La Clínica psicoanalítica y sus avatares

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado    Si nos detenemos en el esquema óptico de Lacan, tomándolo como exponente de la estruc...

jueves, 29 de septiembre de 2016

El significante y lo real (II)

 El significante y lo real (II)

  Para abordar la pregunta por el significante se puede tomar como una metáfora -que no es una metáfora- la interpretación musical (en sentido amplio); tanto en la dimensión de su lectura, de su ejecución, como de su escucha. ¿Cómo se lee una partitura musical?

 Toda escritura musical, partiturológica, debe ser leída, interpretada, en la horizontal y en la vertical de cada una de sus notas o letras musicales; en sus relaciones de contigüidad (sintagmáticas) y de simultaneidad (asociativas); en su diacronía y en su sincronía.

 Por este motivo, toda composición musical es polifónica; como lo es la partitura-texto del sueño, inspirada y ejecutada, en su sobredeterminación, bajo los efectos significantes de la condensación (metáfora) y del desplazamiento (metonimia).

 ¿Alguien podrá prescindir del goce musical en su ascendencia y descendencia?

 La música es un tejido machihembrado, entramado, trenzado, cosido y punteado, o contrapunteado, por las notas musicales que conforman un tapiz sonoro, un paisaje musical. Al igual que un texto significante, la escritura musical tiene sus puntos de capitonado, nudos, cortes, escansiones y silencios.  

 Cada signo gráfico musical se asocia in presentia con las notas que lo circundan, que vibran en su cercanía; in absentia con las que evoca, que resuenan en la lejanía.   

 La música es un sistema semiológico en el que se ha insuflado el alma, la cuerda, el aliento de un ritmo, de un tempo, de una melodía, de una armonía.

 ¿Por qué se dice que la música amansa a las fieras? Algo poderosamente pulsional tiembla entre las líneas de la partitura.  

 La música es un discurso no hablado: espiral de canto y fuego que hace girar, alrededor de un centro éxtimo, lugares sonoros, letras musicales silentes.

 En esa espiral que nos arrastra adquirimos el ser fluido, inconsistente, ingrávido, alegre y juguetón de la música; existimos como puro ritmo; no somos más que armonía sonora; nos encontramos más acá del patetismo de la falta-en-ser; somos dicha que entra por los oídos; gozamos como oído.  


La música, en su consistencia líquida, es ser en el tiempo, creación y misterio, corriente y remanso, torbellino musical.

 ¿Cómo se lee una partitura musical? ¿Qué es un significante musical? ¿Qué es lo que le otorga su identidad de signo-nota-cifra musical?

 En primer lugar, es una onda sonora que penetra en el cuerpo por el oído: agujero pulsional; borde erógeno.

 Cada nota musical corresponde a un sonido (definido por una cualidad sonora).

 El conjunto de las notas musicales, que se escriben sobre un pentagrama, se conforma como un vocabulario, un alfabeto musical. De hecho, existen diferentes lenguajes musicales, en relación con distintas escalas: diatónica, pentatónica, jónica, corintia, etc.





 El sonido, desde sus propiedades físicas, en bruto, no puede constituir la unidad material del lenguaje, hablado o musical.

 El sonido en sí mismo es algo amorfo, no delimitado, privado del corte que divide una cadena musical o hablada en elementos discretos, en unidades significantes, separadas por espacios vacíos (por silencios).

 Toda cadena, por definición, por estar concatenada, eslabonada, es discontinua, está fragmentada.

 Los términos significantes de la cadena parloteada o cantada sólo se pueden tomar uno por uno; uno a continuación del otro, en su diacronía, en sus relaciones de contigüidad y de sucesión.

 No hay constitución de una cadena sin cortes, escansiones; sin que intervenga la función de la barra (que establece una distancia, una separación entre el orden del significante y el significado).

 Los silencios, los vacíos de la cadena, sus soluciones de continuidad, llaman, convocan al sujeto a inscribirse entre sus significantes,  

 Los significantes de la lengua, las notas de la música, son pura diferencia. Lo que son lo son gracias a los otros... a los otros significantes... a las otras notas musicales.

