Cuando son las mujeres, algunas mujeres, no-todas, unas mujeres, las que sostienen -¡contra viento y marea!-, a pesar de la Iglesia -¡con la Iglesia nos hemos topado!-, contra el martillo de herejes, el Nombre-del-Padre.
Mito en su sentido estructural:
El lugar, también mítico, en el que se desarrolla la trama, el argumento, la historia, que narra este texto mítico es Comala.
Quien dice mítico también dice sagrado.
Freud afirma que el sueño hay que tomarlo como un "texto sagrado".
Dicho de otra forma, hay que abordarlo "al pie de la letra".
Comala es un pequeño pueblo inmundo, "de cuyo nombre no quiero acordarme" (porque está lleno de manchas, de ánimas); es todo un mundo.
De hecho, es más que un mundo, es el universo literario de Juan Rulfo.
Comala tiene una característica singular: es un lugar muerto, deshabitado, del que han desaparecido todos sus habitantes, que penan sus pecados en la condición de ánimas.
Entendemos por ánimas: significantes.
Comala es un lugar, mejor dicho, un no-lugar, una auténtica atopía, habitada sólo por significantes.
Este es el motivo por el que los muertos hablan en Comala; porque no son muertos, son significantes.
A no ser que, invirtiendo la carga de la prueba, uno considere que la condición del significante es per se mortal.
De hecho, los significantes, matan, tocan la carne, produciendo heridas mortales.
Si no que se lo pregunten al bueno de Juan Preciado, al que mataron los murmullos.
En Comala sólo se escucha hablar a los significantes, que hablan y hablan, que no paran de hablar, que aprovechan cualquier resquicio o grieta para hablar, como si en ello les fuera la vida.
Este es el lema de los significantes de Comala: "¡Que la palabra continúe!" ("¡que la fiesta, el festín de las palabras, la comida totémica de los significantes, no decaiga!").
"¡Hablad, hablad, malditos!".
En Comala sólo se escuchan las voces de los muertos.
Aunque, habría que decir, si uno quiere ser fiel a los hechos, que el único que las escucha es Juan Preciado.
Juan Preciado se ha transformado por arte de magia en el "Cronista (copista) Mayor de Comala".
Es el escribiente de Comala.
Comala es el lugar de su scriptura.
Las voces de los muertos pertenecen a aquellos que se han quedado sin voz, aunque no sin palabra, que, gracias a Juan Preciado, convertido en el "Vocero Mayor del Reino", la recuperan.
También recuperan el tiempo de la palabra.
Como todo el mundo sabe, los muertos, son los únicos que dicen la verdad.
Comala se ha apagado totalmente; sólo queda una débil llamita para iluminar la oscuridad.
Dolores Preciado, antes de morir, le transmite a su hijo, Juan, que "la muerte no tiene voz".
Le envía, como mensajero suyo, para que entregue una misiva al padre, Pedro Páramo, en Comala, allí donde los muertos sí que tienen voz (¡si hay alguien dispuesto a escucharla!); donde podrá escuchar nítida y clara la voz de su madre (esta es una idea cartesiana).
Los muertos sí tienen voz, sí tienen derecho a la voz, sólo con la condición inexcusable de que alguien esté dispuesto a escucharla, a prestar su "tercera oreja".
Juan Preciado (Rulfo) es el psicoanalista de Comala.
Su escucha sólo está comandada por su deseo de analista: captar en el discurso del Otro la pura diferencia del deseo.
El problema es que, para acudir a su consulta, hay que tener la delicadeza, la precaución, el sentido común, de morirse primero (cosa que no está al alcance de todos).
Aquí, en este análisis in extremis, in artículo mortis, en su condición de análisis finito, es evidente que sólo se puede pagar con palabras y con la castración.
Comala, permitámonos esa libertad, que es la libertad y la sujeción de "asociar libremente", la forma menos libre de asociar, de enhebrar (... significantes), se salva, preserva su verdad, gracias a que se convierte en sujeto analizante de un analista llamado, para más señas, Juan Preciado.
En Pedro Páramo, Comala, se tumba en la tumba, en el diván de Juan Preciado (ubicado en el mejor lugar del cementerio, con las mejores vistas a Susana San Juan).
El síntoma que padece Comala, aquello que hay que sostener (sostenella y no enmendalla), interpretar, descifrar, es:
La voz de los muertos.
No hace falta aclarar que la voz de los muertos no tiene ningún sentido, que está fuera de sentido, que es un puro sinsentido.
Conclusión inconclusa: la voz de los muertos -el síntoma de Comala-, no es descifrable, interpretable.
La voz de los muertos es ese resto de goce que ha caído del universo simbólico llamado Comala.
Al ser el caput mortuum (restos) de todas las interpretaciones cuyo referente es Comala sólo puede ser captado a través de un acto de escritura:
El escrito "Pedro Páramo" (nombre propio) de Juan Rulfo (nombre propio).
