La Clínica psicoanalítica y sus avatares

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado    Si nos detenemos en el esquema óptico de Lacan, tomándolo como exponente de la estruc...

martes, 21 de enero de 2020

El belvedere psicoanalítico (V): "El patio de luces y el toro" (tercera parte)

El trazado de diferentes líneas sobre el toro
   
 El patio de luces y el toro (tercera parte)

 Si le damos un tajo al toro, ¿qué es lo que vemos a través de la raja que hemos abierto en su cuerpo?

 Sus intestinos, su interior.

 Para nuestra sorpresa, una vez que hemos entrado en la cámara secreta del toro, en el sanctasanctorum, comprobamos que su anillo está vacío por dentro, que es un tubo, un cilindro al que le han cosido sus dos extremos por medio de una anastomosis término-terminal (tipo de unión que se efectúa sobre un tubo).


Figura tomada del Seminario 25 de J. Lacan

 Lacan, a este tubo en forma de anillo, lo llama el alma del toro.

 Este agujero almático rodea el otro agujero agalmático del toro.

 La diferencia entre el agujero almático y el agalmático es que este último alberga al objeto @, la causa del deseo, el objeto del goce (objeto que no tiene más objeto que el goce).

 La demanda significante o los significantes de la demanda giran alrededor del alma del toro.

 Cada una de sus vueltas, de sus bucles, corresponde a una demanda: D1, D2, D3, D4...

Las vueltas de la demanda que dan la vuelta al alma del toro

  Los hombrecillos-significantes, escherianos, también dan la vuelta al alma de esa escalera paradójica (¿se puede afirmar que una escalera tiene alma?).

 Si el alma es un tubo cosido por sus extremos a través del cual circulan los significantes, la respuesta es afirmativa.

 Los significantes de la demanda no pueden hacer ninguna otra cosa más que dar vueltas en círculo alrededor de ese alma que, a su vez, rodea al agujero central.

 Los pequeños monjes escolásticos se tienen que dedicar en cuerpo y alma a dar vueltas alrededor de esa escalera que en-vuelve, abraza, al patio de luces (agujero de luz) del Monasterio.

Los hombrecillos no han podido salvar su alma; han quedado condenados a penar eternamente por sus pecados en ese círculo almático, infernal; circulan por él como almas en pena, enganchados a su demanda siempre insatisfecha, dando vueltas sin fin, bajando y subiendo, imbuidos de una amarga monotonía silente, que raya en la abulia, en el deser.



Los dos agujeros del toro: el alma del toro, por el que circula la línea de la demanda; y el agujero central del deseo

 Los bucles de la demanda giran alrededor del alma del toro hasta dar una vuelta completa.

 Una vuelta de la línea de la demanda por el alma del toro implica dar una vuelta de más, suplementaria, no contabilizada, alrededor del agujero central del deseo.

 Si yo cuento x vueltas de la demanda en su discurrir almático (no asmático), faltará siempre una vuelta de más, la del deseo, en torno al agujero éxtimo, que no he registrado, contabilizado:

x Demandas + 1 Deseo = 9 vueltas: 1 + d (@)


La línea de la demanda traza unos pequeños círculos o bucles transversales alrededor de alma del toro; a la vez, traza un círculo completo alrededor del agujero central, que constituye la vuelta de más del deseo, aquella que no entra en la cuenta

 Los soldaditos-monjes, después que, subiendo y bajando, han dado una vuelta completa a la escalera, también han circunvalado, rodeado, ceñido, el patio de luces:

 1 vuelta completa a la escalera + 1 vuelta de más al patio de luces

 En esa especie de pista deslizante de bobsleigh que es la escalera tubárica, de escaloncito en escaloncito, unos descendiendo y otros ascendiendo, todos los hombrecillos, a la par, cantan el blues de la demanda: "Demanda, demanda, no dejes de demandar, que algo siempre queda".

 Estos escalones escalares representan, cada uno de ellos, los pasos perdidos de los significantes por el círculo de la demanda.

 Entonces, tenemos dos tipos de pasos o de vueltas representados por esas dos hileras o cadenas de hombrecillos-significantes:

 (-) La vuelta de la demanda: que recorre la pista de bobsleigh de la escalera, representada por la columna de hombrecillos más exterior.

