I) El punto crítico en Dostoievski
En Dostoievski y el parricidio, Freud trata de descifrar el sentido de los ataques epileptoides del insigne autor.
El arco de bóveda que sostiene todo el edificio interpretativo freudiano es el Complejo de Edipo; concretamente, el deseo inconsciente de muerte del padre.
Aquí, en este trabajo, más allá del sentido edípico del síntoma, se abordará su función en relación con la estructura del sujeto.
Freud, en el análisis que realiza de la biografía y de la personalidad de Dostoievski, señala como un punto especialmente significativo la posición subjetiva que adopta en el momento de la conclusión de su historia.
En vez de convertirse en un libertador de la humanidad, se somete a la autoridad tanto secular como religiosa: al padrecito-Zar y al Dios cristiano. Al mismo tiempo, en lo político, se adhiere a un nacionalismo ruso de estrechas miras, que exalta a la Madre Patria.
Previamente, su ideología socialista, revolucionaria, sus ideales de emancipación del pueblo ruso, le valieron una condena de destierro en el matadero de Siberia. El mismo Zar que, de forma tan inmisericorde, le había condenado a muerte, es ahora el objeto de su veneración.
¿Cómo se explica esta transformación radical, este auténtico viraje, este cambio de signo, en su vínculo con el Otro? Antes de intentar esbozar un respuesta, es importante indicar que, a esta vuelta de guante existencial, Freud la califica como el punto débil de la rica y compleja personalidad de Dostoievski.
Para intentar dar cuenta de esta paradójica, y, para Freud, decepcionante, culminación del recorrido vital de Dostoievski, nos podemos apoyar en su relación con la figura paterna. De hecho, el padrecito-Zar, Dios-Padre y la Patria-Rusa, son representantes de la función paterna (pertenecen a la serie paterna).
Se puede pasar del padre a condición de servirse de él (Lacan dixit). Extraigamos las consecuencias.
Si Dostoievski se pone al servicio del padre, a sus órdenes, como servidor de la ideología más reaccionaria, es porque ha fracasado en esa operación que le habría permitido servirse del padre como... instrumento significante. Dicho en lenguaje llano: no ha podido usar del (al) padre; no ha podido aprovecharse, en el sentido de obtener un buen provecho de él.
¿Por qué no puede atravesar Dostoievski el espesor de la figura paterna, la densidad de su imagen, para acceder a su función estructural?
El padrecito-Zar, Dios-Padre y la Patria-Rusa, son tres nombres-del-padre, tres significantes-amo, inscritos en el pedestal que sostiene la escultura del Padre: grandiosa, exaltada, divina, ideal.
Es la figura inaccesible del Padre Muerto que, para Lacan, satisface la función del Otro en la neurosis obsesiva.
En cambio, servirse del padre es poder utilizar-lo como útil significante, como función de nominación, con el fin de significar lo real del goce, el Otro sexo, la Otredad del cuerpo.
La condición que permite servirse del padre, planteada por Freud en Análisis finito e infinito, es el reconocimiento de la deuda -¡simbólica!- contraída con él.
Este reconocimiento arrastra la carta forzada de la castración, al obligar al sujeto a ocupar una posición femenina ante el Otro, única vía que posibilita la recepción de los dones paternos (el don impagable e implacable de la palabra).
Esta posición femenina, constituyente, se puede confundir con una entrega masoquista al Otro.
Freud caracteriza al primer Dostoievski como el gran pecador, entregado al vicio del juego.
El último Dostoievski es el hombre ético, religioso, respetuoso de la autoridad secular, amante de su patria.
Los hitos decisivos de su existencia son: la muerte de la madre (a los dieciséis años); el asesinato del padre (a los dieciocho años); su enfermedad epiléptica; su condena a muerte y posterior destierro en Siberia, por sus actividades revolucionarias; su condición de creador literario.
Freud añade uno más, a su entender capital: su neurosis, que hace que fracasen sus intentos de sublimación.
