La Clínica psicoanalítica y sus avatares

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lunes, 27 de enero de 2020

El belvedere psicoanalítico (VI): el fantasma en la encrucijada del espacio-tiempo


"El tiempo perforado"; R. Magritte
  
 El fantasma en la encrucijada del espacio-tiempo

 Algunas corrientes de pensamiento llaman a la puesta en acto del fantasma fundamental: "una paradoja".

 Un tren que avanza por el aire a través del marco de una chimenea, más que un absurdo, es una paradoja

 Reducir el enigma que nos plantea el cuadro de Escher a una paradoja es quedarnos cortos, pecar de insuficiencia.

 "Suben y bajan" nos confronta a un real enigmático que está más allá de la paradoja.

 La paradoja es el testimonio de lo real como imposible, del agujero en el lugar del Otro, de la incompletitud de lo simbólico.

 Está lo real de la paradoja, lo imposible como real; pero hay un real que está más allá de lo real de la paradoja, que atraviesa lo imposible, que se hace presente bajo el modo de lo contingente: lo real del goce.

 La paradoja está fuera del sentido pero no de lo simbólico; su afán se dirige a probar la existencia de un agujero en lo simbólico (el que demostró Kurt Gödel con sus teoremas).

 Aquí, en Escher, se trata de otra cosa, de lo real del fantasma, del goce, más allá del velo de lo imaginario (i [a]).



El fantasma en Escher

 Una paradoja, como tal, es irresoluble; no es un acertijo.

 La paradoja es una especie de construcción significante cuyo fin no es paradojear, pajarear o pajear mentalmente, sino dar testimonio de que lo simbólico está agujereado, como consecuencia de la falta del (de) significante, de su penuria ("penia", la pobreza, es la compañera inseparable de "aporia", la dificultad).

 En relación con este agujero de lo simbólico situamos el modo lógico de lo imposible como manifestación de lo real 

 Aunque parezca una contradicción hay un real simbólico y un real no simbólico, que escapa a las cadenas del significante.

 En consecuencia, hay un agujero simbólico (reducible), en su estatuto de falta de derecho (castración), y un agujero real (irreducible), en su estatuto de falta de hecho (privación). 

 El agujero de lo simbólico, imposible, paradojal, apórico, es reducible.

 Se resuelve con "¡más madera!"; mejor dicho, con "¡más simbólico!".


"¡Más madera, esto es la guerra"; Groucho Marx

 La vía no es explicar la paradoja que, en sí misma, es inexplicable.

 La cuestión es poder situar la paradoja en la estructura.

 Nuestra hipótesis es que en "Suben y bajan", la paradoja, formal y visual, está determinada por lo real del fantasma (que actúa como la infraestructura de la realidad, el soporte de nuestro espacio euclídeo [3-D]).

 Además, hay una cuestión decisiva que no tiene que ver con las dimensiones espaciales, sino con la ditmensión temporal (lo que Lacan llama el tiempo lógico y Heidegger el logos) a la que, con todo derecho, se la puede denominar la cuarta dimensión.

 En el cuadro de Magritte, el tiempo, figurado por ese reloj que descansa sobre la repisa de la chimenea, preside toda la escena.

 Es evidente que, a pesar del reloj y sus manecillas, no se trata del tiempo cronológico, sino del tiempo lógico (la hora de la verdad hamletiana; la hora de la palabra).

 Es el tiempo del significante el que perfora, agujerea, lo real, permitiendo el movimiento de esa locomotora a través del espacio.

 Las agujas del reloj marcan las horas del significante.


El tiempo en lo real

 En la composición del cuadro se observa que, gracias al tiempo de la palabra (el reloj sobre la repisa), se sostiene el marco del fantasma (las jambas de la chimenea).

 ¿Qué decir de ese gran espejo que apoya su espejeridad sobre el anaquel de la chimenea?

 Con este espejo plano no se quiere figurar la dimensión de lo imaginario, el lugar donde se proyecta la i´[a], la imagen narcisista.

 Este espejo plano, tan elegante y majestuoso, representa el lugar del Gran Otro (A).

 ¿Qué es lo que nos muestra Magritte dentro del marco de la chimenea?

 Una representación de la estructura del fantasma fundamental: $<>a (el SOS-tenedor del deseo).

 En esa representación fantasmática se pueden aislar dos representantes: una locomotora de tren a vapor, que se proyecta sobre la realidad desde el fondo de la chimenea; y un agujero, perforado en la pared posterior de la chimenea, por el que irrumpe, de forma sorprendente, a toda máquina, la máquina del tren.

 Ese agujero, interior-exterior, que da paso al tren, representa al sujeto tachado, dividido (spaltüng), abolido por el significante: $.

 La locomotora de vapor, pura energía, impulso, fuerza, que irrumpe brutalmente, traumáticamente, en el espacio de lo heim (lo hogareño), a través de la hendidura del sujeto, representa al objeto @ (el humo blanco de la chimenea alude al Ello, a la caldera hirviente del goce pulsional).

     
La fuerza de lo pulsional

 ¿Qué puede significar esta imagen, también paradójica, de una locomotora a vapor saliendo por un agujero de la chimenea, invadiendo, abruptamente, sonoramente, escandalosamente, el espacio más íntimo, recogido, recoleto, del salón hogareño?

 Evidentemente, esta locomotora a toda máquina representa la abrupta penetración del objeto @ desde la exterioridad (sin interior) de lo real; no desde la realidad exterior (oposición imaginaria adentro-afuera).

 Este auténtico aparato, máquina de producción de goce, que es el @, invade, perfora, atraviesa, el reducto más heim, familiar, placentero, pacífico, del sujeto.

 El equilibrio homeostático, "la paz del atardecer", se ve alterada, perturbada, por el rugido rabioso, el chirrido hiriente, la temblorosa agitación, causada por la locomotora a vapor, objeto @, localizado en el lugar de la producción de goce del discurso del amo.


La locomotora-@ es el efecto de goce del discurso del amo

 Sabemos que algo extranjero, extraño, ajeno, exterior -objeto marcado con la letra a-, está perforando, irrumpiendo, en nuestro espacio más íntimo, secreto, recogido, gracias al saber de la angustia (que nos anuncia que estamos divididos por la causa).

 Lo que no sabemos para nada es los que nos trae esa locomotora de vapor; qué es lo que arrastra, mueve, desplaza, acarrea; solo se ve la máquina tractora o atractora, la locomotora del convoy, pero no sabemos de cuántos y de qué tipo de vagones se trata, qué mercancías desplaza; suponemos que se trata de la mercancía del goce; el caso es que estamos en un suspenso, en un suspiro, en un ¡ay!, en un no-saber absoluto.

 Lo que es indiscutible es que esta locomotora de vapor que, como en un sueño, vuela como un pájaro, sin ninguna vía que la sostenga y la dirija, inevitablemente, cuando se despierte, va a sufrir un accidente, una estrepitosa caída, un mortal despeñamiento, perturbando gravemente la paz, la tranquilidad, la seguridad, de ese hogar tan burgués, formalito, ordenadito, pulcro, asentado y bien dispuesto.

 Al final, habrá que mandar a la chacha a barrer los restos, los fragmentos de esa máquina otrora tan poderosa, altiva y dominadora.

