distinto a la psicología rampante y chata del yo. Todo esto, estos manjares, el hombre de los sesos frescos, los sazona con las especias de lo más picantes del inconsciente y de la castración.

 El paciente, después del análisis, se va a degustar sesos frescos. Parece que su análisis no le deja satisfecho, por lo que se busca un paliativo, un sucedáneo, en sus afueras. Todos los días pide un plato de sesos frescos. De este comportamiento tan llamativo no había dicho nada en su análisis. Como un chico malo, como el adolescente que robaba golosinas y libros, se lo tenía bien callado. Solo lo saca a colación después de la interpretación desgraciada de Kris: “Usted no plagia nada” = “A usted no le falta nada” (en todo caso, como en la anorexia, se le podría haber señalado: “Usted roba nada”). El paciente responde a su interpretación con un golpe de gong sobre la falta: “A mí me faltan los sesos frescos”.

 Los sesos frescos son el objeto causa de su deseo porque está marcados por la falta castrativa. Remiten metonímicamente al objeto @, el objeto del fantasma, el objeto perdido desde siempre para la significantización, que ha caído como resto de goce, que se ha separado del cuerpo a consecuencia del corte del significante sobre el organismo vivo. En este sentido, es un objeto irrecuperable, solo recuperable en la nostalgia del Paraíso Perdido, y, en la relación, en el losange, del deseo con el goce.

 Es evidente que el deseo, cuando no es escuchado, protesta, patalea, repite, actúa (agieren), se solivianta.