Como psicoanalistas estamos más interesados en las faltas (faute) de Dostoievski, en su pecaminosidad, debido a su conexión con el goce pulsional, que en su integridad, en su santidad.
La condición de gran pecador habría que adscribirla al componente pulsional (trieb), de goce, que hace que el sujeto se arrastre y se pierda por los caminos del mal.
De una persona que se entrega a un goce desenfrenado se puede decir que es un perdido. ¡Curiosa relación entre el goce y la pérdida! ¿Es la pérdida la condición del goce, o es este último el que condiciona una pérdida?
La condición de hombre ético de Dostievski habría que adscribirla a las instancias superiores de la psique: censoras, represoras, morales.
Freud señala que Dostoievski fracasó a la hora de conciliar las exigencias pulsionales con las demandas éticas (esenciales para poder integrarse en la sociedad): o gozó en exceso o reprimió en demasía; o se entregó a un vicio sin límites, desmesurado (hacia el +∞), o redujo el límite de la manifestación de sus afectos y pasiones a una expresión infinitesimal (-∞).
Lo que sucede es que entre el +∞ pecaminoso y el -∞ ético se desliza el $ en su articulación lógica con el objeto @: $◊a.
Ética y pecado son dos maneras de referirse, en su contraposición, a la dimensión de lo simbólico, de la palabra -la ley del significante-, y a la de lo real: el goce pulsional.
Según Freud, ¿cuál es la piedra con la que tropieza el bueno y el malo de Dostoievski una y otra vez? No es otra que el pedernal del goce (el perdereal), imposible de fracturar con el punzón del significante (en su función de instrumento de escritura), que deja ahí, como resto, unas raspaduras.
Según Freud, el núcleo del conflicto, irresoluble para Dostoievski, es el siguiente:
"(...) Tras las más violentas luchas por reconciliar las exigencias pulsionales del individuo con los reclamos de la comunidad humana, aterrizó en sentido retrógrado en el sometimiento a la autoridad así secular como espiritual, en el temor reverencial a los zares y al Dios cristiano, y en un nacionalismo ruso de estrechas miras, estación esta que inteligencias ordinarias habían alcanzado con menor trabajo. Ahí se sitúa el punto débil de esa gran personalidad. Dostoievski falló en ser un maestro y libertador de los seres humanos, se asoció a sus carceleros; el futuro cultural de los hombres tendrá poco que agradecerle. Probablemente pueda demostrarse que su neurosis lo condenaba a ese fracaso" ( Freud S.; Dostoievski y el parricidio; Obras completas; tomo XXI; Amorrortu Editores; págs 175-176).
La acusación que Freud dirige a Dostoievski es extremadamente fuerte: se asoció a sus carceleros. El carcelero mayor, que lo condena a muerte y le recluye en Siberia, es el Zar. Detrás de él está el protocarcelero, el padre de Dostoievski, personaje autoritario y arbitrario, que murió asesinado por sus mujiks.
![]() |
Nicolás I: el padrecito-Zar |
El análisis freudiano del caso Dostoievski gira alrededor de la relación con el padre, conflictiva y ambivalente, dentro del marco del Edipo.
Lo que llama la atención no es tanto la agresividad y el deseo de muerte dirigido al padre, como la ausencia, en esa relación, en un lugar tercero, de la figura de la madre.
El odioamoramiento hacia el padre, la confrontación imaginaria, la lucha especular, cristaliza en dos posiciones recíprocas, complementarias y reversibles: o sometimiento o rebelión frente a la figura paterna y sus sustitutos (el padrecito-Zar y Dios-Padre): se trata de la dialéctica, sine dialéctica, imposible de dialectizar, profundamente alienante, del amo-esclavo.
II) Entre la muerte imaginaria y la muerte real
Freud está en lo cierto, la cosa pasa por la neurosis y por su centro vital, la estructura edípica (entendida como el campo de las relaciones deseantes del sujeto)... ¡sin olvidarse del goce!
