La Clínica psicoanalítica y sus avatares

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado

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lunes, 30 de enero de 2017

Veinticuatro horas en la vida de Fiódor Dostoievski (I)

 Veinticuatro horas en la vida de Fiódor Dostoievski (I)

 I) Los malos humores

 Nos embarcamos con Dostoievski y Freud. El primero padece de epilepsia: crisis de gran mal; el segundo, manifiesta una fobia a los medios de transporte. ¿Qué saldrá de este periplo conjunto?

 Elegimos, para desplazarnos, el medio marino, las aguas bravas del océano (no del sentimiento oceánico, sino de las mareas pulsionales).

 Como todos los viajes, sobre todo si son en barco, lo más difícil es el embarque, el abandonar la tierra firme, en la que nos sentimos seguros, para dirigirnos a ese elemento líquido, caprichoso, sujeto a las oscilaciones temperamentales más bruscas y violentas, que pasa de la calma chicha a la tempestad, que es el agua marina, el océano abierto.


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La violencia del mar abierto

 Dostoievski tiene un carácter al que podemos calificar de marino, en el sentido de que su humor (los humores del cuerpo, como elemento líquido, como fluido: fluido o espeso; acuoso o denso) es más bien de conformación colérica que flemática. Es de una flema más bien rusa que inglesa.

 Freud, en los primeros pasajes de su trabajo, hace una alusión al modo de ser o carácter del pueblo ruso. Lo que se puede deducir de todo este introito caracterial es que el nada flemático carácter de Fiódor Dostoievski choca con el temperamento más bien sanguíneo, educado y cortés, característico del burgués y civilizado vienés, Sigmund Freud.


El carácter ruso de Dostoievski

 Es evidente que se produce un violento choque de caracteres entre Sigmund y Fiódor, entre Viena y San Petersburgo.

 No solo hay contraposición, choque de caracteres, entre Sigmund Freud y Fiódor Dostoievski; también hay una secreta atracción. Lo flemático de Freud, su flema vienesa, pequeño-burguesa, se siente fuerte y oscuramente atraída por lo temperamental, tempestuoso, tormentoso, violento, salvaje, del carácter ruso, estepario (el lobo estepario), de Dostoievski.


El carácter vienés de Freud

 La atmósfera temperamental de Dostoievski, la circulación de sus flujos y reflujos humorales, sus mareas, es excesivamente inestable, alejada del equilibrio, sujeta a variaciones bruscas, violentas y repentinas. Es una especie de Cabo de Hornos, también llamado Cabo de las Tormentas, donde el naufragio de los veleros y bergantines es altamente probable.

 El cuerpo de Dostoievski es una caldera de goce a presión.


El cuerpo de Dostoievski: caldera de goce a presión máxima.

 Dostoievski tiene un síntoma que es muy expresivo de su estado de la mar, al que podemos calificar de gran marejada, con olas de extremada altura. Son unos ataques, que se califican, por su fenomenología, de epileptoides. En lenguaje técnico, se trata de crisis de gran mal.

 Un violento volcán interior erupciona, arrasando todo a su paso. El cuerpo es agitado, convulsionado, por una especie de demonio, de pasión demoníaca, que se posesiona de él, haciéndose dueño y señor de su pobre alma (la fuerza desatada de la naturaleza).

 II) El divino mal

 Desde antiguo, a los epilépticos, se los consideraba como unos poseídos. Hacia ellos se tenía una actitud en la que se mezclaban la veneración, la atracción fascinada, y el terror sagrado. Se intuía que en esos ataques intervenía algo divino. El débil y frágil hombrecillo es presa de poderosa fuerzas superiores y exteriores que lo arrastran como el viento a una pluma, o la tempestad a un insignificante bajel.

 Entonces, Freud, no puede dejar de preguntarse por el origen y el sentido de esta fuerza desatada, de esta pasión irresistible, de este divino mal, que agita todo el cuerpo con sus convulsiones orgásmicas.

 Como es de rigor, ahí, en el Cabo de Hornos de la subjetividad, donde chocan violentamente las aguas de dos océanos, se vuelve a encontrar con los vientos tempestuosos y huracanados de la pulsión -¡o de la pasión!- sexual. ¡Vade retro Satanás!


El Cabo de Hornos de la subjetividad: el goce

 Nosotros, psicoanalistas modernos, como lo de la sexualidad ya parece finiquitado, habiendo superado todas las inhibiciones, nos referimos aggiornadamente, siguiendo el signo de los tiempos, al goce. ¿Con qué (quién) gozaba Dostoiveski, cuando se retorcía, presa de violentas convulsiones, de espasmódicos movimientos, sin ninguna conciencia, mordiéndose la lengua, cagándose y meándose encima, en el borde de la muerte?

 Esta cuestión del goce es problemática. Sobre todo, porque la pregunta que hay que plantear inicialmente no es tanto ¿Con qué se goza?, sino: ¿Quién goza?

 Para problematizarla más podemos tomar el síntoma de las grandes crisis convulsivas, con su brutalidad y violencia, que parecen querer aniquilar el cuerpo (de hecho, el status epiléptico, la repetición incoercible de las crisis, puede acabar en la muerte): ¿Quién goza en (con) el gran mal epiléptico?

 Para responder a esta pregunta, la pista la encontramos en la concepción más ancestral de esta enfermedad, menos científica, más supersticiosa. La epilepsia se consideraba una enfermedad divina, sagrada (morbo sacer).

 El epiléptico era un poseído; un auténtico poseso. Una fuerza sobrenatural, de un carácter demoníaco, maléfico, se habría adueñado absolutamente de su ser, tomando posesión de su conciencia, de su voluntad, de su cuerpo.

