La Clínica psicoanalítica y sus avatares

El esquema óptico de Lacan; un florero muy floreado

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miércoles, 18 de septiembre de 2019

La vecina del 5º del psicoanálisis:<< No desearás a la vecina del 5º, ni aunque sea lo que más desees>>

 I) La vecina del 5º y la lógica de la sexuación

 Recordar que la cosa va de cómo ligarse a la vecina del , cuando sucede que el acceso a ella se pone un poco peliagudo, que la cosa no es nada resultona.

 Instalar a la mujer como La Mujer (La Madre), en un lugar imposible, inaccesible, inalcanzable, puede constituir un ideal de algunos hombres.

 Entre otros, los pacientes obsesivos, que sostienen el deseo en su condición de imposible; así como los Caballeros del Amor Cortés, en su idolatría, al borde del fetichismo, de la Dama cruel, adorada, arbitraria y fatal.

 En todo esto, se desliza, sutilmente, la diferencia entre La Mujer y una mujer; o entre una Madre a la que se ama y una mujer a la que se desea.

 Estábamos metidos de lleno en este asunto, asuntillo o asuntazo, del falo, es decir, en el asunto problemático de los deseos (en plural), y, así mismo, de los goces (también pluralizados, como los nombres del padre).

 Es curioso, hasta paradójico, que el hombre busque el falo que tiene en la mujer que no lo tiene, la cual, al revestirse con sus galas y con sus brillos, no deja de exhibirse, pecando de mascarada femenina, como la que lo es, como La Mujer no-tachada.


La Dama del Amor Cortés
                
 ¿A qué distancia están el vecino del y la vecina ?

 Solo les separa un pobre e insignificante piso, el que va del al .

 Pero la distancia entre un hombre y una mujer no se mide en metros, pulgadas, pies, yardas o codos; aunque es cierto que en el interior-exterior de esa distancia desiderativa, gozosa, están los cuerpos de él y de ella, sus pulgares, codos, pies, así como otras partes del cuerpo de lo más o menos pudendas.

 La distancia entre el vecino del y la vecina del es la distancia del deseo, que no se mide en palmos, sino en unidades de falta.

 Curiosamente, cuanto mayor sea la distancia del deseo entre la vecina y el vecino, cuantas más unidades de falta haya entre ellos, cuanto más se incremente el intervalo, se ahonde la hiancia entre el 4 y el 5, la cosa irá mejor en estos asuntos tan peliagudos, tan bordes, en los que se opera a carne viva.

 Por lo tanto, siguiendo esta lógica del sujeto, no de los ideales sociales, en un psicoanálisis se trata de abrir y de ensanchar esta distancia del deseo, de excavar su agujero, haciéndolo cada vez más profundo, hasta que se alcance aquello que no está al alcance de nadie, por su condición de imposible: lo real.

 El analista deberá aportar en (a) la transferencia, para engrasarla, movilizarla, dinamizarla, cuantas más unidades de falta tenga a su disposición gracias a su posición en el discurso del psicoanálisis.

 Curiosamente, por mor del amor, la tendencia invencible de los amantes es reducir la distancia entre ellos a cero, con el fin de estar bien juntitos y calentitos (a esto en el psicoanálisis se lo denomina <<el anhelo de hacerse uno>>).

 Obviamente, se trata de un ideal que, como tal, no hay que despreciar, pero tampoco exaltar (él solito se basta y se sobra para elevarse en las alturas más inmarcesibles).

 El amor cubre con su manto la distancia del deseo, saltándose ágil y alegremente todas las unidades de falta que separan al uno de la otra.

 Lo que sucede es que el ascensor del amor, que unas veces sube y otras baja, como la bolsa, como la vida misma, frecuentemente está averiado, no funciona, o permanece parado en tareas de mantenimiento; esto es una gaita porque la displicencia ascensoril, ascensional, pone trabas a la comunicación inmediata, directa, tiernamente amorosa, entre el vecino del  con la vecina del , los cuales, por causas ajenas a su voluntad, que competen al estado defectuoso de los elevadores, ya no se pueden ver ni amar (<<verse en los dulces ojos del otro>>).


El ascensor del amor de cuando en cuando no funciona, se para, nos deja en la estacada

 ¿Se puede sostener la reciprocidad del amor entre el hombre y la mujer a partir de la dialéctica fálica, que ambos no dejan de compartir, aunque no del todo, o notodo (por lo menos, por el lado de la fémina).

 Si en cuestión de unidades de falta -fálicas- ambos están metidos en el mismo aprieto porque ninguno sabe cuantas unidades de falta le faltan al otro para sentirse satisfecho (si esto fuera posible); si partiendo de aquí, de la dialéctica del deseo, nos deslizamos hacia el goce la cosa se complica todavía más.

 Resulta que el hombre y la mujer no comparten (por lo menos en su totalidad) su modo de goce, debido a que gozan en sitios distintos, con partenaires diferentes; por este motivo, están condenados a no encontrarse, ni por activa ni por pasiva, a no entenderse, a malentenderse (<<la confusión de las lenguas>>, que los aleja a leguas de distancia). 

 A esto Lacan lo llama: <<La relación sexual no existe>>.

Al no haber reciprocidad, correspondencia, ni siquiera en las unidades de falta, en las cuentas fálicas, en las que no se sabe lo que falta o lo que sobra, lo que está de más o de menos, no se puede partir de la base que la vecina del busca el falo que el varón tiene de forma homóloga al vecino del , que busca el falo que la mujer no tiene.

 Sí que se puede afirmar, desde la no-reciprocidad, la no-correspondencia que, de la misma manera que el varón busca a La Mujer en una mujer (tarea condenada al fracaso), ésta, al buscar una mujer en el hombre, se-busca.

 Desde aquí se entiende bien la estrategia de los cuatro discursos, con sus políticas del goce, sus regímenes regulatorios; como ejemplo, por ser ejemplar, el de la histeria.

 Cada uno de los dos se-busca y re-busca, se escarba, en el otro (esto se debe a que no se encuentran en sí mismos).

 Es evidente que aquí opera una disimetría, una imparidad, que no es la del falo, la del significante viril, que ha quedado arrumbado, en default, a causa de la primacía de la mujeridad.


El falo se representa aislado. Este hecho y su condición de piedra, manifiesta su carácter de marca del goce

 Si la mujer busca a una mujer en el hombre, éste, en correspondencia no-recíproca, no busca al hombre en una mujer, sino a La Mujer que no-existe en una mujer.