Pero esto hay que entenderlo bien. Lo que está en juego no es la neurosis individual de Dostoievski, sino el efecto, profundamente neurotizante, de una estructura edípica de predominio dual en la que domina la confrontación agresiva, especular, a-a´, con el padre y sus representantes -¡imaginarios!- en la tierra y en el cielo.
Los dos síntomas principales de Dostoievski -las crisis de letargia y el gran mal epiléptico- se pueden descifrar a partir de esta dominancia de la relación dual, narcisista, con el padre como semejante (el petit a):
- La alienación imaginaria: o yo o el otro: el deseo es el deseo del otro.
- El transitivismo: yo soy el otro: el niño que pega a otro niño y cuando se le piden cuentas dice: fue él quien me pegó.
![]() |
La relación de la letra Φ mayúscula con la P mayúscula |
El problema no reside en el padre real de Dostoievski, en su supuesta maldad o brutalidad, sino en la no intervención inter-dictora de la palabra del padre -en posición tercera (tertia: que tercia)-, en relación con la demanda de la madre.
![]() |
La interdicción de la palabra del padre en relación con la demanda de la madre |
El primer síntoma que se hace presente en la historia de Dostoievski son unas crisis de letargia. ¿Cómo las describe Freud?:
"Tenemos un punto de partida cierto. (...)
[Para poder interpretar el sentido del síntoma princeps de Dostoievski: las crisis epilépticas]
(...) Conocemos el sentido de los primeros ataques de Dostoievski en su juventud, mucho antes que emergiera la <<epilepsia>>. (...)
[Freud considera que existe una continuidad a nivel de la significación entre las crisis de letargia y las epilépticas, que también compartirían su carácter episódico, crítico.
En la concepción de Freud, las crisis de letargia son el antecedente remoto, premonitorio, de los verdaderos ataques epilépticos: las crisis de gran mal]
(...) Tenían una intencionalidad de muerte: eran introducidos por una angustia de muerte y consistían en estados de dormir letárgico. Como un desconsuelo inmotivado y repentino se abatió ella (la enfermedad) sobre él la vez primera, cuando todavía era un muchacho; un sentimiento -así lo refirió más tarde a su amigo Soloviov- como si debiera morir enseguida, y de hecho siguió un estado que se parecía en todo a la muerte efectiva... Su hermano Andrei informa que Fedor ya en su juventud solía dejar notitas diciendo que temía dormirse de noche y caer en un estado de muerte aparente, por lo cual rogaba que se esperasen cinco días antes de inhumarlo." (pág. 180).
Freud plantea, como punto de partida de su interpretación, que estos estados de dormir, que representan la muerte, encubren una intencionalidad de muerte.
La flecha de la intención de muerte, impulsada por un deseo de aniquilación del otro, se ha vuelto, en el síntoma, contra el propio sujeto.
El yo, a través de una identificación con el otro, padece su misma suerte, comparte su destino funesto.
Entre el yo y el otro circula, de forma transitiva, el objeto más intransitivo del mundo, imposible de compartir, de hacer Uno: la muerte.
Evidentemente, se trata de la muerte imaginada, de la muerte como representación (vorstellung), en su estatuto de objeto imaginario.
Freud afirma que el trabajo del sueño no cuenta con los medios figurativos-significantes para representar la muerte.
La muerte, en su categoría de imposible, que marca el límite de la capacidad de significación de lo simbólico, pertenece a la ditmensión de lo real.
En el inconsciente, en el lugar del Otro, no hay significante de la muerte.
Al no haber marca de la muerte en el lugar del Otro, la marca inconsciente de la muerte, valga la expresión, es un agujero en la representación.
Las crisis de letargo encuentran su sentido en el marco de la relación imaginaria, de agresividad, de celos, con el semejante: o bien yo o bien el otro; nunca la co-existencia de los dos porque falta el tres de la cuenta, la res contable, la cosa freudiana, el Uno del significante.
