La Clínica psicoanalítica y sus avatares

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martes, 7 de enero de 2020

El belvedere psicoanalítico (II)

  Lo útil y el goce


La utilidad de lo inútil: el goce

 Hay algo misteriosamente gozoso en este acto-sujeto de dar vueltas sin fin, de circular circularmente hasta la extenuación por una escalera circular.

 Hemos cosechado una clave para poder interpretar esta figura imposible

 Esta escalera escheriana es un puro absurdo; no hay nada en esa azotea, en ese tejado, que esté más alto que la propia escalera (entre otras cosas porque entonces no sería una azotéa), algo que se podría alcanzar subiendo por la escalera (uno podría intentar pescar un pájaro al vuelo, pero, para eso, no se necesita una escalera, sino una caña).

 En esa casa hay lugares que están más bajos que esa escalera azoteística, a los que se podría descender a través de una escalera.

 Pero, esa escalera escheriana, al empezar y terminar en la propia azotea, no permite descender a las zonas más bajas de la casa.

 Es una escalera cuyo escalón más alto y más bajo están a la misma altura en la azotea.

 Es una escalera que no asciende ni desciende, por la que uno no puede elevarse ni caer.

 Es una escalera de lo más aburrida.

 Al ser una escalera que no lleva a ningún lugar o que siempre lleva al mismo lugar, independientemente de que uno suba o baje, no tiene ninguna utilidad, no sirve para nada, solo para dar vueltas en redondo.

 Es una escalera autorreferencial que permanentemente vuelve sobre sí misma, sobre su propio recorrido.

 ¿Qué representación topológica le conviene a esta escalera?

 Se creería que la de una circunferencia, porque los hombrecillos dan vueltas en círculo. ¡Pues no! La redondez del recorrido no da cuenta de la autorreferencialidad de la escalera que se escala a sí misma; se trata  nada más y nada menos que de "una escalera escalando una escalera".

 Una espiral estaría mejor. Pero no es suficiente.


La escalera autorreferencial
 
 Se necesita algo más fuerte, que golpee con violencia nuestra certezas.

 Digamos que hablo de un "ocho interior".

 Al tratarse de una escalera que sube y baja por una escalera, y de unos incautos hombrecillos, pequeños insectos, "que-suben-y-bajan-por-una-escalera-que-sube-y-baja-por-una-escalera-que-sube-y-baja-por-una-escalera...", solo un ocho interior puede convenir topológicamente a una escalera de escalera (o escalera elevada a la potencia escalar de una escalera).



El ocho interior y la escalera de escalera

 El ocho interior, como figura topológica, nos interesa especialmente.

 A diferencia del círculo, que puede colapsar sobre su agujero, este ocho autorreferencial preserva el agujero, lo mantiene irreductible.

 Esto es muy importante porque el agujero es la nasa del objeto @, el objeto del goce.


El ocho interior preserva la realidad sexual, el goce, gracias a su agujero irreductible

 Para distender la cosa, antes de pasar a lo más serio y peliagudo, podemos jugar y divertirnos con la escalera, incluso tratando de hacer algunas acrobacias y pinitos con su escala y escalones.

 Vamos a lanzar al tuntun una serie de frases, proverbios y títulos fílmicos, que giran alrededor del nombre "Escalante", apellido español que proviene del latín "scala", que significa "escalador" ("Escalante", para escalar, necesita una escala, una escalera):

  • "Dime con quien escalas y te diré quién eres".
  • "La Reina de la Escala".
  • "Yo soy yo y mis escaleras".
  • "Ande yo escalante ríase la gente".
  • "Escaleras lejanas".
  • "Las escaleras son para el verano".
  • "En casa de Escalante cuchillo de palo".
  • "No hay que nombrar la soga en casa del escalado".
  • "A buen escalador pocas escalas bastan".
  • "Pepi, Lucy, Bom, y otras escalas del montón".
  • "Solo ante la escala", etcétera.
 Volvamos a lo serio, a "lo útil y el goce", con respecto a esta "escalera de escalera", escalerizada, escolerizada, escolarizada.

