La Clínica psicoanalítica y sus avatares

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jueves, 26 de agosto de 2021

El caso del hombre de los sesos frescos (I): Introducción (1ª parte): Un caso de Ernst Kris reinterpretado por Jacques Lacan

 El caso del hombre de los sesos frescos

 Introducción (1ª parte): Un caso de Ernst Kris reinterpretado por Jacques Lacan

 Este es un caso de un paciente del psicoanalista vienés (de Viena, para más señas), Ernst Kris, lanzado a la fama, al estrellato (curiosamente, por haberse estrellado con su analizante), por la corrección tan sesuda (“que muestra buen juicio, prudencia y madurez en sus actos”) que realizó J. Lacan a una intervención hecha con muy poco seso (“falta de prudencia o madurez”), después de devanarse los sesos, por parte de este psicoanalista, con el paciente bautizado para la posteridad como “El caso del hombre los sesos frescos” (evidente metonimia en que la parte da nombre al todo). ¿Cómo aparece este significante de los sesos en la transferencia?

 A esta cura analítica se la podría caracterizar como “La dirección de la cura y el poder de los sesos”. Ya se sabe que no es el buen o el mal seso del analista lo que dirige una cura. En este psicoanálisis el poder del sexo es sustituido por el poder del seso (esperemos que estos sesos estén verdaderamente frescos).

 En primer lugar hay que decir lo que significa “sesos” (frescos o pasados): “Es el término usado para referirse a un cerebro de animal generalmente en un contexto culinario, puesto que, como la mayoría de órganos internos y demás casquería puede emplearse como alimento”.

 Entre los usados con este fin están los de cerdos, ganado vacuno, pollos, cabras, caballos, ardillas y monos (esto es simplemente un aperitivo para lo que vendrá después, lo más suculento).

 Es evidente que, en todo esto, existe una evidente perversión de la alimentación, en todo caso de los gustos, que aproxima la casquería a la coprofagia en lato sensu: “Inclinación morbosa a comer excrementos u otras inmundicias”. Se trata de la inmundicia, en el sentido material, como basura o porquería, así como en el ámbito de lo espiritual: “Estar sucio, manchado, contaminado por algo”.

 Aquí tenemos a 3 + 1 protagonistas:

 1°) El psicoanalista principal o psicoanalista en jefe: Ernst Kris.

 2°) El psicoanalista del psicoanalista, el super psicoanalista o psicoanalista al cuadrado: Jacques Lacan.

 3°) El analizante: el gourmet o degustador del menú diario de los sesos frescos: el caníbal intelectual, el plagiario potencial.

 4°) El + (1): los sesos frescos como delicatesen culinaria, como plato exquisito, sazonado con el irresistible objeto @, la esencia del goce.

 ¿Quién es Ernst Kris? Un psicoanalista serio, de prestigio, con mucho predicamento en su círculo de analistas neoyorquinos, fuertemente locales e internacionales.  

 A  Kris, tratando de dar el golpe de gracia, la puntilla, en un análisis que pretende ser rotundamente ejemplar de la Psicología del Yo, se le calientan los sesos y los cascos, se lo piensa tanto, obra tan sesudamente, se devana los sesos de tal forma que, al final, hace una intervención tan sumamente y sumariamente seria, correcta y formalita, que se olvida de toda la casquería, de las inmundicias, los restos, entre ellos los sesos frescos, donde se fríe el goce, y, el paciente, en un guiño de complicidad o de falta de complicidad con su psicoanalista se zampa demostrativamente una ración de sesos frescos al acting-out.

 Si el acto tiene que ver con el objeto, Kris, en su madurez yoica, se olvida de acto, objeto y deseo.

 Hagamos un pequeño recorrido por la biografía de Ernst Kris (datos tomados del trabajo titulado “El hombre de los sesos frescos”, de María Dolores Castán; publicado en NODVS XXI; septiembre del 2007).

 Ernst  Kris (1900-1957) fue un psicoanalista vienés e historiador del arte. Entró en contacto con Freud a través de su prometida, Marianne Rie, hija de Oskar Rie, amigo íntimo de la familia de Freud.

 Kris era un experto en antigüedades y Freud tenía una buena colección de ellas; Marianne Rey presentó a Kris a Freud en 1924 para tratar sobre su colección.