 El signo inequívoco de este ser-poseído por el Otro lo constituirían la agitación y los movimientos convulsivos, testimonio de la presencia de una fuerza sobre-humana, in-humana, extraña, proveniente de un más allá, que se habría posesionado de ese pobre ser, tratándolo como un minúsculo alfeñique, un pelele inerme, zarandeado de un lado a otro como una brizna de polvo, arrastrada por su soplo poderoso, por su aliento huracanado.


El pelele del Otro


De esta concepción pre-científica, pero verdadera, de la epilepsia, retenemos dos de sus rasgos fundamentales: su carácter religioso, en el sentido propio de la re-ligación del sujeto, a través de sus crisis, con el Otro (enfermedad sagrada); y su vertiente de mal (por eso se las denomina crisis de gran mal), que afecta de forma electiva al cuerpo (la súbita y brutal descarga motora, acompañada de una pérdida de conciencia).


Crisis de gran goce

 Es evidente, que no hay otro mal que el del goce. Por eso, a las crisis de gran mal las podemos rebautizar con el nombre de crisis de gran goce; o crisis en las que se manifiesta, de forma desnuda, a cielo abierto, el goce del Gran Otro, que toma como objeto patético al sujeto que las padece.

 Freud sitúa como premisa de la enfermedad de Dostoievski una pulsión agresiva, sádica, extremadamente potente. Esta pulsión agresiva, en el contexto de la dialéctica edípica, es capturada por los deseos de muerte hacia el padre, que surgen de la relación de rivalidad y de celos por el objeto materno, transformándose en un odio cerval e incoercible hacia el personaje paterno.

 La amenaza de castración proveniente del agente paterno, intensificada por las características reales del padre de Dostoievski (persona autoritaria, violenta, cruel y despiadada), a lo que se añadirían los intensos sentimientos de culpa inconscientes, invertirían el sentido de esta pulsión sádica, proyectada en primera instancia hacia el otro (objetal), en pulsión masoquista, introyectada sobre el yo, con una significación de punición y autocastigo.

 Asistiríamos al triunfo incontestable de un Superego sádico (heredero de la violencia paterna), que ejercería su omnímodo poder sobre un débil yo, entregado de forma masoquista, en posición sacrificial. al maltrato extremo que se pone en acto en las crisis de gran mal.

 La identificación al @, como el resto, el desecho, de la dialéctica subjetiva, nos proporcionaría la clave del goce masoquista.

 La posición invertida del Edipo, que toma al padre como objeto, reforzaría esta posición pasiva (femenina), masoquista, del sujeto frente al Otro.

 III) Un padre dostoievskiano

 El padre dostoievskiano o karamazoviano (Mijail Dostoievski) es un hombre autoritario. Un padre íntegro, que, a raíz del fallecimiento de su esposa (que era la que se ocupaba de los hijos), se des-integra, se siente desbordado por las cargas familiares, y se entrega al quita penas del alcohol.

El padre: Mijail Dostoievski


  El padre de Dostoievski era un médico, de carácter despótico y brutal. En su niñez, el pequeño Fiódor, encontró protección y cariño en su madre, que le enseñó a leer y a escribir. Su madre murió prematuramente, a causa de una tuberculosis.

La madre: Maria Fyodorovna 

  Los abuelos y bisabuelos por parte paterna de Fiódor eran sacerdotes en la ciudad ucraniana de Bratslava. Al igual que su abuelo, su padre, Mijail, estaba destinado por su familia a ser sacerdote. Para evitarlo, se fugó de su casa y rompió con su familia de forma permanente.

 A los veinte de edad, Mijail fue admitido en la Academia Médico-Quirúrgica de Moscú (1809). En 1818 fue nombrado médico jefe de un hospital de Moscú, en el que, desde su graduación, estaba desempeñando sus servicios como médico militar.

 En 1819, se casó con Maria Fyodorovna.

 En 1820 renunció a su puesto de médico jefe para trabajar en el Hospital de Mariinski para niños pobres.

 Después del nacimiento de sus dos hijos mayores, Mijail y Fiódor, ascendió a asesor colegiado, posición que le otorgó un status legal de nobleza. Esto le permitió adquirir una pequeña finca en Darovoye, una ciudad a unas 150 verstas de Moscú.

  Los recuerdos más vívidos de Fiódor Dostoievski se asocian a la vida del campo en la pequeña mansión situada en la provincia de Tula, donde su familia pasaba los veranos. Mijail, su padre, solía estar ausente, y sus hijos disfrutaban de una gran libertad.

 Al quedarse viudo, el padre empezó a abusar del alcohol (lo que intensificaba sus crisis coléricas). Envió a su hijo a la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo. Esta no era su verdadera vocación. Fiódor se apasionó por la literatura y empezó a desarrollar su carrera de escritor.

 El padre era un hombre tosco, que actuaba como un auténtico tirano; insultaba y golpeaba sin piedad a los miembros de su familia (también a su esposa). Ésta era una mujer bondadosa que servirá de modelo para las heroínas, de mirada dulce y suave, de las obras de Dostoievski.

 En 1837, la madre falleció de tuberculosis (Fiódor tenía dieciséis años). A partir de ese momento, la vida familiar se hizo insoportable. El padre, consumido por los remordimientos, a causa de la muerte de su esposa, se abismaba cada vez más en un estado de degradación provocado por el alcohol. Trataba a sus mujiks (siervos) de forma bestial y cruel.

 Fiódor era el segundo de siete hijos. Nació en el Hospital Mariínskaya de Moscú, una Institución dedicada a atender a niños de familias pobres, en la que trabajaba su padre como médico.