Es a partir del tres que se puede empezar a contar: tres..., uno..., dos... (el tres es el primer número de la serie de los números psicoanalíticos, sin olvidarse del cero, del número de oro, de la raíz cuadrada de menos uno, de los números irracionales, de los complejos... toda una compleja numerología entre lo místico, lo absurdo, lo chistoso y lo incalculable)
![]() |
La muerte imaginada en el eje imaginario yo-otro |
Lo original que introduce Freud es que este otro, el i (a), el objeto de los deseos parricidas, no es otro que el padre edípico, familiar (heimlich).
De ahí lo imposible del parricidio, cuando es actuado en la escena de lo imaginario, sin referencia al acto significante, a la otra escena, en tanto no se puede matar a un familiar sin recibir la misma muerte (una muerte por otra).
¿Cómo definir al padre de la confrontación edípica? Es el padre frustrador, que impide al niño el acceso a la madre, al interponerse como una barrera imaginaria entre sus deseos incestuosos y el objeto materno.
Más allá del padre de la confrontación edípica, en oposición imaginaria al yo, esta el Padre del Edipo, en (o) posición simbólica con respecto al sujeto (el Padre simbólico = Ley de la palabra).
![]() |
El Padre-Otro, incardinado en el triángulo simbólico, en oposición al Φ |
En el síntoma aletargante y aletargador -¿quién será el desaletargador que lo desaletargue?-, el muerto no es el otro-paterno, sino el propio sujeto. ¿Cómo es esto posible?
Demos una vuelta de tuerca a la pregunta: en el estado de dormir letárgico, que simula la muerte, ¿quién es el muerto: el padre, el hijo, o los dos? Aquí nos topamos con una ambigüedad que es inherente a la estructura especular del síntoma.
¿Cómo interpreta Freud este síntoma?:
"Conocemos el sentido y el propósito de esos ataques de muerte. Significan una identificación con un muerto, una persona que efectivamente falleció o que todavía vive y cuya muerte se desea. (...)
[Se trata de una identificación imaginaria con un pequeño otro al que se le desea o se le ha deseado la muerte]
(...) Este último caso es el más significativo. El ataque tiene así el valor de una punición. Uno ha deseado la muerte de otro, y ahora uno mismo es ese otro y está muerto. En este punto la doctrina psicoanalítica introduce la tesis de que, en el caso de los muchachos, ese otro es por regla general el padre, y el ataque (que se denomina histérico) es entonces un autocastigo por haber deseado la muerte del padre odiado." (pág. 180).
Se juega aquí una relación especular, recíproca y simétrica: la muerte, que he proyectado sobre el otro, se refleja sobre mí, como si se tratase de la superficie de un espejo plano: moi-i(a).
La clave para interpretar el síntoma de las crisis de letargo se encuentra en esta frase (que nos indica cuál es el mecanismo del síntoma):
"(...) Uno ha deseado la muerte de otro, y ahora uno mismo es ese otro y está muerto".
La cosa se juega entre uno y otro (entre el moi y el otro imaginario).
En el contexto de la dialéctica imaginaria -o yo o el otro-, en un enfrentamiento cargado de agresividad, uno ha deseado la muerte del otro.
El transitivismo especular -yo es otro-, explica la identificación imaginaria con ese semejante paterno al que, por odio, se le ha deseado la muerte, y ahora uno mismo es ese otro y está muerto:
"(...) la situación psicológica es complicada y requiere elucidación. La relación del muchacho con el padre es, como nosotros decimos, ambivalente. Junto al odio, que querría eliminar al padre como rival, ha estado presente por lo común cierto grado de ternura. Ambas actitudes se conjugan en la identificación-padre; uno querría estar en el lugar del padre porque lo admira (le gustaría ser como él) y porque quiere eliminarlo. (pág. 181).