 Kris, además de psicoanalista, trabajó como historiador de arte, publicando numerosos escritos.

 Como psicoanalista hizo importantes contribuciones a la psicología del artista y a la interpretación psicoanalítica de los trabajos de arte.

 Tras la ocupación de Austria por las tropas alemanas, Kris, entre otros países, emigró en 1943 a Estados Unidos.

 Formó parte de la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York y fue profesor del Instituto Psicoanalítico de esta ciudad.

 En su prolongada colaboración con Heinz Hartman y Rudolp Loewenstein hizo su principal contribución al desarrollo de la Psicología del Ego.

 Junto a Anna Freud y a Marie Bonaparte editó la primera edición de las cartas de Freud a Wilhelm Fliess.

 En el artículo de 1951 que se titula “Ego psychology and interpretation in psychoanalitic  therapy”, publicado en la revista “The Psychoanalitic Quarterly”, en 1951, nos encontramos con el caso de un paciente de Ernst Kris al que se le ha denominado “El caso del hombre de los sesos frescos”.

 Lacan menciona este caso polémico en:

 1º) “El Seminario sobre Los Escritos Técnicos de Freud” (1954).

 2º) En 1956, en “El Seminario de La Psicosis” y en el Escrito sobre la “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la verneinung de Freud”.

 3º) En 1958, en el Escrito “La dirección de la cura y los principios de su poder”.

 4º) En 1963, en “El Seminario de la angustia”, Lacan, relaciona el problema de la interpretación del síntoma con el acting-out

 5º) Y, por último, en “El Seminario sobre la lógica del fantasma” (1966-1967).

 “El caso del hombre de los sesos frescos”, cuya nominación, la forja de su nombre, se parece a la del Hombre de las Ratas, que usufructúa el nombre de su propio síntoma (otro ejemplo de metonimia): el tormento de las ratas.

 Esto de la metonimia, que se repite, que insiste, nos da una pista sobre el estatuto de los sesos frescos; adivinanza: ¿se tratará de un objeto metonímico?

 El protagonista de nuestra historia, “El hombre de los sesos frescos”, es un joven de unos 30 años, un hombre de letras, una especie de intelectual, también idealista, en su sentido más estrecho, cuyas propias ideas le saben a poco, le dejan más frío que caliente, por lo que se dedica a buscar en los otros, en el intelecto de otros intelectuales, las ideas que a él le faltan.

 ¿Y qué es lo que le falta? Hacer hueco, sitio, en el cúmulo, en el maremágnum de sus ideas, a la idea del deseo, justo la mejor idea, la idea por antonomasia, la que no se puede plagiar, porque nadie la tiene, porque es única, unaria (el trazo unario): la idea que falta o la idea de la falta, aquella de la que no tengo ni la menor idea (aunque sí el dulce aroma de los sesos frescos).

 Está, por un lado, la idea o el significante de los sesos frescos -el significante que falta en el lugar del Otro-, y, por el otro, el objeto-sesos frescos, en su condición de objeto del deseo, el objeto [a] del fantasma. El canibalismo es este paciente es bidimensional: simbólico y real.

 ¿Qué decir de la metonimia y del trazo unario, que convierten a este objeto, los sesos frescos, en único, y, por consiguiente, en algo imposible de plagiar?

 Con respecto a la idea-de-los-sesos-frescos, la idea-que-falta, se trata, como no podía ser menos, del objeto metonímico, del objeto que falta. Su marca patognomónica es el trazo unario: [-1].   

 El objeto que se come el paciente a la salida del análisis en un coqueto restaurante de barrio, su plato favorito, los sesos frescos, no es un objeto metonímico, es un objeto [a], cortado, caído, del cuerpo de un animal comestible (como el cerdo), que tiene ese carácter de resto, de desperdicio, de casquería (lo que se desecha, la inmundicia): el trozo de cerebro.

 ¿Cuál es la etimología de casquería?: “Podría provenir del verbo cascar (en latín quassicare), romper, quebrar, despedazar; por ser los trozos o partes del animal, que quedan después de ser despedazado para separar las partes más valiosas o apetitosas”. (http://www.diccionariocastellano.org/2021/01/casqueria.html).

