I) La ley del cunnus: por Guillermo IX de Aquitania
Guillermo de Poitiers (1071-1126), el rey Guillermo IX de Aquitania, apodado el Trovador, fue un noble francés, noveno duque de Aquitania, séptimo conde de Poitiers y el primer trovador en lengua provenzal. También fue conocido por sus artes amatorias. (htpp://4crojoguerra.blogspot.com/2015/los-trovadores_21.html)
Guillermo de Poitiers (1071-1126), el rey Guillermo IX de Aquitania, apodado el Trovador, fue un noble francés, noveno duque de Aquitania, séptimo conde de Poitiers y el primer trovador en lengua provenzal. También fue conocido por sus artes amatorias. (htpp://4crojoguerra.blogspot.com/2015/los-trovadores_21.html)
Compañeros, he tenido tanto disgusto y revés
que no puedo hacer otro canto, y quizá me arrepentiré
pues quiero que nadie sepa lo que yo suelo esconder.
Y este mi pensamiento pronto os diré cual es:
no me agradan coños guardados ni lagos sin ningún pez,
ni alabanzas de malvados que obran de mala fe.
Señor Dios, que es del mundo el capitán y el rey,
al primero que guardó el coño, ¿cómo no lo escarmentó bien?
Nunca hubo oficial ni guardia que tal traición llegó a hacer.
Pero yo os diré enseguida del coño cual es la ley,
como hombre que allí ha hecho mal y lo ha obtenido también:
Todo merma el uso, en cambio el coño mejora su ser.
Y aquel que mis razones no quisiera comprender,
que vaya a verlo al bosque, en un claro lo ha de ver:
Por cada árbol que talan, rebrotan dos o tres.
Y cuando el bosque han talado más fuerte vuelve a crecer,
y el dueño allí no pierde ni ganancia ni interés
y sin razón le pesa si no hubo daño después.
Yerra al lamentar la tala si daño no hubo después.
Es curioso lo que señala Guillermo de Aquitania, como justificación de no se sabe qué, a través de una cínica ley del cunnus: (...) Todo merma el uso, en cambio el coño mejora su ser.
¿De qué ley se trata?
¿Se puede hablar de ley?
¿No es más bien una especie de chiste a beneficio de libertinos?
El Rey-trovador, ansioso follador, lo dice con absoluta claridad: (...) Y cuando el bosque han talado más fuerte vuelve a crecer.
Es algo así como que usar bien del cunnus, trabajarlo en abundancia, al igual que arar un campo o talar un bosque, en vez de deteriorarlo, mejora su función.
El campo no trabajado se vuelve yermo; el bosque sin talar se debilita; el cunnus sin horadar se...
El cunnus, para que crezca sano y fuerte, nunca deberá dejarse en barbecho; tendrá que ser sometido a una explotación y a un cultivo intensivos.
Si Guillermo de Aquitania no está hablando del goce, y además del bueno, del fálico, ¿de qué otra cosa puede estar hablando?
Algo así como que no haya ninguna salva-guarda que limite el goce; que exista un libre acceso al cunnus; que no haya lagos sin ningún pez, ni claros del bosque sin ningún árbol.
Viniendo de un Monarca, el cunnus llama a su ocupación, conquista, dominio.
Un Rey que se precie debe estar dispuesto a poner una pica en cunnus.
Ahora bien, el excitado y pasional Guillermo, ¿a qué goce apela, reivindica, demanda?
Es transparente que se trata de un goce que tiene que ver con la mujer; con el hecho de poder gozar deLa Mujer.
Guillermo, el Rey, querría gozar de todo el cuerpo deLa Mujer (que, hay que recordarlo, no existe); que no quede ni un trocito sin gustar, ni un cachito sin paladear; como esto, por estructura, es imposible, dado que todo goce está umbilicado en un agujero, Willy, se siente molesto, enfadado, quejumbroso.
Aquí, el cunnus, que nunca llega, que nunca es el esperado (que siempre es inesperado), es el representante de la representación de esa pérdida que acompaña con su sombra a todo goce, transformándolo en notodo.
A la vez, hace referencia a ese objeto que, al caer del cuerpo del Otro, como un resto, adquiere la función de causa del deseo.
Por si no ha quedado claro estamos hablando del objeto @.
El cunnus guillermeano es la letra @ (Aunque de esto, él, en su posición de amo, no tiene ni la más remota idea.)
Justamente, el @-cunnus es esa parte del cuerpo de la mujer de la que está prohibido gozar.
En compensación, adquiere la función inestimable de causa del deseo, con sus destellos de goce (Como el brillo de la lata de sardinas en el agua.)
Alrededor del agujero excavado en el cuerpo, del surco trazado por el arado del significante sobre el campo yermo, se sostiene el lugar fértil e irreemplazable del deseo.
El campo no trabajado se vuelve yermo; el bosque sin talar se debilita; el cunnus sin horadar se...
El cunnus, para que crezca sano y fuerte, nunca deberá dejarse en barbecho; tendrá que ser sometido a una explotación y a un cultivo intensivos.
Si Guillermo de Aquitania no está hablando del goce, y además del bueno, del fálico, ¿de qué otra cosa puede estar hablando?
Algo así como que no haya ninguna salva-guarda que limite el goce; que exista un libre acceso al cunnus; que no haya lagos sin ningún pez, ni claros del bosque sin ningún árbol.
Viniendo de un Monarca, el cunnus llama a su ocupación, conquista, dominio.
Un Rey que se precie debe estar dispuesto a poner una pica en cunnus.
Poner una pica en cunnus |
Ahora bien, el excitado y pasional Guillermo, ¿a qué goce apela, reivindica, demanda?
