La Clínica psicoanalítica y sus avatares

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado    Si nos detenemos en el esquema óptico de Lacan, tomándolo como exponente de la estruc...

jueves, 2 de enero de 2020

El belvedere psicoanalítico (I)


<<Suben y bajan>>; Escher

 I) "Suben y bajan"

 Los hombrecillos que suben y bajan, pequeños fragmentos de existencia rota, se encuentran siempre en el mismo punto.

 Mejor dicho, vuelven siempre al mismo punto.

 Hay dos filas o columnas de hombrecillos que son paralelas entre sí.

 Además, hay una escalera que ocupa un lugar tercero con respecto a la dualidad de la fila de los hombrecillos que suben y la de los que bajan.

 Lo más interesante es que lo único que diferencia la columna de los hombrecillos que suben de la de los que bajan es el sentido de su marcha; en el resto, en su indumentaria, aspecto físico, andares, etc., son iguales, como dos gotas de agua.

 Unos suben y otros bajan; los que suben suben; los que bajan bajan; los que suben no bajan; los que bajan no suben.

 Hasta aquí, todo correcto, en orden, como debe ser, como dios manda.

 Solamente hay que tener cuidado para no chocarse en la escalera con el vecino de enfrente (no hay suficientes tiritas para todos).

 La cortesía manda: "Pase usted primero"; "No, por favor, pase usted, que lleva prisa".

 Son dos columnas uniformadas y disciplinadas, formadas por el cuerpo vecinal, en formación militar, comportándose de una forma perfectamente educada y ordenada, como verdaderos vecinos, en el sentido más auténtico de la palabra, cuyo único afán consiste en no pisarse los callos mutuamente en la escalera.

 Porque ya sabemos que en una escalera puede suceder cualquier cosa, hasta que a uno le pisen los callos o le toquen "los cataplines".

 "¡Cataplín, cataplán, cataplón!...", los vecinos desfilan marcialmente al toque de corneta.

 ¿Dónde está el Presidente de la Comunidad?

 Es necesaria la presencia de un Amo, de un Jefe, de un Director de Orquesta, para que todo circule por sus carriles, para que cada uno se comporte como se debe comportar en esta parada militar.  

 Los hombrecillos uniformados, con el fin de no molestar, como niños bien aleccionados, canes adiestrados, suben y bajan, los unos por la izquierda y los otros por la derecha (lo que no implica una tendencia política determinada).

 En todo caso, esta gente tan poco extremista, aunque se desplacen por los extremos, pertenecen al centro político.

 ¿No impresiona esta imagen, este carrusel de subidas y bajadas, como algo análogo a la experiencia conductista de una rata de laboratorio atrapada en su laberinto, bajo la mirada satisfecha de un amo-Skinner?


La rata de Skinner en la esquina

 O, todavía mejor, ¿no desfilan estos hombrecillos tan formales y obedientes al son que les marca el discurso del amo: "¡Un, dos!... ¡un, dos!... ¡un dos!..."?

 ¿No es este cuadro de Escher una metáfora de la sociedad capitalista en la que "todos tan liberados, todos tan esclavos"; "todos tan contentos, todos tan infelices"; "todos tan satisfechos, todos tan insatisfechos; "todos tan amos, todos tan esclavos"? "Todos tan... todos tan... todos tan... ¡hasta la catástrofe final!".

 Mientras más se libera el goce, para poder librarse del goce, mientras más se proclama el derecho irrestricto a gozar sin limitaciones, más desgraciado e infeliz es uno.

Los S2 escherianos, desfilando, subiendo y bajando, al toque de corneta que les marca el Amo, el S1

 En esta comunidad de vecinos escheriana ante todo hay que tener cuidado con no resbalarse o rebelarse porque "Más dura será la caída".

 La fenomenología de este cuadro aunque parezca absolutamente libre de accidentes, contratiempos, caídas, desencuentros, es de lo más resbaladiza.


Una versión conductista del cuadro de Escher en la que, aunque todos suben y bajan, están más atrapados que una pobre rata en su laberinto

 Está llena de círculos viciosos.

 De hecho, la escalera, es un auténtico círculo vicioso.

 Una escalera circular, al igual que un razonamiento lógico, puede ser viciosa o vicioso porque lo que hay que demostrar -el punto de llegada- se ubica como premisa -el punto de partida-, suponiéndolo ya demostrado.

 Una proposición y una escalera son circulares porque se consideran al mismo tiempo demostradas y no demostradas, lo que atenta contra el "Principio de no-contradicción": "A ≠ no-A".

Hasta la misma lógica se curva, se nos resbala de las manos, y ya no sabemos de dónde agarrarnos.


La escalera viciosa

 Esta escalera circular, por mor de circulante, revolucionaria, puede representar también, a pesar de la redundancia, el "acto revolucionario" que, como afirma Lacan, con sentido del humor, consiste en dar una vuelta completa a una circunferencia para volver de nuevo al punto de partida.

 Nuestra conclusión provisional es que estos hombrecillos escherianos, atrapados en su escalera circularmente viciosa, son unos auténticos revolucionarios (aunque no se dediquen a "hacer la revolución", como se diría "hacer el amor").

 ¿No brilla ahí, por su ausencia, en esa azotea revolucionaria, una mujer?

 Ya se sabe -si no, lo recuerdo- que las mujeres no son muy partidarias de la revolución (ver Aristófanes).

 Para esta escena escheriana hay que recuperar (es urgente) ese maravilloso grito de guerra, auténticamente revolucionario: "Haz el amor y no la guerra".



 Voy a prestar una pancarta con este lema de mis tiempos mozos a alguno de estos aburridos y tristes hombrecillos escherianos.

 "¡Dejen de desfilar, de dar vueltas en redondo, y dedíquense a hacer el amor!".

  Uno, el más tonto o el más listo de la clase, dice, con toda la clase y la picardía del mundo:

 "Haz el amor y no la guerra, decían.
 ¡No te jode!, como si eso fuese tan fácil". (Anónimo de lo más popular).

 ¿Quién lo dijo?

 Alguien que sabe de qué va la cosa.

 ¿Y de qué va la cosa?

 En una sola palabra: de "la castración": "castrato sum" (esta es la oración sempiterna de los fieles parlantes).

 No hay que ser tan pesimistas, es posible hacer el amor.

 No es cuestión de proponérselo, de una voluntad firme, de ponerse manos a la obra, de un deseo decidido.

 Siempre hay que contar con el Otro; es el Otro el que decide (versión laica de la castración).

 Para poder hacer el amor se necesitan dos condiciones:

 -No proponérselo, no tomárselo como una demanda, un mandato; no abordarlo, enfilarlo, demasiado en serio, tampoco en broma.

 -Tener una mujer, cosa que no es fácil, que no está al alcance de todos, solo de algunos privilegiados, gente con suerte.

 Hay que añadir una apostilla.

 Es obvio que tener una mujer no es sencillo.

 De forma paradójica, para tenerla no hay que tenerla o hay que no-tenerla, nos deberá faltar.

 Y, además, estamos obligados a darle signos fehacientes de que nos falta, de nuestro deseo más fehaciente y caliente.

 No solo hay que mostrárselo (el amor), es necesario decírselo (el deseo).

 Como en el asunto de la pulsión, cruda o cocida, hay que currárselo, sudar la gota gorda.

 Sobre todo, y esto es lo esencial, no hay que estar en la posición falsa de ser el falo (eso, a las mujeres, por motivos profundamente edípicos, les suele sentar bastante mal).

 Abandonar los prestigios y los brillos fálicos implica asomarse a la castración; no a la castración en tanto amenaza imaginaria, sino a lo real de la castración, a la pregunta por el deseo del Otro (el Che vuoi?).

 ¿No podría ser esta azotea escheriana un cierto remedo de los dos pisos del grafo del sujeto, y el continuo subir y bajar de los hombrecillos la expresión simbólica del pasaje bidireccional entre el piso superior (del deseo) y el piso inferior (de la demanda)?  
   
La azotea escheriana y los dos pisos del grafo del sujeto

 ¿Cómo podríamos solidarizarnos con estos hombrecillos tan ejemplares, tan revolucionarios ellos, que no suben ni bajan, sino todo lo contrario?  

¿Acaso podemos cogernos de la mano con el vecino de al lado en una auténtica y profunda política de la amistad?

 A esto se le llama "amor".

 Si la política es "el arte de lo posible", el arte de Escher es "la política de lo imposible".

 Incluso, no estaría mal definirlo como el arte de engañar al respetable con todo tipo de trampantojos para que lo menos respetable tenga, por una vez en la vida, aunque sea en medio de una escalera, la chance de manifestarse.

 Lo más curioso, sorprendente, inaudito, es que ninguno de estos hombrecillos tan extremadamente cuidadosos tropiece con otro en la escalera.

 Freud, a este tropiezo con el que tropieza todo sujeto, vienés o no, del centro o del extrarradio, en la escalera o en el descansillo, del consejo de administración o administrativo, de la aristocracia o del populus, lo denomina "lo traumático de la sexualidad".

 Para hacerlo superlativo lo podemos denominar "lo real del sexo".

 Esta escalera, por momentos, y eso que no está lloviendo, está tan atascada como la M-30 en la hora punta.

 Estos hombrecillos que marchan en formación, tan serios que hacen serie, tan formales, bien uni-formados, da la impresión que no se han visto nunca las caras -¡y otras cosas!- con una mujer en su vida.

 Nada del sexo femenino, de su goce, les desvía de su camino recto, haciéndoles ir a la deriva (dérive), tropezar o sufrir una caída (J. Lacan afirma que el objeto-@ "es una caída").

 Todo aquello que en la vida perra se nos ha caído, venido abajo, como los ideales más sobreestimados, el falo imaginario más amado, la propia imagen, guarda una remembranza del objeto del deseo, del @.  

 Si estos esforzados escaladores o rápelistas son monjes, lo que podría ser si así lo queremos, es evidente que ninguna hétero-Cosa ha penetrado en su disciplina monacal, perturbando la eternidad celestial de sus maitines, laudes y vísperas.



Los monjes de Escher

 Por la misma o distinta escalera, los hombrecillos-monjes, como pequeñas y disciplinadas hormigas, bajan continuamente, no paran de bajar, de tal forma que podemos describir así su operación de bajada: "bajan y bajan y bajan y bajan..."

