La Clínica psicoanalítica y sus avatares

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado

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domingo, 3 de mayo de 2020

"Pedro Páramo", de Juan Rulfo; "Una aproximación desde el psicoanálisis" (I)


Juan Rulfo

Cuando son algunas mujeres, notodas, las que sostienen el nombre del padre (Parte I) 

 Cuando son las mujeres, algunas mujeres, no-todasunas mujeres, las que sostienen -¡contra viento y marea!-, a pesar de la Iglesia -¡con la Iglesia nos hemos topado!-, contra el martillo de herejes, el Nombre-del-Padre. 

"Pedro Páramo" es más que una novela; es un relato mítico.

 Mito en su sentido estructural: 

 Un texto, un escrito, que da una versión de lo real, de lo imposible.

 El lugar, también mítico, en el que se desarrolla la trama, el argumento, la historia, que narra este texto mítico es Comala. 

 Quien dice mítico también dice sagrado. 

 Freud afirma que el sueño hay que tomarlo como un "texto sagrado" 

 Dicho de otra forma, hay que abordarlo "al pie de la letra". 

 Comala es un pequeño pueblo inmundo, "de cuyo nombre no quiero acordarme" (porque está lleno de manchas, de ánimas); es todo un mundo. 

 De hecho, es más que un mundo, es el universo literario de Juan Rulfo. 

 Comala tiene una característica singular: es un lugar muerto, deshabitado, del que han desaparecido todos sus habitantes, que penan sus pecados en la condición de ánimas. 

 Entendemos por ánimas: significantes 

 Comala es un lugar, mejor dicho, un no-lugar, una auténtica atopía, habitada sólo por significantes. 

 Este es el motivo por el que los muertos hablan en Comala; porque no son muertos, son significantes. 

 A no ser que, invirtiendo la carga de la prueba, uno considere que la condición del significante es per se mortal. 

 De hecho, los significantes, matan, tocan la carne, produciendo heridas mortales. 

 Si no que se lo pregunten al bueno de Juan Preciado, al que mataron los murmullos. 

 En Comala sólo se escucha hablar a los significantes, que hablan y hablan, que no paran de hablar, que aprovechan cualquier resquicio o grieta para hablar, como si en ello les fuera la vida. 

 Este es el lema de los significantes de Comala: "¡Que la palabra continúe!" ("¡que la fiesta, el festín de las palabras, la comida totémica de los significantes, no decaiga!"). 

 "¡Hablad, hablad, malditos!". 

 En Comala sólo se escuchan las voces de los muertos.  

 Aunque, habría que decir, si uno quiere ser fiel a los hechos, que el único que las escucha es Juan Preciado. 

 Juan Preciado se ha transformado por arte de magia en el "Cronista (copista) Mayor de Comala". 




 Es el escribiente de Comala. 

 Comala es el lugar de su scriptura. 

 Es, en su condición de Cronista, Copista, Registrador, de estos documentos-voz, que pueblan Comala, el motivo por el cual, Juan Preciado, muy a su pesar, sostiene la Función Paterna en ese pueblo que, nunca mejor dicho, ha sido "abandonado de la mano de Dios".

 Las voces de los muertos pertenecen a aquellos que se han quedado sin voz, aunque no sin palabra, que, gracias a Juan Preciado, convertido en el "Vocero Mayor del Reino", la recuperan. 

 También recuperan el tiempo de la palabra. 

 Como todo el mundo sabe, los muertos, son los únicos que dicen la verdad. 

 Comala se ha apagado totalmente; sólo queda una débil llamita para iluminar la oscuridad.  

 Todas esas ánimas descarriadas que vagan por Comala son portadoras de una de esas lucecitas-luciérnagas a las que llamamos la verdad (que, como la mujer, es notoda).

 Dolores Preciado, antes de morir, le transmite a su hijo, Juan, que "la muerte no tiene voz". 

 Le envía, como mensajero suyo, para que entregue una misiva al padre, Pedro Páramo, en Comala, allí donde los muertos sí que tienen voz (¡si hay alguien dispuesto a escucharla!); donde podrá escuchar nítida y clara la voz de su madre (esta es una idea cartesiana). 

 Los muertos  tienen voz,  tienen derecho a la voz, sólo con la condición inexcusable de que alguien esté dispuesto a escucharla, a prestar su "tercera oreja". 

