La imposibilidad del cubo |
La monstruosidad de desear (a prueba de imposibles)
Hemos señalado en el cubo de Necker la existencia de dos puntos-imposible, de intersección virtual entre aristas.
Estos dos puntos de "cruce-<<no-cruce>>", utópicos, imposibles, son simétricos:
I) Uno de los puntos-imposible de intersección-no se produce entre una arista vertical anterior y una arista horizontal posterior.
II) El otro, simétrico al anterior, tiene no-lugar entre una arista vertical posterior y una arista horizontal anterior.
La simetría especular entre los dos puntos-agujero, según se privilegie en la representación uno u otro, da cuenta de las dos conformaciones del cubo de Necker.
Si a estas intersecciones, puramente ideales, virtuales, entre las aristas del cubo, se las considera como cruces reales, se obtiene un objeto imposible (irrepresentable en el espacio euclídeo), que es el que, Galileito, está manipulando con tanta atención.
El belvedere en movimiento |
Pitagorito, primero, ha dibujado el cubo de Necker sobre un plano, marcando esos puntos irreales, imaginarios, de intersección-no.
A continuación, ha construido la figura de un cubo de Necker como si esos cruces imposibles se efectuaran realmente, obteniendo un objeto imposible: la maqueta del belvedere.
La maqueta imposible de un belvedere imposible |
Estrictamente, el cubo de Necker es imposible de construir en un espacio de tres dimensiones; se necesitaría, por lo menos, una dimensión más -la cuarta dimensión- para formalizar ese cruce entre una arista que está ubicada en un plano anterior con otra que lo está en uno posterior.
Dibujo de un cubo de cuatro dimensiones |
En realidad, el cubo de Necker, sufre una especie de desdoblamiento, una escisión, una spaltüng de carácter topológico.
El cubo de Necker está dividido en dos por una hendidura; su borde está conformado por los dos cruces imposibles entre aristas.
Para poder construir un cubo de Necker en nuestro espacio euclídeo hay que dar como realizadas, como reales, dos cruces, intersecciones, entre aristas simétricas, que solo existen como un efecto engañoso de perspectiva al representarlo sobre un papel en dos dimensiones.
Lo que nos interesa destacar es que estos dos puntos críticos del cubo de Necker tienen el estatuto de "lo imposible" en tanto corresponden a un agujero en su representación, en su formalización simbólica; debido a esto los podemos denominar también puntos-agujero.
Más importante que todas sus paradojas visuales es esa condición estructural del cubo de Necker -a diferencia del tetraedro perfecto- de que se trata de un cubo agujereado (no todos los cubos tienen la suerte de tener un agujero).
Se puede decir que si el cubo de Necker es formalizable matemáticamente lo que sostiene sus trampantojos es un agujero en su simbólico; como una especie de defecto o de falla en su formalización lógica, algebraica.
Aquello que no vemos, pero que nos hace ver lo que no se puede ver, lo que no tiene representación imaginaria, es una falta.
Es, hablando metafóricamente, como que nos faltan las palabras, carecemos del significante que nos permitiría significar el cubo de Necker; se trata de un objeto que se fuga hacia lo real; intentando manipularlo, incluso jugar con él, como una especie de patito en el baño, se nos va, se nos escapa por el agujero del desagüe del baño.
El patito que se fuga hacia lo real |
El cubo de Necker no es solo un objeto imaginario-simbólico; también tiene un estatuto real.
En su ditmensión de real se lo podría considerar como una especie de objeto [a] (mutatis mutandis con el belvedere); en este sentido, hay que estar atento a su anudamiento con el deseo y con el goce.
El cubo de Necker (mutatis mutandis el belvedere) es un cubo agujereado.
El cubo de Necker está agujereado por un defecto de formalización.
Decir "defecto de formalización" es lo mismo que afirmar: "agujero en lo simbólico".
Debido a que el cubo de Necker está agujereado en su simbólico por un defecto (= falta) en su formalización (o significantización) es un objeto imposible.
Si "lo real es lo imposible", el cubo de Necker, en su condición de imposible, es un objeto real.
"Objeto real" para el psicoanálisis -objeto [a]- lo es por su anudamiento con el deseo y con el goce (en el matema del fantasma).