 Por la misma o distinta escalera, los otros hombrecillos, petits hormigas o escarabajos peloteros, suben sin cejar, en un proceso continuo de ascensión a las alturas, en pos del "tercer cielo" de S. Pablo, de tal manera que podemos describir así su operación de subida: "suben y suben y suben y suben...".

 Lo curioso, lo paradójico, lo extraño, lo increíble, es que tanto el que "baja y baja y baja...", como el que "sube y sube y sube...", vuelven siempre al mismo punto, de donde partieron.

 La conclusión es obvia: no han bajado ni subido "nada... nada... nada..."

 Esto no nos acerca a ninguna cumbre ni a ningún infierno, sino a esta afirmación: "para el psicoanálisis no hay progreso".

 Solo hay una forma de progreso, la que tiene lugar en un discurso, el del psicoanálisis, el cual, arrumbando cualquier ideal, se define como "el discurso del cambio de discurso".

 
El discurso del analista: "el discurso del cambio del discurso" 

 Si nosotros observamos atentamente, perspicazmente, a estos compulsivos bajadores y subidores, la impresión inevitable, incontrovertible, es que están bajando y subiendo sin pausa, sin detenerse ni un solo instante (aunque sea para fumar un cigarrillo o para ir al cuarto de baño).

 ¿Cuál es la tarea tan urgente, inaplazable, que se traen entre manos estos hombrecillos, que les impide detener su marcha durante un ratito, aunque solo sea para descansar?

 Su tarea urgente, inexcusable, inaplazable, inextinguible, imprescriptible, es la de dar vueltas, circular en círculo ("circular-circular").

 Lo que es obvio es que estos hombrecillos danzantes y transpirantes nunca logran cerrar el círculo, redondear la operación, cuadrar las cuentas, quedando condenados en última instancia a dar vueltas sin fin, a girar sin parar alrededor del mismo agujero.

 ¿Qué es lo que se les escapa?

 ¿Qué es eso que van a buscar y que nunca está?

 "Señoras y señores, con todos ustedes, en el escenario: ¡El goce! 

 ¡Estúpido!, ¿no te das cuenta que se trata del goce?".

 A pesar de todo, los hechos son los hechos, la evidencia es la evidencia, si vuelven al mismo punto de donde han partido, al escalón desde el que iniciaron el ascenso y el descenso, aunque en el ínterin hayan estado bajando y subiendo sin parar, la conclusión es que de bajar y subir "niente di niente" o "niente caliente".

 Desde el escalón cero, tomado como punto de partida de su movimiento, sus caminos deberían haberse separado.

 Después de un tiempo-n de sus andanzas unos deberían estar más arriba y los otros más abajo.

 Pues no, nada de eso, despues de bajar y subir durante un tiempo-n vuelven a encontrarse en el  escalón-cero.

 ¡La madre que les parió!

 ¿Cómo se le hinca el diente a esta aporía "niente di caliente"?

 ¿Cómo es posible o es imposible esto?

 Este tour, más que un descenso a los infiernos, se parece a un pasodoble: "un pasito padelante, dos pasitos padetrás".


Los hombrecillos escherianos bailando el pasodoble en la escalera imposible

 Es evidente que si alguien baja al subsuelo, a las catacumbas, al final del descenso tiene que haber alcanzado las catacumbas; no es posible que haya retornado a la superficie, al Coliseo romano, al lugar del cual quería escapar, a la leonera.

 Resulta que determinados trayectos topológicos, denominados moebianos, establecen una continuidad entre las catacumbas y el Coliseo, entre "arriba" y "abajo".

  Un ser extraplano, moviéndose en una de estas estructuras topológicas, bajará a las catatumbas y, sin solución de continuidad, sin atravesar ningún borde, continuará su camino por el Coliseo romano.

 Alguien puede subir por una escalera y, a continuación, bajar por donde ha subido ("irse uno por donde ha venido"; "despedirse a la francesa").

 Lo que no es posible, factible, en una escalera normal (las de toda la vida), es que el que sube, sin necesidad de cambiar de sentido, a la vez baje.

 Lo que es imposible en una escalera como dios manda es que alguien suba y baje al mismo tiempo.

 En estas escaleras tan caprichosas no es viable el coitus interruptus; dicho de otra forma, lo que acontece en ellas es un repetido y simultáneo marcha atrás-adelante con marcha.

 Como esta continuidad moebiana entre subir y bajar no es representable en un espacio euclídeo, el recurso imaginativo de Escher es desdoblar a cada uno de los hombrecillos en dos, a los que sitúa en el mismo escalón, uno subiendo y otro bajando.

 En realidad, la razón por la que los dos hombrecillos son simétricos es porque son el mismo hombrecillo aristofanesco, cortado por la mitad como una naranja ("la media naranja").

 Una de las mitades sube y la otra baja; aunque sabemos que antes de haber sido ejecutado el castigo divino solo había un hombrecillo hecho y derecho, íntegro, el cual, manteniendo siempre el mismo sentido, ganando la proa hacia barlovento, con cada uno de los pasos que daba: "subía y bajaba".

 Como hombre integral que era, no despiezado, su acto no era "subir o bajar" (en dos tiempos diferentes), sino "subir y bajar" (en el mismo tiempo).

 Es increíble que en el mismo instante temporal alguien pueda "subir () y bajar ()"  por una escalera sin que entre estos dos actos no haya un lapsus temporal: (subebaja) ...⇅ (subebaja) ...⇅ (subebaja) ...⇅ (subebaja) ... [escalera escheriana] <--------> ... ... (subir) ..... ... ↓ ... (bajar)
[escalera normal].

 Lo normal es esto: "subir () o bajar ()" en dos tramos temporales diferentes y consecutivos: o ↓: ......... (cambio de sentido) ↓...↓...↓...↓....    

 Por una escalera se puede "subir o bajar" (o ↓) en dos momentos diferentes; pero no "subir y bajar" () en el mismo punto temporal ... ¡a no ser que sea un escalera moebiana, en la que subir y bajar no sean actos diferentes, sino el mismo acto, de tal forma que cuando se sube se baja, y cuando se baja se sube, en un "subebaja" o "bajasube" permanente!

 En el cuadro de Escher, aquello que debería consistir en un único acto moebiano de "subebaja" (), ejecutado por el mismo hombrecillo-moebiano (habitante de un espacio moebiano), se representa por medio de dos actos diferentes y separados, "sube" () / "baja" (), realizados por dos hombrecillos distintos (habitantes de un espacio euclídio usual n-dimensional).

 En el cuadro, la conjunción entre subir y bajar se ha transformado en disyunción; la contigüidad en simultaneidad; la diacronía en sincronía. 


Escalera moebiana, "subebaja" y "bajasube"

 El que baja a las catacumbas lo hace porque es un cristiano perseguido que solo puede escapar de la persecución de los romanos ocultándose en las profundidades de la tierra.

 Aquí, en "Suben y bajan", paradójicamente, los romanos y los cristianos bajan y suben unos al lado de los otros (juntos pero no revueltos), hasta el extremo de que, para encontrar a los romanos, hay que descender a las catacumbas, y, para echar el guante a los cristianos, hay que subir a "La Colina Capitolina" ("Capitolinus Mons").

Escalera dibujada sobre una banda de Moebiüs

 A esta mezcolanza tan atípica entre romanos y cristianos, entre perseguidores y perseguidos, se la puede denominar: "Comunismo capitalino (de Capitolio)".


El Monte Capitolino de Roma

 Lo irrebatible es que los hombrecillos que bajan y suben, regidos en sus ascensos y descensos por la "Ley de la Gravitación Universal", al final de ese recorrido circular a lo largo de la escalera, deberían estar en un nivel superior o inferior, en una cota más alta o más baja, varios peldaños más arriba o más abajo, con respecto al punto de partida.

 Si no es así, sino todo lo contrario, si están en el mismo nivel, en la misma cota, en el mismo escalón del principio, se trata de una paradoja que es necesario explicar.

 Una paradoja no se explica, se interpreta.

 Lo paradójico, como estamos demostrando aquí, es que puede haber múltiples interpretaciones -"paradójicas" y "no-paradójicas"- de una paradoja.

 Llegado el caso, es posible concluir que tal paradoja abordada como paradoja no es para nada paradojal.

 Sorprendentemente, lo paradójico o paradojal no busca confundirnos, sino mostrarnos esa verdad que siempre es paradojal (porque ha mordido una punta de lo real).

 Si lo importante es preservar la verdad de ese efecto de degradación verdaderamente mortal que conlleva su banalización, la captura suicida por el saber que todo lo sabe, por el holosaber, ¿no es un buen método para proteger la verdad, esa auténtica especie protegida en vías de extinción, alimentarla con todo tipo de paradojas que, al malentenderla, al descolocarnos y confundirnos, hacen que vuele libremente?

 La paradoja chafa totalmente nuestro ideal de saber absoluto, no socavado por la hendidura mortal (no mortífera) de la castración.

 Lo mortífero es la consecuencia de la forclusión de la herida castrativa, del notodo, que aniquila la verdad más singular (el goce).

 Un ejemplo verbal, no pictórico-escheriano, de hendidura castrativa, dolor fértil que salva, que preserva la verdadera verdad (trabalenguas-paradójico):

 "Confucio confabulaba
una confusa
confabulación
confundido no confiaba
en la confundida
confabulación 
que Confucio acababa
de confabular".

 Una frase corta del paradójico Confucio en la que se dice una verdad verdadera, una verdadera verdad:
 
 "Observa sus defectos y conocerás sus virtudes".

 De la verdad solo disponemos, al igual que del goce, de fragmentos, cachos, trozos, pedazos.

 Con alguno de estos pedazos de goce tenemos que sostener la verdad de nuestra existencia (que es siempre sinthomática).

 Cuando fracasa toda explicación, al haber sido abandonado el terreno firme de la verosimilitud, solo queda agarrarse al clavo ardiente de la construcción interpretativa, de la conjetura.

 Este mismo razonamiento paradojal, sofístico, vicioso, confuciano, en el que los clavitos no encajan en los agujeritos, se puede aplicar exactamente igual a los hombrecillos u hombretones escherianos que -"en apariencia"- suben y bajan, aunque -"en realidad"- siempre retornan al mismo escalón.