 Esta búsqueda del uno en el otro, a la que se puede denominar mujeriega, exige la feminización de ambos partenaires.

 El hombre deberá feminizarse para que la mujer se-encuentre en ella.

 La mujer deberá des-falicizarse para que el hombre se-encuentre con una mujer en ella.

 Los dos se-encontrarán con el Otro-sexo en el otro.

 Todo esto exige un cierto vaciamiento.

 Feminizarse o mujerizarse implica transformarse en vaso, vasija, copa o recipiente.


La mujer es una vasija y la vasija es una mujer

 El caso es que una mujer o la mujeridad, el goce femenino o la vecina del , no tienen la función de un significante impar, como el falo, sino de un objeto odd, a-letrista, perteneciente al movimiento imposible del a-letrismo (como quien dice estajanovista: perteneciente al movimiento del estajanovismo; u ochocentista: perteneciente al movimiento del ochocentismo).

 De todo esto se deduce objetivamente que si el hombre busca a La Mujer en una mujer, y la mujer busca a una mujer en el hombre, esa mujer que se-busca, que, para más inri, no-existe (desde la lógica, no desde la existencia), no es que esté en un lugar impar, sino que se sitúa en una mal-posiciónatravesada, con todas las letras: a-t-r-a-v-e-s-a-d-a.

 La mujer es una especie de traviesa, en los dos sentidos de la palabra, que se a-traviesa en todas las vías rectas, habidas y por haber.

 La religión trata de rescatar su ser travieso y atravesado, elevándola a los altares, ascendiéndola pura e incorrupta al cielo.

 Aunque, a pesar de todos los dogmas que la consagran como Madre santa y virgen, en su ser de mujer no deja de estar relacionada con el pecado (Eva), con la tentación (¿hay alguien que pueda poner esto en duda?).


La mujer es una <<traviesa>> que se <<a-traviesa>> en todas las vías rectas
                                                                 
 Por este motivo, y no solo porque es tejedora, la mujer es real, y su goce -¡valgame dios!- es notodo.

 Si la mujer es una traviesa que, a causa de sus travesuras, se atraviesa en todas las vías rectas, hasta en las muertas, esto nos obliga a abandonar <<la carretera principal>>, con el fin de realizar todo tipo de rodeos, buscando atajos, caminos practicables, a través de <<carreteras secundarias>>, mal señalizadas, con el fin de alcanzarla (entiendo que a la mujer, aunque, a lo mejor, o a lo peor, con tantos rodeos, la hemos extraviado en el camino).

 No solo sus carreteras y sus caminos, sino también la propia e impropia mujer, son impracticables.

 Alcanzar a una mujer (sic), ¿por qué no?: si es que alguna vez es posible.

 Es posible (sic), ¡cómo no va a serlo!; pero con condiciones, no de cualquier manera, siempre con la ley en la mano. por delante, <<con una mano atrás y otra delante>>.

 Estamos en la zona crítica, en el punto en que no hay garantías, certezas, donde cada uno tiene que dar el testimonio de su experiencia singular, del pase o no pase mujeriego, del encuentro o desencuentro con una mujer.

 No si la alcanzó o no, que esto es la cultura del éxito, de la eficacia a todo trapo, caiga quien caiga, sino de cómo pudo o no pudo alcanzarla.

 Para dar testimonio del pase con una mujer pasadora (como quien dice tejedora), muy poco pasante, pasota o paseante, vale más el fracaso que el triunfo (que suelen <<pintar bastos>>).

 A todas estas, la versión testimonial de cómo no la pudo alcanzar, cómo se le escapó, en el último momento o en los preliminares, tiene el mismo valor ético que el de cómo la pudo alcanzar, si esto fuera o fuese posible (la prueba, la piedra de toque, es más por la vía de lo imposible, del fracaso, de la experiencia negativa).

 Veamos que, no es solo lo imposible, como modo de lo real, el agujero simbólico -<<el-piso -que-no-cesa-de no-escribirse>> (según la primera ley de Gödel y la paradoja de Zenón)-, lo que nos impide alcanzar a la vecina del , sino que esta mujer, en su condición de fémina, en su mujeridad (que suena a brujedad), en su goce femenino -notodo-, en su no-existencia (<<La Mujer no existe>>), es inalcanzable al ser una traviesa que se atraviesa en lo real.

 Esto hace referencia a otro modo de lo real que no es lo imposible de la lógica modal, sino lo real del goce notodo de una mujer notoda: <<No para todo x Fi (x)>>¬∀x (Φx).

 Por tanto, no se puede decir que haya dos agujeros, uno detrás del otro; primero, el agujero de lo imposible  -simbólico-, <<el-piso-5º-que-no-cesa-de-no-escribirse>>; y, a continuación, superpuesto, otro agujero, el de la vecina del La mujer que no existe:

 
{Agujero de lo imposible (simbólico) + Agujero de la existencia (real) = melancolía + desesperación = { } + { } = 0}


Nos encontramos con dos agujeros en esa comunidad de vecinos de cuatro pisos (mejor dicho, dicha comunidad, por el hecho de ser dicha, está doblemente agujereada): el de lo imposible -<<el-piso--que-no-cesa-de-no-escribirse>>-, y, junto a ese agujero, no otro agujero que lo redoblaría, sino un real, el del goce femenino, el de La vecina del :

 
{La estructura de la vecina del 5º: Agujero de lo imposible + lo real del goce femenino (notodo)} 



 II) El goce notodo no está localizado, es a-esférico

 Retornamos a los asuntos de la lógica -<<la clásica>>-, que no nos sirve para ligarnos a la vecina del ; y la no-clásica -<<la difusa>>- que, al no excluir al tercero excluido, se manifiesta como polivalente.

 Está por demostrar si esta lógica más difusa, abierta y flexible, con más valores o valencias, es más apta para ligarse a la vecina del 5 º, en su condición de mujer real (lo cual ya es una redundancia), que solo es abordable <<una por una>>, <<una a una>>, <<una y después otra>>.

 Efectivamente, para afrontar, encarar, abordar a una vecina del que no-existe, que, además, vive en un piso  imposible, la lógica dual, aristotélica, que excluye al tercero excluido -¡al <<Nombre-del-Padre>>!-, nos es, bien o mal, o todo lo contrario, poco útil.

