Fiódor Dostoievski |
El psicoanálisis es una especie de milagro conjunto, en el que lo milagroso es que el psicoanalista y el analizante -en posición activa, de enunciación- formen un conjunto alrededor del psicoanálisis, del discurso del analista, que tiene la función de conjunto vacío, causa de la conjunción de diferentes deseos: el deseo del analista, en tanto motor de la transferencia, y la x de la pregunta por el deseo del sujeto analizante.
El discurso del analista |
Para poder trabajar como psicoanalista y como analizante, en acto conjunto, en transferencia, es necesario seguir invirtiendo a fondo perdido, a pura pérdida; única forma de que funcionen las cosas.
Padre, ¿real,simbólico o imaginario? ¿Qué es un padre? Más allá del respeto que siente la madre por el padre, la cuestión decisiva es si el Nombre-del-Padre está presente en el discurso de la madre: ¿hace o no hace caso la madre a la palabra del padre?
Si la madre no cree (unglauben) en la palabra del padre, si la des-cree. si la oye como quien oye llover, ni fu ni fa, eso puede implicar una terrible desgracia para un sujeto: la forclusión del Nombre-del-Padre, del significante de la ley del Otro.
El sujeto, al perder toda sujeción, navegará sin rumbo, como un barco a la deriva, perdido en la inmensidad de la niebla del mundo.
El barco del sujeto perdido en la niebla |
¿Se puede plantear el mecanismo forclusivo para el caso de Dostoievski, para dar cuenta de sus ataques de gran mal? El título del trabajo de Freud, que anuda el caso de Dostoievski con el parricidio (¿equivalente a la forclusión de la función paterna?), parece ir en esta línea, que dibuja una profunda falla en la estructuración del orden simbólico en Dostievski (la constitución, en el centro de su subjetividad, de un agujero forclusivo: P0).
La escritura del gran mal: P0 |
Se va a investigar la relación entre la función paterna y el síntoma a partir del trabajo de Freud titulado Dostoievski y el parricidio (Sigmund Freud; Obras Completas; Amorrortu editores; tomo XXI); de 1928.
Freud, anciano |
Es un artículo muy interesante, por diferentes motivos. Uno de ellos, el fundamental, se debe a que plantea la pregunta por el padre en el punto más crítico, en relación con el síntoma de Dostoievski -los ataques epilépticos-, supuestamente desencadenados por el asesinato del padre (el parricidio real).
No se trata aquí del deseo de muerte del padre, en su estatuto imaginario-simbólico, en el contexto del Edipo, sino de la muerte real del padre (asesinado por sus propios siervos),
Freud, en la primera parte de este trabajo, discute el sentido y la función de los ataques epileptoides de Dostoievski. Para ello, se basa en los datos biográficos disponibles sobre el escritor y en su obra magna: Los hermanos Karamazov.
Los Hermanos Karamazov: el parricidio |
Dostoievski, presenta como síntoma, además de esos consabidos ataques epilépticos, una adicción al juego. Freud, en la segunda parte de su estudio, con el fin de analizar el goce del jugador, se remite a la novela de Stefan Zweig: Veinticuatro horas en la vida de una mujer (Novelas; Editorial Acantilado, 2012).
Stefan Zweig |
La protagonista es una mujer inglesa, Mistress C., que se interesa por un jugador que no se atreve a jugársela por un mujer. Ella le exige que sacrifique su juego por ella. Pero él está fascinado por la redondez admirable de la bolita de la ruleta, por los caprichos del azar, la simetría cuadrada del tapete verde, el automatón de los números, y no quiere saber nada de las peligrosas curvas femeninas, del encuentro fallido con lo real, de la tyche, accidental y accidentada, con el goce de una mujer.
La bolita de la fortuna |
El jugador austriaco, desafía al azar, se confronta a la muerte, aspira a ser un amo, pero de su división de sujeto no quiere saber nada.
Está fascinado por la esfericidad de la bolita de la ruleta, que promete, en su función de señuelo, de fetiche, una ilusoria completud,
Del objeto @, en su asimetría, en su imparidad, que no promete nada (¿promete nada?), que no garantiza nada, solo un sujeto tachado y un suplemento de goce, decide bajarse del caballo en marcha, abandonando su montura (campo topológico: la silla de montar) antes de levantarse la barrera.