No hay que olvidar que en su estatuto de [a], de caída, en tanto objeto radicalmente extraño (unheimlich), se asocia íntimamente con la angustia.
Un defecto de formalización, un agujero en lo simbólico, un imposible, es formalizable, significantizable, posible, utilizando los propios recursos de lo simbólico.
El ejemplo es el mismo cubo de Necker; o el "significante de la falta de un significante en el Otro": S [
El número imaginario |
Si este novicio, Adso de Melk (personaje del "Nombre de la Rosa), ha escrito (= formalizar) sobre ese plano la fórmula del cubo de Necker, marcando, inscribiendo, en el pergamino, sus dos significantes-agujero o significantes-falo; a la vez que ha representado topológicamente este cubo imposible, de alguna forma ha realizado una hazaña, al haber formalizado lo que es informalizable a causa de un defecto de formalización, de una carencia (manque) a nivel de la significantización; ha formalizado, gracias a los recursos del significante, el agujero en lo simbólico, lo imposible, lo real.
El cubo de Necker, independientemente de sus juegos con perspectivas imposibles, trampantojantes y enojantes, es la representación simbólica del agujero en lo simbólico; es la formalización, por medio de los recursos de lo simbólico, de lo que es informalizable (= imposible) por mor de la falta de recursos simbólicos, de su penia significante.
El cubo de Necker, topológicamente, se puede reducir al estatuto de borde de un agujero en lo simbólico: S (
Si yo enuncio: "Esto es imposible", estoy haciendo posible (= formulable) lo imposible, sin perder su condición de imposible.
Algo parecido, pero sin esa carga geométrica, sucede con el "Primer teorema de incompletitud de Gödel": "Cualquier teoría aritmética recursiva que sea consistente es incompleta":
"La demostración de este teorema pasa por construir una cierta fórmula, la «sentencia de Gödel» G, que no puede ser probada ni refutada en T: ni G ni ¬G (la negación de G) son teoremas de T. Se dice entonces que G y ¬G son indecidibles o independientes en T.
Para llegar a esta, Gödel desarrolló un método para codificar signos y fórmulas mediante números, llamado numeración de Gödel. Usando esta numeración, es posible traducir las propiedades de una teoría formal T, tales como «estos signos constituyen una fórmula» o «estas fórmulas no son una demostración en T», a propiedades aritméticas de dichos números. En particular, la sentencia de Gödel G es una fórmula aritmética cuyo significado es «no existe una demostración de G en la teoría T», o en otras palabras, «no soy demostrable en la teoría T»". (Wikipedia).
Es importante diferenciar entre "lo informalizable" y "lo informulable".
Lo informalizable, en su condición de imposible, pertenece a la ditmensión de lo simbólico (agujero en lo simbólico).
Lo informulable, aquello para lo que no hay ninguna fórmula (= relación literal), pertenece a la ditmensión de lo real del goce (el del cuerpo).
El tablero de ajedrez |
Si nos fijamos, hay algo que llama la atención en la representación del belvedere; concretamente, se trata de ese suelo en forma de cuadrícula o de tablero de ajedrez.
¿Qué representa?
Podría tratarse perfectamente de un conjunto de cubos dispuestos en un plano.
A esta terraza o terrazo cúbico lo vamos a denominar el Universo simbólico de todos los cubos.
Digo que están todos los cubos porque incluso se encuentra ahí el cubo que falta al Universo de los cubos: el cubo de Necker.
Ya hemos dicho que este cubo imposible representa el agujero en lo simbólico: es el cubo que falta al conjunto de todos los cubos:
−(cubo de Necker).
Como se puede observar, el cubo de Necker, está dentro del campo de todos los cubos que no son neckerianos; a pesar de estar incluido en esa especie de tablero de ajedrez infinito cuyas casillas -blancas y negras- son cubos normales, no tiene un lugar, está excluido o falta a su lugar; es por eso que hemos planteado que el cubo de Necker hay que formalizarlo con un signo menos.
El cubo de Necker es el cubo que falta en el Universo de los cubos; en relación con ese Universo está incluido-excluido.
El cubo de Necker, incluido-excluido en el Universo de los cubos |
En el cuadro, el cubo de Necker, con respecto al tablero de ajedrez cúbico, está representado dentro y, a la vez, fuera de esa trama, de ese entretejido de cubos.
