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El objeto [a], de los inframundos |
El combate eterno entre Quasimodo y Galileito, con el arma en ristre del cubo de Necker
Hemos dicho que el objeto [a] es ese cubo imposible, neckerificante y neckerificado, que maneja ese personaje galileano en los inframundos, en la caída de los mundos del belvedere.
En este cuadro de Escher todo es asimetría.
De facto, el cuadro nos engaña porque nos muestra su perspectiva desde una visión frontal, en dos dimensiones.
Desde ahí, en su captura planar, el edificio imposible nos aparece como un objeto totalmente factible, posible, coherente en su estructura.
Al mismo tiempo, si a uno le gusta curiosear, se puede rodear, dar la vuelta, a este curioso belvedere, captándolo en su perspectiva tridimensional.
Es justo al darle la vuelta, al acompañarlo en sus giros, que el mirador se nos muestra como un objeto paradójico, una especie de barco desarbolado, a la deriva, sin rumbo, perdido en la inmensidad del piélago infinito.
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Esta es la imagen real del Belvedere de Escher: un edificio que se ha ido a la porra |
Si nos fijamos en el hombre y la mujer que están mirando el paisaje desde el belvedere, observamos que, la mujer, en el segundo piso, mira a la derecha; en cambio, el hombre, en el primero, mira al frente.
Los puntos de perspectiva del hombre y de la mujer mantienen entre sí un ángulo de noventa grados.
En la proyección frontal los dos pisos del belvedere se ubican en planos paralelos; pero, en realidad, ambos planos se cortan en un ángulo recto.
Además, esas columnas que los conectan se pueden comparar a un haz de de espaguetis retorcidos.
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Las columnas-espagueti |
Toda esta cuestión remite a la estructura moebiana de este objeto arquitectónico, así como a la existencia de un vacío entre los dos pisos.
Esta inversión de la orientación de ambos pisos es el testimonio de su estructura moebiana.
La banda de Möbius, como el Belvedere, no es orientable:
"Es una superficie no orientable: Si se parte con una pareja de ejes perpendiculares orientados, al desplazarse paralelamente a lo largo de la cinta, se llegará al punto de partida con la orientación invertida. Una persona que se deslizara <<tumbada>> sobre una banda de Möbius, mirando hacia la derecha, al recorrer una vuelta completa aparecerá mirando hacia la izquierda. (Wikipedia)".
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La banda de Möbius es una superficie no orientable |
Uno, que puedes ser tú o yo, comienza su visita turística en el primer piso del belvedere, en su antesala, mirando el paisaje a la izquierda (como el caballero tan pintiparado); a continuación, sube al segundo piso del mirador por la escalera mágica, retornando al mismo punto escalar, y, de forma prodigiosa, en vez de ser el mismo caballero mirando en la misma dirección, al haber escalado por una escalera moebiana, no orientable, se ha transformado en una señora de lo más puesta que mira el mismo paisaje hacia la derecha.
Como diría Freud, en el intervalo, se ha producido un cambio de sexo del sujeto asociado a un cambio de objeto.
Si, entre el primer y el segundo piso, esas columnas, conjunto abigarrado de espaguetis retorcidos, no sostienen nada, es porque entre ellos lo que hay es un vacío, un salto abrupto, fons et origo de todas las paradoxas, paradojantes y cabreantes, del belvedere.
La entreplanta, el entrepiso, el lugar entre la planta baja y el altillo, en síntesis, el lugar-entre, es el lugar por excelencia: el de la historia, las vicisitudes, los acontecimientos, lo excepcional, las excepciones, las singularidades, las aberraciones, las ecuaciones sin solución... todas aquellas imposibilidades que se constituyen en las marcas biográficas del sujeto (provenientes de ese goce inasimilable que se inmiscuye de forma impertinente en la repetición).