 Según otras fuentes, que no proporcionan una visión tan sombría del padre, éste descendía de nobles bielorusos. Aquí se le describe, con sus luces y sus sombras, como un hombre familiar y bien educado, pero desconfiado y de un carácter malhumorado. Habría inculcado a sus hijos una educación religiosa estricta en un ambiente de miedo y obediencia absoluta.

 El primer ataque de epilepsia de Dostoievski, pudo haber ocurrido después de enterarse de la muerte de su padre, el 16 de junio de 1839. La información que utiliza Freud para su interpretación del caso procede de los escritos de su hija.

 Aunque la causa oficial de la muerte de su padre fue un ataque de apoplejía, un vecino, Pavel Khotiaintsev, acusó a unos siervos del padre de haberlo asesinado. Si los siervos hubieran sido declarados culpables y enviados a Siberia, el vecino habría tenido la oportunidad de comprar la tierra vacante.

 Los siervos fueron declarados inocentes en un juicio penal en Tula, pero el hermano de Dostoievski, Andrei, perpetuó la historia (tomadas estas referencias biográficas del Blog: Club de Pensadores Universales).

 ¿Cuál es el planteamiento de Freud en relación con el supuesto asesinato del padre? Freud no sostiene su análisis de Dostoievski desde los datos aparentemente objetivos de la biografía, desde la verdad histórica, sino a partir de la verdad material, apoyándose en una de sus obras cumbre: Los hermanos Karamazov.

 No se preocupa de investigar, escarbando en registros, a través de documentos oficiales, partidas de nacimiento o de defunción, como si se tratara de un historiador, si verdaderamente el padre fue asesinado por sus siervos o murió de un ataque de apoplejía o de epilepsia.

 Freud se apoya en un texto escrito, en una obra literaria, en una verdad que tiene estructura de ficción: Los hermanos Karamazov. La verdad de la que se ocupa Freud es la del sujeto; la que se enuncia, de forma inter-dicta, entre-dicha, censurada, tachada, entre-líneas.

 Freud analiza a Dostoievski de la misma manera que a Schreber: a través de sus memorias. ¿Y que es lo que habla el sujeto-Dostoievski en sus Memorias de un epiléptico?


Las Memorias de un neurópata

  Sería una absoluta simplificación reducir todo el discurso del sujeto-Dostoievski a un deseo de matar al padre: el parricidio imaginario.

 En Dostoievski también hay un deseo de parricidio simbólico.

 Freud interpreta que las crisis epilépticas de Dostoievski surgen como una reacción ante el asesinato del padre. Lo fundamental no es si el padre murió de muerte natural o asesinado por sus mujiks. Esta cuestión es competencia de los jueces. El veredicto sobre la inocencia o culpabilidad del hijo no se dirime en los tribunales de justicia sino en la otra escena.

 Lo verdaderamente decisivo, en el desencadenamiento de la enfermedad epiléptica, es la pérdida de objeto y el agujero que conlleva. En Dostoievski, la pérdida en lo real del objeto-padre arrastra consigo la de su lugar-teniente: el representante de la representación-padre.

 La caída del padre, su aniquilación, tiene un efecto forclusivo que afecta electivamente al significante del Nombre-del-Padre (se trata de una forclusion parcial, concepto que Lacan utiliza en el Seminario 6),

 La muerte de su pro-genitor (en sentido propio: el que engendra el significante) implica la pérdida del soporte simbólico, paterno, objetal (el objeto @ en su función de practicable, de bastidor, de montura), que sostiene la ex-sistencia de sujeto de Dostoievski. El cuerpo queda desprovisto de la armadura significante que lo sujeta, lo re-tiene, lo con-tiene.

 La consecuencia inevitable de este declive abrupto, forclusivo, traumático, de la Ley del Padre, es la caída del cuerpo, que se pone de manifiesto en el goce des-encadenado de las crisis de gran mal. En ellas se produce una descarga brutal de goce (la Q freudiana: la cantidad de energía psíquica). 

 El mecanismo etiopatogénico de las descargas convulsivas correspondería a los efectos de liberación del cuerpo (como se dice: la liberación de un reflejo condicionado corporal) de sus ataduras simbólicas, de su encadenamiento significante, de sus coerciones lenguajeras.

 IV) De "Este hombre no es mi padre" a la pregunta por el padre: "¿Qué es un padre?"

 Se puede parafrasear este título y decir: Del parricidio imaginario al parricidio simbólico (la función paterna)........... Se puede pasar del padre a condición de servirse de él (que es lo mismo que decir que se puede pasar del padre imaginario, dostoievskiano, si uno es capaz de servirse del Padre Simbólico, del que engendra el significante).......... Si al padre dostoievskiano uno desea matarlo, al Nombre-del-Padre no se lo puede matar porque está muerto desde siempre y su tumba está vacía.

 El recorrido de un análisis no es el que va, en el eje de la diacronía, del Padre al goce, del Otro (lo simbólico) a lo real.

 El cursus de una cura es el que se desplaza, en un circuito giratorio, sincrónico, en una constante relación de anticipación-retroacción, entre: Padre, ¿acaso no ves que ardo? (la quemazón del goce) y el llamado al Nombre-del-Padre (el hijo le toca a su padre en el brazo y le despierta).

 El recorrido de un análisis, su eje transferencial, es el que va desde ese flujo fétido, patéticamente gozoso, que corroe a Dora en sus entrañas, que perfora su bajo vientre con un hierro candente, a la pregunta por el padre de su segundo sueño -¿Qué es un padre?-, cuando todos se han ido al cementerio (Friedhof) a enterrar al padre, y, ella, a solas en su habitación, pasa con tranquilidad las hojas de un gran libro (la Enciclopedia Universal donde se puede consultar -en la entrada de lo real- sin excesiva culpa, todos los asuntos referidos al goce; esos que ella solo habla en la intimidad con la Sra. K.).