Otra cosa es el asunto del goce; o, mejor dicho, de los goces, en su intercambio litoral o literal.
Y hay algo ahí, en ese inframundo del belvedere, en sus cavernas más sórdidas que, incluso, ha perdido la dignidad del deseo, habiéndose desprendido desde Das Ding -La Cosa-, convirtiéndose en puro y duro goce, como el que representa ese ser monstruoso, atrapado en su cárcel, al que le hemos bautizado cariñosamente como El Bestiajo.
¿Qué pinta ahí ese ser deforme y amenazante?
La "bestiada" del goce |
Aquí no hay ningún pacifico litoral de los goces; lo que expresa mejor esta situación de a-prisionamiento del goce es el delirio del goce.
El goce es un delirio.
¿Por qué?
En primer lugar, porque el goce es algo que sobrepasa determinado límite, el umbral del placer, como garantía del equilibrio homeostático; "delirio", en sentido propio, significa salirse (abandonar) del surco (de aquel camino que está trazado, marcado, roturado).
En segundo lugar, el goce es algo que se impone, que implica un forzamiento, una ruptura de una barrera corporal.
Muchos pacientes, en relación con sus experiencias delirantes de goce, señalan, por una parte, su carácter intrusivo, en el sentido de algo que, literalmente, se introduce en su espacio íntimo, penetrando, con un carácter de violencia, en su reducto más reservado, familiar, en la privacidad de su cuerpo (su hogar).
Estas vivencias psicóticas de goce tienen un carácter persecutorio; el paciente las puede interpretar de forma delirante atribuyéndolas a un aparato que algún desconocido de su entorno (puede ser un vecino) ha introducido en su casa (en su espacio heimlich); a través de ese aparato, con un intención hostil, malévola, el Otro persecutorio, le invade, le violenta, con ondas, rayos, ruidos, partículas, etc.
Se trata, evidentemente, del aparato del goce, que toma como objeto electivo a su cuerpo, sometiéndolo a todo tipo de alteraciones, manipulaciones, agresiones, violencias, sevicias, brutalidades, etc.
Este aparato del goce no es otra cosa que la manifestación del significante en lo real.
Las ondas, sonidos, rayos, espectros luminosos, partículas, radiaciones, etc., no son otra cosa que los significantes de la ciencia en su presencia real (sustraídos a su simbolización).
Los significantes de La Ciencia en lo real: La energía nuclear, con su emisión de partículas |
En el ámbito del goce entramos en otra ditmensión, nada dimensionable, que no se corresponde estrictamente con la "Otra escena" de los sueños, sino con el espacio topológico del delirio.
Es cierto que el goce tiene algo de monstruoso, deforme, aberrante; es por este motivo que Escher, en contraste con el belvedere, la nunca mejor dicha bella vista, sitúa a ese ser extraño e inquietante, pleno de fealdad, en los desagües del maravilloso mirador.
A mí me recuerda a Salvatore, ese personaje inclasificable del "Nombre de la Rosa", que todavía hablaba la lengua de Babel, que parlaba todas las lenguas y, a la vez, ninguna; es decir, que gozaba con los significantes:
"-Penitenciagite! Vide cuando draco venturus est a rodegarla el alma tuya! La mortz est super nos! Ruega que vinga lo papa santo a liberar nos a malo de tutte las peccata! Ah, ah, vos pladse ista nigromancia de Domini Nostri Iesu Christi! Et mesmo jois m’es dols y placer m’es dolors… Cave il diablo! Semper m’aguaita en algún canto para adentarme las tobillas. Pero Salvatore non est insipiens! Bonum monasterium, et qui si magna et si ruega dominum nostum. Et il resto valet un figo secco. Et amen. No?" (El Nombre de la Rosa; Umberto Eco).
El Salvatore gozante |
Esa monstruosidad o delirio del aparato del goce no tiene el mismo estatuto que el cubo de Necker.
Ese cubo que, de alguna forma, por su deformidad, es algo también monstruoso, pertenece al conjunto de los objetos imposibles, cuyo rasgo definitorio es el de ser un agujero en lo simbólico (las marcas de este hecho son sus dos puntos-agujero, sus inverosímiles intersecciones).