 El descubrimiento princeps del psicoanálisis es que es precisamente la caída de la locomotora del sujeto, esa abnegada renuncia por la que uno deja de ser el falo, privándose del engañoso poder de lo imaginario, de la omnipotencia yoica, lo que le permite el acceso a la potencia del símbolo (esto se merece un análisis).

 Esa locomotora puede ser tanto el falo imaginario, en su insufrible soberbia, o un pobre y humilde significante, al que podemos llamar significante-penia, que es el artífice del único amor que vale la pena, la penia, que no nos sume en la pena más negra, el que sostiene el lazo social:
 
 "Penia (en griego Πενία), en la mitología griega era la  personificación (daimona) de la pobreza y la necesidad, siendo por tanto odiada y marginada por todos los hombres. 

 Era compañera de Aporia (la dificultad), Amekhania (el desamparo) y Ptokhenia(la mendicidad), siendo lógicamente sus opuestas Pluto (la riqueza) y Euthenia(la prosperidad).​
  
 La única filiación que se le conoce la darían los órficos, que decían que nació de la protogénica Thesis, dando a entender, pues, la antigüedad de la pobreza.
 

 Platón en El banquete presenta a seis personajes, y entre los invitados está Sócrates. Relata románticamente que cuando terminó una fiesta en honor a Afrodita a la que habían acudido todos los dioses, Penia acudió para pedir las sobras. Poro (el recurso), que personificaba la oportunidad y el ingenio para actuar, habiendo bebido demasiado se había tumbado en el patio para descansar. Penia creyó por la pose de Poro que se hallaban en la misma situación, y creyendo haber encontrado un semejante, quiso tener un hijo con él. De su unión nació El Amor (Eros), que si bien siempre sigue a Afrodita por haber nacido en su casa en un día a ella consagrado, en muchas ocasiones se reviste de pobreza y vaga por las calles. Como su padre, atenta contra la riqueza y el bienestar, haciendo que los hombres se peleen unos contra otros.

 En la mitología romana era llamada Paupertas." (Wikipedia, la enciclopedia libre).
 
 Así nos encontramos con las dos dimensiones del objeto @:

 -) Su dimensión de goce, de plus de gozar (el poder energético, calorífico, impulsor, pulsionante, de ese motor en ebullición, de la locomotora de vapor, de ese gas que se expande, presiona, empuja).

 -) Su dimensión real de caída; el objeto como resto, desecho, residuo (la máquina del tren que va a impactar contra el suelo y quedará reducida a fragmentos).


El objeto a es una caída

 Ese tren tan poderoso, prepotente, esa máquina de vapor que se asemeja en su fuerza a los dioses, va a convertirse en pedacitos.

 A cada uno de esos pedacitos lo llamamos objeto @ (resulta que lo que nos hace gozar son estos pedacitos).

 Se me ocurren varias cosas más con respecto a ese tren que se proyecta desde el exterior al interior a través de la chimenea.

 Es evidente que la locomotora tiene forma y maneras fálicas.

 Por lo tanto, no hay que descartar que sea el símbolo del falo.

 Su poderío, su potencia, su proyección horizontal desde una pared vertical, como si se tratase de un falo erecto, son todas ellas características que pueden permitir afirmar que la locomotora de vapor es la representación del falo.

 Hay que descartar que sea la imagen sublimada del agujero del pantalón por el que se asoma el pene en erección.

 Si el falo se proyecta desde un agujero que perfora el muro del lenguaje (representado por la pared de la chimenea) es por su condición de significante (que se trate de un tren es concordante con este estatuto en el que priman las vías de comunicación).

 El falo es el significante que actúa como la locomotora de la significación de todos los significantes, el significante del deseo, de la falta significante en el Otro.

 También, puestos a disparatar, o a disparar, ese tren que irrumpe desde el fondo de la chimenea podría ser la figuración del acto de sacar la lengua: la locomotora que nos saca la lengua (a mil leguas por hora) desde la boca de la chimenea, haciendo un gesto burlón, de desprecio.

 Magritte, en (con) este cuadro, no es un bromista que nos saca la lengua ni un exhibicionista que nos muestra el pene por el agujero del pantalón; es un artista que nos saca los colores, los colores ganadores, los del fantasma: el rojo sanguíneo de la hendidura del sujeto ($) y el azúl profundo del objeto del deseo (objeto @).

 En el cuadro de Magritte, que trata de la perforación del tiempo causada por el fantasma, están esos dos colores ganadores: 

 -) El agujero perforado por la locomotora en la pared de la chimenea se corresponde con el $ (sujeto tachado por el significante). 

 -) La máquina a vapor del tren, que se proyecta en lo real desde el agujero, se podría asimilar al objeto @

 -) La íntima solidaridad, que viene como anillo al dedo, entre la hiancia y el tren expresa el losange fantasmático entre el sujeto y el objeto:

  $ (agujero chimenea) <> objeto @ (máquina tren)       

 El tiempo, para Einstein, desde la teoría de la relatividad, es relativo (valga la redundancia); al depender de la velocidad a la que se mueve un observador en el espacio forma parte de un complejo denominado "espacio-tiempo".

 La paradoja de los gemelos o de los relojes es un experimentum mentis "(...) que analiza la distinta percepción del tiempo entre dos observadores con diferentes estados de movimiento". (Wikipedia).

 La teoría de la relatividad postula "la dilatación gravitacional del tiempo": el tiempo transcurre a diferentes ritmos en regiones de diferente potencial gravitatorio; cuanto mayor es la distorsión local del espacio-tiempo debido a la gravedad, más lentamente transcurre el tiempo: 

 "El espacio-tiempo es el modelo matemático que combina el espacio y el tiempo en un único continuo como dos conceptos inseparablemente relacionados". (Op. cit.).

 "El trabajo de Minkowski probó la utilidad de considerar el tiempo como un ente matemático único y continuo que se puede entender desde una perspectiva pseudoeuclidiana, la cual considera al Universo como un <<espacio de cuatro dimensiones>> formado por tres dimensiones espaciales físicas observables y por una <<cuarta dimensión>> temporal (más exactamente una variedad lorentziana de cuatro dimensiones). Un caso simple es el espacio-tiempo usado en relatividad especial, donde al combinar espacio y tiempo en un espacio tetradimensional, se obtiene el espacio-tiempo de Minkowski." (Wikipedia; Espacio-Tiempo).


"Analogía bidimensional de la distorsión del espacio-tiempo debido a un objeto de gran masa". (Wikipedia)

 A toda esta disertación científica sobre relatividad y tiempo no le podría faltar, para ponerle la guinda al pavo, lo más suculento, la frase de S. Agustín:

 "(...) ¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé..." (San Agustín; Confesiones, Libro XII).

 Aunque lo más importante es lo que sigue a esta frase:

 "(...) Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente.".

 Para concluir esta excursión erudita, arriba y abajo, cito algo muy interesante referido al espacio-tiempo de Minkowski:

  "El tensor de curvatura de Riemann del espacio-tiempo de Minkowski es idénticamente nulo, razón por la cual se dice que el espacio-tiempo es plano. Así el resto de tensores y escalares de curvatura resultan nulos, siendo también nulo el tensor de Einstein que es igual al contenido material. Por tanto, el espacio-tiempo de Minkowski representa un universo vacío." (Espacio-tiempo de Minkowski).