 (-) La vuelta del deseo: efecto de haber pasado por todos los escalones de la demanda; esta vuelta suplementaria, la vuelta de más, que escapa a la cuenta, está representada por la columna interior de marchantes que rodea, ciñe, el agujero del patio de luces.


El hueco de la escalera, el alma de la escalera, es como una pista de bobsleigh  por la que se deslizan los significantes de la demanda.

 Por este motivo, en la escalera escheriana -la pista por la que se desliza el vehículo de los significantes de la demanda-, hay dos hileras de hombrecillos-significantes desfilando marcialmente: una, más cercana al patio de luces (la fila del deseo); la otra, más exterior, adyacente a la fachada (la fila de la demanda).


Ejercicios escherianos

 En "Suben y bajan", Escher, ha sido capaz de representar, de metaforizar esas dos lineas que trazan los significantes de la demanda alrededor del alma del toro: la línea de la demanda y la del deseo.

 Una de las filas de los peregrinos que peregrinan alrededor de sí mismos por una humilde escalera que no lleva ni al cielo ni al infierno representa la curva demandante y, la otra, la curva deseante.

 El cuadro de Escher se podría titular no "De la azotea al cielo", sino "De la azotea a ninguna parte (¡o a la misma parte!)".

 El círculo de la demanda, que se repite con un carácter de automatón, de insistencia, de compulsión, es perpendicular tanto al alma del toro como a su eje. 

 El círculo del deseo, que se computa (a pesar de no ser computable) como la vuelta de más del circulo de la demanda alrededor del agujero del deseo, es paralelo al eje del toro y perpendicular al bucle perialmático.

 La línea o las líneas de la demanda son las que leen las adivinas en la palma de la mano.

 La línea del deseo solo la puede leer un psicoanalista en el discurso del Otro (allí donde se juega el destino de un sujeto).

 Existe una articulación entre el círculo de la demanda y el del deseo.

 No hay círculo del deseo sin círculo de la demanda.

 Otra vez, repetimos: la línea del deseo es la vuelta suplementaria -incontable- que da la línea de la demanda alrededor del alma del toro.

 El deseo se sustrae a la demanda, impidiendo que ésta se cierre sobre sí misma.

 El círculo de la demanda, su agujero perialmático, es reducible a un punto.

 El círculo del deseo, su agujero periaxial, éxtimo, es irreducible a un punto; no puede desaparecer por más paladas y paladas de demanda de amor que echemos sobre su sobrevenida (overcoming en inglés) abertura (hiancia).

 El psicoanálisis siempre rima con lo hiante, muchas veces con lo hiriente, a veces con lo irrisorio


Las dos líneas que se pueden trazar en un toro: la línea de la demanda, que recorre el alma del toro; y la línea del deseo, que rodea el eje del toro, su agujero central

  La curva de la demanda del toro -perialmática- se corresponde, en el cuadro de Escher, con la columna de topillos-significantes que no-cesa-de-no-subir hacia ningún sitio por la parte exterior de la escalera (tomando como referencia, como centro, el patio de luces, el lucernario que ilumina con su resplandor toda la escena).

 Hemos definido una escalera como una rampa tubular, con peldaños, susceptible de ser recorrida en sus dos sentidos: hacia arriba y hacia abajo.

 La curva del deseo, el topos del toro -periaxial-, se corresponde, en la representación escheriana, con la disciplinada y desfilante hilera de luciérnagas-significantes que no-cesa-de-no-bajar hacia ningún sitio por la parte interior de la escalera, girando cual peonza alrededor del patio de luces de ese Monasterio atópico.

 En una interpretación provocadora, cogida por los pelos, hemos planteado que con "Suben y bajan", el bueno de Escher, el pintor que utiliza las matemáticas y la topología como paleta, habría intentado representar, sin saberlo, un cuerpo humano tal y como se organiza alrededor de los agujeros pulsionales.

 La ana-tomía humana o in-humana se estructura a partir del corte, la incisión, la -tomía del significante, que no solo mortifica el cuerpo (el cuerpo simbólico), sino que, sobre todo, gracias a sus marcas, lo hace gozar (el cuerpo gozante).   