Estructuralmente, el cubo de Necker, pertenece al registro de lo informalizable; al igual que el Teorema de Gödel, en la lógica matemática, que demuestra la incompletitud (la falla irreductible) de la aritmética, el cubo de Necker, en la topología, es la formalización de lo informalizable, de lo imposible, del agujero en lo simbólico (sería homólogo a lo que el psicoanálisis plantea con "el significante de la falta de un significante en el Otro" = S [
El "Teorema de incompletitud" de Gödel" |
El agujero en lo simbólico no deja de ser en sí mismo la formalización, gracias a su borde significante, de lo informalizable, del puro hueco.
Lo informulable, representado por el Monstruo del belvedere, por Salvatore, no es lo no-formalizable, al cual, si uno le sustrae el "no", se convierte en formalizable; es aquello que no se puede formular, en el doble sentido del término: por carecer de cualquier tipo de formulación-formalización significante que dé cuenta de él; no hay palabras, no existe ninguna fórmula algebraica, articulación literal, que permita resolver su nudo; igual que no existe una fórmula algebraica que permita calcular la relación sexual o hallar la solución de la x de
Eso informulable, para lo que no hay significante ni fórmula literal, es el otro-goce, el goce en su estatuto real, efecto de la incidencia del significante sobre el cuerpo.
En el interior-exterior del cubo de Necker está-no está el objeto [a] (el cubito-a) |
Estrictamente, en el cuadro, en "Belvedere", el cubo de Necker, con su perspectiva cambiante, oscilante, solo se puede representar a través de una proyección en un plano.
El cubo de Necker que Pitagorín, en un gesto imposible, tan imposible como el objeto que sostiene en sus manos, corresponde a la maqueta del belvedere; no solo es un objeto paradójico en el que se superponen y confunden diferentes perspectivas, sobre todo es un objeto aberrante, deforme, monstruoso.
Estas propiedades, al tratarse de una maqueta, son compartidas por la arquitectura fantástica, mejor dicho, fantasmática, del belvedere.
Lo que nos interesa destacar es que el deseo -cualquiera- si es auténticamente un deseo y no una demanda (que haberlas haylas), tiene un objeto al que se le puede calificar con toda propiedad de aberrante, monstruoso.
Es por este motivo que el deseo, por estructura, es auténtica y realmente monstruoso.
Para indicarnos tanto que el deseo al igual que su objeto son monstruosos, en el sentido de que no se atienen a ninguna proporción (ambos son des-proporcionados, como la inmensa jeta de Salvatore), a ningún justo medio, al llamado de ningún bien (tampoco de su ausencia), al prestigio de la buena forma, Escher, nos planta, ahí abajo, en los suburbios, a ese ser monstruoso, deforme, infame, repugnante, que hace signo con respecto al objeto imposible que se trae Galileito entre manos o entre piernas.
Este objeto, por llamarlo de alguna forma, es un cubo monstruoso, tanto en su forma, con sus aristas retorcidas, por su absoluta asimetría, como en su distribución gaussiana, debido a que ocupa un lugar extremo -por arriba o por abajo- en la distribución de una campana de Gauss.
La campana de Gauss |
¿Qué es una campana de Gauss?: "La Campana de Gauss es, en estadística, la representación gráfica de la distribución normal de un grupo de datos. La curva adquiere una forma acampanada y simétrica respecto a un único parámetro". (Caletec.com; Glosarios).
"Monstruoso", estadísticamente, es algo que se da, pero a cuenta gotas, que sucede, pero de pascuas a ramos; es aquello que ocupa una de las colas de la distribución normal, de la media, la mediana, la medianía de la campana de Gauss.
Así concibe Aristóteles a los monstruos:
"Es patente que este pensamiento lógico no admite ya aquellos monstruos propios del imaginario mitológico, todo lo contrario: para Aristóteles el monstruo tiene sus límites y estos son los que la naturaleza le impone, pues los márgenes de error de esta no pueden ser más que los que determinan la simientes de las especies, propia del macho, de y su receptáculo: los menstruos, propio de la hembra. La generación fortuita de monstruos, como puede verse, no es pues contraria a la naturaleza, en el sentido en que escape completamente de los límites de la naturaleza, sino más bien en el sentido en que la forma no logra dominar la materia.". ("Los límites de los monstruos. La ontología teratológica aristotélica"; Víctor Daniel Albornoz; Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela).
Monstruoso es el cubo de Necker con respecto a la distribución "normal" del conjunto de todos los cubos.