 Ese alguien que presta su oreja, que se ofrece a prestar audiencia a la voz de los muertos, a eso-Otro que nadie quiere escuchar, siempre en riesgo de perderse, de apagarse, es el bendito de Juan Preciado (el heterónimo de Juan Rulfo), que, como no podía ser de otra forma, en su errancia por todos los vericuetos y recovecos de Comala, desde los más íntimos a los más sórdidos, hace función de psicoanalista.

 Juan Preciado (Rulfo) es el psicoanalista de Comala. 

 Su escucha sólo está comandada por su deseo de analista: captar en el discurso del Otro la pura diferencia del deseo. 

 Prueba al canto: por fin, en la tumba, tanto Dorotea"La Cuarraca", como Susana San Juan, la más espiritual de las mujeres, le confiesan su deseo (y su amor) a Juan Preciado, el insigne psicoanalista, el hijo pródigo y predilecto de Comala, especializado en escuchar la voz de los muertos (que no es una forma de psicoanálisis aplicado).

 El problema es que, para acudir a su consulta, hay que tener la delicadeza, la precaución, el sentido común, de morirse primero (cosa que no está al alcance de todos). 

 Aquí, en este análisis in extremis, in artículo mortis, en su condición de análisis finito, es evidente que sólo se puede pagar con palabras y con la castración. 

 Comala, permitámonos esa libertad, que es la libertad y la sujeción de "asociar libremente", la forma menos libre de asociar, de enhebrar (... significantes), se salva, preserva su verdad, gracias a que se convierte en sujeto analizante de un analista llamado, para más señas, Juan Preciado. 

 En Pedro Páramo, Comala, se tumba en la tumba, en el diván de Juan Preciado (ubicado en el mejor lugar del cementerio, con las mejores vistas a Susana San Juan). 

 El síntoma que padece Comala, aquello que hay que sostener (sostenella y no enmendalla), interpretar, descifrar, es: 

 La voz de los muertos. 

 No hace falta aclarar que la voz de los muertos no tiene ningún sentido, que está fuera de sentido, que es un puro sinsentido. 

 Conclusión inconclusa: la voz de los muertos -el síntoma de Comala-, no es descifrable, interpretable.  



 La voz de los muertos es ese resto de goce que ha caído del universo simbólico llamado Comala. 

 Al ser el caput mortuum (restos) de todas las interpretaciones cuyo referente es Comala sólo puede ser captado a través de un acto de escritura: 

 El escrito "Pedro Páramo" (nombre propio) de Juan Rulfo (nombre propio). 

"Pedro Páramo" cumple sobradamente con su obligación ética de ser nombre "(Juan Rulfo)-de nombre (Pedro Páramo)-de nombre (las voces de los muertos)".

 Con lo cual se demuestra la verdad de que "Los hechos se los lleva el viento; mientras que las palabras prevalecen". 

 Basta ir a Comala para comprobarlo (yo me voy a dar una vuelta cuando pueda por ahí para verificarlo). 

 Aunque también es cierto que no hay que irse tan lejos para hacer este experimento. 

 En nuestra vida, todos los días son Comala; a diario podemos escuchar la voz de los muertos si tenemos bien dispuesta la oreja. 

 La voz de los muertos no es la voz de los cadáveres, que, como afirma Dolores Preciado, no tienen voz, porque la muerte no habla. 

 La voz de los muertos es la de todos aquellos sujetos en potencia (todos lo somos), que, llamados, convocados, interpelados, a hablar, a manifestar su deseo ("Os digo que si estos callan las piedras clamarán"), se han quedado sin voz, se los ha despojado de su voz (el derecho humano más inalienable). 

La voz de los muertos es la voz de la tierra, y la de la sangre, y la de todos los amores no correspondidos, y los pecados no redimidos

 A estas pobres mujeres -DoroteaJustinaEduviges…-, desechos de esa historia que escribe el discurso del amo, cuyo goce pecador, abominable, aunque siempre enigmático, ha caído como un resto de ese Saber que aspira a lo Absoluto (hegeliano); es decir, a borrar de la historia de los cuerpos toda mancha de goce, al que, Juan Preciado (Rulfo), en su condición de "psicoanalista-lector-escritor", en un acto de infinita caridad, les devuelve su voz, su derecho inalienable a tener una voz, para así poder tener un lugar-en-el-mundo.