Es transparente que se trata de un goce que tiene que ver con la mujer; con el hecho de poder gozar de
Guillermo, el Rey, querría gozar de todo el cuerpo de
Aquí, el cunnus, que nunca llega, que nunca es el esperado (que siempre es inesperado), es el representante de la representación de esa pérdida que acompaña con su sombra a todo goce, transformándolo en notodo.
A la vez, hace referencia a ese objeto que, al caer del cuerpo del Otro, como un resto, adquiere la función de causa del deseo.
Por si no ha quedado claro estamos hablando del objeto @.
El cunnus guillermeano es la letra @ (Aunque de esto, él, en su posición de amo, no tiene ni la más remota idea.)
El @-cunnus guillermeano |
Justamente, el @-cunnus es esa parte del cuerpo de la mujer de la que está prohibido gozar.
En compensación, adquiere la función inestimable de causa del deseo, con sus destellos de goce (Como el brillo de la lata de sardinas en el agua.)
Alrededor del agujero excavado en el cuerpo, del surco trazado por el arado del significante sobre el campo yermo, se sostiene el lugar fértil e irreemplazable del deseo.
Para abordar el estatuto y la función del cunnus, en este poema tan obsceno y subido de tono, se emplea una metáfora aparentemente poco adecuada, por su carácter rústico y bucólico, para tratar los asuntos tan poco delicados del sexo: el bosque.
No es más que un intento de naturalizar el sexo, reduciéndolo a una necesidad como otra cualquiera, evitándolo en su condición de deseo, en su dimensión significante.
Aquí habría que establecer la diferencia entre tener relaciones sexuales y follar.
Guillermito el travieso quiere follar para así no tener que tener relaciones sexuales, que son complicadas y molestas, dado que implican la intervención de la palabra con todos sus sobre y mal entendidos.
Tener sexo sería algo tan prosaico como trabajar un bosque para extraerle beneficios, una plus-valía.
Al igual que la tala de árboles mejora su rendimiento, el uso frecuente del cunnus mejora sus prestaciones (Como si se tratase de un coche al que hay que hay que hacer kilómetros.)
Al pan pan y al vino vino; y si he te visto no me acuerdo.
No es más que un intento de naturalizar el sexo, reduciéndolo a una necesidad como otra cualquiera, evitándolo en su condición de deseo, en su dimensión significante.
Aquí habría que establecer la diferencia entre tener relaciones sexuales y follar.
Guillermito el travieso quiere follar para así no tener que tener relaciones sexuales, que son complicadas y molestas, dado que implican la intervención de la palabra con todos sus sobre y mal entendidos.
Tener sexo sería algo tan prosaico como trabajar un bosque para extraerle beneficios, una plus-valía.
Al igual que la tala de árboles mejora su rendimiento, el uso frecuente del cunnus mejora sus prestaciones (Como si se tratase de un coche al que hay que hay que hacer kilómetros.)
Al pan pan y al vino vino; y si he te visto no me acuerdo.
El cunnus, con toda su ambigüedad, ya que sabemos que, al tratarse de un objeto @, se sustrae a su captura por el significante amo, es representado poéticamente por un claro del bosque.
El excitado Guillermo no solo transforma el cunnus en una industria, sino que lo embellece líricamente.
Algún horror debe ocultar ese bosque cunneano para que sea necesario revestirlo con tanta arboricultura poética.
¿No es algo que hace cu(n)ña en el cuerpo?
No hay que olvidar que el cunnus es una cloaca.
El cunnus es un hoyo en el cuerpo de la mujer en el que no me hallo.
Desgraciadamente, a su altura, en su profundidad, se borran las huellas del deseo.
Solo queda la marca de lo real: el hoyo cunneano.
Guillermo conmina al escéptico, al dueño del bosque cunneano, a que se ubique en uno de sus claros, desde donde todo se verá mejor.
Que no se preocupe tanto por un solo árbol cuando hay tantos árboles con los que disfrutar.
Frente a lo Uno, lo múltiple.
Una multiplicidad, incluso una multitud, de cunnus, es mejor que un solo cunnus.
Lo que sucede es que la experiencia cunneana es única e irrepetible.
El cunnus es uno por uno.
No hay dos sin tres.
Es natural que la imagen de un claro del bosque, rodeado de árboles y de una espesa vegetación, evoque inmediatamente la representación de un cunnus.
El gran problema es que el cunnus no tiene representación alguna que llevarse a la boca cunneana.
El pequeño problema es que no hay imagen del cunnus; no hay i (@)
Es un objeto no-especularizable.
Como objeto real que es uno lo puede poner delante de un espejo; el chasco que uno se lleva es porque ahí donde se espera su imagen uno solo se encuentra con un blanco en la imagen: -φ
Solo se nos aparece como una mancha en la claridad del espejo (En su acepción óptica y cognitiva.)
Es un axioma que cualquier representación del cunnus, incluso la más seductora y atrayente, no es el cunnus.
Podría tratarse de una variedad de cunnus, cunnífero o cunnifato, cualquier cosa menos un real y auténtico cunnus, el de toda la vida, el que lleva la etiqueta Made in Germany.
El excitado Guillermo no solo transforma el cunnus en una industria, sino que lo embellece líricamente.
Algún horror debe ocultar ese bosque cunneano para que sea necesario revestirlo con tanta arboricultura poética.
¿No es algo que hace cu(n)ña en el cuerpo?
No hay que olvidar que el cunnus es una cloaca.
El cunnus es un hoyo en el cuerpo de la mujer en el que no me hallo.
Desgraciadamente, a su altura, en su profundidad, se borran las huellas del deseo.