 Escher, a través de una intuición genial, demuestra haber captado la importancia esencial de la hiancia del deseo en la constitución de un cuerpo al que, por mor de su causa, se le puede nombrar humano.

 Esta hendidura constituyente -el último reducto del deseo- estaría representada en el cuerpo tórico por su agujero central, interior y exterior, éxtimo, alrededor del cual da la vuelta la deriva pulsional, cuyo giro, cambio de sentido, en su camino de retorno a la zona erógena, es posibilitado por el objeto @ (que tiene una función de rotonda, de plazoleta).


El circuito pulsional del drive alrededor del borde de la zona erógena

 "Suben y bajan", apostamos a que es la representación de un cuerpo humano, concretamente de la "hendidura palpebral" (el patio de luces) y del "objeto @-mirada" (el templete-belvedere).

 En él, en ese cuerpo-escalera, los significantes de la pulsión escópica -$<>D-, los hombrecillos-significantes, suben y bajan (para que la cosa no sea tan monótona), dando vueltas alrededor del lucernario central.

 La fórmula del fantasma escópico ($<>a), del "mirar-mirarse-hacerse mirada", tiene su centro en el objeto @-mirada:

Patio de luces ($ = hendidura) <> belvedere (objeto @ = la mirada)

¿Qué decir de esas almas errantes, de esos significantes-carrusel, encarnados en los piadosos orantes que dan vueltas sin parar -nadie sabe porqué ni para qué-, arriba y abajo, por el hueco de la escalera o por esa escalera hueca?

 Poco se puede decir de esos que dicen tan poco, que andan sumidos en el mutismo, solo pendientes de alcanzar el siguiente escalón y, luego, el siguiente del siguiente, y el siguiente del siguiente del siguiente...; así, hasta un infinito compuesto de incontables escalones que únicamente dejan oir el eco del siguiente paso, del paso siguiente.

 Esta gente que sufre del mal de la azotea, que se le han subido los vapores a la azotea, podrían ser los apóstoles esperando el descenso e iluminación del Espíritu Santo.

 Como la susodicha paloma no acaba de llegar, se entretienen dando paseitos por la terraza de la casa:    
"1 Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. 2 De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde estaban sentados, 3 y se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. 4 Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse. 5 Y había judíos que moraban en Jerusalén, hombres piadosos, procedentes de todas las naciones bajo el cielo. 6 Y al ocurrir este estruendo, la multitud se juntó; y estaban desconcertados porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. 7 Y estaban asombrados y se maravillaban, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que están hablando?
8 ¿Cómo es que cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua en la que hemos nacido?
9 Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, 10 de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia alrededor de Cirene, viajeros de Roma, tanto judíos como prosélitos , 11 cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestros idiomas de las maravillas de Dios. 12 Todos estaban asombrados y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? 13 Pero otros se burlaban y decían: Están borrachos". (Hechos 2: 1-13).


Los hombrecillos escherianos pueden ser los apóstoles estirando el tiempo en la azotea a la espera del Espíritu Santo

 Estos hombrecillos pentecostales o pericostales pueden ser unos auténticos santos o unos empedernidos pecadores, auténticos borrachos que, en su embriaguez, se dedican a dar vueltas tontamente alrededor de una escalera o a esperar santamente a esa paloma sabia que les va a insuflar tantas lenguas que se van a volver locos a fuerza de malentenderse.  

Nos llama poderosamente la atención que estas dos columnas de peregrinos que peregrinan hacia ninguna parte, cuyo peregrinaje consiste en girar en círculo, subiendo y bajando, dado que su peregrinaje es interminable, no porten, para ayudarse en su caminar, para apoyar su cuerpo cansado, algún tipo de cayado, bastón o vara.

 Este hecho, la ausencia de un cayado, es todavía más sorprendente en la columna de hombrecillos-significantes más interior -intestina-, más próxima al prójimo, al patio de luces, al lucernario que, en su peregrinaje sin fin, sin esperanza, recorre el círculo periaxial del deseo (el que hace borde con el "agujero corriente de aire" del toro o con el "agujero rayo de luz" de "Suben y bajan").