 
Diagrama del espacio-tiempo de Minkowski


 ¿Por qué introducimos la cuestión del tiempo en "Suben y bajan" de Escher?

 En esta representación paradójica de unos hombrecillos que dan vueltas sin fin por una escalera circular, ¿hay o no hay tiempo?

 El tiempo, como lo plantea la teoría de la relatividad, es relativo, depende de la velocidad con que se mueve el observador en el espacio con respecto a la velocidad a la que se mueve el acontecimiento; en nuestro caso, el subir y bajar ceremonioso y pausado de esos benditos orantes que desgranan una a una las cuentas del rosario.

 Einstein fulmina la existencia de un tiempo absoluto.

 No hay tiempo absoluto, solo relativo, en su dependencia, a la hora de medirlo, de un observador, al que podemos denominar, con los mismos términos que Freud emplea al estudiar el mecanismo del chiste (la técnica del significante), el Otro-oyente o escuchante (siempre atento a lo que se dice más allá de lo dicho, a la enunciación más que al enunciado).

 Aquí, en "Arriba y abajo", ¿hay un observador que pueda medir el tiempo? "¡Oiga!, ¿hay alguien?"

 Si no lo hay, aunque los hombrecillos se muevan, no hay tiempo.

 Si no hay tiempo porque no hay observador y, como consecuencia, los mojitos orantes no se mueven en el espacio, estamos en la quietud total, el nirvana, el cero absoluto.

 Si, para el psicoanálisis, el observador que mide el tiempo es el Otro (A), la cuestión del tiempo, de su existencia o no, se juega radicalmente en el campo del Otro, en el lugar del significante, de la verdad.

 Hay que decir que, a pesar de todo o del todo, hay algo, que no es cualquier cosa, que perturba todas las mediciones; se trata del objeto @, la maldita escalera que no hay por dónde cogerla; objeto intratable, insoportable, inmanejable, que perturba la pureza a la que aspiran los procedimientos intachables de la ciencia; que se atraviesa en cualquier cálculo, impidiendo que tenga éxito el programa de forclusión del sujeto a la que aspira el saber absoluto, sin falla, totalmente logicizado, matematizado.

 Evidentemente, relativamente, se trata del observador, pero podría no haberlo, por estar forcluido; en ese caso no habría tiempo, sino una verwerfüng del tiempo (del tiempo lógico, de la palabra, que solo se mide través de un acto de enunciación).

 ¿En "Suben y bajan" no hay tiempo porque el Nombre-del-Padre, el verdadero observador, registrador de esta escena, está forcluido?

 Es algo que no hay que descartar; tampoco dar por hecho.

 Lo que es interesante resaltar es que para la teoría de la relatividad generalizada (que incluye la fuerza de la gravedad) no solo el tiempo es relativo (para un observador que se mueve a una determinada velocidad en el espacio), también el espacio.

 La relatividad afecta a la dupla espacio-tiempo ya que, en la teoría einsteniana, el tiempo es inseparable del espacio, formando con él, como su cuarta dimensión, un tejido único.

 No solo se puede deformar el tiempo -dilatándose (transcurriendo más lento) o contrayéndose (transcurriendo más rápido)-, por efecto de la velocidad del observador, sino que el propio espacio también se puede deformar, ensanchándose o reduciéndose:

 "(...) La genial idea de Einstein fue suponer que la gravedad (que está por todos los lados y en todo momento en el universo) está íntimamente unida al espacio y al tiempo (que obviamente están también por todos lados del universo y en todo instante). Propuso que el nexo de unión era la geometría: lo que ocurre, dice Einstein, es que, en presencia de una masa, el espacio-tiempo se <<deforma>>, de modo que cualquier otra masa nota ese espacio deformado, y se ve obligada a seguir trayectorias diferentes a cuando estaba el espacio sin deformar (sin ninguna masa).

 ¿Qué significa la deformación del espacio? Significa que el espacio adquiere una geometría diferente de la que estamos habituados (el llamado espacio plano o euclidiano).

 En un espacio no-euclidiano ocurren cosas muy diferentes al normal; por ejemplo, puede que la línea más corta entre dos puntos sea una curva (y no una recta, como en el espacio plano). Puede que dos paralelas se corten en un punto o en infinitos puntos..." (Concepto de Gravitación, Tema 1; Cosmo Educa).

 Ya hemos señalado que esta escalera tan rara, tan absurda, no es una escalera euclidiana, sino un objeto inmerso en un espacio no-euclidiano en el que suceden cosas tan extrañas como que una curva es la distancia más corta entre dos puntos o, como es nuestro caso, que subiendo y bajando por una escalera no se suba ni se baje; dicho de otra forma, que la mejor forma de subir o bajar -o de no subir y no bajar- en un espacio no-euclidiano no sea una escalera vertical, sino horizontal.


El tiempo relativo, causado, corta, perfora, el tiempo absoluto

 Si la fuerza de la gravedad puede deformar el tejido espacio-tiempo transformándolo en un espacio no-euclidiano que se rige por leyes diferentes a las de la geometría plana; si la medida del tiempo puede variar en relación con la posición relativa del observador; ambos hechos, la relatividad del espacio y del tiempo, nos obligan a abordar la escalera escheriana desde otra perspectiva, tanto en su condición de objeto espacial -relativamente deformado por la extrema gravedad de la escena-, como en relación con su temporalidad, definida como el tiempo -registrado por un observador cuya posición y velocidad pueden variar- que tardan estos hombrecillos en dar una vuelta completa a esa malhadada escalera.

 Esta escalera, construida a escala de la geometría no-euclidiana, en la que, de las dos columnas de hombrecillos, una sube y no sube, y, la otra, baja y no baja, al fin y a la postre, a la hora de los postres, coinciden, sobre el  tejido espacio-tiempo de cada uno de los escalones, un personajillo que baja y otro que sube.

 Las propiedades de una escalera en el espacio plano, euclídeo, no tienen porqué ser las mismas que en otras variedades de espacio no-euclídeo; como, por ejemplo, en una variedad de Riemann, "que proporciona ideas locales de magnitudes de ángulo, longitud de curvas y volumen (entre otras), que permiten obtener otras magnitudes a partir de la integración de las magnitudes locales" (Geometría de Riemann; Wikipedia).



"Ejemplo de variedad de Riemann bidimensional con un sistema de coordenadas ortogonales definido sobre ella, y varias subvariedades curvas de la misma". (Variedad de Riemann; Wikipedia)
 
 En esta variedad de Riemann, bidimensional, se podría representar perfectamente la escalera de Escher.

 Es interesante fijarse en esa figura de un ocho, así como en ese doble agujero simétrico; también en ese puntito rojo, situado en el centro de una especie de superficie en silla de montar.

El ocho del sujeto

 Después de este largo y abigarrado excursus, arriba y abajo, por la teoría de la relatividad, atravesando la geometría no-euclidiana y sus espacios deformados, ¿con qué nos quedamos?

 En primer lugar, con esa cuestión decisiva de que el tiempo y el espacio están entretejidos, machihembrados sobre el mismo paño, tela o tapiz, de tal manera que solo es posible referirse a un complejo espacio-tiempo que abole los conceptos físicos de espacio y tiempo absolutos (lo que nos lleva, arrastrados por las narices, a la paradoja).

