La Clínica psicoanalítica y sus avatares

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado    Si nos detenemos en el esquema óptico de Lacan, tomándolo como exponente de la estruc...

sábado, 28 de mayo de 2016

La condición femenina, en la joven homosexual



El secreto de la condición femenina: Marilyn Monroe y La Monna Lisa 

 I) La condición femenina en la transferencia

 ¿Cómo se despliega la condición femenina en la transferencia?

 Seguiremos la pista del caso de la Joven homosexual y su alter ego, la Dama de sus ensoñaciones.

 Concretamente, se va a hacer referencia al capítulo de su biografía titulado "Bergasse 19" ("Sidonie CsillagLa joven homosexual de Freud"; Ines Rieder y Diana Voigt; Edit. El Cuenco de Plata; 2004.)

 Como cualquiera sabe se trata de la famosa dirección vienesa de la consulta de Freud.

 Allí se dirige nuestra protagonista, seis veces por semana, para encontrarse con Freud, su analista.

 La verdad es que no se muestra muy motivada.

 Más que ir es llevada.

 Pero, aún a su pesar, a pesar de sus quejas, no deja de acudir.

 No es una paciente fácil, sobre todo no se lo pone fácil a Freud.


El secreto de la condición femenina: La Gioconda y la Joven homosexual

 No está claro qué es lo que hay que curar.

 ¿Cómo se cura uno de aquello que lo enferma, que es incurable, oséase, la sexualidad, la pulsión, el goce?

 ¿La enfermedad no sobreviene cuando uno se defiende con uñas y dientes contra lo real-incurable?

 En un análisis, uno afloja las defensas, deja que salga el gato de la gatera, que se pasee libremente por los alrededores, gracias a la intervención de la trinidad psicoanalítica: la transferencia; la función del deseo del analista; y la defensa simbólica por excelencia, que permite abordar lo real desde el saber: el discurso causado.

 Es evidente que Freud no cree ni por un instante que un psicoanálisis pueda salvaguardar a un sujeto de los embates de la sexualidad.

 Por si quedara alguna duda, la propia paciente le recuerda que no está en absoluto dispuesta a renunciar a su pasión.

 El problema es que la condición de su pasión (léase de su goce) es la homosexualidad, el amor exaltado hacia otro mujer; que, además, da la causalidad que es una cocotte, que se las gasta, indistintamente, tanto con hombres como con mujeres.

 Y esto no casa con la buena fama y las sanas costumbres de una familia de bien y de una chica de buena cuna.

 Además, en un análisis, se trata de seguir las huellas de un real-incunable, que no es un real de buena cuna o al que se le pueda acunar, sino un real que hay que buscar "en su cuna", "en su infancia".


El secreto de la condición femenina: la joven homosexual y Leonie Von Puttkamer (La Dama); retrato de Sidonie

 II) El ¡No! al no-deseo

 Que la paciente diga No al no-deseo; que no esté dispuesta a renunciar bajo ningún concepto, amenazas varias, a su pasión por La Dama, Freud, lo considera como un signo de mal pronóstico. (En el cielo del análisis ve que sobrevuelan pájaros de mal agüero.)

 Ella ama a otra  mujer.

 Cualquier alquimia, dirección de la conciencia, aversión conductista, marriage counseling, cognitivismo transformador y avasallador, etc., se va a mostrar impotente frente a un goce sinthomático que le da el ser, al ser lo único que da un sentido a su vida. (En el sentido de significado y de sentido o dirección.)

 Con respecto a los ideales maternos y paternos ahí no hay bola que rascar.

 Freud está convencido que se ha topado con una resistencia irresistible, irreductible, que le ataca a él, en su condición de varón, como imago del padre, del que la paciente quiere vengarse por su traición con la madre, a la que le ha dado el hijo deseado, en vez de a ella.

 Hijo que era demandado al Padre simbólico, en el contexto del Edipo, como equivalente del pene imaginario (-).



 Hay un circuito que parte del pene imaginario, que pasa por el pene simbólico (significante), hasta alcanzar, Deo gratias, al Padre simbólico, el progenitor de los significantes.

 Como el padre de Sidonie, frente al llamado de su hija a cargar con la cruz del simbolismo paterno, no ha respondido, se ha borrado, ha hecho mutis por el foro, ella no tiene más opción que situarse en la estructura como padre imaginario, para, desde ahí, poder amar a una mujer -la Dama- como la amaría un hombre (demostrándole al padre cómo se ama verdaderamente a una mujer): no por lo que tiene, sino por lo que le falta. (El pene simbólico: aquello de lo que está privada.)




