Es evidente que si la escena escheriana, con su carrusel de subidas y bajadas, se sitúa en una azotea, atalaya, torre o altozano, que tiene función de mirador, de belvedere (bella vista), se puede concluir que lo que aquí domina, a nivel de ese conjunto fragmentado, disperso, roto, de las pulsiones (representado por los hombrecillos), es el objeto @-mirada, con todo el goce escópico -parcial- que comporta.
La mirada no es el ojo.
La mirada no es sujeto, sino objeto; concretamente, el objeto @ de la pulsión escópica.
La mirada es el objeto que se sustrae a la imagen especular, narcisística, al i´(a).
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La imagen de "Suben y bajan", con todo su poder de fascinación, que nos atrapa en su paradoja, actúa de pantalla que nos vela el objeto @-mirada |
El agujero de la pulsión correspondiente al drive escópico está configurado por el borde palpebral, que delimita el orificio ocular.
En "Suben y bajan", este borde erógeno, exquisitamente sensible, está representado por el patio de luces.
Podemos jugar con el significante "patio de luces", rebosante de luz, que nos regala su luz, conductor de luminosidad, en su relación metafórica con la pulsión escópica y el objeto-mirada.
Se puede decir, por ejemplo, que la mirada es un patio de luz; la luz de una mirada; ojos que iluminan; rayo de luz que deslumbra con su resplandor.
Esto es pura poesía, poética de lo real, como hablar de la luz de tus ojos o del brillo de tu mirada
La mirada está separada de la vista del cuerpo.
Una mirada, desde la que somos mirados, es el resplandor, el fuego fatuo, de la luz de un farol que ilumina la oscuridad de la noche.
La mirada puede dársenos a ver desde la profundidad de una mirada con un carácter profunda y oscuramente enigmático, con un signo de interrogación que atraviesa las apariencias, las miradas.
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La mirada no interroga entre dos signos de interrogación |
El goce de la mirada se manifiesta electivamente allí donde nadie nos mira, donde nada nos ve.
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El fuego fatuo de una mirada |
La mirada es una modalidad del objeto @ alrededor del cual gira la pulsión escópica en su retorno a la zona erógena
Hay algo en la mirada, que emana de ella, como de una mujer, que solo puede captarse de modo aproximativo, poético, a través de una creación metafórica que permita asir eso inasible por mor ("a causa de") de real.
Se puede hablar de un sujeto de la representación pero no de un sujeto de la mirada.
Solo se puede hablar de "la mirada" como objeto (para más señas, ¡@@@@@@ h!).
¿Dónde se puede localizar en "Suben y bajan" ese objeto que no sube ni baja, que resiste a toda dialéctica, por su fijeza, inmovilidad, al que llamamos "objeto-mirada", en tanto se ofrece al goce de la mirada, que no se hace presente, ni por asomo, ni queriendo, en la imagen narcisista, especular?
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El objeto mirada se localiza ahí donde nos encontramos con la mirada del Otro, en sus dos vertientes de la mirada al Otro (dimensión del deseo), y la mirada del Otro (dimensión de la demanda). |
No se ve nada de la mirada de estos hombrecillos-significantes que suben y bajan; por no verse, no se les ve ni la cara (la jeta).
Subir y bajar es algo que depende del aparato locomotor, dicho en román paladino, de las piernas.
Así como hay algo que mueve a estos hombrecillos, hay otra cosa que tiene una especial fijeza, que se repite en cada uno de ellos, que no cambia, que no tiene subidas ni bajadas, que se manifiesta como "lo mismo": su (?) mirada.
Curiosamente, de su mirada fija, de su fija mirada -en el sentido de fijada-, no sabemos nada, al estar tapada por una capucha.
"La mirada", en su condición de objeto, surge del fondo de una capucha que nos oculta, nos sustrae, su rostro.
Son hombres sin rostro que suben y bajan.
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Otra mirada, tan fatua como inquietante |
Incluso se podría sospechar que debajo de esa capucha no hay nada, o, mejor dicho, hay nada: el rostro vacío, imperturbable, ausente.
Si nos fijamos, todos los hombrecillos están ocultos bajo la sombra de la capucha.
Esa sombra que no deja ver nada, desde donde somos mirados, es "la mirada" de nadie, de unos seres anónimos que no nos miran.