 Alguien, que podría ser la voz de un muerto, le pregunta a Juan Preciado (cuyo don más preciado es el de tener una oreja dispuesta a la escucha, generosamente escuchante): 

 "¿Y a qué va usted a Comala, si se puede saber? 

 Voy a ver a mi padre. 

 ¡Ah!, dijo él, y volvimos al silencio". 

 ¿Por qué los muertos son los únicos seres parlantes de Comala? 

 Esto es así hasta el punto que se puede afirmar que Comala es una cierta versión rulfiana del Universo del lenguaje (ahí donde decimos y somos dichos). 

 Los muertos comalenses, esas ánimas pecadoras, hablan por los codos, sin parar, y, sobre todo, hablan de su verdad (de aquello que nadie quiere escuchar: lo reprimido freudiano), porque -no hacemos más que repetirnos- hay un Otro, un tal Juan Preciado, una especie de Quijote o de Santo, que está dispuesto a escuchar sus insensateces, disparates, tonterías (aplica, sin saberlo, la regla fundamental, para que los muertos puedan asociar libremente). 

 Este Juanito el Valiente (una especie de Sastrecillo Valiente) hace, con toda la dignidad del mundo, con plena dedicación a la causa, función de psicoanalista.

 A esta labor caritativa de Juan Preciado se la llama, desde el psicoanálisis, la función o la fundación  de la transferencia, que se sostiene en el poder discrecional del oyente, y, en el hecho de experiencia,  de que la oferta de escucha, de palabra, genera demanda discursiva (aunque esto está formulado como una ley capitalista, del mercado, es un principio ético, humanitario, conocido por todos los pueblos desde los orígenes de la humanidad). 

 Además, el mismo Juan Preciado, paga lo suyo, con lo suyo, con su "libra de carne", con su goce más preciado (por ese se llama Preciado): los murmullos, los lamentos de los muertos, que, él, tan generosamente se ha ofrecido a escuchar, desde el discurso del analista (que lo sitúa, a él, en el lugar del agente del discurso, en posición de objeto [a]), acaban con su vida, con su periplo comalense, con su tour, porque lo matan, mandándolo a criar malvas, al más allá, en compañía de Dorotea "La Cuarraca" y de Susana San Juan (a la que voy a apodar "La Dolores"). 

 Situarse en posición de analista nunca es inocuo. 

 Escuchar nunca es algo inocente, sin consecuencias. 

 Todo el que habla, la chinga. 

 Por cierto, la expresión "criar malvas" viene de la idea errónea, pero verdadera, de que las malvas, un tipo de plantas, crecen sólo en los cementerios, siendo su abono los propios muertos.


Un no-lugar llamado Comala

 Los muertos, es decir, lo que todos somos, ellos y nosotros, cuando soñamos, amamos, nos vinculamos discursivamente: hablan y hablamos; por su posición y por la nuestra.

 Porque, como dice Lacan, leyendo al pie de la letra el sueño relatado por Freud en el que a un hijo se le aparece, como si estuviese vivo, el Padre muerto (que se expresa con toda soltura y familiaridad), la enunciación del discurso (por ejemplo, el de los muertos con nombre propio de Comala) sólo se sostiene desde el lugar de un Padre (Autre) que está muerto pero que no sabe (esto es lo esencial) que está muerto.

 Se trata de un Padre, que, en su condición de muerto, le falta el saber, el significante de su propia muerte. 

 Por lo tanto, para este padre, fallido o fallado, como para cualquier padre, en cualquier caso castrado (por eso su hijo se apiada de él), su propia muerte es un real, al carecer del significante con que podría -¡si no fuese un real!- significarla.

Su muerte, en su ditmensión de agujero, está ubicada en el lugar del "ombligo del sueño", de lo unkönnen (können es saber y poder).




 Todos los muertos (sueños) hablanteseres de Comala comparten este rasgo divisivo paterno: 

 Están muertos, requetemuertos, pero "no saben" que están muertos (todos ellos están marcados por la barra de la spaltüng del sujeto):

 "Sin dejar de oírla, me puse a mirar a la mujer que tenía frente a mí. Pensé que debía haber pasado por años difíciles. Su cara se transparentaba como si no tuviera sangre, y sus manos estaban marchitas; marchitas y apretadas de arrugas. No se le veían los ojos. Llevaba un vestido blanco muy antiguo, recargado de holanes, y del cuello, enhilada en un cordón, le colgaba una María Santísima del Refugio con un letrero que decía: <<Refugio de pecadores>>".