 No es cuestión de muchas mujeres o de todas las mujeres, sino de muchos valores o de otros valores, de la fuerza del valor, de la valentía para hacer la trenza, para tejer el nudo con una mujer.

 El valor que nos interesa ahora es el del goce, ese que no tiene ninguna utilidad, que nadie tiene ningún interés en intercambiarlo, porque nadie sabe, ni el propio inter-esado, cuál es su valor de cambio (es un valor que, como el del síntoma o el del deseo, no cotiza en los mercados, en el IBEX 35, por estar siempre a la baja).


La mujer notoda teje alrededor de un agujero

 Ya se ha planteado que es imposible que el vecino del acceda por el ascensor o por las escaleras, incluso por la escalera de incendios, al lugar donde debería estar y no está -falta- el piso .

 El piso falta a su lugar.

 Se trata de una falta de derecho, que se soporta en un objeto simbólico, en un significante: <<el piso  debería estar en la planta 5ª>>; ergo, <<el piso 5º>> es la marca significante de la falta.

 Una mujer no está interesada en un hombre que solamente presume de valores fálicos, mascarada y descaradamente viriles, exhibicionistas, que movilizan todo tipo de efectos cómicos (como esos hombres que afirman sin pudor que <<son muy buenos amantes>>).

 Todo esto forma parte de las paradas nupciales, erótico-agresivas. <<Pan para hoy y hambre para mañana>>.

 Una mujer está inter-esada ante todo en los valores simbólicos de los que el hombre es portador.

 Ella sabe muy bien, aunque no lo parezca, o a veces lo disimule, que solo el significante muerde en la carne, inscribiendo en el cuerpo la marca del goce.

 Por el principio de no-contradicción, si la proposición: <<Es imposible acceder al piso 5º>> es verdadera (V), entonces, la proposición <<Se puede acceder al piso 5º>>, es falsa (F).

 Si no-A: <<No hay acceso al-[piso ]>>-, es verdadera (V), entonces, A -<<Sí hay acceso al-[piso ]>>, es falsa (F).

 Además, por el principio del tercero excluido solo se pueden considerar operantes dos proposiciones contradictorias (la afirmación y la negación de P), afectadas por dos valores de verdad: <<o P es verdadero (V) o P es falso (F)>>, excluyéndose la posibilidad de otro u otros valores de verdad.


A ojo de buen cubero, un poco más o un poco menos, la vecina del está donde dios quiere que esté

 Desde la lógica clásica, la dualidad de los valores supone un problema a la hora de abordar a una mujer, de ligárse-la; sobre todo, porque, para encontrárse-la, es necesario incluirla como tercera en la relación (me refiero a la terceridad del goce femenino), lo que choca con el principio de la tercera excluida.

 De hecho, el notodo se da de bruces con todo aquello que se reduce a una bi-proposición y a los dos valores lógicos de verdadero (V) y falso (F), regidos por el principio de no-contradicción: <<la proposición es verdadera (V) o falsa (F) ; si es verdadera (V), su negación, no-A, es falsa (F)>>; y a la inversa.

 Por poner un ejemplo muy simple y vulgar.

 Un hombre se puede preguntar si la mujer a la que ama es una persona verdadera o falsa, si se puede fiar de ella o no.

 Si la Fulana de este Fulano es verdadera, si se manifiesta tal como es, si dice lo que piensa, por el principio de no-contradicción, sus proposiciones comunicativas estarán marcadas por una V (Verdaderas), y su negación por una F (Falsas).

 Entonces, el discurso de Fulana es V; quedando excluida su F.

 Aquí hay algo que escapa a los esquematismos y formalismo de la lógica, anudándose con la dialéctica del deseo, de la verdad y de la mentira

 Todo esto reduce la lógica que rige la condición de mujer de Fulana a solo dos valores que, al estar en una relación de disyunción excluyente, determina que quede marcada por uno solo de ellos: <<Fulana es V o F>>.

 Se produce un cierto atrapamiento en un ser bi-unívoco, no equívoco (que es lo característico de un sujeto).

 Por el principio de la tercera excluida no se puede contemplar la existencia de una proposición tercera, impar, de un tercer valor que signe, que marque, como mujer, a Fulana.

 Por ejemplo, en la lógica fálica, solo intervienen dos proposiciones, dos casillas: <<Falo o castración>>; <<Tenerlo o no tenerlo>>.

 A estas dos proposiciones, por el principio de no-contradicción, se les aplican dos valores de verdad, V o F, que están en una relación de disyunción excluyente: <<El varón tiene el falo>>: V o F; <<La mujer no lo tiene, está castrada>>: V o F.

 Más allá de esto, se localiza una tercera proposición, que no es la de tener o no tener, sino la de <<to be or not to be>>, la que corresponde al orden del ser: <<ser o no ser el falo>>.

 Esta tercera proposición, serlo / no-serlo (a la que también se aplican dos valores de verdad: V o F), introducida en la lógica de la sexuación (fálica) por la derogación del principio del tercero excluido, entra en una relación de disyunción (excluyente o no) con aquelo que pertenece a la dimensión del tenertenerlo / no tenerlo

 Así, la mujer, con respecto a la dialéctica fálica, castrativa: <<Lo es sin tenerlo>>.

 Es evidente, que la lógica que se origina a partir de la suspensión, la derogación, del principio de la tercera excluida, es más abierta, borrosa, difusa, de límites inciertos, admitiendo una complejidad mayor en sus constelaciones.

 Tenemos la suerte de que hay una lógica de corte más bien feminista, bien llamada difusa, de corpus sinuoso, lleno de curvas, en silla de montar, que quiebra la dualidad, al excluir el principio machista -amo- de la tercera excluida. 



El cuerpo de la mujer en <<silla de montar>>

 Estamos hablando de la proposición siempre excluida en toda lógica, la que se refiere al goce femenino notodo.

 Ya no se trata de La Madre, castrada o no, sino de la mujer, que tiene una relación electiva con un goce que es notodo-fálico, al que denominamos femenino.

 En la lógica difusa, con el empleo de la doble negación, al negar la negación excluyente, que excluye a la tercera persona, a la mujer, al Espíritu Santo, a la blanca paloma de los místicos, incluimos el goce femenino, que no es sin el falo, pero que es más allá del falo.