 El recorrido del análisis es el que va del padre dostoievskiano -Mijail Dostoievski, médico, como el padre de Schreber, también dedicado al cuidado de los niños-, al padre Karamazov, el personaje central de una obra literaria -Los hermanos Karamazov (los hijos del padre de la horda)-, que es asesinado por un escritor (¿qué calificación tendría este modo de asesinato literario?).


Un asesinato literario

 Matar al padre no es una cuestión sanguinaria, como en Hamlet, donde muere hasta el apuntador (el que sigue el texto). En todo caso, es cuestión de sanguina (dibujo hecho con un lápiz de sanguina), de poder trazar una nueva perspectiva de la función paterna, de situar bien su lugar en el cuadro analítico.

Más bien, es un asunto de re-colocar, de re-situar, de ubicar en otro lugar, en un más allá, la pieza paterna, el significante Padre: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre... Esta operación de declinación del Nombre-del-Padre es la que no puede realizar Dostoievski. El signo de esta grave falla simbólica es ese gran mal, innombrable, inabordable, inefable, que afecta al ser corporal.

 Lo habitual es que el neurótico cuente con todas las piezas significantes (y Dostoievski era un neurótico increíble). El problema es que las tienen muy mal dispuestas, posicionadas, en el tablero discursivo. Por este motivo, su capacidad de maniobra, de movilización, está muy mermada, muy inhibida (el síntoma principal de la neurosis).

 Tienen que estar ocupándose continuamente del frente interno, lo que hace que descuiden de forma permanente el frente externo (la existencia). Su casa es un auténtico desorden, llena de ratones que pululan por doquier. Es conocido ese refrán que: Casa con dos puertas es mala de guardar. Una obra de caridad con el neurótico es ayudarle a organizar mejor, a ordenar, su casa, que, como todos sabemos, pero preferimos ignorar, es la casa del Otro.

 Si el neurótico coloca la pieza paterna, el Rey del ajedrez analítico, en el eje imaginario, narcisista, resistencial, a-a´, del esquema Z, el predominio será de un padre imaginario, de un semejante, que me aliena de mi deseo, y sobre el que se proyecta la agresividad y los celos (los deseos de muerte edípicos hacia el padre en tanto pequeño a).


La ubicación de las piezas significantes en un psicoanálisis

 Si se sitúa el significante-Padre en el eje simbólico S-A del esquema Z contaremos con un verdadero padre, con un Nombre del Padre, con un Padre inconsciente, que habla, que engendra significantes (la operación de la metáfora paterna).

 En un psicoanálisis no se trata de cambiar las piezas significantes que trae el sujeto en su historia. No es cuestión de ofrecerle repuestos, piezas de recambio, que compensen sus fallas, sus carencias. No hay nada que reparar, aunque el analizante, engañosamente, nos convoque a ello.

 El acto analítico trata de re-distribuir, re-colocar, dis-poner mejor, las piezas significantes, que aporta el sujeto, en el tablero discursivo.

 La herramienta fundamental es la trnasferencia: el acto analítico es en transferencia.

 La operación analítica es una operación discursiva, dialéctica, que apunta a que las piezas significantes del sujeto actúen más en equipo, de forma conjunta, solidaria, sincrónica. Por eso, el psicoanalista no es portador de ninguna verdad ajena al discurso del sujeto. Su única misión es desbrozar bien el campo del sujeto, despejarlo de obstáculos, para que, en sus huecos, en sus hiancias, renazca la verdad del deseo.

 Este hombre no es mi padre... Entonces, ¿quién es?... Es el padre de Dostoievski, que, al actuar como un Padre Absoluto ocupa un lugar de excepción: El al menos uno que dice no a la castración.

 Si la figura del Padre Absoluto es llenada por un muerto (como en el caso de la neurosis obsesiva), esto justificaría el dominio de la muerte en la sintomatología de Dostoievski (las crisis de letargo que simulan su muerte).

 El padre de Dostoievski no transmite la Ley del significante, en su identidad con el deseo, porque no tolera ser sustituido, representado, por el significante del Nombre-del-Padre: Él es la Ley.


          El padre de Schreber y el de Dostoievski: Padres Absolutos:en absoluto Padres

 Mijail Dostoievski no ejecuta la función de la castración, porque esta modalidad de la falta, de la deuda, solo se constituye a través de una operación simbólica, metafórica, hablativa o blablativa (de ablación o @-blación: extirpación del órgano del goce a través del bla-bla-bla, de la lalación de lalengua).

 No es una ejecución sumaria, sino un acto que se ejecuta con un instrumento acústico, vocal (significante),  en el modo, en el tempo, de una melodía, de una composición musical, armónica, rítmica.

La Lalación castrativa


  Si el padre, en la relación sexual con su mujer, en su causación por el objeto @, no hace de metáfora del goce, la Demanda de la Madre, desprendida, soltada, de la cadena del significante, se transformará en goce del Gran Otro, en un gran mal (en un goce excesivo y aplastante), que campará por sus respetos, a sus anchas, libre de toda sujeción, retornando a un estado primitivo, silvestre o @-silvestrado.

 Un padre se hace metáfora del goce si desea a una mujer y se ocupa paternalmente de esos pequeños @, los hijos, que ha producido para esa mujer.

 Este es el verdadero sentido de las crisis convulsivas, como expresión de un goce des-atado, des-encadenado, que convulsiona todo el cuerpo con una erupción de goce mortífero.

 Se puede conjeturar que en plena crisis, en la que el cuerpo convulsiona, el sujeto está en posición de ser gozado por un Otro no-barrado (Freud anuda aquí la identificación-padre, una posición masoquista, y una pulsión agresiva de gran intensidad) .


