El belvedere neckeriano formando parte de un tejido de cubos |
¿Alguien da más?
Es posible juntar y conjuntar cubos, diseñar un tejido, fabricar un tapiz, un entramado o enramado borromeano de cubos de Necker, como única forma de resolver el misterio de su deseo (¿de quién?).
De esta operación conjunta, conjuntiva, nexual, por mor de textual o de sexual,proporciona una prueba fehaciente el
cuadro "Belvedere" de Escher.
Mármol enramado |
Hay
dos escenas: a la derecha, mirando hacia el este, el edificio del
belvedere, con su bella
vista, fuente de todos los engaños, los trampantojos; a la siniestra,
enfilando hacia el oeste, la plataforma sobre la que se sostiene y alza el belvedere; observada desde lo alto, a vuelo de pájaro, se nos muestra como un
gran tablero de ajedrez.
Una tela escocesa puede servir de metáfora textil de este tablero donde se despliegan todas las piezas, tácticas, estratégicas y políticas.
Las grandes batallas ajedrecistas siempre se juegan en un tablero escocés (el lugar de lugares) |
Esta semejanza de la base del belvedere con un gigantesco tablero de ajedrez o con una tela escocesa nos viene como tela al dedo por ser el índice que apunta a la dimensión esencial del tejido.
En este caso se trataría de un tejido formado por pequeños cuadrados o cubos.
El belvedere es un gran cubo neckeriano dispuesto como una pieza de ajedrez sobre un tablero donde se trenzan cuadraditos blancos y negros (¿Qué piezas elige usted? ¿Las blancas o las negras?).
El suelo del Belvedere |
O -¿por qué no?-, lo que se ve es lo que es, un embaldosado, una terraza.
El embaldosado del belvedere, con sus cuadrados, triángulos, y, sobre todo, el losange (rombo) del cubo de Necker |
Ese floor del belvedere, auténtico terrazo, podría ser -¿por qué
no?- un auténtico y genuino mosaico romano, hecho con piezas cúbicas,
que provoca una trampantojeante y carcajeante ilusión de perspectiva.
Mosaico romano constituido al mismo tiempo como un auténtico e inauténtico tejido de cubos |
No habría que descartar que en todo este asunto hubiera un niño jugando alegremente con unos cubos.
Este
es el factor infantil que no deja de estar presente en cualquier
síntoma; obviamente, en su conexión con la sexualidad infantil, esa que es
perversamente polimorfa; o, mejor dicho, polimorfamente perversa (lo verdaderamente perverso es transformar los órganos del cuerpo en significantes).
Los cubos de los juegos infantiles |
Es obvio que en este juego de disponer cubos en montones, como fichas apiladas al azar, para que después se caigan, se derrumbe estrepitosamente la bella y erecta construcción, interviene un goce de lo más enigmático, real (lo segundo tiene que ver con lo primero: es enigmático porque es real; si no, sería directamente abusivo, imperativamente sadiano).
Mosaico romano que demuestra que esta gente tan emprendedora gozaban como auténticos niños con la acumulación de cubos |
Añadimos, acumulando interpretaciones, como si se tratara de levantar una montaña de cubos, que la base del belvedere, además de un tablero de ajedrez, una tela escocesa o unos cubos infantiles, podría ser (no-ser) también un mosaico romano.
El suelo del belvedere podría ser un bello mosaico romano |
¿Qué es lo que haría un niño con uno o varios cubos de Necker?
Inmediatamente
se pondría a jugar con ellos, a lanzarlos por los aires, patearlos,
hacerlos rodar, ponerlos unos encima de otros, aplastarlos, etc.
De esta forma, dejarían de ser objetos para transformarse en significantes, en acosas, puros instrumentos de la nada, estrictamente articulatorios, nexuales.
Los cubos de Necker, capturados por el goce del juego (o el juego del goce), se habrían cosificado.
La cosificación significante, azarosa, contingente, de los cubos de Necker |
La misma operación de cosificación o significantización se produce al transformar los cubos de Necker en dados, objetos que responden a las leyes del azar (contingentes) y a las del propio juego (necesarias); siempre contando con la incidencia
atravesada e incontable de lo real como imposible.
El problema es que Galileito quiere resolverlo todo desde el saber de La Ciencia (con L mayúscula); no se da cuenta que la cuestión decisiva pasa por poder jugar con el cubo de Necker, siendo necesario, conditio sine qua non, transformarlo previamente en el cubo de goma de un niño o en el dado de un tahúr... ¡o en un cubilete!