 Saussure plantea que la materialidad del significante no es la del sonido, sino la de la diferencia sonora, la de la imagen acústica; que no es algo, tampoco nada, solo un valor: su relación de opositividad con los otros valores de la lengua. 

 El significante no es una entidad que se pueda circunscribir con un círculo, sino un campo vectorial de fuerzas, un conjunto de flechas que se cruzan, que se intersectan. 





 En este campo vectorial de fuerzas es donde hay que localizar el nudo, el nodo del goce; el hueso más duro de roer, el del ser. Un auxiliar inestimable en esta localización (de locus: lugar) es el objeto @: la causa del deseo.

 En la melodía de las esferas, en su resonancia numérica, lo que hace de semblante de @, en función de agente del discurso musical, es la batuta volante del director de orquesta.

 Objeto material que puntúa, que puntea, que crea pausas, silencios, que traza en el aire signos evanescentes, figuras geométricas etéreas, adviniendo así al lugar del sujeto-supuesto-saber de la música.

 Prolongación alada del cuerpo que dibuja en el aire el flujo, el tempo, el ritmo de la melodía, su espíritu acuoso, su polifonía ondulatoria .




 Retornemos a la pregunta que nos guía: ¿Qué es un significante? ¿Cómo se aborda un significante en el texto-partitura del sujeto?

 La cuestión del saber-no-sabido de los significantes, inconsciente, es decisiva para un abordaje correcto del goce. 

 Primera aproximación: un significante no se puede significar a sí  mismo.

 El significante está más cerca del desamparo de Penia, de su falta de recursos, que del saber de Poros. Por eso, la barra del significante que tacha, divide al sujeto de la palabra.

 Hablar es aceptar la castración, lo inaceptable.

 Lacan postula que el significante, en la partitura-texto, hay que leerlo en el cruce entre la dimensión horizontal -diacrónica-, y la dimensión vertical, sincrónica.

 Las relaciones de ritmo, armonía, melodía, etc. se sostienen en las leyes del significante. Leyes que se estructuran a partir del corte, constituido en acontecimiento topológico, entre las dos líneas temporales de la estructura (de sucesión y de simultaneidad).  

 Si el significante nace donde se cruzan, donde se cortan dos coordenadas, horizontal y vertical, tendrá el estatuto de un punto geométrico. 

 El significante es el punto cero, el origen de un sistema de coordenadas simbólicas.



 El significante es el efecto de un corte producido en el encuentro del sujeto con lo disímil, lo impar, lo extrañamente-familiar (unheimlich), lo traumático.

 En ese encuentro se inter-sectan, de forma mancomunada, amorosa, acusando cada uno recibo, la palabra con el cuerpo, el significante con el goce, lo simbólico con lo real.

 El corte significante sobre el cuerpo topológico da lugar al sujeto de la palabra (el sujeto tachado) más un resto irreductible (el objeto @).  

 El significante que nos interesa es un punto un tanto singular: punto-cero; punto-agujero o punto-falo (en el corte del cross-cap),


 El punto-falo es el significante que permite situar y situarse ante el deseo del Otro. Es la proporción áurea, el número de oro: la media y extraña razón del deseo.



 El número de oro es equivalente, en su función de @, al número cero de la serie de los números naturales.





 El punto-significante se inscribe, en el lugar del Otro, en el espacio entre dos coordenadas y, S1-S2 . 

 Para ex-sistir, el significante del lugar o el lugar del significante, deberá ser nombrado, numerado.

 Al remitir a un lugar vacío, a la ausencia de un referente, es legítima la identificación del punto-significante con el número cero.

 Cualquier significante, en su dichomensión de punto, de puro lugar o mansión topológica, es reductible al cero.

 Un significante es definido a mínimo por los valores numéricos de dos variables: F (x,y). La serie convergente de sus cifras intenta aproximarse, en una paradoja infinita, aquílea, a la inasible tortuga del goce.





 El significante es el efecto de un acto de lectura, de desciframiento, que lo revela como el punto de corte entre la  horizontal de la diacronía y la vertical de la sincronía.

 El significante se constituye como significante en el tiempo de su interpretación.

 El deseo es la interpretación del deseo.