La muerte y la castración imaginarias, que se lanzan el padre y el hijo, como armas arrojadizas, en un juego de frontón sin salida, tienen el estatuto de objetos narcisistas.
![]() |
El rebote de lo que rebota entre uno y otro |
Entre dos semejantes, padre-hijo, rebota, tuya-mía, yo-tú, una única muerte imaginada (ensoñada).
El problema no es la muerte como óbito, la aniquilación física, sino la alienación imaginaria, expresada en la frase uno mismo es ese otro -la identificación especular entre el moi y el i (a)-, que conlleva la muerte, la afánisis, del sujeto del deseo, del sujeto tachado por el significante, constituido como falta-en-ser ($).
El sujeto queda despojado, dolorosamente privado, de la barra del significante -fálica-, que le divide, le hace desear, le castra simbólicamente por su función esencial de marca en lo real (la cruz del significante).
III) La cruz del significante
El sujeto porta sobre sus hombros, camino del Gólgota, la cruz del significante, de la castración, que, a la vez que lo mortifica, le salva: Toma tu cruz y sígueme.
El problema de Dostoievski es que no puede acceder a ese significante fundamental, a esa cruz eminentemente simbólica, en su función de marca del goce, de trazo impreso sobre lo real del cuerpo.
Cruz que no es ni más ni menos que dos trazos, dos incisiones, que se entrecruzan, se cortan, en forma de cruz.
![]() |
La cruz del significante y la división del sujeto |
Cruz en la cual, la primera barra, la que borra, la que tacha la huella primordial del Otro, es a su vez borrada -¡y marcada!- por una segunda barra.
El estatuto de esta operación es el de una escritura que produce una letra (ilegible) como marca o trazo del goce.
IV) Padre fallable o infallable
El cuadro clínico de Dostoievski, las crisis de gran mal, se pueden interpretar como la expresión sintomática de un despedazamiento o fragmentación corporal (remitirse aquí al Estadio del espejo, como formador del moi), causado por un debilitamiento (affaiblissement) de la operación de la castración (significante) que debería imprimir su marca sobre el cuerpo (lo que regularía su régimen de goce).
El agente de esta operación es el Padre real.
¿Se puede hablar en Dostoievski de una forclusión del Nombre-del-Padre (P0), que daría lugar al cuadro epiléptico de gran mal, interpretado como una psicosis pura, sin delirio, en la que un goce se hace presente en lo real de forma crítica, desanudado, desnudo de toda inscripción metafórica? Mi opinión, es que no.
A partir de una falla simbólica que afecta a la constitución imaginaria del ego en el Estadio del espejo (este sería el punto de fijación de Dostoievski) se produce la fragmentación, el despedazamiento corporal, que se manifiesta tanto en las crisis convulsivas tónico-clónicas, asociadas a una pérdida de conciencia, como en las crisis de letargo.
Si se puede hablar de psicosis en Dostoievski, habría que referirse a ella como una psicosis imaginaria causada por la suelta del nudo de lo imaginario de la cadena borromeana (por un fallo de anudamiento del redondel de cuerda I).
Este debilitamiento de lo simbólico coincide en el tiempo con el asesinato del padre y la dificultad para atravesar el duelo (en una estructura familiar disgregada).
A grosso modo, hay dos grandes modalidades de padre: el padre fallable (échoue) y el padre infallable. ¿Qué quiere decir esto?
El padre fallable, como la propia palabra indica, es un padre-al-que-se-le-puede-fallar (haciendo un chiste, un juego de palabras, vulgar pero ingenioso, obsceno pero simpático, malsonante, se puede afirmar que el padre fallable es el que permite follar -fallar... follar- lo cual, a pesar de los tiempos que corren, en los que to er mundo er bueno, o to er mundo er folla, no es un asunto tan fácil, más bien es un asunto de lo más peliagudo y enrevesado, que pone a prueba el acto analítico, que es el acto sexual que no existe).