 Una buena interpretación del cuadro de Escher es a través de la letra y la música de un tango; por ejemplo, el tango "Volver", de Carlos Gardel:

 "(...) Y aunque no quise el regreso

Siempre se vuelve al primer amor
La vieja calle donde el eco dijo
Tuya es su vida, tuyo es su querer
Bajo el burlón mirar de las estrellas
Que con indiferencia hoy me ven volver..."


Los hombrecillos de Escher suben y bajan al ritmo de un tango: "volver... volver..."; Carlos Gardel

 He dicho "en apariencia" porque, a pesar de que unos suben, suben y suben, suben más y más, pedaleando, peldañeando, hacia arriba (los otros hacen lo contrario), después de un corto lapso de tiempo, el suficiente como para realizar un giro de 360º, recorriendo en su totalidad la longitud de una escalera circular, regresan al mismo peldaño desde el que se dio el pistoletazo de salida.

 La conclusión es cristalina, aunque agotadora.

 Independientemente de que hayan estado subiendo (o bajando) todo el tiempo, y lo sigan haciendo sin parar, de forma incansable, "en realidad" no han subido (o bajado) ni una pulgada (de pulga), de más o de menos, viéndose impotentes para poder alcanzar, por "semper et aeternum", una cota más alta o más baja.

 Todos permanecen al nivel del mar.

 Ni el Olimpo ni el Averno les queda cerca.

 Están siempre entre la tierra y el cielo.

 El no poder dejar de subir, a pesar de que todo llama a "una bajada", ¿no evoca el fantasma de una erección continua, imperturbable, sostenida por un falo que no cae, que no desfallece, que no se derrumba en el mejor de los momentos, cuando se alcanza el goce orgásmico?

 ¿No nos quedamos atrapados en el cuadro de Escher por algo que no es en absoluto una paradoja, sino el fantasma de un goce para semper, aeternum, cuya referencia (¡siniestra!) es un Otro sin falla, completo, no-fallado, no-dividido (spaltüng) por el significante (A)?

 El deseo es el deseo del Otro porque lo que se desea, el objeto del deseo, es un Otro parlante, deseante, causado por un objeto que no soy yo; a ese objeto de deseo, dis-tópico, dis-tónico por no sin-tónico con ego-sum, lo denominamos objeto @

 II) La subversión de las leyes de la lógica clásica en "Suben y bajan"

 De hecho y de derecho, lo que se demuestra de forma irrebatible en esta magna y paradojal aporía o paradoja al cubo es que, si elegimos arbitrariamente, a nivel de esa escalera circular, un punto de partida y de llegada (que puede ser el mismo), marcando con una x un determinado escalón, sucede que tanto los hombrecillos que suben como los que bajan, después de dar una vuelta completa a la escalera, concluyen su andadura en el mismo punto -x- en el que había arrancado su marcha.

 Por lo tanto, esta aparente paradoja es un "efecto (defecto) de escritura", consecuencia del hecho de haber tomado la decisión -formalizada por escrito (letra x)- de que la salida y la llegada de estos eremitas se localice en el mismo escalón.

 Es una paradoja de lo más inocente que ha sido fabricada, confeccionada artificialmente, gracias a las convenciones escritas que yo mismo establezco como premisas:

"a y b, que tienen su punto de origen en x, después de haber recorrido un determinado tramo espacial (subiendo o bajando, esto es lo de menos), deberán concluir su trayectoria (necesariamente circular) en x".


Las escaleras paradójicas y el humor negro

 Si decreto (por mi santa voluntad), como una especie de axioma, que "en una escalera su principio y su final deberán estar localizados en el mismo escalón", su forma, lógicamente, obligatoriamente, será circular, no existiendo en ella ni subidas ni bajadas; mejor dicho, sus posibles y contingentes ascensos y descensos se anularán recíprocamente.

 Me he inventado algo así como un "círculo vicioso", una contradicción en acto, una escalera que, sin dejar de ser una escalera ("los hombrecillos suben y bajan"), no es una escalera ("los hombrecillos no suben ni bajan").

 Esto, más que la paradoja de la escalera, es el chiste malo de la escalera:

 "Se abre el telón; 
aparece un hombre subiendo una escalera; 
en el último escalón, se tropieza; 
se cierra el telón.
¿Como sé llama el actor?: 
<<Sinvereste escalón>>"  


Una escalera circular; Almacenes Longchamp. Nueva York (Estados Unidos)

 A través de esta escalera paradojal hemos penetrado en las escalas de la escritura.

 Hemos marcado un escalón -el que nos plazca o el que nos caiga peor- con una x.

 Esto ya es un acto de escritura con todos los honores y los privilegios.

 La apariencia es que solo hay una x, una única marca, pero, en realidad, hay dos.

 El tiempo que los hombrecillos tardan en dar una vuelta completa alrededor de la escalera determina que esa única x se divida en dos: la primera x es la marca del punto de partida; la segunda x es la marca del punto de llegada.

 Dos x, iguales y distintas, separadas por un intervalo temporal.

 Entre x-1 y x-2 solo hay un tiempo vacío, pleno de impotencia, rebosante de estatismo, de quietismo, en el que no sucede nada, en el que nadie sube ni baja.

 Es un tiempo paradojal, un "tiempo-sine-tiempo" ("un vivir que es un sin-vivir").

 Ahí, en ese tiempo vacío, no-tiempo, entre x-1 y x-2, se podría situar la muerte.

 También -¿por qué no?-, el goce.

 Dado que la naturaleza sufre de horror vacui, en ese puro vacío entre x-1 (punto de partida) y x-2 (punto de llegada), en el que solo se escucha el eco de las pisadas de los caminantes que (no) suben y (no) bajan, se deposita, como caído del cielo, una partícula imperceptible, envuelta en un plus de gozar (Lacan afirma que la única substancia es el goce; lo demás sería in-substancial).


Un círculo vicioso escalerificado
   
 Las cosas suceden aquí, en esta escalera viciosa (gozosa e hilarante), de tal forma que, aunque unos suben y otros bajan, da lo mismo subir que bajar porque, unos subiendo y otros bajando, acaban todos en el mismo escalón (como quien dice "en la misma mierda").

 Al fin y a la postre todos estamos enmierdados por igual (la parábola de la escalera, que no es una parábola sino un círculo).

 Se puede afirmar que si esto es así, tomado al pie de la letra o de la escalera, "en realidad" ninguna de las dos columnas disciplinadas de hombrecillos laboriosos sube o baja.

 Llevado al extremo de la farsa, al punto de la máxima paradoja, esto implica que subir es lo mismo que bajar, y a la inversa.

 Se pierde el sentido propio y específico de los términos:

 Subir (↑) = Bajar (↓)

 Subir() ≠ Subir (↑)

 Bajar (↓) ≠ Bajar (↓)

 Estos trampantojos escherianos, aunque nos podrían conducir al terreno de la óptica o de la perspectiva, nos lanzan de cabeza las leyes de la lógica clásica, aristotélica.


Los principios de la lógica clásica

  Se pueden sustituir los dos actos, el de bajada y el de subida, por dos letras, A y B, de tal forma que "subir" equivalga a A y "bajar" equivalga a B:

 Subir = A

 Bajar = B

 De esta sustitución letrística, propia de la lógica simbólica, resulta algo sumamente curioso.

 Mantengamos las fórmulas de arriba (¿o de abajo?), sustituyendo en ellas "bajar" y "subir" por las letras A y B.

 A = no-A (atenta contra el Principio de No-contradicción)

 A A
              }(atenta contra el Principio de Identidad)
 B ≠ B

 Es evidente, con solo leer estas fórmulas que con lo que nos encontramos aquí es con una auténtica subversión de los dos Principios fundamentales de la lógica clásica: el "Principio de Identidad" y el de "No-contradicción":

 A = A y B = B } Principio de Identidad

 A ≠ no-A} Principio de No-contradicción

 Si A es igual a A es porque "El ser es" ("Principio de Identidad").

 Si A no es igual a no-A es porque "El ser no puede ser y no ser al mismo tiempo" ("Principio de No-contradicción").

 Parménides de Elea (540-470 a. C), siguiendo esta lógica racional, plantea que "El ser es y el no ser no es", oponiéndose a los Principios heracliteanos del cambio y de la continuidad entre las cosas que son diferentes; por ejemplo, que pueda existir una continuidad entre subir y bajar, como plantea Escher en su tesis. 

 En el cuadro de Escher la trangresión los dos Principios fundamentales de la lógica lo acerca a la Otra-escena del sueño, regida por el proceso primario, que se caracteriza idem eadem idem por la derogación de los "Principios de Identidad" y de "No-contradicción", a causa de las acrobacias y las gracietas del significante, de sus asociaciones externas, puramente materiales, homonímicas y homofónicas.

 En un sueño, cualquiera se puede des-identificar y contradecir hasta el hartazgo, hasta el extremo del nonsense más caprichoso, chistoso y gozoso:

 "(...) las reglas decisorias de la lógica no tienen validez alguna en lo inconsciente; se puede decir que es el reino de lo alógico". (Freud S.; Esquema del psicoanálisis; En: Obras Completas XXIII. Buenos Aires: Amorrortu, 1997, p. 133-209).

 El sueño puede utilizar recursos imaginarios como suplencia con el fin de representar determinadas relaciones lógicas (la negación, la relación de causalidad, etc.) para las que carece de los medios simbólicos de expresión (el significante "no").

 ¿Es el cuadro de Escher la representación imaginada de un sueño de Escher?

 ¿O es más bien un intento de escribir, de escriturar, lo imposible, lo real?

 Podría ser las dos cosas.

 Si fuera así, muchas cosas se aclararían (otras seguirían estando en la sombra).

 No descartando esta posibilidad (la de la trama onírica escheriana), no deja de ser cierto que por el "Principio de Identidad" "un cuadro es un cuadro y un sueño es un sueño".

 Mal que nos pese el cuadro y el sueño tienen diferentes formas de mentir (¡y de decir la verdad!).

 Aunque yo tampoco descartaría que este cuadro de Escher tenga una función de recuerdo encubridor (que es una de las maneras en que el olvido se transforma en recuerdo).

 Si nos fijamos en cada uno de los escalones que escalonan esta extraña escalera debido a su forma circular, proyectada totalmente en el mismo plano (representado por la azotea de la casa), nos encontramos con una imagen repetida: la de una pareja de hombrecillos gemelos que, en su marcha andariega, coinciden en el mismo escalón, uno subiendo y el otro bajando.