Solo queda la marca de lo real: el hoyo cunneano.
Guillermo conmina al escéptico, al dueño del bosque cunneano, a que se ubique en uno de sus claros, desde donde todo se verá mejor.
Que no se preocupe tanto por un solo árbol cuando hay tantos árboles con los que disfrutar.
Frente a lo Uno, lo múltiple.
Una multiplicidad, incluso una multitud, de cunnus, es mejor que un solo cunnus.
Lo que sucede es que la experiencia cunneana es única e irrepetible.
El cunnus es uno por uno.
No hay dos sin tres.
Es natural que la imagen de un claro del bosque, rodeado de árboles y de una espesa vegetación, evoque inmediatamente la representación de un cunnus.
El gran problema es que el cunnus no tiene representación alguna que llevarse a la boca cunneana.
El pequeño problema es que no hay imagen del cunnus; no hay i (@)
Es un objeto no-especularizable.
Como objeto real que es uno lo puede poner delante de un espejo; el chasco que uno se lleva es porque ahí donde se espera su imagen uno solo se encuentra con un blanco en la imagen: -φ
El blanco en la imagen especular |
Solo se nos aparece como una mancha en la claridad del espejo (En su acepción óptica y cognitiva.)
Es un axioma que cualquier representación del cunnus, incluso la más seductora y atrayente, no es el cunnus.
Podría tratarse de una variedad de cunnus, cunnífero o cunnifato, cualquier cosa menos un real y auténtico cunnus, el de toda la vida, el que lleva la etiqueta Made in Germany.
El claro del bosque es uno de sus especímenes, que se caracteriza por estar desprovisto de árboles.
Por lo tanto, observamos que con este asunto del cunnus todo apunta a la privación.
Willy IX, en su posición de amo, no hace buenas migas con la privación; mucho menos con la castración.
Guillermo de Aquitania juega con las connotaciones ambiguas y obscenas de una imagen sexual y vegetal.
No se da cuenta que los árboles por muy talados que estén no le dejan ver el bosque.
A un psicoanalista lo que interesa de forma princeps es adentrarse en el bosque que habita el sujeto.
En un análisis, para poder acceder al reducto más central y recóndito del bosque -al lugar del sujeto-, allí donde todo clarea, es necesaria una labor prolongada de tala previa, que despeje el terreno de maleza y malas hierbas, apartando de su superficie el espesor de la demanda, con el fin (nada utópico) de que sea posible apreciar, in statu nascendi, la sutileza del deseo (¡inconsciente!)
II) El horror de la verdad ante lo real
Por eso, a la verdad se la representa míticamente como una mujer desnuda saliendo de un pozo.
Esta obra pictórica sobre la verdad con cuerpo de mujer, de J. L. Gérôme, el pintor más importante del academicismo francés, aunque pretende ser alegórica, se nos presenta, más bien, para decir la verdad, como la anti-alegoría; de hecho, su visión calmada y sosegada, hasta donde es posible, parece preparada para desencadenar las más crudas e intensas lubricidades, nada académicas.
No sería extraño que frente a esta auténtica Ninfa que eclosiona desde las profundidades de un profundo pozo, cubierta solo por el vestido de su desnudez, pensemos en cualquier cosa (¡o solo en una!) que no en la sosa y abstracta verdad; esa que se autodenomina intelectual o racional pero que no calienta ni al más pintado.
Es evidente que esta representación cargada de libidinosidad tendría su origen en una fantasía erótica del amigo Gérôme que, muy académico en su estilo pictórico, exigentemente realista, nada figurativo, es muy poco académico y formal en sus nada alusivas o alegóricas connotaciones sexuales que se exponen en su verdadera desnudez después de despojarlas de todos los velos.
Si la verdad no debe ocultar nada (como mucho algún tenue velo), aquí, el artista, lo consigue con creces.
Hasta el punto que sobre este transparente cuadro puede sobrevolar la imputación de pornografía; pero como es la verdad la que es representada en pelota picada nos quedamos tranquilos; por el bien moral, por salvaguardar la verdadera verdad, la verdad eterna, estamos dispuestos a los mayores sacrificios.
Según Moreau-Vauthier, el biógrafo oficial de Gerôme, esta pintura fue directamente a parar encima de la cama del artista. Para Gérôme, la verdad era una <<noble diosa a quien siempre he respetado, siempre he seguido>> De hecho, consideraba que su misión en la vida era <<dar la ilusión de lo verdadero>> (https://historia-arte.com/obras/la-verdad-saliendo-del-pozo)
A fe mía, compartida por Willy de Aquitania, el amigo Gérôme, colocando esta nada académica figura en la cabecera de su cama, ha situado a la verdad en el verdadero lugar que le corresponde.
Aquí lo sorprendente no es la irrupción intempestiva de la verdad, sino la sorpresa de la verdad ante aquello que la sorprende.
¿Qué es lo que la sorprende?
¿Quién es ese Otro que, oculto en el cuadro, mira a la verdad?
Es importante señalar que la expresión de la verdad más que de sorpresa, es de horror.
El vacío de su boca abierta -¿a qué?- no podría indicar otra cosa más que el horror que la embarga.
Hay algo que sorprende en este cuadro por su discordancia; incluso, se podría decir, por su ambivalencia.
Si nos fijamos bien en esa figura de mujer llama la atención la existencia de una curiosa escisión que afecta a su cuerpo.
En esa representación corporal tan intensamente bella actúa una especie de corte que la divide en dos partes: el cuerpo hasta la altura del cuello y la cabeza.
Es como que esa cabeza no corresponde a ese cuerpo, y a la inversa.