 El significante para nacer como significante necesita de la escucha del Otro, el partero de la palabra.

 No hay el más mínimo acceso del sujeto al discurso sin la intervención decisiva, trascendental, desde un lugar tercero, de un Otro-oyente (como lo denomina Freud en el witz).

 La presencia del Otro -todo oídos-, vacío creado por un artífice, pura caja de resonancia en la que reverbera el mensaje que el sujeto recibe de forma invertida, es el punto límite en que se detiene la lingüística.

 El significante solo consiste, insiste y ex-siste, en su audición, interpretación, autentificación y  reconocimiento por parte del Otro.






 El Otro, del que hace semblante el analista, si ha sembrado en suelo fértil, sorteando el terreno pedregoso y árido del desconocimiento, cosechará a su debido tiempo los frutos sin par de la metáfora y la metonimia, alimento espiritual para poder recorrer el camino de la bedeutung del deseo. 



 Si no hay presencia simbólico-real de un Otro, con sus significantes-amo (S1), que anudan el goce, no hay constitución del sujeto hablante.

 Esto tiene consecuencias decisivas en el modo de estructuración humano del significante:

  • El ser del significante no se localiza en sí mismo. 
  • El ser parlante, en su determinación significante, está dividido por la barra del signo lingüístico, de la castración (la spaltüng del sujeto). 
  • El significante no se puede significar a sí mismo (modo radical de lo imposible). 
  • No hay causa sui del significante; su causa, al estar en el Otro, es al mismo tiempo lo más íntimo y lo más ajeno de un sujeto.
 El significante y su sub-jectum supuesto, arrojado de sí mismo, estúpido y efímero, está descentrado, ek-siste en otro lugar que en el  suyo, en la otra escena del inconsciente (la de los sueños, los lapsus, los síntomas, etc.).

 Este llamamiento profundamente ético, consuetudinario, a la ética del significante, está presente en Saussure. En el pórtico de entrada a su Curso de lingüística general se afirma que el lenguaje es esencialmente un fenómeno social. La conciencia de la lengua no se localiza en el individuo sino en el conjunto de los hablantes; en terminología lacaniana, en el lugar del Otro.

 Saussure hace una indicación metodológica, de buena y sana propedéutica lingüística. Para saber lo que es un significante, que, por su pertenencia de iure y de facto a un sistema, nunca está aislado, no hay que fijarse en el propio significante ni en su significado, ni en la relación entre ese significante y el significado, sino en los significantes vecinos, aquellos que habitan en sus inmediaciones, que conforman su entorno.

 Por decirlo así, hay que darse una vuelta por el vecindario; hablar con sus compadres; entrar en los bares que frecuenta; preguntar al portero.

 Yo soy yo y mis vecinos. Expresado mejor, Yo soy mis vecinos=Yo soy el Otro.

 Para saber lo que es el Uno hay que preguntarle al Otro. Hay que pedirle referencias.

 Dime con quién andas y te diré quién eres.

 El que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija.




 Tan es así, que cuando un significante vecino se muda de lugar, hace las maletas, se traslada a otra corrala, el resto de los significantes, aunque no se hayan mudado, cambiado de lugar, también se mudan de lugar. Es el milagro de las estructuras conjuntas, sincrónicas, que se sostienen en la reciprocidad de sus elementos; dicho en términos psicoanalíticos, en su relación de transferencia.

 S1 y S2 son vecinos, compadres. Se sostienen mutuamente en su condición. S1 es lo que no es S2 (mas un más fantasmático: el sujeto tachado en su losange con el @). Lo que los une es lo que los diferencia; forma sublime de la paradoja. Por una y otra razón, el sujeto hablante, tachado, es lo que representa un significante para otro significante.

 En una partida en la que todos estamos embarcados, que se juega en la mesa de billar del significante, en la que la apuesta es siempre nada contra infinito, hay una bola, negra o blanca, que choca azarosamente con las otras, de carambola en carambola, hasta su caída en el agujero. Esa bola que golpea con extrema habilidad el taco es el objeto @: la causa material del deseo.



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 La condición del sujeto se teje en el espacio-entre de la pura diferencia (que vincula diferencias; no cosas distintas).