 Freud está convencido que, debido al mecanismo transferencial-imaginario, de sustitución de personas, ocupa en la relación con Sidonie el lugar de su padre. (Viste el traje de otro.)

 Como consecuencia, todas sus ansias de venganza, por haber sido traicionada con la madre, se van a dirigir a él, atacándole en su condición de analista, haciendo lo posible y lo imposible para que fracase el tratamiento, para que todos sus esfuerzos terapéuticos sean baldíos.

 Al final, este es el temor de Freud que le conduce a suspender el tratamiento (se pone el parche en el ojo antes de recibir la herida), se va a pegar un tremendo batacazo, todas sus esperanzas, sus ilusiones (¡de un cambio de orientación sexual!), serán decepcionadas, yéndose inevitablemente el navío del psicoanálisis al garete. (Una embarcación que va al garete navega sin control, extraviada, dejándose llevar por la corriente.)

 A partir de este posicionamiento, arraigado en lo imaginario, en el yo y sus intenciones (benéficas o maléficas), Freud decide, bruscamente, suspender el tratamiento, recomendando a Sidonie que se busque una analista mujer. (¿Otra Dama?)

 Freud, al igual que en el caso Dora, comete un error de apreciación transferencial.

 No advierte la verdadera dimensión del  deseo homosexual de Sidonie, que apunta al pene simbólico, en su valor de objeto que le falta a la Dama, situado en su más allá.

 Ella no anhela lo que la Dama tiene, sino lo que le falta, y que Sidonie le podría dar.

 La Dama, aunque no sea la Sra. K, es el objeto de deseo de Sidonie, que, inevitablemente, no dejará de preguntarse, utilizándola como un relé, como una estación repetidora, ¿qué desea una mujer?

 Lacan adscribe esta decisión temeraria (¡y temerosa!) de Freud a un auténtico pasaje al acto extra-analítico, producido desde el lugar del analista. (Que no ha sido capaz de sostener.)

 La piedra de toque, la prueba definitiva, lo que le lleva a asumir su impotencia es, paradójicamente, nada más y nada menos que un sueño, en el que Freud, debido a su carácter mentiroso, cree poder anticipar el destino desgraciado de la transferencia. 

 ¿Cuál es el mensaje dirigido al sujeto, su verdadero destinatario, que este sueño le remite desde el lugar del Otro a vuelta de correo y con acuse de recibo?

 En este sueño que, aparentemente, anticipa el éxito del tratamiento (también su exit), los hados le son favorables a Freud, ya que en él se colman todas sus expectativas y ambiciones como terapeuta, como sanador. (Su deseo de curar.)

 Es un sueño promisorio, profético, que predice la feliz resolución del caso, la curación de Sidonie de su homosexualidad, de su dañina afición a las mujeres, y, sobre todo, de su querencia patológica hacia la infausta Leonie.

 Yo lo voy a denominar un sueño milagroso porque no se lo cree ni el mismísimo Dios.

 Aunque, por otra parte, no deja de ser verdaderamente una producción mentirosa del inconsciente con toda su carga de verdad.

 Freud lo ve tan favorable que no deja de mosquearse, de ponerse un poco mosca, de estar con la mosca detrás de la oreja.

 Ciertamente, es mosqueante que responda tan bien, de forma tan increíble, tan satisfactoria, a la demanda de curación. (¡Del padre!)

 El sueño es una especie de cuento navideño con happy end, del estilo de "se casaron, fueron felices y comieron perdices"; a lo que se añade que "tuvieron muchos hijos, casi una familia numerosa".

 Tanta felicidad no es posible, tanta dicha es inimaginable, sobre todo para un escéptico como Freud, por consiguiente, oído al parche, ¡aquí debe haber gato encerrado!

 El ratón Freud se pone a la defensiva para que no se lo trinque, con sus afiladas garras, la gata Sidonie.

 Al querer escapar del peligro, de ese lazo tendido por una mujer peligrosamente despechada, el ratón Freud se mete en la ratonera, digo... ¡en la gatera! 



El ratón Freud no quiere morder el queso que le ofrece la gata Sidonie

 En el sueño, Sidonie, se encuentra con el hombre amado, esperado desde siempre, con el que se casa, es feliz, recibiendo el don fálico por excelencia, inapreciable: el regalo de los hijos, que palían su privación fálica.

 Que en el sueño se anuncie la reversión de la inversión, de aquello que parecía irrevocable, inimpugnable, de la desviación homosexual, es la pera, la repera o la pera limonera.