En consecuencia, ese espacio paradojal, casi imposible de categorizar, de la escalera, se anuda íntimamente con la dimensión temporal: el tiempo en que los pequeños monjes suben y bajan.

 Desde el espacio-tiempo, la conformación de la escalera, por muy rara y deforme que sea  geométrica y dimensionalmente, no se puede desanudar del tiempo en el que las dos filas de hombrecillos recorren la escalera (el reloj de Magritte); tampoco de lo que ese tour alrededor de la escalera circular puede tener de acto, de acontecimiento significante (tiempo lógico).

 El acto nos sitúa en un tiempo que ya no es solo cronológico, sino también lógico; el tiempo del significante, de la verbalización ("verbo", en el sentido de acto de palabra; también, desde la gramática, como modo verbal, que significa el tiempo de una acción).

 Si me apuran, el espacio se anuda con el tiempo en que esos hombrecillos hablan entre sí a medida que suben y bajan por la escalera, tomada como lugar de encuentro, espacio de vecindad, descansillo donde los caminantes se detienen un instante para comunicarse las últimas novedades (se ponen al día).

 Este puede ser el motivo por el que en cada escalón-descansillo coinciden un vecino que sube y otro que baja; a lo mejor son dos compadres que se han detenido a hablar de sus cuitas, de sus familias, de lo que ha pasado desde la última vez que se encontraron en el rellano de la escalera, de todos los cotilleos, que son el pan y la sal de esta comunidad.
 
"Historia de una escalera"; Antonio Buero Vallejo

 La dimensión temporal que comparten todos esos caminantes, peregrinos, hombres errantes, sufridos subientes y bajantes, es inseparable de la estructura topológica de esa escalera imposible, contradictoria, fuente de todo tipo de desdichas y desvelos.

 "Una imagen vale más que mil palabras": la representación imaginaria de la escalera escheriana nos impide acceder a su discurso propio.

 Si, según la sabiduría machadiana, "Caminante no hay camino, se hace camino al andar...", en un parafraseo, cogido por los pelos en la escalera (o en la peluquería), se podría glosar: "Arribista y bajadista no hay escalera, se hace escalera al subir y bajar".

O, siguiendo el famoso río heracliteano (el más concurrido del mundo) -"Nadie se baña en el río dos veces porque todo cambia en el río y en el que se baña"-, en un parafraseo, cogido al vuelo en las escaleras, se puede parafrasear: "Nadie sube y baja en la escalera dos veces porque todo cambia en la escalera y en el que sube y baja".

 
La escalera heracliteana y escheriana

 En todo este asunto de la escalera es necesario introducir una dimensión pática, porque no se trata solo de un objeto lógico-matemático, sino de algo que es portador, en sus subidas y bajadas, de un afecto que incide sobre el régimen de goce del cuerpo. 

 Esa escalera malformada, en su condición de real (imposible), en su carácter de objeto unheimlich (extrañamente familiar), me desvela, me mantiene vivo, en el mundo.

 En contraste con el despertar a aquello que nos causa (altera, inquieta), observamos a unos hombrecillos que aparentemente están profundamente dormidos, desplazándose como auténticos sonámbulos, encadenados a una especie de automatismo alienante y enloquecedor (¿es el sueño de Morfeo del capitalismo salvaje?).

 En la teoría de la relatividad se plantea que existe un losange (vel lógico) entre el espacio y tiempo:

 Espacio ◊ Tiempo

 El losange, rombo o diamante, indica una relación de doble implicación, de implicación recíproca, entre dos términos. 

 Aplicado a nuestro caso:


  • Espacio sí y solamente sí () tiempo
  • Tiempo sí y solamente sí () espacio

 Entre la escalera -objeto topológico dotado de una determinada variante geométrica- y el tiempo que tardan esos hombrecillos en darle una vuelta completa -subiendo o bajando-, se establece una relación de losange, de implicación recíproca, de unión () y de intersección () [Acotación al margen: no hay que olvidar nunca que estos hombrecillos son significantes que, como tales, hablan y son hablados, lo que determina que el tiempo de la escalera no sea el tiempo absoluto -newtoniano-, ni el relativo -einsteniano-, sino el tiempo lógico -nachträglich- del significante]:

  • Escalera (objeto topológico) sí y solamente sí () tiempo lógico (hombrecillos parlantes)
  • Tiempo lógico (hombrecillos parlantes) sí y solamente sí () Escalera (objeto topológico)

 Para la teoría de la relatividad el tiempo y el espacio son relativos entre sí (lo que implica que están anudados en un tejido borromeano). 

 A la vez, el tejido, el complejo espacio-tiempo, es relativo al observador que lo mide; dos observadores en situaciones distintas pueden obtener registros diferentes del mismo (?) tiempo . 

 Conclusión: para la teoría de la relatividad no existe "el-mismo-acontecimiento-temporal".

 Todo acontecimiento temporal, en relación con su marca significante, se caracteriza por ser Otro



La escalera y el tiempo circulares

 Hemos planteado que la medición, la captación del espacio-tiempo, de su realidad, objetividad, dependen radicalmente del Otro, al que, en su calidad de Lugar, situamos en función de observador.

 Esto no supone una posición escéptica con respecto a la realidad. 

 Cuando se afirma que la realidad es fantasmática esto no significa que sea engañosa, sino que se sostiene en el fantasma fundamental

 El fantasma se expresa mathemáticamente en una fórmula en la que, de nuevo, aparece un rombo, un losange, que establece una relación de implicación recíproca entre el sujeto tachado por el significante y el objeto @: $<>a.

 Yendo directamente al grano, para el psicoanálisis, el tejido espacio-temporal, que constituye la trama de la realidad, se organiza no desde la mirada de un observador, sino desde un lugar tercero, el del deseo: lo real del fantasma:

 Fantasma fundamental: $<>a <.....> Deseo ||| Realidad


 La realidad vela lo real del fantasma.

 La teoría de la relatividad postula que dos observadores distintos pueden medir tiempos diferentes:

 "De acuerdo con la teoría de la relatividad, la dilatación del tiempo es una diferencia en el tiempo transcurrido medido por dos observadores, ya sea debido a una diferencia de velocidad relativa entre sí, o por estar situados de manera diferente en relación con un campo gravitacional. Como resultado de la naturaleza del espacio-tiempo​ se medirá un reloj que se mueve en relación con un observador para que marque más lento que un reloj que está en reposo en el propio marco de referencia del observador. Un reloj que está bajo la influencia de un campo gravitatorio más fuerte que el de un observador también se medirá para que marque más lento que el propio reloj del observador." ("Dilatación del tiempo"; Wikipedia, La enciclopedia libre).

 ¿Qué es un observador para la física?:

 "En física, un <<observador>> es cualquier ente capaz de realizar mediciones de magnitudes físicas de un sistema físico para obtener información sobre el estado físico de dicho sistema." ("Observador"; Op. cit.).

 La escalera, en el marco del losange espacio-tiempo, es un objeto inmerso en un espacio geométrico no-euclídeo, curvo, que mantiene una relación de implicación recíproca con el tiempo, entendido no como tiempo cronológico, sino como tiempo lógico: el acto o acontecimiento significante, causado por un deseo, que consiste en recorrer esa escalera por parte de esos pequeños parletrês (sino es para eso, paradeletrear, ¿que pintan ahí?).