La ortopedia schreberiana: un modelo experimental de hacer convulsionar a un sujeto

 Dostoievski-padre, interviene en la economía de goce de su familia desde una posición a (i)-legal, de arbitrariedad, que forcluye, por el predominio de los pasajes al acto (sus raptus de violencia), el acto de pasaje por el significante: la ditmensión discursiva, parlanchina, locuaz, deslenguada, que constituye la trama del deseo.

 La consecuencia princeps es que el goce no es nombrado, tachado, ben-decido (de decir; ben-dito = bien-dicho).

 Dostoievski no puede atravesar la pesada densidad, la espesa niebla, del parricidio imaginario. Permanece fijado en una relación de confrontación agresiva, de celos, con el padre-rival.

 Dostoievski no puede pasar del padre (en el sentido de ir más allá), porque no se puede servir de él. Tiene a su disposición, para esta operación de pasaje, una poderosa herramienta, la de la palabra, pero le falta el libro de instrucciones. En última instancia, si desconoce su modo de empleo, su funcionamiento, no podrá operar con ella (es como si no la tuviese).

El libro de instrucciones para saber cómo hay que servirse del padre

  No puede servirse del padre como un útil significante, como una herramienta discursiva (no puede utilizar-lo). Lo ama y / o lo odia demasiado para consentir en ello.

 En realidad, Dostoievski-hijo o no puede matar a su padre; o se la pasa eternamente esperando la muerte del padre, y, en el interín, peleándose con él, matándolo una y otra vez.

 Su posición es de impotencia coeundi y generandi. No puede poner en acto el instrumento fálico (el verdaderamente potente).

 El motivo es que no puede acceder, al igual que Hamlet, al parricidio como acto significante. Es incapaz de matar al padre con la palabra (La palabra es el asesinato de la cosa). Una cosa es el odioamoramiento y otra muy distinta el parricidio simbólico (que incide sobre los afectos sin derramar una gota de sangre).

 Nombrar al Padre, instituirlo como Padre simbólico, como operación de la Metáfora Paterna, es el verdadero parricidio simbólico, justo el que no puede cometer Dostoievski.

 A Dostoievski le falta un cómplice, el compañero de fatigas significante, para poder pasar al acto conjunto. Al no tenerlo, queda detenido en la procastinación, la duda, la inhibición.

 Dostoievski, al no poder servirse de la función-padre, acaba sus días como servidor del Padre imaginario, omnipotente-impotente,
 sometido al discurso del amo, prosternándose ante el Padre-Amo (el padre padrone): el Padrecito-Zar y Dios-Padre, figuras, ambas, del Amo absoluto, cuya máxima expresión es La Muerte.

 V) El espíritu paterno

 Dostoievski y el parricidio es una historia de espíritus y de posesión por espíritus. El protagonista principal es el espíritu del padre. Se trata de un espíritu muy poco espiritual, escasamente benéfico, más bien maligno. Hay una obra de Dostoievski que se titula Los endemoniados.

 En las llamadas crisis de letargia, que preceden a los ataques epilépticos, en las que el sujeto entra en un estado de somnolencia tan profundo que parece muerto, Fiódor está en la posición del padre muerto, en una relación de identificación imaginaria con el padre edípico, el rival, al que se le desea la muerte por ser un obstáculo que impide la posesión de la madre.

Según Freud, la identificación con el padre odiado, al que se le desea la muerte, tiene el significado de un castigo: Ahora estás muerto como ese padre al que querías arrebatar su lugar; ahora eres el padre, pero el padre muerto.

 La identificación con el padre imaginario, con el padre asesinado de la horda, es la expresión técnica, científica, para referirse a lo que antiguamente se consideraba un fenómeno de posesión por el espíritu de un muerto. Espíritu que ha vuelto del reino de las sombras para arrastrar al Hades al infeliz mortal.

 Ancestralmente, en tiempos no tan remotos, pero menos cientificistas y descreídos que los actuales, en los que el saber causaba menos estragos, ¿con qué se ahuyentaba y expulsaba del cuerpo de los poseídos al espíritu de los muertos? Por medio de exorcismos.

 ¿Qué es un exorcismo? Es una fórmula verbal, habitualmente hermética, incomprensible (interesa que no tenga ningún sentido), cuyos elementos han sido tomados de los significantes de lalengua (lalangüe); puras lalaciones, cercanas al ritmo de la música o de la poesía, cuya inspirada recitación tiene un efecto de liberación, de des-posesión, sobre ese espíritu maligno (¿habría que decir mejor goce maligno?), que se ha apoderado del cuerpo.


Rituale Romanum para exorcizar demonios

 Los exorcismos se asemejan a las interpretaciones del psicoanalista, que capturan fragmentos sintagmáticos pertenecientes al discurso del analizante, en su incidencia sobre el régimen de goce del sujeto, al que regulan (de regularis: algo que está conforme a la regla, la norma, la ley), sin pretender arreglarlo.

 Una interpretación psicoanalítica o tiene una función de exorcismo sobre el goce o no es una interpretación.

 Solo una palabra inspirada -¡y espirada!... que sigue el ritmo de la respiración-, del discurso causado, de las ocurrencias y concurrencias de la asociación libre, tiene el poder de exorcizar el goce del cuerpo. Operación que no consiste en vaciar el cuerpo de goce, sino en anudarlo mejor.

 Se considera que para curar al poseído hay que liberar su cuerpo del espíritu demoníaco que lo habita. Es todo lo contrario. Es al espíritu al que hay que liberar del cuerpo en que está atrapado.

