Un cubo como dios manda |
Un cubo de armas tomar; y una escalera de quita y pon
Un cubo del montón, de los de toda la vida, tiene seis caras y doce aristas.
Si combinamos y permutamos las aristas del cubo de Necker con respecto a estos dos pares de significantes veremos que este cubo, extremadamente paradójico, se aparta mucho, casi pecaminosamente, de los cubos normalitos, aquellos que dios manda:
[Aristas]-------->> (anterior / posterior) y (horizontal / vertical)
De esta forma se pueden formalizar los dos puntos de intersección, críticos, imposibles, del cubo de Necker:
- Punto de intersección-imposible [A]: arista (horizontal / anterior) se corta con arista (vertical / posterior)
- Punto de intersección-imposible [B]: arista (horizontal / posterior) se corta con arista (vertical / anterior)
El diábolo de Necker |
Al proyectar el cubo de Necker sobre un plano se produce una superposición, un cruce, entre dos aristas: una anterior, y, la otra, posterior; si se dibujan estas intersecciones virtuales como si fuesen reales se obtienen las dos formas del cubo de Necker.
Es imposible construir un cubo de Necker en un espacio tridimensional.
Si se intenta hacerlo, después de agitarlo en la coctelera, lo que nos sale es una ristra de churros o unos espaguetis a la carbonara.
Representación churrigueresca del cubo de Necker, con sus aristas retorcidas, en un espacio tridimensional |
La única posibilidad de representar un cubo de Necker en el espacio euclídeo, plano, es destruyéndolo en su estructura cúbica, al tener que retorcer (quebrar) sus aristas con el fin de realizar los cruces imposibles.
Solo una superficie topológica curva, que admita determinadas torsiones, permitiría representarlo.
El espacio curvo y sus torsiones |
¿Qué está haciendo Pitagorín en el cuadro de Escher?
Intenta retorcer los churros-aristas con el fin de que las aristas anteriores y posteriores se intersequen entre sí.
El resultado está a la vista, es un churro.
Haría mejor en tomarse un chocolate con churros que transformar el cubo de Necker en un auténtico churro.
¡Muchacho, deja de hacer chorradas!
Pulgarcito se está volviendo loco con la maqueta del cubo de Necker, dándole unos giros imposibles, unos retorcimientos monstruosos, sin lograr materializar esos dos puntos críticos: los "puntos-agujero-imposible".
Uno, como un buen amigo, le podría decir que mejor que lo deje, que va a fracasar, que, entre ese dibujo del cubo de Necker (bidimensional), arrojado en el suelo, y, la maqueta, que se trae entre manos (tridimensional), existe una hiancia irreductible (la falta real), imposible de solucionar (en todos los sentidos del término).
Para que no se vaya todo a la porra, y, esa maqueta neckeriana, a la basura, lo mejor es
que se olvide de todo y se zampe una buena porra.
Mejor una buena porra para que todo no se vaya a la porra |
Resulta que las aristas del cubo de Necker no están hechas, como los churros o las porras, de harina de trigo, agua, azúcar y sal, sino de madera o de hierro, por lo que si se intenta retorcerlas, doblarlas, torsionarlas, eso solo va a provocar su fractura, su ruptura total.
Pitagorín, lo único que ha conseguido ha sido deformar la aristas de su pequeño juguete, pero, en absoluto, producir el cruce tan anhelado entre las aristas anteriores y las posteriores.
La tarea imposible con el cubo de Necker |
Se puede volver loco porque su tarea es imposible.
A Piolín "se le hace la picha un lío".
Esto es algo inevitable, fatal, porque tiene en sus manos la materia de lo imposible: la falta.
Se puede suponer a un ser tremendamente poderoso, dotado de fuerzas sobrehumanas, capaz de manejar y transformar con su alquimia la materia, de tal forma que esté en disposición de forzar la resistencia de esas aristas pétreas del cubo de Necker, uniendo lo de detrás con lo de delante (sin que lo que está detrás o delante dejen de estar donde están).
Pero, resulta, que esto ya se ha inventado: se llama el significante.
Este ente del lenguaje, nada trascendente, plenamente material, además de faltar en su lugar, cosa que ya tiene mérito, es capaz de evocar la presencia en la ausencia (el Da) y la ausencia en la presencia (el Fort).
Además, lo hace como quien no quiere la cosa; hasta un niño, como el nieto de Freud, es capaz de hacerlo con un simple yo-yo.
Conclusión: el cubo de Necker es un significante; cada de una de sus aristas está marcada por un más (+) y por un menos (-): presencia y / o ausencia.
Al cubo de Necker, para hacerle los honores, en su estatuto de objeto significante -¡sus aristas son significantes!-, lo vamos a llamar el cubo "neckerificante".