Los cubiletes de Necker |
Hay que agitar enérgicamente los cubiletes de Necker en la coctelera del belvedere para que los dados, igual que humildes cubitos de
hielo, adquieran el ritmo baraka de la salsa.
Una auténtica coctelera de Necker danzando a ritmo de salsa |
"Yo quiero esconderme nena bajo de tu saya para huir del mundo
Pretendo también suavizar el enredado de tus cabellos
Dale una transfusión de sangre a éste corazón que es tan vagabundo
Mas dejo de hacer mis dengos y prenderte velas para mis avelos
Mas dejo mi alucinamiento de hacer trabajos para mis afectos
Tú quieres ser exorcizada por agua bendita de mi mirada
Que bueno es ser fotografiado más por las retinas de tus ojos lindos
Me dejas hipnotizarte y acabar de vez tu agonía
Y ven a curar tu negro que llegó borracho de la bohemia (coro) (bis)
Yo quiero ser pacificado por el aguardiente de tu amor profundo
Que bueno es ser fotografiado más por las retinas de tus ojos lindos
Borrando la palabra pena en el diccionario de la vida mía
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Matando con una sonrisa de los labios tuyos mi melancolía
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Tu boca dice que tú no quieres, pero tus ojos dicen mentiras
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Mas dejo de hacer mis dengos prendiendo velas pa´mis letanías
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Es que yo quiero hipnotizarte con las notas de mis melodías
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Ay nena linda dime que sí y tu condena terminaría
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Yo quiero esconderme nena bajo de tu saya para huir del mundo
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Yo quiero ser pacificado por el aguardiente de tu amor profundo
Y ven a curar tu negro que…(coro)
Da vergüenza ésta condición, quítame ésta melancolía
Y ven a curar tu negro que llegó borracho de la bohemia…" (Mi sueño; Willie Colon).
Los dados-beldeverianos de Necker y los cubitos neckerianos de hielo-belvedere son primos hermanos, tal para cual, el uno no sin el otro, por lo que pueden sustituirse metafóricamente.
cubito de hielo neckeriano, en plan pilé o granizado |
También -¿por qué no?- ese suelo cuadriculado del belvedere puede ser un plano de perspectiva con su proyección al infinito.
Plano de perspectiva al infinito, con su punto de fuga y todo |
Y, sobre todo, lo que hay que captar ahí es un tejido de cubos de
Necker visto a vuelo de pájaro.
Teclado de ordenador infinito, visto a vuelo de pájaro |
Lógicamente, desde las alturas, lo que
vemos es la cara superior de ese entramado de cubos de Necker.
Dos cubos de Necker machihembrados |
Esa especie de ariete, de barra macho, que liga los cubos entre sí, está representada en el cuadro por la escalera divertida (the funny ladder).
Belvedere´s funny ladder |
Lo que más nos interesa es transformar esa cuadrícula en un tablero de
ajedrez.
En un experimentus mentis einsteniano, Galileito, deberá
transformar ese cubo de Necker en uno de ajedrez, es decir, en una
pieza-significante (¡Menuda pieza!); por ejemplo, en una torre, un caballo o un humilde
peón.
¡Menuda pieza! |
Ahí
vemos al cubo de Necker transformado en la pieza-caballo, relinchando
alegremente.
Ha pasado de ser una pieza estática a ser una pieza
dotada de movimiento; al galope, al galope, al galope...
En resumen, a
ese cubo de Necker lo hemos sometido a una operación de aufhebung (levantamiento, abolición, supresión), alzándolo a su condición de pieza simbólica, incluida en un conjunto
sincrónico, adscrito al pool de piezas del ajedrez (incluyendo el tablero), regido por las leyes de este
juego ancestral cuyo objetivo es capturar al Rey (el Nombre-del-Padre).
De
esta forma y con estas maneras, tan discursivas, el cubo de Necker, objeto fundamentalmente imaginario, habiendo sido inscrito en el tejido del ajedrez, ha quedado dignificado (cosificado), transformado en
pieza significante, que carece de cualquier significación per se; por ejemplo, cuando el jugador mueve el caballo del ajedrez no piensa en ningún momento que está poniendo a galopar a un equino chiquitito, impulsando mansamente a una anatomía caballar; simplemente se trata de un equus sometido a las leyes inmemoriales de la caballería.