Este hecho tiene dos consecuencias: este padre fallable (que no impotente) remite al hijo al significante del Nombre-del-Padre, de la Ley, y, como saldo de esta operación, el hijo quedará vinculado a la autoridad paterna a través de una deuda simbólica (pasible de ser saldada por finita, conmensurable).
El padre infallable es un padre-al-que-no-se-le-puede-fallar (rocoso, pétreo, hermético). Es evidente que este padre está situado en una posición de ideal.
Al contrario que en el caso anterior, este padre no reenvía al hijo al Nombre-del-Padre, a la Ley del Padre, lo que conlleva que el hijo quede sometido al autoritarismo paterno por medio de una deuda imaginaria (no pasible de ser saldada por infinita, inconmensurable).
El padre fallable es el que desea a una mujer.
El padre infallable es un padre que no está causado por una mujer.
Este es el caso del padre de Dostoievski, más progenitor que varón, más regidor o corregidor que regido o co-regido.
Es un padre que dice lo que hay que hacer, pero que no hace lo que dice ni dice lo que hace.
Según las referencias disponibles sobre el padre de Dostoievski, éste era un hombre de temperamento irascible, predispuesto a los raptos de furor, que se comportaba como un tirano con su familia. Injuriaba y golpeaba a sus hijos, incluyendo a su esposa.
![]() |
Los padres de Dostoievski |
En 1837, teniendo Dostoievski dieciséis años, su madre muere a causa de una tuberculosis.
El padre, presa de los remordimientos, culpabilizado por la muerte de su esposa, se sumerge hasta el abismo en los vapores tóxicos del alcohol.
En la provincia de Tula, el padre, gracias al capital ganado a lo largo de su profesión de médico -primero trabajó de médico militar y después como facultativo del Hospital de los Pobres de Moscú-, se compró unas tierras que trabajaban sus siervos (servidumbre: régimen de semiesclavismo, santificado en la Rusia zarista) .
Al parecer, su alcoholismo, asociado a un carácter brutal, a lo que se añadirían rasgos paranoides (era muy desconfiado), le hacían tratar a sus mujiks con extrema crueldad.
En 1839, a causa de uno más de sus raptus de violencia -aunque las circunstancias no están claras y las versiones son contradictorias: se dice también que falleció de un ataque de apoplejía o de epilepsia-, sus mujiks (siervos) lo asesinaron.
Su hija transmite en sus Memorias que esto es una calumnia. Afirma que su padre no murió asesinado, sino víctima de un ataque cerebral. Según ella, el infundio del crimen lo propagó un terrateniente vecino que quería quedarse con la finca de los Dostievski a un precio ventajoso.
Todas estas informaciones sobre el Hidalgo de Darovóye, que son más dignas del Caso que de una patografía, se desvían de lo que es el foco de nuestro interés. Éste no apunta tanto a la figura del padre como a su palabra; más que a su retrato imaginario (que suele acabar en caricatura), al Nombre-del-Padre del que debería ser portador y transmisor.
Lo que nos interesa no es el ser del padre (limítrofe con el no-ser), sino su instancia, la paternidad simbólica.
Aunque también sabemos que la opacidad del ser puede impedir el acceso del hijo a la instancia simbólica: la percepción oculta la estructura.
Se trata de relacionar al padre con su palabra, con la Ley del significante, no en sí misma, sino en su incidencia sobre el goce materno: ¿hacía o no hacía caso la madre a la palabra del padre?
De la misma manera, lo decisivo no es el significante del Nombre-del-Padre en sí mismo (ningún significante, por su condición de ser para otro significante, es en sí), sino en su relación con el discurso de la madre.
El hijo accede al Nombre-del-Padre a partir de su presencia en tanto significante en el discurso de la madre: cuando tu padre vuelva haremos ese viaje tantas veces aplazado.
No hay Otro del Otro porque el padre des-completa a la madre: se lo voy a decir a tu padre.
El Nombre-del-Padre está en el lugar de la enunciación del discurso de la madre.