 "¿Está usted viva, Damiana? ¡Dígame, Damiana!"

 Este hecho radical sólo lo puede captar un hijo que ha perdido a su padre, y, que, porque lo ha perdido, lo busca ("no busco, encuentro": la peor herida narcisista para el Yo, mucho peor que la de Darwin y Galileo).

 Juan Preciado aprende a escuchar en Comala la voz del silencio, el vacío del silencio (que no es el silencio vacío).

 Para terminar, voy a transcribir un poema de Paul Celan:

 DE A DOS

  De a dos nadan los muertos,
 de a dos, bañados en vino. 
 En el vino que sobre ti vertieron
 nadan los muertos de a dos.

 Trenzado sus cabellos en esteras, 
cohabitan entre sí.
Tú, lanza otra vez tu dado 
y sumérgete en un ojo de los dos.

 (De umbral en umbral)

 Y, como un homenaje a estas heroínas de Comala, a estas auténticas "Las Doce Rosas", algo que Freud escribe en "Psicología de las Masas":

 "(...) Del mismo modo, el amor a la mujer rompe los lazos colectivos de la raza, la nacionalidad y la clase social y lleva así a cabo una importantísima labor de civilización."

La monstruosidad del deseo en Escher (V)

Un cubo como dios manda

 Un cubo de armas tomar; y una escalera de quita y pon

 Un cubo del montón, de los de toda la vida, tiene seis caras y doce aristas.

 Si combinamos y permutamos las aristas del cubo de Necker con respecto a estos dos pares de significantes veremos que este cubo, extremadamente paradójico, se aparta mucho, casi pecaminosamente, de los cubos normalitos, aquellos que dios manda:

 [Aristas]-------->> (anterior / posterior) y (horizontal / vertical)

  De esta forma se pueden formalizar los dos puntos de intersección, críticos, imposibles, del cubo de Necker:

  • Punto de intersección-imposible [A]: arista (horizontal / anterior) se corta con arista (vertical / posterior)
  • Punto de intersección-imposible [B]: arista (horizontal / posterior) se corta con arista (vertical / anterior)

Un cubo donde nadie se encuentra con nadie

 Es evidente que, aquí, en este diábolo de Necker, de lo más diabólico, se pone en juego -en el sentido de que se inscribe-, una imposibilidad de lo más-menos evidente (a la vez, de lo más fértil): una arista anterior de un cubo no se puede intersecar con una arista posterior (solo dios y el cubo de Necker son ubicuos: pueden estar al mismo tiempo en dos sitios distantes).


El diábolo de Necker


 Al proyectar el cubo de Necker sobre un plano se produce una superposición, un cruce, entre dos aristas: una anterior, y, la otra, posterior; si se dibujan estas intersecciones virtuales como si fuesen reales se obtienen las dos formas del cubo de Necker.

 Es imposible construir un cubo de Necker en un espacio tridimensional.

 Si se intenta hacerlo, después de agitarlo en la coctelera, lo que nos sale es una ristra de churros o unos espaguetis a la carbonara.


Representación churrigueresca del cubo de Necker, con sus aristas retorcidas, en un espacio tridimensional

 La única posibilidad de representar un cubo de Necker en el espacio euclídeo, plano, es destruyéndolo en su estructura cúbica, al tener que retorcer (quebrar) sus aristas con el fin de realizar los cruces imposibles.

 Solo una superficie topológica curva, que admita determinadas torsiones, permitiría representarlo. 


El espacio curvo y sus torsiones

¿Qué está haciendo Pitagorín en el cuadro de Escher?

 Intenta retorcer los churros-aristas con el fin de que las aristas anteriores y posteriores se intersequen entre sí.

 El resultado está a la vista, es un churro.

 Haría mejor en tomarse un chocolate con churros que transformar el cubo de Necker en un auténtico churro.

 ¡Muchacho, deja de hacer chorradas!