El caballo moviendo al caballo. ¡No hay tautología! |
El caballo del ajedrez en el que se
ha convertido el cubo de Necker por mor del letrismo, desenfrenado, descabalgado, es una montura significante
totalmente desprovista de significación, vacía, cuyo lugar en la estructura del lenguaje se lo otorgan, graciosamente, Su Majestad (El Rey) y su relación -diacrónica (catenaria) y sincrónica (estática)-
con el resto de las monturas que participan en esta gesta, epos, liza,
eminentemente caballeresca, regida por las leyes del significante (Los Diez Mandamientos).
Si enuncio: "El caballo percherón aplastó a un cubo de Necker con el que tropezó en la calle",
el significado del término caballo no depende de su percha, de que quede más o menos colgado en la frase, arrastrado por sus anchas crines, sino de su relación de contigüidad con los significantes que cabalgan con él en la frase, así como de su vínculo, opositivo y diferencial, con todo el resto de la caballería (pura sangre, de carreras, de
tiro, de carga, etc.).
El caballo percherón |
Al cubo de Necker, aunque no sea un caballo, en su condición de significante -diacrónico y sincrónico-, le sucede lo mismo: queda despojado de su ser propio.
El así denominado cubo de Necker -que se engaña al pensar que tiene una identidad intrínseca-, portador de una charte octroyée por el significante, gracias a su interconexión con todos los cubos
habidos y por haber, presentes y / o ausentes, infinitos, que se trenzan, traman, anudan, en el llamado tapiz o tejido neckeriano, recibe, del Otro, su significación, su identificación, la marca significante de su deseo.
Caballo frisón albino |
Al
incluirlo en ese gran picadero-tablero de ajedrez, en esa equitativa equitación, lo dotamos de movimiento, capacidad de maniobra, posibilidad de entrar en relación con otros
compañeros equinos, en el con-texto de una hermandad cúbica, de participativa partición.
Además, lo introducimos en el tiempo, lo arrojamos a la existencia como
ser-para-la-muerte, abolido bajo el significante irreductible del sujeto ($), traumático, que permitirá descifrar su condición real, gozosa, a la par divertida, juguetona, alegre
(joyful = lleno de joy), y dolorosamente patética.
Los movimientos de la Instancia Paterna, edípica, simbólica |
Ahí
tenemos, en el campo de batalla (sembrado de cubos), al cubo de Necker coronado, diseñando
sus maniobras, trazando sus movimientos, dirigiendo sus desplazamientos en esa retícula mágica, divina.
El campo o la red cúbica |
Einstein
plantea que, en su teoría de la relatividad, ha logrado adscribir a
cada punto del espacio un reloj; se trata del tejido espacio-temporal.
A continuación, añade, con sentido del humor, que, a pesar de
ello, no tiene dinero para comprar un reloj a su amante.
Esto implica que una vez constituido el Universo espacio-tiempo, Einstein, no ha podido cerrarlo, clausurarlo, obturar su falta; a pesar
de todo, o del todo, o de la teoría del todo, le falta dinero para
comprar un reloj.
El reloj es el objeto que falta... ¡al Otro!, que, por lo tanto, al des-completarlo, se convierte en causa de su deseo (objeto [a]).
El dinero es el significante que falta -el falo [-φ]-, lo que impide significar al objeto (S[A]).
El Universo de la falta |
El
Rey se mueve en el tiempo; cada uno de sus movimientos en el espacio consume
una fracción de tiempo.
En ese tablero de ajedrez, en esa urdimbre tejida con
cuadraditos blancos y negros, rige la ditmensión espacio-temporal.
El tablero, considerado como una superficie plana, se proyecta en su perspectiva hacia el punto de fuga en el infinito donde
se cruzan las paralelas.
El punto de fuga en el infinito |
Se
ha acotado y cuadriculado esa planicie infinita, inmanejable, transformándola en un tablero de ajedrez, en una superficie.
Se ha elevado el cubo de Necker a la categoría del Rey del tablero, que, como el rayo
de luz, se desplaza ágil y libremente, con soberana majestad, por el espacio-tiempo curvo (cuatridimensional).
Se ha roto la simetría entre cubos y
cubitos, cubiletes y cocteleras, cuadros y cuadraditos, negros y blancos.
No se ha
introducido un cuadrado que rompa la armonía universal del color; por ejemplo, el
verde.
Se ha propuesto que El Universo (en sentido lógico, conjuntista) no se puede clausurar, que solo existe El Universo tachado.
Hay un
cuadradito, un cubito, que, no es que sea distinto, sino que no está, que falta.
Galileito observa y manipula un
cubo de Necker.
