Post coitum omne animal triste est
Nuestro destino como deseantes se juega de forma absoluta en el campo del Otro; por consiguiente, con respecto a lo que en este campo hace la ley, aquello de lo cual nadie puede excusarse alegando en su defensa la Ignorantia juris (Ignorantia juris non excusat), entre otras cosas porque está escrito y bien escrito (con la tinta indeleble con la que escribe el inconsciente), hay que exclamar -¡cum laude!- que se trata del deseo del Otro:
(…) ese que está oculto en el corazón del objeto @ (Seminario 12; Los problemas cruciales del psicoanálisis; J. Lacan; lección 8).
(…) Quien sabe abrir el objeto @, con un par de tijeras, de la manera correcta, ése es el amo del deseo… (Ibíd.).
El tope de la roca castrativa en el análisis está defendido como avanzada por el falo imaginario.
En un análisis solo se puede acceder a la maestría del deseo atravesando la castración en la Madre; para expresarme mejor diría que es imprescindible perforar-la, lo cual, más que un acto violento, es una operación topológica de constitución del agujero del deseo en el campo del Otro.
Lo que permite perforar esa roca inconmovible que se hace cada vez más rocosa gracias a todos los daños imaginarios que, por nuestra culpa culpable (Sana sanita colita de rana si no se cura hoy se curará mañana), atentan contra el amor rocoso, inalterable, incondicional, de La Mamma o La Mamá (Madre no hay más que Una), es la de aprovechar la oportunidad que nos proporciona su contingente ausencia para, como en el juego del Fort-Da, con el auxilio inestimable del discurso, preguntarnos por la causa de su deseo como deseo del Otro, del Padre (el Che Vuoi).
En relación con el ser-ahí (Da) del objeto @ (Fort) el aspirante a hablanteser podrá acceder a su condición de sujeto deseante: $<>a: el fantasma fundamental.
Es evidente que todo esto solo se podrá llevar a cabo comprometiendo el propio cuerpo, o, lo que es equivalente, el propio goce, cuya unidad de peso es la libra de carne, el precio que uno deberá pagar al Otro para constituirse como deseante gracias al préstamo significante recibido.
Hay que recordar que ese atravesamiento, auténtica perforación cruenta de la roca de la castración, vía la pregunta por el deseo del Otro (Qué Quiere?), portadora del viático de los primeros y últimos auxilios, no se puede realizar si se elude el pasaje por el tiempo de la angustia, el único afecto que permite al goce condescender al deseo.
Ahí donde se reivindica la fortaleza del falo como defensa contra la castración resuena algo que parece lo mismo pero que no lo es en absoluto: la fortaleza vacía. Esta expresión pertenece al canto inmemorial de una mujer.
Una fortaleza vacía no es una fortaleza deshabitada, sino una fortaleza habitada por un vacío, que, en su condición de tal, no puede ser otro que el femenino.
Es la fortaleza de la mujer en su cuerpo de cántaro, vasija, vaso.
Uno supone que toda fortaleza lo es porque está armada. Si suprimimos la “r” de la rabia, el rugido, el rebato y el rencor, nos queda la fuerza invencible de la fortaleza a(r)mada: amada. Se trata, como es evidente e incontestable, de la fuerza del amor, del deseo, de aquello que sostiene la verdad de la transferencia.
Se puede seguir jugando con las palabras y producir una condensación indestructible entre el objeto @ y el amor: @(r)mada: @mada
Si sustituimos la “m” por la “n” hemos descubierto la bomba atómica (del atomismo lógico) del objeto causa del deseo: @(r)mada: @nada.
Esta es la cadena significante del deseo: amada-@mada-@nada.
La fortaleza más poderosa solo cuenta con el arma de la palabra, armada con el alma de un vacío.
Por eso es legítimo decir, sin que nada en ello desafine: el vacío de la fortaleza o la fortaleza del vacío, donde los términos vacío y fortaleza quedan absolutamente identificados entre sí.
Esto es lo que Freud llama la posición femenina frente al padre en el final del análisis, que comporta, en el varón, la castración de su ser fálico, así como el reencuentro en la mujer con su ser notodo fálico; es decir, la feminización del goce viril en el varón, y la suplementación con una feminidad que se sustrae a lo fálico en la mujer.
Entre el goce esperado y el goce logrado se juega toda la diferencia entre el éxito y el fracaso.
Lo primero que hay que constatar es que la relación sexual es el reino del fracaso. ¿El fracaso de la relación y el éxito de la no-relación? (siempre connotada por lo sexual).