 Hay un anudamiento entre el acto espacio-temporal de "Suben y bajan" con el así llamado observador que, en la Física, no es un ojo, sino, más bien, un ente matemático, algo reducible a una fórmula algebraica, formalizable en términos de lógica matemática, simbólica.

 Si la realidad es fantasmática, debido a que su matriz es el fantasma del sujeto, en el psicoanálisis, como en la física relativista, también tenemos dos observadores"A falta de pan buenas son tortas".

 ¿Cuáles son los observadores psicoanalíticos?

 Si el centro de observación, el puesto de mando de la realidad, se localiza en el fantasma, en "Suben y bajan" es posible situarlo, en función de observador privilegiado (en primera línea de playa, con vistas al mar), en ese humilde templete, esa pequeña construcción adosada a la azotea, a la que hemos calificado como el belvedere psicoanalítico.


El belvedere psicoanalítico

 Lo que más llama la atención de este belvedere es que está vacío, que no hay ningún observador, vigía, mirón, voyeur.

 ¿Acaso no se deberá a que el fantasma-voyeur-belvedere es un vacío?

 ¿No será que vemos el mundo por un ojo vacío, ciego, irremediablemente tuerto? 

 Que no cunda el pánico (no es un problema de recortes por la crisis) porque ya sabemos, gracias a la física, que esto del observador es una metáfora; el observador es un ente-constructo matemático (puede ser un conjunto de operaciones matemáticas).

 Nuestro observador, el psicoanalítico, no es un espectro, sino un Phantasma mathemático, un formalismo lógico: $<>a ---- deseo.

 El observador fantasmático, como se ha dicho, se ubica en ese belvedere vacío.

 Lo que está observando desde el fantasma no es la bella vista exterior, que se extiende más allá de los límites de la azotea, el cielo infinito, sino a unos hombrecillos recorriendo una escalera circular sin fin, sin destino.

 ¿No hemos venido al mundo para dar vueltas en redondo alrededor de un agujero?

 Resulta que esos hombrecillos, que suben y bajan la escalera en dos hileras, en formación, en fila india, para mayor sorpresa, forman parte del fantasma.

 A los hombrecillos, formados y formales, auténticos representantes de la representación, hay que sumarles la escalera en su dimensión de objeto.

 Ell sujeto y el objeto, en su losange fantasmático, son el observador y lo observado.

 En los tres tiempos de la pulsión escópica hay un primer tiempo que es el de mirar (activo); un tiempo intermedio -reflexivo- en el que el fantasma se mira a sí mismo: mirar-se; un tercer tiempo en el que la pulsión, después de haber recorrido todo el borde de la escalera, se hace mirada (activo-pasivo)

 En el fantasma, el sujeto tachado por el significante ($) y el objeto @ son dos observadores que, en tanto entidades simbólico-reales, en su dimensión de escritura, miran la escena.

 Además, en el propio fantasma, gracias al losange (<>) , el $ y el @ se miran, están en posición de mirar-se: el sujeto mira al objeto y el objeto mira al sujeto; el $ y el @ se sostienen en su relación de implicación recíproca que pone en acto el goce de la mirada.

 $<<--------|-------->> @ El sujeto y el objeto se miran en el fantasma

 Por lo tanto, hay un mirar y un mirarse del sujeto y del objeto que es consustancial al fantasma.

 ¿Dónde situamos en "Suben y bajan" el sujeto y el objeto, el $ y el @

 Hay que fijarse, de forma impepinable, en la escalera circular y en los hombrecillos circulantes:

 -) El $ son los hombrecillos circulantes.

 -) El objeto @ es la escalera circular.


Otra escalera de Escher

 
 Aquí, en esta imagen, en esta otra escalera de Escher o escalera-Otra, se trata de lo contrario de lo contrario (de lo que siempre nos contraría).

 Es una especie de escalera compuesta de trozos de escalera, desarticulados, desgajados unos de los otros, como si alguien hubiese lanzado al azar fragmentos de escalera que se disponen sin ningún orden, con la mayor de las inconsecuencias.

 A pesar de todo, los gusanitos, extraños bichos unheimlich, suben y bajan.

martes, 21 de enero de 2020

El belvedere psicoanalítico (V): "El patio de luces y el toro" (tercera parte)

El trazado de diferentes líneas sobre el toro
   
 El patio de luces y el toro (tercera parte)

 Si le damos un tajo al toro, ¿qué es lo que vemos a través de la raja que hemos abierto en su cuerpo?

 Sus intestinos, su interior.

 Para nuestra sorpresa, una vez que hemos entrado en la cámara secreta del toro, en el sanctasanctorum, comprobamos que su anillo está vacío por dentro, que es un tubo, un cilindro al que le han cosido sus dos extremos por medio de una anastomosis término-terminal (tipo de unión que se efectúa sobre un tubo).


Figura tomada del Seminario 25 de J. Lacan

 Lacan, a este tubo en forma de anillo, lo llama el alma del toro.

 Este agujero almático rodea el otro agujero agalmático del toro.

 La diferencia entre el agujero almático y el agalmático es que este último alberga al objeto @, la causa del deseo, el objeto del goce (objeto que no tiene más objeto que el goce).

 La demanda significante o los significantes de la demanda giran alrededor del alma del toro.

 Cada una de sus vueltas, de sus bucles, corresponde a una demanda: D1, D2, D3, D4...

Las vueltas de la demanda que dan la vuelta al alma del toro

  Los hombrecillos-significantes, escherianos, también dan la vuelta al alma de esa escalera paradójica (¿se puede afirmar que una escalera tiene alma?).

 Si el alma es un tubo cosido por sus extremos a través del cual circulan los significantes, la respuesta es afirmativa.

 Los significantes de la demanda no pueden hacer ninguna otra cosa más que dar vueltas en círculo alrededor de ese alma que, a su vez, rodea al agujero central.

 Los pequeños monjes escolásticos se tienen que dedicar en cuerpo y alma a dar vueltas alrededor de esa escalera que en-vuelve, abraza, al patio de luces (agujero de luz) del Monasterio.

Los hombrecillos no han podido salvar su alma; han quedado condenados a penar eternamente por sus pecados en ese círculo almático, infernal; circulan por él como almas en pena, enganchados a su demanda siempre insatisfecha, dando vueltas sin fin, bajando y subiendo, imbuidos de una amarga monotonía silente, que raya en la abulia, en el deser.



Los dos agujeros del toro: el alma del toro, por el que circula la línea de la demanda; y el agujero central del deseo

 Los bucles de la demanda giran alrededor del alma del toro hasta dar una vuelta completa.

 Una vuelta de la línea de la demanda por el alma del toro implica dar una vuelta de más, suplementaria, no contabilizada, alrededor del agujero central del deseo.