No solo es monstruoso por su forma, por su deformidad (cuestión de estética), también por lo que se puede llamar su excepcionalidad, por su singularidad (con respecto a lo universal).
Una aberración, si se hace extraordinariamente frecuente desde el punto de vista estadístico se convierte en normal en el sentido de la norma (de aquí, a lo normativo, lo prescrito, hay un solo paso).
Igual que el cubo de Necker es monstruoso (en sentido estadístico), aberrante, con respecto al Universo de los cubos, el deseo y su objeto son también monstruosos, aberrantes, con respecto al Universo de las demandas y a su objeto propio, que, como todos sabemos, es el amor (si la demanda es demanda de amor, su objeto es el amor).
En cambio, el deseo es aberrante y monstruoso porque su objeto no es el de la necesidad ni el de la demanda, sino otro deseo, el deseo del Otro; lo que hace desear es el objeto [a], la causa del deseo del Otro.
Ya sabemos que el [a] no tiene muy buena prensa; que no se suele encontrar en las modas ni en las medias, bajo el amparo de esa campana que emite sonidos tan angelicales que a uno le hacen elevarse hacia el cielo, aspirando el perfume más dulce de los ideales más sublimes, de los bienes imperecederos y salvadores.
Los sonidos del [a] están más cerca de las ventosidades, pedorretas, borborigmos intestinales, que del canto de los Serafines.
"Caca, pedo y pis", podría ser su lema.
Esto nos lleva a la conclusión de que ese objeto neckeriano, ese cubo de Necker que manipula, manosea, el Príncipe azul, entre las piernas, no es ni el cubo de Necker ("Esto no es una pipa") ni el falo, sino un objeto [a]; eso es lo que le otorga su condición aberrante y monstruosa, lo que lo arroja al vertedero de la gran campana de Gauss, lo que hace que esté en esa posición de caída (de resto) con respecto al conjunto del edificio del belvedere-mirador.
Al objeto del deseo monstruoso -que es monstruoso porque el deseo del que es objeto también lo es-, así como al cubo monstruoso de Necker (menos por su fealdad que por su estructura imposible) -que se aparta, de forma aberrante y desproporcionada, de la configuración simétrica, armoniosa y equilibrada de un cubo normal, en tanto sólido perfecto platónico-, es posible, a ambos, en su condición monstruosa, excepcional, situarlos dentro o fuera de una campana de Gauss; o, lo que es lo mismo, dentro o fuera de una distribución normal.
El cubo fuera y dentro de la red |
¿Cómo y dónde se pueden ubicar un cubo de Necker monstruoso y un objeto monstruoso de un deseo monstruoso dentro de una campana de Gauss?
Campana de Gauss |
Curiosamente, o no tan curiosamente, es posible incluir tanto al deseo monstruoso como al cubo monstruoso dentro de una distribución normal gaussiana, a pesar de lo anormales o poco normales que son; no hay duda de que tienen su lugar bajo el paraguas, al amparo de una campana de Gauss.
Una sociedad convive muy bien con objetos de deseo y cubos de Necker monstruosos.
Simplemente hay que echar una ojeada a la prensa; y no solo a la sección de sucesos.
Si trazamos una campana de Gauss de todos los deseos nos daremos cuenta que en ambas colas, o extremos, a ambos lados de la joroba central, donde se ubican los deseos más normalitos, más aceptablemente fálicos, a los que denominamos demandas, por arriba o por abajo, con el signo más o con el signo menos, nos encontraremos con los deseos más monstruosos del mundo, que son simplemente los deseos que se han deslizado, más o menos sigilosamente, subrepticiamente, desde la campanante, campechana, campanuda, campana central, al límite superior o inferior de la distribución normal.
Aunque se trate, por arriba o por abajo, límite superior o inferior, de un 0, 1 %, que, en total, no hace más que un 0, 2 % en el cómputo total de los deseos, el caso es que ese ínfimo 0,1 % de + [deseo monstruoso] o de − [deseo monstruoso] es imprescindible para el trazado correcto de una campana de Gauss, para que tenga sus dos colas en funcionamiento de forma que impidan que el avión se vaya de cola.
Una campana de Gauss que solo conste de su joroba central, sin sus dos extremos monstruosos, excepcionales, no es una campana de Gauss.