Hay que estar bien preparado, adecuadamente provisto, de un deseo suficientemente purificado, esclarecido (como decía mi amigo), para abordar, sin graves contratiempos, un auténtico objeto neckerificante.
¿Cuál es la resistencia con la que se topa Galileito a la hora de abordar su maqueta neckerificante?
No es la resistencia de la materia, de la res extensa.
Tampoco las imposibilidades de la geometría.
No es una resistencia lógica.
Se trata, ni más ni menos, que de la resistencia de una materia muy especial que es la del deseo.
Pitagorín está intentando resolver el problema de su deseo, y, en su camino, se encuentra con el objeto neckerificante, que, entre otras cosas, lo priva de la bella vista del belvedere.
En busca del deseo |
Podríamos fabular con la existencia de un mítico Hércules que complementa su fuerza poderosa con la astucia y el saber de un personaje como Ulises.
Para poner a prueba sus recursos lo vamos a confrontar con el problema insoluble del cubo de Necker.
Se trata de que sea capaz de trasladar ese cubo, inscripto en un plano, al espacio euclídeo (3-d); la piedra de toque será su habilidad para construir una maqueta que se corresponda en su estructura con el edificio del belvedere.
En el ínterin se ha producido una transformación decisiva: el cubo de Necker ha pasado de ser un objeto matemático a ser un objeto neckerificante; esto comporta consecuencias decisivas en su abordaje; entre otras, que Hércules-Ulises (fuerza + astucia) deberá tener un inconsciente, que lo dote con la dote de una auténtica sabiduría inconsciente (del "saber-no-sabido-de-los-significantes"); como no sea así, está perdido.
Su hazaña solo la va a poder realizar con el auxilio precioso del inconsciente, estando acompañado en todo momento por el discurso [deseo] del Otro.
Si no cuenta, como soporte, como background (fondo), con el auxilio de la Ley (logos significante), su misión, desde el principio, está condenada al fracaso.
Deberá abandonar cualquier ilusión de que la solución pueda venir de la astucia de la razón, para, así, entregarse y encomendarse, en cuerpo y alma, a la razón de la Ley, al logos, tan extremadamente locuaz, con su divertida locución, su inestimable "De locutionis significatione", que todo lo puede, todo lo alcanza.
Si no es muy astuto (o se cree muy astuto), después de estudiar con detenimiento el plano, fijándose sobre todo en sus dos puntos-imposible, puede intentar forzar las aristas, sometiéndolas a un auténtico doblamiento, retorsión, retorcimiento, lo cual, en última instancia, producirá el colapso del cubo, su fractura, su derrumbe.
La razón de la Ley, al contrario, lo que enuncia, con toda la fuerza de la verdad, es que la buena política no es la de forzar las aristas, sino la de re-forzarlas.
No debilitar al sujeto, sino fortalecerlo.
Intervenir, aunque sea sobre un cubo, sin tacto y sin medida, hay que anotarlo como el primer fracaso.
El sujeto-cubo no se deja abordar de frente, por las bravas, de tú a tú.
Se hace imprescindible una mediación que tercie.
Es necesario un acercamiento indirecto, elíptico, más sutil, que sea precedido por unos preliminares, por unos pasos de lo más delicados; que no se vaya directamente al grano, "a saco", como se dice vulgarmente.
Primero, es imprescindible saber con qué tipo de objeto se está uno viendo las caras (o encamándose); forzosamente, sin forzar las cosas, deberá preguntarse, y preguntarle, por su estructura (¡la de su deseo!).
Sobre todo, cuál es su posición sexuada, gozante, si corresponde a la masculina-fálica o a la femenina-notodo.
Alguien puede decir que los cubos no tienen sexo; cosa que no es en absoluto cierta.
Sexo, en el sentido de genitales, es evidente que no lo tiene; pero, como "la anatomía es el destino" (dijo un tal Napoleón), es muy importante tener en cuenta su modo de goce (que depende de su posición sexuada).
Hay que recordar que el cubo ya no es un cubo -"Esto no es una pipa"-, al haberse transformado en un objeto significante, neckerificante; este hecho, inmediatamente, por la fuerza de las cosas, introduce la cuestión límite del deseo del Otro.
Por lo tanto, si queremos algo con Necker, no tenemos más remedio que preguntarnos por su deseo, por su Che Vuoi: ¿qué quiere el cubo neckerificante?
En primer lugar, que se lo reconozca como significante, lo que implica que se hable, converse, dialogue, con él -como hacía San Francisco con los animales y las plantas-, para hacerle así los honores debidos y dar valor a su título eminente de neckerificante.
¿Acaso los cubos no hablan?
Si es así, habrá que escucharlos.