 Si yo cuento x vueltas de la demanda en su discurrir almático (no asmático), faltará siempre una vuelta de más, la del deseo, en torno al agujero éxtimo, que no he registrado, contabilizado:

x Demandas + 1 Deseo = 9 vueltas: 1 + d (@)


La línea de la demanda traza unos pequeños círculos o bucles transversales alrededor de alma del toro; a la vez, traza un círculo completo alrededor del agujero central, que constituye la vuelta de más del deseo, aquella que no entra en la cuenta

 Los soldaditos-monjes, después que, subiendo y bajando, han dado una vuelta completa a la escalera, también han circunvalado, rodeado, ceñido, el patio de luces:

 1 vuelta completa a la escalera + 1 vuelta de más al patio de luces

 En esa especie de pista deslizante de bobsleigh que es la escalera tubárica, de escaloncito en escaloncito, unos descendiendo y otros ascendiendo, todos los hombrecillos, a la par, cantan el blues de la demanda: "Demanda, demanda, no dejes de demandar, que algo siempre queda".

 Estos escalones escalares representan, cada uno de ellos, los pasos perdidos de los significantes por el círculo de la demanda.

 Entonces, tenemos dos tipos de pasos o de vueltas representados por esas dos hileras o cadenas de hombrecillos-significantes:

 (-) La vuelta de la demanda: que recorre la pista de bobsleigh de la escalera, representada por la columna de hombrecillos más exterior.

 (-) La vuelta del deseo: efecto de haber pasado por todos los escalones de la demanda; esta vuelta suplementaria, la vuelta de más, que escapa a la cuenta, está representada por la columna interior de marchantes que rodea, ciñe, el agujero del patio de luces.


El hueco de la escalera, el alma de la escalera, es como una pista de bobsleigh  por la que se deslizan los significantes de la demanda.

 Por este motivo, en la escalera escheriana -la pista por la que se desliza el vehículo de los significantes de la demanda-, hay dos hileras de hombrecillos-significantes desfilando marcialmente: una, más cercana al patio de luces (la fila del deseo); la otra, más exterior, adyacente a la fachada (la fila de la demanda).


Ejercicios escherianos

 En "Suben y bajan", Escher, ha sido capaz de representar, de metaforizar esas dos lineas que trazan los significantes de la demanda alrededor del alma del toro: la línea de la demanda y la del deseo.

 Una de las filas de los peregrinos que peregrinan alrededor de sí mismos por una humilde escalera que no lleva ni al cielo ni al infierno representa la curva demandante y, la otra, la curva deseante.

 El cuadro de Escher se podría titular no "De la azotea al cielo", sino "De la azotea a ninguna parte (¡o a la misma parte!)".

 El círculo de la demanda, que se repite con un carácter de automatón, de insistencia, de compulsión, es perpendicular tanto al alma del toro como a su eje. 

 El círculo del deseo, que se computa (a pesar de no ser computable) como la vuelta de más del circulo de la demanda alrededor del agujero del deseo, es paralelo al eje del toro y perpendicular al bucle perialmático.

 La línea o las líneas de la demanda son las que leen las adivinas en la palma de la mano.

 La línea del deseo solo la puede leer un psicoanalista en el discurso del Otro (allí donde se juega el destino de un sujeto).

 Existe una articulación entre el círculo de la demanda y el del deseo.

 No hay círculo del deseo sin círculo de la demanda.

 Otra vez, repetimos: la línea del deseo es la vuelta suplementaria -incontable- que da la línea de la demanda alrededor del alma del toro.

 El deseo se sustrae a la demanda, impidiendo que ésta se cierre sobre sí misma.

 El círculo de la demanda, su agujero perialmático, es reducible a un punto.

 El círculo del deseo, su agujero periaxial, éxtimo, es irreducible a un punto; no puede desaparecer por más paladas y paladas de demanda de amor que echemos sobre su sobrevenida (overcoming en inglés) abertura (hiancia).

 El psicoanálisis siempre rima con lo hiante, muchas veces con lo hiriente, a veces con lo irrisorio


Las dos líneas que se pueden trazar en un toro: la línea de la demanda, que recorre el alma del toro; y la línea del deseo, que rodea el eje del toro, su agujero central

  La curva de la demanda del toro -perialmática- se corresponde, en el cuadro de Escher, con la columna de topillos-significantes que no-cesa-de-no-subir hacia ningún sitio por la parte exterior de la escalera (tomando como referencia, como centro, el patio de luces, el lucernario que ilumina con su resplandor toda la escena).

 Hemos definido una escalera como una rampa tubular, con peldaños, susceptible de ser recorrida en sus dos sentidos: hacia arriba y hacia abajo.

 La curva del deseo, el topos del toro -periaxial-, se corresponde, en la representación escheriana, con la disciplinada y desfilante hilera de luciérnagas-significantes que no-cesa-de-no-bajar hacia ningún sitio por la parte interior de la escalera, girando cual peonza alrededor del patio de luces de ese Monasterio atópico.

 En una interpretación provocadora, cogida por los pelos, hemos planteado que con "Suben y bajan", el bueno de Escher, el pintor que utiliza las matemáticas y la topología como paleta, habría intentado representar, sin saberlo, un cuerpo humano tal y como se organiza alrededor de los agujeros pulsionales.

 La ana-tomía humana o in-humana se estructura a partir del corte, la incisión, la -tomía del significante, que no solo mortifica el cuerpo (el cuerpo simbólico), sino que, sobre todo, gracias a sus marcas, lo hace gozar (el cuerpo gozante).   

 Escher, a través de una intuición genial, demuestra haber captado la importancia esencial de la hiancia del deseo en la constitución de un cuerpo al que, por mor de su causa, se le puede nombrar humano.

 Esta hendidura constituyente -el último reducto del deseo- estaría representada en el cuerpo tórico por su agujero central, interior y exterior, éxtimo, alrededor del cual da la vuelta la deriva pulsional, cuyo giro, cambio de sentido, en su camino de retorno a la zona erógena, es posibilitado por el objeto @ (que tiene una función de rotonda, de plazoleta).


El circuito pulsional del drive alrededor del borde de la zona erógena

 "Suben y bajan", apostamos a que es la representación de un cuerpo humano, concretamente de la "hendidura palpebral" (el patio de luces) y del "objeto @-mirada" (el templete-belvedere).

 En él, en ese cuerpo-escalera, los significantes de la pulsión escópica -$<>D-, los hombrecillos-significantes, suben y bajan (para que la cosa no sea tan monótona), dando vueltas alrededor del lucernario central.

 La fórmula del fantasma escópico ($<>a), del "mirar-mirarse-hacerse mirada", tiene su centro en el objeto @-mirada:

Patio de luces ($ = hendidura) <> belvedere (objeto @ = la mirada)

¿Qué decir de esas almas errantes, de esos significantes-carrusel, encarnados en los piadosos orantes que dan vueltas sin parar -nadie sabe porqué ni para qué-, arriba y abajo, por el hueco de la escalera o por esa escalera hueca?

 Poco se puede decir de esos que dicen tan poco, que andan sumidos en el mutismo, solo pendientes de alcanzar el siguiente escalón y, luego, el siguiente del siguiente, y el siguiente del siguiente del siguiente...; así, hasta un infinito compuesto de incontables escalones que únicamente dejan oir el eco del siguiente paso, del paso siguiente.

 Esta gente que sufre del mal de la azotea, que se le han subido los vapores a la azotea, podrían ser los apóstoles esperando el descenso e iluminación del Espíritu Santo.