Cubo que tiene algo de inmanejable, resistente, indeformable, imposible.
Lo que no hay que obviar es que este pequeño científico tiene
aposentadas sus posaderas sobre el tapiz cúbico, sobre el tablero de ajedrez cuadriculado, sobre
ese entramado, red, de cubos entrelazados.
Las posaderas de Galileito están bien posadas sobre una trama cúbica |
El plano caído en el
suelo nos lo marca con toda claridad.
Galileito flota sobre un mar de
cubos, neckerianos o no; that is the cuestión, to be or not to be.
La mar de cubos |
La
clave está en la posición, en el lugar que ocupa ese cubo que Galileito sostiene
en la mano, separado, desgajado, del resto de los cubos (que forman el terrazo), de toda la
cubetería universal.
El cubo que falta al conjunto de los cubos |
Galileito sostiene entre sus manos la versión imposible, en tres dimensiones, de un cubo de Necker.
Si él está aposentado en ese banco, que, a su vez, reposa sobre ese tablero, tapiz, tejido infinito de cubos de Necker, adosados, anudados, unos
junto a otros, sosteniendo un cubo cualquiera en sus manos,
esto implica que, al conjunto de los cubos de Necker, le falta uno, justamente aquel que tiene en las manos ([-1]).
No hay un
universo lógico de todos los cubos de Necker.
El supuesto universo conjuntista de todos los
cubos de Necker no es tal porque está agujereado.
Uno de sus elementos es el conjunto vacío: [∅];{}.
"No hay Otro del
Otro", el Otro que le diga al Otro lo que es, suturando su falla, su división.
Esta escena nos indica que el Otro
está tachado (A) a causa del acto de Neckerito que ha extraído un significante fundamental de su campo (el falo: Φ), al que des-completa, privándolo de un objeto simbólico
fundamental (el objeto fálico: -φ).
El objeto que falta |
Es
evidente que él tiene un objeto entre manos: un cubo de Necker.
En
el gran tablero de ajedrez del belvedere, el entramado de los
cubos de Necker forma un embaldosado infinito, que, aparentemente,
lo cubre, lo abarca todo.
Caído en el suelo hay un plano de papel en
el que se ha dibujado un cubo de Necker; verosímilmente, es el diseño gráfico sobre el que se
ha construido la maqueta del belvedere (el cubo diabólico).
Suponemos, engañosamente, que debajo de ese
lienzo de papel, que actúa como un velo, hay un cubo de Necker.
Pero, también, podría haber un vacío, el que ha dejado Galileito al extraer el cubo de Necker del conjunto de todos los cubos.
De
hecho, lo que hay es un agujero, velado a la vista, reemplazado
por el significante-gráfico del cubo de
Necker.
Aunque todos los significantes estén agujereados, ese, el falo, al ser el significante del agujero, lo tapona.
Pero... haberlo haylo.
Ese
lienzo, pergamino, rollo de papel, donde se inscribe el dibujo-significante del cubo de Necker, a la vez vela y significa el agujero simbólico (que se sostiene en una falta de derecho).
Es imprescindible buscar también el agujero real, el de la privación, generado por la falta irreductible de un objeto simbólico (falo simbólico).
¿Dónde está?
Lo
que tiene Galileito en la mano es un <<objeto cubo>>-Necker.
La maqueta construida a partir del dibujo es la transposición del cubo en dos dimensiones de Necker en un objeto tridimensional.
Es un objeto un tanto singular al
que se le puede otorgar el estatuto de objeto @.
De hecho, si observamos
su ubicación, es un objeto que podría haber caído perfectamente, como un resto, de las alturas inmarcesibles del saber
belvederiano.
Lacan plantea, para orientarnos, que el objeto @, causa de la angustia (no sin objeto), es una caída.
Escher, al
contraponer el cubo de Necker (3-d) al cubo-belvedere (4-d), este último en su doble estatuto de objeto imaginario (1-d) -la
bella vista-, y objeto simbólico (2-d) -su diseño gráfico en el plano-, no deja de situarlo como algo que se
puede tocar, palpar, sobar, manipular, con el fin de señalarnos que se trata de un objeto real.
Decir real es ratificarlo como objeto de goce .
De hecho, eso de toquetearlo como una vulgar bola, remite, evoca, algo masturbatorio, a un goce de lo más turbatorio (que produce una turbación de co...?).
Esto significa que, en los cimientos de cualquier
belvedere, bella vista, Ideal del Yo o Amor, está lo real del goce, generado por esa litter o letra -la [a]-, especie de resto o de residuo abominable, indigno, rechazado de la dialéctica subjetiva.