 Es más que evidente que una escalera que, por motivos desconocidos, no es una escalera, que no cumple con su función instrumental de escala, que no se puede utilizar para subir y para bajar, carece de cualquier valor de uso.

 Eso es algo que se capta perfectamente en la imagen del cuadro que, aunque parezca animada de movimiento, es absolutamente estática (se la podría adjetivar como una escena "quietista").

 Los hombrecillos azoteísticos se limitan a dar vueltas en círculo y, tanto los que suben como los que bajan, después de haber recorrido una circunferencia completa (¡o un ocho interior!), retornan siempre al mismo punto (que puede ser cualquiera; todos son el mismo punto).

 Se puede decir que es una especie de escalera de la risa, por no decir irrisoria, al modo de un juego recreativo o atracción de feria, con la función de sorprender al respetable, de atraparlo en su paradoja, buscando el divertimento (diversión y pasatiempo).

 Esta escalera es paradojal porque, aunque tiene toda la apariencia de una escalera, no se puede usar para lo que se usa una escalera (subir y bajar); insistimos, es un instrumento aberrante, ainstrumental, porque no tiene ninguna utilidad, está desprovisto de cualquier valor de uso.

 Esta escalera está hecha de acuerdo a todos los cánones.

 En su diseño, en su estética, no hay porqué ponerle ningún pero. 

 Tiene dos problemas que se relacionan entre sí: su absurda ubicación y su nula funcionalidad.

 Una escalera, como escala que es, debería empezar en el piso más bajo de la casa y acabar en el más alto (esto es de cajón, de escalera).

 Una escalera como dios manda debería situarse dentro de la casa, atravesándola de arriba abajo, a no ser que se trate de una escalera de bomberos, de evacuación, adosada al exterior de la casa, que se proyecta desde el tejado, pasando por todas las plantas, hasta el suelo salvador.

 Nunca se ha visto el uso que podría tener en la azotea de una casa una escalera que vuelve sobre sí misma, una escalera circular cuyo principio y final están en la misma azotea (a la misma altura), una escalera que no permite abandonar la azotea ni hacia abajo ni hacia arriba, atrapando en el mismo lugar al incauto que la usa.

 Lo que caracteriza a una escalera hecha y derecha es que está hecha con el fin de desafiar a la "Ley de la Gravedad".

 Se podría admitir como un hecho incontrovertible que estos hombrecillos suben y bajan; en esto, la vista no nos engaña.

 Desde este incontrovertible "subiendo y bajando sin descanso" arribamos a un hecho irrebatible, sin vuelta de hoja (que es justo la característica de la banda de Möbius), que consiste en que la tenaz y constante subida y bajada de los hombrecillos escherianos no les lleva a ningún sitio, permanecen eternamente en la misma escalera.

 En la "escena del mundo": "subo por la escalera para ir a mi dormitorio" o "bajo por la escalera para ir a las caballerizas".

 En la "escena escheriana": "subo por la escalera para subir por la escalera" o "bajo por la escalera para bajar por la escalera".

 Las subidas y bajadas escherianas no son utilitarias, no tienen un fin, un objetivo, un propósito; al ser antiutilitarias son amorales (por lo menos, desde el utilitarismo).

 Los hombrecillos escherianos suben y bajan para dar vueltas, por eso no suben ni bajan a ningún sitio, suben y bajan siempre por el mismo sitio (la mejor forma de girar en redondo).

 El sujeto habla para no comunicar nada.

 Su bla-bla-bla es la forma singular que tiene de hacer girar a los significantes, para que den vueltas en redondo, como los anuncios luminosos o los circuitos electrónicos de las máquinas calculadoras (abrir/cerrar).

 El blablaismo es un modo de goce, de gozar del inconsciente.

 El subidismo (subesubeismo) y el bajadismo (bajabajaismo) es un modo de goce, de gozar del inconsciente.