¿Por qué esta hilera de peregrinos no proximal sino projimal, íntimamente ajena, que peregrinan sobre la estela, sobre las huellas de su propio peregrinaje, necesita, todavía más que la otra, un cayado, bastón o vara, para sostenerse en su agotadora errancia?

 Al tener que recorrer una y otra vez la curva cerrada del deseo, la vuelta-de-más, incontable, su tarea no solo es agotadora, sino imposible.

 No les vendría mal tener a mano el cayado de Esculapio o la vara de Moisés.


La milagrosa vara de Moisés

 El que no haya ningún cayado esculapiano o vara mosáica en "Suben y bajan" de Escher nos resulta de lo más sospechoso, dejándonos pensativos, con la mosca detrás de la oreja.

 ¿Acaso es que los hombrecillos-significantes son tan fuertes y robustos que no necesitan apoyarse en ningún cayado que haga más soportable su cansancio perenne?

¿O será que lo que se nos muestra como un movimiento continuo de subida y bajada es una pura ilusión que, en realidad nada se mueve?

Creemos estar viendo en "Suben y bajan" una especie de modelo paradójico, contradictorio, del móvil perpetuo (perpetuum mobile), cuando, en realidad, por poco que uno se apure, haciendo una buena lectura de este criptograma figurativo, de lo que se trata no es de lo contrario, la quietud absoluta, el inmovilismo total, sino de "lo que vuelve siempre al mismo lugar" (los hombrecillos, suban o bajen, siempre retornan al mismo punto de donde han partido), de lo real (el sol siempre sale por el este y se pone por el oeste).

 La pista que debemos seguir en "Suben y bajan" no es otra que la de "lo real".

 ¿Qué es lo real? Aquello que Escher nos pone delante de las narices, bajo la forma de una paradoja visual y que nos deja fuera de juego, en default (defecto, falta), totalmente perdidos, no pudiendo dar pie con bola, en un tropiezo permanente.

 Lo real, y aquí Escher no engaña a nadie, son esos hombrecillos-insignificantes que, después de dar una vuelta completa a esa escalera circular -suban o bajen- retornan siempre al mismo lugar, al punto de partida (otra vez me repito): "Lo real es lo que vuelve simpre al mismo lugar" (la esfera de las estrellas fijas aristotélicas, que actúan como el Primer Motor, la causa de todos los movimientos del universo).

 ¿Quiere Escher con su trampantojo matemático-topológico tomarnos el pelo, ponernos en un aprieto? La respuesta es ambigua, hasta cierto punto paradójica: sí y no.

 ¿Por qué?

 Si nos fijamos con detenimiento en ese "Suben y bajan", tan lógico y coherente, tan pleno de sentido, sólido e irrebatible, al poco "se nos hace la... un lío", no entendemos nada, no sabemos de dónde agarrarnos, cómo sostenernos frente a esa imagen que, por su carácter resbaladizo y sinuoso, nos hace perder pie, trastabillar, tropezar, hasta caernos.

 No es que Escher quiera tomarnos el tupé, jugar con nosotros al ratón y al gato, trampantojearnos, lanzándonos de cabeza a los trampantojos, a los abrojos, incluso, si uno se presta o se pone a tiro, despeñarnos desde Los Abruzos.

 No, Escher, no es un sádico que goza con nuestro desconcierto y desamparo; más bien, es un hombre juguetón, divertido y chistoso.

 Su afan no es ponernos en un apuro, apretarnos la goleta hasta quedarnos sin aire, sino que, a través de su cuadro topológico-matemático, con su barniz de sentido, pátina imaginaria, nos embarca en un juego, en un divertimento, en una especie de pasa-tiempos, astuto acertijo con el que nos aproxima a lo imposible, osease, a lo real.

 Dejando de lado la interpretación paranoica -que la intención de Escher es atraparnos en un callejón sin salida-, nos queda la otra posibilidad: al asomarnos al cuadro de Escher somos capturados en un impasse no tanto por el capricho caprichoso (redundancia) del artista, sino por causa de un real, de un imposible (la presencia enigmática de la mirada).

 Esto nos conduce a la siguiente afirmación: el cuadro de Escher es una ventana fantasmática que, al abrirse, nos pro-yecta (del latín pro-iactare, lanzar adelante) a lo real.