El Espíritu santo como encarnación del goce femenino

 Frente a la falocracia no la feminocracia, sino la falocracia con un toque femenino, con un odor de goce di femina.

 La lógica difusa es polivalente porque cuenta con infinitos valores de verdad.

 La mujer, al ser una por una, al no constituir un conjunto cerrado, se puede asimilar a la serie de los números enteros.

La serie de las mujeres, una por una

 Esta es la lógica ad hoc, que encaja, como un guante sin revés, con la vecina del .

 No es que la susodicha vecina, la del , no esté, falte, sino que, en su presencia real, no puede dejar de estar, al no poder no estar.

 El único y principal defecto de la vecina del es que no-existe (aclaración: no existe como La Mujer; sí existe como La mujer tachada, como una mujer).

 Los hombres nunca tienen miedo a las mujeres, de las que hablan en público largo y tendido, sin rubor y sin inhibiciones, sino al encuentro en la intimidad con la intimidad de una mujer, con aquello que nos intima, que nos intimida en su goce enigmático, que siempre permanecerá como éxtimo, como radicalmente Otro (extimamente-Otro u Otramente-éxtimo).

 ¿Cuál puede o debe ser mi táctica, la estrategia y la política ejercidas con el auxilio del Inconsciente, con el fin, condenado al fracaso y a la vergüenza, de ligarme, de conquistar, de forma incauta, para así no errar, a La vecina del  que, gracias a Dios, no-existe, en el sentido de que está tachada en su ser (A), de que es-hablada?

 Aquí me rijo por lo que afirma Lacan en su escrito sobre <<La Dirección de la Cura y los Principios de su Poder>> cuando comenta que, a la hora de cualquier conquista, la política domina sobre táctica y estrategia.

 Con respecto a la situación política en un psicoanálisis, en el abordaje de la transferencia, el psicoanalista haría mejor en ubicarse en relación con su falta en ser que con su ser.

 Como consecuencia, la política que debe regir el intento de conquista de La vecina del  que no-existe es la de la falta en ser; dicho de otra forma, se trata de la política del deseo, no de la necesidad ni de la demanda.

 Si uno acude al encuentro con dicha y no-dicha mujer, buscando la dicha, lo mejor que puede hacer es ir bien provisto de un saco lleno de unidades de falta que, aunque nadie se lo crea, funcionan mejor que la <<Viagra>> y su puesta en forma, en posición de firmes, del órgano fálico (cuyo goce exigente arruina con frecuencia la posibilidad del gay saber, la risa de los Dioses).

 Si Fulano está muy necesitado, abrumado por sus necesidades, apretado y con urgencias, será mejor que deje la conquista de Fulana para otro momento.

 Esto de ligar con una mujer requiere de todo un tiempo, de una especie de ritual, de un abordaje progresivo, en sucesivas etapas (como el del amor cortés), que casa muy mal, por no decir que se da de tortas, con las prisas y las precipitaciones.

 Fulano de tal tiene que dedicar el tiempo suficiente al cortejo, a los preliminares, que siempre se desarrollan en el registro del significante.

 Uno se tiene que declarar, que es una forma de declararse o de declamarse, de hacerse presente a través del discurso, por medio de la palabra.

 También, si uno está muy demandado o demandante, la cosa no resulta propicia para establecer un encuentro como dios manda (hay que saber que la mujer siempre está acompañada de Dios-Padre).

 El abrazo de amor de dos cuerpos tóricos a través de sus respectivos agujeros dura lo que dura.

 Además, es de tal intensidad que uno se asfixia, se queda sin respiración (manifestación princeps de la angustia).

 Uno de los desencadenantes de la angustia es cuando falta la falta, cuando no opera la ley.


El abrazo de amor de dos toros

 El amor, en su vertiente de demanda, es de las cosas más asfixiantes y opresivas de esta vida.

 Uno cree saber cuándo empieza el abrazo pero no cuándo termina.

 De hecho y de derecho, el amor, para que funcione, necesita espacio, lugares vacantes, ventilación, que corra el aire, horizontes despejados.

 En resumidas cuentas, para que el amor no se quede sin su respiradero, es imprescindible que el agujero central del toro, el del deseo -<<éxtimo: corriente de aire>>-, envuelto por el alma del toro, donde se producen las vueltas y revueltas de la demanda, no quede ocluido, taponado por el brazo o abrazo de la demanda del toro-otro.


El agujero corriente de aire que ventila todo tipo de amores

 Mengano, a la cita con la vecina del  que no-existe, por lo menos como La Mujer no-tachada, que obstaculiza el empuje al goce del Universal de La Mujer (La Madre), deberá ir bien provisto, como punta de lanza, vanguardia, avanzadilla, del agujero del deseo pret a porter, acompañado de su objeto de goce (marcado con la letra a).

 Si en el encuentro sexual entre el vecino del  y la vecina del  cada uno pone en acto su propio agujero del deseo y su goce singular, no tratando de taponar el del otro con su demanda de amor, esto permitirá que la relación sea vivible, creándose un espacio libre (<<el espacio del juego>> de Winnicot) en el que podrá habitar, sin graves perjuicios, el goce del cuerpo.

 El sinthome es una creación de lalengua que posibilita que algo haga nudo entre el goce del cuerpo de uno (Fulano) con el goce del cuerpo del otro (Mengana).

 Un falo muy potente -¡si lo hubiera!-, porque la mayoría son impotentes, ocluirá el agujero del deseo, ubicado en el centro-exterior, en la exterioridad-central del toro, no dejando que circule el aire desde el afuera.

 En cambio, la letra a, como litoral del goce-otro, tiene función de marca que nos conduce al interior-exterior, al centro-excéntrico de la estructura topológica.

 El cuerpo humano, la sede del goce, topológicamente tiene estructura de toro.

 El toro tiene un agujero central que es a la vez interior y exterior -éxtimo-, donde se localiza el lugar del prójimo, lo más extranjero y hostil (el objeto malo) de La Cosa (Das Ding).

 Toda la apuesta analítica pasa por la vía regia del deseo del Otro, de la ley, del inconsciente, más allá de las pasiones del ser, del amor y del odio, del servicio a los bienes, para poder encontrarse con lo más propio y lo más ajeno, con la projimidad del objeto del deseo.