El intenso color negro del cabello, frente a la blancura nívea del cuerpo, no hacen más que marcar esta spaltüng que afecta a la verdad, provocando una hendidura, una rajadura, en el centro de su ser.
Aunque la cosa no tenga nada que ver con un contraste o contraposición de carácter figurativo, imaginario, hasta el extremo de la fragmentación corporal.
La spaltüng es de orden lógico y está causada por Otra Cosa.
Digamos que estamos hablando del horror al goce.
La imagen, más que la expresión de una verdad justiciera que, en su altiva belleza, sale del pozo armada con su látigo para imponer el orden en el mundo, es la manifestación de su angustia, desamparo, ante algo que la supera absolutamente, que no puede ser otra cosa que el horror ante lo real de un goce desconocido para ella misma (Ese del que dio cumplido testimonio el Hombre de las ratas.)
Lo que es resaltante o contrastante es la escisión, la hendidura, que se detecta entre la belleza incorporal de la verdad -plena de armonía en su condición ideal-, y esa expresión facial de horror, de espanto, que abre su boca despavorida a lo real del goce (Lo insoportable.)
Esa boca no solo vomita el horror, el espanto, sino que se abre, en un grito desgarrador, a un llamado desesperado.
Es, guardando las distancias, como el Ángel de la historia benjaminiano, que aparta su mirada del futuro, de donde procede el viento huracanado del progreso, que acumula incesantemente en el pasado una montaña de ruinas, imposibles de recomponer, hacia las que vuelve su mirada espantada:
Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se muestra a un ángel que parece a punto de alejarse de algo que le tiene paralizado. Sus ojos miran fijamente, tiene la boca abierta y las alas extendidas; así es como uno se imagina al Ángel de la Historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado, pero desde el Paraíso sopla un huracán que se enreda en sus alas, y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras los escombros se elevan ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.(Walter Benjamin (1940). <<Tesis sobre filosofía de la historia>>; <<Tesis IX>>)
Es evidente que el horror de la verdad, en su pleno realismo, se anuda con el espanto del ángel, en su absoluta abstracción.
Esta boca abierta de la verdad, que exhala un grito desgarrador, me recuerda el grito inolvidable de E. Munch; esa especie de alarido schreberiano, que trata de expulsar de sus entrañas lo más real de un goce que las devora.
¿Qué significa este grito? El horror ante lo real del goce, que se abre, como la garganta de Irma, en esa boca abierta, desencajada:
Un rostro inmaculado, cadavérico, nos mira con estupor desde un mundo que parece querer caerse a pedazos. Tras él, un cielo calcinado, trazado a base de una ristra roja y amarilla. El puente parece ser el único elemento estable de esta realidad sombría. Se trata de <<El grito>> la obra cumbre de Edvard Munch. Decenas de estudios han intentado descifrar las incógnitas que se esconden en ella. Pero, ¿cuál es la verdadera historia que hay detrás del cuadro? Han pasado ya más de 120 años de su creación y, sin embargo, este símbolo del expresionismo continúa despertando la curiosidad de todo aquel que tiene el privilegio de colocarse ante él.
Por lo tanto, observamos que con este asunto del cunnus todo apunta a la privación.
Willy IX, en su posición de amo, no hace buenas migas con la privación; mucho menos con la castración.
Guillermo de Aquitania juega con las connotaciones ambiguas y obscenas de una imagen sexual y vegetal.
No se da cuenta que los árboles por muy talados que estén no le dejan ver el bosque.
A un psicoanalista lo que interesa de forma princeps es adentrarse en el bosque que habita el sujeto.
En un análisis, para poder acceder al reducto más central y recóndito del bosque -al lugar del sujeto-, allí donde todo clarea, es necesaria una labor prolongada de tala previa, que despeje el terreno de maleza y malas hierbas, apartando de su superficie el espesor de la demanda, con el fin (nada utópico) de que sea posible apreciar, in statu nascendi, la sutileza del deseo (¡inconsciente!)
II) El horror de la verdad ante lo real
Por eso, a la verdad se la representa míticamente como una mujer desnuda saliendo de un pozo.
La verdad sale del pozo con su látigo; 1896; Jean Léon Gérôme |
No sería extraño que frente a esta auténtica Ninfa que eclosiona desde las profundidades de un profundo pozo, cubierta solo por el vestido de su desnudez, pensemos en cualquier cosa (¡o solo en una!) que no en la sosa y abstracta verdad; esa que se autodenomina intelectual o racional pero que no calienta ni al más pintado.
Es evidente que esta representación cargada de libidinosidad tendría su origen en una fantasía erótica del amigo Gérôme que, muy académico en su estilo pictórico, exigentemente realista, nada figurativo, es muy poco académico y formal en sus nada alusivas o alegóricas connotaciones sexuales que se exponen en su verdadera desnudez después de despojarlas de todos los velos.
Si la verdad no debe ocultar nada (como mucho algún tenue velo), aquí, el artista, lo consigue con creces.
Hasta el punto que sobre este transparente cuadro puede sobrevolar la imputación de pornografía; pero como es la verdad la que es representada en pelota picada nos quedamos tranquilos; por el bien moral, por salvaguardar la verdadera verdad, la verdad eterna, estamos dispuestos a los mayores sacrificios.
Según Moreau-Vauthier, el biógrafo oficial de Gerôme, esta pintura fue directamente a parar encima de la cama del artista. Para Gérôme, la verdad era una <<noble diosa a quien siempre he respetado, siempre he seguido>> De hecho, consideraba que su misión en la vida era <<dar la ilusión de lo verdadero>> (https://historia-arte.com/obras/la-verdad-saliendo-del-pozo)
A fe mía, compartida por Willy de Aquitania, el amigo Gérôme, colocando esta nada académica figura en la cabecera de su cama, ha situado a la verdad en el verdadero lugar que le corresponde.