El sexo es ese espacio-tiempo, actuado-actual, donde cada uno pone las expectativas más elevadas, el listón más alto, y, a la vez, se siente íntimamente más defraudado, insatisfecho, fracasado.
A pesar de su mala fama, de lo que murmuran las malas lenguas, el sexo es un espacio para la santificación, la salvación del sujeto, a condición de que uno profiera las oraciones adecuadas en el momento oportuno. Por ejemplo esta: Et quodcumque petieritis Patrem in nomine meo, hoc faciam: ut glorificetur Pater in Filio. Juan, 14-13. (Y todo lo que pidáis en mi nombre yo lo haré, para que por el Hijo se manifieste la gloria del Padre).
Esto del fracaso sexual, a pesar de las apariencias y de los pesares, no es una fatalidad, sino que tiene que ver con eso que comúnmente se llama el lugar donde cada uno emplaza sus apuestas, se juega las lentejas (Esto son lentejas, si las quieres las tomas y si no las dejas); donde le aprieta el zapato (la china en el zapato), le pica en la espalda (la operación dorsal de rascado, como el deseo, es el ejemplo princeps de un acto que no se puede realizar sin los buenos oficios del Otro).
En el fondo, lo que se puede denominar las consecuencias para un sujeto del acto sexual no tienen nada que ver con la anatomía o la fisiología, la educación sexual, las supuestas destreza atesoradas en las experiencias amatorias, sino, al estar situado en el marco de lo particular y lo universal, con su posición ética frente al Otro sexo determinada por las cuestiones más candentes, picantes, irritantes, molestas, perturbadoras, de su goce y su deseo (¡el del Otro!).
El sexo, en su condición de real, de imposible, es transmisible pero no enseñable, educable, temperable, articulable en un saber (cuando uno cree saberlo todo es cuando más extraviado está). Solo se puede experimentar de forma contingente, azarosa, vez por vez, en un acontecimiento troumático, marcado por la repetición, la letra, lo irrepetible (siempre lo mismo y siempre distinto).
Un agujero es irrepetible porque si no dejaría de ser un agujero.
El lenguaje es irrepetible porque cada vez que hay que hablar hay que hablar (esto no es una tautología, es el fundamento del vel de la alienación entre el biendecir y la melancolía).
El goce es irrepetible porque en cada acto se constituye como un resto.
El trauma es irrepetible porque si no dejaría de ser traumático (esto tampoco es una tautología, es la causa real del síntoma).
El sexo es irrepetible porque es imposible.
A todas estas, a propósito de repeticiones, solo el amor en su versión más narcisista, egolátrica, como amor a sí mismo, que abjura de la castración, que rechaza la libido de objeto, es reproducible hasta la eternidad, hasta que la muerte no separe (porque en su amoroso desprecio reniega de la muerte y de la separación).
Lalengua (la lalangue para Lacan), todo junto, a diferencia de la lengua, por separado, es irrepetible porque tiene en cuenta la enunciación del deseo, el agujero del goce y lo traumático del sexo.
Lalengua es el germen del goce sembrado al tresbolillo en el cuerpo por lo real de la letra (En el marqueo de plantación al tresbolillo, las plantas ocupan en el terreno cada uno de los vértices de un triángulo equilátero, guardando siempre la misma distancia entre plantas que entre filas. Esta fórmula nos determina el número de plantas por superficie que se pretende plantar al tresbolillo: n=Su m2 ⁄ (d * d) * Cos 30º; Permacultura México).
Lalengua se constituye como litoral del goce (literal&litoral).
Lalengua, por ejemplo el laleo, el gorjeo y el balbuceo del bebé, es la demostración más diáfana de esa pragmática del significante que consiste en su pura dimensión de goce, de juego vocal, de emisión sonora, pajarera y cantarina, fuera de todo sentido, que no es una etapa evolutiva del desarrollo del lenguaje, sino su fundamento más profundamente estructural.
El fracaso está cantado, hasta en Cántico Gregoriano, si alguien, en el terreno de la sexualidad, que es el del deseo, el de la pura gratuidad del significante, a lo que da prioridad es al rendimiento y a la eficacia.
Lo fálico, en su vertiente más imaginaria, aspira a un goce que dé réditos, beneficios, contrapartidas, que se muestre eficaz en la producción de placeres. Esta posición implica lanzarse de cabeza al campo de los bienes.