Con lo cual se demuestra la verdad de que "Los hechos se los lleva el viento; mientras que las palabras prevalecen".
Basta ir a Comala para comprobarlo (yo me voy a dar una vuelta cuando pueda por ahí para verificarlo).
Aunque también es cierto que no hay que irse tan lejos para hacer este experimento.
En nuestra vida, todos los días son Comala; a diario podemos escuchar la voz de los muertos si tenemos bien dispuesta la oreja.
En nuestra vida, todos los días son Comala; a diario podemos escuchar la voz de los muertos si tenemos bien dispuesta la oreja.
La voz de los muertos no es la voz de los cadáveres, que, como afirma Dolores Preciado, no tienen voz, porque la muerte no habla.
La voz de los muertos es la de todos aquellos sujetos en potencia (todos lo somos), que, llamados, convocados, interpelados, a hablar, a manifestar su deseo ("Os digo que si estos callan las piedras clamarán"), se han quedado sin voz, se los ha despojado de su voz (el derecho humano más inalienable).
Alguien, que podría ser la voz de un muerto, le pregunta a Juan Preciado (cuyo don más preciado es el de tener una oreja dispuesta a la escucha, generosamente escuchante):
"¿Y a qué va usted a Comala, si se puede saber?
Voy a ver a mi padre.
¡Ah!, dijo él, y volvimos al silencio".
Voy a ver a mi padre.
¡Ah!, dijo él, y volvimos al silencio".
¿Por qué los muertos son los únicos seres parlantes de Comala?
Esto es así hasta el punto que se puede afirmar que Comala es una cierta versión rulfiana del Universo del lenguaje (ahí donde decimos y somos dichos).
Los muertos comalenses, esas ánimas pecadoras, hablan por los codos, sin parar, y, sobre todo, hablan de su verdad (de aquello que nadie quiere escuchar: lo reprimido freudiano), porque -no hacemos más que repetirnos- hay un Otro, un tal Juan Preciado, una especie de Quijote o de Santo, que está dispuesto a escuchar sus insensateces, disparates, tonterías (aplica, sin saberlo, la regla fundamental, para que los muertos puedan asociar libremente).
A esta labor caritativa de Juan Preciado se la llama, desde el psicoanálisis, la función o la fundación de la transferencia, que se sostiene en el poder discrecional del oyente, y, en el hecho de experiencia, de que la oferta de escucha, de palabra, genera demanda discursiva (aunque esto está formulado como una ley capitalista, del mercado, es un principio ético, humanitario, conocido por todos los pueblos desde los orígenes de la humanidad).
Además, el mismo Juan Preciado, paga lo suyo, con lo suyo, con su "libra de carne", con su goce más preciado (por ese se llama Preciado): los murmullos, los lamentos de los muertos, que, él, tan generosamente se ha ofrecido a escuchar, desde el discurso del analista (que lo sitúa, a él, en el lugar del agente del discurso, en posición de objeto [a]), acaban con su vida, con su periplo comalense, con su tour, porque lo matan, mandándolo a criar malvas, al más allá, en compañía de Dorotea "La Cuarraca" y de Susana San Juan (a la que voy a apodar "La Dolores").
Situarse en posición de analista nunca es inocuo.
Escuchar nunca es algo inocente, sin consecuencias.
Todo el que habla, la chinga.
Los muertos, es decir, lo que todos somos, ellos y nosotros, cuando soñamos, amamos, nos vinculamos discursivamente: hablan y hablamos; por su posición y por la nuestra.
Se trata de un Padre, que, en su condición de muerto, le falta el saber, el significante de su propia muerte.
Todos los muertos (sueños) hablanteseres de Comala comparten este rasgo divisivo paterno:
Juan Preciado aprende a escuchar en Comala la voz del silencio, el vacío del silencio (que no es el silencio vacío).
Para terminar, voy a transcribir un poema de Paul Celan:
Para terminar, voy a transcribir un poema de Paul Celan:
De a dos nadan los muertos,
de a dos, bañados en vino.
En el vino que sobre ti vertieron
En el vino que sobre ti vertieron
nadan los muertos de a dos.
Trenzado sus cabellos en esteras,
cohabitan entre sí.
Tú, lanza otra vez tu dado
Trenzado sus cabellos en esteras,
cohabitan entre sí.
Tú, lanza otra vez tu dado
y sumérgete en un ojo de los dos.
(De umbral en umbral)
(De umbral en umbral)
Y, como un homenaje a estas heroínas de Comala, a estas auténticas "Las Doce Rosas", algo que Freud escribe en "Psicología de las Masas":
"(...) Del mismo modo, el amor a la mujer rompe los lazos colectivos de la raza, la nacionalidad y la clase social y lleva así a cabo una importantísima labor de civilización."
Qué interesante, saludo al autor, y buscaré el tiempo para una lectura reflexiva.
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