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La entreplanta del sujeto histórico |
Si nos fijamos en el inframundo del belvedere, en el mundo de más abajo y más bajo de lo real, donde habita lo extremada y excepcionalmente monstruoso, ese engendro, desecho de la sociedad, llamado, para más señas, Quasimodo:
"Quasimodo es el personaje principal de la obra Nuestra Señora de París, del escritor francés Víctor Hugo. Quasimodo era un niño jorobado y de rostro contrahecho que fue abandonado poco después de nacer cerca de la catedral de Nuestra Señora de París, y habitaba en la catedral de Notre Dame, tocando las campanas. Supuestamente era hijo de una gitana. Sólo podía utilizar un ojo, ya que el otro lo tenía casi bloqueado por la deformidad de su rostro, y quedó casi sordo por el tañer de las campanas de la catedral, de las cuales él se encargaba y las cuales significaban todo para él, antes de conocer a la joven gitana Esmeralda, de quien se enamora por ser ella la primera que le mostró bondad" (Wikipedia; La enciclopedia libre).

Alexander Ostuzhev como Quasimodo (1925)
Quasimodo, que habita en el "Notre Belvedere de Ningún Lugar", expresión inexpresable e inenarrable, por sarcástica, de los restos, los desechos, de los que se goza; lo más sórdido, clandestino y degradado, eso innombrable que lo agarra por las "o-rejas" de su cárcel dichosa; el lugar sine lugar, atópico, donde deberá permanecer per semper, absolutamente invisible a la sociedad, forcluido para todos esos burgueses, gentilhombres de bien, respetables, a la vez elegantes y ridículos, que, para poder ver la realidad con su bellos colores, delicadas armonías, en cinemascope -¡bonita... bonita!-, deberán amputarla de la fealdad "por-de-más" de lo real.
Este personaje que es Quasimodo, hecho al modo-cuasi-del-goce, que, debido a su deformidad facial, que le impide utilizar un ojo, padece una patología de la mirada, por haber sido rechazado del mundo (así nos lo representa Escher), se transforma, sin que nadie pueda evitarlo, eludirlo, en lo que sostiene el mundo.
Solo hay que ver cómo es él quien sostiene con sus manos todo ese enrejado, armazón de hierros trenzados, cuadriculados, sobre el que descansa el peso arquitectónico del belvedere.
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Quasimodo sostiene la estructura real del belvedere |
Todo el belvedere, por su belle vedere, se reduciría a ilusión, humo que se disipa, liviandad imposible e insoportable, visión que se difumina y se pierde en el infinito, si se sustrajeran a la visión del sujeto, si cayeran en el olvido, "las catacumbas del ser": sus letrinas, alcantarillas, aliviaderos; el lugar donde se alivia, desagua, aquello que no nos concede el más mínimo alivio, reposo; ese goce inmundo que arrastra por el mundo todas sus inmundicias, restos, desechos, detritos.
Es justo allí y no en otra parte, en el lugar de atopía (sin lugar) donde el ser permanece encarcelado, secuestrado (como esa cabeza acromegálica, fallida), que queda entregado, condenado, a la locura, la muerte y el sexo.
El monstruo, en su Cuasi Modo de Goce, engendro espantoso, a la vez maravilloso y benéfico, porque "engendra lo real", no solo está capturado en la prisión de su cuerpo abortivo y disruptivo, sino, que, gracias a sus manos deformes, que se agarran y son agarradas por ese goce inaprensible -¡el del Otro [A]!-, son el instrumento con que bendecir ("In nómine Patris et Fílli et Spíritus Sancti") y sujetar (de sujeto y deseo) todo el cuerpo social (representado por el mirador de todos nuestros sueños y decepciones).
Ese hierro de las rejas, que se clava en el cuerpo del Quasi-Modo-del-Goce, lo hiere, lo marca (esto es lo esencial), reduciéndolo a una posición sufriente, patética; arrojándolo a lo que es del orden de lo enrejado, transrejado, herrejado, aherrojado, engrilletado... no(del)todo, quedando esa presencia, imposible de negativizar, de las puntas, esquirlas, astillas, de lo real del goce: lo inasimilable, no-metabolizable, irresistible, que golpea sin piedad ese optimismo a prueba de bombas -¡y de reales!- que suscita todas las promesas de bienes que ofrece el belvedere.