Aquí lo sorprendente no es la irrupción intempestiva de la verdad, sino la sorpresa de la verdad ante aquello que la sorprende.
¿Qué es lo que la sorprende?
¿Quién es ese Otro que, oculto en el cuadro, mira a la verdad?
Es importante señalar que la expresión de la verdad más que de sorpresa, es de horror.
El vacío de su boca abierta -¿a qué?- no podría indicar otra cosa más que el horror que la embarga.
Hay algo que sorprende en este cuadro por su discordancia; incluso, se podría decir, por su ambivalencia.
Si nos fijamos bien en esa figura de mujer llama la atención la existencia de una curiosa escisión que afecta a su cuerpo.
En esa representación corporal tan intensamente bella actúa una especie de corte que la divide en dos partes: el cuerpo hasta la altura del cuello y la cabeza.
Es como que esa cabeza no corresponde a ese cuerpo, y a la inversa.
El intenso color negro del cabello, frente a la blancura nívea del cuerpo, no hacen más que marcar esta spaltüng que afecta a la verdad, provocando una hendidura, una rajadura, en el centro de su ser.
Aunque la cosa no tenga nada que ver con un contraste o contraposición de carácter figurativo, imaginario, hasta el extremo de la fragmentación corporal.
La spaltüng es de orden lógico y está causada por Otra Cosa.
Digamos que estamos hablando del horror al goce.
La imagen, más que la expresión de una verdad justiciera que, en su altiva belleza, sale del pozo armada con su látigo para imponer el orden en el mundo, es la manifestación de su angustia, desamparo, ante algo que la supera absolutamente, que no puede ser otra cosa que el horror ante lo real de un goce desconocido para ella misma (Ese del que dio cumplido testimonio el Hombre de las ratas.)
Lo que es resaltante o contrastante es la escisión, la hendidura, que se detecta entre la belleza incorporal de la verdad -plena de armonía en su condición ideal-, y esa expresión facial de horror, de espanto, que abre su boca despavorida a lo real del goce (Lo insoportable.)
Esa boca no solo vomita el horror, el espanto, sino que se abre, en un grito desgarrador, a un llamado desesperado.
Es, guardando las distancias, como el Ángel de la historia benjaminiano, que aparta su mirada del futuro, de donde procede el viento huracanado del progreso, que acumula incesantemente en el pasado una montaña de ruinas, imposibles de recomponer, hacia las que vuelve su mirada espantada:
Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se muestra a un ángel que parece a punto de alejarse de algo que le tiene paralizado. Sus ojos miran fijamente, tiene la boca abierta y las alas extendidas; así es como uno se imagina al Ángel de la Historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado, pero desde el Paraíso sopla un huracán que se enreda en sus alas, y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras los escombros se elevan ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.(Walter Benjamin (1940). <<Tesis sobre filosofía de la historia>>; <<Tesis IX>>)
Angelus Novus; Paul Klee (1879-1940) |
Es evidente que el horror de la verdad, en su pleno realismo, se anuda con el espanto del ángel, en su absoluta abstracción.
Esta boca abierta de la verdad, que exhala un grito desgarrador, me recuerda el grito inolvidable de E. Munch; esa especie de alarido schreberiano, que trata de expulsar de sus entrañas lo más real de un goce que las devora.
El Grito de E. Munch |
¿Qué significa este grito? El horror ante lo real del goce, que se abre, como la garganta de Irma, en esa boca abierta, desencajada:
Un rostro inmaculado, cadavérico, nos mira con estupor desde un mundo que parece querer caerse a pedazos. Tras él, un cielo calcinado, trazado a base de una ristra roja y amarilla. El puente parece ser el único elemento estable de esta realidad sombría. Se trata de <<El grito>> la obra cumbre de Edvard Munch. Decenas de estudios han intentado descifrar las incógnitas que se esconden en ella. Pero, ¿cuál es la verdadera historia que hay detrás del cuadro? Han pasado ya más de 120 años de su creación y, sin embargo, este símbolo del expresionismo continúa despertando la curiosidad de todo aquel que tiene el privilegio de colocarse ante él.
Con respecto a la interpretación del grito, algunas de las tentativas de comprenderlo se pueden considerar pintorescas.
Como esta:
(...) Un estudio afirma que la tonalidad rojiza del cielo está inspirada en la erupción del volcán Krakatoa, producida en 1883. El cataclismo, considerado como uno de los más violentos del siglo XIX, expulsó tal cantidad de ceniza que cubrió el cielo de todo el mundo durante varios años. Los atardeceres rojos que surgieron a partir de del desastre serían, según esta hipótesis, el punto de partida de la pintura.
Incluso esta:
(...) Pero, ¿de dónde procede una imagen tan estremecedora como la de «El grito»? La respuesta podría tener un origen tan insólito como el de una momia peruana. Así lo afirma el historiador estadounidense Robert Rosenblum, quien señala que Munch podría haber tomado como musa los restos de un cuerpo hallado en el Amazonas en el último tramo del siglo XIX. La momia, perteneciente a una tribu de la cultura Chachapoyas, podría haberse cruzado en el camino del pintor durante una exposición del Musée de l’Homme de París (Op. cit).
Todo esto, tan disparatado, por no querer ver lo que no puede dejarse de ver, que se trata de la boca abierta del (al) goce, de la que emana el grito infinito, el @-voz, en su condición inaudible, que desgarra los velos del silencio.
En el cuadro de Gérôme, ¿en cuáles de sus elementos pictóricos captamos esa relación espantosa entre la verdad y el goce?