 Esta vez Mercurio, el Dios alado, el mensajero del sueño, trae buenas noticias, que auguran el éxito total de la cura psicoanalítica.

 Aunque ya se sabe que el éxito del psicoanálisis es su fracaso. 

 No obstante hay algo que chirría, totalmente disonante con esta música celestial, que canta las excelencias del falo, su gloria y majestad.

 ¿De qué se trata?

 La paciente, en su vida despierta, armada con el espíritu de contradicción, desmiente rotundamente, sin dejar lugar a la duda, todas las promesas de felicidad fálica que pregona a los cuatro vientos el aparato de resonancia onírico.

 Con voz queda, por medio de su música callada, a la vez sonora, retumbante, Sidonie, afirma por activa y por pasiva, que está dispuesta a engañar a su padre hasta donde sea necesario; que nunca va a abandonar a la Dama de sus pensamientos; y, si se da el caso que su padre intenta forzar un matrimonio de conveniencia, respetable -normalizante-, ella aceptará casarse, con el fin de escapar a su dominio, sabiendo que también podrá engañar a su marido, para así continuar disfrutando de las delicias proporcionadas por la inigualable y eximia Leonie Von Put...

 ¿A quién dar la razón al sueño o al yo despierto?

 El yo despierto es preconsciente, impregnado de imaginario; en cambio, el sueño es la voz del deseo inconsciente, su lugarteniente.

 La cosa, desde el psicoanálisis, el guardián de las esencias del inconsciente, parece clara, indubitable.

 Pues no, resulta que no está tan clara, en contra de todo lo esperable, no es tan evidente. (Por lo menos para Freud.)

 Freud, por una cuestión transferencial, incluso contratransferencial, pone más el énfasis en las intenciones del yo que en aquello que divide, hiende al sujeto: el discurso del sueño.

 Freud la toma con el sueño. Lo utiliza como testigo de cargo contra las verdaderas intenciones de Sidonie.

 Interpreta, desde la astucia de la razón, no desde el no-saber del inconsciente, que la intención del sueño es hacer que se ilusione, que se suba a la alturas, al cielo de los psicoanalistas, hasta el octavo piso, para que luego, como le previene el yo despierto de Sidonie, el batacazo sea mayor. (Más dura será la caída.)

 Freud no está dispuesto a hacer el ridículo ante una mujer. (Como lo está haciendo el padre.)

 Es una especie de juego de prestidigitación, de ilusión-decepción.

 A Freud, como al padre, la astuta Sidonie, le quiere engañar como a un chino, como a un auténtico cabeza de chorlito. (Por cierto, que es un pajarito un poco despistado.)

 Freud no lo duda ni un momento.

 A mí no me la pega.

 Se arremanga, se pone los pantalones de faena, y le espeta a la paciente con toda rotundidad: "Querida amiga, le voy a decir desde ahora mismo, para que no haya ninguna duda, para que no piense que me va a engañar como al chorlito de su padre, que no creo ni una sola de las palabras de su sueño, al que solo puedo calificar, para hacerle todos los honores, como <<mentiroso>>. (Artero, falaz, embustero, felón, falsario, fariseo, hipócrita, embaucador, etc.)".

 Ahí, en ese punto, suponiendo una mala fe en el sueño, una intención consciente de engaño, producto de la transferencia negativa, Freud decide suspender el tratamiento.

 Lacan, al contrario, plantea que este sueño vibra con las mejores intenciones, está henchido de buena fe, la mejor del mundo, la inigualable, la del significante.

 Más o menos que, a través de este sueño, Sidonie establece un contrato, un pacto de amor con el Otro.

 Los supporters de Freud se llevan las manos al cielo, clamando: "¡Herejía, herejía! ¿Cómo es posible calificar de mentiroso al inconsciente, cuando es lo más verdadero que tenemos, la autenticidad y la honradez en grado superlativo, aquello que no engaña? ¿De dónde nos agarraremos a partir de ahora si lo más sólido y firme queda cuestionado, convertido en sospechoso?

 Freud no se pone nervioso.

 Acusa a los escandalosos y escandalizados de retornar a una cierta concepción mística del inconsciente.

 Y, puntualiza, que un sueño, perfectamente, sin caer en la contradicción, puede ser mentiroso, porque el sueño no es el inconsciente, sino su vía regia.

 El sueño es el producto de un deseo inconsciente pasado por la criba del preconsciente, de un deseo que es de otro orden.

 Pero el problema de Freud, y de ahí su pasaje al acto, es que no toma el sueño al pie de la letra.

 En un análisis hay que disponerse a aguantar, contra viento y marea, soportando carros y carretas, al pie del muro del lenguaje.