La madre no solo habla del padre, sino desde el padre: ¿qué diría tu padre si estuviera aquí?
La forclusión no es la consecuencia de la ausencia real del padre (por ej., su muerte). Su estatuto no es el de un falta de hecho, sino de derecho.
La forclusión es la ausencia del padre en su condición de significante del discurso de la madre. Lugar del que ha sido rechazado, en el sentido de arrojado lejos (verwerfüng).
La madre no nombra al padre ni para incluirlo ni para excluirlo, simplemente no lo nombra (se olvidó de él).
Elidir un juicio, omitir la palabra debida, silenciar-lo, es la forma más violenta del rechazo, al expulsar al Otro de la existencia (ausstossung).
Corresponde al concepto jurídico de preclusión: no nombrar a los herederos forzosos en el testamento, ni para incluirlos ni para excluirlos de la herencia.
La estructura es un campo de fuerzas interrelacionadas, una red multidimensional. En ella, no se trata solo del lugar de la madre y su relación con la palabra del padre.También hay que hacer referencia al deseo del padre por la madre: ¿goza el padre del cuerpo de la madre?
Lo que es evidente es que el padre de Dostoievski es más actuador que hablador; más motórico que retórico; más de ordeno y mando, de aquí se hace lo que yo digo, que de autoridad dialógica (que contempla o propicia la posibilidad de discusión), dialogada, dialogante y dialogadora; más del palo zarista que muele los cuerpos que del discurso del Otro que los nombra; más del goce mortífero del alcohol que del goce salvífico de una mujer.
El padre fallable es un padre fallado por el significante, no-affaibli (no debilitado, no mermado).
El padre infallable es un padre no-fallado por el significante, en el sentido de que, en los vínculos interhumanos, no privilegia la comunicación por la palabra, el instrumento del significante.
Es un padre unglauben, descreído, que no cree en la virtud del lenguaje. Consecuencia para el hijo: es un padre affaibli (debilitado y mermado en su potencia simbólica, fálica, lenguajera).
El padrecito-Zar, Dios-Padre y La Patria, son paradigmas del padre infallable. El fallarles comporta la condenación terrenal (Siberia) o ultraterrenal (el infierno).
![]() |
Panel derecho del Jardín de las Delicias: El infierno; El Bosco |
Fallar al padrecito-Zar es un delito de traición. Fallar a Dios-Padre es un pecado mortal. Ambos, imperdonables.
Frente al padrecito-Zar sólo hay una posición: someterse (¡o rebelarse!).
Frente a Dios-Padre sólo hay una posición: arrodillarse (¡u obedecer!).
La heterodoxia y la herejía son castigadas severamente por la autoridad secular y eclesiástica.
![]() |
El destierro en Siberia: ¡No me toquéis al Amo! |
El padrecito-Zar y Dios-Padre son amos absolutos, no castrados, que exigen sometimiento y obediencia incondicionales.
En la relación con el padrecito-Zar somos súbditos. En la relación con Dios-Padre somos fieles. Ambas, servidumbres y fidelidades, exigen la renegación del deseo, de la falta.
En esta relación de Dostoievski con un Otro que ocupa una posición de amo -el Padrecito-Zar y Dios-padre- hallamos la clave de este final de la historia del gran escritor en la que, en un aterrizaje retrógrado, acaba asociándose a sus carceleros.
No hay que buscar causas misteriosas, como la actuación de poderosos elementos pulsionales que someten al sujeto a sus ignotos designios, sino la inscripción del sujeto en el discurso del amo.
El Zar y Dios son dos significantes-amo, S1, que ocupan la posición dominante, de agente, en el discurso del amo.
![]() |
El discurso del amo |
¿Por qué acaba Dostoievski sus días sometido a la autoridad, al despotismo, de los amos de esta tierra y del cielo?
La respuesta tiene que ver con la cuestión de la castración en su relación con el Complejo de Edipo.