 Pulgarcito se está volviendo loco con la maqueta del cubo de Necker, dándole unos giros imposibles, unos retorcimientos monstruosos, sin lograr materializar esos dos puntos críticos: los "puntos-agujero-imposible".

 Uno, como un buen amigo, le podría decir que mejor que lo deje, que va a fracasar, que, entre ese dibujo del cubo de Necker (bidimensional), arrojado en el suelo, y, la maqueta, que se trae entre manos (tridimensional), existe una hiancia irreductible (la falta real), imposible de solucionar (en todos los sentidos del término).

 Para que no se vaya todo a la porra, y, esa maqueta neckeriana, a la basura, lo mejor es
 que se olvide de todo y se zampe una buena porra.


Mejor una buena porra para que todo no se vaya a la porra

 Resulta que las aristas del cubo de Necker no están hechas, como los churros o las porras, de harina de trigo, agua, azúcar y sal, sino de madera o de hierro, por lo que si se intenta retorcerlas, doblarlas, torsionarlas, eso solo va a provocar su fractura, su ruptura total.

 Pitagorín, lo único que ha conseguido ha sido deformar la aristas de su pequeño juguete, pero, en absoluto, producir el cruce tan anhelado entre las aristas anteriores y las posteriores.


La tarea imposible con el cubo de Necker

 Se puede volver loco porque su tarea es imposible.

 A Piolín "se le hace la picha un lío".

 Esto es algo inevitable, fatal, porque tiene en sus manos la materia de lo imposible: la falta.

 Se puede suponer a un ser tremendamente poderoso, dotado de fuerzas sobrehumanas, capaz de manejar y transformar con su alquimia la materia, de tal forma que esté en disposición de forzar la resistencia de esas aristas pétreas del cubo de Necker, uniendo lo de detrás con lo de delante (sin que lo que está detrás o delante dejen de estar donde están).

 Pero, resulta, que esto ya se ha inventado: se llama el significante.

 Este ente del lenguaje, nada trascendente, plenamente material, además de faltar en su lugar, cosa que ya tiene mérito, es capaz de evocar la presencia en la ausencia (el Da) y la ausencia en la presencia (el Fort).

 Además, lo hace como quien no quiere la cosa; hasta un niño, como el nieto de Freud, es capaz de hacerlo con un simple yo-yo.

 Conclusión: el cubo de Necker es un significante; cada de una de sus aristas está marcada por un más (+) y por un menos (-): presencia y / o ausencia.

 Al cubo de Necker, para hacerle los honores, en su estatuto de objeto significante -¡sus aristas son significantes!-, lo vamos a llamar el cubo "neckerificante".

 Hay que estar bien preparado, adecuadamente provisto, de un deseo suficientemente purificado, esclarecido (como decía mi amigo), para abordar, sin graves contratiempos, un auténtico objeto neckerificante.

 ¿Cuál es la resistencia con la que se topa Galileito a la hora de abordar su maqueta neckerificante?

 No es la resistencia de la materia, de la res extensa.

 Tampoco las imposibilidades de la geometría.

 No es una resistencia lógica.

 Se trata, ni más ni menos, que de la resistencia de una materia muy especial que es la del deseo.

 Pitagorín está intentando resolver el problema de su deseo, y, en su camino, se encuentra con el objeto neckerificante, que, entre otras cosas, lo priva de la bella vista del belvedere.

  
En busca del deseo


 Podríamos fabular con la existencia de un mítico Hércules que complementa su fuerza poderosa con la astucia y el saber de un personaje como Ulises.

 Para poner a prueba sus recursos lo vamos a confrontar con el problema insoluble del cubo de Necker.

 Se trata de que sea capaz de trasladar ese cubo, inscripto en un plano, al espacio euclídeo (3-d); la piedra de toque será su habilidad para construir una maqueta que se corresponda en su estructura con el edificio del belvedere.

 En el ínterin se ha producido una transformación decisiva: el cubo de Necker ha pasado de ser un objeto matemático a ser un objeto neckerificante; esto comporta consecuencias decisivas en su abordaje; entre otras, que Hércules-Ulises (fuerza + astucia) deberá tener un inconsciente, que lo dote con la dote de una auténtica sabiduría inconsciente (del "saber-no-sabido-de-los-significantes"); como no sea así, está perdido.