Desde esa oscura capucha se capta la oscura ausencia de la mirada, de una mirada que se ha transformado en pura oscuridad, en la más oscura negrura.
Es posible que dentro de esa capucha, en su más jondo interior, donde nosotros suponemos una mirada, no haya nada, solo un vacio; y es precisamente esta nada vacía, este vacío nadificado, lleno de oscuridad, el lugar propio de la mirada.
De la mayor negrura de la mirada parten todos los brillos, los prestigios imaginarios, el juego multiforme de las iluminaciones narcisísticas, la luz mortecina que siempre se apaga.
Además, no hay que perder de vista todos los huecos del edificio escheriano, sus puertas, ventanas y oquedades diversas.
Fijémonos en ese marco de la ventana cuya función es la de enmarcar un hueco.
El marco de la ventana es el del fantasma, el borde del orificio gozoso alrededor del cual gira la pulsión escópica.
Esas ventanas son los grandes párpados del Otro (del Mundo) desde cuyo interior nos mira un agujero.
Somos mirados por el Mundo.
¿No podría estar "la mirada" mirándonos con atención, con fijeza detenida, desde la oscura mirada de esas ventanas inmóviles que no parpadean ni un solo instante?
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Los ojos del Mundo |
¿Quién o qué nos mira desde el fondo de esas ventanas que son los ojos del Mundo?
El @, en el toro, Lacan, lo escribe en el centro del agujero de la pulsión, del orificio del goce que circunda la curva cerrada del deseo.
Esto es lógico, es un asunto de lógica, de logos, porque el objeto de la pulsión, el (a), ha caído del cuerpo como efecto del corte significante.
Si queremos localizar el objeto del fantasma fundamental siempre habrá que buscarlo en algún borde, en un litoral, ahí donde Eso goza.
Aquí, en Escher, se trata del "objeto-mirada".
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Mirador del santuario de aves Tipperne |
En ningún lugar lo captamos mejor que en el mirador, el belvedere, puro objeto de adorno, de fantasía, decorativo, ornamental; especie de templete ad hoc, torrecilla que, efectivamente, ha sido instalada al borde del patio de luces.
Ese pabellón, esa columnata, ese cenador, tiene la función de sostener la mirada, la bella vista.
Lo curioso es que nadie, ningún sujeto, lo ocupa; está vacío, es un vacío, no hay ningún observador, ningún representante de la representación, mirando.
El objeto-mirada es lo que posibilita que las dos hileras pulsionales de hombrecillos-andantes hagan el giro (tour) alrededor del patio de luces, completando el recorrido circular (representado por la escalera circular) que los volverá a llevar al punto de partida, al agujero pulsional.
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Un belvedere o mirador en El Capricho de Gaudí |
Este mirador o belvedere no es ocupado por un sujeto; es el lugar del objeto-mirada que nos mira sin vernos.
Consecuencia: más que mirar "somos mirados".
Somos mirados desde ese "objeto @-mirada" que, en "Suben y bajan", está ubicado en ese templete-atalaya desde donde el Otro nos mira.
La pulsión escópica hace su tournee, su tournament, apostando a fondo perdido por ese @, cuya principal baza es hacer de guia para que la dérive encuentre el camino de vuelta al cuerpo.
Este recorrido existencial, que consume una vida, recibe el nombre de goce.
Por eso, el recorrido de la pulsión, como el de estos hombrecillos, es circular, desplazándose ambos por el borde de un agujero (el litoral erógeno o el patio de luces).
La pulsión es una luciérnaga misteriosa, una criatura de la noche que se alimenta de oscuridad.
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La pulsión-luciérnaga |
Estos hombrecillos no se cansan nunca de dar vueltas buscando un goce que los impulsa una y otra vez hacia adelante y hacia atrás, hacia arriba y hacia abajo.
En cada vuelta se apropian de una migaja de goce, de una pequeña astilla desprendida del gran tronco del ser, pero, lo que es el bocado del león, la parte más suculenta y sustanciosa, se ha perdido, extraviado por el camino.
Por lo cual, se parte de la falta en ser y se arriba a la falta en ser.
Este es el destino inexcusable de ese ser en falta que solo goza de los restos del goce desprendidos de ese gran banquete al que nunca seremos invitados
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El circuito pulsional |
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