 Lo que les gusta mucho a las mujeres -aunque no haya <<las mujeres>>-, de cualquier modo como se plantee, a esta o a la otra, a la de aquí o a la de allá, a la de antes o a la de después, es que el hombre, en vías de postularse como su amante, se meta con ella en una vía muerta, eufemismo para <<acostarse con ella>>.

 Una vía muerta no es un lecho cómodo, una colchón muelle, aunque, por otro lado, esta es una de sus mayores ventajas, ya que ninguno de los partenaires corre el riesgo de dormirse en el acto, de sumirse en el más dulce de los sueños (<<el sueño de amor>>).

 La vía muerta es una industria de producir insomnes, gente a la que les despierta lo real.

 En una vía muerta, uno u otro, sobre todo el macho, no puede dedicarse a muchas acrobacias, a posturas imposibles, como las del predicador y el <<cama-sutra>>.

 Lo del predicador si se toma por la vía, también muerta, de <<predicar y dar trigo>>, bien está, porque <<bien está lo que bien parece>>.

 El hombrecito, a pesar de sus insignias fálicas, de sus ínfulas de amo, en el callejón si salida de una vía muerta, se tiene que aplicar a lo más normalito, corriente y moliente, sin preocuparse por impresionar al respetable, a los que ven los toros desde la barrera.

 ¿Cuál es el toro que hay que torear y matar en una vía muerta?

 Es imposible que el varoncito mida su potencia-impotencia fálicas, el tamaño de su miembro, hecho y derecho, a la medida de su Yo, en una vía muerta, porque a quién le pueden interesar esas cuestiones en esos rincones perdidos, apartados de todos los centros de poder, de los nudos de comunicación del mundo.

 ¿Quién puede exhibir sus galas, sus condecoraciones, sus prestigios, en la última vía muerta de ese apeadero perdido de mala muerte, que vivió tiempos mejores, por el que ya no circulan por sus vías estrechas ni los trenes de cercanías?


El apeadero abandonado del goce

 Precisamente, para esta cuestión del goce, sobre todo del femenino, lo que más nos interesa, porque no hay otra ni otras, son las vías estrechas (incluso las que se estrangulan en algún punto de su recorrido).

 Las vías de la mujer, además de muertas, son siempre estrechas, tan difíciles de atravesar como el ojo de una aguja:

 <<Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre al cielo>> (Mc. 10, 17-27).

 El ojo de la aguja es el goce femenino.

 El rico es aquel que mide su riqueza, su poder, su quiero y no puedo, en bienes, en valores fálicos, a troche y moche.

 El camello que no entra ni encaja por ningún lado es lo real, lo que despierta al bendito durmiente.

 Lo que es muy interesante y cautivador tanto de la vía muerta, de esta vía tan prometedora que lleva hacia la muerte en vida (<<la segunda muerte>>), como de la propia mujer, es que ambas (en femenino) tienen una vía de entrada pero no salida.

 Curioso, pero uno, una vez que está en vía muerta, no puede escaparse, poner en pies en polvorosa, como es la tentación irrefrenable de todo hombre un vez que <<ha entrado>> a una mujer.

 Casi sin haber tenido tiempo de entrar ya quiere salirse.

 Si se ha quedado en vía muerta, detenido con una mujer, al no poder ir ni adelante ni atrás, el único recurso que le queda es ponerse a <<hablar a calzón quitado>>, mostrando todas sus vergüenzas (de desvergüenzas y de sinvergüenzas está el mundo lleno).

 ¿De qué le servirá al hombrecito, al machito ibérico, el falo, el bastón de mando, el brazo ejecutor, como instrumento para el encuentro sexual con una mujer en una vía muerta, cuando todas las salidas están cerradas, cuando todas las vías de escape son impracticables, cuando todo está varado, en vía muerta, en standby?

 Además, la suerte o la mala suerte de las vías muertas es que no llevan a ningún lado; son nada más y nada menos que el lugar, el punto, en donde se acaban todos los caminos.

 Uno no ha llegado a ningún lado pero ya no puede avanzar más.

 Una vía muerta tiene la virtud de que lleva a ningún lado, o, lo que es lo mismo, a una mujer.

 La vía muerta tiene una parte de abertura, algo que se abre para cerrarse; más o menos como las mujeres que, al funcionar en la lógica de la sexuación sin excepción (<<No existe x tal que diga no a Fi de x>>: << ¬∃ x ¬(Φx)>> ), sin límite, se constituyen como un conjunto abierto:

  <<Un conjunto abierto, en topología y otras ramas de las matemáticas, es un conjunto en el que cada uno de sus elementos tiene un entorno que está incluido en el mismo conjunto; o, dicho de una manera más intuitiva, que ningún elemento de dicho conjunto pertenece también a la frontera de éste.>> (Wikipedia).

 Por eso, su goce, el femenino, es sin límites (no ilimitado, sino no localizado), aquel que solo es posible localizar en una vía muerta.  

 Solo los tontos y los niños pueden acceder a una vía muerta, es decir, a una mujer, a su goce propio e impropio.

 Cuanto más rematadamente tonto es uno mejor que mejor.

 Entiendo tonto como aquel que es incauto del inconsciente, que no tiene miedo a decir tonterías, a disparatar, que es lo que mejor apunta y dispara a la diana del deseo.

 Este es el único que no yerra o erra.

 Ya lo dijo Jesucristo, para quien tenga oídos para oír:

 <<Pero Jesús dijo: Dejad a los niños, y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como éstos es el reino de los cielos>> (Mateo 19: 14).

 Por consiguiente, para ligar con la vecina del  hay que hacerse incauto del no-saber, del inconsciente, lo que equivale a volverse tonto o niño.


La vía muerta del goce femenino

 Hablar del goce fálico y del goce femenino, del goce cerrado -limitado- y del goce abierto -ilimitado-, pudiendo este último ser representado topológicamente como una bola abierta es, más o menos, como hablar de <<las tontas>> y de <<las listas>> (me refiero a las rosquillas, no a las mujeres).

 Hay una expresión muy gráfica con la que se manifiesta lo que verdaderamente ha sucedido o suele suceder con una piva que priva : <<No me he comido ni una rosca>>.

 Esta triste y desasosegada enunciación indica que uno no ha tenido ningún éxito con la mujeres, que no se ha podido llevar ni una a la boca, al catre, a la vía muerta.

 Hace referencia a las roscas o rosquillas que las mujeres regalan en las verbenas a los que son santo de su devoción, como signo de su querencia; el que no recibe ni una rosca es que no ha suscitado el entusiasmo, la pasión, de ninguna de las concurrentes.