 En la relación de vecindad S1-S2, entre buenos y solidarios vecinos, puerta con puerta, nace un sujeto que no es más que el efecto de vecindad que los separa y vincula (por sus diferencias irreductibles).

 Se puede identificar al sujeto hablante, abolido entre los significantes, con los huecos de la cadena, con sus soluciones de continuidad.



 Los huecos tienen el estatuto del acontecimiento. En ellos se manifiesta no solo lo que está entre los significantes, sino lo que no es significante: el objeto, el plus-de-gozar.

 Por este motivo, Saussure, plantea que en el sistema de la lengua todo se reduce a diferencias. Pone el ejemplo del juego del ajedrez en el que la estrategia, cada una de las jugadas, se sustenta únicamente en las posiciones respectivas de las piezas.

 El desenlace de la partida es una cuestión de valores. El valor de una pieza depende del valor del resto de las piezas con las que se sostiene en una relación de simultaneidad, de sincronía.

 La inevitable inmersión del sujeto en el medio vital del lenguaje, que conlleva su tachadura por el significante, comporta consecuencias decisivas de carácter ético con respecto a su modo de acceso al deseo,

 Si el significante no se puede significar a sí mismo, el deseo correrá su misma suerte.

 El deseo siempre deberá ser apalabrado. No basta con desear hay que dar pruebas fe-hacientes, bien documentadas, testificadas, rubricadas, contabilizadas por partida doble, de que se tiene un deseo.

 La prueba de que se desea deberá ser declarada, declamada, cantada, vociferada, ante el tribunal del Otro.

 Hay que apelar a la audiencia del Otro, recurrir a él, en primera y última instancia, simplemente para poder desear.

 El deseo, esencialmente no articulable, deberá ser dicho, articulado en significantes -¡interpretado!-, para que sea viable, sostenible, vivible. 

 El acto de atravesamiento del desfiladero del significante implica una pérdida de la inmediatez de la necesidad, a la que llamamos castración. 

 La esencia de la castración son los efectos incalculables del decir-del-deseo. Es un recitación, una oración, un canto, un himno, una epopeya... de los significantes. 

 El amor es un guijarro que ríe al sol.   

 Para poder decir al propio e impropio deseo, en su distancia insalvable, hiante, con respecto a nosotros mismos, en su condición ex-céntrica, no hay más remedio que recorrer toda la orografía del Otro (en una visita guiada); atravesar los desfiladeros del significante (con un montañero experto); ir hacia donde Eso era (Wo es war... con un psicoanalista); porque, amigos y amigas, el deseo es el deseo del Otro (en tercera persona).




 El axioma: El significante se constituye en transferencia. Su corolario: Sólo se accede a la verdad de la transferencia desde el significante, en su estatuto de Sujeto-Supuesto-Saber (la operación algebraica de las tres s).

 Si el significante sólo se constituye desde su lectura -en la horizontal y la vertical de su punto de impacto en el cuerpo-, esto implica que posee o des-posee un estatuto de letra, de marca, de trazo que se escribe sobre la superficie de los tegumentos (La instancia de la letra...). 




 Si el significante es un punto, efecto del corte de dos líneas, es también  puntuación -punto ortográfico y punto de multiplicación-, signo algebraico: el point del goce.






 Los primeros números, en los pasos iniciales de la escritura numérica (el nacimiento de la numeración es contemporáneo a la invención de la escritura; aunque la invención del cero es muy posterior), se representaban con marcas. Por ejemplo, el cuatro se podía escribir así:

                                                                        1 \ \ 1

 El sujeto tachado, el sujeto hablante, tampoco está solo; también tiene su vecino en sus inmediaciones. No se trata de alguien que es sujeto como él, sino objeto, el @.

 El objeto es una letra; la primera letra del alfabeto. En su deser de letra es real; signo del goce.

 El fantasma expresa esta relación de corte entre el sujeto hablante y el objeto @, como soporte del deseo.




 A continuación, trabajaremos el estatuto del significante como marca en el cuerpo de lo real del goce.







lunes, 12 de septiembre de 2016

El significante y lo real (I)

El significante y lo real

 La pregunta por el estatuto de lo real hay que anudarla con el concepto freudiano de construcción; entendido como construcciones en el análisis, en el espacio original e irreductible de la transferencia. 