 Como psicoanalistas, todo lo que huele a repetición no huelga (de huelga y de holgar), más bien debería llamarnos al tajo, al trabajo, haciéndonos aguzar el sexto sentido de la escucha -la tercera oreja-, ya que, por ahí cerca, en las inmediaciones, ronda ese goce bajo y rastrero al que no debemos fallar. 

 Los gestos corporales sincronizados que realizan cada uno de los miembros de la pareja gemelar sobre la plataforma escalar, adelantando cada uno de ellos su pierna hacia arriba o hacia abajo (en dirección al siguiente escalón), guardan entre sí una relación de simetría.

 Su acto solo se diferencia por el sentido de la marcha andariega: "hacia arriba" () o "hacia abajo" (↓).


Suben y bajan; derecha e izquierda.

 En lo que hay que detenerse (como se detienen los hombrecillos en cada escalón), el quid de la cuestión es que los pequeños personajillos que suben y bajan no son personajillos, sino significantes que suben y bajan en un grafo (como el de la cesta de la compra o el de la cotización de las divisas).


Las subidas y las bajadas del significante

 Escher sitúa al significante que baja y al que sube en el mismo escalón, es decir, a uno en el eje de coordenadas x y al otro en el y (en dos escalas de coordenadas perpendiculares entre si).

 Desde el punto de vista imaginario, en su condición de semblantes ("el hábito hace al monje"), los hombrecillos-significantes mantienen entre sí una identidad completa, con la excepción del sentido de su marcha ("arriba-abajo").

 La pareja gemelar y opuesta de significantes "sube-baja", que se sostienen como tales y cuales en su propia oposición, en su pura diferencia, se desplaza sincrónicamente en el tiempo y en el espacio: "Quedamos a tal hora (siempre la misma) en tal escalón (siempre el mismo)".  


 Si tomamos cada uno de los escalones como un campo de fuerzas en el que el impulso de subida y el de bajada están representados por una magnitud vectorial, al tratarse de dos vectores de la misma
magnitud pero de signo distinto (+ y -), su sumatoria es cero.


Resta de vectores
 
 ¿Qué significado puede tener el hecho de que en cada uno de los escalones de esa escalera circular que no va a ningún sitio, que da vueltas en redondo como un tiovivo, haya dos hombrecillos idénticos y en la misma postura, solo que uno baja y el otro sube?

  Lo más fácil es pensar en algo del orden de la especularidad: la relación imaginaria entre dos hombrecillos-pequeños a (otro minúscula).

 En cada uno de los escalones se reproduciría la escenografía de un petit "Estadio del espejo".

 Los dos hombrecillos que en cada uno de los escalones suben y bajan podrían representar el desdoblamiento imaginario entre el yo y el otro-yo (el semejante): m <----> i (a)

 Esta interpretación deja escapar lo esencial del efecto trampantojante, enojante, perturbador, paradojante, que desencadena este cuadro de Escher en cada uno de nosotros.

 Ya escucho a Lacan, preguntando desde el más allá o el más acá: "Y, en todo esto, ¿dónde está el prójimo, lo más próximo (interior) y alejado (exterior) de cada uno de nosotros?"

 Es cierto que en cada escalón se repite la misma imagen cautivante.

 Pero, si más allá de la veladura de lo imaginario, en el fondo se trata de significantes que suben y bajan por una escalera, resulta que su identidad solo se sostiene por su diferencia: el significante que sube es el que no-baja; el significante que baja es el que no-sube.

 Sube <---> no-baja

 Baja <---> no-sube   

 III) Una interpretación cinemática y no-euclídea de "Suben y bajan" 

 Aquí se trata de otra cosa (o de la Otra-cosa).

 Con la repetición del mismo escalonamiento en todos los niveles de la escalera, escala, escalada..., en esos escalones-trampa que se caracterizan por ser "acojonan...", "descojonan...", carcajeantes, hilarantes, ironizantes, desternillantes, despepitantes, desrealizantes, descabalgantes, descabalantes, desatornillantes, despachurrantes, desasosegantes, desampararantes..., sobre todo y ante todo, decepcionantes -"des-, des-, des-, des-..."-, lo que se intenta es destacar y desatascar la matriz estructural de la escena escheriana, su lógica constituyente, constructiva, que se reproduce en todos y cada uno de los puntos-escalones del cuadro-escalera.

 La estructura típica de una planta se reproduce en el conjunto y en cada una de sus partes.

La estructura de la planta, que permite identificarla, es compartida por la propia planta en su totalidad y por cada una de sus partes (desde lo macroscópico hasta lo microscópico)

 ¿Cuál es la lógica estructural a partir de la cual se construye ("la construcción" como escritura) este cuadro de Escher?

 Una escalera, cualquiera sea su forma, circular o longitudinal, tiene dos sentidos: uno de subida y otro de bajada.

 Dos personas pueden deambular al mismo tiempo por la escalera, mientras uno sube el otro baja.

 El que sube habrá comenzado su ascensión en la parte baja de la escalera.

 El que baja habrá comenzado su descenso en la parte elevada de la escalera.

 Esta condición lógica y natural no se cumple en el cuadro de Escher: los que suben y los que bajan inician su ascenso o descenso en la misma parte de la escalera (que puede ser la parte alta o baja; nada en la representación nos permite decidirlo).

 Si el que ha subido escaleras arriba quiere volver al punto de partida tendrá que retroceder y recorrer en sentido inverso -de bajada- el mismo tramo de escalera que ha ascendido.

 Si el que ha descendido escaleras abajo quiere volver al punto de partida tendrá que retroceder y recorrer en sentido inverso -de subida- el mismo tramo de escalera que ha bajado.

 Los hombrecillos de Escher, tanto los que suben como los que bajan, siempre vuelven al escalón del que han partido sin necesidad de bajar lo que han subido o de subir lo que han bajado.

 En una escalera como dios manda si uno sube, aunque luego baje, y otro baja, aunque luego suba, nunca se encontrarán a la vez en el mismo lugar de la escalera (ni al principio ni al final); siempre estarán en lugares opuestos, uno arriba y el otro abajo, o a la inversa.

 En una escalera paradójica, escheriana, si uno sube todo el tiempo y nunca baja, y el otro baja todo el tiempo y nunca sube, tanto los que suben sin parar como los que bajan sin parar van a coincidir siempre en el mismo escalón, arriba o abajo.   

 (I) Escalera ortodoxa:  

 -Hombrecillos-1: sentido dextrógiro: "sube... baja...".

 -Hombrecillos-2: sentido levógiro: "baja... sube...".

 -Cuando unos suben (1) los otros bajan (2):-↓.

 -Cuando unos bajan (2) los otros suben (1): ↓-.

 Entre los hombrecillos 1 y 2 de la escalera católica, ortodoxa y romana, se produce una permutación de los términos "sube-baja": 1-2 <---> 2-1.

 (II) Escalera escheriana:  

 -Hombrecillos-1: sentido dextrógiro: "sube... sube".

 -Hombrecillos-2: sentido levógiro: "baja... baja".

 -Cuando unos suben (1) los otros bajan (2):-↓.

 -Cuando unos suben (1) los otros bajan (2): -↓.

 Entre los hombrecillos 1 y 2 de la escalera catódica, heterodoxa y hereje, no hay permutación de los términos "sube-baja": 1-2 ---> 1-2.

 La escalera ortodoxa mantiene una simetría entre "suben y bajan".

 En la escalera paradójica-escheriana se produce una ruptura total de la simetría entre "suben y bajan".

 La escalera-escalera, la de toda la vida, el objeto familiar, heimlich, es especularizable.

 La escalera escheriana, no-especularizable, extrañamente familiar (unheimlich), tiene el estatuto de objeto @.

 Esta escalera heterodoxa por paradójica, entrampante, electrizante y caóticamente catódica, líquida, resulta que nos deja siempre en un ¡Ay!; no tanto porque nos quedamos con la miel en los labios, al borde de la insatisfacción, sin poder entrar en la Tierra Prometida, sino porque nos deja sin recursos, desamparados, por decirlo así, en chino mandarín, "hilflosigkeiteados".

 Nos sitúa en esa posición radical del deseo que es la de la división (/), la tachadura, la abolición del sujeto, allí donde ya no puedo saber más porque el saber ya no da para más, ha llegado a su límite sapiencial, se confronta a su propio agujero en el saber.

 Por otro lado, es esta misma falta en el saber, esta carencia en ser, lo que nos sostiene, a pesar de nuestros pesares, del peso inevitable de la culpa, como deseantes.

 La escalera azoteística, patética, no es un sujeto, sino un objeto.

 Por esto mismo, en su estatuto de tutto real, de tubo comunicante, de @, no es analizable, lo que es de esperar tratándose de una escalera que suele hablar poco, por no decir nada.

 Sin llegar a ser mutista, es todo lo contrario de ilustrada, aunque se la podría calificar, quítame allá esas pajas, de letrada.

 Escaleras, las hay de todo y para todos los gustos, de grandes palacios y de casas humildes, pero lo que comparten todas es que, más allá de recibir el peso de todos y de de todas, son muy circunspectas, gente de pocas palabras.

 Aunque nunca lo abandonemos del todo, hasta que la muerte nos separe, debemos abandonar toda esperanza de dar un sentido, de analizar, como si estuviésemos ante las mismísimas puertas del infierno (aunque se trate de una escalera y no de una puerta), esa escalera-real.

 Nos faltan o nos fallan las palabras, no disponemos de los significantes escalares que nos permitrían significar esa escalera que, por este motivo, se ha convertido en un engendro monstruoso, en una brutalidad aristotélica, que desafía cualquier virtud, que subvierte cualquier bien.

 La escena de la azotea es la representación de la escena del fantasma, con los representantes de la representación, vestidos de monjes, girando alrededor del patio de luces, el agujero central que hace presente en su "no-hay" el fading del sujeto, su borramiento.

 Los hombrecillos-significantes, un escalón arriba, un escalón abajo, son impulsados, en su desplazamiento que bordea el patio de luces, por ese auténtico y real objeto causa del deseo, la escaler@ o @escalera, que nos tiene en un ¡@y! o en un "quizás no h@y".