 Una cosa como la vía muerta, tan próxima a La Cosa, a La Causa del deseo, es inestimable como referencia en la dirección de la cura, al tener las mejores referencias, por proceder de la mejor familia.

 ¿Cuáles son estas referencias inmejorables de la vía muerta?

 En primer lugar, que no lleva a ninguna parte; después, que no sirve para nada; <<last but not least>>, que se cierra sobre sí misma, alrededor de un punto irreductible; todo ello, sumado y potenciado, es la expresión más eminente, incluso mejor que la de la mística, para ilustrar las paradojas abiertas, los enigmas cerrados, las inconsecuencias del goce femenino notodo.
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Rosquillas listas y tontas: la posibilidad de <<comerse una rosquilla>>

 Todo esto de la mujer y de las vías muertas tiene que ver con eso que se puede describir como el recoveco no discernido de nuestra existencia, el rincón nunca hollado, la esquina nunca doblada, la plazoleta más recoleta, con su fuente y sus árboles, que siempre nos espera; todo ello se relaciona, aunque parezca increíble, con las trampas para cazar elefantes, o, ya que estamos puestos y bien dispuestos, para cazar pulgas o moscas.

 Ya se sabe que los elefantes y las mujeres tienen buena memoria, y no es fácil engañarlos, hacer que caigan en el cepo, en la ratonera.

 Por su tamaño y su peso podrían parecer lentos, poco elásticos, pero son de lo más ágiles y flexibles (que es una de las características del cuerpo de la mujer).


Las trampas para cazar elefantes solo pueden ser legales

 Igual que las moscas, las mujeres son muy volátiles, rápidas y astutas, moviéndose en el aire de aquí para allá, de allá para aquí, como si no tuviesen un lugar fijo donde posarse, donde reposar en el espacio vital.

 Ir picoteando, danzando de flor en flor, con esa suprema inconstancia y volubilidad, como hacen las aguerridas moscas, es más típico de mujeres que de hombres, que en esto son mucho más fieles, mientras que ellas son más donjuanescas.

 Todo esto va de trampas, como la de la nasa, que tanto le gusta a Lacan.

 Una nasa es una cesta que tiene un agujero por el que se puede entrar pero no salir; conduce a una vía muerta, sin retorno, de la que es imposible escapar.

 Si la nasa se nos aparece como una vía muerta es porque el destino de los incautos del inconsciente que son capturados por ella es el de quedar aparcados, varados, en la cuneta, en el borde, en el margen de todas las autopistas importantes y los nudos de comunicación relevantes.

 El ser irrelevante, como posición existencial, puede ser algo mucho más digno que creerse relevante, decisivo, imprescindible.

 La nasa cotidiana, que nos atrapa sí o sí, nos confirma indefectiblemente nuestra radical irrelevancia, a pesar de nuestros ideales de templanza aristotélica (muchas veces revestida del furor mas intemperante, de la rabia más intolerante).

 Hablar de nasa es referirse a las trampas del goce.

 La nasa se utiliza para pescar pececillos que son arrastrados hacia ese interior sin exterior a causa de  la carnaza que está en su interior.

 La nasa es un agujero.

 Pero es más que un agujero o no es solo un agujero: es una puerta que se abre en un solo sentido.

 No hace falta decir que <<antes de salir dejen entrar>>, porque todos entran y ninguno sale.

 No hay riesgo de que se produzca un embotellamiento a la entrada, la circulación es fluida, porque de los que entran nadie sale.

 La ley de esta puerta násica es que << antes de entrar dejen entrar>>.

 Es una puerta divertida por su carácter de trampa para cazar corazones y goces diversos.

 La mujer no es que tenga una nasa, que es un aparato para capturar astillas de goce o goces astillados, sino que es, en sí misma, en su ser, nasa.

 Se podría decir también que es una vía muerta o una bola abierta, estructura topológica que representa a un conjunto abierto, cuya característica es que todos los puntos adyacentes a cualquiera de los elementos de su conjunto está alejado del borde exterior.


Toda bola abierta es un conjunto abierto. La mujer, como conjunto abierto, se representa como una bola abierta.

 La mujer, como la vía muerta, es una nasa para cazar fragmentos, astillas de goce, aunque también sirve para capturar sutiles elefantes, pesados moscardones, moscas bailarinas y pulgas cosquilleantes.

 La mujer no es que sea un cuerpo agujereado, una rosquilla, tonta o lista; si acaso es algo, por decir algo, no es ni siquiera el agujero, la puerta de entrada de la nasa; es, en sí misma, en todo o con todo su cuerpo, una nasa, una trampa para capturar tontos y niños, incautos del inconsciente, que yerran por los caminos torcidos del no-saber, impulsados por la pasión de la ignorancia:

 <<Los caminos torcidos serán enderezados>> (Lucas 3: 5)


Nasas mujeriegas para captar incautos, "tontos de remate"

 Lacan representa (o escribe) en el agujero de la nasa la letra a.

 Si la mujer es una nasa donde pican los incautos del inconsciente, y el agujero de la nasa circunda la letra a, esto es el signo de que la mujer es una nasa para pescar, para atrapar, el goce de los incautos del inconsciente.

 Es a partir de un cierto límite, caracterizado por el abatimiento del falo, por su depresión profunda, que esa mujer que se sostiene en el notodo, más allá del amor y del odio, de las pasiones del ser, podrá acceder a su propio goce, notodo-fálico, que pone en juego el cuerpo, pero que es imposible de localizar en un órgano del cuerpo, en una zona erógena concreta.

 La lógica difusa y polivalente nos permite operar con libertad, soltura y, si se presta, hasta con gracia, con la vecina del  que, dicen las malas lenguas, que no-existe, pero que es de lo más real..

 Repetimos que la lógica difusa, al abandonar el principio del tercero excluido, en su poli-valencia, puede admitir infinitos valores de verdad, no dos como en la lógica aristotélica.

 Abordar la conquista de la mujer desde el infinito, aunque se trate del potencial o del actual, permite acercarse de forma infinitesimal a su goce, al femenino, al estar estrechamente emparentado por su condición de notodo con un cierto anhelo de infinitud.