 Tomar el sueño al pie de la letra implica partir del hecho de que todo sueño -¡no solo el de Sidonie!-, es mentiroso por estructura. (Me atrevería a decir que por narices; ¡o por orejas!)

 La mentira del sueño, de la que se deriva necesariamente su verdad, depende de su estructura de ficción, de su textualidad significante.

 Todo sueño, desde el plano de su enunciación, al decir la verdad, miente; y, al mentir, dice la verdad.

 Porque el sueño de Sidonie miente -y en esto hay que dar la razón a Freud-, al mismo tiempo dice la verdad. (Esto es lo que se le escapa.)

 Y porque se le escapa la verdad del sueño, que es idéntica a su mentira, Freud, despide a la paciente, a través de una larga cambiada. (De alguna forma, repite el pasaje al acto del padre.)

 Es, más o menos, quítame allá esas pajas, como el chiste-sofístico de los dos judíos, contado por Freud, en el que uno de ellos, interrogado por un conocido, le informa que se dirige a Cracovia, contestando el segundo: "Eres un mentiroso; ¿por qué me dices que vas a Cracovia para que yo piense que vas a Lemberg, cuando ahora sé de verdad que vas a Cracovia? ¿Para qué mientes?"

 Entonces, al decir la verdad ("voy a Cracovia") miente (quiere que el otro crea que va a Lemberg); y, al mentir ("voy a Cracovia"), dice la verdad. ("Voy a Cracovia")

 Mutatis mutandis, la joven homosexual, al mentir en su sueño ("que su mayor anhelo es casarse con un hombre y tener muchos hijos"), enuncia la verdad ("que su mayor anhelo es casarse con un hombre y tener muchos hijos"); y, al decir la verdad ("que su mayor anhelo es casarse y tener muchos hijos"), miente. ("Que su mayor anhelo es casarse y tener muchos hijos".)

 Para entender algo de este trabalenguas, hay que, por una parte, tomar el texto del sueño al pie de la letra, a la vez que formular esta pregunta: ¿quién es ese hombre amado, ese Otro con el que ella desea casarse? ¿Quiénes son esos hijos, en tanto significantes, que ella espera recibir como un don de ese hombre?

 El deseo inconsciente del sueño es la expresión del anhelo, hondamente sentido por Sidonie, de celebrar matrimonio, esponsales, nupcias, desposorio, enlace, himeneo, con ese consorte amado que es el Nombre-del-Padre, el Padre simbólico.

 Con ese Padre, cuyo amor, hace nudo.


El amor al nombre del padre, a lo que hace nudo

 Y esos niños, donados por el Padre simbólico, son niños-significantes, pequeños y alegres falos, metáforas del deseo de esa madre por el padre.

 A cambio de un buen Padre simbólico, de un bien dispuesto Nombre-del-Padre, considerado y amante, además de unos buenos hijos-significantes, uno o una estaría bien dispuesto a renunciar a su homosexualidad, a la pesada sombra de esa Dama-Idea-visión-visón. (La Dama de las pieles)


Leonie: La Dama de las pieles

 Esta operación, esta especie de negocio, que puede ser beneficioso o desastroso, según se combinen las cartas de la estructura, en el que la joven homosexual, en posición de padre imaginario, le dona a La Dama lo que no tiene ("el amor es dar lo que no se tiene"), el pene simbólico, aquél que el padre, en vez de dárselo a ella, se lo entregó, bajo la forma de un hijo, a su madre. (Desencadenando la crisis homosexual.)

 Esta operación, que implica al sujeto, da todos sus réditos y sus intereses cuando intervienen a dúo el Nombre-del-Padre y el Padre simbólico, que generan un surtido de metáforas, de niños-significantes, de falos-deseo.

 Si no interviene el padre real, en tanto padre de la estructura, o el padre simbólico, en su función de soporte significante, de saber, no podrá producirse el anudamiento entre las tres dimensiones de la falta, del falo: el real (objeto de la frustración); el simbólico (objeto de la privación); y el imaginario. (Objeto de la castración.)

 En el apartado VII de "El chiste y su relación con lo inconsciente" (1905), que se titula "El chiste y las variedades de lo cómico" (Obras Completas; Amorrortu editores; tomo VIII), Freud, pone un ejemplo de chiste-cómico, hecho por niños, que ilustra perfectamente este negocio o cambalache al que nos dedicamos con fruición los seres parlantes, y que el psicoanálisis pretende patentar como si fuese una invención suya.