 Esta escalera escheriana nos desespera porque no nos espera, no tenemos en ella, en su escalinata, un lugar dispuesto para nosotros desde la eternidad, insignificantes y desvalidos hombrecillos; no nos abre sus barandillas amorosas para acogernos en su regazo, para recogernos, ampararnos, en un abrazo de reconocimiento y perdón.

 Es, más bien, como la Madrastra del cuento, una escalera que nos rechaza, que se hace presente como un mal, el mal mayor, el peor mal, aquel que tiene que ver con la ausencia, con la verwerfüng del Soberano Bien.

 Es una escalera que, en su desmedida insistencia escalerizante, escandalizante y encolerizante, no nos convoca a sus áridos y cansados escalones como sujetos del lust o del unlust, sino como lo que somos, como objetos del goce.

 La escalera heterodoxa, hereje, imposible de identificar a ningún bien, a ningún ideal, se la puede considerar como el auténtico e irrepetible lugar del crimen, del trauma, del pecado original, causado por la falta originaria; el lugar perdido a donde vuelve siempre el asesino lenguajero, siguiendo sus propias huellas, sus pasos significantes, para caer, una vez más, en una especie de repetición fatal, en idéntico latrocinio, estafa sin igual, sin parangón, medida ni proporción; es ahí, entre escalones, donde se lo podrá pescar, pillar, echar el guante, todos los guantes del mundo, siempre insuficientes, que cubrirán, de aquí a la eternidad, las infinitas escaleras.

 La escalera catódica y caótica es el lugar pecaminoso por excelencia, el escenario excelente de todos los excesos, allí donde se acumulan los excedentes, las sobras, sean las de la señora marquesa o del proletario más miserable y alienado (por este motivo, los porteros de las casas suelen evitar limpiar las escaleras, nunca saben con qué se van encontrar, sobre todo en el género de lo inmundo y degradado).

 En resumidas cuentas, hay que evitar la ocasión porque, si se presenta, es imposible no pecar con una escalera, la tentación es irresistible, aunque se trate de un objeto absolutamente inadecuado, poco propicio para fornicarlo, para establecer con él relaciones de coyunda (su frígida y espantosa frialdad, su anestesia insuperable, son conocidas por todos y todas).

 ¿Cuál es la verdad de esta escalera, que parece que ha adquirido vida propia, debido a que es la escalera de Escher?

 Lo real.

 Pero lo real, por estructura, implica que no existe "La verdad" de esta escalera real (que se ha convertido por ello en una escalera sin fe) ni la de ninguna otra escalera supuestamente verdadera (por eso, Don Juan, no es el hombre que busca la verdad de la mujer, esa que no hay o que la hay notoda, sino que trata de alcanzar, a través de todas las mujeres, "La Mujer verdadera" o "La verdadera Mujer", la mujer no-tachada que, por ello, no-existe).

 No hay ninguna escalera verdaderamente verosímil a la que podamos otorgarle fe; la única verdad de la escalera es la del goce que, como no se sostiene en ninguna verdad, exige dar testimonio de él vez por vez (y esa vez no sirve para la vez siguiente):

 "Señora marquesa de todos los marquesados o señor proletario de todos los oprimidos del mundo, hagan ustedes su pase escalar, y dígannos: <<¿cómo gozaron ustetes marquesílmente o proletariamente con esa escalera?>>".

 Nadie puede recorrer esa escalera, subirla y bajarla hasta el final, hasta los restos, y permanecer inocente después de haberla consumado en toda su circunferencia, en sus redondeces, hasta el último grito, el alarido terminal, animal, que anuncia el climax, que expresa el súmmum del goce.

Esta escalera de nuestros sueños y pesadillas, como Summa Gozosa, al indicarnos que el hombre no está hecho para una escalera ni ésta para aquél, nos anuncia, con el mismo enfasis, con el sonido de las trompetas del Juicio Final, que el varón -mejor dicho, su goce- no está hecho para la mujer ni ella -mejor dicho, su goce- para él (la discordancia de los sexos, su no-complementariedad, la suplementariedad de los goces); en resumidas cuentas, para expresarlo en romanche, lengua bien rara donde las haya: "La relación sexual no existe".

 Hay todas las formas de goce habidas y por haber -¡hasta que el cuerpo aguante!-, menos la que debería haber -¡la normal!-, la que no hay (este es el meollo del malestar en la cultura, de cualquiera de la culturas que el hombre invente para evitar el malestar en la cultura, que, del goce, solo tenemos la cáscara, nos falta la nuez).

 Aunque no se perciba, a esa escalera electrizante, electrocutante, necesariamente le tiene que faltar un escalón; no un escalon x que debería tener o no tener, de acuerdo a la lógica castrativa, fálica; no un escalón de derecho, simbólico, presente-ausente, sino un escalón real que se sustrae a cualquier escalonamiento significante, de una escala absolutamente informulable por el saber al carecer de expresión escrita.

 Falta la letra "escalón del sexo" que permitiría escalar del escalón viril al escalón femenino, y a la inversa.

 Lo sabemos porque entre-los-sexos siempre perdemos pie, tropezamos, trastabillamos, nos malentendemos.

El juego de la silla


 Igual que hay un "juego de la silla", cuya gracia y desgracia se basa en lo real, en el hecho de que hay una silla que está forcluida debido a que no hay ningún símbolo que la represente o letra que la escriba, se puede hablar de un "juego de la escalera", el que juega Escher con nosotros, en el que en vez de ser una silla la que falta se trata de un escalón, "el escalón perdido" (el que hace que los hombrecillos no puedan dejar de dar vueltas alrededor de esa escalera circular).

 La clave se encuentra en la pareja gemelar, posada por igual, como iguales, en cada uno de los escalones, en una actitud de tamaña identidad que resultan indistinguibles, a no ser por el sentido de su marcha: dextrógiro o levórigo.

 Son esforzados hombrecillos, los cuales, "subiendo por subir" o "bajando por bajar", un peldañito arriba o abajo, de más o de menos, cargan sobre sus espaldas cheposas con el peso insoportable de un aburrimiento mortal (fenomenológicamente primo hermano de lo real).

 La escena escheriana encajaría a pedir de boca con una secuencia cinematográfica fijada, detenida, en cada uno de sus fotogramas (¿le gustaría a Escher el cine?).


Los fotogramas escherianos

  Es cierto que el juego de "Suben y bajan" nos engaña y seduce como lo hace el cine; pero, si real o irrealmente, cada uno de los escalones correspondiera a un fotograma no habría dos hileras de hombrecillos que ascienden y descienden; no estaríamos viendo una secuencia cinematográfica, una cinta sin fin, que se pasa permanentemte, de dos hileras de hombrecillos que suben y bajan, sino la secuencia, detenida en sus fotogramas sucesivos, de dos únicos hombrecillos, uno que sube y el otro que baja. 

 Los fotogramas, a diferencia de los hombres de carne y hueso, están desprovistos de patas; no se desplazan por el mundo dando vueltas alrededor de una escalera circular.

 Aunque no deja de ser verdad que un director de cine, en su condición de dueño y señor de sus personajes, hace con ellos "lo que se le canta" (¡siempre que esté dispuesto a ajustarse al guión!).

 Aquí el guionista es el amigo Escher o el amigo de Escher, el cual, porque le sale de eso innombrable llamado cataplines, por sus santos "cojo..." o deseos, nos toma el pelo de lo lindo, no parando ni por un momento de descataplinarse cataplinadamente de nosotros.  

 En cada escalón de esta escala escalonada y redundante solo se encontrarán dos hombrecillos, dos hombrecillos solos ("Solos ante el peligro"), los cuales, por un instante que puede ser eterno, cruzarán quiasmáticamente, en una desviación imperceptible, en un clinamen, sus destinos, sus caminos, subiendo y bajando (en aquella época no existían ni los ascensores ni las escaleras mecánicas).


El clinamen imperceptible -"inconsciente"- de los hombrecillos escherianos


  El destino de estos hombrecillos escherianos puede ser de lo más estúpido, inane e insulso; nada de grandes hazañas, de logros excepcionales: "el deseo, pasión inútil", como afirmó un filósofo que sabía mucho de la existencia.

La gramática quiasmática de Escher, en su sube y baja (la doble hélice del ADN)

 Si se descarta la interpretación fotogramática o fotodramática solo nos queda la gramática catenaria: dos cadenas de hombres gemelares (monocigóticos), que suben y bajan de forma paralela, entretejidas quiasmáticamente, cosidas eslabón a eslabón.

 Esto de la gramática de lo catenario nos vuelve a llevar al dominio del amo, al lugar-amo del significante (S1).

 Por consiguiente, en Escher, se trataría de la gramática catenaria del significante, con sus sobresaltos, bajadas y subidas, contratiempos y desencuentros, pelín arriba, pelín abajo.


Segunda interpretación de los hombrecillos escherianos: dos cadenas o filas indias

 ¿Por qué azaroso destino los dos miembros de cada una de las columnas de hombrecillos, que avanzan paralelamente en sentido opuesto, coinciden siempre en el mismo escalón, conformando una parejita de allí en más inseparable ("Hasta que la muerte nos separe")?

 ¿Estos encuentros azarosos, imprevistos, inesperados, no se dan únicamente en el terreno del amor?

 Conclusión: los dos hombrecillos escherianos que comparten el mismo escalón, que han hecho de ese único escalón su pequeño o gran nido de amor, se aman apasionadamente.

 Por este desesperado motivo, inspirados por un amor a prueba de escaleras, son incapaces de separarse ni por un instante.    

 A no ser por el Amor, por el gran Eros, que todo lo junta, que todo lo reúne (ya se sabe que lo único que separa, el factor disolvente, es el goce), sería algo sorprendente e inaudito, casi un acontecimiento, el hecho de que ambos dos se encontrasen, con tal perfecta sincronía, a la par, en cada escalón (¿usan un reloj cuántico?).

 Nos quedamos meditando... "A no ser que lo que les mueva a encontrarse sea un deseo (sic)"

 La longitud de su zancada, la velocidad de su marcha, la resistencia del viento, tendrían que estar perfectamente equilibradas y acompasadas para que los dos hombrecillos pudiesen, con puntualidad inglesa, citarse en cada escalón al tea time (sin olvidar que subir consume más esfuerzo y tiempo que bajar).