 El problema, la compleja complejidad (redundancia) -lo mismo para el propio creador artístico-, no lo tenemos con Escher, sino con la interpretación de lo real, con el abordaje de ese imposible que se nos muestra, da a ver, en este cuadro -"Suben y bajan"- que tiene la estructura de un fantasma: ($<>a).


La ventana del fantasma en un cuadro de R. Magritte

 En el cuadro de Magritte, además de los cristales, se recoge la estructura del fantasma, sus fragmentos dispersos: esa hendidura del sujeto ($), representada por la ventana rota; además, el objeto @, encarnado en esos cristales que han caído como resto, desecho, efecto traumático del corte significante (<>).  

Lo primero a reseñar es que este cuadro, que hemos situado como una ventana fantasmática a lo real, cuestiona radicalmente lo que es nuestra percepción cotidiana -natural-, intuitiva, de nuestra realidad compartida.

 La realidad común, en la que todos estamos metidos hasta los tuétanos, se sostiene en un espacio plano, euclídeo, en un imaginario tridimensional.

 Este es el espacio en que habitamos debido a nuestra condición de videntes; gracias al ojo, el hombre ve el mundo no en colores, sino en 3-D.

 "Suben y bajan" se desarrolla aparentemente en un espacio tridimensional, el que configura nuestra realidad común, nuestro hábitat imaginario cotidiano.

 Todos los personajes que pululan en este cuadro, así como los edificios y las construcciones, son objetos euclidianos, corrientes y molientes, como los que pueblan nuestro imaginario de todos los días, por lo que no nos suscitan ninguna extrañeza, más bien todo lo contrario, una absoluta y total familiaridad (se trata de objetos a los que podemos denominar heimlich: conocidos, familiares, con los que simpatizamos inmediatamente).

 Al lado de estos objetos heimlich -la ventana que funciona como una ventana; el tejado que funciona como un tejado; la azotea que funciona como una azotea, etc.- nos encontramos con un objeto singular que escapa a esta cualidad de lo familiar, el cual, inmediatamente, va a suscitar nuestra extrañeza: la escalera.

 Así, a bote pronto, se puede decir, sin temor a equivocarse, que es un objeto que nos trae a mal traer, por la calle de la amargura, que nos descoloca, suscitando nuestra perplejidad, incluso nuestra comunicable-incomunicable angustia.

 Se trata de un objeto más bien intratable, inmanejable, carente de un libro de instrucciones, incapaz de instruirnos, de edificarnos moralmente, que, al provocar nuestra extrañeza, al situarse extramuros del campo de lo familiar (heimlich), puede ser calificado como La Cosa (Chose) unheimlich,  extrañamente-familiar.

 Aparentemente esa escalera nos es tan familiar como cualquier otro tipo de escalera; no hay nada en su conformación como objeto, inmerso en el espacio tridimensional, que pueda considerarse anómalo o aberrante; pero hay algo que nos la hace extraña -unheimlich-, por atentar contra el modo como suceden las cosas en nuestro mundo cotidiano, en la realidad compartida: los que suben y bajan por esa escalera, aunque no paran de subir ni de bajar, no suben ni bajan nada, siempre están en el mismo plano.

 Se trata de algo que subvierte radicalmente las leyes que rigen el espacio que habitamos, euclideo, plano, de tres dimensiones.

 La conclusión inmediata es que esta escalera, aunque siga siendo una escalera, no funciona como las escaleras normales, como una escala, porque el espacio en que está inmersa no es un espacio euclideo, de 3-D; por ejemplo, podría ser una escalera tetradimensional, de ahí nuestra sensación de extrañeza, de desconcierto, al confrontarnos a un objeto 4-D desde una visión binocular, plana

 Esto se resume en la experiencia, siempre angustiante, de lo extrañamente-familiar, lo unheimlich, debido a la relación con ese objeto -el @- que, al no tener imagen en el espejo, causa nuestro extrañamiento (por ejemplo, nos destierra a deambular eternamente en una escalera tortuosa y torturante).