 Por eso, mientras más disparates, estupideces, inconsecuencias, diga uno, dado que se trata simplemente de hacer girar a los significantes, de que den vueltas en espiral o en ocho interior, vueltas tóricas, el goce aumenta exponencialmente de acuerdo al grado de absurdidad, de sinsentido, del decir.

 Mientras más suba uno por subir o baje por bajar, igualándose subir y bajar en su condición de modos de goce, más se disfruta subiendo y bajando para nada, bajando-bajar y subiendo-subir.

 Esto no es autoerotismo sino autobajadismo y autosubidismo, en última instancia, lalengüismo.

 Los sabios de este mundo, que haberlo haylos, con su pedantismo irreductible, saben todo y de todo menos lo único que es importante saber: que no se puede saber todo; que el todo está agujereado.

 Este agujero tódico o tórico les da pavor, sudores fríos, angustias y pesadillas sin fin.

 Se dedican a echar paladas y paladas de saber sobre el agujero tódico, impotentes para paladear ni un poquito -notodito- de goce.

 Nadie sabe nada del goce.

 No saber lo que significa bajar y subir es lo único que permite gozar.

 Estos hombrecillos, bajadistas y arribistas, bajan y bajan, suben y suben, sin poder parar de bajar ni de subir porque no saben lo que significa bajar ni subir; bajan sin saber que están bajando, suben sin saber que están subiendo; ¡son unos inconscientes!, lo más cercano que puede haber a unos sonámbulos, practicando el subidismo y el bajadismo sonambulista o funambulista.

 Dice Lacan que "el secreto del psicoanálisis es que no hay Otro del Otro".

 Aquí, en Escher, se puede decir que no hay subir del subir ni bajar del bajar; no hay metasubidismo ni metabajadismo; existe un subidismo y un bajadismo sin meta, sin fin, sin objeto.

 Ya demostraron los físicos presocráticos en su teoría del plano inclinado que no hay subida sin bajada, que todo lo que sube baja.

 Esta representación escheriana está impregnada de un fisicismo presocrático: no hay subida sin bajada, a lo que se añade un precepto ético del psicoanálisis: antes de bajar dejen subir.

 ¡Bajadores y subidores del mundo, unios!  

 Desde el punto de vista geométrico una cosa que sube y otra que baja pueden desplazarse en paralelo, pero sus puntos de llegada respectivos no podrán nunca coincidir en el mismo plano, estar a la misma altura.

 Podrán estar en dos planos paralelos a condición de que el plano de llegada de los que suben esté más alto que el de los que bajan.

 Ninguna de estas condiciones se cumple en la escalera aberrante de Escher en la que los hombrecillos que suben y los que bajan siempre se desplazan en el mismo plano.

 Lo que no es posible en el espacio 3-dimensional puede ser posible en un espacio n > 3- dimensional.

 A lo mejor, en un espacio 4-dimensional una escalera puede adoptar esa conformación escheriana paradojal.


Cinemática tetradimensional espacial
 
 Una escalera normal debería tener dos puntos de origen (arriba y abajo) y dos puntos de llegada (abajo y arriba); la escalera escheriana solo tiene un punto de origen (arriba o abajo) y un punto de llegada (abajo o arriba).

 Una escalera normal, con respecto a sus puntos de origen y de llegada, es un conjunto formado por cuatro elementos, en el que queda excluido que el punto de origen y el de llegada coincidan: abajo-abajo; arriba-arriba.

 La escalera aberrante de Escher, con relación a sus puntos de origen y de llegada, es un conjunto formado por dos elementos, en el que no se excluye la coincidencia entre el punto de origen y de llegada: abajo ---> abajo; arriba ---> arriba.

 Es lo que sucede con las dos hileras de hombrecillos, que una siempre baja y la otra siempre sube.

 El hecho de haber situado en la representación gráfica el siempre-baja y el siempre-sube (conjunto aberrante de dos elementos con un sentido único) en la misma escalera (conjunto normal de cuatro elementos con un doble sentido) da lugar a la paradoja.  