 Su hazaña solo la va a poder realizar con el auxilio precioso del inconsciente, estando acompañado en todo momento por el discurso [deseo] del Otro.

 Si no cuenta, como soporte, como background (fondo), con el auxilio de la Ley (logos significante), su misión, desde el principio, está condenada al fracaso.

 Deberá abandonar cualquier ilusión de que la solución pueda venir de la astucia de la razón, para, así, entregarse y encomendarse, en cuerpo y alma, a la razón de la Ley, al logos, tan extremadamente locuaz, con su divertida locución, su inestimable "De locutionis significatione", que todo lo puede, todo lo alcanza.

 Si no es muy astuto (o se cree muy astuto), después de estudiar con detenimiento el plano, fijándose sobre todo en sus dos puntos-imposible, puede intentar forzar las aristas, sometiéndolas a un auténtico doblamiento, retorsión, retorcimiento, lo cual, en última instancia, producirá el colapso del cubo, su fractura, su derrumbe.

 La razón de la Ley, al contrario, lo que enuncia, con toda la fuerza de la verdad, es que la buena política no es la de forzar las aristas, sino la de re-forzarlas.

 No debilitar al sujeto, sino fortalecerlo.

 Intervenir, aunque sea sobre un cubo, sin tacto y sin medida, hay que anotarlo como el primer fracaso.

 El sujeto-cubo no se deja abordar de frente, por las bravas, de tú a tú.

 Se hace imprescindible una mediación que tercie.

 Es necesario un acercamiento indirecto, elíptico, más sutil, que sea precedido por unos preliminares, por unos pasos de lo más delicados; que no se vaya directamente al grano, "a saco", como se dice vulgarmente.

 Primero, es imprescindible saber con qué tipo de objeto se está uno viendo las caras (o encamándose); forzosamente, sin forzar las cosas, deberá preguntarse, y preguntarle, por su estructura (¡la de su deseo!).

 Sobre todo, cuál es su posición sexuada, gozante, si corresponde a la masculina-fálica o a la femenina-notodo.

 Alguien puede decir que los cubos no tienen sexo; cosa que no es en absoluto cierta.

 Sexo, en el sentido de genitales, es evidente que no lo tiene; pero, como "la anatomía es el destino" (dijo un tal Napoleón), es muy importante tener en cuenta su modo de goce (que depende de su posición sexuada).

 Hay que recordar que el cubo ya no es un cubo -"Esto no es una pipa"-, al haberse transformado en un objeto significanteneckerificante; este hecho, inmediatamente, por la fuerza de las cosas, introduce la cuestión límite del deseo del Otro.

 Por lo tanto, si queremos algo con Necker, no tenemos más remedio que preguntarnos por su deseo, por su Che Vuoi: ¿qué quiere el cubo neckerificante?

 En primer lugar, que se lo reconozca como significante, lo que implica que se hable, converse, dialogue, con él -como hacía San Francisco con los animales y las plantas-, para hacerle así los honores debidos y dar valor a su título eminente de neckerificante.

 ¿Acaso los cubos no hablan?

 Si es así, habrá que escucharlos.


Hablar con el cubo neckerificante como lo hacía San Francisco con las aves

  Si el objeto neckerificante es un sujeto inscripto en un discurso, lo primero que hay que hacer, antes que cualquier otra cosa, es hablar con él; para ello, hay que suponerlo dotado del don de la palabra, que es el atributo de cualquier objeto significante.

 En vez de forzar y retorcer hasta el límite sus aristas, hay que interrogarlo por el objeto que lo causa.

 Resulta que su objeto-causa no es un objeto común, mundano, sino que es un objeto [a], el muy conocido, por estos pagos del belvedere. como objeto del fantasma: [$<>a].

 Frente al belvedere, lo imaginario de la bella vista, el objeto que se anuda con el sujeto neckerificado es "la mirada", el objeto [a] de la pulsión escópica:

 [$ujeto neckerificado<>(a)-mirada]

 Lo que interesa es detenernos en la hiancia, el salto, la solución de continuidad, que se produce entre esas dos modalidades del objeto neckerificante:

  • Su proyección en el plano (dos dimensiones) como superficie.
  • Su re-construcción, como maqueta imposible del belvedere (tres dimensiones), en su profundidad.