 Lo real no es, no puede ser, no debe ser, un real óntico, un real-sustancia, sino un real a construir (in-sustancial). En todo este asunto de reales va a intervenir una dimensión ética que conlleva necesariamente una elección del sujeto. Es lo que se llama mas o menos propiamente una respuesta de lo real. Yo lo denominaría de forma impropia -en este campo todo es impropio- el acto significante como respuesta del sujeto a lo real.

 La clave para abordar el aconcepto  de lo real es que no se trata de una categoría conceptual. Lo real es algo que pertenece al orden de lo ditmensional aditmensional. Es necesario sumergirse o inmersionarse (topología) en la operación de la dimensión para captar algo que escapa a toda comprensión: la lógica de lo real. Porque lo real, a pesar de no ser nada lógico, razonable, es un asunto de lógica. Todavía más, concierne a la lógica del discurso, en tanto matriz del lazo social.

 Lo real es el efecto del encuentro entre una matriz lógico-matemática, significante, discursiva, con el cuerpo. Este real, resto irreductible, es revestido con un plus-de-sentido, imaginario. Si de lo real sabemos algo, aunque siempre demasiado poco, es gracias al plus-de-gozar, esa prima de placer que se resuelve en mal-estar, insatisfacción, sinsabores; en síntesis, en todo aquello que no acaba de cerrarse: lo que no-cesa-de-no-escribirse.

 Lo real es una dimensión en el sentido o en el sinsentido (nonsense) que lo entiende o lo malentiende Lacan: dimensión como ditmension (en castellano, dichomensión). Ditmension hace equívoco con ditmansion (en castellano, dichomansión: la mansión del dicho). Por consiguiente, a través de estos equívocos captamos que, en última instancia, la dichome(a)nsión es un asunto de escritura, de inscripción, de transcripción de la letra del goce, que, en su ek-sistencia, bordea el agujero de lo real (ese agujero que Lacan en el Seminario X tacha de irreductible).

 Lo real, en tanto dichomención, es una dimensión que surge de un dicho, del acto de decir lo real. En esto no tiene privilegios frente a lo simbólico y lo imaginario, que también ek-sisten en un decir.

 RSI es el acto de decir lo real, lo simbólico y lo imaginario, que, como efecto de ese acto, se anudan borromeanamente en su condición de nombres del padre.

 El Nombre-del-Padre, en singular, en su presencia borromea, tiene una función de cuarto nudo, de sinthome, al nombrar a lo imaginario, lo real y lo simbólico.

 El Nombre-del-Padre -en su posición de cuatro-, es la versión del anudamiento borromeo, del tres: dos que se enlazan entre sí gracias a un tercero que ek-siste a ambos. En tanto versión, es el cuarto de la matriz significante, del entrecruzamiento de los anillos tóricos.

 Es evidente que no vivimos en el mejor de los mundos posibles (¡ni en el peor!). Nadie puede negar este hecho. ¿Pero no ha sido siempre así, desde el principio de los tiempos, desde que el hombre es hombre?

 Renunciar a la ilusión de una cultura sin malestar no nos condena fatalmente a la impotencia, ni al abandono melancólico de toda ilusión de un porvenir, sino que renueva la apuesta de revertir, previo pasaje por un análisis, la miseria de la neurosis en el infortunio de la vida cotidiana.

 La transmisión de la enseñanza de Lacan, en su lectura universitaria, cronológica, que desdeña la estructura, sitúa lo imaginario primero, a continuación lo simbolico, y, por último, lo real (por lo tanto, ISR). 

 En un presente sin perspectiva, juzgado desde el imperio de la actualidad, se concluye acríticamente que estamos en el tiempo de lo real. El desorden que nos habita confirmaría que existimos confrontados a un real sin ley, que hace estragos por doquier.  El apostolado psicoanalítico predica que está permitido gozar, a condición de no caer en excesos; sin pasarse de la rosca.