  En esta escalera, como en el plano de auto-penetración del cross-cap, hay un auto-atravesamiento entre las dos procesiones de hombrecillos (que nos es sustraído a la percepción); algo parecido a lo que podría ser una escalera imposible en la que las dimensiones de "lo alto" y "lo bajo" estuvieran en continuidad moebiana, generándose una aberración espacial.

Línea de auto-penetración del cross-cap

 Con respecto al valor de cambio de esta escalera, a su circulación y transacciones en el mercado universal de lo bienes, donde todo, hasta los seres humanos, sobre todo estos últimos, cotizan en el mercado de valores, en la bolsa ciega, la cosa es ya para caerse desternillado de risa.

 Uno, de tanto reirse o llorar, se puede morir de risa o de tristeza, sufrir un colapso.

 Si esta escalera paradójica carece de valor como útil, si no sirve, a pesar de los pesares, para lo que debería servir, es muy complicado que entre en circulación en el mercado de los bienes, al haber  quedado despojada de cualquier valor de cambio.

 Igual que el goce o el deseo, esta escalera gozosa o deseosa, absolutamente oscura en su valor, permanecerá excluída, expulsada (ausstossung), del intercambio de los bienes.

 Solo podrá retornar en el arte, a través de una operación sublimatoria, o en un sueño, un síntoma, un lapsus existencial... como goce singular.

 ¿Cómo va a poder venderse esta escalera?

 ¿Quién la va a comprar?

 Evidentemente, nadie; por casualidad, algún loco, chiflado o aficionado a la rarezas.

 A lo mejor o a lo peor, podría servir como pieza de museo, como objeto surrealista, de esos ready-made (objeto artístico).


Escalera imposible de Penrose

  Aquí tenemos la Escalera de Penrose, famosa escalera imposible, planteada por los matemáticos Lionel Penrose y su hijo Roger Penrose en un artículo de 1958:

  "Esta escalera es la representación bidimensional de unas escaleras que cambian su dirección 90 grados cuatro veces mientras da la sensación de que suben o bajan a la vez, sea la dirección que sea" (WIKIPEDIA; La enciclopedia libre).

 En su versión estricta formada por cuatro escaleras unidas su construcción en 3-dimensiones es imposible.

 La ilusión óptica de la imagen de Penrose se basa en engañar la perspectiva (Op. cit.).


Ilusión óptica de una escalera tridimensional en un plano

 "Pero en la versión de Bruno Ernst se demuestra que sí es posible hacer una escalera infinita o que dé la sensación de no tener fin, pues esta versión se basa en la unión de cuatro rampas o dos rampas y dos escaleras" (Op. cit.).

 

La construcción de la escalera imposible por parte de Bruno Ernest

 Esta escalera, la de Penrose, con la versión monacal y azoteística de Escher, puestas en un museo, podrían incluirse dentro de esa corriente artística que es "el arte encontrado", cuya paternidad corresponde a Marcel Duchamp:

 "El término arte encontrado –más comúnmente objeto encontrado (en francés objet trouvé; en inglés, found art o ready-made) o confeccionado– describe el arte realizado mediante el uso de objetos que normalmente no se consideran artísticos, a menudo porque no cumplen una función artística en lo cotidiano, sin ocultar su origen, pero a menudo modificados. Marcel Duchamp fue uno de los pioneros de su establecimiento a inicios del siglo XX." (WIKIPEDIA; La enciclopedia libre). 


El ready made de Marcel Duchamp

 También esta escalera inservible, inútil, a-instrumental, como la rueda de bicicleta sin bicicleta, nos plantea un grave problema con respecto a su valor de cambio que, al igual que su valor de uso, está totalmente huérfana de ellos.

 Una escalera tan encontrada o desencontrada como esta, que ni sube ni baja, que cuando sube baja, o que cuando baja sube, es muy difícil que tenga una salida comercial, que alguien la vaya a comprar, entre otras cosas porque nadie la va a considerar como un bien.

 Tampoco se la puede catalogar como un mal, porque es absolutamente inocua.

 Si su estatuto se sustrae a la dimensión de los bienes es obvio que no va a tener ningún valor de cambio.