 Describamos la riqueza objetal del mundo de la casquería: “Vísceras y otras partes comestibles de la res, cerdo u otros animales de consumo, no consideradas carne. Entrañas de un animal de consumo, incluidas partes consideradas despojos, como morro, orejas, manos o sangre. Despojos, vísceras, y partes comestibles que se extraen de los animales destinados a carne y que no están comprendidas dentro del término de la canal. En animales comestibles, todo lo que no es músculo. Casquería, asaduras, achuras o entresijos son términos empleados para aludir a las vísceras o entrañas de un animal del consumo. Productos típicos de la casquería, tales como el morro, oreja, manitas de cerdo, sangre, callos, hígado, lengua, corazón, sesos, riñones, papada, tuétano, ubres, pezuñas, carrillada, criadillas, mollejas, crestas de gallo, cabeza, gallinejas, asadura, bofes, estómago, tripa, lechecillas (páncreas), livianos (pulmones), zarajos, menudillos, rabo de toro, etc...” (Óp. Cit.)

 Continuemos con lo nuestro, con nuestra casquería propia, la del psicoanálisis.

 Este intelectual con aspiraciones de plagiador había tenido un análisis previo al de Kris con Melita Schmideberg, hija de Melanie Klein.

 El síntoma principal de este joven, que había quedado como residuo de su primer análisis, con

siste en una inhibición, causada por su temor (¡o por su tentación!) al plagio, que afecta a la publicación de sus trabajos de investigador universitario.

 Curiosamente, su síntoma, el impulso a plagiar -el plagio simbólico, que apunta a apropiarse de los significantes del Otro-, es lo único que le puede salvar del plagio imaginario, de su captura alienante por la imagen del otro (el yo ideal), porque, precisamente, un síntoma, y, sobre todo, trabajado a través de la interpretación en un análisis, es lo único que no se puede plagiar, porque es portador de la marca del goce del sujeto, y, de su hermana, la verdad.

 Un síntoma es lo más raro, extraño, extranjero, en el sentido de lo real, que posee un sujeto; por eso el psicoanalista lo cuida con mimo, como si fuese un bien precioso, una especie en peligro de extinción.

 La tendencia de un psicoanálisis es más la de alimentar el síntoma que la de provocar un estado de desnutrición sintomático.

 El problema, el error, casi de principiante de Kris, consiste en cargarse el síntoma del paciente, el encargado de guardar en su interior la carga de su deseo; ni corto ni perezoso le demuestra al paciente, con pruebas fehacientes e incontrovertibles, que él no es ningún plagiador; más o menos le transmite que se quede tranquilo, que es un buen chico, con sentimientos positivos, que, si alberga el temor de ser un plagiador, esto se debe a algún pecadillo de juventud (robaba golosinas y libros), lo cual, pronto, con los buenos consejos de Kris, superará.

 El tema es que su síntoma consiste en un deseo de plagiar el deseo del Otro (algo imposible de plagimaginizar, solo de significantizar) y, contra esto, no hay razones que valgan: o se acepta su deseo o se lo rechaza.

 Kris escoge la peor de las opciones posibles, la de cuestionar su síntoma, lo que acarrea, inevitablemente, el cuestionamiento de su deseo, lo que no va a dejar de tener consecuencias sumamente molestas en el análisis bajo la forma de un acting-out (que va a impedir que el psicoanalista se quede tan fresco).

 Como el síntoma no es una rueda de repuesto no se puede cambiar; la única alternativa es comprarse otro, porque, ¡oiga!, Mr. Kris, yo no puedo vivir sin un síntoma, que es mi partenaire, el partenaire-síntoma, al que estoy identificado (identificación al sínthoma); el analizante, sin dudarlo ni un momento, se va al store del inconsciente, y se compra un nuevo síntoma, más potente y con llantas de aleación: el deseo, de lo más pulsional, de sesos frescos (¡lo demás me trae al fresco!); es evidente que esta es una decisión de lo menos sensata, poco acorde con la madurez exigida a un intelectual, a un hombre demandado por sus ideas.

 El querer ser más que nada un plagiador, un robaideas, casa muy mal con los oropeles y las galas universitarias, con los ideales Sorbonarios; menos todavía querer sorberle el seso al colega.