Es evidente que la belleza del cuerpo de esa mujer verdadera nos sustrae la captación del nudo real <<verdad & goce>>.
Los dos elementos pictóricos que nos remiten a una verdadera experiencia de goce son el látigo y el pozo.
Cualquiera sabe que el látigo es un instrumento privilegiado de goce.
Si no que se lo pregunten al Marqués de Sade.
Si no que se lo pregunten al Marqués de Sade.
Un pozo, a no ser que uno esté metido en un pozo, es discutible que intervenga en alguna ocasión como instrumento de goce.
Aunque los suicidas, cuando se lanzan realmente al pozo, sepan un poco de esto.
El pozo gozoso |
Igual que se dice dime de lo que presumes y te diré de lo que careces; o dime con quién andas y te diré quién eres; se puede afirmar también que dime cuál es tu pozo (tu síntoma) y te diré quién eres.
Este pozo es el primer elemento de goce que vamos a analizar para ver cuál es su relación con la verdad.
El pozo que se describe en el cuadro de Gérôme está situado en un entorno bucólico, a la sombra de un follaje verde.
El verde resplandeciente contrasta en su color con el cuerpo intensamente blanco de la verdad.
La blancura del cuerpo es el reflejo del agua cristalina y transparente del pozo.
La verdad, al igual que su cuerpo epistémico, y las aguas frescas del pozo, debe ser también clara y transparente, con el fin de poder saciar nuestra sed de saber.
El filósofo acude al pozo de la verdad para saciar, en sus aguas inagotables, su sed de conocimiento (Aunque hay que recordar que un pozo se puede secar.)
La sorpresa del sorprendido filósofo, dispuesto a celebrar sus esponsales eternos con la verdad, es ver a la verdad huyendo despavorida y aterrorizada de ese pozo gozoso del conocimiento.
¿Quién la ha pellizcado?
¿Qué mosca le ha picado?
Freud dice que el inconsciente está habitado por todo tipo de larvas y de infectos semiseres, defectuosos y primarios.
¿Es que la preciosa verdad, tan tímida y recatada en su inocente desnudez, se ha encontrado con uno de estos seres monstruosos, aberrantes por su extremada malformación?
¿No será que también por las oscuras profundidades trotan los Sátiros persiguiendo incansablemente a las bellas y delicadas verdades?
De lo que ha sucedido allá abajo, como siempre, para no variar, no sabemos nada; lo único que sabemos es que nuestra amada verdad, nuestra fiel compañera de fatigas, ha tenido que abandonar, a galope tendido, transida de horror, el hasta ahora inagotable pozo de la verdad.
Los que la vieron huir ya no la han vuelto a ver más; alguno se la ha encontrado, perdida por los caminos del Señor, preguntando, como Dora, a todo titirimundi, que cuánto falta para llegar a la verdad.
Todas las parsimoniosas tortugas zenónicas con las que se encuentra siempre le contestan con la misma y pesada paradoja: cinco minutos.
Cada vez está más cerca de la verdad pero siempre faltan cinco minutos.
Estimado y siempre bien apreciado Sr. Zenón, ¿cómo es posible esto?
Ando y ando, avanzo y avanzo, pero nunca llego.
¿Por qué mi carta, si lleva bien escritas la dirección y el encabezamiento, no llega nunca a su destino; siempre está con retardo, en souffrance?
¿No estaré recorriendo, sin darme cuenta, un espacio infinitesimal (infinitamente pequeño), una cuadrícula matemática, la serie infinita de los números naturales?
Estoy agotada porque siempre tengo que dar un paso más para poder encontrarme conmigo misma.
Hasta ahora -medido por mi podómetro- he dado n + 1 pasos.
¿Cuántos pasos me quedan?: n +1, n + 5´, o, lo que es lo mismo, infinitos pasos para llegar a la estación (bahnhof), donde me estará esperando el tan ansiado tren que me llevará a mi destino.
¿No es la causa del horror que embarga a la verdad ese intervalo, hendidura, rajadura, que la separa de sí misma, dividiéndola infinitamente?
Mi interpretación es que la bella y ágil verdad -hay que ser muy ágil para poder salir con tanta soltura del pozo en el que uno está metido- está escapando del cunnus al que quiere reducirla ese modelo de varón ejemplar, el sin igual Guillermo no-se-cuántos-de-Aquitania.
Guillermito el travieso, de la misma forma que pretende que todos los varones se enrolen marcialmente bajo la bandera del falo, quiere hacerlo con las mujeres bajo el estandarte del cunnus.
El falo y el cunnus; el pastor y la pastora; el hilo y la aguja; se conforman como un par Phi que toca siempre la misma melodía en toda su fálica monotonía: meter, sacar, meter, sacar, meter...
La pobre verdad también huye despavorida al observar la incurable obsesión metonímica del varón.
Este pozo es el primer elemento de goce que vamos a analizar para ver cuál es su relación con la verdad.
El pozo que se describe en el cuadro de Gérôme está situado en un entorno bucólico, a la sombra de un follaje verde.
El verde resplandeciente contrasta en su color con el cuerpo intensamente blanco de la verdad.
La blancura del cuerpo es el reflejo del agua cristalina y transparente del pozo.
La verdad, al igual que su cuerpo epistémico, y las aguas frescas del pozo, debe ser también clara y transparente, con el fin de poder saciar nuestra sed de saber.
El filósofo acude al pozo de la verdad para saciar, en sus aguas inagotables, su sed de conocimiento (Aunque hay que recordar que un pozo se puede secar.)