 Entonces, ¿cuál es el estatuto como objeto de esta escalera que subvierte todas las propiedades de lo que es una escalera (escala) en tanto instrumento, útil?

 La escalera de Escher es una escalera hecha para que la escalen (scala) los monjes mientras rezan sus interminables oraciones.

 Hemos visto que se la puede catologar, dentro "del catálogo de todos los catálogos que no se incluyen a sí mismos", como un objeto matemático, hecho por matemáticos.

 En Escher es también un objeto de arte (Escher lo toma de Penrose).

 Esta a-escalera es algo parecido a una silla que no sirve para sentarse o una cama que no sirve para dormir.

 Si esto es así, si un objeto ha perdido totalmente su valor de útil y de cambio, ¿puede seguir manteniendo su nombre propio?

 A una escalera que ni sube ni baja, o que solo sube o solo baja, ¿se la puede seguir llamando "escalera" o hay que rebautizarla?

 ¿Qué es una escala que no sirve para escalar? Nada.

 Si el ser de la escalera consiste en su utilidad como escala (instrumento de sube y baja), esta escalera in-útil (instrumento unilateral que solo sube o baja), al haber perdido su ser escalar debería recibir un nuevo nombre propio.

 La podríamos llamar "escalera escheriana" o "escalera imposible".

 La cuestión es que esta escheriana o penrosiana escalera no ha sido renombrada, sigue portando su nombre de "escalera", a pesar de haber quedado despojada de su significación de "escala" (del lat. "scala": "escalera").

 Si la escalera ha perdido todos sus atributos significativos y, a pesar de ello, sigue existiendo como escalera, esto implica que se ha transformado en cosa, en un puro significante, que solo debe su ser a su diferencia -sincrónica- con los otros significantes.

 La escalera de Penrose se ha transformado en un puro significante que, en su condición de tal, al no remitir a ninguna significación tiene como referente un vacio (la falta en ser).

 Esta condición de la escalera, la de ser un significante trabajado por el más abstruso sinsentido, que solo remite a un vacío, es lo que hay que captar de paradójico en el cuadro de Escher.

 Lo que nos impide captarlo es toda la cobertura imaginaria (los monjes, el monasterio, el aura de misterio, de ensoñación, de absurdo lógico, que empapa "suben y bajan") que vela el vacío del ser, o, dicho en términos psicoanalíticos, la castración.

 Incluso, estas matemáticas recreativas nos pueden entretener -¡hasta dormir!- mientras esperamos la muerte, con tal que la castración no asome la oreja, como el lobo del cuento la patita.

 A esta escalera, en la que nadie cae, la podemos calificar como la escalera más peligrosa del mundo, porque está forjada con la materia del goce

 En cualquier caso, se trata de una escalera que no sirve para nada, solo para gozar más allá del principio del placer (como hacen estos monjes).

 Pero... ¡cuidado!, ¿es esto así?

 ¿Es algo tan claro y tan evidente que esta escalera es inservible?

 Algo que no sirve para nada, inútil, suele estar destinado al cubo de la la basura, al litter donde se acumulan todos los residuos y los restos inservibles del ser (o del no ser).

 A pesar de ello, de momento, esta escalera está en uso, en usufructo, en modo uso y disfrute.

 Hay unos hombrecillos, que dicen que son monjes, que no paran de dar vueltas alrededor del claustro de la escalera, allí donde se pierde el eco de sus pasos.

 ¿Qué es lo que les mueve y conmueve como afección en ese girar en círculo, sin fin, una y otra vez?

El claustro de los monjes orantes

 Si la escalera al gusto de Escher no lleva a ningún sitio, solo a dar vueltas en círculo, a la redonda, en la azotéa de la casa, esta es una actividad que, además de nonsense, no tiene ninguna utilidad, ningún fin práctico.

 Si fueran soldaditos podrían estar haciendo una ronda de vigilancia hamletiana.

 Pero no son soldaditos, no están armados.

 Tampoco son monjes porque no llevan breviarios.