Con los deseos monstruosos no nos hemos salido de la distribución normal de la curva de la campana de Gauss.
Permanecemos en el umbral superior o inferior del Principio del placer, en el dominio monstruoso de los bienes, en plena homeostasis, en el estado de equilibrio.
Por eso se habla de la función social que pueden tener la perversión y el deseo perverso.
Este mismo razonamiento se puede aplicar a la campana de Gauss de todos los cubos.
Tenemos los cubos más cúbicos, simétricos y armoniosos, que caben todos ellos en la joroba central.
En ambos extremos podemos situar los cubos monstruosos, como los neckerianos, que, como su propio nombre indica, no dejan de ser cubos, aun dentro de su deformidad, asimetría y monstruosidad.
Tienen también su lugar, su habitáculo, dentro de la distribución normal de los cubos.
Cubo de Curby |
Es evidente que si no hubiese alguien llamado Necker, Rubik, Curby, o similar, que sujetase las puntas del manto de la Virgen bendita, la disposición gaussiana se vendría abajo, se aplanaría.
Un tejido triangular, imposible, de cubos imposibles |
Simplemente que el deseo monstruoso o el cubo de Necker aberrante llevan un signo negativo:
− (deseo monstruoso)
− (cubo de Necker)
Ahora bien, lo que plantea Escher es un "Belvedere-cubo de Necker" que ha caído del Universo de los cubos o de los belvederes, que, incluso, se puede afirmar, por la cuadratura del círculo, que ya no es un cubo.
Por lo menos, que ha perdido su condición de significante -aunque se trate de un significante con el signo menos: (−φ)-, para transformarse en un objeto (a), en un objeto caído del Universo significante de todos los cubos.
Podemos considerar el edificio del belvedere como una gran campana de Gauss, y, debajo -como lo representa Escher-, está el cubo de Necker, el que sostiene Pitagorín en sus manos: un objeto-cubo, un nocubo, un incubo, un objeto (a) en su estatuto de objeto plus de gozar, que ha caído como un resto, un desecho, del Universo de los cubos, del belvedere de todos los cubos, normales o monstruosos.
La cuadratura del círculo |
No es lo mismo el objeto monstruoso de un deseo monstruoso, así como el cubo neckeriano, monstruoso, patológico, el más aberrante e indecente de todos los cubos, que ese objeto singular que tiene entre sus piernas ese listo de Pitagorín: el objeto [a], caído del Universo Significante de todos los deseos y de todos los cubos, monstruosos o no.
Si se trata de un belvedere, de la bella vista, hay que decir que el objeto [a], el que observa el pequeño Pitagorín con toda su curiosidad sexual, no es un significante, sino un objeto, y, además, por de-más, para no ser de-menos: el objeto [a]-mirada.
No es el cubo de Necker, sino el objeto mirada, el objeto con el goza la pulsión escópica, revestido de un semblante de traje y corbata marca Necker.
El objeto [a]-mirada no tiene representación en la bella imagen del belvedere.
El cubo de Necker, pulsionante, atenta contra la buena forma; es una mancha en la límpida y transparente superficie del espejo.
En su imagen deforme, aberrante, monstruosa, agrede la integridad, la completud, de la imagen bien satisfactoria del cubo perfecto; rompe con su solidez, armonía, simetría, perfecta consistencia.
El objeto [a] en su condición de objeto de goce, de caída, de resto, agujerea, perfora, el Universo de los Significantes, el conjunto de todas las demandas-deseos, el dominio de todos los bienes.
En su parcialidad subvierte cualquier omnidez.
El cubo de Necker es uno de los objetos con que goza el cuerpo de la geometría, la pulsión matemática, puramente formalista, cuya pérdida, agujerea, perfora, el Universo de los Cubos, toda esa masa cúbica, que, sin ese suplemento, exceso-sobrante, sería impenetrable.
El cubo perfecto |
En el piso de abajo del "Belvedere" tenemos "lo monstruoso".
Ahí, representado entre rejas, El bestiajo, es la encarnación eminente de lo real del goce (que, para usos retóricos, lo podemos nombrar como "lo monstruoso"; ¡y que nadie se asuste!).
En el piso de arriba esta la Bella Forma, la bella vista, el belvedere.