 Lo que hay que destacar es esa hendidura, hendija, que se hace presente entre su bidimensionalidad y su tridimensionalidad.

 No hay ningún Titán-titánico o Hércules-hercúleo que sea capaz de salvar ese espacio vacío, esa distancia irreductible, entre superficie y realidad.  

 Entre lo dual y lo triádico, entre el 2 y el 3 (este es el secreto del psicoanálisis), se constituye una hiancia constituyente -la así llamada castración-, que nada ni nadie podrá salvar o saltar (para "salvarse de la quema" o para "saltarse la inter-dicción").

 El objeto neckerificado, proyectado en el plano, es el 2; el objeto neckerificado, convertido en maqueta, en modelo reducido del belvedere, es el 3.

 En el espacio-entre el 2 y el 3, que va del plano a la maqueta del belvedere, es donde situamos esos dos puntos-imposible o puntos-agujero.

 El objeto-@mirada no se refleja en el belvedere; lo único que sabemos de él es que, si fuese visible (que no lo es), su apariencia no nos sería en absoluto grata (el monstruo entre rejas nos lo recuerda).  

 Esta dehiscencia, rasgadura, del tejido significante, causada por el efecto gravitatorio de un objeto, es lo que representa Escher en su belvedere-neckeriano en el que ninguna de sus columnas tiene su basamento y su capitel en el mismo plano.

 Existe una disyunción anterior / posterior entre el basamento y el capitel: si el capitel es anterior, el basamento es posterior; si el capitel es posterior, el basamento es anterior.

 Esto da lugar a una columnata conformada por columnas imposibles, torcidas, que, en su deformación, deformidad, se muestran impotentes para sujetar el edificio del que forman parte.

 A pesar de ello, sorprendentemente, sostienen el belvedere.

 Esto requiere una explicación.

 Las columnas del primer piso del belvedere están curvadas; esto es contradictorio; una columna, por definición, es una recta que se proyecta en la vertical; si se tuerce o retuerce, abandonando su posición natural, desviándose de la (su) rectitud, perdería su ser de columna (cargado de rectas intenciones).
      

El ser de una columna es vertical

 ¿Cómo dar cuenta de esas columnas torsionadas del piso bajo del belvedere?

 Es como si estuviésemos viendo el edificio del belvedere sumergido en el agua (por ejemplo, dentro de una pecera).

 Debido al índice de refracción del agua (n = 1, 33), la luz, sufre un cambio de dirección y de velocidad al pasar de un medio a otro (aire y agua) con distintos índices de refracción.

 Es por este motivo que las columnas de belvedere, como si se estuvieran bañando en una piscina, las podemos ver curvadas.


El torcimiento de la columnas del belvedere sumergidas en una piscina olímpica

 A los burgueses que van al belvedere se les ha olvidado el traje de baño.

 Como el belvedere no tiene bikini, aunque puede ser que tenga tetas, descartamos esta interpretación tan luminosa y refractante


El belvedere dándose un chapuzón

 Vamos a lanzarnos a otra piscina para tratar de entender de dónde procede esa desviaciónesguincetorcedura, de las columnas del belvedere.

 Lo primero a destacar es que una columna, en su rectitud, verticalidad, cuyo cuerpo se proyecta en línea recta desde el basamento hasta el capitel, es un objeto arquitectónico de una sola pieza.

 En cambio, una columna escheriana-neckeriana, al no existir una continuidad entre basamento y capitel, que se ubican en distintos planos, no se la puede dar por muerta, sino por escindida, dividida.


La columna dividida; Rob Gonsalves

 Este tipo de columna, surrealista, churrigueresca, es un objeto arquitectónico pathológico, sinthomático.

 La columna canónica es Una.

 La columna pathológica, a causa de su división, es, al menos, dos.

 En la columna-Una hay continuidad entre basamento-capitel.

 En la columna-dividida, no-Una, hay una hendidura entre basamento-capitel.

 El ser de Una es Uno.

 El ser de no-Una está fracturado, quebrado (dañado irremediablemente).

 La columna canónica, ortodoxa -Una-, como su propio nombre o número indica, es igual a sí misma.

 La columna escheriana, heterodoxa -dividida-, no es igual a sí misma (es distinta a sí misma).

 La columna recta: Es.

 La columna torsionada, curvada: No-es.