 Esta es una visión tosca y simplista de la evolución del psicoanálisis, comparable a aquella de los estadíos del desarrollo del sujeto, tan criticada por Lacan. Se trata de una perspectiva lineal que se despliega sin solución de continuidad desde un antes a un después; desde I a R, pasando por S. Pero en ella, al haberse desconsiderado lo estructural, no hay nada que permita dar cuenta de por qué primero está I y por último R. Todo lo que es del orden de las determinaciones históricas, reales, estructurales, se nos escapa, en favor de las formas ideales que modelan la materia (la causa material es abolida por la causa formal).

Desde esta perspectiva idealista, Lacan, sería una especie de visionario que captó, a través de una mirada intuitiva, las formas puras de la estructura, las Ideas Eternas. Sólo que, como ser limitado, esta aprehensión se realizó progresivamente, poco a poco. 

Pero Lacan no era un espíritu platónico, ni un fenomenólogo, sino un psicoanalista, inspirado por el discurso de la ciencia, la lingüística y la antropología estructural, y, sobre todo, trabajado (¡y trabado!) en su ser por la transferencia freudiana, por el deseo del analista.

No hay sólo un retorno a Freud al comienzo de la enseñanza de Lacan, y, a continuación, un camino lacaniano propio, más allá de Freud (superando al maestro). El psicoanálisis siempre llevará la signatura indeleble de Freud, su descubridor. Todos los psicoanalistas somos deudores del deseo de Freud, del deseo del padre, que, como todo deseo, es impuro, parcial, fallido.

 El psicoanálisis es heredero forzoso de los pecados del del padre, de sus renuncias, desistimientos y tropiezos. También de sus logros, hazañas y epopeyas. El impasse no se resuelve matando al padre, sino agradeciendo su progenitura, reconociendo la deuda simbólica.

 Acto que no puede realizar el obsesivo, de ahí la obsesionalizacion actual del psicoanálisis, el predominio de un saber adscrito al discurso universitario, que reniega de lo real, incluso, lo que es todavía más grave, del inconsciente. ¿Un psicoanálisis sin inconsciente?

 Lacan decía con sentido del humor que a él le catalogaban de lacaniano; pero que el seguía siendo, a pesar de todo, a pesar de los lacanianos, freudiano.




 Plantear una visión evolucionista, desarrollista, del psicoanálisis, en la que lo imaginario -lo supuestamente más primitivo-, abre la procesión, y lo real (en sus diversas formas, grados, más allás) es el Santísimo ante el cual nos debemos prosternar es retornar a una visión religiosa o mística de la transferencia, absolutamente imaginaria (aquí sí que viene el término al caso), que desconoce las determinaciones simbólicas -reales- de la subjetividad.

 Identificar lo real con la naturaleza es remachar el clavo de esa concepción imaginaria, psicologizante y prefreudiana del psicoanálisis.

 Esta identificación desata lo real del nudo que se teje entre la diacronía de la historia (del orden de la contingencia) y las determinaciones estructurales (del orden de lo necesario), que se sostienen en las leyes del lenguaje, en las relaciones de oposición y de diferencia -sincrónicas- entre los elementos significantes, irreductibles, del sistema de la lengua.

 Para dar cuenta de la evolución del lenguaje, de sus cambios, hay que considerar a la vez las dimensiones de la diacronía y de la sincronía; la sucesión y la simultaneidad; lo que varía y lo estático; la transformación de un elemento singular y la correspondencia recíproca entre los elementos del sistema.

 Según Saussure, la lengua está sometida a cambios permanentes. El significante, debido al principio de la arbitrariedad del signo lingüístico, puede modificarse de forma ilimitada (hasta el punto de perder su función gramatical original), incidiendo este hecho sobre su relación con el significado.




 Saussure señala, desde el principio de su Curso de lingüística general, que el lenguaje es un fenómeno social; que la lengua es usufructuada por los individuos, pero que el código que rige su sistema pertenece al conjunto de los hablantes; que sus leyes, patrimonio de la masa de los hablantes, al trascender al individuo, son profundamente inconscientes, desconocidas para el hablante que las utiliza.

 De lo anterior se puede concluir que el sujeto más que hablar es hablado; más que principio de la lengua es su efecto (este es el significado del matema de Lacan S tachada): Al principio fue el verbo; y el verbo habitó entre nosostros.