¿Qué es el bien? Lo sexual transformado en una ganancia narcisista, coronado con una hoja de laurel, que, a duras penas, tapa las vergüenzas que esconden la aspiración al placer sin principios ni final (el menor goce posible = ¡vade retro real!).
Lo que sucede para nuestra desgracia es que la sexualidad se sitúa en un campo que está más allá del principio del placer, regido por esa satisfactoria insatisfacción llamada goce, que es, más mal que bien, dis-placentero (molesto y perturbador). Aquí sí que viene al caso esa expresión pedante de que el goce es algo que nos saca de nuestra zona de confort. Yo prefiero decir que es algo que nos saca los colores (el rojo de la vergüenza).
¿Por qué el goce se vive como un auténtico fracaso cuando es evaluado desde la altivez de los ideales? Porque se trata de aquello que no da réditos, cuyo rendimiento suele ser nada, debido a su absoluta ineficiencia e inutilidad. Se puede concluir que todo eso que transcurre con el movimiento y la agitación bajo las sábanas tiene un saldo cero, que no es lo mismo que nulo, abocando al culmen o al colmo de una pérdida, al éxtasis de una experiencia fracasada, al callejón sin salida de un rotundo y monumental mal (para el que no hay excusas ni justificaciones).
Volvamos a ese balance de pérdidas y ganancias entre lo esperado y lo logrado.
En el acto sexual lo esperado es infinito (∞), lo logrado es cero (0). Entre el infinito y el cero se abre una hiancia cuya cifra es la del deseo.
El psicoanalista es una especie de contable de los ingresos y egresos de la libido, de eso que al regresar se ingresa, y, sobre todo, de eso otro que nunca regresa, se extravía, cae irreversiblemente (el objeto @).
El psicoanalista es sobre todo un especialista, casi un artista, a la hora de llevar la contabilidad de las pérdidas.
El psicoanalista, en su discurso, es el objeto que cuenta lo incontable, que pasa las cuentas de los misterios de lo real, que escucha lo imposible (esa verdad que nadie está bien dispuesto a escuchar).
El psicoanalista es el testigo, el escribano, el copista -¡hasta el secretario!-, de lo que, al no poder inscribirse, no cesa de no escribirse en el litoral del cuerpo: la letra del goce.
Freud cuenta, incluye, al psicoanálisis, dentro de las tres tareas imposibles para el hombre, junto a la imposibilidad de gobernar y de educar por mor del sexo (que es inanalizable, ineducable, ingobernable).
Para contar, hacer las cuentas, de lo que casi por poco no lo cuento, lo que no encaja ni a tirones, lo que no entra ni con calzador, lo que se atraviesa, lo que siempre cae en mala posición, lo que resiste al furor curandis, el psicoanalista cuenta con la ayuda inestimable del discurso del psicoanalista y del acto analítico:
Con la instancia del significante.
Con el signo negativo que instituye el valor de la falta y de la ausencia.
Con la función del cero.
Con su posición de objeto @ que sostiene desde su deseo.
Con las marcas de la letra, que escrituran lo real.
Con los cortes, los agujeros y las estructuras moebianas de su topología.
Con la ética del deseo que preserva la verdad de la transferencia.
Con la escucha de ese goce que, por su condición irreductiblemente faltante, hace lazo social.
Con la angustia, el único afecto que no engaña, el cual, gracias al re-corte que efectúa en el cuerpo, provoca el desprendimiento del objeto @, en función de causa, que llama a la pregunta por el deseo del Otro (Che Vuoi).
Siendo minucioso en la contabilidad no es en absoluto una pequeña minucia hacer depender todo de si en esta distancia entre lo esperado y lo logrado (el placer y el goce) intervienen dos goces o uno solo; dicho a la remanguillé, si solo hace acto de presencia el goce-Uno (fálico), o, si, además de éste, se inmixiona, el otro, el suplementario, el que des-completa cualquier aspiración al todo. Por eso, las féminas, algunas, son notodas (no nos referimos a su atractivo físico, que es de raigambre fálica, sino a su atracción real).
Si el goce alcanzado, logrado, en el encuentro con el objeto sexual, es reducido a la dimensión del placer, valorándolo únicamente desde un aspecto cuantitativo, en la escala del más-menos, como un minus, una minoración, una deflación, en su comparación con el valor máximo, míticamente pleno, satisfactorio, del goce esperado (el del Paraíso Terrenal, ubicado antes de la Caída en el Pecado: el Goce del Otro), todo ello, para nuestra desgracia, en vez de permitirnos fondear en las aguas profundas del notodo, concluirá en la decepción más ruin, en el no he sido capaz de…, signado con la impotencia, el desaliento, el desengaño, la desesperanza, la melancolía (otros gozan y yo no…).