La única simetría que encontramos en el belvedere es la que une a ese personaje galileano, que manipula el cubo de Necker, con Quasimodo, ese "Cuasi-modo-del-goce-que-pinta-de-lo-más-feo", capturado y proscrito en las mazmorras de ese admirable y sin igual Mirador.
Ambos, el que sabe sobre la causa y el que solo quiere saber sobre el goce (sobre lo que no hay saber) están dispuestos en el mismo eje de simetría (que es un vector imaginario).
Aparentemente son dos figuras totalmente opuestas: uno, es un sensato investigador, científico o arquitecto, razonador y meditabundo; el otro, es una especie de engendro, concebido en el fragor de una pesadilla o de una batalla, un auténtico loco de atar, especie de retardado u oligofrénico.
Uno, el petit-Galileo, educado en La Sorbona, con un exquisito gusto francés, aunque un poco amanerado, cayendo por momentos en la pedantería sabionda, investiga con su mente, ayudado por su hipercrítica (por momentos, superyoica) razón pura; en cambio, Quasimodo, en su modo-cuasi-gozoso, investiga (piensa) con su cuerpo; o, mejor dicho, su propio cuerpo es el objeto de investigación.
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Las manos que se hermanan en las aristas-barrotes del cubo-cárcel de Necker |
Llama la atención que la disposición de las manos sobre las aristas del cubo por parte de Galileito (el cuerdo) y, de Cuasimodo (el loco), sobre las rejas de la mazmorra, es idéntica.
¿Por qué?
-¡Que conteste el cuerdo!-: -"No lo sé"-.
-¡Que conteste el loco!-: -"Lo sé"-.
-¡Por favor, dígalo, responda!-
-"Vale, de acuerdo; pero, primero, consígame la llave de esta celda para poder escapar de aquí; necesito respirar aire puro; me estoy asfixiando; amo la libertad y estos inflexibles barrotes me separan de ella"-.
Alguien, una voz, dice: -"Mi querido amigo, el problema, el verdadero problema, el que convierte todo esto en insoluble, el que te mantiene recluido en esa prisión, es que no hay ninguna llave; no existe, ni ha existido nunca, la llave que te pueda conceder la libertad (aunque sea condicional); lo siento, pero es así; abandona toda esperanza"-.
Modocuasi, sin dudarlo, contesta: -"Si no hay llave, y parece que ni la hay ni la habrá, no hay respuesta"-.
Por este motivo, porque no hay llave y no hay respuesta, buscaremos nuestra propia llave y nuestra propia respuesta.
La respuesta tiene que ver con lo posible y lo imposible
El supuesto cuerdo no sujeta con una cuerda (como si fuese un Yo-yo) el cubo de Necker, sino con sus delicadas manos; cosa que no es posible, al tratarse de un objeto o cosa imposible ("impossible to be")
En cualquier caso, Galileito, agarra con sus manos las dos aristas imposibles del cubo, que no corresponden a ningún cruce real.
Esos dos puntos-críticos del cubo de Necker, primero, los ha dibujado en un plano, a partir del cual ha construido la maqueta (del cubo y del belvedere).
Por lo tanto, tenemos un cubo de Necker desplegado en tres niveles:
- "El dibujo del cubo de Necker" proyectado sobre un plano, con sus dos puntos-críticos, que corresponden a cruces inexistentes entre aristas, que solo existen para el ojo; según el cruce virtual que el ojo sitúe en un primer plano, se obtendrán las dos interpretaciones posibles del cubo de Necker.
- El segundo nivel es el de "la maqueta del cubo de Necker" (tridimensional): el objeto real y tangible, sólido y resistente, que ese avispado hombrecillo sostiene entre sus manos. Lo sostiene desde esos dos puntos de cruce entre aristas, inexistentes -aunque es posible proyectarlos en un plano-, que han dado origen a ese engendro de cubo al que no hay por dónde agarrarlo.
- El tercer nivel se lo adjudicamos al "edificio del belvedere", el objeto arquitectónico que, como es evidente, tiene una representación imaginaria que se erige a partir de su estructura simbólica.
Asistimos aquí a la elaboración de una especie de proyecto arquitectónico (Galileito puede ser el arquitecto).