 El psicoanalista, cuando hace la teoría del  psicoanálisis, más que teorizar es teorizado. Es el alguacil alguacilado; el cazador, cazado; el conquistador, conquistado. Es un incauto del inconsciente.   

 El psicoanalista -conjunto de Russell que no se contiene a sí mismo-, por obra y gracia de la transferencia, está incluido en lo que teoriza. Es el teorizador teorizado. En su intento de perseguir el ratón psicoanalítico (la pasión del psicoanalista) queda atrapado en su madriguera (el deseo del psicoanalista). Lo que no puede saber es que ha sido él quien ha construido esa trampa para psicoanalistas que le captura. El psicoanalista es a la vez el ratón y la madriguera; la presa y la trampa.

 En la apuesta por teorizar su praxis, por convertir en un saber transmisible su experiencia, el psicoanalista no-cesa-de-no-escribir la spaltüng del sujeto (la S tachada):

  • el ratón y la madriguera. 
  • la presa y la trampa. 
  • lo que cesa-de-no-escribirse: lo contingente, tíquico, incalculable. 
  • la división entre el saber y la verdad (@). 
  • la división entre el enunciado y la enunciación (el significante del Otro tachado).
  • la huella de Orfeo dos veces borrada (perdida): la nota musical del silencio: la inaudible sonoridad: el canto de las sirenas. 
  • el goce de Eurídice, atraída por las llamas del último círculo del infierno de Dante (el anteinfierno). 
  • ¡la letra del goce!
      
   

 En un psicoanálisis, la persona del analista no tiene ninguna importancia; ni su inteligencia ni su estupidez; ni su belleza ni su fealdad; que fume muchos o pocos puros; que se mese mucho o poco la barba.

 El valor de un psicoanalista -de uso, cambio y goce- se lo otorgan las siguientes cartas credenciales: su captura por la transferencia; su lugar en el discurso del analizante (desde donde habla y es escuchado); su posición de agente, de @ en el discurso del psicoanalista.

 El psicoanalista es simultáneamente la causa de un proceso de saber -significante-, al mismo tiempo que caída, resto, desecho, rechazado (verwerfüng), expulsado (ausstossung), por la puesta en acto de la realidad sexual de la transferencia.

 El psicoanalista no es primer motor, causa primera, formal o final, de un análisis. En todo caso es, por atribución graciosa del analizante, sujeto-supuesto-saber (aunque no sepa lo más mínimo). Si acaso es algo será causa material, causa perdida, los menstruos de un análisis (la palabra menstruus está compuesta por el término latino mensis que significa: mes, ciclo lunar, lunación. El sufijo de menstruación, -ción, indica acción y efecto, como en concepción y gestación).

 El psicoanalista no es igual al psicoanalista. El psicoanalista no es nada en sí mismo. Su lugar de psicoanalista es efecto del discurso psicoanalítico.

 El truco. que lo hay, el arte del psicoanalista, es poner en marcha, en movimiento, el discurso del Otro; es reconstruir la línea del significante, inconsciente, correspondiente al piso superior del grafo del sujeto; es replantear, desde ese horizonte, la pregunta por el deseo del Otro más allá de toda demanda; en síntesis, es dar al botón de la transferencia para que se encienda el discurso del analista, para que arranque la maquinaria del significante, del saber, en su función de dragar el goce.

 La interpretación es una herramienta para relanzar el discurso. Para lograrlo nunca deberá apuntar al sentido (que cierra), sino al sinsentido (que abre); sobre todo, a la causa del del deseo, a su punto de fuga, al @.

 En la cadena borromea, la interpretación no se debe situar en el cruce de los redondeles de cuerda de lo imaginario y lo simbólico (el gosentido o jouissense), sino entre los nudos de lo simbólico y de lo real, vectorizando a lo que hace síntoma, a lo que causa la división del sujeto (otra vez la caída del @).

 El sujeto no tiene una naturaleza propia. Más bien carece de toda naturaleza. Su naturaleza, que no tiene, no es nada natural, sino totalmente artificiosa (que no tiene naturalidad o sencillez); artificial (hecho por el hombre; que no se ajusta ya a lo que hay en la naturaleza); efecto de un artificio significante (falta de naturalidad derivada de una gran elaboración).