 A ninguno de estos dos personajillos repetidos se les enfría el tea.

Alicia y el tea time

 Esta situación ideal, tan absolutamente sincronizada, solo puede tener lugar en el vacío (donde no corre ni el viento).

 Esto no pasa ni en el circo, solo en los dibujos de Escher, que no son nada naturales, como la vida misma.

 Son como las matemáticas o la física mismas.

 Se puede considerar que lo que sucede o no sucede en la azotea, libre de lluvias y de vientos, acontece en una situación ideal, por decirlo así, cuasi experimental, en el laboratorio del físico-matemático, Escher.

 Sería algo parecido al movimiento ideal, perfectamente sincronizado de un péndulo, en una atmósfera sin rozamiento.


El movimiento ideal de un péndulo

 Esto es un imposible.

 La segunda posibilidad no es la de dos filas o columnas de hombrecillos que mantienen entre si, subiendo y bajando, un perfecto paralelismo, una absoluta simetría, sino la ascensión y el descenso continuo de dos únicos hombrecillos, al modo de una secuencia cinematográfica que se nos presenta detenida, fijada, congelada, en cada uno de sus fotogramas.


Los fotogramas escherianos

 Esta última hipótesis introduce la cuestión del tiempo.

 Un hombre que sube y otro que baja, que comienzan su caminata en el mismo escalón, por muy hermanados que estén, por mucho que se quieran, deberían, con el paso del tiempo, distanciarse, alejarse cada vez más el uno del otro.

 Este distanciamiento solo sería posible si se tratase, como es obvio, de un hombre y de una mujer, los cuales, a causa de su diferencia sexual, anatómica, de su modo heterogéneo de gozar, por mucho que se acerquen nunca acaban de juntarse, al aproximarse no cesan de alejarse.

 Esta es la paradoja de la relación sexual que no hay al estar interferida, atravesada, horadada, por los goces heteróclitos.

 Si esto es así o asao, si hay alienación pero no separación, es porque estos dos hombrecillos, gemelos hasta en los pelos de la barba, pertenecen al sexo masculino; ambos son "Caballeros del Falo Redondo"; portan, en su escudo de armas, el emblema, la insignia, del goce fálico.


"Los Caballeros del Falo Redondo"

 De esto se puede concluir que en esta pintura de Escher el tiempo no transcurre, se ha detenido (el vagón está en vía muerta); los hombrecillos, en contra de todas las apariencias, están fuera del tiempo; no están des-nortados ni des-moralizados, sino des-temporalizados.

 Los fotogramas escalonados captan la instantánea del estado inerte, vaciado de tiempo, de cada una de estas parejitas en conserva, auténticas piezas de museo ofrecidas a la desertificación de la mirada.

 ¿Los hombrecillos de Escher no encarnan el aburrimiento mortal de nuestras sociedades tecnificadas, descapitalizadas de todo deseo, entregadas al goce sin freno, cuyos miembros giran sin parar sobre si mismos, avanzando en el no-tiempo hacia el no-lugar (no time, no place)?  

 Otra hipótesis: ¿acaso los personajillos de Escher no estarían desplazándose sino por una escalera curva, no-euclidiana?

 Es una posibilidad.

 Si cada una de las parejas de hombrecillos permanece agarradita y calentita en cada uno de los escalones es porque, desde que iniciaron su andadura por esos andurriales azoteísticos, no se han separado, distanciado el uno del otro, ni un milímetro.

 Aparentemente, uno sube y otro baja, pero ninguno de los dos gana en altura o en profundidad con el paso del tiempo, permaneciendo amarraditos ad aeternam en el mismo escalón.

 ¿No será que en esta "jodi..." dis-representación no existe ni altura ni profundidad (no se trataría de un espacio euclídeo n-dimensional, sino de un espacio curvo, no-euclidiano)?

 La clave es la siguiente: esta escalera escheriana tiene, mal que nos pese, una estructura moebiana.

 A "la escalera de Escher" la podemos denominar "la escalera de Möbius".


Una escalera moebiana
  
  Una escalera moebiana (como la de la figura superior) es una escalera en la que "el arriba" se continúa sin solución de continuidad con "el abajo".

 Dicho de otra forma, una escalera moebiana es una escalera en la que no hay "arriba" ni "abajo".

 De hecho, casi como el efecto de un hechizo, una escalera trazada sobre una banda de Moebius sería, como la propia cinta, una escalera unilátera, sin espesor, con un solo borde, en la que no habría ni exterior ni interior.

 Esta escalera se las trae como escalera, porque ni acerca ni aleja; sería un escalera de lo más atrabiliaria, cómica, en su rara extravagancia.

 La conclusión particular de este principio general es que una escalera moebiana es una escalera por la que no se sube ni se baja.

 Dicho de la mejor forma posible, con el mayor respeto del mundo, una escalera moebiana es una escalera por la que se está continuamente subiendo o bajando.

 Todavía mejor que mejor, del mejor de los modos posibles e imposibles, una escalera moebiana es una escalera que se caracteriza por un continuo "sube-sube" y "baja-baja".

 Por fin o fin por, una escalera moebiana es una escalera escheriana.

 Y una escalera escheriana es una escalera moebiana.

 Rizando el rizo, una escalera moebiana es una banda de Möbius.

 ¿Qué es una banda de Möbius?

 Es una simple y humilde tira de papel (bilátera) a la que se retuerce por la mitad y, a continuación, se pegan sus extremos.

La construcción de una banda de Möbius

 Esta operación permite construir una figura topológica que consiste en una banda unilátera, continua, sin diferencia exterior-interior; de tal forma que un ser extraplano que circulase por esta bandurria (tira tan tirada que hasta carece de espesor) pasaría, sin solución de continuidad, sin haber atravesado ningún borde (solo tiene una cara), sin ni siquiera darse cuenta, de afuera a adentro, de arriba a abajo, y viceversa.


El arriba-abajo moebiano o escheriano

   Si una hormiga extraplana, partiendo de un punto cualquiera de una banda de Möbius, diese una vuelta completa, cuando haya recorrido la mitad de su recorrido (valga la redundancia) estará en la cara opuesta (???) a la que ha partido, solo que cabeza abajo; al completar su tournée, habrá vuelto, con la cabeza bien alta, a la línea de salida ("la cara opuesta a la cara opuesta a la cara opuesta...").

 La hormiguita atómica, girando sin parar en una escalera-moebiana, manteniendo el mismo rumbo, no subirá y luego bajará, o a la inversa, sino que, volviendo sin cesar al punto de partida, siempre estará subiendo o bajando (la diferencia entre subir y bajar es una cuestión convencional que depende de la perspectiva que elija un observador externo a la banda; si se tratase de un observador interno, incluido en la banda, no sabría en ningún momento si baja o si sube).

 Yo mismo, si me place, puedo colocar dos hormigas extraplanas sobre una escalera-moebiana.

 Como observador externo puedo decidir, si me peta, que una de ellas -la "hormiga-1"-, esté siempre subiendo, mientras que la otra -la "hormiga-2"-, que sigue el mismo camino que la primera, esté siempre bajando.

 Veremos cómo, a lo largo y ancho de una misma escalera-moebiana, circular, dos hormiguitas caminan en paralelo, la una "siempre subiendo", la otra "siempre bajando".

 Una hormiga es dextrogironiana y la otra levogironiana

 A pesar de ello, se llevan muy bien.

 La única diferencia entre las dos es que una de ellas mira estrábicamente en dirección levógira y la otra en dextrógira.  
   
 En una escalera de Möbius no solo se pierde la diferencia euclidiana entre subir y bajar, sino que hay una continuidad moebiana entre arriba y abajo.

 Al tratarse de una escalera extraplana, sin espesor, de una sola cara, con un solo borde, es imposible localizar, a no ser por convención, un arriba y un abajo.



 
El gato, ¿sube o baja?; ¿o sube y baja?
  
 Al final, en una especie de perpetuum inmobile, los hombrecillos no se han desplazado en la vertical ni un solo palmo; ni hacia arriba los unos ni hacia abajo los otros; permanecen, unos y otros, a la misma altura; solo se puede describir (narrar) un movimiento circular uniforme alrededor de la escalera.


Movimiento circular uniforme

 Lo cierto es que si uno observa la escena lo que percibe es que Los Capuleto no paran de subir y Los Montesco de bajar.

 ¿Cómo es esto posible o imposible?

 Da la impresión, el feeling, que estamos ante una especie de paradoja, estilo zenoniano, como la de la flecha que se mueve y no se mueve en el aire, que nunca alcanza el blanco, que ataca la ilusión del movimiento.



Paradoja de Zenón sobre la flecha que no se mueve en el aire

 Si el hombrecillo que sube y el que baja se encuentran siempre en el mismo escalón es porque ninguno de los dos sube ni baja.

 A pesar de ello, al fin y a la postre, aunque lleguen a la hora del postre, "no-cesan-de-no-desplazarse" ("lo imposible"), de progresar, en un progreso regresivo, alrededor de esa escalera circular.
 
 Hay dos perpetuum: inmobile y mobile.

 Están perpetuum inmobiles como in-dividuos (no-divididos), cristalizados, petrificados como yoes (perpetuum neuróticos).

 Progresan como colectivo, en conjunto, gracias al lazo social, al perpetuum mobile del lenguaje y el deseo.

 Avanzan conjuntamente a lo largo de los diferentes escalones, siempre a la par, hasta el punto que se los conoce como "la parejita del escalón".

 Hay un movimiento circular, sin subidas ni bajadas.

 Subir y bajar están en continuidad moebiana: "el-que-sube-baja" y "el-que-baja-sube" (como una especie de tobogán continuo, en el que solo uno de los dos se divierte).

 En cada uno de los puntos de esa escalera escheriana se realiza, cumple, materializa, la continuidad entre "subir" y "bajar".

 Cada uno de los hombrecillos, en tanto se desplazan por los mismos puntos de la estructura moebiana, con cada uno de los pasos que dan, suben y bajan al mismo tiempo (en el mismo punto témporo-espacial).

 Este hecho topológico, esta continuidad moebiana, no es representable en un espacio euclidiano.

 El recurso para representar esta escalera no-euclídea, el que utiliza Escher, es transformar el "arribabajo" de todos los puntos de la escalera-moebiana en dos actos separados, pero simultáneos, "subir-bajar", realizados por unos hombrecillos escherianos que "suben y bajan" por una escalera circular con propiedades moebianas.