 ¡Kris, Krash, cataplás, ruido de kristales rotos, Kris ha hecho añicos el objeto de deseo del paciente, el objeto-síntoma, el objeto-plagio, aquello que le otorga su ser de plagiador!

 Con los vidrios rotos, hechos añicos, caídos por el suelo, el hombre de los sesos frescos, alerta, despierto, espabilado, va a reconstruir un nuevo objeto de deseo, un (a) otro [a] causa del deseo: el objeto-sesos frescos. ¡Ya tenemos un nuevo jarrón de la abuela!        

 Este síntoma, el deseo controvertido de plagiar, por llamarlo por su nombre, constituye su queja principal, al manifestarse como una barrera intelectual poderosa debido a que el joven deposita todas sus esperanzas en la promoción profesional que sus publicaciones pueden favorecerle.

 Por todo esto, aquí interviene un deseo de triunfar, de tener éxito en la vida, y, algo que se atraviesa, una piedra en el camino, un palo entre las ruedas, lo más perturbador y trastornante de un síntoma enigmático, antihomoestático, antiadaptativo, que arruina su ideal de ser un hombre de pro (como el abuelo, el Great-Father, el Grand-Pere, el sabio de la familia).     

 Su queja se apoya en la convicción angustiante de ser un plagiador, es decir, aquel que no tiene ideas propias, que no puede tener otras que las que obtiene tomándolas, sin permiso, furtivamente, robándolas, de los otros, en su caso, significativamente, de un íntimo amigo suyo, a la vez rival, competidor, en estos asuntos catedraticios o catedralicios.  

 ¿Cuál es el punto crucial del análisis?

 El paciente está a punto de materializar su plan de trabajo que ya estaba preparado para su publicación; en ese momento tiene una sesión con Kris, y, le dice, muy afectado, que acaba de descubrir en la biblioteca un tratado de su colega, publicado hacía unos años, en el que se encuentra desarrollada la misma idea central que contiene su propio trabajo. El joven teme haber plagiado el texto que va a presentar: “Su primer análisis le había enseñado cómo el miedo y la culpabilidad le impedían ser productivo; y en qué consistía su <<incesante necesidad de tomar y de robar que se había manifestado en la pubertad>>. Actualmente es asaltado en forma permanente por la compulsión de tomar las ideas de los otros -lo más frecuente, las de un joven y brillante colega (un amigo íntimo) con quien se pasa, en un escritorio vecino al suyo, días enteros discutiendo. Un día me anuncia súbitamente, cuando todo está listo para la publicación efectiva de uno de sus trabajos, que acaba de descubrir, en la biblioteca, una publicación ya antigua que desarrolla la misma tesis que la suya. Este texto no le era extraño ya que lo había ojeado poco tiempo antes. Se presenta tan extrañamente serio y excitado, que creo adecuado interrogarlo en detalle sobre ese texto que teme plagiar... “(Aparecido en “The Psichoanalytic Quartely, XX, enero 1951, pág. 15-30”. Traducido por Michel Sauval a partir de la versión de Jacques Adam aparecida en “ORNICAR, Nº 46, julio / set. 1988, pág. 5-20”).  

 A Kris esto lo lleva a indagar, a interrogar al paciente, en la propia sesión, sobre las características, sobre el contenido literal de dicho tratado, con nombre y apellidos, supuestamente plagiado; ambos dialogan, discuten detenidamente sobre ese texto sospechoso, y, al final, el propio Kris llega a la conclusión, que transmite al analizante, de que en el tratado de su eminente colega, de su amigo-enemigo, no hay ninguna alusión a la tesis central de su investigación, por lo que descarta (n) todo posible plagio. ¡Albricias! ¡Happy end!: “(…) Se presenta tan extrañamente serio y excitado, que creo adecuado interrogarlo en detalle sobre ese texto que teme plagiar. Su examen minucioso demuestra entonces que dicho documento antiguo contiene referencias útiles para su propia tesis, pero de ningún modo atisbo alguno de la tesis misma. Nuestro paciente le había hecho decir al autor exactamente lo  que él había querido decir. Una vez esto admitido, el problema del plagio adquiere entonces un nuevo giro: rápidamente se evidencia que el eminente colega se ha apoderado de modo reiterado de ideas del paciente, las ha arreglado a su gusto y demarcado sin hacer mención. El paciente tiene la impresión de oír por primera vez una idea firme, indispensable, para la maestría en su propio tema, pero como sería la de su colega, le está vedado utilizarla.” (E. Kris, Óp. Cit.).    