Hablar con el cubo neckerificante como lo hacía San Francisco con las aves |
Si el objeto neckerificante es un sujeto inscripto en un discurso, lo primero que hay que hacer, antes que cualquier otra cosa, es hablar con él; para ello, hay que suponerlo dotado del don de la palabra, que es el atributo de cualquier objeto significante.
En vez de forzar y retorcer hasta el límite sus aristas, hay que interrogarlo por el objeto que lo causa.
Resulta que su objeto-causa no es un objeto común, mundano, sino que es un objeto [a], el muy conocido, por estos pagos del belvedere. como objeto del fantasma: [$<>a].
Frente al belvedere, lo imaginario de la bella vista, el objeto que se anuda con el sujeto neckerificado es "la mirada", el objeto [a] de la pulsión escópica:
[$ujeto neckerificado<>(a)-mirada]
Lo que interesa es detenernos en la hiancia, el salto, la solución de continuidad, que se produce entre esas dos modalidades del objeto neckerificante:
- Su proyección en el plano (dos dimensiones) como superficie.
- Su re-construcción, como maqueta imposible del belvedere (tres dimensiones), en su profundidad.
Lo que hay que destacar es esa hendidura, hendija, que se hace presente entre su bidimensionalidad y su tridimensionalidad.
No hay ningún Titán-titánico o Hércules-hercúleo que sea capaz de salvar ese espacio vacío, esa distancia irreductible, entre superficie y realidad.
Entre lo dual y lo triádico, entre el 2 y el 3 (este es el secreto del psicoanálisis), se constituye una hiancia constituyente -la así llamada castración-, que nada ni nadie podrá salvar o saltar (para "salvarse de la quema" o para "saltarse la inter-dicción").
El objeto neckerificado, proyectado en el plano, es el 2; el objeto neckerificado, convertido en maqueta, en modelo reducido del belvedere, es el 3.
En el espacio-entre el 2 y el 3, que va del plano a la maqueta del belvedere, es donde situamos esos dos puntos-imposible o puntos-agujero.
El objeto-@mirada no se refleja en el belvedere; lo único que sabemos de él es que, si fuese visible (que no lo es), su apariencia no nos sería en absoluto grata (el monstruo entre rejas nos lo recuerda).
Esta dehiscencia, rasgadura, del tejido significante, causada por el efecto gravitatorio de un objeto, es lo que representa Escher en su belvedere-neckeriano en el que ninguna de sus columnas tiene su basamento y su capitel en el mismo plano.
Existe una disyunción anterior / posterior entre el basamento y el capitel: si el capitel es anterior, el basamento es posterior; si el capitel es posterior, el basamento es anterior.
Esto da lugar a una columnata conformada por columnas imposibles, torcidas, que, en su deformación, deformidad, se muestran impotentes para sujetar el edificio del que forman parte.
A pesar de ello, sorprendentemente, sostienen el belvedere.
Esto requiere una explicación.
Las columnas del primer piso del belvedere están curvadas; esto es contradictorio; una columna, por definición, es una recta que se proyecta en la vertical; si se tuerce o retuerce, abandonando su posición natural, desviándose de la (su) rectitud, perdería su ser de columna (cargado de rectas intenciones).
El ser de una columna es vertical |
¿Cómo dar cuenta de esas columnas torsionadas del piso bajo del belvedere?
Es como si estuviésemos viendo el edificio del belvedere sumergido en el agua (por ejemplo, dentro de una pecera).
Debido al índice de refracción del agua (n = 1, 33), la luz, sufre un cambio de dirección y de velocidad al pasar de un medio a otro (aire y agua) con distintos índices de refracción.
Es por este motivo que las columnas de belvedere, como si se estuvieran bañando en una piscina, las podemos ver curvadas.
El torcimiento de la columnas del belvedere sumergidas en una piscina olímpica |
A los burgueses que van al belvedere se les ha olvidado el traje de baño.
Como el belvedere no tiene bikini, aunque puede ser que tenga tetas, descartamos esta interpretación tan luminosa y refractante
El belvedere dándose un chapuzón |
Vamos a lanzarnos a otra piscina para tratar de entender de dónde procede esa desviación, esguince, torcedura, de las columnas del belvedere.
Lo primero a destacar es que una columna, en su rectitud, verticalidad, cuyo cuerpo se proyecta en línea recta desde el basamento hasta el capitel, es un objeto arquitectónico de una sola pieza.
En cambio, una columna escheriana-neckeriana, al no existir una continuidad entre basamento y capitel, que se ubican en distintos planos, no se la puede dar por muerta, sino por escindida, dividida.
La columna dividida; Rob Gonsalves |
Este tipo de columna, surrealista, churrigueresca, es un objeto arquitectónico pathológico, sinthomático.
La columna canónica es Una.
La columna pathológica, a causa de su división, es, al menos, dos.