 Hay que soltar a los malos espíritus. Es necesario dejarlos libres para que no se acumulen en el cuerpo los malos humores. Las convulsiones son el efecto de una mala circulación de los humores corporales.


Liberar al espíritu del padre de sus cadenas

 Hay un error de perspectiva en Freud. Piensa que el objetivo de un tratamiento posible del gran mal de Dostoievski sería liberar su cuerpo del espíritu maligno del padre que lo posee (el Superyo, en lenguaje psicoanalítico).

 La operación de exorcismo que hay que realizar es otra: liberar el espíritu del padre no del cuerpo del hijo, sino del cuerpo extremadamente consistente de un padre déspota y violento, que le aprisiona con sus cadenas, cepos y grilletes, imaginarias.

 Parafraseando la operación de la metáfora paterna se puede hablar para este caso, el de Dostoievski y su desgraciada posesión, de la operación del espíritu paterno. En esta operación ad hoc el significante del Nombre-del-Padre sustituiría al Padre-Amo, a su cuerpo-prisión, para liberar, gracias a una metáfora salvadora, al espíritu del padre.


La operación del espíritu paterno


El beneficio neto. el rédito, de esta operación significante es: El espíritu os hará libres...

 Es necesario redimir el espíritu de los muertos para que puedan descansar en paz.

 No es lo mismo El Padre en su unicidad -imaginaria, real, o simbólica-, que el Nombre-del-padre en su estructura triple, borromeana.

 Dostoievski tiene una dificultad con la nominación: no puede nombrar al padre para así poder ser nombrado como hijo.

 El gran mal, en su incidencia destructiva sobre el cuerpo, es la expresión de un goce mal-dito, mal-dicho.

 En el parricidio de Dostoievski domina lo imaginario frente a lo simbólico, entendido como el asesinato de la cosa por la palabra, la nominación del goce.

 Frente a una concepción organicista y mecanicista de la enfermedad, podemos adoptar una posición espiritualista, válida para explicar un síntoma tan extremadamente corporal como el de la epilepsia de Dostoievski.

 Aparentemente, es difícil de conjugar lo que es del orden del goce con la dimensión del espíritu. Ahora bien, si traducimos espíritu por función del significante, la cosa cambia. Nos remitimos inmediatamente a esa concepción lacaniana del saber como medio de goce.

 El significante, en su estatuto de rasgo unario, trazo de escritura, letra, tiene un efecto de goce sobre el cuerpo.

 Dostoievski está poseído (a la vez des-poseído) por el demonio del goce. Es esta la faceta de su historia que Freud describe como la del gran pecador. Su pecado mortal es el vicio del juego. La pasión por el azar le lleva a contraer grandes deudas. Al parecer, solo era capaz de olvidarse de los reclamos del juego cuando escribía.

 En Dostoievski, el espíritu paterno está condenado por un triple pecado mortal del padre -la ira, la destemplanza y la soberbia-. al infierno, el fuego eterno y las tinieblas impenetrables.

 Es este triple pecado mortal el que, al anonadar el espíritu vivificante, sutil y grácil, del significante. convulsiona, agita, crispa, contrae, el cuerpo.

 El psicoanálisis, frente al triple pecado mortal y el gran mal que comporta, propone la triple santidad del psicoanalista: contra la ira, la paciencia del analista (la introducción del tiempo de la escucha); contra la destemplanza, la moderación del analista (que no es el término medio); frente a la soberbia, la humildad del analista (que no se identifica al saber, ubicándose en el lugar del amo).

 VI) Un padre que no da su brazo a torcer 

 a) Un padre que no da su brazo a torcer: Mijail Dostoievski y el padre de Schreber, tal para cual. 

 ¿Cuál es la interpretación freudiana del padre dostoievskiano y de su parricidio (Freud considera el parricidio como el crimen primordial y universal, que, en su estatuto mítico, está en el origen de la humanidad. Rebasa totalmente la dimensión de un acto individual, real o imaginario):

 "(...) Además un factor accidental no puede menos que pesar: que el padre temido sea muy violento también en la realidad. Esto se aplica al caso de Dostoievski ... 

(...)Tales reacciones infantiles provenientes del complejo de Edipo pueden extinguirse cuando la realidad no les aporta alimento alguno. Pero el carácter del padre permanece idéntico... no: empeora con los años, y entonces se conserva también el odio de Dostoievski al padre, su deseo de que muera ese padre malo. Ahora bien, es peligroso que la realidad cumpla tales deseos reprimidos (...) En lo sucesivo los ataques de Dostoievski cobran carácter epiléptico, siguen significando la identificación-padre a guisa de castigo, es cierto, pero se han vuelto temibles, como lo fue la propia muerte terrorífica del padre..." (Sigmund Freud; Dostoievski y el parricidio; Ed. Amorrortu; Tomo XXI).

 ¿Y la interpretación freudiana del parricidio?:

 "(...) Puede decirse que Dostoievski nunca se liberó de la hipoteca que el propósito del parricidio hizo contraer a su conciencia moral. Determinó también su conducta hacia los otros dos campos en que es decisiva la relación con el padre: hacia la autoridad política y hacia la fe en Dios. En el primero, terminó en la total sumisión al padrecito Zar ... 

(...) La simpatía de Dostoievski por el criminal (Dmitri, en Los hermanos Karamazov) es de hecho ilimitada, va mucho más allá de la compasión a que el desdichado tiene derecho, y recuerda el horror sagrado con que la Antigüedad consideró al epiléptico y al enfermo mental. El criminal es para él casi como un redentor que ha tomado sobre sí la culpa que los otros habrían debido llevar. Después que él ya ha asesinado, no hace falta asesinar; antes bien, es preciso estarle agradecido, pues de lo contrario uno mismo habría debido asesinar (...) Ahora bien (Dostoievski), trató primero del criminal común -por codicia-, del criminal político y religioso, antes de regresar, al final de su vida, al criminal primordial, al parricida, y exponer su confesión poética a raíz de él." (Dostoievski y el parricidio).