 Lo podemos llamar la pesca del significante, juego en el que gana el que pesca más significantes-patitos, con la ayuda de la caña-de-pescar-significantes.

 Justo este negocio, que implica un comercio con el Padre simbólico, es el que no puede llevar a cabo Sidonie Csillag, porque su padre no le ha transmitido la caña-de-pescar-significantes: el Nombre del Padre.

 El comercio que realiza Sidonie es más local, restringido, limitado a las efusiones amorosas con la Dama, a la que quiere salvar, convertir, levantándola del fango, elevándola a los altares donde brillará divina bajo la luz resplandeciente del ideal.


El juego de pescar significantes-patitos con la caña-de-pescar-significantes que no significan nada

 He aquí el ejemplo:

 "La indagación de un segundo ejemplo corroborará esta concepción. Unos hermanitos, una niña de 12 años y un varón de 10, representan una pieza de teatro compuesta por ellos mismos ante una platea de tíos y tías. La escena figura una chocita a orillas del mar. En el primer acto los dos autores-actores, un pobre pescador y su brava mujer, se quejan de los duros tiempos y la magra ganancia. El marido resuelve lanzarse al mar en su bote para buscar en otra parte la riqueza y tras una tierna despedida cae el telón. El segundo acto se desarrolla unos años después. El pescador regresa rico, con una gran talega de dinero, y refiere a su esposa, a quien encuentra esperándolo ante la puerta de la chocita, cuánta fue su buena suerte. Pero ella lo interrumpe orgullosa: <<Es que yo tampoco estuve ociosa todo este tiempo>>, y abre la chocita, en cuyo suelo se ven doce grandes muñecas como unos niños durmiendo... En este punto del drama los actores fueron interrumpidos por un vendaval de risas de los espectadores, que aquellos no supieron explicarse. Se quedaron atónitos contemplando a esos queridos parientes que hasta entonces se habían portado con decoro y los seguían con atención. La premisa que explica esa risa es el supuesto de los espectadores de que los jóvenes dramaturgos no conocían aún las condiciones de la procreación, y por eso podían creer que una esposa durante una larga ausencia de su marido podía gloriarse de dar a luz descendientes, y el marido regocijarse por ello. Ahora bien, lo que los dramaturgos produjeron sobre la base de esa ignorancia puede designarse como disparate, como absurdo."

 Esta parejita de niños, que también se dedica a pescar patitos, está bien situada.

 En primer lugar, porque han podido situar bien al Nombre-del-Padre.

 Lo que hace función de Nombre-del-Padre o de Padre-del-nombre, de progenitor de los significantes, es esa pequeña obra, ese texto literario, esa creación cómico-hilarante, que desencadena la risa y el gozo de los espectadores. (Previa sorpresa y descoloque gracias a las gracia del sinsentido.)

 Y, efectivamente, esa mujer tan simpática, tan ingenua, tan infiel, que quiere, lo mismo que su marido, incrementar el patrimonio familiar, llenar el talego, lo consigue de una forma absolutamente inteligente.

 No se trata del fetichismo del dinero, de la acumulación y acaparamiento de los bienes, sino de otra cosa.

 Las apariencias imaginarias, los objetos de intercambio, son sustituidos por valores simbólicos, significantes (las doce grandes muñecas), el mejor medio para atesorar goce en el talego, como lo muestra el chiste.

 Ella ha trabajado tanto o más que su marido, pero de otra forma.

 Ha currado, ha desarrollado su labor, al modo femenino, no al masculino, en plan emprendedor, conquistador, acumulador.

 El marido vuelve con el falo en el talego, del que está muy orgulloso y ufano.

 Ella, después del tiempo de ausencia del marido, no tiene un falo que mostrar, un goce fálico que exhibir.

 Lo que tiene son esas doce grandes muñecas que duermen profundamente, como niños.

 Esto demuestra que ella no ha estado ociosa durante todo este tiempo, que también ha gozado, a su manera, sin grandes alharacas, prominencias o hazañas, a lo femenino, que, como es evidente, es silenciosoenigmático. (La melodía que lo acompaña es la música callada.)


La música callada del goce femenino, que duermen los niños

 Esas doce grandes muñecas remiten a un goce notodo fálico, femenino.

 La risa que estalla en el salón familiar, donde se representa esta obra, testimonia que estas muñecas-niños no son simplemente los equivalentes imaginarios del falo que la mujer no tiene, sino que, en ellas, se pone en juego un goce más allá del falo.

 Un goce en el que se anudan lo cómico (el cuerpo) y lo chistoso. (El significante.)

 Como es evidente, al tratarse de muñecos, esos niños durmientes no puede ser más que significantes.