 Kris, después de lo que él denomina un abordaje por la superficie, que se dirige, sobre todo, a la primera barrera defensiva, a los mecanismos de defensa del yo, le da todas las garantías de que él no ha plagiado, que es, él mismo, el que le hace decir al eminente compañero lo que él quiere decir (yo soy un plagiador). También, el propio Kris, repitiendo la jugada, le hace decir a su paciente lo que él mismo quiere decir: usted no es un plagiador. De esta forma, al demostrar la intencionalidad de su mecanismo de defensa, lo desmonta: “Usted se presenta como un plagiador con el fin de prevenirse de plagiar realmente; usted se reconoce como ladrón, no siendo en realidad ningún ladrón, para no meter la mano -¡u otra cosa!- donde no debe meterla”. 

 Esto no se queda ahí. El mismo Kris va más lejos en su intervención. A continuación del análisis minucioso del manuscrito del eminente colega se atreve a formular que, por más eminente y amigo que sea, era él el verdadero plagiador -¡detengan al ladrón!-, el que había tomado, sin permiso, en varias ocasiones, las ideas del paciente, las había adornado y repetido, presentándolas como propias y originales; se ha dado la vuelta a la tortilla; es el cuento del alguacil alguacilado o del plagiador plagiado.

 En realidad, ¿qué ha cambiado? Ha pasado de ser plagiador a ser plagiado. ¿Es mejor ser plagiado que plagiador? Lo que no hay que perder de vista es que todas estas deducciones, en absoluto inocentes, que saca Kris, han sido inducidas por el propio analizante (desde la astucia de su inconsciente).

 En esa sesión clave, el analizante, ha pasado de no tener ideas propias, de querer robárselas a los demás, de ser un plagiario, a tener ideas propias -¡y, además, buenas y originales!-, por lo tanto a no tener necesidad de choriceárselas a nadie, al contrario, acaba convirtiéndose en el oscuro objeto del deseo de todos los plagiadores habidos y por haber (que pululan como ratones de biblioteca, hambrientos y voraces, en las cátedras universitarias).

 A lo mejor, lo que se le podría haber interpretado es que, si atribuía sus propias ideas a los otros, era por ser incapaz de percatarse, de reconocer, sus propias ideas, las suyas; dicho de otra forma, que no era capaz de escuchar sus propias ideas, de prestar oído a ese Otro que habla en él, que le habla (Donde pienso, no soy; donde soy, no pienso); esto implica, paradójicamente, el doloroso reconocimiento de que él mismo es incapaz de generar la menor idea propia (plagiable o no plagiable).  

 Como en todos los bailes de disfraces, una vez que caen las máscaras, y, los verdaderos rostros quedan al descubierto, resulta que sale a la luz que su eminente colega no era tan eminente, y, él, tan aparentemente roba gallinas (ladrón de poca monta), de su condición de plagiador de las ideas del otro no tenía ni la más mínima noción, ni la más remota idea (por lo tanto no podía plagiar). ¿Cómo es posible plagiar si no se sabe que se está plagiando, que es materialmente imposible plagiar porque nadie es dueño de sus ideas (las reclamaciones, al negociado del inconsciente)? 

 Conclusión: sin que él lo supiese, el plagiario era su compañero, el otro investigador, su amigo-enemigo, su rival en cuestiones intelectuales. La pregunta, que surge de inmediato, es: ¿cómo es qué él no se había dado cuenta? ¿Cuál era la venda que le tapaba los ojos? Respuesta: las defensas yoicas excesivas, hipertrofiadas, consecuencia de la debilidad de su yo (moi).

 Más allá de interpretar en superficie, ¿no debería Kris haber explorado más a fondo la relación entre su paciente y su eminente colega, su vecino de escritorio, con el que no paraba de hablar día tras día de lo humano y de lo divino?