 Esto de que la lógica difusa sea polivalente, al no excluir al tercero (en este caso, a La mujer tachada, parlante, y a su goce notodo, que habla de todo, no solo del falo), es prometedor al posibilitar nuestro tránsito más allá de una lógica a la que podemos calificar, aplicando el sentido del humor, de machista, debido a que solo tolera dos valores de verdad, contrapuestos y contradictorios entre sí: o A o no-A; o falo o castración; tener o no tener.

 A esta lógica la denominamos machista no por una cuestión ideológica, sino porque excluye al tercero excluido, que no es otro que el goce femenino (en nuestro caso, el de la vecina del ).

 En cambio, la lógica -¡corporalmente!- difusa, feminista, no clásica o clasista, es la que cuenta con el goce que hace enigma -sin equivalente con el goce fálico prêt-á-porter- de la vecina del , que solo existe como La Mujer tachada (A).

 El que esta lógica, difusamente femenina o femeninamente difusa, sea polivalentemente infinita o infinitamente polivalente, favorece, más que los rigores y las angustias por la integridad del falo, el juego, la creación, la invención, la imaginación (reivindicada por <<Italo Calvino>>), que tan bien acompañan (como una buena copa de vino) la relación con una mujer.

 La lógica machista, potencialmente fálica, bi-valente, confrontada al agujero de lo imposible, o a la no-existencia de La mujer, nos deja sin recursos, obligándonos a renunciar a la oportunidad extremadamente anhelada de ligar con la vecina del .

 Nos condena a permanecer encadenados en nuestro propio piso, en nosotros mismos, protegidos en nuestra pequeña madriguera -el 4º-, obstaculizándonos la visita al piso 5 º, el piso-Otro, allí donde habita el Otro-sexo, el otro goce, ese que es refinada y sutimente femenino.

No es necesario que el conejo salga de la chistera, sino de la madriguera 

 Si entre el piso y el , donde habita nuestra querida vecinita, uno es capaz de situar el agujero de lo imposible, de la castración, resulta que, milagrosamente, casi mágicamente, se produce una reacción lógica, en cadena, en la dirección de la verdad, de tal forma que: el piso-Otro, la no-existencia, y, por consiguiente, la existencia de la vecina del , así como su goce femenino, son todas ellas proposiciones verdaderas.

 Formando un lazo con esta cadena lógica, portadora de la marca, del <<imprimatur>>, del <<nihil obstat>> (<<no hay obstáculo en el camino>>), de la verdad, podremos agarrar por el cuello (con toda la delicadeza del mundo) a la vecina del .

 La lógica bi-valente, aristotélica, clásica, regida por el principio de identidad y de no-contradicción, conformada por dos proposiciones contradictorias y dos valores de verdad, que se oponen recíprocamente, A o no-A V F, hay que situarla, más o menos, sí o no, en el marco del principio del placer, caracterizado por <<el menor goce posible>>.

 La lógica difusa, no clásica, que no excluye al tercero excluido, en la que, entre A y no-A, hay infinitos valores de verdad, tópicamente se puede ubicar en el más allá del principio del placer, allí donde la ruptura de la homeostasis, del equilibrio, hace un hueco para el goce (más o menos como el hueco unidireccional, de una sola vía, de la nasa, con su letra a en su centro-exterior).

 Tenemos que inventar una lógica feminista que no excluya al tercero excluido, al goce femenino.

 En realidad, no hay que inventar nada porque se trata de la lógica de la sexuación que inventó Lacan.

 Lo que caracteriza a esta lógica de la sexuación, freudo-lacaniana, es que es fundamentalmente feminista, ya que introduce, dentro de las posiciones sexuadas, a La mujer tachada por el significante (A), a la que caracteriza como notoda, por no constituirse como un universo, como un conjunto cerrado, como un todo.

 De La mujer notoda, que plantea una enmienda a la totalidad, un recurso de in-universalidad, surge un goce cuya propiedad lógica hace que se escriba como notodo-fálico.

 Por eso, Lacan, a la hora de escribir las fórmulas de la sexuación plantea un lado machista y un lado feminista.

El lado machista está regido por la lógica fálica, que apunta al goce todo (el de La Madre primordial), a todo el goce (sin resto); lógica simbólica que conlleva la constitución de un universo (<<Para todos>>: <<∀x [Φx]>>), de un conjunto cerrado (finito), a partir de la excepción (<<Existe al menos uno>>: <<∃ x ¬ [Φx]>>).

 En cambio, el lado feminista, que introduce a La mujer tachada y el goce femenino, está regido por una lógica que es notoda (que deja un resto), que escribe, escritura, el goce, como notodo-fálico (no clausurado sobre sí mismo: ¬∀x [Φx]), el cual, al no existir la excepción (<<No existe al menos una>>: <<¬∃ x ¬ [Φx]>> ), impide la constitución de un universo, de un conjunto cerrado (las mujeres no hacen serie; cada mujer solo puede ser abordada una por una).

 Es por este motivo, porque las mujeres se constituyen en un conjunto abierto, muy alejadas del límite, en el espacio topológico de la bola abierta, que no existe La Mujer no-tachada, así como tampoco hay un universo (la bola cerrada) al que uno pueda referirse como el de Las mujeres.

 Si no hay La Mujer, si solo existe una mujer, de tal forma que las mujeres solo se pueden abordar una por una: primero una y después otra, y, a continuación, la vecina del ..., que es (no) toda una mujer; después, si uno tiene todavía ganas y fuerzas, la vecina del , que da la casualidad de que también es una, notoda, que no se cierra en un todo; si uno quiere rematar la faena, porque es evidente que notodo esto es una faena, yendo de piso en piso, de vecina en vecina, puede abordar a la vecina del  que, a pesar de las alturas vertiginosas, no deja de ser, como las anteriores, una, o, lo que es lo mismo, que, en tanto Otra, no va a cerrar, a clausurar la serie de las unas:


, , , , ...


Es como la serie de los palotes o de los unos que, a pesar de todos los cuidados y las precauciones en su trazado, no hay un trazo-palote igual a otro, ergo, no hay una marca o trazo del goce equivalente a otro (esto es un aviso para navegantes):


/ / / / / / / / / / /...


¿Todos parecen el mismo? Pues no, la cuenta es la misma que para la mujeres: uno por uno..., una por una...