 Alguien hasta se podría preguntar, ¿donde está el buen Dios en esta azotea?

 Tampoco parecen voyeuristas, aunque su actividad en la azotea, en el mirador más alto, podría encajar con esa forma de goce que pone en juego la mirada del Otro: mirar-ser mirado.

 El caso, o acaso, o quizás, es que hay un tercer valor, más allá del valor de uso y de cambio: el valor de goce, ese que, por su singularidad y carnalidad, al ser tan difícil de compartir, de expresar con las palabras de todos, nos excluye del rebaño humano.

 Un objeto no es solo un útil, un instrumento que cumple con una determinada función, ni algo que solo se intercambia en el mercado de los bienes, sino que, ¡@-demás! (este término condensa el objeto @ con el plus de gozar), tiene un valor de goce.

 Esta escalera, como puro-objeto-significante, aunque no sirva para escalar o descender, o para establecer un intercambio, puede ser útil, o un útil (como el látigo sadeano), en su incidencia gozosa sobre el cuerpo.

 De hecho, se considera que el goce no sirve para nada, al no existir ninguna medida (fuera de su acto) que permita establecer su valor de cambio (solo sabemos del goce en tanto marca en el cuerpo).

 Parafraseando al Yahveh bíblico: "el goce es lo que es".

 Por lo tanto, es evidente que esta escalera, si tiene algo digno de valor, altamente valuable, solo puede ser como instrumento de goce.

 Igual que el discurso, el bla-bla-bla inveterado de los parlettres, que siempre tienen desatada lalengua, plena de lalaísmo, culpable y confeso.

 Estos estúpidos hombrecillos no saben que, en sus vueltas infinitas, no hacen más que gozar.

 Este goce no es un objeto, no es el 0 (cero) ni el vacío, sino un residuo, un desecho del cuerpo, que se nos presenta como litter (letra y basura).

 Dar vueltas continuamente, sin ningún tipo de dirección o de sentido, porque el que sube sin parar, sin descanso, al igual que el que baja, sin pausa, siempre está en el mismo lugar, en el mismo punto, en el mismo escalón, en el mismo escalafón, en la misma escala, solo puede tener que ver con la extremada, desmañada incapacidad, estúpida inutilidad del goce.


Las idas y las venidas por las avenidas del goce

 Esta subida fructuosa a lo largo de la escala celestial, lo mismo que el descenso a los infiernos dantescos, es totalmente infructuosa, sobre todo si lo pensamos en términos de placer y no de goce.

 Este via crucis compuesto por infinitas estaciones no es nada placentero si uno identifica goce con placer; pero es totalmente gozoso si uno lo asimila al más allá del principio del placer, al displacer, a lo pático, al pacedimiento de lo patológico (el sínthoma).


Los círculos del infierno de Sandro Botticelli

 Si observamos el cuadro de Sandro Botticelli sobre los círculos del infierno es evidente que estos hombrecillos podrían perfectamente ser unos condenados al fuego eterno que están purgando sus penas en uno de esos círculos infernales (son reos del goce), sin ninguna esperanza, porque del averno nunca se sale.

 De hecho, estos hombrecillos sufren un tormento a escala infinita.

 Ese recorrido infinito, esa especie de carrusel de sube y baja, transcurre íntegramente en la dimensión de lo real, en relación con ese goce, notodo fálico, que habita en el más allá del principio del placer.

 Este tormento no es gozoso por ser infinito, en el sentido de eterno; es gozoso al portar la marca, el signo del infinito ().


El sígno del infinito, la letra del goce

 No habría que descartar que la afección gozosa -más allá del principio del placer-, plena de patetismo, sufrientemente paciente, de estos hombrecillos andarines, quijotescos, más que debida a lo interminable de su recorrido circular, esté relacionada con su pasaje -in artículo mortis- por un ocho tumbado (ya se sabe que si hay algo que nos tumba, que nos deja descuajeringados y descangayes, es el goce), el símbolo del infinito que escribe el litoral del goce.


El goce tanguero, en lunfardo, que pesa como un fardo



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