 Ya hemos encontrado la interpretación que da cuenta de la columna escheriana: "Esto no es una columna". 


"Esto no es una columna"

 Igual que hemos planteado que "el cubo de Necker no es un cubo", sino un objeto-neckerificante"esta columna no es una columna", es un significante.

 Esto es obvio.

 Una columna que no es igual a sí misma, que se caracteriza por su escisión entre basamento-capitel, solo puede corresponder a un significante, que, por estructura, no se puede significar a sí mismo; el cual no se cierra sobre sí mismo como lo hace una circunferencia; su mejor representación topológica es la de un bucle.


La columna-significante que no es igual a sí misma
   
  Cuando vemos las columnas torcidas del belvedere no hay que pensar en columnas pathológicas, sino en columnas-significante, en el sentido de columnas que no son iguales a sí mismas, en las que existe una disociación entre su basamento y su  capitel; o, también, en significantes que no se significan a sí mismos (que constituyen el fundamento, la "causa", de la división del sujeto: $).

 Por eso, la imagen más adecuada del belvedere "escher-necker-iano" no es un plato de espaguetis, un auténtico caos o mess columnario; lo que corresponde a su verdadera estructura es la representación de un tejido constituido por columnas escindidas -que no son iguales a sí mismas-, por significantes que no se significan a sí mismos.


"Este no es el belvedere escheriano"

 El primer piso del belvedere, ese cuyo modelo es un cubo de Necker, con la torsión, el desgarramiento, de sus columnas, se deja figurar mucho más feliz y fielmente como un tejido o un trenzado de columnas que se anudan, se entrelazan, se enroscan entre sí.


Un tejido hecho de columnas entrelazadas

 Precisamente, la condición para que las columnas se puedan trenzar formando un tejido es su misma torsión (la expresión de su división, de su no identidad con ellas mismas).


Una retícula de columnas trenzadas; Brookfield Place (Toronto)

  El belvedere, en su estructura arquitectónica, se deja representar mucho mejor con un modelo reticular, como el que domina en la arquitectura moderna.


Modelo reticular en arquitectura

 La imagen real del belvedere, aunque parezca un churro o una churrería, podría ser más o menos así.


El belvedere visto como un trenzado de columnas-significantes, torsionadas

  No se entiende nada del cubo de Necker y del Belvedere de Escher, así como del sujeto-objeto del psicoanálisis, si no se aborda en su dimensión de tejido, trenzado, anudamiento o retícula (red): ya se trate de una red de cubos, de un trenzado de columnas, o de un anudamiento de significantes (el tejido borromeano).


El tejido borromeano

 Solo es posible interpretar el enigma que nos proponen el cubo de Necker, el belvedere de Escher, así como el deseo del sujeto, desde su ditmensión radical de tejido o de trenza.

 El cuadro de Escher nos proporciona una pista muy valiosa al representar, como soporte del belvedere, un suelo con la forma de un tablero de ajedrez, que, en el fondo, no es otra cosa que una red infinita de cubos neckerianos. 


La retícula de cubos neckerianos en la base del Belvedere

  De hecho, la mejor interpretación, mejor dicho, la única posible, que nos permite salir airosamente del impasse que nos plantea el cubo de Necker es la que lo aborda en su inscripción (como hace Escher) dentro de una retícula de cubos.

 Así, de esta forma, aislado, es imposible descifrar su enigma.


El deseo transformado en un monstruo inabordable

 El deseo, en su condición de sujeto-objeto, que tiene una ditmensión conjunta, reticular, red-entora, borromeana, al individualizarlo, aislarlo, se transforma en algo inabordable, monstruoso, unheimlich, fuente de todas las desgracias y desdichas (ese fatalismo que nos persigue como la peor maldición).

 Solo es interpretable desde el interior-exterior de un tejido, red o trenza.


El tejido de cubos neckerianos

 La arquitectura ya ha descubierto esta función bendita, benéfica, bienhechora, de la retícula.


La función de la retícula en el diseño arquitectónico

 El psicoanálisis identifica la función de la retícula con "la realidad psíquica" como tejido o Complejo Edípico.

 Por eso, la importancia y el valor en el psicoanálisis, no del lazo borromeano aislado, que también es algo monstruoso, unheimlich, sino del tejido de nudos borromeos.


Un tejido borromeano