La Clínica psicoanalítica y sus avatares

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado

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lunes, 12 de septiembre de 2016

El significante y lo real (I)

El significante y lo real

 La pregunta por el estatuto de lo real hay que anudarla con el concepto freudiano de construcción; entendido como construcciones en el análisis, en el espacio original e irreductible de la transferencia. 

 Lo real no es, no puede ser, no debe ser, un real óntico, un real-sustancia, sino un real a construir (in-sustancial). En todo este asunto de reales va a intervenir una dimensión ética que conlleva necesariamente una elección del sujeto. Es lo que se llama mas o menos propiamente una respuesta de lo real. Yo lo denominaría de forma impropia -en este campo todo es impropio- el acto significante como respuesta del sujeto a lo real.

 La clave para abordar el aconcepto  de lo real es que no se trata de una categoría conceptual. Lo real es algo que pertenece al orden de lo ditmensional aditmensional. Es necesario sumergirse o inmersionarse (topología) en la operación de la dimensión para captar algo que escapa a toda comprensión: la lógica de lo real. Porque lo real, a pesar de no ser nada lógico, razonable, es un asunto de lógica. Todavía más, concierne a la lógica del discurso, en tanto matriz del lazo social.

 Lo real es el efecto del encuentro entre una matriz lógico-matemática, significante, discursiva, con el cuerpo. Este real, resto irreductible, es revestido con un plus-de-sentido, imaginario. Si de lo real sabemos algo, aunque siempre demasiado poco, es gracias al plus-de-gozar, esa prima de placer que se resuelve en mal-estar, insatisfacción, sinsabores; en síntesis, en todo aquello que no acaba de cerrarse: lo que no-cesa-de-no-escribirse.

 Lo real es una dimensión en el sentido o en el sinsentido (nonsense) que lo entiende o lo malentiende Lacan: dimensión como ditmension (en castellano, dichomensión). Ditmension hace equívoco con ditmansion (en castellano, dichomansión: la mansión del dicho). Por consiguiente, a través de estos equívocos captamos que, en última instancia, la dichome(a)nsión es un asunto de escritura, de inscripción, de transcripción de la letra del goce, que, en su ek-sistencia, bordea el agujero de lo real (ese agujero que Lacan en el Seminario X tacha de irreductible).

 Lo real, en tanto dichomención, es una dimensión que surge de un dicho, del acto de decir lo real. En esto no tiene privilegios frente a lo simbólico y lo imaginario, que también ek-sisten en un decir.

 RSI es el acto de decir lo real, lo simbólico y lo imaginario, que, como efecto de ese acto, se anudan borromeanamente en su condición de nombres del padre.

 El Nombre-del-Padre, en singular, en su presencia borromea, tiene una función de cuarto nudo, de sinthome, al nombrar a lo imaginario, lo real y lo simbólico.

 El Nombre-del-Padre -en su posición de cuatro-, es la versión del anudamiento borromeo, del tres: dos que se enlazan entre sí gracias a un tercero que ek-siste a ambos. En tanto versión, es el cuarto de la matriz significante, del entrecruzamiento de los anillos tóricos.

 Es evidente que no vivimos en el mejor de los mundos posibles (¡ni en el peor!). Nadie puede negar este hecho. ¿Pero no ha sido siempre así, desde el principio de los tiempos, desde que el hombre es hombre?

 Renunciar a la ilusión de una cultura sin malestar no nos condena fatalmente a la impotencia, ni al abandono melancólico de toda ilusión de un porvenir, sino que renueva la apuesta de revertir, previo pasaje por un análisis, la miseria de la neurosis en el infortunio de la vida cotidiana.

 La transmisión de la enseñanza de Lacan, en su lectura universitaria, cronológica, que desdeña la estructura, sitúa lo imaginario primero, a continuación lo simbolico, y, por último, lo real (por lo tanto, ISR). 

 En un presente sin perspectiva, juzgado desde el imperio de la actualidad, se concluye acríticamente que estamos en el tiempo de lo real. El desorden que nos habita confirmaría que existimos confrontados a un real sin ley, que hace estragos por doquier.  El apostolado psicoanalítico predica que está permitido gozar, a condición de no caer en excesos; sin pasarse de la rosca.