Lo que hay que saber, a base de recibir los golpes del significante, es que nadie es capaz de gozar… ¡solo!; que todo goce, sobre todo el notodo, es social.
El error de cálculo consiste en buscar el goce del yo, el placer narcisista, desconociendo que el que verdaderamente goza no es yo, sino no-yo, dicho en Román Paladino, el Otro.
Es por este motivo que el falo nos sabe a poco, resulta insuficiente, siempre se espera un poco más de goce, que no se va a encontrar en las avenidas fálicas, para algunos, los eyaculadores precoces, auténticas autopistas.
Para encontrar el goce que le falta al falo, que sobrepasa los límites de velocidad fálicos, hay que abandonar el camino recto, introduciéndose por alguna desviación, atajo, vía secundaria. Es necesario viajar en tercera clase, en el vagón de cola, apretujado, incómodo, traqueteando, saltando de bache en bache, dispuesto a apechugar con Ello.
En esto del goce, los baches, por no decir los socavones, los deslizamientos de tierras, los corrimientos sorpresivos, las carreteras cortadas, las vías muertas, son la norma y no la excepción.
El discurso social, con sus ideales de normalidad y de adaptación, lo que transmite es que hay que cogérsela con papel de fumar; lo que significa que hay (deber u obligación) que coger (copular) como dictan los cánones, como prescribe el discurso del amo: ya sea bajo la forma de La Santa Madre Iglesia, o, también, de Las Iglesias Laicas y Ateas, que se oponen a la Única Iglesia, de tal forma que, al final, nos transformemos todos en borregos, aunque sea con una borreguez hiper o hipo sexual, en vez de actuar como ciudadanos libres y responsables.
¿Y del deseo qué? ¿Y del deseo cuándo?
El sexo es el campo privilegiado utilizado por el poder del amo con el fin de transformarnos a todos en esclavos, estupidizándonos con su promesa de libertad de goce para todos, el cual, puesto a nuestra disposición por la (seudo) generosidad de los mandamases de turno, se encontraría a la vuelta de la esquina (con su borde afilado y cortante), a tiro de piedra (rebotando en nuestras cabezas), al alcance de la mano (que no sabemos si volverá), concedido de forma totalmente gratuita (si uno está dispuesto a vender su alma por un plato de lentejas), todo ello simplemente por militar con una fe inquebrantable y ciega, que no deja ningún resquicio para la duda, adornada de un consumismo fanático, en el mercado universal de los bienes (la nueva religión que promete la consunción eterna).
En esta mercadería promiscua, anónima, hasta el propio sexo, privado de cualquier nexo con el deseo y el amor, convertido en un objeto fungible más, de quita y pon, de comprar y tirar, nos arrastra hacia un verdadero espectáculo porno-gráfico (imaginario), obsceno, en el que no hay lugar para un sujeto que se precie de ser tal.
El mundo globalizado, paradójicamente incomunicado, para fomentar esa depredación voraz que llaman, por medio de un eufemismo, economía, no para de machacarnos los oídos con esa cantinela de que todos tenemos derecho al goce, que, como ciudadanos ya emancipados, estamos autorizados a gozar cómo y cuándo nos plazca (sin dar cuentas a nadie, en uso de nuestra sacrosanta libertad).
La consecuencia princeps es el malestar en la cultura, traducido en el famoso aforismo romano: Todo animal está triste después del coito; sobre todo después de ver los seudocoitos televisivos, esos que nadie se atreve a emular en sus múltiples y sonoros orgasmos, que masajean hasta la extenuación nuestros fantasmas fálicos, dejándonos sin resuello, hastiados y tristes.
La pérdida del arraigo en la cultura, fuente
de un malestar insoportable, que conlleva el desanudamiento del lazo social, la
enajenación, la reclusión en una celda monádica, se desprende de no haber
incluido en la ecuación subjetiva la x del deseo del Otro (la interrogación
de la angustia), cuyo funesto corolario es el offside (fuera de juego) del
significante (S) en su paridad con el deseo (la falta castrativa: -φ), y el del
objeto @
en su paridad con el goce (lo real).