 ¿De qué hablaban, mesa con mesa, los dos colegas, en sus largas jornadas de trabajo? ¿Sólo eran charlas intelectuales, sobre investigaciones, publicaciones, promociones, currículum vitae? Seguro que no. Además de ideas, de comparación entre ideas, a ver quién las tiene más grandes, como con los peces y los panes del padre, a lo mejor hablaban también de mujeres.

 Es curioso que en todo este asunto del plagio estén ausentes las mujeres. ¿Es que no hay mujeres investigadoras, intelectuales, creadoras, originales, dignas de ser plagiadas? Parece que lo de plagiarse es cosa de hombres: yo plagio, tú plagias, él plagia, nosotros plagiamos… ¿Es posible plagiar a una mujer?

 Aunque no sucede así en el caso del significante, del saber no sabido, es como que algo de la idea, del pensamiento -el objeto del plagio-, deja fuera, expulsa de su dominio, el de la razón pura, al goce de la mujer. Por eso hay hombres que dicen, con total desparpajo, que las mujeres nunca tienen buenas ideas (cuando las tienen, suelen ser malas). Otros dicen: ¿A dónde nos llevarán las mujeres con sus ideas? Se entiende que se trata de ideas disparatadas, locas, absurdas, extremistas, nada sensatas, en absoluto razonables e intelectuales. Desde aquí se entiende que nadie quiera plagiar, y, menos que nadie, una mente formada en el discurso universitario, las ideas (de unas) locas. Estas ideas locas, si nos llevan a algún lado, solo puede ser al desprestigio, al fracaso, a la sonrisa irónica, a la mirada de pena, en ningún caso a la promoción profesional, al reconocimiento intelectual, al éxito social, al ascenso de grado académico.

 Aunque no hay que olvidar, para mayor gloria de las mujeres, que las ideas locas (a las que llamamos significantes), incluso las propias mujeres locas (si uno no piensa que, cualquier mujer, por el hecho de ser mujer, está loca), también nos pueden llevar al goce, vía el objeto [a], bajo la forma contingente de unos buenos sesos frescos.

 Pero Kris no solo explora la planicie del yo; corrobora sus descubrimientos acudiendo a la historia del paciente, donde aparecen los personajes verdaderamente significativos de su historia, que, ¡oh sorpresa!, son todos de género masculino: ¡Entre hombres anda la cosa! ¿Qué lugar ocupa la mujer en la vida de este obsesivo, hiperestudioso e hiperresponsable, que se mueve como pez en el agua en el ámbito asexuado de las ideas, y, como un auténtico pato cojo en el campo del deseo, del significante, del goce, de las relaciones (o no relaciones) con el otro sexo (escrito: el Otro sexo: La Mujer que no existe)?

 Curiosamente, Kris, todo lo aborda desde el punto de vista del temor al plagio, el síntoma principal del paciente, aquello que le suscita su mayor queja, que determina una grave inhibición en su vida profesional, impidiéndole desarrollar todas sus potencialidades intelectuales, así como alcanzar el progreso que le correspondería en su carrera de acuerdo a sus capacidades y méritos.

 Kris le demuestra que, él, aunque cree ser un plagiario, en realidad no lo es; que, en la realidad de la buena, firme y segura, son los otros los que le plagian a él, por lo que su condición es de sujeto plagiado (igual a perjudicado, damnificado); si está convencido que es un auténtico plagiador es con el fin de prevenirse para no caer en el pecado (¡o en el delito!) de plagiar realmente, eso a lo que le conducen sus deseos inconscientes de robar las ideas de los otros (enraizados en una pulsión oral, canibalística, voraz y destructiva, que, ya, en su tiempo, le movió a robar golosinas y libros).

 En esa sesión, el paciente ha pasado de sujeto-plagiador a sujeto-plagiado, quedando claro (desde la psicología del yo) que sus temores de plagiar, que le provocan un inhibición intelectual, constituyen un mecanismo de defensa contra sus deseos de plagiar (robar, tomar, coger, arrebatar, sustraer, las ideas de las otros).

 

 

 

1 comentario:

  1. Un caso histórico, el del hombre de los sesos frescos, de E. Kris, reinterpretado y reelaborado desde el psicoanálisis

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