 Su valor fálico, de deseo, se lo proporciona su condición de significantes, el hecho de que procedan, hayan sido reenviados, remitidos, desde el lugar del Otro.

 De alguna forma, se puede afirmar que su  progenitor misterioso es el Otro.

 ¿Con quién ha tenido esta buena y honrada mujer estos hijos-significantes?

 Aquí reside el misterio, el velo que nunca se alza, la iniciación que nunca concluye.

 ¿Con quién ha concebido esos hijos?

 ¿Quién ha sido el procreador?

 Es evidente que ella, dado que su marido estaba ausente, como la Virgen María, solo ha podido tener relaciones con el Espíritu Santo, el paráclito o parakletos (el Consolador o Consejero), la Tercera persona de la Santísima Trinidad, que media entre el Padre y el Hijo, y que es políglota, al hablar todas las lenguas.


El Espíritu Santo: la Tercera persona

 Lacan, al Espíritu Santo, lo llama el Padre simbólico.

 Ella, la agradable pescadera, ha concebido esos hijos-significantes, esos falos simbólicos, esos niños-palotes, por haber tenido relaciones, coyunda, enlace, matrimonio, unión, con el Padre simbólico.

 El progenitor de esos significantes encarnados es el Nombre del Padre y su adlátere, el Padre simbólico.

 III) El limbo de los niños y el de los Patriarcas

 Los hijos son esas doce grandes muñecas que tienen una función significante, en el sentido de que cada una de ellas es una nada que está ahí, arrojada, caída en el suelo: "como unos niños durmiendo".

 ¿Qué puede representar mejor el valor significante de una nada, de una pura ausencia, que unos niños durmiendo?

 ¿No evoca un dormitorio infantil, silencioso, calmo, con los niños plácidamente dormidos, como pequeños angelitos, la imagen del limbo? ("Están en el limbo".)

Niños durmiendo en el limbo

 Se puede establecer una serie de correspondencias:

 -Unos niños durmiendo están en el limbo.

 -El limbo se puede representar por unos niños durmiendo. 

 -Hay una correspondencia entre la función del significante y "estar en el limbo".

 -Hay una correspondencia entre la función del significante y unos niños soñando

 Todas estas correspondencias se producen en el marco del Padre simbólico, anotándose bajo la marca y el escrutinio del falo simbólico.

 El limbo, según la teología católica, es el mundo entre los vivos y los muertos.

 Hay dos limbos.

 Uno puede estar en dos limbos a la vez.

 ¿Cuál elige usted?

 Pero hay derecho de admisión, está reservado a los niños, a los Patriarcas y a los santos de la antigüedad.

 ¿Qué es el llamado limbo de los patriarcas? Según la teología cristiana, es el lugar donde habrían residido las almas de los justos, de los santos y patriarcas de la antigüedad, muertos antes de Cristo, hasta que fueron rescatados de ese limbo gracias a su redención alcanzada por los méritos de Jesús, a través de su crucifixión.

 En la actualidad, ¿sigue existiendo ese lugar o ha cerrado sus puertas por desuso?

 Si sigue existiendo, ¿es como un lugar vacío?



El limbo de los Patriarcas y los santos 

 El limbo de los niños, por así decirlo, el segundo limbo, aquel del que procedemos todos, incluso del que todavía no hemos salido, alberga el alma de los infans que murieron sin ser bautizados, y que, por lo tanto, son portadores inocentes de la culpabilidad del pecado original (el pecado del Otro = la falta constituyente- original), sin haber tenido tiempo y oportunidades de cometer pecado ellos mismos.



El limbo de los niños 

 Una persona "que está en el limbo" es alguien totalmente distraído, ausente.

 La misma expresión también se refiere a alguien que no está al tanto de un asunto que le concierne de forma directa.

 Pero la definición que, desde el psicoanálisis, más nos interesa, es la que hace referencia al limbo como borde o límite de algo; por ejemplo, el extremo de un vestido; o un borde anatómico (limbo ungueal); así mismo, en astronomía, el llamado limbo estelar.

 ¿No conforman esa doce muñecas, en su disposición espacio-temporal, una especie de limbo, en el sentido del trazado de un límite que tiene función de borde?

 Hablar de borde, necesariamente nos remite a la operación de corte y al agujero.

 Lo que causa la risa es siempre un agujero. (¿Erógeno?)

 En realidad, esta mujer, la pescadora proba, lo que le está mostrando a su marido, como un regalo de un valor incalculable, que no cotiza en los mercados de cambio y divisas, es un agujero.