 Como la susodicha paloma no acaba de llegar, se entretienen dando paseitos por la terraza de la casa:    
"1 Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. 2 De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde estaban sentados, 3 y se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. 4 Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse. 5 Y había judíos que moraban en Jerusalén, hombres piadosos, procedentes de todas las naciones bajo el cielo. 6 Y al ocurrir este estruendo, la multitud se juntó; y estaban desconcertados porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. 7 Y estaban asombrados y se maravillaban, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que están hablando?
8 ¿Cómo es que cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua en la que hemos nacido?
9 Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, 10 de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia alrededor de Cirene, viajeros de Roma, tanto judíos como prosélitos , 11 cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestros idiomas de las maravillas de Dios. 12 Todos estaban asombrados y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? 13 Pero otros se burlaban y decían: Están borrachos". (Hechos 2: 1-13).


Los hombrecillos escherianos pueden ser los apóstoles estirando el tiempo en la azotea a la espera del Espíritu Santo

 Estos hombrecillos pentecostales o pericostales pueden ser unos auténticos santos o unos empedernidos pecadores, auténticos borrachos que, en su embriaguez, se dedican a dar vueltas tontamente alrededor de una escalera o a esperar santamente a esa paloma sabia que les va a insuflar tantas lenguas que se van a volver locos a fuerza de malentenderse.  

Nos llama poderosamente la atención que estas dos columnas de peregrinos que peregrinan hacia ninguna parte, cuyo peregrinaje consiste en girar en círculo, subiendo y bajando, dado que su peregrinaje es interminable, no porten, para ayudarse en su caminar, para apoyar su cuerpo cansado, algún tipo de cayado, bastón o vara.

 Este hecho, la ausencia de un cayado, es todavía más sorprendente en la columna de hombrecillos-significantes más interior -intestina-, más próxima al prójimo, al patio de luces, al lucernario que, en su peregrinaje sin fin, sin esperanza, recorre el círculo periaxial del deseo (el que hace borde con el "agujero corriente de aire" del toro o con el "agujero rayo de luz" de "Suben y bajan").

¿Por qué esta hilera de peregrinos no proximal sino projimal, íntimamente ajena, que peregrinan sobre la estela, sobre las huellas de su propio peregrinaje, necesita, todavía más que la otra, un cayado, bastón o vara, para sostenerse en su agotadora errancia?

 Al tener que recorrer una y otra vez la curva cerrada del deseo, la vuelta-de-más, incontable, su tarea no solo es agotadora, sino imposible.

 No les vendría mal tener a mano el cayado de Esculapio o la vara de Moisés.


La milagrosa vara de Moisés

 El que no haya ningún cayado esculapiano o vara mosáica en "Suben y bajan" de Escher nos resulta de lo más sospechoso, dejándonos pensativos, con la mosca detrás de la oreja.

 ¿Acaso es que los hombrecillos-significantes son tan fuertes y robustos que no necesitan apoyarse en ningún cayado que haga más soportable su cansancio perenne?

¿O será que lo que se nos muestra como un movimiento continuo de subida y bajada es una pura ilusión que, en realidad nada se mueve?

Creemos estar viendo en "Suben y bajan" una especie de modelo paradójico, contradictorio, del móvil perpetuo (perpetuum mobile), cuando, en realidad, por poco que uno se apure, haciendo una buena lectura de este criptograma figurativo, de lo que se trata no es de lo contrario, la quietud absoluta, el inmovilismo total, sino de "lo que vuelve siempre al mismo lugar" (los hombrecillos, suban o bajen, siempre retornan al mismo punto de donde han partido), de lo real (el sol siempre sale por el este y se pone por el oeste).

 La pista que debemos seguir en "Suben y bajan" no es otra que la de "lo real".

 ¿Qué es lo real? Aquello que Escher nos pone delante de las narices, bajo la forma de una paradoja visual y que nos deja fuera de juego, en default (defecto, falta), totalmente perdidos, no pudiendo dar pie con bola, en un tropiezo permanente.

 Lo real, y aquí Escher no engaña a nadie, son esos hombrecillos-insignificantes que, después de dar una vuelta completa a esa escalera circular -suban o bajen- retornan siempre al mismo lugar, al punto de partida (otra vez me repito): "Lo real es lo que vuelve simpre al mismo lugar" (la esfera de las estrellas fijas aristotélicas, que actúan como el Primer Motor, la causa de todos los movimientos del universo).

 ¿Quiere Escher con su trampantojo matemático-topológico tomarnos el pelo, ponernos en un aprieto? La respuesta es ambigua, hasta cierto punto paradójica: sí y no.

 ¿Por qué?

 Si nos fijamos con detenimiento en ese "Suben y bajan", tan lógico y coherente, tan pleno de sentido, sólido e irrebatible, al poco "se nos hace la... un lío", no entendemos nada, no sabemos de dónde agarrarnos, cómo sostenernos frente a esa imagen que, por su carácter resbaladizo y sinuoso, nos hace perder pie, trastabillar, tropezar, hasta caernos.

 No es que Escher quiera tomarnos el tupé, jugar con nosotros al ratón y al gato, trampantojearnos, lanzándonos de cabeza a los trampantojos, a los abrojos, incluso, si uno se presta o se pone a tiro, despeñarnos desde Los Abruzos.

 No, Escher, no es un sádico que goza con nuestro desconcierto y desamparo; más bien, es un hombre juguetón, divertido y chistoso.

 Su afan no es ponernos en un apuro, apretarnos la goleta hasta quedarnos sin aire, sino que, a través de su cuadro topológico-matemático, con su barniz de sentido, pátina imaginaria, nos embarca en un juego, en un divertimento, en una especie de pasa-tiempos, astuto acertijo con el que nos aproxima a lo imposible, osease, a lo real.

 Dejando de lado la interpretación paranoica -que la intención de Escher es atraparnos en un callejón sin salida-, nos queda la otra posibilidad: al asomarnos al cuadro de Escher somos capturados en un impasse no tanto por el capricho caprichoso (redundancia) del artista, sino por causa de un real, de un imposible (la presencia enigmática de la mirada).

 Esto nos conduce a la siguiente afirmación: el cuadro de Escher es una ventana fantasmática que, al abrirse, nos pro-yecta (del latín pro-iactare, lanzar adelante) a lo real.

 El problema, la compleja complejidad (redundancia) -lo mismo para el propio creador artístico-, no lo tenemos con Escher, sino con la interpretación de lo real, con el abordaje de ese imposible que se nos muestra, da a ver, en este cuadro -"Suben y bajan"- que tiene la estructura de un fantasma: ($<>a).


La ventana del fantasma en un cuadro de R. Magritte

 En el cuadro de Magritte, además de los cristales, se recoge la estructura del fantasma, sus fragmentos dispersos: esa hendidura del sujeto ($), representada por la ventana rota; además, el objeto @, encarnado en esos cristales que han caído como resto, desecho, efecto traumático del corte significante (<>).  

Lo primero a reseñar es que este cuadro, que hemos situado como una ventana fantasmática a lo real, cuestiona radicalmente lo que es nuestra percepción cotidiana -natural-, intuitiva, de nuestra realidad compartida.

 La realidad común, en la que todos estamos metidos hasta los tuétanos, se sostiene en un espacio plano, euclídeo, en un imaginario tridimensional.