En la columna-Una hay continuidad entre basamento-capitel.
En la columna-dividida, no-Una, hay una hendidura entre basamento-capitel.
El ser de Una es Uno.
El ser de no-Una está fracturado, quebrado (dañado irremediablemente).
La columna canónica, ortodoxa -Una-, como su propio nombre o número indica, es igual a sí misma.
La columna escheriana, heterodoxa -dividida-, no es igual a sí misma (es distinta a sí misma).
La columna recta: Es.
La columna torsionada, curvada: No-es.
Ya hemos encontrado la interpretación que da cuenta de la columna escheriana: "Esto no es una columna".
"Esto no es una columna" |
Igual que hemos planteado que "el cubo de Necker no es un cubo", sino un objeto-neckerificante; "esta columna no es una columna", es un significante.
Esto es obvio.
Una columna que no es igual a sí misma, que se caracteriza por su escisión entre basamento-capitel, solo puede corresponder a un significante, que, por estructura, no se puede significar a sí mismo; el cual no se cierra sobre sí mismo como lo hace una circunferencia; su mejor representación topológica es la de un bucle.
La columna-significante que no es igual a sí misma |
Cuando vemos las columnas torcidas del belvedere no hay que pensar en columnas pathológicas, sino en columnas-significante, en el sentido de columnas que no son iguales a sí mismas, en las que existe una disociación entre su basamento y su capitel; o, también, en significantes que no se significan a sí mismos (que constituyen el fundamento, la "causa", de la división del sujeto: $).
Por eso, la imagen más adecuada del belvedere "escher-necker-iano" no es un plato de espaguetis, un auténtico caos o mess columnario; lo que corresponde a su verdadera estructura es la representación de un tejido constituido por columnas escindidas -que no son iguales a sí mismas-, por significantes que no se significan a sí mismos.
"Este no es el belvedere escheriano" |
El primer piso del belvedere, ese cuyo modelo es un cubo de Necker, con la torsión, el desgarramiento, de sus columnas, se deja figurar mucho más feliz y fielmente como un tejido o un trenzado de columnas que se anudan, se entrelazan, se enroscan entre sí.
Un tejido hecho de columnas entrelazadas |
Precisamente, la condición para que las columnas se puedan trenzar formando un tejido es su misma torsión (la expresión de su división, de su no identidad con ellas mismas).
Una retícula de columnas trenzadas; Brookfield Place (Toronto) |
El belvedere, en su estructura arquitectónica, se deja representar mucho mejor con un modelo reticular, como el que domina en la arquitectura moderna.
Modelo reticular en arquitectura |
La imagen real del belvedere, aunque parezca un churro o una churrería, podría ser más o menos así.
El belvedere visto como un trenzado de columnas-significantes, torsionadas |
No se entiende nada del cubo de Necker y del Belvedere de Escher, así como del sujeto-objeto del psicoanálisis, si no se aborda en su dimensión de tejido, trenzado, anudamiento o retícula (red): ya se trate de una red de cubos, de un trenzado de columnas, o de un anudamiento de significantes (el tejido borromeano).
El tejido borromeano |
Solo es posible interpretar el enigma que nos proponen el cubo de Necker, el belvedere de Escher, así como el deseo del sujeto, desde su ditmensión radical de tejido o de trenza.
El cuadro de Escher nos proporciona una pista muy valiosa al representar, como soporte del belvedere, un suelo con la forma de un tablero de ajedrez, que, en el fondo, no es otra cosa que una red infinita de cubos neckerianos.
La retícula de cubos neckerianos en la base del Belvedere |
De hecho, la mejor interpretación, mejor dicho, la única posible, que nos permite salir airosamente del impasse que nos plantea el cubo de Necker es la que lo aborda en su inscripción (como hace Escher) dentro de una retícula de cubos.
Así, de esta forma, aislado, es imposible descifrar su enigma.
El deseo transformado en un monstruo inabordable |
El deseo, en su condición de sujeto-objeto, que tiene una ditmensión conjunta, reticular, red-entora, borromeana, al individualizarlo, aislarlo, se transforma en algo inabordable, monstruoso, unheimlich, fuente de todas las desgracias y desdichas (ese fatalismo que nos persigue como la peor maldición).
Solo es interpretable desde el interior-exterior de un tejido, red o trenza.
El tejido de cubos neckerianos |
La arquitectura ya ha descubierto esta función bendita, benéfica, bienhechora, de la retícula.
La función de la retícula en el diseño arquitectónico |
El psicoanálisis identifica la función de la retícula con "la realidad psíquica" como tejido o Complejo Edípico.
Por eso, la importancia y el valor en el psicoanálisis, no del lazo borromeano aislado, que también es algo monstruoso, unheimlich, sino del tejido de nudos borromeos.
Un tejido borromeano |
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