 Ella, durante todo este tiempo de ausencia, se ha dedicado, en sus ratos de ocio, a excavar un agujero.

 ¿Cuál es la prueba? Esos doce niños-significantes que constituyen el borde del agujero.

 Limbo es también un juego que consiste en caminar por debajo de una vara que se acerca, progresivamente, cada vez más al suelo.


Juego del limbo: pasar por debajo de un borde

 Esas muñecas-niños, regalo, don de la mujer fiel a su marido, tienen función de límite, de limbo, de borde, y, esto, en concreto, no otra cosa, es lo que desencadena las risas, la hilaridad, las carcajadas, oséase, el goce a mandíbula batiente, en esos padres asombrados y sorprendidos, como se sorprendió el pescador de perlas, cuando llego a su casa, frente a ese simpático limbo que le muestra su querida y nada ociosa esposa.

 Es por este motivo que, a esas muñecas-hijos, o muñecas-trazos, que tienen la función de marcar el límite, el extremo, el limbo, ¿de qué?... del goce, se les puede dar el estatuto, plenamente autorizado, de falos o penes simbólicos, de limbos o límites simbólicos; ¿con qué?... con lo real, lo imposible.

 Desde este lugar de símbolo, de limbo o de límite fálico, se desencadena un goce que, además de ser carcajeante, es notodo fálico.

Y ya sabemos que el notodo es la marca lógica del goce femenino.

 Igual que hay un limbo de los Patriarcas y otro de los niños inocentes, ambos a redimir, en este chiste trágico-cómico, interviene, por un lado, el Patriarca simbólico (el Espíritu Santo), y, por el otro, los hijos-significantes (las muñecas), que son las marcas que trazan el borde, el litoral, del goce de la bella pescadera.

 El patriarca es el padre que manda en la familia o tribu. (Etimológicamente procede del griego patriarchês: de patria, descendencia, familia; y de archô, mandar: el padre que manda en la descendencia, en la familia.)

 Al tratarse de un significante, de un símbolo, podemos referirnos a él como el Patriarca simbólico o el archipatriarca o urpatriarca. (Como urvatter).

 Insistimos en que tiene, al igual que los hijos, una función de limbo, de borde, de límite, en relación con el goce notodo.

 Es con este Patriarca simbólico, material e invisible, gracias a la mediación del Espíritu Santo, a la Tercera Persona trinitaria, que la pescadora ha podido tener esos hijos simbólicos con que le obsequia a su querido marido, el noble pescador, como regalo de bienvenida. (Lo que no está claro es si a este le va a hacer mucha gracia que su esposa, la buena y paciente pescadora, haya tenido una coyunda con el Ur-patriarca.)

 La mujer le ama, le regala su amor, sus significantes, que ha tenido en una coyunda misteriosa con el Otro, porque sabemos que el amor no es dar lo que uno tiene, sino lo que a uno le falta. (La nada del significante.)

 En resumen, gracias a esta astuta y sensible pescadora, nos encontramos, a través de sus peripecias, con una Santísima Trinidad, laica y sexual, en la que se anudan el Patriarca o Padre simbólico con los hijos-significantes, gracias a la mediación, desde un lugar tercero, de ek-sistencia, del soplo lenguajero del Espíritu Santo.

 No nos olvidamos del goce de la mujer del pescador, que es un goce femenino, notodo fálico.

 Ese goce que escapa al falo, a la vez como resto y como plus, exceso y excedente, es lo que causa la risa, las carcajadas de los atónitos espectadores de esa obrita teatral. (Cuyo guionista o coguionista, al lado de esos niños inocentes, es el Nombre del Padre.)

 Con un poema de Antonio Machado, "Los cantos de los niños", remacharemos definitivamente esta cuestión:

 "Yo escucho los cantos
 de viejas cadencias,
 que los niños cantan
 cuando en coro juegan
 y vierten en coro
 sus almas que sueñan,
 cual vierten sus aguas
 las fuentes de piedra:
 con monotonías
 de risas eternas,
 que no son alegres,
 con lágrimas viejas,
 que no son amargas
 y dicen tristezas,
 tristezas de amores
 de antiguas leyendas.

 En los labios niños,
 las canciones llevan
 confusa la historia
 y clara la pena;
 como clara el agua
 lleva su conseja
 de viejos amores,
 que nunca se cuentan.

 Jugando, a la sombra
 de una plaza vieja,
 los niños cantaban…

 La fuente de piedra
 vertía su eterno
 cristal de leyenda.

 Cantaban los niños
 canciones ingenuas,
 de un algo que pasa
 y que nunca llega:
 la historia confusa
 y clara la pena.