El [a] y las pulsiones |
Lo que debemos captar es que Galileito ha extraído ese objeto absolutamente anómalo, no tanto por su forma como por su goce, de ese enlosado simbólico hecho con cubos y más cubos, trenzados entre sí en un estilo losangeano, neckeriano.
Ha
desprendido, separado, del muro del lenguaje, el objeto @, constituyendo
el fantasma fundamental: [$<>a)].
Ese enlosado o embaldosado ajedrecístico, tejido con cubos de Necker, es el sujeto ($).
Y ese objeto imposible, inmanejable e inextensible, que sostiene Galileito en sus manos, es el objeto [a].
El sujeto y su relación con la demanda |
Efectivamente,
se puede realizar una operación de corte sobre un objeto topológico con el fin de simplificarlo, de evidenciar sus propiedades; ese objeto puede ser el cross-cap (la mitra de Obispo).
El corte genera las dos piezas del fantasma fundamental: el sujeto dividido y el objeto causa del deseo.
Operación de corte en forma de ocho interior alrededor del punto-falo del cross-cap |
De facto, el belvedere es una especie de cross-cap, y, el momento del
corte, aunque no se percibe, se puede conjeturar por sus efectos:
- El sujeto: el tejido moebiano de cubos de Necker.
- El objeto real: la letra [a], que, Galileito, ha extraído del cuerpo simbólico (esta operación de extracción evoca a la representada por El Bosco en "La extracción de la piedra de la locura").
La extracción de la piedra de la locura; El Bosco |
No hay mejor forma de describir al objeto de goce -real- que como una especie de extracción lenguajera de la piedra de la locura, ese artefacto o artilugio loco, enloquecedor, suplementador de una jouissance también enloquecida, extraída de lo más profundo de las meninges (las entendederas) con el gancho significante.
Se había
hablado de un agujero simbólico, ese que está cubierto pudorosamente por el lienzo decoroso, decorado, adornado, con el diagrama-significante del cubo de Necker.
El diagrama-significante del cubo de Necker: el agujero simbólico |
Más allá o más acá de la hiancia subjetiva está la falta real, irreductible a cualquier símbolo, cuyo
estatuto es del orden de la privación, producida por el desprendimiento, la caída, la separación del cuerpo, del objeto [a].
El [a] está representado por ese cubo de Necker -la piedra de la locura matemática- que habita como un sólido imperfecto el
espacio real.
Un cubo de Necker (sólido imperfecto) adosado a la hiancia de un cubo (sólido perfecto) |
Este sólido imperfecto, loco, real, puede ser tocado (con todos los tocamientos gozosos y pecaminosos), como lo está tocando Galileito, como se
toca un instrumento (en todos los sentidos del término).
De
alguna forma, con ese instrumento neckeriano, con ese a-instrumento,
Galileito, lo que quiere hacer es sacar los acordes, los ritmos, las
resonancias, las vibraciones, del goce.
Sacarle los colores a un goce vergonzoso que no sea como el de
todos en su disposición y conformación falocéntrica, consuetudinaria,
reglada, establecida y aceptada.
Algo que se aparte de la típica
cancioncilla por todos conocida; más bien que evoque esa
musiquilla alegre y repetitiva, un tanto sonámbula, que extraían los antiguos organilleros de su instrumento.
La música del goce |
A pesar de que
no lo parezca ese organillo es un cubo de Necker musical.
Las canciones
y melodías que saca de su caja de resonancia hacen vibrar el goce
notodo-fálico representado por ese monito saltarín, alegre y juguetón.
¿Dónde está la falta real?
La pista nos la da Quasimodito, que, por su posición, se puede decir, sin lugar a dudas, que está metido en un agujero.
A diferencia del agujero simbólico este es un agujero real.
No hace
falta ser un genio para darse cuenta de ello; con una expresión muy
gráfica se puede decir que Quasimodito está en el culo del mundo.
Es como si estuviera asomando su acromegálica y aerofágica cabeza a través de un agujero
excavado en los sótanos más inmundos del inframundo.
El agujero real no es esa ventana enrejada, es el propio Quasimodito, que, en sí mismo, es la encarnación de lo más real de la falta -la relación sexual en tanto imposible-, ergo, el goce.
Solo hay que mirarle a la cara para saber de qué goce estamos hablando.
Si esto, la faz de Quasimodo, no es el goce, ¿qué otra cosa podría ser? |
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