La Clínica psicoanalítica y sus avatares

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado    Si nos detenemos en el esquema óptico de Lacan, tomándolo como exponente de la estruc...

sábado, 25 de junio de 2016

¡Pare usted de contar!

I) ¡Pare usted de contar!

 Se trata de la histérica; de su acto; de su transferencia; de su síntoma; de su discurso; de su verdad; de su goce... ¡Pare usted de contar!

 Eso es lo que les dicen algunos psiquiatras a las histéricas: "Habla usted mucho, sin parar, no entiendo ni jota".

 Entonces, consecuentemente, su primer impulso es acallarla, silenciar Eso que habla en ella, que la habla.


¡No pare usted de contar!
  
 La estrategia anti-psicoanalítica es des-valorizar su discurso.

 Contrasta con la operación freudiana, que valoriza el discurso de la histérica, escuchándolo sin prejuicios, suponiendo que es portador de una verdad inconfesable, inaudita, sorprendente, que late, palpita, gozosamente, entrelíneas.

 Se trata, para más señas, por si alguno no lo sabe o no lo quiere saber, de la verdad del sexo; que no tiene nada que ver con el ejercicio más o menos exitoso o fracasado -habitualmente esto último- de la genitalidad.

 Dice Lacan, con humor, que no hay relación sexual.

 Además, añade, lo que es el colmo, que La mujer no existe.

 Aclara, por si fuese necesario, que solo ex-siste la mujer tachada.

 ¿Entonces? ¿Cómo se hace? No hay solución, no hay escapatoria, hay que hablar. ¿Sobre qué? ¡Pero si está claro¡ ¡sobre lo que no hay!

 El psicoanálisis no plantea que no hay sexualidad, sino que la sexualidad es una cosa más bien rara (más mal que bien), inmanejable, in-educable, porque siempre se trata de una sexualidad que nos deja en un "¡hay!"; o en un "¡casi!, ¡por los pelos!". (Que es la definición de la suerte: lo que se agarra por los pelos, cuando pasa.)


Dora a los ocho años, y su hermano Otto a los nueve

¿Insatisfechos? No, todo lo contrario, insatisfactoriamente satisfechos, satisfactoriamente insatisfechos. O sea, negro sobre blanco, el deseo insatisfecho de la histérica.

 ¿Vacíos? No, todo lo contrario, llenos de un vacío, vacíos de un lleno. A este vacío, que nos llena, a condición de que se vacíe un lleno, Lacan lo llama el plus-de-gozar. (Por sus inmediaciones, ahí donde algo está agujereado, campa a sus antojos el objeto @.)

 ¿Cómo se encuentra uno con este gozar de más (ex-cesivo), que siempre sobra o falta (no hay término medio, proporción, media y extrema razón), fastidiosamente atravesado, nudo real, imposible de desatar?

 Por accidente, contingentemente, tropezando una y otra vez en la misma y distinta piedra, bañándose en el heracliteano río-Otro.

                                                               
                                          


II) El encuentro fallido y logrado con lo real del goce 

 Hay que acudir aquí a la dimensión del encuentro, azaroso, siempre fallido, traumático, por mor de real, del orden de la tyché aristotélica: "No busco, encuentro". (Pablo Picasso.)

 La histérica nos muestra el camino de ese encuentro con lo imposible, solo hecho posible al sinthomatizar la sexualidad, al enfermar de una enfermedad parlante, con síntomas charlatanes, por causa de la sexualidad, haciendo de la sexualidad el Otro con el que verdaderamente tenemos relaciones.

 El secreto de la transferencia es que el Otro que nos hace parlar, parlotear, desvariar, es un Otro que está dominado, de cabo a rabo, por un pequeño objeto, simpático y juguetón, al que llamamos objeto @.




Frida Bauer: Dora para el psicoanálisis

 La maniobra de la transferencia es transformar la pasión del sujeto por el Otro en curiosidad por el objeto del que goza el Otro, a su pesar, a pesar de sus pesares, causa de sus pesares, de su mal-estar.

 Evidentemente, lo que interesa al psicoanálisis es lo que enferma al sujeto, aquello que no tiene solución, el síntoma como una real-atadura, un nudo-real, que se mete entre las piernas, nos traba, nos hace tropezar, incluso caer; ¿por qué no? ¡Fracasar!

 La verdad de la histérica no es la insatisfacción del deseo, sino lo que nadie se atreve a decir, lo que nadie quiere oír, que la sexualidad es un fracaso, el fracaso de todos, mejor dicho, del Todo.

 La decepción del goce (¡No es eso!) es estructural.


 Por eso Lacan inventa esa lógica del notodo.

 Siempre se goza del notodo, de la mujer notoda.

 Bueno, esto es una cierta dispersión que trata de decir, con palabra dispersas y vacilantes, lo que no se puede decir, lo que, desde pequeñitos, nos dijeron que "no está bien".

 ¿A quien no le han dicho, "Niño, cuando vengan las visitas, pórtate bien, estate bien calladito, no hables más de la cuenta, que ni se te note"?

 Este es todo el problema, que es necesario hablar más de la cuenta, decir justo lo que no hay que decir, hablar de más, cuando todo lo que queremos es justo decir lo justo, ni más ni menos, que no nos falten las palabras, no sea que se note que albergamos deseos inconfesables, impresentables.

 Nos portamos bien para contar con un Otro con garantías, que no nos falte, del que estemos bien seguros.

 Hay momentos en los que Dora se porta mal. Ahí es justo cuando está mejor.

 Freud se empeña en llevarla por el buen camino, el de los buenos deseos, los que, por contra-identificación, por recontra-transferencia, el Sr. Sigmund alberga hacia Dora.

 Freud cae en el lazo que le tiende Dora. No es otro que el del amor.

 En cambio, la Sra. K, que es más astuta, más mala, más psicoanalista, sabe, con su saber de mujer, que hay un goce que no pasa por el falo, que es el que verdaderamente anhela Dora, el que exploran en sus largas conversaciones, solo para mujeres. (¡Men; No Entry; Not aloud!

 Se trata de un saber inconfesable, sólo al alcance de las mujeres, espigado en textos prohibidos.


El goce notodo es equivalente al de leer un libro prohibido

        


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