 Seguía su cuento
 la fuente serena;
 borraba la historia,
 contaba la pena."

Antonio Machado; “Los cantos de los niños”. En “Soledades” (1899-1907)


 
III) Para concluir

  Freud, cuando Sidonie le comenta que no está dispuesta a dejar de verse con la Dama, y, si es necesario engañar a su padre se le engaña, y no hay más tu tía, lo valora como una resistencia, como una reacción terapéutica negativa.

 En ese momento, en una especie de pasaje al acto o de acting out, que peca de precipitación, en vez de suspender sus certezas, decide suspender el tratamiento, mandar a la chica a tomar viento.

 "Con esta mujer, en el plan que está, no hay nada que hacer".

 ¿No les suena esta música?

 ¿No habla más bien de un cierto despecho, de una decepción, por parte de Freud?

 El sentido de esta aparente resistencia hay que valorarlo en el sentido contrario a como lo hace Freud.

 La interpretación de Freud, su señalamiento de la resistencia, no tiene un efecto de corte, una virtud analítica, porque no relanza el discurso, obtura la continuación del tratamiento.

 El señalamiento enfático de la resistencia se hace solidario con la supuesta resistencia, reforzándola, otorgándole crédito.

 Como dice Lacan, "En un análisis no hay otra resistencia que la del analista"

 La joven homosexual dice que nada la podrá hacer desistir de su deseo. 

 Este no retroceder, que desafía el régimen y la política de los bienes, el ideal de bien-estar, es un signo de valentía moral. 

 El problema es que al no ceder ante su deseo le compromete a Freud a no ceder ante el suyo, que no es otro que el deseo de analista.

 Y resulta, por esas casualidades de la vida, que Freud afloja, cede, resiste: "¡hasta aquí hemos llegado, señora mía!"


El paso atrás de Freud con la joven homosexual: el acting out que interrumpe la transferencia

 Si el fracaso está desde el principio, ¿por qué temer al fracaso? Que, además, es inevitable.

 El amigo Sigmund no es amigo de componendas, de compromisos, de falsas hipocresías.

 Su pasión es la verdad.

 Entonces, no hay más remedio que arremangarse, ir al tajo, y ponerse a trabajar.

 Mejor dicho, poner a trabajar a los significantes, al discurso del Otro, esclavo, currante, a la vez amo.

 El problema es que el trabajo con los significantes no es inocuo, produce goce, verdad.

 Y esto no hay quien lo soporte.

 Por eso, a este no-poder-soportarlo, definición por antonomasia del sínthoma, Lacan lo denomina lo real.

 Aquí empiezan los problemas de Freud.

 Hace un pasaje al acto, suspendiendo el análisis.

 Freud se da de bruces con el pequeño objeto @, ese abjeto o abyecto, que, al decir de Lacan, traba todos los engranajes de un psicoanálisis.


El @, el abjeto o abyecto, que traba toda la maquinaria de un análisis: lo-que-pone-piedras-en-el-camino 

 Freud, ahí, se da cuenta que el inconsciente puede mentir, es decir, que el Otro no ofrece garantías, que está tan barrado, narrado o marrado, como el propio sujeto. (El Otro, al igual que el sujeto, es inconsciente, en el sentido de que no sabe lo que dice.)

 En ese momento, de barradura o marradura, de tachadura extrema, que abole, bajo el mismo golpe del significante, tanto al sujeto (S) como al Otro (A),  Freud se borra, se sale de la escena, no quiere dar el paso, volver a mirar en la boca abierta de Irma.

 Ya miró una vez y lo que vio no le gustó nada.

 Además, bajo esa escritura de la fórmula química de la TRIMETILAMINA, resulta que la verdad tiene una estructura de ficción.

 Una vez está bien; dos veces es demasiado.

 "Adiós, Sidonie Csillag, nos volveremos a ver cuando los hados nos sean más favorables. Hasta entonces, que de usted y de sus rarezas se haga cargo una mujer, que de esto saben mucho".

 La condición femenina, que no es sin el goce, se puede escribir, a partir de lógica de la sexuación, como noTodo.

 El goce femenino es lo que traba, zancadillea, ese anhelo fàlico, sustancial e insustancialmente masculino, del Todofalo.


Las fórmulas informulables de la sexuación

 La posición femenina no es la que dice no al falo, sino la que dice al notodo falo, a ese goce, sustancial e insustancialmente enigmático, que está más allá del falo.

 Un modelo de este goce es la curiosa y paradójica botella de Klein.










No hay comentarios:

Publicar un comentario