La sorpresa del sorprendido filósofo, dispuesto a celebrar sus esponsales eternos con la verdad, es ver a la verdad huyendo despavorida y aterrorizada de ese pozo gozoso del conocimiento.
¿Quién la ha pellizcado?
¿Qué mosca le ha picado?
Freud dice que el inconsciente está habitado por todo tipo de larvas y de infectos semiseres, defectuosos y primarios.
¿Es que la preciosa verdad, tan tímida y recatada en su inocente desnudez, se ha encontrado con uno de estos seres monstruosos, aberrantes por su extremada malformación?
¿No será que también por las oscuras profundidades trotan los Sátiros persiguiendo incansablemente a las bellas y delicadas verdades?
De lo que ha sucedido allá abajo, como siempre, para no variar, no sabemos nada; lo único que sabemos es que nuestra amada verdad, nuestra fiel compañera de fatigas, ha tenido que abandonar, a galope tendido, transida de horror, el hasta ahora inagotable pozo de la verdad.
Los que la vieron huir ya no la han vuelto a ver más; alguno se la ha encontrado, perdida por los caminos del Señor, preguntando, como Dora, a todo titirimundi, que cuánto falta para llegar a la verdad.
Todas las parsimoniosas tortugas zenónicas con las que se encuentra siempre le contestan con la misma y pesada paradoja: cinco minutos.
Cada vez está más cerca de la verdad pero siempre faltan cinco minutos.
Estimado y siempre bien apreciado Sr. Zenón, ¿cómo es posible esto?
Ando y ando, avanzo y avanzo, pero nunca llego.
¿Por qué mi carta, si lleva bien escritas la dirección y el encabezamiento, no llega nunca a su destino; siempre está con retardo, en souffrance?
¿No estaré recorriendo, sin darme cuenta, un espacio infinitesimal (infinitamente pequeño), una cuadrícula matemática, la serie infinita de los números naturales?
Estoy agotada porque siempre tengo que dar un paso más para poder encontrarme conmigo misma.
Hasta ahora -medido por mi podómetro- he dado n + 1 pasos.
¿Cuántos pasos me quedan?: n +1, n + 5´, o, lo que es lo mismo, infinitos pasos para llegar a la estación (bahnhof), donde me estará esperando el tan ansiado tren que me llevará a mi destino.
¿No es la causa del horror que embarga a la verdad ese intervalo, hendidura, rajadura, que la separa de sí misma, dividiéndola infinitamente?
El pobre Aquiles, que no se da cuenta que son precisamente esos cálculos los que le impiden alcanzar a la tortuga |
Mi interpretación es que la bella y ágil verdad -hay que ser muy ágil para poder salir con tanta soltura del pozo en el que uno está metido- está escapando del cunnus al que quiere reducirla ese modelo de varón ejemplar, el sin igual Guillermo no-se-cuántos-de-Aquitania.
Guillermito el travieso, de la misma forma que pretende que todos los varones se enrolen marcialmente bajo la bandera del falo, quiere hacerlo con las mujeres bajo el estandarte del cunnus.
El falo y el cunnus; el pastor y la pastora; el hilo y la aguja; se conforman como un par Phi que toca siempre la misma melodía en toda su fálica monotonía: meter, sacar, meter, sacar, meter...
El par fálico-antifálico, macho-feminista, pene-cunnus |
La pobre verdad también huye despavorida al observar la incurable obsesión metonímica del varón.
Ha tratado de acabar con ella, de ponerle un límite, de refrenarla, ¡pero no hay remedio!
Para eso tiene esa especie de escoba mocha y raída (que algunos dicen que es un látigo), con la que trata de barrer toda esa serie infinita de objetos metonímicos que lo saturan todo, taponan todo, impidiendo el acceso a la verdadera falta, a la que no es de derecho, sino de hecho, irreductible y real.
Se puede uno imaginar que ese pozo de la verdad, con su borde y todo, se ha vuelto pestilente, hasta el punto que ni la propia verdad aguanta en él.
El agujero del pozo es como el orificio de una nasa que la propia verdad tapona al querer escapar.
El impasse consiste en que es la verdad la que huye de esa nasa asfixiante y acogedoramente atrapante, porque su agujero de entrada y salida, el que permite la circulación y el intercambio, está ocluido con una multitud de objetos metonímicos, i (a)-señuelos.
A la vez, como se puede observar perfectamente en la pintura, es la propia verdad, en su belleza y dolor, la que, al intentar escapar precipitadamente, está obturando el agujero liberador de esa nasa que la captura.
Las escobas con las que la verdad trata de barrer toda esa acumulación benjaminiana de objetos metonímicos |
Se puede uno imaginar que ese pozo de la verdad, con su borde y todo, se ha vuelto pestilente, hasta el punto que ni la propia verdad aguanta en él.
El agujero del pozo es como el orificio de una nasa que la propia verdad tapona al querer escapar.
El impasse consiste en que es la verdad la que huye de esa nasa asfixiante y acogedoramente atrapante, porque su agujero de entrada y salida, el que permite la circulación y el intercambio, está ocluido con una multitud de objetos metonímicos, i (a)-señuelos.
A la vez, como se puede observar perfectamente en la pintura, es la propia verdad, en su belleza y dolor, la que, al intentar escapar precipitadamente, está obturando el agujero liberador de esa nasa que la captura.
El pozo-nasa y las paradojas del goce, de la verdad y del agujero |
Por este motivo, la triste y horrorizada verdad, abre desmesuradamente la boca, con un rictus de espanto, dejando escapar un aullido de dolor; después de haberla cebado con todos los bienes del mundo, habidos y por haber, imaginables e inimaginables, su pozo sigue igual de vacío que antes; sobrealimentada, hipersatisfecha, se muere de insatisfacción, sin un mísero deseo que llevarse a la boca.