 El sujeto es un artificio ficticio, ficcional, estructurado como una ficción (de la antimateria o materia negra de la verdad). 

 El sujeto del deseo se manifiesta en el discurso en su estúpida y efímera existencia porque ek-siste en la estúpida y efímera naturaleza del símbolo.

 El sujeto está des-naturalizado porque habita la tan poco natural naturaleza del lenguaje; el hábitat artificial en el que está inmerso el hombre (que le exilia irreversiblemente de la exuberante naturaleza del paraíso terrenal, del jardín del Edén).

 Saussure, en su Curso, repite un esquema que da cuenta de la evolución del lenguaje, de las transformaciones que se producen en el habla, en el que anuda la sincronía y la diacronía, el sistema de la lengua y el cambio fonético.

 En la diacronía, en la sucesión temporal, un significante que sufre una alteración fonética es sustituido por otro (metaplasmo=remodelación). Pero esos cambios puntuales, que afectan a un elemento singular de la lengua, de forma azarosa e inmotivada, en un tiempo y en un espacio geográfico definidos, se producen en el contexto del sistema de la lengua -sincrónico-, constituido por signos que se articulan en una relación de oposición y diferencia recíprocas.

 Es así que Saussure reproduce un esquema en el que un estado de la lengua que predomina en una época dada (estado de la lengua en el tiempo I) es reemplazado después de un tiempo por un nuevo estado de la lengua (estado de la lengua en el tiempo II). Entre el estado I y el estado II ha tenido lugar una serie consecutiva de alteraciones fonéticas. Se puede afirmar que el stock o pool de significantes de la lengua ha cambiado; pero el sistema en sí mismo permanece inalterable. ¿Por qué?

 El sistema de la lengua está formado por signos lingüísticos; pero su estructura y su funcionamiento no depende de las entidades significantes que lo componen y de las diferencias entre ellas. Saussure postula que en el sistema de la lengua no hay entidades positivas. El sistema de la lengua está constituido únicamente por puras negatividades, por diferencias. Un significante es lo que no es el otro significante.

  El sistema de la lengua se sustenta en relaciones de simultaneidad -estáticas-, opositivas, negativas, entre significantes no-consistentes, que consisten sólo en su diferencia con los otros significantes. Las alteraciones en la materialidad del significante, que dan lugar al cambio de una palabra, son intra-sistemicas: están sometidas a las leyes del sistema.

 Desde la lingüística psicoanalítica no es correcto proponer un esquema de desenvolvimiento lineal, cronológico, de la sucesión I>S>R. Este esquema evolucionista se desentiende de la estructura.



 El único esquema concordante con la experiencia psicoanalítica, con la estructura del lenguaje que la subtiende, solo puede ser: RSI (Estado de la estructura en el tiempo I )>RSI (Estado de la estructura en el tiempo II)>RSI (Estado de la estructura... en el tiempo n). En el sistema borromeo del discurso dos ditmansiones se enlazan por una tercera que ek-siste a ambas..

 Así, lo real es la operación del anudamiento borromeo RSI. . Es un anudamiento entre lugares R-S-I, Su formalización sería así: 2+0 (lo real)+1 (el Nombre-del-Padre: la versión del anudamiento RSI)=3+1=4.

 También, en el sistema del lenguaje, el estatuto de un elemento depende de una relación entre lugares, entre valores.
 "Yo, José Ignacio, soy un sujeto distinto, no soy el mismo, cuando ocupo un lugar en mi familia, que cuando estoy en mi lugar de trabajo. Mi lugar, mi naturaleza, depende de los otros... de los otros lugares... del discurso del Otro en el que me inscribo... de la yuxta-posición entre valores significantes. No tengo un ser en propiedad, sino otorgado, cedido, graciable (que se puede otorgar graciosamente, sin sujeción a precepto)

 Por eso, la definición del parlettre pasa necesariamente por localizar su lugar en el discurso, que es un asunto de escritura, de dis-posición entre lugares y letras, que regula y distribuye el goce.