 
El asesinato del alma schreberiano: la forclusión de la palabra: el casquete del goce

 b) Un padre cuya palabra ha sido cercenada del discurso de la madre (la forclusión del Nombre-del-Padre lacaniana). 

 ¿Cuál podría ser la interpretación lacaniana del gran mal dostoievskiano?: 

 "Cómo no habría de reconocerla Freud (la conjunción del tema de <<ser padre>> con el de la <<muerte>>), en efecto, cuando la necesidad de su reflexión le ha llevado a ligar la aparición del significante del Padre, en cuanto autor de la Ley, con la muerte, incluso con el asesinato del Padre -mostrando así que si ese asesinato es el momento fecundo de la deuda con la que el sujeto se liga para toda la vida con la Ley, el Padre simbólico en cuanto que significa esa Ley es por cierto el Padre muerto.

 Pero sobre lo que queremos insistir es sobre el hecho de que no es sólo de la manera en que la madre se aviene a la persona del padre de lo que convendría ocuparse, sino del caso que hace de su palabra, digamos el término, de su autoridad, dicho de otra manera del lugar que ella reserva al Nombre-del-Padre en la promoción de la ley.

 Aún más allá, la relación del padre con esa ley debe considerarse en sí misma, pues se encontrará en ello la razón de esa paradoja por la cual los efectos devastadores de la figura paterna se observan con particular frecuencia en los casos en que el padre tiene realmente la función de legislador o se la adjudica, ya sea efectivamente de los que hacen las leyes o ya que se presente como pilar de la fe, como parangón de la integridad o de la devoción, como virtuoso o en la virtud o en el virtuosismo, como servidor de una obra de salvación, trátese de cualquier objeto o falta de objeto, de nación o de natalidad, de salvaguardia o de salubridad, de legado o de legalidad, de lo puro, de lo peor o del imperio, todos ellos ideales que demasiadas ocasiones le ofrecen de encontrarse en postura de demérito, de insuficiencia, incluso de fraude, y para decirlo de una vez de excluir el Nombre-del-Padre de su posición en el significante". (Jacques Lacan; De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis; Esctitos 2; siglo veintiuno editores).

 Este es el caso de Mijail Dostoievski en su relación con la ley: médico de niños pobres en un hospital de Moscú a la vez que Zar despótico y autoritario con su mujer y sus hijos. Esta actitud esquizoide, disociada, conlleva un fraude de ley, que excluye el Nombre-del-Padre de su posición en el significante.

 Habría que hablar más que del Gran Inquisidor del Gran Impostor: el padre de Fiódor Dostoievski que sacrifica a su hijo; el Padrecito-Zar que sacrifica a su pueblo; Dios-Padre que sacrifica a Cristo.



El padre que se adjudica la función de legislador

  




lunes, 23 de enero de 2017

Veinticuatro horas en la vida de Fiódor Dostoievski (Introducción)

 Veinticuatro horas en la vida de Fiódor Dostoievski: Introducción


Fiódor Dostoievski

 El psicoanálisis es una especie de milagro conjunto, en el que lo milagroso es que el psicoanalista y el analizante -en posición activa, de enunciación- formen un conjunto alrededor del psicoanálisis, del discurso del analista, que tiene la función de conjunto vacío, causa de la conjunción de diferentes deseos: el deseo del analista, en tanto motor de la transferencia, y la x de la pregunta por el deseo del sujeto analizante. 


El discurso del analista

 Para poder trabajar como psicoanalista y como analizante, en acto conjunto, en transferencia, es necesario seguir invirtiendo a fondo perdido, a pura pérdida; única forma de que funcionen las cosas.

 Padre, ¿real,simbólico o imaginario? ¿Qué es un padre? Más allá del respeto que siente la madre por el padre, la cuestión decisiva es si el Nombre-del-Padre está presente en el discurso de la madre: ¿hace o no hace caso la madre a la palabra del padre?

 Si la madre no cree (unglauben) en la palabra del padre, si la des-cree. si la oye como quien oye llover, ni fu ni fa, eso puede implicar una terrible desgracia para un sujeto: la forclusión del Nombre-del-Padre, del significante de la ley del Otro.

 El sujeto, al perder toda sujeción, navegará sin rumbo, como un barco a la deriva, perdido en la inmensidad de la niebla del mundo.


El barco del sujeto perdido en la niebla

 ¿Se puede plantear el mecanismo forclusivo para el caso de Dostoievski, para dar cuenta de sus ataques de gran mal? El título del trabajo de Freud, que anuda el caso de Dostoievski con el parricidio (¿equivalente a la forclusión de la función paterna?), parece ir en esta línea, que dibuja una profunda falla en la estructuración del orden simbólico en Dostievski (la constitución, en el centro de su subjetividad, de un agujero forclusivo: P0).


La escritura del gran mal: P0

 Se va a investigar la relación entre la función paterna y el síntoma a partir del trabajo de Freud titulado Dostoievski y el parricidio (Sigmund Freud; Obras Completas; Amorrortu editores; tomo XXI); de 1928. 

Freud, anciano

  Es un artículo muy interesante, por diferentes motivos. Uno de ellos, el fundamental, se debe a que plantea la pregunta por el padre en el punto más crítico, en relación con el síntoma de Dostoievski -los ataques epilépticos-, supuestamente desencadenados por el asesinato del padre (el parricidio real).