 {un palote, un palote, un palote, un palote... }
                                                                                                   {una ♀, una ♀, una ♀, una ♀... }


 En cambio, con respecto al lado machista, fálico, sí que es posible unificar, totalizar, la serie de los hombres, reduciéndola a un trazo, a un rasgo compartido, a la marca fálica, con la que uno se podrá referir al universo de Los hombres como un conjunto cerrado cuyo cardinal es el falo:Φ:


{un hombre-φ, un hombre-φ, un hombre-φ, un hombre-φ} = Φ (cardinal) = 

 el conjunto cerrado de los hombres: finito, unificable, generalizable.


 De los hombres se puede hablar en general, se puede generalizar, a partir de su atribución fálica compartida.

 De Las mujeres, como no comparten del todo, totalmente, la marca fálica, debido a que hay un resto de goce del cuerpo que no puede ser significado por el significante fálico (Φ), no se puede hablar en general (<<las mujeres son así o asao...>>), únicamente una por una; incluso, con una misma una, vez por vez.

 Lacan define a la mujer, en su posición sexuada, como notoda, y a su goce como notodo.

 La mujer es notoda-fálica y su goce es notodo-fálico:


{una -φuna -φuna -φuna -φ......... ∞ 
         a              a              a              a   

  Φ   = S (A) =  ¬∀x (Φx) ------>> La ♀: 
  a        a               a                     a                                

Conjunto abierto, infinito, no unificable, no generalizable}




Fórmulas de la sexuación

 En el lado machista, fálico, de las fórmulas de la sexuación, lo que rige es la lógica clásica, aristotélica, con sus tres principios: el principio de identidad; el de no-contradicción; y el del tercero excluido.
 
 Si nos fijamos en el lado izquierdo del cuadro con lo que nos encontramos es con la constitución del universal afirmativo -<<Para todo x Phi de x>>: <<∀x (Φx)>>-, que se cierra, se clausura, sobre sí mismo, gracias al cerrojo de la excepción a la regla: "La excepción confirma la regla: <<Exceptio probat regulam in casibus non exceptis>>".

 Esta última expresión se traduce como: "La excepción confirma la regla en los casos no exceptuados".

 Este principio jurídico medieval expresa que: "si existe una excepción, se demuestra la existencia de una regla para la que se aplica dicha excepción (Wikipedia): <<∃ x ¬ (Φx)>>.

 Como vemos en el cuadro, en el lado machista, el principio del tercero excluido excluye tanto a La mujer  como a aquello que está en relación con su tachadura: el (A):



 La ------------------------------------->> (A)



 La mujer notoda se abre en el vértice de un ángulo formado por dos líneas que apuntan, en el lado femenino, a la tachadura del Otro (S [A]), y, en el lado masculino, al significante del falo simbólico (Φ); en esa abertura entre las dos flechas se localiza la letra a en su función de marca escrita del goce femenino. 

 El sujeto tachado (S) está del lado machista del cuadro, y la letra a, el litoral del goce, del lado feminista.

 La diferencia entre el lado machista y el feminista de las fórmulas de la sexuación es que en este último está la vecina del .

 Dicho de una forma más científica y lógica: en el lado feminista siguen vigentes los principios constitucionales, fálicos, de la identidad y de la no-contradicción.

 En el esquema de Lacan hay una flecha que parte de La mujer y se dirige al falo simbólico (Φ).

 Hay uno de los principios lógicos que ya no está en vigor en el lado feminista; se trata del principio del tercero excluido.

 En el lado de La mujer notoda queda <<excluido el tercero excluido>>.

 Esto se expresa formalmente con la escritura S (A).

 La consecuencia de esto, de esta falla, de esta abertura lógica, de esta no exclusión, de esta exclusión de la exclusión, es que, de repente, hace acto de presencia, como quien no quiere la cosa, una letrita traviesa, por ahí perdida, la a minúscula, que es el testimonio gráfico, escrito de que, a nivel de la mujer, de su cuerpo, <<hay goce>>, un goce que no es como todos, que no es como el de todos, que es notodo-fálico: el goce femenino.

 Un goce que no forcluye el falo, sino que es notodo-fálico.

  Aquí, en este cuadro de la sexuación, en el lado femenino, que lleva la marca del notodo, del goce-otro, el a no hace referencia tanto al objeto @, como a la letra a, en su función de marca de escritura del goce femenino.

 Así mismo, el matema S (A) no remite al significante de la falta en el Otro, sino a la tachadura de un Otro en posición femenina, en tanto no está sujeto del todo al falo.

 Hay una parte de ese Otro, que está en posición sexuada femenina, de su ser, una porción de goce enigmático, que va más allá del límite que establece la función fálica.

 La flecha del esquema que parte de La apunta, concretamente, al A, no al significante [S].

 El A hace referencia al cuerpo marcado por la letra, por la escritura, por el litoral del goce.

 En el lado feminista del goce femenino, de la vecina del derecha, no opera la excepción:
<<¬∃ x ¬ (Φx)>>.

 No existe al menos una que diga no a la función fálica.

 Todas dicen que a la función fálica: no hay excepción que permita confirmar o probar la regla (prefiero referirme a regla que a ley).

 De alguna forma, al no operar la excepción a la regla, aquello que permitiría probarla, y, como consecuencia, cerrar el conjunto (finito) -que quedaría regido, definido, delimitado, por esa regla-, el conjunto permanecerá abierto, transformándose, gracias a su abertura, en infinito (en poli-valente, con valores infinitos, como en la lógica difusa).

 En el lado feminista, insistimos, no hay excepción a la regla fálica, no hay al menos una que diga que no a la función fálica.

 Esto determina que la regla fálica no quede probada o confirmada como tal regla, impidiéndose, en concordancia, que se constituya el conjunto cerrado de las mujeres (clausurado por el falo).

 No se puede hablar de las mujeres como de un todo cerrado, un universo generalizable, cuantificable, finito y unificable.

 Hay un goce, una pizca de goce, que va más allá del límite de la marca fálica, de su significante director: Φ

 Esto no implica que el goce notodo, otro, del cuerpo, sea inefable.

 Es un goce hasta cierto punto no verbalizable pero pasible de ser escrito.

 Al no existir el conjunto cerrado de las mujeres, finito, unificable por una marca, por una regla, en consonancia, a La mujer solo se la puede abordar una por una (siguiendo el espíritu de Don Juan, pero sin tantas prisas).

 Se puede comparar el conjunto abierto de las mujeres con las propiedades matemáticas de los números irracionales.


La mujer y los números irracionales