El momento inicial es el del diseño, la delineación sobre un plano del objeto arquitectónico (en este caso, el cubo de Necker).
El objeto constructivo, al estar dibujado en un papel, ha sido proyectado sobre un plano (dos dimensiones).
A partir de ese plano se construye una maqueta: una representación, a escala, reducida, en tres dimensiones, del edificio arquitectónico (el belvedere).
Lo curioso es que esta maqueta no es solo la figuración del belvedere en miniatura, sino, sobre todo, la trans-posición de su estructura topológica, que, como hemos indicado, es moebiana.
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El belvedere tiene una estructura moebiana |
Nos queda el lugar o el no-lugar de Quasimodo en su prisión.
De momento, de aperitivo muy apetitivo, lo situaremos como un real antes de lo simbólico, previo -con una anterioridad lógica- a cualquier diseño gráfico u orto-gráfico del cubo belvedérico.
Todavía no hay ningún plano simbólico (o un simbólico sobre el plano), trazado, proyectado, sobre lo real.
Estamos atrapados, encarcelados, en un real innominado, que carece de un nombre propio.
Es un real privado de cualquier diseño, mapa, esquema o plano de superficie.
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El mapeo simbólico |
Quasimodo, guardando todas las distancias, como bruto que es, o embrutecido que está, en un estado casi animal, gutural, representa lo que verdaderamente se ha perdido a causa de la adquisición del lenguaje: la esencia natural.
Volvemos, como siempre, también aquí, como no podía ser menos, a las tres ditmensiones de la estructura: lo real, lo simbólico y lo imaginario.
Todo esto lo podemos captar entre el sótano y la entreplanta del belvedere, en el infrapiso de los sirvientes y fauna diversa, donde se observa un progreso de Quasimodo a Galilelito: de lo real a lo simbólico; de la naturaleza en bruto, y bruta, sin desbastar, a las sofisticaciones y sutilezas de la ciencia matemática; de un goce carcelario y encarcelado, a las bellas vistas que nos ofrece su inagotable mirada belvederiana.
Es curioso, pero, todo el belvedere, descansa, se apoya, en lo que vamos a denominar la casita de los sirvientes; también se la podría denominar la casa del horror; o el hogar del monstrum horribilis.
Esto hay que entenderlo bien.
Si nos fijamos solo en lo feo y deforme que es Quasimodo, comparándolo con las bellas y maravillosas vistas del belvedere, nos apartaremos de lo que es el sentido profundo, etimológico, de "monstrum".
Un monstrum no es solo algo tan feo y deforme que atenta contra el ideal de la estética, de la bella forma.
Un monstrum, en su sentido etimológico, es un signo.
Además, es un signo que viene del Otro [A], de los dioses.
Curioso... Quasimodo, no solo, en contra de las apariencias, no está tocado del ala, sino que está tocado (en el sentido de ungido, bendecido) por el ala sutil de algún dios (que, evidentemente, lo ama, es su hijo predilecto).
La voz latina, monstrum, en su etimología, no significa lo que aparenta significar, sino todo lo contrario.
El monstrum es un prodigium; osease, un prodigio, para más señas, para más signos.
Quasimodo es un monstrum, y, como tal, es un prodigium, algo excepcional, "la excepción".
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El unicornio, un monstrum prodigioso |
Ya se sabe que la excepción es algo prodigioso, entre otras cosas porque es lo que sostiene la estructura del universo del lenguaje.
Si el cubo de Necker es una pieza rara, Quasimodo, en sus resonancias que lo hermanan con el objeto [a], no es posible dejar de concebirlo como un objeto prodigioso, entre otras cosas porque es capaz de realizar todo tipo de prodigios o de milagros que nos dejan pasmados ("prodigio": "Suceso extraordinario y maravilloso que no puede explicarse por las leyes regulares de la naturaleza y que se atribuye a la intervención de Dios o de un ser sobrenatural").
Es evidente que estamos sobrevalorizando a Quasimodo.
Ciertamente, es la encarnación, el signo, de un real, de un goce, al que no hay que entender solo como primitivo o monstruoso, sino, también, como prodigioso, maravilloso o milagroso.