 No se trata aquí del deseo de muerte del padre, en su estatuto imaginario-simbólico, en el contexto del Edipo, sino de la muerte real del padre (asesinado por sus propios siervos),

 Freud, en la primera parte de este trabajo, discute el sentido y la función de los ataques epileptoides de Dostoievski. Para ello, se basa en los datos biográficos disponibles sobre el escritor y en su obra magna: Los hermanos Karamazov.

Los Hermanos Karamazov: el parricidio

 Dostoievski, presenta como síntoma, además de esos consabidos ataques epilépticos, una adicción al juego. Freud, en la segunda parte de su estudio, con el fin de analizar el goce del jugador, se remite a la novela de Stefan Zweig: Veinticuatro horas en la vida de una mujer (Novelas; Editorial Acantilado, 2012).

Stefan Zweig

 La protagonista es una mujer inglesa, Mistress C., que se interesa por un jugador que no se atreve a jugársela por un mujer. Ella le exige que sacrifique su juego por ella. Pero él está fascinado por la redondez admirable de la bolita de la ruleta, por los caprichos del azar, la simetría cuadrada del tapete verde, el automatón de los números, y no quiere saber nada de las peligrosas curvas femeninas, del encuentro fallido con lo real, de la tyche, accidental y accidentada, con el goce de una mujer.

La bolita de la fortuna

 El jugador austriaco, desafía al azar, se confronta a la muerte, aspira a ser un amo, pero de su división de sujeto no quiere saber nada.

 Está fascinado por la esfericidad de la bolita de la ruleta, que promete, en su función de señuelo, de fetiche, una ilusoria completud,

 Del objeto @, en su asimetría, en su imparidad, que no promete nada (¿promete nada?), que no garantiza nada, solo un sujeto tachado y un suplemento de goce, decide bajarse del caballo en marcha, abandonando su montura (campo topológico: la silla de montar) antes de levantarse la barrera.

Paraboloide hiperbólico o silla de montar

 ¿Cuál es el punto en el que falla Mistress C,?: no se quiere percatar de que la partida está perdida desde el principio; que con este hombre no hay nada que hacer; que ya ha vendido su alma al diablo (al general mutilado); su herencia por un plato de lentejas, cocinado en la ruleta francesa.

 Su amor de madre (en esto Freud tiene una intuición verdadera) actúa como un velo de compasión con el que recubre el verdadero estado de la cuestión -¡ o de la castración!-: que el joven jugador no quiere saber nada de la castración en el sentido de la represión... en el sentido de su inscripción en el discurso, de su bejahung significante: el Hombre de los lobos, dixit... o no dixit... ser o no ser, that is the cuestion.

El Hombre de los lobos y los cinco lobos

Se trata ni más ni menos que de una verwerfüng, de un rechazo, con todas las letras, hasta el grado de la repulsión, con el recurso in extremis de la no-simbolizaciónno decir ni mu, ni papa, hasta el punto de que la castración queda fuera de la existencia.

 Antes morir que vivir castrado es el santo y seña de este jugador desengañado, de vuelta de todo, que se lo juega todo, incluso su propia vida, con tal de no poner en juego ese poco-de-goce (plus-du-jouir) en el que se arraiga toda existencia.

 De Veinticuatro horas en la vida de Fiódor Dostoievski a Veinticuatro horas en la vida de una mujer: el goce inconmensurable que se pone en juego en la partida entre un hombre y una mujer.

 Veinticuatro horas en la vida de Fiódor Dostoievski: condensación entre Dostoievski y el parricidio (Freud); Veinticuatro horas en la vida de una mujer (Stefan Zweig); Un día en la vida de Ivan Denisovich (Solzhenitsyn).

La trama, el meollo del asunto, es que la existencia se puede decidir en veinticuatro horas, en relación con el azar de una tirada de dados, o en la caprichosa volubilidad de la bolita de la ruleta.


La bolita caprichosa y voraz

 El destino nos concede una jugada. Una sola jugada. Es nuestra jugada. La de cada uno. Aquella que solo podemos jugar nosotros. Con ella nos la jugamos. Todo depende de cómo la juguemos.

 Lo que es evidente es que hay que arriesgar. Hay que apostar Hay que jugársela.

 El que apuesta puede perder. No hay garantías. El que decide no apostar, nadar y guardar la ropa, ese ya ha perdido. Está garantizado.

 En el fondo, lo que se juega aquí, es la relación entre la existencia (lo real) y el tiempo (lo simbólico). Este es el hilo conductor de la enseñanza de Lacan.

 El jugador de la novela de Stefan Zweig apuesta todo a una ruleta en la que gira el tiempo. Este giro caótico genera torbellinos, remolinos, vórtices, que capturan y arrastran al sujeto. El jugador se entrega sin freno, sin descanso, en una agitación convulsiva, mortífera, a la pasión del tiempo.


El torbellino del juego

 A esta pasión, que está más allá de todos los bienes, que desprecia los placeres, la podemos también denominar la pasión del Otro. O, más condensadamente, el goce.

 Se goza de (con) una bolita, que, al igual que nosotros, es un juguete inerme del tiempo. En su mismo destino, en su secuencia de ganancias y pérdidas, se lee el reverso fatal del nuestro.

 La pasión por el juego: todo indica que se trata de una pasión femenina por su gracia (¡o desgracia!), por su suerte (¡o mala suerte!), por su volubilidad, su inconstancia, su inconsistencia, su capricho, lo efímero de un goce fluido, de un flujo temporal que nos desangra con cada jugada, en la que todo depende de los menstruos (de mensis: mes; ciclo lunar; lunación; procede de una raíz indoeuropea que significa medir).

 En el tiempo de cada jugada medimos y somos medidos.


En el tiempo de cada jugada medimos y somos medidos