 Los dos trazos unarios, estructurales, que anudan esta escalera escheriana con una banda de Möbius son:

 1) Su estructura circular, que pone en evidencia la continuidad de la banda unilátera moebiana.

 2) Los escalones, como representantes de la representación de los puntos de la estructuctura moebiana; en cada uno de ellos hay dos hombrecillos idénticos, uno que baja y otro que sube, simbolizando el "arribabajo" de la banda de Möbius.  


Sube y baja

 La ilusión de cualquier sujeto humano, a no ser que esté loco, es poder acceder, plácida y benéficamente, a un goce que sea un bien y no un mal, sin altibajos, subidas o bajadas, que se mantenga estable a lo largo del tiempo.

 Se trataría de un goce que no iría del cero al infinito, del defecto absoluto (la melancolía) al exceso total (la manía).

 Es decir, de un goce que no sea goce (befriedigung), sino placer (lust).

 Este goce que no es goce sino placer se situaría entre el umbral superior y el inferior del campo homeostático regulado por el "Principio del Placer".

 Insistimos, si esto fuera así, si el goce moderara y templara sus manifestaciones gozosas, quedando reguladas totalmente sus expresiones expresionistas y sus impresiones impresionistas por el mecanismo de la homeostasis, por el retorno al equilibrio más sosegado y pacífico, ya no se trataría de goce, de unlust, de "jodi..." molestia, de malsana perturbación, de desazonante inquietud, sino de placer (lust).

 El goce siempre comporta una ruptura de las barreras, los límites, las salvaguardas de la homeostasis, lo que conlleva necesariamente un exceso, ya se trate de un "demasiado mucho" (de un "por demás") o de un "demasiado poco" (de un "por de menos"), que es sentido respectivamente como dolor (mucho) o como anestesia (poco) a nivel del cuerpo.

 Esta representación escheriana no deja de remitir a un cierto ideal, a un anhelo imposible, utópico, irrealizable en esta vida, que buscaría la estabilidad, la constancia ("contradictio in adjecto") del goce; de un goce que no suba ni baje, predecible, dotado de un movimiento circular uniforme, siempre igual, sin picos arriba (sobresaltos) ni picos abajo (infrasaltos).    

 A pesar de que en "Suben y bajan" (perpetuum mobile) nadie baja ni sube (perpetuum inmobile), hay dos sentidos: uno de bajada, el otro de subida; unos hombrecillos se desplazan en sentido horario, los otros en sentido antihorario.

 Para garantizar un buena circulación en la azotea, fluida, sin atascos, se necesita un "guardia de la circulación".

 Aunque no se observa en esta azotea la presencia de ningún policía de tráfico, es tal la fluidez de la circulación que haberlo haylo.

 Esta escalera de subida y de bajada es un ejemplo de disciplina peatonística, de respeto íntegro y total al código de la circulación, de sometimiento al controlador del tráfico, de buena educación y buenas maneras.

 Si los hombrecillos de Escher circulan arriba y abajo al ritmo que les marca el discurso del amo y, a pesar de ello, no se divisa ningún amo, ningun guardia de la porra en las inmediaciones, en el horizonte azoteístico, es porque cada uno de ellos porta un amo en su interior (están identificados al amo).


Ponga un amo en su vida, le irá de lo peor

 Todo sujeto humano, por cobardía, necesidad de sometimiento, porque no sabe quién es... anhela tener un amo, un conductor que dirija sus pasos, que le marque el ritmo, que le diga a dónde debe ir, encaminarse, qué es lo que está mal y lo que está bien (La psicología de las masas: todo amo, como alguno en el que estoy pensando ahora, es un auténtico moralista).

 El problema surge con el goce, la sexualidad, que se muestra extremadamente rebelde al discurso del amo.

 El goce, que se suele "tomar las de Villadiego", tiene sus propias vías de realización, de satisfacción, por lo que se resiste a ser dirigido, ordenado, normalizado, reconducido por el buen camino, el camino recto, de todos.

 Es cierto que ese goce rebelde, resistente, se puede encontrar entre otros sitios en una azotea.

 Sabemos que lo más habitual es hallarlo, a buen recaudo, en un sótano, en los bajos fondos o desprovisto de cuaquier tipo de fondo; incluso, si me apuran, no es raro toparse con él en las letrinas, en esos lugares donde abundan los restos inmundos, los residuos innombrables, pero, como no tenemos nada contra las azoteas, porque cualquier lugar es bueno para gozar, aceptamos la existencia de una modalidad de goce al que vamos a denominar "el goce de la azotea" (remedo y remiendo del "goce del Otro").

 ¿Es el goce de los hombrecillos escherianos el así llamado "goce de la azotea"?

 Ya hemos dicho que allí donde domina, donde sostiene su hegemonía el discurso del amo, como en esta azotea de Escher, el goce, en cualquiera de sus modalidades -¡no digamos ya "el goce de la azotea"!-, brilla por su ausencia.

 Es casi un axioma: donde están prietas las filas, donde se escucha tocar música militar (Georges Moustaki dixit), no es un tiempo propicio para cosechar el goce, ni el de la azotea, ni el del vestíbulo, ni el del piso primero o el sexto...

 En todo caso, si uno quiere salirse de la fila, romper la formación ("¡rompan filas!"), dejar de desfilar al paso marcado por los amos de este mundo, casi mejor que "el goce de la azotea" es "el rock de la Azotea", rescatado por el gran Ringo Starr:

 "Ringo Starr declaró que pensaron hacerlo en lo alto de un volcán de Hawaii y hasta en el desierto del Sáhara, pero, finalmente, en un giro genial a la idea, decidieron tocar en la azotea del edificio de la Apple Corp, en el número 3 de Savile Row, en Londres, el 30 de enero de 1969.

 Allí estaban John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr y George Harrison, los cuatro Fabulosos. Harrison se había traído también a Billy Preston para los teclados, y en los controles del equipo de grabación estaba Alan Parson. Todo muy improvisado". (Rock en la azotea; Gustavo Gil; 3 /2017).


Los Beatles, en su mítico concierto en la azotea de Apple Records, en Londres

 Además del rock de la azotea tenemos otras variedades rockeras, como el famoso "El rock de la cárcel", de Los Teen Tops.

 Este es uno de sus fragmentos más fragmentarios, que alude al goce y al director de la cárcel, al amo:

 "Un amargado no quiso bailar
se fue al rincon y se puso a llorar
llego el carcelero y le dijo asi:
<<el rock de la carcel es para gozar>> el rock
todo el mundo a bailar
todo el mundo en la prision
corrieron a bailar el rock"
.

 ¡Cuidado!, hay que detenerse en este término de azotea, que remite a la expresión tan manida y tan expresiva "estar mal de la azotea", en el sentido de tener "la azotea" (la cabeza) echada a perder, "hecha unos zorros".

  Del que "está mal de la cabeza" se dice también que "está como una cabra" (las cabras habitan en las azoteas de los montes).

 Si tomamos el término "azotea" como un constructo que condensa el objeto a y el vocablo "zote" (zoquete, ignorante, patán), habremos alcanzado, después de mucho subir y bajar, la verdadera dimensión del goce que, por su radical inutilidad, ineficiencia e inoperancia, atenta gravemente contra el discurso del amo: @-zote-a.

 "¡Que alguien azotee a los zotes, patanes, de la a-zote-a!".

 Este goce @-zote-ístico, el más zote, zopenco, zoquete, mentecato, ignorante, tonto, zafio, tarugo, del mundo, del que gozan a toda escalera, en la mayor escala, hasta en la azotea, subiendo y bajando, los hombrecillos escherianos, es el verdadero @-zote del discurso del amo, incapaz de regularlo, encauzarlo, ordenarlo, civilizarlo, a pesar de contar con la ayuda inestimable de la pedagogía, del furor sanandis y del ejercicio del poder (que fracasan en las tres tareas imposibles de: educar el espíritu, sanar el alma y gobernar el goce).
    
 En esa azotea tan extraña nadie puede subir ni bajar porque nada permite situar "el arriba" y "el abajo"; ha desaparecido toda referencia espacial a la tercera dimensión, a la profundidad; solo permanece la referencia del goce que, como cualquiera puede experimentar (¡o sufrir!) en sus propias carnes, carece de cualquier referencia, es insituable, atópica ("atopos": fuera de lugar, extraño, absurdo, raro); por este motivo, nadie se adentra en las azoteas del goce sin referencias, sin contar con "las mejores referencias" (por ejemplo, las que puede proporcionar el psicoanálisis).

 Estos hombrecillos escherianos viven en un mundo extraplano, sin espesor, por el que se desplazan a través de una escalera plantígrada, bidimensional, sin profundidad (a excepción de la profundidad del goce).

 En un mundo bidimensional se puede inscribir perfectamente una escalera moebiana.

Un mundo extraplano

 Este cuadro de Escher nos desorienta porque el conjunto de la representación, incluida la escalera extraplana, moebiana, se nos muestra en una perspectiva tridimensional, dotada de profundidad, con azoteas y sótanos (las azoteas del ideal; los sótanos del deser).

 La escena se desarrolla en la parte más alta de una casa, en la azotea de un edificio anónimo.

 Ya se sabe que los vicios más inconfesables buscan el anonimato.

 Aunque se piense que los peores vicios son solitarios, se trata de todo lo contrario: son públicos, no anónimos; colectivos, no individuales; compartidos, no solitarios; ajustados a la ley, no quebrantadores de las normas.

 Es absurda la existencia de una escalera en una azotea en la que, a excepción del cielo y las nubes, no hay nada más alto.

 Gracias a una escalera, desde una azotea se puede bajar a los pisos de la casa y, desde estos, subir a aquella (con cuidado de no caerse); pero, la escalera escheriana, en contra de su ser más suyo -escalérico-, no sirve para comunicar los altos azoteísticos con los pisiles bajos.

 Es una escalera de adorno, dispuesta ahí de cualquier manera, por innecesaria, gratuita, absurda; porque ni es escalera ni nada que se le asemeje; "no la conoce ni la madre que la parió".

 La escalera de Escher es la manifestación de una negativa radical a comunicarse.

 De hecho, solo se dedica a dar vueltas en círculo alrededor de sí misma.