Hipercubo; cubo dibujado en cuatro dimensiones

 La dificultad para resolver la paradoja de Escher -que es resoluble- surge por abordar esa escalera-azoteística como una res extensa, un sólido platónico, un objeto útil, no perforado, horadado (como es el caso del @).

  En realidad de la más real, la escalera de Escher no es un objeto hecho con la materia del conocimiento, es un tejido.

 Es un conjunto de escalones y de hombrecillos trabados, ensamblados, entramados, anudados, en un tejido, al que, por convención, llamamos escalera

 A partir de ahora nos referiremos a ella como escalera-tejido, cuya urdimbre textual es RSI (real-simbólico-imaginario).

 Además, no es cualquier tejido, es una trenza urdida de forma borromeana con tres hilos: RSI.


Trenza o tejido borromeano; ¿a que podría pasar perfectamente por la escalera de Escher-Penrose?

 La Teoría de la Relatividad Generalizada -que incluye la Ley de la Gravedad- plantea que lo real es un tejido.

 No existe el espacio por un lado y el tiempo por otro, como dimensiones separadas.

 El espacio y el tiempo están anudados, trenzados, en un tejido espacio-temporal.

 Se considera que el tiempo es la cuarta dimensión del espacio.

 La escalera de Escher, con esos hombrecillos-insignificantes que no paran de dar vueltas, es una voz que grita, que escuchan hasta las piedras del desierto: ¡Hay falta!

 La escalera de Escher, en tanto representante de la representación de la falta real, es una trenza en la que se entretejen tres dimensiones: el espacio-el tiempo-el goce.

 Al ser borromeano el entrelazamiento espacio-temporal de ese tejido-escalar, esto implica que "dos se anudan por un tercero": la consistencia espacial (lo imaginario) y la inconsistencia temporal (lo simbólico) se enlazan entre sí gracias a la sustancia del goce (lo real), que eksiste a ambos.

Esta escalera hace función de sinthome, de cuarto nudo, que permite el entrelazamiento borromeano RSI. 

 
Ese cuarto nudo de color gris, la escalera de Escher, hace función de sinthome -la versión sinthomática de lo real de la eksistencia-, que enlaza borromeanamente RSI. Es la escalera-nudo que sostiene la ex-sistencia de lo real del goce.
 
 La primera manifestación de lo real, no en relación con lo imposible, sino con el goce, es ese objeto @ -la escalera-, no especularizable, caracterizado por su extrañeza, por su extraña familiaridad.

 Es totalmente legítimo plantear que esa escalera, en su condición de real, de fuera de sentido, nos suscita graves problemas de comprensión, significación, dación de sentido, imaginarización, porque su estatuto es el de un objeto @, formalizable en el registro del fantasma fundamental (el soporte del deseo).

 Lo que se puede denominar la paradoja de Escher, en tanto aporía formalizada, materializada en una representación matemática, por su radical extrañeza, des-familiaridad, nos advierte que la así llamada realidad, aquello que consideramos lo más evidente y natural, no es más que un constructo imaginario sostenido por una estructura fantasmática simbólico-real ($<>a).

 Lo que la realidad vela es el deseo, cuyo único soporte es el fantasma. 

 El cuadro de Escher, al que hemos calificado como una ventana abierta a lo real, al poner en evidencia, al mostrar que la así llamada "realidad" solo se asienta en lo real del fantasma ($<>a), produce un efecto de desvencijamiento, desquiciamiento y descuajeringamiento, de ese espacio euclídeo, tridimensional, que habitamos gracias a nuestra condición de hablantes.

¿Cuál es la estrategia que utiliza Escher para, "sacando los pies del plato", sacar de quicio a la realidad, desnudando, ante nuestros ojos, sin que nos demos cuenta, la estructura del fantasma, demostrando (porque en realidad se trata de una tesis) que la dicha y dichosa realidad (horadada por lo real) no se soporta más que del deseo ($<>a---deseo)?

El diseño de su cuadro es simple a la vez que increiblemente complejo; lo más oculto nos lo muestra a cielo abierto, a plena luz del día, irradiada por un patio de luces, para que así permanezca todavía más oculto y, nosotros, espectadores, más desconcertados, desvencijados, descuajeringados, desquiciados, descarrilados y descarriados (el destino princeps del sujeto humano).

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