¡Clama por un deseo que la saque del pozo!
Lo único que la verdad ha podido rescatar de ese pozo, que es el suyo, que es su casa, su medio vital, después de haber sido sometida por parte del Dr. Guillermo, especialista en cunnus, a un tratamiento intensivo con dosis masivas de medicina Phi, de saber fálico, normativo, consuetudinario, consolador, es ese objeto miserable que, algunos dicen que es un látigo para fustigar a fariseos, aunque, en realidad, la más real de las realidades, es una escoba vieja, gastada, pocha, porqueriosa.
Ya sabemos que una escoba sirve para barrer las porquerías, las asquerosidades, los restos y desechos que han caído al suelo, que ensucian, que no sirven para nada (Mejor dicho, que sirven para nada.)
Una escoba mocha, calva, más que un útil es un objeto in-útil; más que un instrumento servible es un artefacto in-servible; es lo que Lacan llama un objeto @.
Lo curioso y sorprendente es que a la vez que se barren todos los restos y desechos inmundos, mandándolos sin conmiseración a la litter, esta actividad, que trabaja con lo inútil, con lo inservible, con el sínthoma, es productora de goce.
La explicación de esto es obvia: lo inútil, lo inservible, los restos diseminados por los peldaños del ser, son idénticos al goce (Al más obsceno, abrasador y boquiabierto.)
Hay que agradecerle a la verdad que haya podido rescatar de su pozo ese instrumento de goce insustituible que es la escoba de sarmientos; más que vieja, putrefacta; más que sucia, asquerosa; más que fea, abominable.
El cubo y la escoba asquerosa de Gruscha, la <<pera>> del Hombre de los lobos |
Habíamos señalado la existencia de una spaltüng que se realiza en el plano proyectivo del cuerpo de la verdad, en esa auténtica botella de Klein, tan seductora, que sale del fondo del pozo, que divide lo que está por debajo del cuello -la bella forma del cuerpo en toda su armonía (i [a])-, y lo que está por encima -ese rostro desencajado que se abre en una boca abierta de espanto (
Ahora nos encontramos con otro tipo de división que afecta al cuerpo de la verdad; al Otro: la que se produce entre ese cuerpo desgarrado por una hendidura (figurada en la boca abierta muncheana) -
Del cunnus, del objeto metonímico, si te he visto no me acuerdo.
El cuadro de Guillermo-Gèrôme representa ese momento en que la bella verdad está saltando el borde del pozo, a modo de trinchera-trinchada, armada con su invencible escoba.
Por lo tanto, el cunnus, en su estatuto de objeto-falta, está perdido para siempre.
Por muchas medallas-cunnus que nos colguemos del pecho, el auténtico cunnus, el cunnus-cunnus, el que se significa a sí mismo en su circunferencia auto-incluyente, ese que no es ese, por mucho que lo busquemos, nunca lo encontraremos.
1) La que se produce entre el cuerpo blanquísimo de la Verdad [el i (a)] y su parte cefálica, que corresponde al S (el sujeto tachado por el significante); el color negro del pelo, que contrasta con el blanco de la carne, hace referencia al desplazamiento hacia arriba del agujero del cunnus, rodeado de su bosque espeso secesionista.
2) La segunda hendidura, en el orden lógico, se efectúa entre ese cuerpo de la verdad, marcado por el significante, que representa al sujeto del deseo (S), y el objeto @, la escoba que porta como un arma esa mujer verdadera.
Aquí hay que tratar de disipar un malentendido: ¿cómo es que la verdad huye despavorida de ese pozo de aguas claras y cristalinas donde están guardadas las verdades eternas, inmutables?
Si pensamos en un pozo como la fuente de todos los bienes no entenderemos nada.
Simplemente, para aproximarnos a la verdad, es suficiente sustituir ese pozo límpido y fresco de la verdad por un pozo residual; por una fosa de aguas sépticas
El claro del bosque, como la verdad, sin mucho apurarse, sin un exceso de imaginación, es claro que evoca el agujero del cunnus, su condición de claro nada claro.
No hay que ser un hacha para captar que el árbol es la representación del falo en erección.
El árbol talado, caído en el suelo, que, en su breve momento de gloria, estuvo enhiesto, representa la detumescencia del falo, ahora abatido después del goce orgásmico (El supuesto culmen de todos los goces.)
Es ese momento en que el varoncito, cual veloz Aquiles, que ha perseguido a la tortuga para hacerse con la concha, la corona de laurel, se queda sin resuello, agotado, mientras la señora tortuga sigue su camino, feliz y contenta, sabiendo que ese varón tan apto, ágil y fuerte, nunca será capaz de alcanzarla.
La producción del @cunnus por un doble corte en forma de ocho interior sobre el cross-cap |
El claro del bosque, como la verdad, sin mucho apurarse, sin un exceso de imaginación, es claro que evoca el agujero del cunnus, su condición de claro nada claro.
No hay que ser un hacha para captar que el árbol es la representación del falo en erección.
El árbol talado, caído en el suelo, que, en su breve momento de gloria, estuvo enhiesto, representa la detumescencia del falo, ahora abatido después del goce orgásmico (El supuesto culmen de todos los goces.)
Es ese momento en que el varoncito, cual veloz Aquiles, que ha perseguido a la tortuga para hacerse con la concha, la corona de laurel, se queda sin resuello, agotado, mientras la señora tortuga sigue su camino, feliz y contenta, sabiendo que ese varón tan apto, ágil y fuerte, nunca será capaz de alcanzarla.
Aquilito y la tortuguita |
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