 Es una escalera que goza autoescaléricamente.

 Es la mismisidad hecha escalera.

 Es una escalera-Otra, en su escalérica aescaleridad.

 ¡Que echen a esa escalera!

 ¡La "pu..." que te parió!

 ¡"Jodi..." escalera!

 ¿Cuál escalera?

 Esa misma.

 El misterio, lo imposible de una escalera que ha renegado de su ser, que se dedica a ser lo que no es.

 ¡Menuda porquería de escalera!

 "Toc, toc... -¿Quién es?-; -El sable del Coronel-; -Cierra la escalera-".

 ¿Para qué te quiero si no me sirves para nada?

 No te puedo amar, tampoco desear, solo gozardeti

 ¿Cómo amarte si eres una impresentable, no representable ni presentable desde el punto de vista estético y moral?

 Eres una escalera bochornosa, patética, la vergüenza del género escalera.

 Eres un engendro de escalera.

 Es necesario que te reforme, transforme, para que empieces a comunicarte, para que dejes de comunicar (con) lo incomunicable.

 Esta escalera, si es algo, que lo dudo, es la expresión eminente e inminente de la no-relación, donde todas las comunicaciones se ha interrumpido, donde ya no hay nada que comunicar, a excepción de lo incomunicable (por excesivamente comunicable) del goce-otro.

 Decir que la escalera azoteística no sirve de nada, afirmar que, ni por asomo, ni por aproximación,   es un bien, es señarla, signarla, única y exclusivamente como un objeto de goce.

 La escalera, la cuala, lógicamente, como toda escalera, aspira a ser amada por lo que es, por su condición de escalera, se va a sentir profundamente decepcionada cuando descubra que solo se la quiere, se la desea, como objeto para gozar.

 Se trata de una escalera sadeana, castigada, azoteada, que solo sirve como instrumento de goce.

 Es evidente que para estos menesteres es un poco grande, excesivamente rígida, poco flexible para azotearnos con ella; descomunal si el objetivo es extraer, hasta donde el cuerpo aguante, eso que no existe: un pingajo de goce.

 Ya que azotea rima rítmicamente con azotar vamos a darle a esa escalera una oportunidad para ver si nos es útil para el goce.

 La escalera imposible es un barco encallado en la azotea de la casa, un pescado fuera del agua.

 La escalera, de forma y manera extrañas, inhabituales, en contra de los usos habituales, a destiempo de los husos usuales de referencia, empieza y termina en el tejado de la casa.

 Donde está su principio, donde arranca su marcha, está también su final, el punto donde detiene su vagabundeo.

 Donde vive muere, donde muere vive.

 El efecto que produce es "el paso de la azotea": "de azotea en azotea y tiro porque me azotean".

 Es una escalera tan inservible, que lleva siempre al mismo sitio, independientemente de que uno sea arribista o bajista, altillo o bajillo.

 ¡Olvidense de gritar bien alto o de callar bien bajo porque, barítonos o sopranos, pianofortes o piano piano, dado que "chi va piano va lontano", nunca llegarán a ningún sitio!

 Siempre enredados en las palabras, en lo que queremos y no queremos decir, solo acertando ocasionalmente, cada vez que, "de higos a brevas", por unos azares de lo más azarosos, gozamos sin saber porqué, sin saber de qué, sin saber incluso que estamos gozando.   

 Una escalera que no es apta para subir ni para bajar -¡de un determinado lugar o a un indeterminado lugar!- no pasará el más mínimo control de calidad para escaleras; incluso, si esto es así, se podría plantear si tiene el derecho de seguir llamándose escalera o la podríamos llamar cacerola o patinete.

 Si sirve para algo, además de para (no) gozar, es para dar vueltas en círculo, para circular.

 ¿No estará "el" goce conectado con "la" circulación? ¿"el" con "la"?

 A lo mejor el goce no es más que la circulación del goce a lo largo y ancho de un litoral (¡o de una escalera circular!). 

 Estas dos filas de hombrecillos circulan en círculo porque algo de esa circulación les provoca un goce; solo esto puede justificar ese acto insensato, antientrópico, de "no-cesar-de-no-dar-vueltas", de "marear la perdiz" (la perdiz, al igual que el goce, son aves de vuelo corto que no resisten mucho tiempo en el aire).


El vuelo de los goces en la azotea del cielo; Archibald Thorburn (1860-1935)

 ¿Cuál es la perdiz a la que hay que marear?

 Resulta que aquí, en la azotea, no hay ninguna perdiz a la que haya que marear para poderla cazar.

 El lust del genuss (goce) se relaciona con ese acto absolutamente insensato e improductivo (desde la lógica capitalista) de dar vueltas como una peonza alrededor de la nada y para nada.

 Es la más pura y prosaica satisfacción de voltearse, volver-se, darse la vuelta -"vuelta y vuelta"-, girar, rotar, sin ninguna teleología ni teología, sin ningún finalismo ni idealismo.

 Este acto de voltearse, de re-volverse, lo podemos definir así: "dar vueltas por nada, para nada, por el más puro e impuro goce de dar vueltas".

 Con una especie de expresión redundante como "ver con mis propios ojos", el goce consiste e in-consiste en "dar vueltas por dar vueltas".

 Dan vueltas porque sí, ¡por narices!, ¡a mala leche!

 Una escalera comunica.


La comunicación de una escalera

 Su función es comunicar a seres parlantes que habitan en lugares diferentes de la casa.

 Cuando uno sube y baja por una escalera es porque tiene el deseo de comunicarse, de "establecer una comunicación".

 Si esta comunicación lleva a la comunión o a la ex-comunión eso solo dios lo sabe.

 Dar vueltas en círculo, aunque sea por una escalera comunicante, incomunica.

 En Escher hay toda una interrogación sobre lo incomunicable, aquello que fuerza, empuja, a dar vueltas en círculo, a girar alrededor de lo mismo .

 En el psicoanálisis, a eso incomunicable se lo denomina lo real (lo que ek-siste a lo simbólico, lo imaginario y lo real).

 Es lo real que anuda borromeanamente.

 Ese "real-incomunicable" (solo escriturable) se abre-cierra, sube-baja, en la escala del goce.

 Nadie sabe por mor de real lo que es el goce.

 Solo se siente, se padece, el goce, cuando uno, en el punto de máxima resistencia corporal, en el umbral del dolor, se confronta con ese real-incomunicable.

 Uno afronta, toca, en soledad, aunque no sin los otros, no sin angustia, el punto crítico del goce.

 No hay que ser muy perspicaz para captar que la atmósfera de "Suben y bajan" es de una radical incomunicación.

 Como alumnos bien aplicados, en fila, en procesión, formados y uniformados, estos pequeños mamelucos marchan, ensimismados, hacia la nada; nadie habla con nadie, ninguno se comunica con ninguno, todos, en cierto sentido, se ningunean, mientras el espesor de un silencio mortal se abate sobre esa azotea (que podría ser el círculo dantesco del infierno).

 La escalera que no comunica porque no sube ni baja es la metáfora de la incomunicación, efecto de ese real-incomunicable que embarga a estos hombrecillos.

 Cada hombrecillo está en esa cadena sin fin al lado de otro hombrecillo, en el mismo escalón, separados por una distancia infinita, medida por su incomunicación.

 Este dar vueltas sin fin, sin esperanza de llegar a buen puerto, es la manifestación de la distancia insalvable, de la incomunicación irreparable que el pecado del padre nos ha dejado como herencia.

 Ahora, lo que saben a ciencia cierta no es que "Dios ha muerto", sino que están solos, desamparados, frente al goce y la muerte. 

 No es un problema de alejamiento físico.

 Pueden estar hombro con hombro y sentirse separados por una distancia inconmensurable, sin medida.

 La cuestión decisiva pasa por ese real-incomunicable, por el goce, que se infiltra en sus vidas, "envenenándolas", transformándolos en unos extraños los unos para los otros.

 La escalera-no escalera, que cuando subebaja y cuando bajasube, nos transmite una negatividad radical, esa incomunicación tan peculiar del parlétre, especie de distancia, apartamiento, extrañeza, mediatizada por un goce incomunicable, que quiebra toda posibilidad de mediación, al romper con lo normalizante, lo consuetudinario, lo compartido por todos.

 Sobre todo, porque no existe ninguna escalera plenamente comunicativa, en el caso de que alguien aborde una escalera como un instrumento de comunicación, que nos permitiría -¡si existiese!- aproximarnos, juntarnos acercarnos, conocernos, comprendernos, empatizarnos, amarnos tiernamente (¡hasta que la muerte nos separe!).

 Si a esta escalera tan rara, que no cumple con todos o con ninguno de los estándares de calidad, con sus obligaciones de "comunicación-entre", de ser como debe ser escala, escalera o escalar, si la tomamos a la remanguillé, como un instrumento significante que teóricamente serviría para facilitar las subidas y las bajadas, los encuentros en el descansillo de la escalera, resulta que Escher, gracias a ella, nos demuestra fehacientemente, gozosamente que, en el mundo de los seres parlantes, "la letra que escribe la relación sexual no existe".

Desgraciadamente o gracias a dios, según se mire, la relación sexual o escalar no existe para los parlétres. El significante de la relación sexual, de la complementariedad entre los sexos, está forcluido; el escalón que permitiría escalar, hacer escala entre los sexos, entr las diferentes anatomías, se ha quebrado.

 Lacan lo expresa con su famoso aforismo: "La relación sexual no existe".

 ... Y, si existiera, sería una "jodien...", una "puta... de marca mayor, mayestática.

 Entre un hombre y una mujer falta la letra de la relación (<<R>>): "No hay Relación sexual":

 R  

Significante-escalera
    
 Esto no quiere decir que entre una varón y un fémina no haya nada: hay un vacío (que se suele saturar de amor); hay un goce (que se suele temperar con placer). 

 No poder subir ni bajar o estar siempre subiendo y bajando significa que un hombre y una mujer nunca van a poder encontrarse donde conviene, donde les place, en un lugar pre-dispuesto desde siempre (a esto se llama El Amor), bien adaptado a sus necesidades, las de todo el mundo, que alberga la promesa imposible de un goce unificante que, como cualquiera sabe por experiencia propia, no existe (el goce de los ángeles, de los seres beatíficos, sin cuerpo, sin deseos... sin goce).

    
El goce de los ángeles

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