 Este es el espacio en que habitamos debido a nuestra condición de videntes; gracias al ojo, el hombre ve el mundo no en colores, sino en 3-D.

 "Suben y bajan" se desarrolla aparentemente en un espacio tridimensional, el que configura nuestra realidad común, nuestro hábitat imaginario cotidiano.

 Todos los personajes que pululan en este cuadro, así como los edificios y las construcciones, son objetos euclidianos, corrientes y molientes, como los que pueblan nuestro imaginario de todos los días, por lo que no nos suscitan ninguna extrañeza, más bien todo lo contrario, una absoluta y total familiaridad (se trata de objetos a los que podemos denominar heimlich: conocidos, familiares, con los que simpatizamos inmediatamente).

 Al lado de estos objetos heimlich -la ventana que funciona como una ventana; el tejado que funciona como un tejado; la azotea que funciona como una azotea, etc.- nos encontramos con un objeto singular que escapa a esta cualidad de lo familiar, el cual, inmediatamente, va a suscitar nuestra extrañeza: la escalera.

 Así, a bote pronto, se puede decir, sin temor a equivocarse, que es un objeto que nos trae a mal traer, por la calle de la amargura, que nos descoloca, suscitando nuestra perplejidad, incluso nuestra comunicable-incomunicable angustia.

 Se trata de un objeto más bien intratable, inmanejable, carente de un libro de instrucciones, incapaz de instruirnos, de edificarnos moralmente, que, al provocar nuestra extrañeza, al situarse extramuros del campo de lo familiar (heimlich), puede ser calificado como La Cosa (Chose) unheimlich,  extrañamente-familiar.

 Aparentemente esa escalera nos es tan familiar como cualquier otro tipo de escalera; no hay nada en su conformación como objeto, inmerso en el espacio tridimensional, que pueda considerarse anómalo o aberrante; pero hay algo que nos la hace extraña -unheimlich-, por atentar contra el modo como suceden las cosas en nuestro mundo cotidiano, en la realidad compartida: los que suben y bajan por esa escalera, aunque no paran de subir ni de bajar, no suben ni bajan nada, siempre están en el mismo plano.

 Se trata de algo que subvierte radicalmente las leyes que rigen el espacio que habitamos, euclideo, plano, de tres dimensiones.

 La conclusión inmediata es que esta escalera, aunque siga siendo una escalera, no funciona como las escaleras normales, como una escala, porque el espacio en que está inmersa no es un espacio euclideo, de 3-D; por ejemplo, podría ser una escalera tetradimensional, de ahí nuestra sensación de extrañeza, de desconcierto, al confrontarnos a un objeto 4-D desde una visión binocular, plana

 Esto se resume en la experiencia, siempre angustiante, de lo extrañamente-familiar, lo unheimlich, debido a la relación con ese objeto -el @- que, al no tener imagen en el espejo, causa nuestro extrañamiento (por ejemplo, nos destierra a deambular eternamente en una escalera tortuosa y torturante).


Hipercubo; cubo dibujado en cuatro dimensiones

 La dificultad para resolver la paradoja de Escher -que es resoluble- surge por abordar esa escalera-azoteística como una res extensa, un sólido platónico, un objeto útil, no perforado, horadado (como es el caso del @).

  En realidad de la más real, la escalera de Escher no es un objeto hecho con la materia del conocimiento, es un tejido.

 Es un conjunto de escalones y de hombrecillos trabados, ensamblados, entramados, anudados, en un tejido, al que, por convención, llamamos escalera

 A partir de ahora nos referiremos a ella como escalera-tejido, cuya urdimbre textual es RSI (real-simbólico-imaginario).

 Además, no es cualquier tejido, es una trenza urdida de forma borromeana con tres hilos: RSI.


Trenza o tejido borromeano; ¿a que podría pasar perfectamente por la escalera de Escher-Penrose?

 La Teoría de la Relatividad Generalizada -que incluye la Ley de la Gravedad- plantea que lo real es un tejido.

 No existe el espacio por un lado y el tiempo por otro, como dimensiones separadas.

 El espacio y el tiempo están anudados, trenzados, en un tejido espacio-temporal.

 Se considera que el tiempo es la cuarta dimensión del espacio.

 La escalera de Escher, con esos hombrecillos-insignificantes que no paran de dar vueltas, es una voz que grita, que escuchan hasta las piedras del desierto: ¡Hay falta!

 La escalera de Escher, en tanto representante de la representación de la falta real, es una trenza en la que se entretejen tres dimensiones: el espacio-el tiempo-el goce.

 Al ser borromeano el entrelazamiento espacio-temporal de ese tejido-escalar, esto implica que "dos se anudan por un tercero": la consistencia espacial (lo imaginario) y la inconsistencia temporal (lo simbólico) se enlazan entre sí gracias a la sustancia del goce (lo real), que eksiste a ambos.

Esta escalera hace función de sinthome, de cuarto nudo, que permite el entrelazamiento borromeano RSI. 

 
Ese cuarto nudo de color gris, la escalera de Escher, hace función de sinthome -la versión sinthomática de lo real de la eksistencia-, que enlaza borromeanamente RSI. Es la escalera-nudo que sostiene la ex-sistencia de lo real del goce.
 
 La primera manifestación de lo real, no en relación con lo imposible, sino con el goce, es ese objeto @ -la escalera-, no especularizable, caracterizado por su extrañeza, por su extraña familiaridad.

 Es totalmente legítimo plantear que esa escalera, en su condición de real, de fuera de sentido, nos suscita graves problemas de comprensión, significación, dación de sentido, imaginarización, porque su estatuto es el de un objeto @, formalizable en el registro del fantasma fundamental (el soporte del deseo).

 Lo que se puede denominar la paradoja de Escher, en tanto aporía formalizada, materializada en una representación matemática, por su radical extrañeza, des-familiaridad, nos advierte que la así llamada realidad, aquello que consideramos lo más evidente y natural, no es más que un constructo imaginario sostenido por una estructura fantasmática simbólico-real ($<>a).

 Lo que la realidad vela es el deseo, cuyo único soporte es el fantasma. 

 El cuadro de Escher, al que hemos calificado como una ventana abierta a lo real, al poner en evidencia, al mostrar que la así llamada "realidad" solo se asienta en lo real del fantasma ($<>a), produce un efecto de desvencijamiento, desquiciamiento y descuajeringamiento, de ese espacio euclídeo, tridimensional, que habitamos gracias a nuestra condición de hablantes.

¿Cuál es la estrategia que utiliza Escher para, "sacando los pies del plato", sacar de quicio a la realidad, desnudando, ante nuestros ojos, sin que nos demos cuenta, la estructura del fantasma, demostrando (porque en realidad se trata de una tesis) que la dicha y dichosa realidad (horadada por lo real) no se soporta más que del deseo ($<>a---deseo)?

El diseño de su cuadro es simple a la vez que increiblemente complejo; lo más oculto nos lo muestra a cielo abierto, a plena luz del día, irradiada por un patio de luces, para que así permanezca todavía más oculto y, nosotros, espectadores, más desconcertados, desvencijados, descuajeringados, desquiciados, descarrilados y descarriados (el destino princeps del sujeto humano).