En lo alto, en lo más celeste, en las cumbres del ser, en sus disposiciones más favorables y gratas, están todo los bienes, aquellos objetos revestidos de la mayor estima, la más placentera y benefactora.
Todo aquello que nos resulta amable, que nos mira con buenos ojos, en una mirada abarcativa que nos abraza y rodea por completo, en todo nuestro ser, totalmente.
Debajo, en lo hondo, en las catacumbas, están el deseo y el goce, aquello más bien ingrato, displacentero, más cercano, por su carácter poco favorable, a un mal que a un bien,
Se trata de ese objeto, el [a], desestimado, abandonado, caído, despojado hasta el extremo, hasta el límite del más allá, de su condición benéfica, salutífera, provechosa, de su más o menos, mayor o menor, pero siempre equilibrada e igualitaria condición placentera.
No es aquello que nos mira con malos ojos, con ojeriza, sino que no nos mira, como ese cubo de Necker −el "objeto-mirada"−, que se parece más a un ojo ciego, a una cuenca vacía, que a una visión iluminante, brillante, esplendente, deslumbrante.
Arriba, en el belvedere propiamente dicho, está la imagen especular, aquello que aspira a la buena forma, a la integridad narcisística, a la totalidad de lo que hace Uno.
Por lo bajo, por lo más bajinis, lo subterráneo, privado de luz, el ojo-Necker nos mira, aunque no nos vea.
Lo-que-nos-mira |
Y, ahí, sobre el gran tablero de ajedrez, nos encontramos con un plano arrojado en el suelo, en el que está dibujado un cubo de Necker con sus dos puntos de intersección imposibles.
Este es el cubo de Necker-significante.
En un banco está sentado Pitagorín, que sostiene un cubo de Necker-real, construido a partir del plano-significante.
Es un cubo totalmente deforme, aberrante.
Es el objeto imposible.
Este es el cubo de Necker-objeto, o el cubo de Necker-@, o el cubo de Necker-goce.
Representa al objeto-@ de la pulsión escópica, al objeto-mirada, aquel resto, desecho, que se ha desprendido del campo de la buena forma, de la bella vista, del belvedere.
Tanto el plano-significante -en el que se representa un "cubo de Necker-significante"- como la maqueta-objeto -que corresponde a un "cubo de Necker-objeto"-, en su articulación, en su losange, en su relación de corte, se pueden asimilar a la estructura fantasmática sobre la que se sostiene el edificio del belvedere, la construcción de su realidad: $ (plano-significante)<> a (maqueta-real).
Un pobre significante, derribado por los suelos, y un objeto imposible, que no hay por dónde cogerlo, que no se sostiene, que hace agua por todos los lados, que se le han saltado todas las costuras, es todo aquello con lo que contamos para sostener nuestra realidad.
Todo lo que nos queda, lo que nos resta, es ese poco-de-sentido, ese paso-de-sentido, al que alguien, llamado Escker, lo ha querido piadosamente revestir con ese pobre andrajo que no cubre ni sus vergüenzas, el irrisorio, por no decir cómico, cubo de Necker.
Con respecto al plano-significante del cubo de Necker, el que ha trazado Galileito, y, que está ahí, en su ser-ahí, lo que podemos observar, antes de hacer una visita al belvedere-Necker, es que lo que está dibujado en el plano es un cubo corriente y moliente.
Lo que tiene de específico, lo que lo convierte en neckeriano, desde el punto de vista significante, está marcado por esos dos círculos que corresponden a puntos de intersección entre aristas.
Lo llamativo, lo pintoresco, es que esos puntos de intersección entre aristas no son reales, son virtuales, se producen por un efecto de perspectiva.
Solo se pueden trazar sobre un papel en su condición de puntos-significante.
Se trata de puntos o de marcas que remiten a una imposibilidad con relación a la estructura del cubo.
De alguna forma, estos puntos-imposible son también puntos-agujero (falo) porque, en realidad, no están, no corresponden a nada en el cubo.
Hay dos formas o presentaciones del cubo de Necker que corresponden, cada una de ellas, a la organización del cubo alrededor de uno de estos dos puntos-agujero: la "intersección-vacía-imposible".
Cada una de estas dos estructuraciones geométricas del cubo de Necker se pueden formalizar matemáticamente como una combinación y permutación significante.
El laberinto neckeriano |