 Esta es una visión tosca y simplista de la evolución del psicoanálisis, comparable a aquella de los estadíos del desarrollo del sujeto, tan criticada por Lacan. Se trata de una perspectiva lineal que se despliega sin solución de continuidad desde un antes a un después; desde I a R, pasando por S. Pero en ella, al haberse desconsiderado lo estructural, no hay nada que permita dar cuenta de por qué primero está I y por último R. Todo lo que es del orden de las determinaciones históricas, reales, estructurales, se nos escapa, en favor de las formas ideales que modelan la materia (la causa material es abolida por la causa formal).

Desde esta perspectiva idealista, Lacan, sería una especie de visionario que captó, a través de una mirada intuitiva, las formas puras de la estructura, las Ideas Eternas. Sólo que, como ser limitado, esta aprehensión se realizó progresivamente, poco a poco. 

Pero Lacan no era un espíritu platónico, ni un fenomenólogo, sino un psicoanalista, inspirado por el discurso de la ciencia, la lingüística y la antropología estructural, y, sobre todo, trabajado (¡y trabado!) en su ser por la transferencia freudiana, por el deseo del analista.

No hay sólo un retorno a Freud al comienzo de la enseñanza de Lacan, y, a continuación, un camino lacaniano propio, más allá de Freud (superando al maestro). El psicoanálisis siempre llevará la signatura indeleble de Freud, su descubridor. Todos los psicoanalistas somos deudores del deseo de Freud, del deseo del padre, que, como todo deseo, es impuro, parcial, fallido.

 El psicoanálisis es heredero forzoso de los pecados del del padre, de sus renuncias, desistimientos y tropiezos. También de sus logros, hazañas y epopeyas. El impasse no se resuelve matando al padre, sino agradeciendo su progenitura, reconociendo la deuda simbólica.

 Acto que no puede realizar el obsesivo, de ahí la obsesionalizacion actual del psicoanálisis, el predominio de un saber adscrito al discurso universitario, que reniega de lo real, incluso, lo que es todavía más grave, del inconsciente. ¿Un psicoanálisis sin inconsciente?

 Lacan decía con sentido del humor que a él le catalogaban de lacaniano; pero que el seguía siendo, a pesar de todo, a pesar de los lacanianos, freudiano.




 Plantear una visión evolucionista, desarrollista, del psicoanálisis, en la que lo imaginario -lo supuestamente más primitivo-, abre la procesión, y lo real (en sus diversas formas, grados, más allás) es el Santísimo ante el cual nos debemos prosternar es retornar a una visión religiosa o mística de la transferencia, absolutamente imaginaria (aquí sí que viene el término al caso), que desconoce las determinaciones simbólicas -reales- de la subjetividad.

 Identificar lo real con la naturaleza es remachar el clavo de esa concepción imaginaria, psicologizante y prefreudiana del psicoanálisis.

 Esta identificación desata lo real del nudo que se teje entre la diacronía de la historia (del orden de la contingencia) y las determinaciones estructurales (del orden de lo necesario), que se sostienen en las leyes del lenguaje, en las relaciones de oposición y de diferencia -sincrónicas- entre los elementos significantes, irreductibles, del sistema de la lengua.

 Para dar cuenta de la evolución del lenguaje, de sus cambios, hay que considerar a la vez las dimensiones de la diacronía y de la sincronía; la sucesión y la simultaneidad; lo que varía y lo estático; la transformación de un elemento singular y la correspondencia recíproca entre los elementos del sistema.

 Según Saussure, la lengua está sometida a cambios permanentes. El significante, debido al principio de la arbitrariedad del signo lingüístico, puede modificarse de forma ilimitada (hasta el punto de perder su función gramatical original), incidiendo este hecho sobre su relación con el significado.




 Saussure señala, desde el principio de su Curso de lingüística general, que el lenguaje es un fenómeno social; que la lengua es usufructuada por los individuos, pero que el código que rige su sistema pertenece al conjunto de los hablantes; que sus leyes, patrimonio de la masa de los hablantes, al trascender al individuo, son profundamente inconscientes, desconocidas para el hablante que las utiliza.

 De lo anterior se puede concluir que el sujeto más que hablar es hablado; más que principio de la lengua es su efecto (este es el significado del matema de Lacan S tachada): Al principio fue el verbo; y el verbo habitó entre nosostros.




