La Clínica psicoanalítica y sus avatares

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martes, 7 de junio de 2016

El desencadenamiento de la enfermedad en el Hombre de las Ratas


I) El deseo de los padres en el desencadenamiento de la neurosis obsesiva del Hombre de las Ratas 


El Hombre de las ratas

 Los dos últimos apartados del caso del Hombre de las Ratas, corresponden al desencadenamiento de la enfermedad y a su resolución (Sigmund Freud; "A propósito de un caso de neurosis obsesiva [El Hombre de las Ratas]"; 1909; Obras Completas; Vol. X; Amorrortu Editores.) 

 Es curioso que, para descubrir en un tratamiento aquello que ha actuado como desencadenamiento de la enfermedad, sea necesario recorrer un largo tramo del análisis.

 Es que el relato del desencadenamiento, su recuperación simbólica, no es sólo la constatación de un acontecimiento traumático ocurrido en el pasado; es también principio de solución, reconstrucción, a través de la perlaboración; es desencadenamiento-interpretación-solución

 Se tiene que constituir la transferencia analítica como transferencia de saber, más allá del amor de transferencia, para que se revele ese nudo de su historia que se relaciona con la elección matrimonial de sus padres.

 Ahí, en el punto más candente, crítico, angustiante, de su novela familiar, es donde se pone en acto, se representa, se inscribe, esa dimensión fundamental del goce. (El goce del Otro.) 

 Si el sujeto tiene una deuda es con ese goce que preside su nacimiento, que se constituye como la marca a descifrar de su condición de sujeto.

 Ahí es donde Freud se encuentra con esa construcción a la que denomina la novela familiar del neurótico, y, Lacan, el mito individual del neurótico

 Para Lacan, el síntoma central del Hombre de las Ratas, el gran delirio obsesivo, sólo se soluciona a partir del desciframiento, en el análisis, de ese mito individual-colectivo que ha capturado en sus redes la parte más inconfesable, la mitad no-dicha (por indecible), de la verdad del sujeto.

 Nunca mejor dicho que la verdad (lo mismo que el deseo, el acto, etc.) es en transferencia o si no no es.

 La lógica de la cura, la estructura del sujeto del vínculo, permite aplicar la operación -¡ética!- del anudamiento borromeano al caso del Hombre de las Ratas.

 Si no se produce en el acto analítico un anudamiento triple en el que dos se enlazan por un tercero, que ek-siste a ambos, el caso es sin salida, irresoluble.


Lo real es lo que ek-siste al dos

Todos los atolladeros de Freud en la dirección de la cura tienen que ver con la dificultad de introducir el tres: pasar de la transferencia natural (imaginaria), la que suma dos, a la potencia tercera de la transferencia (simbólica.)


El tres: la potencia tercera de la transferencia simbólica

 Lo que es del orden de la demanda es siempre reductible al dos. Por ejemplo, un mandato y el sometimiento o la rebelión frente a ese mandato.

 El caso del Hombre de las Ratas está plagado de ratas demandantes -¡a sus órdenes!- y de ratas en rebeldía.

 Porque hay un tipo de ratas la mar de obedientes, ya sea gracias al capitán cruel de turno o debido a los cantos de sirena de un flautista de Hámelin, que, en estos tiempos de la mal llamada declinación de la función paterna, se reproducen que es un gusto.


Freud, trazando palotes, hasta contar tres 

 Freud sostiene una línea interpretativa con este hombre obsesionado con las ratas. Pero esta interpretación no le permite saltar del dos al tres, eludiendo los engaños de la transferencia.

 Se puede definir la demanda como el intento de reducción de todo lo que no es saber (por ejemplo, el goce) a saber.

 Y, en esta operación sapiencial, religiosa, el obsesivo es un maestro, un auténtico creyente, que no necesita meter el dedo en las llagas de Cristo para tener fe . 

 II) El obsesivo duda del Otro

 Y luego está la duda, que todo lo corroe, que duda de todo.

 Es evidente que la duda es el mayor enemigo de ese acto que puede arrebatar a la angustia su certeza.

 Si la angustia no es sin objeto, el obsesivo, salvaguarda, gracias a la duda, ese objeto, que, ¡oh desgracia!, no está ni se le espera hasta nuevo aviso.

 Freud, en algunos momentos, queda fascinado por el sujeto que está ahí, a su disposición, para lo que usted quiera, y se extravía con respecto a la dimensión del objeto.

 Ese objeto que el sujeto no quiere ver ni en pintura. ¡Vade retro Satanàs!

 Freud sitúa el conflicto del Hombre de las Ratas como una lucha entre la rígida voluntad del padre y el amor a la Dama de todos sus anhelos.

 El polo paterno es el representante de todo lo que es del orden de la prohibición. (Que diverge del registro de la Ley.)

 Curiosamente, el padre, sería el encargado de prohibir aquello que no se puede prohibir, el sexo, porque, si lo abordamos como escritura, la del cuerpo, el encuentro de los sexos es imposible, es lo real que no-cesa-de-no-escribirse.

 Para prohibir el sexo no es necesario un padre. (Se las arregla muy bien él solito.)

 Un padre, un aparato paterno, es necesario para no fallar al sexo; o, lo que es equivalente, no fallar al goce.

 Por todo esto, es importante situar el eje del caso en eso tan sorprendente que sacude al sujeto de la punta a la raíz, ese "goce por él mismo ignorado" que Freud capta en esa expresión, extrañamente compuesta, de su rostro, cuando, a duras penas, faltándole las palabras, intenta narrar al Otro lo inenarrable del tormento de las ratas.


El recorrido imposible del Hombre de las Ratas

 Si en determinado caso clínico predominan los personajes imaginarios la única forma de deshacerse de ellos es hacerlos desaparecer o sustituirlos por otros.

 Si el padre del Hombre de las Ratas no concuerda con el ideal de padre se busca uno mejor y asunto concluido.

 Pero, entonces, ¡qué ironía!, ese padre mejor es el capitán cruel, el señor de las ratas, que, como es obvio, lleva a lo peor. (Al inquietante y sádico superyo.)

 Si en vez de personajes imaginarios, identidades, identificaciones, lo que se pone en acto en un análisis son posiciones discursivas, no es necesario matar a nadie.

 Se trata tan solo de interrogar el discurso en el que el sujeto está inscrito, sin proponer ideales, normas de conducta o principios morales. 

 Se trata de pasar de un discurso a otro: al discurso del psicoanálisis, que es el discurso del cambio de discurso.

 Por ejemplo, del discurso del amo al discurso de la histeria.

 Ejemplos no faltan en el Hombre de las Ratas de un cambio de discurso.

 El sujeto se enamora de una misteriosa mujer con la que se encuentra en la escalera.

 En su phantasía es la hija de Freud, que le quiere como yerno. 

 En un sueño, esta mujer que hace enigma, hija del psicoanálisis, en el lugar de sus bellos ojos, tiene unas piezas de estiércol, que ocupan sus cuencas vacías.

 La interpretación de Freud es que el sujeto, en su sueño, no se enamora de su hija por sus bellos oculos, sino por su dinero, el del padre, equivalente al estiércol. (A la mierda.)



El discurso del amo: todos desfilando 

 ¡Curioso!, la belleza recubre lo más degradado, rechazado, eso in-asimilable que no cotiza en el mercado de los bienes, en la bolsa de los valores, que no sufre alzas ni bajas, sino que se hinca en la carne.

 Toda una dimensión de la rata habita ese agujero.


El agujero topológico de la rata













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