Paraboloide hiperbólico o silla de montar |
¿Cuál es el punto en el que falla Mistress C,?: no se quiere percatar de que la partida está perdida desde el principio; que con este hombre no hay nada que hacer; que ya ha vendido su alma al diablo (al general mutilado); su herencia por un plato de lentejas, cocinado en la ruleta francesa.
Su amor de madre (en esto Freud tiene una intuición verdadera) actúa como un velo de compasión con el que recubre el verdadero estado de la cuestión -¡ o de la castración!-: que el joven jugador no quiere saber nada de la castración en el sentido de la represión... en el sentido de su inscripción en el discurso, de su bejahung significante: el Hombre de los lobos, dixit... o no dixit... ser o no ser, that is the cuestion.
El Hombre de los lobos y los cinco lobos |
Se trata ni más ni menos que de una verwerfüng, de un rechazo, con todas las letras, hasta el grado de la repulsión, con el recurso in extremis de la no-simbolización: no decir ni mu, ni papa, hasta el punto de que la castración queda fuera de la existencia.
Antes morir que vivir castrado es el santo y seña de este jugador desengañado, de vuelta de todo, que se lo juega todo, incluso su propia vida, con tal de no poner en juego ese poco-de-goce (plus-du-jouir) en el que se arraiga toda existencia.
De Veinticuatro horas en la vida de Fiódor Dostoievski a Veinticuatro horas en la vida de una mujer: el goce inconmensurable que se pone en juego en la partida entre un hombre y una mujer.
Veinticuatro horas en la vida de Fiódor Dostoievski: condensación entre Dostoievski y el parricidio (Freud); Veinticuatro horas en la vida de una mujer (Stefan Zweig); Un día en la vida de Ivan Denisovich (Solzhenitsyn).
La trama, el meollo del asunto, es que la existencia se puede decidir en veinticuatro horas, en relación con el azar de una tirada de dados, o en la caprichosa volubilidad de la bolita de la ruleta.
La bolita caprichosa y voraz |
El destino nos concede una jugada. Una sola jugada. Es nuestra jugada. La de cada uno. Aquella que solo podemos jugar nosotros. Con ella nos la jugamos. Todo depende de cómo la juguemos.
Lo que es evidente es que hay que arriesgar. Hay que apostar Hay que jugársela.
El que apuesta puede perder. No hay garantías. El que decide no apostar, nadar y guardar la ropa, ese ya ha perdido. Está garantizado.
En el fondo, lo que se juega aquí, es la relación entre la existencia (lo real) y el tiempo (lo simbólico). Este es el hilo conductor de la enseñanza de Lacan.
El jugador de la novela de Stefan Zweig apuesta todo a una ruleta en la que gira el tiempo. Este giro caótico genera torbellinos, remolinos, vórtices, que capturan y arrastran al sujeto. El jugador se entrega sin freno, sin descanso, en una agitación convulsiva, mortífera, a la pasión del tiempo.
El torbellino del juego |
A esta pasión, que está más allá de todos los bienes, que desprecia los placeres, la podemos también denominar la pasión del Otro. O, más condensadamente, el goce.
Se goza de (con) una bolita, que, al igual que nosotros, es un juguete inerme del tiempo. En su mismo destino, en su secuencia de ganancias y pérdidas, se lee el reverso fatal del nuestro.
La pasión por el juego: todo indica que se trata de una pasión femenina por su gracia (¡o desgracia!), por su suerte (¡o mala suerte!), por su volubilidad, su inconstancia, su inconsistencia, su capricho, lo efímero de un goce fluido, de un flujo temporal que nos desangra con cada jugada, en la que todo depende de los menstruos (de mensis: mes; ciclo lunar; lunación; procede de una raíz indoeuropea que significa medir).
En el tiempo de cada jugada medimos y somos medidos.
En el tiempo de cada jugada medimos y somos medidos |
Primera parte, de un trabajo sobre "Dostoievski y el parricidio", de Sigmund Freud.
ResponderEliminar