La incidencia sobre el fantasma fundamental ($<>a) de esta renegación del deseo supone una
doble desgracia: la abolición del sujeto abolido (S) y la pérdida del
objeto perdido (@).
Es urgente limpiar, sanear el campo a labrar, el del sujeto, de esas hierbas malignas, venenosas, pestíferas, que son el todo y el yo: todoyo o yotodo; el narcisismo saboteador, aguafiestas, que arruina el gay encuentro con el objeto del deseo. Solo contamos para ello con la podadora de la palabra.
El analista nunca debe olvidar que, para Freud, hay dos modos de la libido: una libido yoica (narcisista) y una libido de objeto (sexual o de deseo). Si un sujeto dedica todas sus energías a preservar, defender, la integridad de su libido yoica, de su narcisismo (lo que los pacientes llaman la autoestima), es evidente que va a descuidar, dejar en barbecho, sin cultivar, su capital más valioso, la inversión con más futuro, la que va a rentar más intereses, la constituida por la libido sexual del objeto del deseo. Entendiendo aquí que el objeto no es el otro del yo, sino el objeto @, causa del deseo, del fantasma fundamental. Lacan, evocando resonancias fálicas en su momento de decadencia, lo describe como una caída, un corte del cuerpo.
Nadie se puede extrañar, como es obvio y natural, de que el sujeto que asume ardorosamente la guardia y custodia de la libido yoica no se entere ni por casualidad que no está solo en la cama; que, en sus retozos y expansiones, además de él, participa su partenaire sexual, que no es su doble, sino un objeto doble, dividido en dos partes: las correspondientes al deseo del Otro y al otro goce; en síntesis, se trata de un objeto hendido, dividido, entre deseo y goce, entre simbólico y real.
De ahí su extrañeza, ajenidad, sorpresa, auténtica angustia, cuando, a veces, el soloyo o yosolo, se despierta de golpe y cae en la cuenta de que no está solo sino bien acompañado; está en la cama con algo increíble, inimaginable, impensable, hasta insólito, con una mujer; se ha encontrado con un goce de tal magnitud que no hay palabras para describirlo.
Esto es lo real, lo que nos deja con la boca abierta, patidifusos, sin posibilidad de decir nada, atónitos hasta la atonía, habiendo perdido toda nuestra sintonía con nosotros mismos (solo alcanzamos a escuchar el ruido más molesto de las interferencias). Resulta que el contacto íntimo con una mujer nos ha atomizado, nos ha dejado reducidos a nuestros elementos más corpóreos, sensibles, hirientes, goceceptivos.
No hay ninguna posibilidad de escapar de esta madriguera donde el ser se inmixiona con lo que nunca dejará de manifestarse como lo Otro bajo la forma del Otro sexo, que no es el sexo del Otro, sino lo que del Otro no tiene sexo, como quien dice lo que no tiene nombre (¡no encuentro las palabras para expresarlo!). No hay otra salida que hacer poesía, que inventar las palabras que permitan decir lo indecible. Alea jacta est (La suerte está echada).
Que nadie se olvide de la presencia de los cuerpos, propios y ajenos, fundamentalmente ajenos, que hacen que el goce, en su contingencia, cese-de-no-escribirse.
La libido de objeto, que funciona como una corriente alterna, con saltos e interrupciones, produce cortes e interferencias en la corriente continua de libido yoica, en la transmisión de su energía narcisista, con la que el todoyo sostiene su ambición inextinguible de serlo.
En esto consiste la lógica de la castración (más allá de su imagen), que, entre significante y significante, hay una solución de continuidad, un espacio vacío, imposible de suturar, causa de que una parte del goce, lo más real, se sustraiga repetidamente al intento de capturarla en una significación.
Este hecho de experiencia para todo hablante se puede expresar también diciendo que falta la letra que permitiría inscribir o escribir la relación sexual. Por eso afirma Lacan que la relación sexual es imposible, que siempre deja un resto de goce insatisfecho, un poso de amargura, de dolor, que recoge el famoso aforismo: Post coitum omne animal triste est.
Voy acercándome a eso que nos interesa sobremanera, al agujero del deseo, sobre todo cuando, vía la castración, hemos logrado localizarlo en el Otro, no como voracidad insaciable, voluntad de goce, sino como pregunta por la falta: Qué quiere?
En primer lugar recorreremos sus bordes, cortantes por su agudeza, ardientes por su rozamiento. ¿Qué es lo erógeno? El corte ardiente o el ardiente corte, que no son lo mismo, ya que entre significantes el orden de los factores sí que altera el valor del producto.