 El psicoanalista, cuando hace la teoría del  psicoanálisis, más que teorizar es teorizado. Es el alguacil alguacilado; el cazador, cazado; el conquistador, conquistado. Es un incauto del inconsciente.   

 El psicoanalista -conjunto de Russell que no se contiene a sí mismo-, por obra y gracia de la transferencia, está incluido en lo que teoriza. Es el teorizador teorizado. En su intento de perseguir el ratón psicoanalítico (la pasión del psicoanalista) queda atrapado en su madriguera (el deseo del psicoanalista). Lo que no puede saber es que ha sido él quien ha construido esa trampa para psicoanalistas que le captura. El psicoanalista es a la vez el ratón y la madriguera; la presa y la trampa.

 En la apuesta por teorizar su praxis, por convertir en un saber transmisible su experiencia, el psicoanalista no-cesa-de-no-escribir la spaltüng del sujeto (la S tachada):

  • el ratón y la madriguera. 
  • la presa y la trampa. 
  • lo que cesa-de-no-escribirse: lo contingente, tíquico, incalculable. 
  • la división entre el saber y la verdad (@). 
  • la división entre el enunciado y la enunciación (el significante del Otro tachado).
  • la huella de Orfeo dos veces borrada (perdida): la nota musical del silencio: la inaudible sonoridad: el canto de las sirenas. 
  • el goce de Eurídice, atraída por las llamas del último círculo del infierno de Dante (el anteinfierno). 
  • ¡la letra del goce!
      
   

 En un psicoanálisis, la persona del analista no tiene ninguna importancia; ni su inteligencia ni su estupidez; ni su belleza ni su fealdad; que fume muchos o pocos puros; que se mese mucho o poco la barba.

 El valor de un psicoanalista -de uso, cambio y goce- se lo otorgan las siguientes cartas credenciales: su captura por la transferencia; su lugar en el discurso del analizante (desde donde habla y es escuchado); su posición de agente, de @ en el discurso del psicoanalista.

 El psicoanalista es simultáneamente la causa de un proceso de saber -significante-, al mismo tiempo que caída, resto, desecho, rechazado (verwerfüng), expulsado (ausstossung), por la puesta en acto de la realidad sexual de la transferencia.

 El psicoanalista no es primer motor, causa primera, formal o final, de un análisis. En todo caso es, por atribución graciosa del analizante, sujeto-supuesto-saber (aunque no sepa lo más mínimo). Si acaso es algo será causa material, causa perdida, los menstruos de un análisis (la palabra menstruus está compuesta por el término latino mensis que significa: mes, ciclo lunar, lunación. El sufijo de menstruación, -ción, indica acción y efecto, como en concepción y gestación).

 El psicoanalista no es igual al psicoanalista. El psicoanalista no es nada en sí mismo. Su lugar de psicoanalista es efecto del discurso psicoanalítico.

 El truco. que lo hay, el arte del psicoanalista, es poner en marcha, en movimiento, el discurso del Otro; es reconstruir la línea del significante, inconsciente, correspondiente al piso superior del grafo del sujeto; es replantear, desde ese horizonte, la pregunta por el deseo del Otro más allá de toda demanda; en síntesis, es dar al botón de la transferencia para que se encienda el discurso del analista, para que arranque la maquinaria del significante, del saber, en su función de dragar el goce.

 La interpretación es una herramienta para relanzar el discurso. Para lograrlo nunca deberá apuntar al sentido (que cierra), sino al sinsentido (que abre); sobre todo, a la causa del del deseo, a su punto de fuga, al @.

 En la cadena borromea, la interpretación no se debe situar en el cruce de los redondeles de cuerda de lo imaginario y lo simbólico (el gosentido o jouissense), sino entre los nudos de lo simbólico y de lo real, vectorizando a lo que hace síntoma, a lo que causa la división del sujeto (otra vez la caída del @).

 El sujeto no tiene una naturaleza propia. Más bien carece de toda naturaleza. Su naturaleza, que no tiene, no es nada natural, sino totalmente artificiosa (que no tiene naturalidad o sencillez); artificial (hecho por el hombre; que no se ajusta ya a lo que hay en la naturaleza); efecto de un artificio significante (falta de naturalidad derivada de una gran elaboración).

 El sujeto es un artificio ficticio, ficcional, estructurado como una ficción (de la antimateria o materia negra de la verdad). 