Todos estos atributos tan maravillosos, tan excepcionales, le pertenecen, son los suyos, no por otra cosa que por su condición monstruosa, en el sentido de "la excepción" (la excepción que hace la regla).
Lo mismo se puede decir de su condición aberrante que apunta a algo del orden de la contingencia, como podría ser el caso de una mutación, entendida como un cambio prodigioso, excepcional, sobrevenido, por ejemplo, en el proceso de replicación de un cromosoma: "las aberraciones o también llamadas mutaciones cromosómicas ocurren cuando los cromosomas se modifican en su cantidad o estructura".
Quasimodo, en su ditmesión real, es monstruoso, prodigioso, milagroso, aberrante...
Este es el motivo por el que está oculto, entre rejas; solo se esconde, se pone a buen recaudo, para que no se pueda escapar, perderse, aquello que es más valioso, lo que no tiene precio, medida o proporción.
¿Lo que no tiene precio, medida ni proporción, no es lo que llamamos "goce"?
Por consiguiente, Quasimodo, es un nombre del padre; entendido "el nombre" como aquello que nombra el goce.
- Quasimodo: nombre del padre.
- Quasimodo: nombre del goce.
- Quasimodo: nombre de lo real
En el latín, monstrum, era una voz que tenía un sentido religioso; denotaba un prodigio, un suceso sobrenatural (p. ej.: el caso de Quasimodo, con su cara deforme, que solo le permite utilizar uno de sus ojos, a lo que se añade su impactante joroba), que testimoniaba de una señal de los dioses.
Sorprendente; Quasimodo, en su ser, por su condición monstruosa, tiene ese privilegio de constituirse para los otros en una señal de los dioses.
¿De qué dioses?
Los escritores romanos sabían que el motivo por el que al "monstrum" se le llamaba "monstruo" es porque: "Monstrat futurum, monet voluntatem deorum" ("Muestra el futuro, advierte de la voluntad de los dioses").
"Monet" viene del verbo "monere", que significa "advertir", "avisar".
"Monere" es el étimo, la raíz, sobre la que se forma "mon-strum".
"Monere" tiene como étimo "men-" ("pensar"); de él se derivan voces como "monumentum" ("que recuerda").
De "monstrus" se derivan "monstruosus", y, también, los verbos "monstrare" y "demonstrare", con un significado equivalente al que tienen en la actualidad (http://etimologias.dechile.net).
Por lo tanto, la presencia, en su ditmensión monstruosa, de Quasimodo, muestra y demuestra que lo real del goce es algo prodigioso, maravilloso, excepcional.
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Un polichinela monstruoso, prodigioso y milagroso |
Tan prodigioso, maravilloso y excepcional, como el cubo de Necker o el Belvedere.
Estas características tan prodigiosas, maravillosas y milagrosas, propias de un goce tan excepcional y monstruoso, nos dejan estupefactos, maravillados (valga la redundancia).
Lo que nos maravilla del goce es lo maravilloso que es, aquello que nos va a las mil maravillas, lo que hace que esté de rechupete (que no es un doble chupete), para relamerse los labios, para frotarse los ojos (¿no estaremos soñando?).
Aquí se ratifica esa afirmación enigmática de Lacan: "Los dioses es seguro que pertenecen evidentemente a lo real. Son un modo de revelación de lo real" (Seminario 8).
Parafraseando esta sentencia se puede decir que: "Los monstruos, como signo de los dioses, son un modo de revelación de lo real" (J.I. Anasagasti).
Quasimodo, en su condición de monstruo, de maravilloso prodigio, de excepción gozosa, "pertenece evidentemente a lo real".
El monstruo, en su referencia a lo real, es plenitud y horror.
La plenitud del goce es causa de horror.
Lo que horroriza al sujeto es el goce en su plenitud: "¡Vade retro monstruo!
¿Cuál es el real de Quasimodo?
No es un real previo, ante, pre, que no haya pasado por la criba de lo simbólico, que no haya
sido purificado, diseccionado, por el tamiz, el cedazo, del significante.
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