Las múltiples posturas del Kamasutra:
Hace cientos de años, un viejo sabio chino, de nombre desconocido, que nunca había conocido mujer, afirmó ante su discípulo:
- Maestro: La existencia de múltiples posturas sexuales confirma que no hay postura sexual.
Su discípulo, extrañado, le preguntó:
-Discípulo: Entonces, Maestro, de las múltiples posturas sexuales cuál es la mejor, la más satisfactoria.
El Maestro, sin dudarlo, le respondió:
-Maestro: La postura después del coito, la que sobreviene cuando han fracasado todas las posturas.
El discípulo, pensó, para sus adentros, que su Maestro hablaba desde el desengaño, que la inexistencia de una postura sexual no era posible.
Esto merece un somero comentario.
En el terreno de la sexualidad la dialéctica no es entre lo múltiple y el uno, sino entre lo múltiple y el no-Uno.
El no-Uno no es el menos-uno (-1), es la abolición, la tachadura, la negación radical del Uno.
Las múltiples posturas sexuales (finitas) se oponen a la no-postura sexual (que no significa que no haya ninguna postura sexual).
El “hay posturas sexuales” se corresponde con “hay no-postura sexual”.
Solo hay no-postura sexual después del coito, a continuación de la caída del falo, su detumescencia, negativización; como dice el Maestro, cuando han fracasado todas las posturas, después del coito, emerge la no-postura…
El Maestro insiste:
-Maestro: A pesar de todas las posturas sexuales que pueda inventar el hombre, más allá de todos los kamasutras del mundo, querido discípulo, yo te puedo confirmar esta verdad: “Que no hay ninguna postura ante lo sexual”. Esto ha hecho que, hasta ahora, yo no conozca mujer, a pesar de que me gustan las mujeres como el que más (no pienses que soy impotente o invertido).
Esto que afirma el Maestro, con toda su elocuencia, desde su sabiduría, experiencia carnal, se puede resumir en una sola palabra, la más originalmente freudiana de todas: la castración. Que se puede traducir así, de la forma más directa: la castración es el dolor, el duelo por la pérdida del falo, por su caída ineluctable con el orgasmo, por su corte irreversible del cuerpo.
Este duelo por el falo imaginario, que, como cualquier duelo comporta dolor y pena, es lo que se expresa en la frase: Post coitum omne animal triste est.
Su formalización, la del agujero del deseo, es bien sencilla: el -φ o el no-Uno (no-1). Se trata, en el coito, de la forma lógica de ese falo que no llega hasta el final, que se desinfla, que baja los brazos porque ya no puede más, se le acabaron las fuerzas, se agotaron sus recursos vitales.
Hay que señalar que, en la secuencia lógica de la cópula con el deseo del Otro, en el horizonte del otro-goce, el no-Uno sucede al -φ. Para pasar del [i´(a) + φ] al -φ se requiere hacer el duelo por el falo imaginario, que abrirá la puerta al agujero del deseo (no-Uno).
A través de la castración, del -φ, por la misericordia de Dios (¡del Otro hablante y escuchante!), es posible ir más allá de la propia castración, a pesar o gracias al duelo, al dolor y la tristeza (¡sobre todo la alegría!) por la pérdida (auténtico corte o rebanamiento) de ese apéndice corporal que es el falo imaginario (el órgano del narcisismo y la mascarada), con su aspecto cómico, casi ridículo (que es salvador), todo ello es condición para ir en pos del horizonte inagotable del agujero del deseo (no-Uno), acompañados en ese viaje hacia ninguna parte, hacia ningún lugar, por la pregunta por el deseo del Otro (la angustia), en su relación éxtima con el objeto @ (causa del deseo / plus de gozar).
Dice el Maestro, para concluir, con palabras llenas de sabiduría, que ayudan a soportar lo insoportable de la existencia:
-Maestro: Mi consejo, hijo, y esto te lo digo como un padre, es que, a pesar de todo, de todos los pesares, no cejes en tu persecución, en tu búsqueda de lo imposible, porque el fracaso, al igual que la muerte, ya lo tienes garantizado, nada ni nadie te lo podrá arrebatar. Lo que nunca has poseído, lo que se te arrebató en el principio de tu ser, lo perdido desde siempre, eso es imperdible.
-Discípulo: Gracias, Maestro, por tus sabias y comprometidas palabras. Nunca las olvidaré, aunque me olvide de ti.
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