 El sujeto del deseo se manifiesta en el discurso en su estúpida y efímera existencia porque ek-siste en la estúpida y efímera naturaleza del símbolo.

 El sujeto está des-naturalizado porque habita la tan poco natural naturaleza del lenguaje; el hábitat artificial en el que está inmerso el hombre (que le exilia irreversiblemente de la exuberante naturaleza del paraíso terrenal, del jardín del Edén).

 Saussure, en su Curso, repite un esquema que da cuenta de la evolución del lenguaje, de las transformaciones que se producen en el habla, en el que anuda la sincronía y la diacronía, el sistema de la lengua y el cambio fonético.

 En la diacronía, en la sucesión temporal, un significante que sufre una alteración fonética es sustituido por otro (metaplasmo=remodelación). Pero esos cambios puntuales, que afectan a un elemento singular de la lengua, de forma azarosa e inmotivada, en un tiempo y en un espacio geográfico definidos, se producen en el contexto del sistema de la lengua -sincrónico-, constituido por signos que se articulan en una relación de oposición y diferencia recíprocas.

 Es así que Saussure reproduce un esquema en el que un estado de la lengua que predomina en una época dada (estado de la lengua en el tiempo I) es reemplazado después de un tiempo por un nuevo estado de la lengua (estado de la lengua en el tiempo II). Entre el estado I y el estado II ha tenido lugar una serie consecutiva de alteraciones fonéticas. Se puede afirmar que el stock o pool de significantes de la lengua ha cambiado; pero el sistema en sí mismo permanece inalterable. ¿Por qué?

 El sistema de la lengua está formado por signos lingüísticos; pero su estructura y su funcionamiento no depende de las entidades significantes que lo componen y de las diferencias entre ellas. Saussure postula que en el sistema de la lengua no hay entidades positivas. El sistema de la lengua está constituido únicamente por puras negatividades, por diferencias. Un significante es lo que no es el otro significante.

  El sistema de la lengua se sustenta en relaciones de simultaneidad -estáticas-, opositivas, negativas, entre significantes no-consistentes, que consisten sólo en su diferencia con los otros significantes. Las alteraciones en la materialidad del significante, que dan lugar al cambio de una palabra, son intra-sistemicas: están sometidas a las leyes del sistema.

 Desde la lingüística psicoanalítica no es correcto proponer un esquema de desenvolvimiento lineal, cronológico, de la sucesión I>S>R. Este esquema evolucionista se desentiende de la estructura.



 El único esquema concordante con la experiencia psicoanalítica, con la estructura del lenguaje que la subtiende, solo puede ser: RSI (Estado de la estructura en el tiempo I )>RSI (Estado de la estructura en el tiempo II)>RSI (Estado de la estructura... en el tiempo n). En el sistema borromeo del discurso dos ditmansiones se enlazan por una tercera que ek-siste a ambas..

 Así, lo real es la operación del anudamiento borromeo RSI. . Es un anudamiento entre lugares R-S-I, Su formalización sería así: 2+0 (lo real)+1 (el Nombre-del-Padre: la versión del anudamiento RSI)=3+1=4.

 También, en el sistema del lenguaje, el estatuto de un elemento depende de una relación entre lugares, entre valores.
 "Yo, José Ignacio, soy un sujeto distinto, no soy el mismo, cuando ocupo un lugar en mi familia, que cuando estoy en mi lugar de trabajo. Mi lugar, mi naturaleza, depende de los otros... de los otros lugares... del discurso del Otro en el que me inscribo... de la yuxta-posición entre valores significantes. No tengo un ser en propiedad, sino otorgado, cedido, graciable (que se puede otorgar graciosamente, sin sujeción a precepto)

 Por eso, la definición del parlettre pasa necesariamente por localizar su lugar en el discurso, que es un asunto de escritura, de dis-posición entre lugares y letras, que regula y distribuye el goce.




                                                                                               
                                                                                                     

4 comentarios:

  1. Pero cuando hablamos de un real como sustancia gozante? Como goce fuera del sistema significante, anudado a la apalabra y al cuerpo?

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  2. El goce se anuda en el contexto de un discurso por esta circunstancia es en el devenir de un analisis donde aparece este goce como real. No en la realidad donde lo que padecemos son los efectos del goce

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